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20. Victorias añoradas.


Disfruten el capítulo.

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—Sé que es algo de lo que no estás acostumbrada a hacer, pero tal vez puedas intentarlo por una ocasión —mencionó Renata a su novia mientras trataba de convencerla en asistir a uno de los partidos de fútbol.

Por el contrario, Silvana se mantenía firme en su postura de mantener su distancia con ella para no caer en “deslices” o tentaciones al tenerla cerca. 

—Lo siento. No puedo asistir. Tengo un viaje de negocios y es imposible posponerlo por… tu juego. 

—Comprendo —se mostró afligida. La pelinegra notó el desplante de ánimo de ella y si quería seguir conservandola como novia, por nada del mundo debía hacerla enfadar. 

—No pongas esa carita —suavizó su habla—. Soy la más interesada en saber tu desempeño deportivo. Pero es inevitable mi compromiso. Asistiré en alguna ocasión posterior.

—¿Lo prometes? —los ojos de Renata brillaron con emoción.

—Claro que sí, cariño —habló con tal afecto que la rubia no pudo hacer otra cosa que asentir a todo. Al poco tiempo, bajaron del auto para dejarla al frente de su departamento.

—¿Quieres pasar?

—No puedo. Debo regresar a la oficina.

Aquello le produjo un malestar a Renata, parecía como si no quisiera pasar tiempo con ella. Y aunque se lo pregunto de frente, Silvana negó excusándose de que tenía mucho trabajo.

—Okay. Entonces, nos vemos —concluyó sin más. Cerró la puerta molesta sin siquiera despedirse como era debido con su novia. A los pocos minutos escuchó el auto arrancar e irse del lugar.

Sintió que su comportamiento fue infantil pero su molestia la absorbió. Estaba segura de que algo mantenía a la pelinegra renuente a pasar tiempo libre con ella. Pero la pregunta era ¿Por qué?

—Tal vez sólo es el estrés y estás descargando tu enojó con ella —susurró para sí.

Días posteriores, el trabajo en el restaurante se encargó de mantenerla ocupada. Hacía un par de días que la pelinegra se encontraba fuera de la ciudad y si era franca, no haber solucionado las cosas a tiempo la dejaba con un mal sabor de boca. Tenía entendido que su viaje al extranjero demoraría una semana y ya contaba el momento de su llegada para disculparse e intentar solucionar su situación.

Por otro lado, la amistad con Romina siguió su curso, y aunque tuvo que dar algunas explicaciones a sus amigas por haberla aceptado devuelta en su círculo social, la situación de su familia con la empresa y la salud de su padre fue un punto crucial para que la apoyaran sin alejarla.

[...]

La tarde más esperada para la rubia llegó, el último partido de la jornada y también el último que jugaría antes de acabar el semestre final en la preparatoria.

—¿Estás nerviosa? —preguntó Paola teniendo rato acompañándola en las gradas mientras esperaban a las demás jugadoras llegar.

—Uhm. Un poco. Más bien, estoy ansiosa. Este será el último partido antes de las vacaciones, luego vendrán los preparativos para ingresar a la universidad.

—Trata de calmarte. Mejor disfrutemos al máximo del tiempo que nos queda antes de decirle adiós a la preparatoria.

—Si. Creo que tienes razón.

—La tengo. Siempre la tengo —sonrió engreída a modo de juego.

—¿De qué me perdí? —Ana quien recién venía llegando se incorporó a la conversación.

—¡Hasta que llegas! —Poala la regaño.

—Lo siento. Pero me quedé arreglando lo de esta noche.

—¿Ya sabes a dónde ir?

—Así es, amigas —emocionada les contó del lugar ideal para celebrar su cumpleaños—. Las tres iremos a una de las zonas más “cool” y exclusivas de la ciudad.

—No puedo creer que ya tengas dieciocho.

—En teoría las tres, Renata. Tú cumplirás también en una semana, así que no hay pierde. ¡Esta noche celebraremos a lo grande!

—Me da miedo tu explosividad —susurró Paola temerosa por lo que fuera a ocurrir.

—A propósito. ¿Tú novia no vendrá al partido, Renata? —Ana la buscó con la vista. La rubia le mencionó del compromiso por negocios en el extranjero sintiéndose afligida al no contar con su presencia en un día tan especial para ella.

—Ni modos, que se le puede hacer.

—Intenta comprenderla —intervino Paola—. Es una empresaria. Las responsabilidades la saturan pero a pesar de eso, busca tener tiempo para salir contigo los fines de semana.

—Lo sé. Creo que a veces se me olvida esa parte de ella.

—Intenta hablarlo con tu novia. Tal vez entre las dos puedan llegar a una solución favorable.

—Si. Lo haré, tan pronto regrese. Gracias, Pao.

Ya no hubo tiempo para conversar. El entrenador había llamado a todas sus jugadoras para que pudieran prepararse antes de iniciar con el partido.

El juego transcurría normal. Faltaban veinte minutos para que acabara y por infortunio, el marcador se mantenía en ceros. Aquello era sumado con un tiro libre a favor del equipo contrario, lo que puso en alerta a Renata.

—¡Venga portera! ¡Tú puedes! —gritaban con entusiasmo a la rubia, sus amigas y algunas personas que se encontraban en las gradas—. ¡Ánimo capitana!

Preparada. Renata se posicionó en la media portería esperando el tiro. Su vista estaba fija al centro justo donde fue colocado el balón esperando a ser lanzado.

El árbitro pitó y la jugadora corrió. Con fuerza medida lanzó el balón en dirección al costado derecho. Fueron cuestión de segundos para que la rubia corriera al punto de impacto y evitará la anotación. La adrenalina del momento hizo que se lanzará lo más que pudo.

El silencio inundó el terreno de juego cuando todos observaron lo que trascendió. Al poco tiempo hubo gritos de celebración así como algunas lamentaciones por el resultado.

El juego siguió, todas estaban ansiosas de cambiar el resultado pero las esperanzas llegaban al límite a medida que el tiempo avanzaba. Finalmente ocurrió lo temido, el partido concluyó y aunque a la mayoría les hubiera gustado cambiar el rumbo del juego, no pudo ser así.

Ambos equipos se despidieron felicitándose por tan maravilloso encuentro. Y a pesar de haber quedado en ceros, sabían que dieron todo de sí.

—Buen trabajo, niñas —Renata, su capitana las felicito por su labor. Todas estaban exhaustas y sudadas dado la intensidad que implicaba su participación en el juego.

—Lo hiciste bien, capitana. Por poco lo consiguen ellas —narró una compañera al recordar el tiro libre y que este fuera evitado.

—Gracias. Ustedes también estuvieron bien —se levantó del césped—. Muy bien. Vámonos a cambiar.

Todas gritaron con entusiasmo.

En la tarde, Renata y sus amigas se encontraban alistadas para la salida que tendría como motivo; celebrar el cumpleaños número dieciocho de la divertida y alocada Ana.

Llegaron al punto de encuentro e ingresaron sin problema al establecimiento.

—Mi papá es amigo del dueño —expresó Ana luego de que las ubicaron en la mesa de su reservación—. Y como es mi cumpleaños no hubo inconveniente en que entraramos.

—Al menos hay poca gente.

—No puedo creer que luego del incidente, vuelva a entrar a un sitio como este —mencionó Renata nerviosa. No le gustaba el ambiente de esos sitios y prefería mil veces divertirse en algún otro lugar.

—jajaja… relájate Renata. Y piensa que en esta ocasión no te vas a topar con una sensual pelinegra a la que tengas que besar —se burló Ana.

—Ya vas a empezar.

—Calmense, niñas —sonrió Paola para bajar la breve tensión—. Mejor pensemos ¿dónde celebrar el cumpleaños de Renata?

—Si. Es verdad. ¡Hay que festejarlo a lo grande!

Entre ideas y planes, se dispusieron a dar inicio a su celebración.

La botella que pidieron estaba por acabarse. En la mesa, Paola conversaba animada con un joven al que se le notaba cierto interés por ella, luego de que sus amigos lo incitaran a acercarse para saludarla.

En la pista Ana y Renata bailaban entusiasmadas y de vez en cuando observaban a la mesa donde su amiga.

—Creo que ya ligo.

—Eso parece.

Al poco tiempo, volvieron a la mesa cuando vieron al joven alejarse. Le preguntaron cómo le fue y aunque estaba algo avergonzada por la experiencia, les comentó que fue lindo y divertido.

—Ahora regreso.

—Si. No tardes, Renata.

La rubia se levantó avanzando entre las personas que bailaban animados en la pista. Llegó a la barra donde un joven pelirrojo atendía y sonriente le ofreció una bebida de cortesía. Ella lo aceptó solo para no verse mal y antes de que se le ocurriera coquetear, Renata le pidió un cóctel que sería para su “novia”. El joven avergonzado entendió y se dispuso a preparar de inmediato.

Mientras esperaba, le dió una vista al lugar. Bastante eufórico para su gusto. Ella prefería la comodidad de una casa mientras se divierte con gente que conoce de antelación. Además, no fue lo único que divisó. A unas mesas del costado derecho, observó una escena que le pareció familiar. Dos jóvenes conversaban, una intentando seducir a la otra que parecía renuente a hablar.

Aquello le hizo recordar la experiencia que tuvo con la que ahora era su novia. Y pensó, que todo hubiera sido otra historia si sus amigas no la hubieran invitado a hacer lo que hizo para descubrir la infidelidad de su novio. Nunca hubiera conocido a tal grado a Silvana. Quizá tampoco se hubiera enterado de la infidelidad de Romina y probablemente seguiría con una venda en los ojos hasta que la bomba finalmente explotará.

—Vaya destino —susurró nostálgica.

El joven trás la barra le llamó para darle su bebida. Ella lo recibió y sin más se levantó para ir de vuelta con sus amigas. No tuvo cuidado al girarse justo cuando personas pasaban cerca. La bebida se derramó en el pulcro vestido de la joven de cabello corto.

—¡Por Dios! ¡Cuánto lo siento! Discúlpame, no me di cuenta.

—Mira por dónde caminas, niña. ¡Ya viste lo que hiciste! —expresó molesta la acompañante de la afectada.

—Jimena. Basta —alegó la joven del vestido. Volvió la vista a la preocupada rubia y le pareció tierna de cierta manera su semblante mostrado—. No te preocupes. Un descuido lo comete cualquiera —sonrió amablemente. Renata pudo apreciar la gentileza en su mirada. Ella era más alta, de cuerpo delgado con un corte de cabello que le llegaba apenas a la altura de los hombros. Por como hablaba, se notaba que no era de la ciudad.

—¡Qué pena! Déjame ayudarte a limpiar —pidió con insistencia.

Se encontraban en el baño. Renata se había propuesto en ayudarla pues se sentía apenada con la situación en la que puso a la joven de cabello corto. Trató de limpiar lo más que pudo para evitar que quedará manchado y ya no tuviera remedio.

—De verdad. No tenías que hacer nada —expresó la joven al ver concentrada a la rubia tratando de quitar la mancha en su vestido.

—Pues otra cosa hubiera sido si me hubieras aceptado el dinero que te ofrecía.

La joven sonrió risueña.

—Eres muy tenaz.

—Un poco —retiró el pañuelo para exprimirlo en el lavamanos—. Listo. Creo que ya no se ve tan mal.

—Tienes razón —revisó su vestido—. De todas formas, no tenías que haberte molestado. El vestido no importa.

—¿De verdad? Eres la primera que escucho decir que no le importa que se le haya arruinado una prenda.

—Pues no sé a cuántas mujeres les has hecho lo mismo que a mí —sonrió con picardía—. Pero déjame decirte que soy alguien que no tiene tanto apego a las cosas materiales.

—Oye. No es lo que dije. Solo que en la escuela escuchó que les interesa más el glamour. Solo me sorprendí.

—Esperó que la sorpresa fuera para bien.

—Sí, por supuesto.

—Muchas gracias. No tenías porqué pero te agradezco —se acercó para despedirse.

—Es lo menos que podía hacer ya que no aceptaste el pago de la lavandería.

—Siempre recordaré lo insistente que eres.

—Me llamo Renata.

—Un placer. Mi nombre es Alondra —extendió la mano.

Se despidieron a los pocos segundos, sólo porque buscaban con insistencia a la rubia ya que tenía rato en haberse ido.

—¿Dónde estabas, Renata? —preguntó Paola preocupada. Les contó del incidente con la joven de cabello corto y todo lo que estaba haciendo para solucionarlo.

—¡Qué torpe eres! —se burló Ana—. Al menos conociste a una encantadora mujer. Pudiste pedirle su número, por si acaso necesita de otro favor.

—¡Ja! ¡Qué graciosa! —habló con sarcasmo Renata—. No malinterpretes mi ayuda. Además, ¿olvidas que tengo novia?

—Que tengas que comer, no significa que no puedas ver el menú.

—Eres una tonta, Ana.

—Cómo sea. Ya vámonos.

Antes de salir del establecimiento, Renata pasó una última vista a la mesa que tenía entendido se encontraba Alondra, pero ya no estaba. Se había ido.

***

El hotel donde se mantenía hospedada la pelinegra era el más esplendoroso de la ciudad. Las luces de los demás edificios eran inferiores. Un punto favorable porque siempre, a medida que fue creciendo su gusto por observar a todos desde lo alto la ponía en un estatus superior.

Por desgracia, no siempre podía mantener firme su filosofía. No cuando la noticia que menos esperaba tener se presentó sin previo aviso.

—Repítelo —su voz aunque firme. Tiritaba en la agudeza de su habla.

—El informe que recibimos de la aerolínea indica la pérdida de la mitad de los pasajeros en el vuelo por la explosión. La otra mitad está desaparecida en las aguas marinas pero debido al mal tiempo en la zona. Los rescatistas concluyeron su labor resolviendo que toda la tripulación se perdió.

—…

—Lo lamento. Su padre falleció.

—Esto… debe ser un error.

El hombre al teléfono concluyó su informe. Silvana colgó la llamada absorta en el impacto de la noticia que llegaba sin piedad en el momento menos pensado.

Su hermano fue el siguiente en marcarle. Él al igual que ella, seguía sin creer lo que ocurrió. Ambos se mantuvieron hablando y Silvana tuvo que poner todo su empeño para calmar la tristeza de su pequeño hermano.

—¿Vendrás pronto?

—Lo intentaré. Descuida. Todo irá bien. Estaremos bien, pequeño —suavizó su habla con el efecto que solo mostraba con él.

—Regresa con precaución, Silvana —finalizó la llamada. La pelinegra guardó silencio por unos minutos tratando de asimilar lo acontecido.

—¿Le reservó el vuelo? —preguntó su asistente que veía todo a una distancia considerable.

—No. Necesito… un poco de tiempo. Esto no lo esperaba —observó a la nada intentando calmar su agitado corazón—. Déjame sola.

Javier se retiró. Se levantó del sofá dirigiéndose al ventanal. Desde ahí, se quedó observando la calma de la nocturna ciudad debajo mientras en su mente un remolino de emociones intentaban salir con desespero.

—No —expresó firme—. Nada de sentimentalismos —levantó sus barreras mentales y en un gran suspiro, consiguió serenar su respiración.

Al fin, sin haber sido planeado. La oportunidad por la que se esmero toda su vida había llegado. La presidencia de industrias Kofmant estaba a un paso de su camino y ya nada podía detenerla de cumplir con el propósito que planeó toda su vida.

—Aún hay trabajo por hacer. Tengo que hacerlo por nosotros —habló decidida para sí.

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Pobre Silvana. La verdad es que hay personas que ocultan lo que sienten.

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Nos leemos luego.

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