17. Experiencias
Disfruten el capítulo.
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Tardaron unos minutos en salir de casa emprendiendo camino al parque de diversiones. El viaje en sí, no duraba mucho y siendo aún temprano, tendrían mucho tiempo para disfrutar del lugar.
Por su parte, Renata no estaba muy segura de que a su novia le agradara la idea al cien por ciento, pues aunque aceptó, la seriedad en su rostro la hizo pensar lo contrario.
Sea como fuera, la rubia estaba encantada de poder pasar el día en compañía de sus amigas y la pelinegra.
Sería una visita interesante.
[…]
“¡Maldita sea! ¿Un parque de diversiones?” Renegó la pelinegra mientras conducía por la carretera. “¡Qué manera tan tonta de perder el tiempo!”
No sabía en qué momento había aceptado salir con Renata junto a sus amigas que no eran más que niñas sin rienda. “¡Un parque de diversiones! ¿De verdad? Siguió recriminando fastidiada. Era lo más infantil que había oído ese día. Y ya tenía muchos de esos.
La pelinegra sereno su mirada bajo la calurosa mañana efecto de una temporada primaveral que amenazaba a cualquiera que detestara el sol, como a ella.
Enfocó todas sus energías para soportar el tormentoso día que la esperaba.
Hasta que una voz la hizo salir de sus pensamientos.
—¿Has ido alguna vez al parque de diversiones, Silvana? —preguntó Renata con curiosidad.
Por supuesto, su respuesta a tal pregunta sería un rotundo no. Nunca, o al menos ella no recordaba haber salido con su familia a un sitio como aquel. Y si era sincera, no sabía que tipo de atracciones habrían ahí.
Lo tendría que averiguar al llegar.
—Si. Un par de veces. Cuando era niña —mintió para no verse ignorante. Esperaba que a la rubia no se le ocurriera preguntar más. No le eran agradables las conversaciones informales o de temas que involucraran a la familia.
—Te encantará recordarlo —sonrió Renata antes de dejarla conducir en paz.
—Claro —se limitó a contestar.
Pronto todas se encontraban formadas para ingresar. Una vez adentro, todas se dirigieron a la primera atracción que según Ana, debían subir cuanto antes.
La pelinegra solamente se dedicó a guardar sus comentarios que estaban cargados de molestia. Optó por seguir a donde sea que ellas querían ir.
Después de todo, sólo eran “juegos de niños”.
Cada una tomó lugar en un respectivo asiento. Teniendo como único objeto de seguridad, un cinturón con abrazaderas.
Ana y Paola se posicionaron en la primera fila, mientras que Renata y Silvana se quedaron en la segunda.
El motor sonaba como el de una vieja locomotora. Toda la larga columna de vagones vibraba a la espera de iniciar. De pronto, la pelinegra ya no se sintió con ánimos de estar ahí, una creciente capa de miedo se dejaba ver en su rostro expectante de lo que pudiera suceder.
—Esto… ¿es seguro?
—Por supuesto —sonrió Renata—. No te preocupes, nada malo pasará. Relájate.
—No, no lo decía porque tuviera miedo —se molestó. Por si las dudas, se mantuvo bien sujeta a las barras de seguridad. Estaba por contestar cuando sintió que el juego inició.
Las cajas móviles comenzaron a avanzar de acuerdo a la dirección de los rieles. Por el momento, la velocidad del motor se mostraba lento, lo que hizo tranquilizar a la pelinegra.
El juego siguió su curso ascendiendo a la cúspide de la pendiente. Desde esa altura se lograba distinguir momentáneamente parte del parque. Silvana notó que no era como lo imaginó pero si todas las demás atracciones resultaban como en el que estaban, estaría en lo cierto: “solo eran juegos de niños”
Nuevamente, el sonido del motor la alarmó. Comprobó que su cinturón estuviera bien colocado y sólo por mera curiosidad, le dió un vistazo a Renata sorprendiendose que tuviera esbozada una sonrisa de emoción.
¿Qué demonios era lo que le causaba gracia? Se preguntó.
No pudo decir nada cuando la caja comenzó a descender a una velocidad impresionante. La mayoría de los pasajeros tenían las manos al aire, gritando con diversión por la sensación de adrenalina que el juego les provocaba. Incluso Renata se mostraba enérgica y compartía la euforia de los demás.
Por el contrario, otra historia era con Silvana. Sentía el viento golpearle el rostro. Intentaba con fuerza mantener su posición estática pero en cada curva sentía que el cualquier momento podría salir disparada hacia un abrupto final.
—¡Wow! Estuvo increíble —musitó Paola a las demás cuando caminaban a la salida.
Silvana sencillamente seguía sintiendo las vibraciones del juego en su cuerpo. Su piel estaba pálida, similar al aspecto de un personaje zombie.
—¿Te encuentras bien, Silvana? —preguntó Renata preocupada.
—Eh. Sí, estoy bien.
—¡Genial! Entonces continuemos —exclamó Ana al darles alcance—. El siguiente es más relajado.
El rostro de la pelinegra palideció más.
—Maldita sea. Me quieren matar.
Todas se dirigieron a algo que Silvana alcanzó a visualizar —por la altura de los árboles— como “tazas giratorias”. Lo que en efecto, era bueno porque ya no habría alturas tétricas o deslices a velocidad.
Qué ilusa fue.
Tan pronto se montaron en el juego, los operadores ajustaron los cinturones —de los hombros a la cintura— de cada pasajero que se encontraban sentados en grupo de cuatro personas en una estructura giratoria de forma horizontal.
Escucharon por los parlantes las recomendaciones para evitar cualquier tipo de lesión.
De manera brusca el juego inicio. Las “tazas” por así decirlo, comenzaron a avanzar siguiendo el trayecto en línea recta, girando sobre su propio eje. Fue en la primera curva cuando comenzaron a girar violentamente. Silvana se preocupó. Ni siquiera podía mantener la vista en un punto fijo por lo que optó por cerrar los ojos y sujetarse con todas sus fuerzas.
Los gritos de los demás pasajeros solo consiguieron causarle estrés. Ella, que siempre estuvo acostumbrada a mantener una postura serena.
¿Qué diría su padre si la viera, ahí? Pensó avergonzada.
Después de dos juegos más, Silvana terminó completamente deshecha. El estómago lo tenía revuelto y un dolor severo en el cuello —producto del último juego— la mandó a asistencia médica.
Renata se mantuvo esperando a su novia afuera de la ambulancia que había en el parque.
—Si siente molestias. Deberá ir al médico— expresó el paramédico cuando abrió la puerta para que la pelinegra pudiera salir. Ella no se inmutó a responderle.
—¿Todo bien, Silvana? -—preguntó Renata preocupada.
¡No! Por supuesto que no estaba todo bien. Pensó furiosa. Se sentía terriblemente dolorida, cansada y estresada. El peor día de su vida, quizá. Estaba por responder con groserías a la rubia que la veía pero se detuvo solo porque no quería arruinar su “relación”.
Hazlo por la presidencia, Silvana. Se repitió. Respiró hondo y con las pocas energías que le quedaban le contestó.
—Si. Solo tengo que usar esto por un tiempo —señaló el collarín puesto alrededor de su cuello.
—Cielos —se lamentó—. Perdón por haberte orillados a venir. Si no hubiera sido por eso tú estarías bien.
Silvana suspiró en su interior. Parecía que la rubia quería llorar y eso la iba a poner de más mal humor. No toleraba a la gente expresar sentimientos como tristeza o alegría. Para ella, representaba una muestra de su vulnerabilidad y las debilidades por las que el mundo a su alrededor se pudieran aprovechar.
Le hacía mal recordar esos sentimientos.
—No. Está bien —intentó mostrar una sonrisa—. No pasó nada grave. Así que no…
Se detuvo de hablar cuando sintió como la rubia se abalanzaba hacia ella para poder abrazarla por la cintura. Fue tanto el cariño mostrado que parecía imposible no sentirse cohibida.
Su propio cuerpo quedó congelado al sentir la cercanía de Renata. No sabía que hacer, el sentimentalismo no era su fuerte y aún así, sentía su fortaleza quebrarse al contacto con ella.
Incómoda, se fue separando hasta zafarse de su abrazo. Bajó la mirada —tanto como se lo permitió el collarín— y con la delicadeza de una flor removió un par de lágrimas de sus mejillas.
—No llores. Estar a tu lado es… suficiente para sentirme mejor —susurró. Renata sonrió avergonzada. La pelinegra la observaba a los ojos bañados en un brillo cristalino, radiantes y extrañamente sinceros. Reconocía que Renata era hermosa y la luz en su rostro, mandaba golpes vibrantes a cada espacio de su agitado corazón.
Entonces ¿Qué era lo que la detenía a deleitarse de ella? No lo sabía, pero cada vez era más difícil soportarlo.
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Nos leemos luego.
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