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12. Sorpresas y Desilusión

Disfruten el capítulo.

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—¡Te dije que te darían el trabajo, Renata! —expresó Ana efusiva.

—Gracias amigas. El señor De Gante fue muy amable. Y qué decir del lugar, me agradó.

-—Pues tal vez vaya a visitar a mi tío más seguido.

—Te estaré esperando, Paola.

Después de pasar la última hora libre platicando en el salón de clases. Se prepararon para salir e irse a sus respectivas obligaciones. En el caso de Renata, tenía que ir por aquel vestido para el evento a la que la llevaría Silvana.

Salió lo más pronto que pudo para alcanzar a despedirse de su novia Romina. 

—Creí que ya te habías ido —susurró alegre al ubicarla por el corredor de su piso.

—Estaba por hacerlo. Pero también quería verte —se acercó tímida. Renata la abrazó y luego ambas caminaron detrás de la biblioteca para sentarse un rato.  

El bullicio de los estudiantes que salían de las aulas fue silenciado por un instante. Nada podían escuchar más que la paz que les traía permanecer juntas aunque fuera por breves minutos antes de volver a sus realidades.

—¿En qué piensas, amor? —la rubia preguntó al notar más callada a Romina.

—Sólo pienso… que soy feliz cuando estoy contigo —reclinó la cabeza sobre su hombro—. Me gustaría quedarme así toda la vida.

—¿Todo está bien? —la observó curiosa.

—Si. Lo está —susurró y le robó un casto beso para tranquilizarla. Renata la abrazó con fuerza y la dejó ser.  No tenía intención de presionarla para hablar. Nadie estaba exento de pasar por un mal momento y sólo podía permanecer a su lado, reconfortandola y diciéndole que todo iría bien.

—Te amo —expresó al fin Romina. La rubia se sintió emocionada al escuchar por primera vez esas palabras de ella. Estaban avanzando lento y delicado en su relación y le gustó porque comenzaba a construir un lazo más profundo.

—Yo también te amo.

Si, amor. Ese era el significado de la felicidad, pensó dichosa.

Y por el bien de esa naciente felicidad es que necesitaba contarle la verdad.

—Romi. ¿Tienes tiempo mañana por la tarde para ir a mi casa? —planteó. No quería seguir postergando el tema, por lo que lo mejor era contarle todo lo que le ocurría. No le gustaba ocultar secretos y al tratarse de Romina, es que se sentía mal haciéndolo. Esperaba que la apoyara y si era posible, juntas encontrar alguna solución al embrollo en el que estaba. Quisiera hablarte de algunas cosas.

—¿Qué cosas?

—Sino te importa. ¿Podría decirte mañana?

—De acuerdo. Saldré con mis padres esta noche y supongo que mañana ellos estarán ocupados. Si quieres ¿Nos podemos ver al final de la escuela?

—Si. Eso estaría bien —sonrió agradecida.

Volvieron por el corredor para retomar su camino pese a los nulos deseos de ambas. Trás una despedida fugaz, la rubia buscó de inmediato el auto que se supone iría por ella.

—Por aquí, señorita Renata —saludó cortés el chófer al identificarla—. Suba. Por favor.

—Gracias —al estar adentro, recibió un mensaje de la pelinegra.

Silvana: El chófer te llevará al establecimiento que seleccioné. Elige bien. El auto pasará puntual para la reunión en la noche.

Renata respondió con un simple “sí” pues no creía que alguna plática surgiera de ahí. Pero agradeció que fuera directa, así dejaba de molestar rápido.

Tardo un poco más de lo pensado. La boutique que Silvana escogió tenía tantos vestidos que fácilmente podría perderse en la búsqueda del ideal. Al final, salió con uno que se ajustaba no solo a su personalidad, sino a su economía —entre comillas—. Tampoco le iba a aceptar que gastará en ella y apenas pudiera, trataría de regresarle algo de lo invertido.

[...]

Entre la música de fondo acompañándola. Se alistó lo mejor que pudo para el evento. Sólo faltaban los últimos retoques para estar lista y diera inicio el teatro que aceptó realizar.

Ser la novia perfecta de Silvana Kofmant.

—¡Qué tonterías se les ocurren a los adinerados! —dijo sin más.

El timbre anunció la llegada de la persona que la recogería. Se apresuró a tomar su bolso y el abrigo. Cuando abrió la puerta, vió asombrada por quién se presentaba.

Silvana apareció a la hora acordada frente al departamento de la rubia. Luciendo de igual forma, un pulcro vestido de noche. Más bella que de costumbre.

—¿Estás lista? —cuestionó la pelinegra. Al observar detenidamente a Renata notó que lucía bastante bien. Hermosa sería la palabra correcta.

—Si. Solo eh… ya, ya voy —tartamudeo.

—¿Pasa algo? —volvió a preguntar al estar arriba en el auto.

—Honestamente. Creí que nos veríamos en el evento —expresó dudosa de que obtuviera respuesta.

Silvana la miró de reojo sin expresión alguna en el rostro.

—Supongo que se vería mal si llegamos separadas ¿No?

—Supongo que sí.

Tan pronto llegaron al evento. Caminaron a la recepción del salón. Silvana cautelosamente le dió indicaciones precisas de lo que debía y no, hacer.

Apenas entraron al lugar, la rubia sintió la mano de su acompañante envolver su cintura mientras saludaba amablemente a uno que otro conocido.

Se sintió incómoda por la situación. Nunca había hecho algo como eso y sentía que le faltaba al respeto a su novia real. Lo bueno es que pronto hablaría con ella para que entre las dos lograran hacer frente, sin ningún malentendido.

Su mesa se localizaba en la parte media del gran salón. Por obvias razones le fue imposible reconocer a alguna persona invitada y en parte lo agradecía. Entre menos se relacionara y supieran de ella, sería mejor.

—¿De qué trata este evento? —se atrevió a decir casi en susurro al notar que las luces se apagaban.

—Una invitación de una compañía. Silencio, pronto iniciará.

El orador a cargo del evento se mantuvo hablando durante la siguiente hora. Luego, el director de la empresa acompañado de su esposa subieron al escenario para ofrecer unas palabras al público presente. Al concluir, ofreció un brindis antes de anunciar que su hijo, Jesús Cazares, tomaría el mando de la sede en Alemania.

—Gracias —el joven hombre habló. Esperó a que todo se silenciara—. Es un gran honor aceptar el cargo que me dan. Me comprometo a dejar en alto el nombre de la empresa —hizo una pausa—. Además aprovecho esta oportunidad para informar de un importante acontecimiento. Uno de los motores que me impulsó en mi preparación profesional fueron mis padres y estoy agradecido por eso. Pero también alguien que estuvo presente acompañándome, siempre animándome a seguir adelante. La mujer de mi vida, de quién actualmente tengo la dicha de tener una relación. Hemos decidido contraer matrimonio este año. Ella. Mi novia, Romina Fuentes.

Una ola de aplausos inundó la sala al momento en que su prometida subió a acompañarlo para compartir su felicidad.

Todos celebraron y se emocionaron al notar el tierno desplante de amor que se suscitó en el escenario cuando Romina lo abrazó y recibió sin reproche el cálido beso de su futuro esposo.

Todos, excepto una.

Renata presa del engaño, se levantó furiosa para alejarse de lo que le hizo mal. No hubo descripción para lo que vió. El enterarse de que la mujer que más amaba, por quién creía que valía la pena luchar ocultaba una infidelidad y sobre todo, enterarse que pronto se casaría. Fue algo que no consiguió entender. Un juego traidor, demasiado bajo y ruin.

Llegó hasta uno de los palcos alejados del salón. Ahí, alejada de todos, no lo soporto más y comenzó a llorar como nunca lo hizo.

Seguía sin creer que Romina le pudiera ocultar que ya tenía novio y aún más importante, que estaba comprometida.

—¿Acaso fue un simple juego para tí? —susurró con tristeza mientras intentaba retener las lágrimas que brotaron de nueva cuenta. 

Estaba tan inmersa en su dolor que no se percató de la persona que la siguió cautelosa.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Silvana detrás de ella.

Renata se limpió de inmediato los ojos tratando de incorporarse. Pensó detenidamente la situación y furiosa arremetió con la pelinegra.

—¿¡Tú sabías esto!? —habló sin rodeos.

—No —contestó al instante—. Desconozco lo sucedido pero dado tu reacción allá, me imagino que algo fuerte ocurrió. Esa mujer es tu…

—Era mi novia —completó furiosa. Pero no duró por mucho cuando volvió a quebrar su hablá—. No puedo creer que me haya engañado.

Renata intentó aguantar el nudo formándose en la garganta. Pero la tomó por sorpresa el acercamiento repentino de la pelinegra al envolver su cuerpo en un abrazo cálido que la mantuvo en alerta siendo la primera vez permanecer así.

—Llora todo lo que tengas que llorar y levántate de nuevo. Demuestra que eres mejor que ella —susurró comprensiva. Sus palabras quebraron su fuerza de voluntad desmoronándose de nueva cuenta.

—Es que… ¿Por qué? ¿Por qué lo hizo? —preguntó. No le importó que Silvana estuviera presente y que la viera en ese estado.

—La mayor cobardía de una persona es despertar el amor de un corazón sin tener la intención de amarlo. Entiéndelo niña… —meditó en sus palabras—. Así es el amor.

Permanecieron por un tiempo más abrazadas, hasta que logró serenarse Renata. La pelinegra fue condescendiente y decidió irse antes de acabar el evento. Lo último que quería era armar un espectáculo en el lugar y menos estando las cosas así.

—¿Necesitas algo, Renata? —la observó desde el otro lado del auto. Ella no le prestó atención y siguió observando las vacías calles a media noche en la ciudad.

Silvana no toleraba ser ignorada pero teniendo en cuenta lo ocurrido lo dejó pasar.

—Llegamos a tu departamento —volvió a hablar.

—Gracias.

—¿Estás bien?

—¿Te importa? —habló sin ganas.

—No.

—Eso creí —desabrocho su cinturón para disponerse a bajar. Silvana le tomó la mano captando su atención.

—Pero no tolero tu estado de ánimo.

—¡Qué novedad! Una más para agregar a lo que no toleras —la vió fruncir el ceño a punto de hablar—. Relájate, solo bromeó —contestó sin una pizca de humor.

—Tienes la facilidad de ponerme al límite de mi paciencia pero… lo dejaré pasar en esta ocasión.

—No necesito tu lastima. Pero descuida, no volverá a suceder. Sólo… no quiero pelear, ahora.

—Concuerdo —se acercó a ella—. Pero que te quede claro que la única que pone la última palabra soy yo.

—Lo sé —bajó del auto sin despedirse. No estaba de ánimo para hablar con nadie. Mucho menos con Silvana que le era indiferente su estado emocional.

A pesar de ello, algo de lo que dijo fue cierto. Ella era mejor que Romina y la burla que le propinó a su corazón tarde o temprano el karma se lo cobraría.

[…]

Al día siguiente, Romina estuvo buscando a la rubia por todos lados al término de la escuela pero nunca la halló. Cómo habían acordado el día anterior, irían juntas al departamento pero se topó con la noticia de que ya se había ido.

—Hola. ¿Dónde estás? Te vine a buscar al salón pero me dijeron que ya no estabas —expresó en la llamada.

—Lo siento. Tengo cosas que hacer.

—¿Pensé que necesitabas decirme algo? Sonaste seria. Parecía importante.

—Solo una tontería que ya quedó resuelta.

—Uhm… Está bien. De todas formas, puedes confiar en mí para cualquier cosa que ocurra. Lo sabes.

—Si. Lo sé muy bien, Romina —prefirió guardarse sus comentarios—. Nos vemos después.

—Claro. Cuídate —se extrañó de su reacción.

—Adiós —finalizó la llamada y se abrazó a sí misma mientras sentada veía sin interés el césped en su lugar especial, justo detrás de la biblioteca en la preparatoria—. Mentirosa —susurró con tristeza.


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No sé, pero este capítulo me duele más que antes.

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Nos leemos luego.

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