22. Acercamiento
Disfruten el capítulo.
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—¿De verdad? ¿Rompiste la cristalería? —Romina no pudo evitar la risa de escuchar a la rubia contar tan desafortunado suceso.
—¡No te rías tan alto! O pensarán que estoy platicando contigo.
—Lo siento. Es que, me sorprendió. Tú siempre has sido cuidadosa. En todo.
—Sí pero fue la primera semana. El gerente me quería en la cocina. Luego, al ver el desastre que ocasione decidieron que lo mejor era atender a los clientes.
—Concuerdo con él.
—¡Oye!
—Como sea. Gracias por la atención, Ren. Me tengo que ir. Mi padre saldrá mañana del hospital y necesito que todo esté listo para recibirlo —tomó su bolso y se acomodó la línea del vestido.
—Me da gusto que él ya se encuentre mejor —la dirigió a la entrada del restaurante.
—A mí también —sonrió complacida. Tenía casi una semana asistiendo al lugar donde trabajaba y le dió gusto que Renata no la alejara de su vida cómo lo llegó a imaginar—. Te veo después.
Se despidieron con un beso en la mejilla, la travesura de Romina fue que lo hizo muy cerca de los labios.
—Cla… claro —se sonrojó nerviosa.
Volvió al trabajo. Cuando pudo descansar fue a la cocina a buscar a su amigo para tomar su descanso.
—Es la enésima vez que viene —interrumpió Tadeo al ver a la rubia sonreír sin razón aparente.
—¿Quién? —se hizo la desentendida.
—La mujer alta de cabellera castaña ¿Cómo es que se llama? Mirra, Roma…
—¡Qué tonto eres! ¡Romina!
—¡Ah! Si lo sabías. Prosigo. Tu “amiga” siempre viene aquí, aunque sea por un café
—¿Por qué lo dices así? Romina sólo es mi amiga.
—Uhm… no creo que lo vea así.
—¿Qué quieres decir?
—Solo digo lo que veo, y lo que veo. Es que ella se muere por ti.
—¡Qué locura dices, Tadeo! Sabes que tanto ella como yo, tenemos pareja y aún más importante. Se va a casar.
—Eso no le quita que tú le gustes. ¿Aún sientes algo por ella, Renata?
Pensó detenidamente su respuesta.
—Mentiría si te dijera que no, pero…
—¿Pero?
—Yo también… Me he enamorado de Silvana.
—Sabes que es deshonesto tener ambas.
—No las tengo a las dos. Ambas son mujeres increibles. A su manera. Cada una diferente, en carácter, belleza, en todo. Guardan una magia especial.
—Al final. ¿Te sientes bien con la decisión que tomaste?
—Si. Creo que lo de Romina aunque bello en su momento es necesario cerrar el capítulo de nuestra historia. Se casará y vivirá la vida que siempre quiso tener. Lo que tuve con ella fue como decirlo… un amor efímero.
—Y si estuviera libre ¿Qué harías?
—No lo está.
—Pero ¿Si lo estuviera?
No respondió, miró el cielo pensativa.
***
En la sala de juntas, todos los accionistas y jefes de área se encontraban discutiendo con antelación el destino que recorrería industrias Kofmant, ahora que su fundador y dueño por desgracia falleció.
Por suerte el bullicio no demoró demasiado, la irrupción desde la puerta principal hizo que todos los presentes giraran a su dirección.
Silvana entró sin pronunciar palabra. Más de uno le tenía miedo y no era para más. Ella conservaba el mismo carácter, frío y calculador de su padre que lo llegó a caracterizar.
—La reunión de hoy es para dar a conocer que hasta que el testamento de mi padre no sea leído. Las negociaciones y dirección de proyecto seguirán su curso como hasta ahora —se acercó al ventanal.
—Pero señorita Kofmant —uno de los hombres cuestionó—. ¿No podemos dirigirnos sin un representante? Podría provocar incertidumbre.
—No sucederá —respondió al instante—. De hecho ya tengo a alguien en mente.
—¿A quién señorita? —preguntó otro.
Silvana los miró engreída por el reflejo del cristal. Regresó a la mesa donde los hombres esperaban sentados la respuesta. Con elegancia y recatez ocupó el lugar de su padre que por muchos años lo observó mantener único y exclusivo para él.
—Ya que mi hermano y yo tenemos la mayoría de las acciones. He decidido que hasta que no se resuelva. Desempeñaré el cargo. Seré la nueva presidenta de industrias Kofmant
Se oyeron murmullos en toda la sala. Algunos aprobando o no la decisión que tomó. Pero no le importaba lo que pensarán los demás. Las cartas estaban a su favor y era tiempo de lanzar su mejor jugada.
Entró a la oficina de su padre y se sentó en el cómodo asiento forrado de piel al que siempre observó de lejos.
—Es mejor de lo que creí —observó la carpeta en el escritorio y procedió a revisarlo—. No puedo aguardar a lo que haré, una vez tramiten mi ascenso.
—Le queda bien el escritorio, señorita Kofmant. Pero ¿Cómo se encuentra segura de ello?
—Guarda silencio, Javier —la pelinegra se levantó a servirse una copa de vino. Buscó entre su bolso y le mostró a su asistente lo que le hacía tener tanta confianza.
—¿Esto es el testamento?
—Solo una copia —lo leyó con cuidado notando las cláusulas y demás aspectos de relevancia.
—Creo que después de todo. La farsa que montó con Renata para ser considerada candidata a la presidencia fue en vano. Su padre ahora fallecido le daría sin dudarlo, su cargo.
—Exacto. Si bien. Aún no resuelvo lo de mi prima y su futura vicepresidencia en la empresa pero si sigue siendo como la recuerdo será fácil manipularla a mi conveniencia.
—¿Y con la joven? ¿Qué ocurrirá?
—Creo que… puedo desistir de sus servicios —expresó firme pero no muy convencida de sus palabras—. Me concentraré en lo que realmente importa. Renata implica una distracción en mi camino y por el bien de mis planes será necesario acabar con mi absurda relación.
—¿Está segura? Parece que de verdad le interesa esa jóven.
No respondió. Por el contrario, pidió que le trajeran los reportes de cada área operacional de las fábricas.
En la soledad de la oficina, la pelinegra aprecio al fin el entorno en el que se hallaba. No era solo un piso más, era la oportunidad que necesitaba para seguir planeando sus aspiraciones. Todo estaba listo y sólo faltaba el día de la reunión con los abogados para que hicieran efectivo el papel que tenía en las manos.
Se sentó en el sofá y como lo hizo la última vez, volvió a releer una de las páginas más importantes que le fue entregada:
“Expuesto lo anterior en caso de muerte prematura, emito la siguiente Cláusula l:
Primera:
Yo, Mario Kofmant S. en pleno uso
de mis facultades intelectuales y derechos, libre de toda coacción y violencia, deseo designar como albaceas con tenencia y administración de mis bienes a mis dos hijos;
Mi hija, Silvana Kofmant, nombrada heredero del
bien que se describe en el punto 1 de las Declaraciones, así como del 50% de todas aquellas propiedades que se encuentran a mi nombre.
Mi Hijo, Mario Kofmant, le heredo los bienes
descritos en el punto 2 de las Declaraciones. Así como del 50% todas aquellas propiedades que se encuentran a mi nombre.
Declaraciones:
1.- El 60% de las acciones bajo el cargo de presidente tomando control total de la sede central de Industrias Kofmant y de las demás sucursales del país.
2.- El 10% de las acciones, socio mayoritario en las decisiones de Industrias Kofmant. Ratificado con el 30% de las ganancias anuales de la compañía para uso de su propia conveniencia.
3.- El 20% de las acciones, bajo el cargo de vicepresidente Mónica Vera Kofmant de la sede central de Industrias Kofmant y de las demás sucursales del país.
Siendo NO el caso que se suscite, se procederá a realizar la Cláusula ll una vez se llegue a mi tiempo de jubilación como presidente de Industrias Kofmant, dejando sin valor la Cláusula l:
Sólo en caso de que mi primogénita Silvana Kofmant mantenga una relación amorosa con la pareja que ella decida, será considerada apta para asumir el cargo más alto en Industrias Kofmant, dejándome libre de toda responsabilidad en la compañía.
De no suceder. Mi hijo Mario Kofmant será sometido a un entrenamiento riguroso para su preparación al cargo de presidente en Industrias Kofmant, sin objeción alguna.
Se manifiesta enterado y conforme con dicho contenido, redactado de acuerdo con la minuta que presenta, se ratifica en sus disposiciones y lo otorga y firma conmigo”.
Silvana dejó salir un suspiro. Todo estaba claro para ella.
Era el inicio de algo bueno.
—Muy pronto padre. Después de mucho. Mi mayor ambición se podrá cumplir. Lo podré conseguir —susurró complacida. Se levantó de vuelta al escritorio cuando el timbre de su celular comenzó a sonar.
Aquella “distracción” de la que rompería le enviaba un mensaje animandola a seguir con su vida, luchando con la misma fortaleza que la caracteriza y sobre todo, rodeandose del inmenso amor que la vida le ofrece.
¿Qué difícil podía ser? Pensó confusa. Cuando supo que hacer, tomó asiento y le escribió en respuesta a sus palabras.
Renata: No tiene nada que agradecer, Sil.
Silvana: Si tú lo dices. ¿Qué harás este sábado?
Para suerte de la rubia su jefe les había dado días de vacaciones y estaba disponible para lo que sea que se le ocurriera hacer a su novia.
Silvana: Salgamos a la playa.
Renata: ¿Hay alguna razón por la que quieras ir hasta allá?
Silvana: Nada que pueda preocupar. ¿Es malo querer pasar el fin de semana con mi novia?
Emocionada dijo que sí. Luego para la tarde de ese día. La pelinegra la invitó a cenar.
Era adictivo la manera en querer buscar tiempo con la rubia. Malo y bueno a la vez. ¿Podría dejar de hacerlo?
Lo intentaría.
Pero por ahora, no. Pensó Silvana.
Renata: Cuídate. Te veo esta tarde.
Silvana: Ya ansío poder verte. Adiós.
Finalizó la conversación observando una vez más la última oración que escribió y sintiendo en su rostro el gesto feliz.
—¿Interesarme? —susurró—. No. Sólo es un capricho —se mintió a sí misma bajando sus barreras. Volvió a su compostura seria.
Su mente cuando se trataba de la rubia era un caos. No supo en qué momento cayó en una trampa engañosa haciéndola tener sentimientos extraños por ella.
El punto fue, ahora que la presidencia ya estaba prácticamente en su bolsillo. No importaba que siguiera con ella como su novia. Pero, interés o no, tenerla podría ser una forma entretenida para pasar el poco tiempo libre que poseía.
Aunque más bien, fue una excusa que se ponía para seguir cerca de lo que tanto bien le hacía.
—Renata… —suspiró.
***
En casa de Romina, los gritos no paraban de ser. Su madre la seguía a todas partes, exigiendo —por el bien de su familia— el deber con su prometido.
—Hija, no creo que debas seguir en la preparatoria. Lo mejor es concluir lo más pronto posible. Y comenzar a planear tú boda con Jesús.
—¡No, Madre! Hice un trato con ustedes, inclusive Jesús estuvo de acuerdo que terminara aquí.
—Pero falta mucho. Y si él, en el tiempo que demores encuentra a alguien más. Será nuestra ruina.
—Pues será su decisión, no la mía. Y si eso ocurre, yo seré la primera en felicitarlo.
—Hija, no lo digas. Si tan sólo lo llegaras a conocer mejor.
—Sabes bien que no me interesa, lo hice por papá y el bienestar de ustedes.
—Pero.
—Ahora, si me disculpas. Iré a ver a papá, es hora de su medicamento.
—Está bien.
Romina tomó las pastillas de la bolsa y subió a prisa para ya no ver a su madre, que no paraba de atosigarla con lo mismo.
¿Por qué las cosas deben siempre ser complicadas cuando te enamoras? Pensó desdichada.
La felicidad la había encontrado con Renata. Después de mucho pensar, por fin había tomado la decisión de confesar su amor por ella. Era feliz, inmensamente dichosa a su lado.
Era injusto.
Además, existía el otro lado que no se lo esperaba. La nueva novia de Renata. El corazón se le partió cuando de sus labios escuchó decir que ya había alguien más en su vida. No obstante, sentía que sólo fue un arrebato de enojo o despecho. En el fondo sentía que la rubia seguía teniendo sentimientos por ella y era bueno. Tenía confianza en que su tiempo aún no concluía. Y lo seguiría intentando. Al menos, lo mejor que pudiera.
Giró el picaporte de la puerta observando a su padre dormir. Verlo así, débil y cansado, era la peor sensación que pudiera atravesar. No lo toleraba.
Era la única razón del porqué hacía, lo que hacía. Pero ¿hasta qué punto seguiría haciéndolo?
Salió al jardín, luego de conseguir la suficiente calma. Decidida, quiso hacer lo primero que se le vino a la mente. Buscó entre sus contactos el número de interés y sin pensarlo, envió un mensaje.
Romina: Hola.
Al poco tiempo, la respuesta de la rubia la ayudó a continuar con la idea.
Renata: Hola. ¿Pasa algo?
Romina: No, sólo quería charlar con una amiga y me dije ¿por qué no, a Ren?.
Ella respondió asertiva. Siguió mensajeando. Preguntándole ¿Cómo estaba la salud de su padre? Entre algunas cosas más.
Romina: Si, una preocupación menos.
Renata: ¿A qué te refieres?
Romina: jejeje. A nada.
Renata: Romina. De verdad. Dime, ¿Qué ocurre?
Romina: No nada, solo fue una expresión.
Renata: Confía en mí. Puedo ayudarte en lo que necesites.
Romina: No puedes, pero gracias. Mejor, ¿Te parece que cambiamos de tema? Escuché que este jueves habrá una fiesta en la casa de Santiago, ¿Te acuerdas de él?
Renata: Cómo olvidarlo, es quién andaba tras de tí. Lo odie por eso, pero luego nos hicimos buenos amigos. Me da gusto que se vaya a estudiar al extranjero.
Romina: Si que lo recuerdas y ¿No sabía que te caía mal?
Renata: Ya te dije el por qué, pero descuida ya quedó en el pasado.
Romina: Eh… entonces ¿Quieres ir a la fiesta? Es decir todas: Paola, Ana, tú y yo.
Demoró un instante en responder. Y al hacerlo, dijo que sí. Se pasaron casi toda la noche mensajeando. Pláticando de diversas cosas y a veces solo riéndose hasta que poco a poco el sueño las fue venciendo. Cayendo rendidas a los brazos de Morfeo.
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Nos leemos luego.
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