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13. Sentimientos encontrados


Disfruten el capítulo.

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Con el paso de los días el dolor se fue aminorando. Todo siguió marchando como hasta antes de saber de la infidelidad de Romina.

Por la noche, Renata acompañaba a la pelinegra a sus eventos exclusivos actuando como su novia ante las personas que le presentaban.

En el día, después de la preparatoria, salía rumbo al trabajo donde por fortuna consiguió iniciar sin contratiempos y le iba bien. Se hizo de la amistad de un joven que laboraba en la cocina y con quién solía conversar en sus ratos libres, Tadeo. Él la mantenía al tanto de los acontecimientos del restaurante, los clientes frecuentes o lo relacionado con los compañeros de trabajo.

En la escuela todo transcurría de la misma forma. Los exámenes finalizaban y todos estaban preparados para entrar a las vacaciones de mitad de periodo.

Y respecto a su relación con Romina, la rubia estaba segura que ya no existía relación alguna. Al menos así lo creía.

“... En una de las veladas acompañando a Silvana. La rubia recibió una llamada de Romina, se encontró indecisa de contestar pero debido a la insistencia no le quedó de otra que hacerlo. Buscó que la pelinegra no se enterara y se levantó al tocador por un momento.

—Hola, Ren. Disculpa por ausentarme está semana. Anduve un poco ocupada. Pero ya está todo bien ¿Te gustaría venir mañana a mi casa a pasar la tarde conmigo?

Renata se molestó de inmediato. No le interesaban las excusas que puso porque simplemente comprendió que eran falsas.

—No puedo. Trabajo por las tardes.

—Oh. Cierto. Entonces en otra ocasión será. ¿Tal vez el fin de semana?

—Puede ser —se le ocurrió una idea—. Y con suerte podría ver a tus padres y presentarme como tu novia. Ya va siendo momento de que me conozcan.

Romina se alertó—. Uhm. No creo que sea oportuno. Ellos… han estado preocupados por su trabajo y no quisiera meterlos más presión.

—¿Por qué sería una presión?

—No. No. No quise decir eso. Es solo… —analizó su respuesta—. Solo dame tiempo para decirles primero ¿De acuerdo?

¿Qué les vas a decir? Si ya está todo dicho, pensó Renata.

—Alguna vez… ¿me has fallado? —interrogó la rubia.

—¿Cómo? Por supuesto que no.

—Entonces, no tienes por qué preguntarlo —suspiró decepcionada.

—Cuidate Ren. Nunca olvides que te amo.

—Igual, Romi —finalizó la llamada…”

Aquella fue la última llamada que recibió de su novia. No volvió a tener comunicación con ella, se había ausentado en la preparatoria y nadie sabía la razón.

Y tampoco lo iba a averiguar. Renata entendió que lo mejor era olvidarse de ella. Le dolía como se dieron las cosas, y siendo sincera, nunca se imaginó tal traición de su parte.

Lo único que restaba por hacer —por su propio bien— sería hablar de frente y concluir la “relación”. Aunque le doliera hacerlo. Después de todo, la seguía queriendo.

—Hoy por la tarde vendrás conmigo a un evento de Industrias Kofmant.

—¿¡Qué!? —Eso significaba conocer a su familia, pensó angustiada. Tenía pocos minutos de haber salido de la escuela e iba camino a casa. Aunque creyó tener al fin una tarde libre para ella, la llamada de Silvana le indicaba lo contrario—. ¿Estará tu familia?

—Naturalmente. Alístate. Pasaré por tí a las siete —finalizó la llamada.

—Conoceré a su familia. Eso no era parte del trato —susurró nerviosa. En realidad nunca estipularon lo de la familia. En un principio, Renata había dado por entendido que esa era la razón principal de su falso noviazgo, pensó que Silvana la presentaría desde el inicio con ellos y saldrían sólo a cenas familiares en su lujosa mansión, pero no fue así.

Todas las veces en que fue llamada por la pelinegra era para asistir a eventos o reuniones a lugares que nunca en su vida imaginó conocer. Creyó que probablemente la mujer se sentía sola en esos sitios y sólo quería compañía. Pero se topó con la sorpresa de que probablemente Silvana la estaba preparando para dicho evento donde estaría su familia y tenía que actuar mejor que nunca.

Renata salió de tomar una ducha. Ya había seleccionado el vestido que usaría para el evento, y sólo necesitaba terminar de secar su cabello y maquillarse.

Mientras ocupaba la secadora, sus pensamientos la invadieron haciéndola recapitular todos los acontecimientos en las últimas semanas: Ya no se sentía cohibida al salir con Silvana, el pésimo humor que se cargaba le daba absolutamente igual y actuar como una novia amorosa frente a los demás en ocasiones se tornaba divertido porque de vez en cuando le agradaba molestar de más a la pelinegra. Al final terminó siendo algo —entre comillas— bueno porque se enteró de la verdad con Romina. Una verdad que nunca en su vida se imaginó le sucediera.

El timbre sonó justo a la hora que acordó Silvana. Esa mujer era un caso. Pues nunca se permitía tomarse las cosas con calma.

—Adelante, señorita Renata —el chófer abrió la puerta ayudándole a entrar.

—Gracias —dijo con amabilidad. No era novedad encontrarse con Silvana a un costado de ella. Lo que sí, fue verla excesivamente hermosa más de lo que estaba acostumbrada a presenciar—. ¡Dios mío…! —arrastró entre susurros sus palabras y se giró para ocultar el rubor creciente en sus mejillas.

—¿Te pasa algo?

—No, no. Nada. Estoy bien. Uhm. Te ves bien —se atrevió a confesar.

Silvana arqueó la ceja. Tenía los brazos cruzados y su postura la dejaba tener el panorama de todo a su alrededor. Y desde su punto de visión, conseguía apreciar con sutileza la figura completa de la rubia. Ella era hermosa, sin importar lo que trajera puesto siempre lucía bien. Parecía que nació con el don de atraer hasta el más errante corazón, lo que ya demostraba peligro y sobre todo, pensó que se debía andar con cuidado para no caer presa de su encanto.

Pero por otro lado, qué más daba jugar un poco con fuego. Le gustaba hacerlo, pues hacía énfasis de que su vida y sus sentimientos —ilusamente— sólo los controlaba ella.

—Tu luces hermosa —la observó con descaro hasta ver a Renata sonrojarse y dirigir la vista al cristal.

—Uhm. Gracias —fue lo único que dijo.

Minutos más tarde, arribaron al evento por el acceso privado. Silvana se mantuvo ocupada hablando por teléfono con su asistente antes de ingresar al edificio.

—Por aquí —la llamó a distancia. Al acercarse a Silvana, está la tomó por la cintura. Lo que la confundía porque ni siquiera estaban frente a un público que pudiera verlas.

Ascendieron por el elevador, la pelinegra tecleo el piso y esperaron a llegar. La cercanía de ella ocasionó que Renata pudiera aspirar el exquisito aroma que emanaba su cabello o sentir la calidez de su mano rodeándola sin sobrepasar su límite.

Al abrirse las puertas, fueron recibidas por el personal de recepción.

—Buenas noches, Señorita Kofmant.

—Buenas noches. Acompañen a mi novia a nuestros asientos asignados —se giró a la rubia—. Enseguida estaré allá.

Fue escoltada dentro del lujoso salón. Pese a todos los sitios similares en los que tuvo que asistir con Silvana. Ella seguía sintiéndose extraña en medio de tal mundo. En medio de personas portando finos trajes, etiquetas y apariencias.

—Estás aquí —la pelinegra se acercó a la mesa donde estaba Renata esperando—. Acompáñame.

—¿A dónde vamos? —la siguió.

—Te presentaré con mi familia.

—¿¡Con tu qué!?

Avanzaron hasta una de las mesas. En ella se encontraban algunas personas inmersos en su plática, pero solo uno las observó con entusiasmo antes de levantarse.

—¡Hermanita! —la abrazó con fuerza. Silvana se  incómodo por tal muestra, pero no sé apartó.

—Puedes no ser tan…

—Efusivo. Ya sé —se alejó. Y volteó a ver a su costado dónde su acompañante los miraba. Aunque le costará creerlo se animó a preguntar—. ¡Vaya, vaya! ¿Es lo que creo que es? —sonrió emocionado.

—Mario. Te presento a Renata Sears, mi novia.

—Es broma ¿No? —aguanto una sonrisa.

—No.

—¡Ah! ¡Qué emoción! —le encantó lo escuchado. Se acercó a Renata y la saludó con bastante energía—. Renata es un enorme gusto tenerte aquí.

—El gusto es mío —habló amable.

—Silvana. Esto es un gran paso en tu vida. Espero que cuides bien al encanto de mujer que tienes como novia y… —volteo a ver a la rubia—, escucha. Si te trata mal está gruñoncita, no dudes en contarmelo que yo la sabré poner en regla.

—je, je, je… si. Por supuesto.

—Mario. No la molestes. ¿Sabes dónde está nuestro padre?

—Tu asistente me dijo que estaría reunido con algunas personas, supongo que demorara.

—De acuerdo —se acercó a Renata apartándola de su hermano para que no la siguiera interrogando—. Iremos a otro sitio. Cuídate, Mario.

—¿Ya te vas? Bueno. Está bien —se despidió de su hermana y luego de la rubia—. Cuídate mucho, Renata. Y espero que logres cambiarle el humor a esta mujer. Les deseo lo mejor.

Las vió avanzar entre los invitados pensando en que nunca se imaginó que su hermana pudiera darse otra oportunidad en el amor. Y le entusiasmó conocer a su novia. Renata parecía ser agradable y con esa luz que necesitaba Silvana.

—Lo mejor está por venir —susurró con anhelo.

Ambas volvieron a la mesa cuando dió inicio el evento.

—¿No tienes que estar al frente del escenario como dueña de la empresa? —cuestionó Renata.

—No. Mi padre es el dueño —por ahora, pensó.

—Ya veo —estaba por preguntarle más cosas pero no pudo porque algunas personas se acercaron a la mesa a hablar con la pelinegra.

Aburrida a más no poder, tomó su celular para distraerse, justo estaba por revisarlo cuando una llamada entrante la dejó sobre alerta. Se trataba de Romina.

—Cielos… —escondió el teléfono antes de informarle a Silvana que iría al sanitario.

Salió por una de las puertas de emergencia dónde el ruido era menor. No quiso darle largas al asunto y contestó.

—Renata. Hola —su voz salió tímida.

—Dime —fue cortante. Intentó no sonar grosera pero era inevitable. Después de casi una semana sin saber de ella y sabiendo lo que ocultaba, lo último que deseó fue tener una llamada con ella, ahora—. ¿Qué sucede? —se impacientó.

—Necesitamos hablar —aquello la tomó por sorpresa. No sé lo imaginaba.

—¿Sobre qué?

Un silencio inundó por instantes la llamada.

—Preferiría decírtelo de frente. ¿Nos podemos ver mañana?

¿Podría esperar hasta mañana? Se preguntó. Ya no soportaba la incertidumbre sobre lo que ocurría con su noviazgo. Necesitaba respuestas.

—No. Que sea hoy.

—Pero…

—¿Acaso tienes algún compromiso con… tus padres?

—Está bien. Iré a tu departamento. No demoró en llegar —la rubia finalizó la llamada. No supo qué esperar. Por lo pronto necesitaba alguna excusa para salir del evento. Sin querer había olvidado ese detalle.

—¿Dónde estabas? —cuestionó Silvana al verla llegar.

—Fuí al baño. Me siento un poco mal.

—¿Es grave?

—Me duele mucho la cabeza —fingió—. ¿Podrías dejar que me retire? De verdad, no me siento bien.

La pelinegra no estaba feliz por eso. Quería ocupar la oportunidad para presentar a Renata con su padre pero debido a que se encontraba ocupado le era imposible hacerlo. Tuvo que aceptar pues no le convenía que su enfermedad empeorara.

—Está bien. Te llevaré a casa —se levantó de su sitio, dirigiéndose a la salida.

—A… No. No es necesario que te tomes la molestia. Puedo irme en taxi.

—Dije que te llevo. Muévete.

No le quedó más remedio que aceptar.

Salieron del evento rumbo al departamento. Renata no paraba de pensar en que era lo que Romina necesitaba decirle. ¿Acaso la terminaría? Porque si así fuese el caso, lo mejor era no alargarlo más.

—¿Te ocurre algo? —preguntó la pelinegra sacándola de sus pensamientos.

—No. Sólo me siento agotada es todo.

—Asiste al médico.

—Uhm… si. Lo tomaré en cuenta

Silvana volvió la vista a la laptop. Al lado, su acompañante la observaba trabajar, se notaba concentrada y con bastante energía para continuar.

—Yo… sigo sin comprender. ¿Qué quieres ganar con nuestra relación falsa? —se atrevió a confesar. La otra la ignoró, una vez acabó su última línea escrita, cerró la laptop para voltear a verla.

—No hay nada que entender. Te lo dije al inicio. Tu me ayudas con esto y yo soluciono tu futuro.

—Si. Ya entendí —estaba molesta. Pero no con Silvana, a ella le daba absolutamente igual. Había aprendido a tolerar su sentido del humor—. Te debo de agradecer porque me estás chantajeando —tenía cierto gusto por hacerla enfadar. Después de todo, era lo menos que podía hacer.

Fue un golpe bajo a Silvana. Pero no discutiría con ella. Al menos, no esa noche.

—Empiezo a creer que la del pésimo humor es otra —se acercó un poco a ella—. Tienes la facilidad para sacarme de mis cabales. Pero… hoy no creo que lo consigas.

—Entonces me seguiré esforzando para hacerlo mejor —le sostuvo la mirada por escasos segundos antes de ser informadas que habían llegado.

Renata se adelantó al chófer abriendo ella misma la puerta para irse de una buena vez de ahí. Solo que con lo que no contaba fue que la pelinegra la tomara de la mano, obligándola a volver a su sitio. Y más, cuando se acercó acelerada a su rostro para besarla.

Sus ojos se desorbitaron impresionados por el atrevimiento. Aunque intentó, no consiguió reunir las fuerzas para alejarse de la boca que intentaba poseer la suya con hambre y deseo.

Silvana fue la primera en separarse. Victoriosa, susurró muy cerca de ella.

—Dulces sueños.

La rubia no pudo responder. Terminó asintiendo antes de bajar. Sus mejillas estaban enrojecidas y prefirió no voltear a verla. Ya adentro, protegida de todo y todos se recargo en el muro sintiendo el sobresalto en su corazón.

—¿Qué había sido eso? —susurró nerviosa.

Mientras tanto, la pelinegra tenía esbozada una sonrisa engreída ante su pequeño atrevimiento realizado. Desconocía su motivación para hacerlo pero lo cierto fue que comenzaba a adquirir una especie de cariño hacia ella.

Y eso la ponía intranquila.

A pesar de tener el camino libre gracias a la infidelidad de Romina. No podía involucrarse con Renata. En mente tenía otras prioridades y ella no representaría un obstáculo para hacerlas realidad.

Regresó al evento para continuar monitoreando todo. Se dió tiempo de saludar a algunos asistentes y le interesó la mesa del fondo de quién tenía poco de haber iniciado una sociedad.

—Señor Cazares —se trataba del prometido de Romina—. Un gusto que nos acompañe. Aunque ¿Solo?

—Señorita Kofmant. Le agradezco la invitación. Y me temo que está en lo correcto. Mi prometida tuvo que retirarse antes. No sé sentía bien.

Tan pronto terminó de hablar, Silvana dedujo que algo sospechoso ocurría y no demoró en darse cuenta de ello.

—¡Estúpida Renata! —se enfureció. Le había mentido.

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¿Qué ocurrirá?

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Nos leemos luego.

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