Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

9. La culpa es de la muerta

Pasé por una etapa de negación, fue corta, casi ni llegó al día. Estaba seguro de que todos me mentían, lo único que había visto durante los últimos días fue a unos locos que se aferraban a la mentira, porque la verdad era todavía más absurda. Me daba igual que fuera mi familia, para mí ellos también estaban locos. Llegué a pensar que todo era un complot; me estaban mintiendo para ponerme a prueba, o por pura malicia. Akina seguía dentro de la casa, o en alguna parte del pueblo.

Cuando, antes de llamar a la policía, decidieron buscarla por todo el pueblo, me vi obligado a quedarme en casa. Grité, les insulté y les dije de todo. Sabía que les dolería, fui a hacer daño. Lo que yo no sabía es que a quien más hería era a mí, pero la negación me lo impedía ver. Negaba ser el culpable de su ida. Negaba creer la discusión de anoche. Negaba que la culpable era Aika.

Me quedé con mi abuela y Sakura. A mi amiga no le había afectado tanto la situación, claro que le tenía apego a mi hermana, pero no era lo mismo. En realidad, apenas la veía, por eso cuando tenía oportunidad se le arrimaba mucho. Claro está, jamás había desarrollado ningún tipo de relación con ella, así que cuando desapareció sintió más lástima por mí que por Akina. Después de eso no la vi en todo el día, pidió silencio y que la dejaran sola en la habitación donde estábamos alojados.

Me quedé a solas con mi abuela, en la cocina, aunque no recuerdo por qué. Tenía los ojos llorosos, con una mirada perdida en el vacío. Aunque miraba algo, era como si hubiera dejado que la situación le ganara, pero ella no quisiera. Parecía que fuera consciente de que había que luchar contra algo.

—¿Quién se llevaría a una niña...? —susurró. Yo callé, un sentimiento de rabia creció dentro de mí. La fulminé con la mirada, no debió decir eso, Akina estaba en alguna parte de la aldea.

—Y no es la única —volvió a decir, con la voz temblorosa. Las palabras parecían salir casi de un jadeo—. Entiendo al resto, ¿pero y ella? ¿Qué hizo ella de malo? Mi niña, la pequeñita de la casa.

Hubo un mutismo entre nosotros, el tic-tac del reloj sonaba a cada segundo, escuché el piar de los pájaros, que seguían con su vida siendo inconscientes del infierno sobre el que volaban. Una brisa amarga de aire cálido entró por la ventana, empecé a sudar. Miraba a la nada, como si el tiempo se hubiera parado y sabía que nadie me iba a molestar. Eso me gustaba, cerrarme en mí mismo. Pensando en Akina todo el rato, vi que también hubo más afectados por lo mismo.

Poco a poco, la fase de negación se disipaba, pero ahí seguía. Así la desesperanza caminaba a hurtadillas y se colaba en mi mente.

—¿El resto?

Mi abuela sabía más de lo que aparentaba.

—Esos desagradables que murieron. Se lo merecían, por malos, que eran unos ogros. —Aunque había tardado en preguntar, fue como si no lo hubiera hecho. No lo sabía en aquel momento, pero acababa de explotar una bomba que crecía conforme seguían los años. Mi abuela, que durante toda su vida había estado guardado problemas, pensamientos y secretos, tanto suyos como ajenos, pues así la habían educado, estalló. En aquel momento fue más por un odio latente a esas personas, sumado a la pérdida de su nieta—. El maldito hijo de un asesino al que defendió. Muerto por un cuchillo, como se lo merecía. Sabía que mató a una pobre niña, todos los sabíamos, y él lo negaba como si fuera otro santo.

»Y ese horrible matrimonio, que veían pedofilia. Como si un niño fuera para ellos basura que pisotear. Desaparecidos y tragados por la aldea, así ya no verán a más niños siendo castigados.

Ella paró, le temblaba tanto la voz que apenas pude distinguir las últimas palabras que dijo. Comenzó a llorar, luego me miró con unos ojos que denotaban una tristeza profunda y meneó con la cabeza, como si me suplicara que aquello fuera un secreto. Para ella, aquel era uno de los que vivían en la boca, esperando a ser liberado. El odio vive así, promulgándose.

Sí supe tiempo más tarde a quién se refería con lo del cuchillo, pero no con el matrimonio. Cuando llegué, nadie me dijo que quienes habían muerto fueron Takeshi y su mujer, aquel hombre que me caía tan mal y con el que me crucé en mi primer día en Fubasa. Cuando me di cuenta me chocó, verlo con una sonrisa para luego... Bueno, ya estoy volviendo a adelantar acontecimientos.

Mi madre volvió a casa, sola. Mi padre y mi abuelo seguían buscando a Akina, por si acaso seguía viva y se había perdido por el pueblo. Eso fue lo único que nos explicó, después se fue al teléfono e hizo varias llamadas. Supuse que, por su forma de hablar estaba denunciando la pérdida de su hija. Lo hacía de una forma calmada, pero luego en algunas frases se la veía agitada y llegó un punto en el que casi expulsó todo el veneno con la persona de la otra línea.

Aquella noche mis dos padres se fueron y nadie quiso decirme adónde. Pensaban que cuanto más me ocultaran mejor para mí, lo que no era cierto. Cuanto menos supiera más ansiedad me entraría, y así pasó.

Es curioso cómo podemos comportarnos los humanos y el montón de sentimientos que se pueden producir ante una sola situación. Si bien al principio mi fase de negación parecía desaparecer con lentitud, en una sola noche ya se había ido lo que quedaba. Así la desesperación llamó a mi puerta, no lo hizo como una invitada más ni tampoco me saludó. Me miró a los ojos, sonrió. No era una sonrisa agradable.

Le dio la mano al pesimismo y juntas caminaron por los pasillos de mi casa. Así tuvieron un hijo que ni siquiera podía llamarse Tristeza. Nació de lo más profundo del averno, cuando lo hizo no lloró, a aquello no se le podía llamar llanto. Sus gritos guturales eran tan agudos y a la vez tan graves que causaban daño a los oídos. Aquella criatura se alimentaba de sí misma, y cuanto más grande se ponía mayor era su poder en ti. Así, se desencadenaba un círculo vicioso donde el único afectado eras tú. Rezabas para que no hubiera quedado nada, era tu única salvación, pero aquello no podía ser.

No sé qué me dolió más. Saber qué le había pasado a Akina y no poder hacer nada o su pérdida en sí.

Creo que la primera.

La rabia se apoderó de mí dos días después. Hasta ese entonces veía a mi familia mirarnos a Sakura y a mí con condescendencia. Los veía de un lado para otro, intentaban mantenerme todo lo alejado que podían y me prohibieron salir de la casa, por miedo a que me sucediera lo mismo. A veces veía a gente que desconocía llamar a la puerta, en cuando lo hacían me echaban. Era como si así negaran el hecho: si no hablaban de Akina ella no existía.

Ese día, por la tarde, cuando quedaba una semana exacta para volver al instituto mi madre nos llamó a ambos. Por una vez hizo algo bien, que fue el no hacer nada. Tenía pensado que volviéramos a Saitama, que a los padres de Sakura no le importaría que me quedara con ellos (ya que era mejor quedarme con un amigo, eso me distraería más) o, a las malas, irme con un familiar. Me preguntó qué era lo que yo quería.

—Quedarme.

Suspiró, no se esperaba esa respuesta. Miró a Sakura, quien se encogió de hombros.

—Nosotros nos quedaremos hasta que sepamos algo, pero antes de que empiece septiembre tú tendrás que volver a Saitama.

Aquello ya no era una petición, sino una orden. Había un truco y era ese, claro que podía quedarme, podía hacerlo porque en tal caso serían unos días en los que me duraría la estancia en Fubasa. Con la excusa del instituto se ahorrarían más problemas y más insultos llenos de odio.

Después telefoneó y lo cogió la madre de Sakura, la mía le explicó todo lo que había sucedido con más detalle (puesto que la señora Kinomoto sabía de lo sucedido fue más rápido de lo esperado) y ambas acordaron que para el 31 yo ya estaría en su casa.

No acepté lo que me tocaba. Ahí fue cuando sentí culpa. ¿Y si Akina había decidido escaparse por todas las cosas que le dije? Quizás yo podría haberlo evitado si le hubiera perdido perdón, o haber cerrado la maldita boca. Tenía razón, yo había sido tan egoísta que ni siquiera había pensado en cómo se sentía ella, podría habérmela llevado, seguro que habría traído más alegría a todo el asunto. Tan alegre, esa carita que se le iluminaba cuando veía algo que le gustaba y que ya jamás volvería a presenciar.

Decidí incumplir la norma más importante que había recibido: no salir de casa. Lo hice cuando nadie miraba, tampoco Sakura. Cogí los zapatos cuando nadie se daba cuenta y, bajo la camiseta, fui al baño. Allí había una ventana pequeña, por suerte para mí yo cabía perfectamente y, tras calzarme, salté al exterior.

Crucé el jardín mientras vigilaba que nadie me veía por las ventanas y, en cuanto crucé la entrada eché a correr. Al principio no sentí culpa; no pensé en mis padres y en cómo se podían sentir, creía que todo eran paranoias absurdas y que Akina había desaparecido dentro de casa, así que la situación era la misma para mí estuviera donde estuviese. Todos estaban locos.

Pisé la montaña, o aquello que yo llamaba montaña. Esa colina que se extendía al empezar el bosque que rodeaba la aldea. Sabía adónde me dirigía, pero era el único lugar donde estar solo. Ya me estaba hartando de que quisieran controlarme todo el rato, a pesar de no mostrar ningún tipo de interés en mí. Cuando quise intentar correr la coordinación me falló, puse toda mi atención hacia arriba, al final de aquella colina. No lo hice bien, moví primero una pierna y la otra imitó el gesto, pero falló ya que era un terreno irregular. Tropecé con algo y me caí al suelo. Emití un gemido de dolor, las manos se me habían clavado en algo áspero que no era la hierba seca.

Al inclinar la cabeza hacia abajo vi como una especie de tabla escondida entre los hierbajos No era muy grande, estaba tan desgastada que era inútil. Había quedado reducida a un trozo quemado y lleno de astillas, levanté las manos y lo agradecí. Cuando fui a cogerla me percaté de que era del mismo color que los árboles. Recordé lo del incendio, ¿y si aquí fue donde pasó? Tiré el trozo de madera al suelo y seguí avanzando, cuanta más amargura me apretaba el pecho más consumido me sentía. Una imagen fugaz de mi padre pasó por mi cabeza, no quería ser como él.

Seguí caminando.

Cuando llegué a la escuela sentí como si hubiera pasado un año de la última vez que la vi. Estaba igual, condenada a perderse en el tiempo. Me quedé en el patio mientras contemplaba el edificio, faltaban varios tablones y había considerables huecos por los que pasaba la luz al interior. ¿Yo estaba así? Me odié, debí haberme callado, por qué tendría que haberle gritado a mi hermana. Todo aquello era una absurdez, ya me lo decía mi madre: «donde haya yôkai tú no aparezcas».

Vi una silueta al fondo, el miedo me recorrió por todo el cuerpo. No pensé en correr, tampoco creo que hubiera podido hacerlo de haberlo intentado, no sentía las piernas ni los brazos. La vista se me nubló, deseaba que no fuera un espíritu quien se estuviera acercando. Me hice ilusiones falsas creyendo por un primer momento que era Akina quien asomaba, hasta que vi que la silueta era más alta que yo.

De la penumbra apareció un hombre con una cara chupada, su paso era lento y se detuvo en mí. Lo hizo a cierta distancia, pero podía oír su respiración cerca de mí. Cruzamos miradas, aunque mi vista seguía sin funcionar completamente. Noté su piel pálida y su columna torcida, llevaba manos en los bolsillos y una chaqueta que daba calor solo de verla. Cuando el viento me sopló en la cara el tipo prosiguió su camino como si yo no existiera y caminó en dirección a Fubasa.

Jadeante, esperé lo suficiente para que se alejara. No me tranquilizaba y ya no sabía si había visto a un vivo o a un muerto. O ambas. No estaba seguro pero me parecía haberme cruzado con el nieto de Kobayashi, él afirmó en su diario haber ido a la escuela varias veces. Me asomé tras el muro que rodeaba el colegio y no le vi por ninguna parte, lo hice con la intención de gritarle, pegarle, todo lo necesario para pagar mi amargura y frustración con él. No estaba, tuve que admitirlo, tampoco tenía ganas de seguirle. Acabé por sentirme impotente, le odiaba.

Me di media vuelta y entré a la escuela maldita. La sensación que tuve la primera vez que entré había desaparecido. Me sentía cómodo, parecía que si yo me transformara en un edificio sería en el que estaba. La idea daba miedo, porque significaba afrontar algo que quería evitar. A pesar de que ya era tarde, porque sí, yo ya estaba consumido y deteriorado.

Intenté abrir aquella puerta atascada pero no pude. Pensé que detrás se escondería mi hermana, me la imaginé pegándome un susto cuando entrara en el aula. Ella estaría escondida tras la puerta y me gritaría «¡Buh!», después de eso chillaría, le diría que jamás volviera a hacer eso y Akina se reiría. Después volveríamos a casa, como si nada hubiera pasado nunca.

Volví a intentarlo. Se mantuvo quieta, ajena a mi presencia. La fantasía me dejó un mal sabor de boca y un tiempo frente a la puerta. No llegué a pensar en nada, mi mente estaba vacía como si en ella no hubiera más que estática. Subí al piso de arriba y entré en una de las aulas del fondo, allí me sentía seguro, más apartado y escondido del resto del mundo. Era bonita, al menos me lo pareció aquel día. La luz del sol incidía sobre ella y le daba tonos amarillentos. La madera estaba comida y había algunas sillas tiradas por el suelo. La pizarra tenía algunos manchurrones blancos, los pecheros parecían haber sido arrancados de la pared y estaban esturreados por el suelo, uno de ellos estaba partido por la mitad.

Creo que era la iluminación lo que quitaba ese ambiente de perturbación, al final quedaba una habitación tranquila y apacible. Pude ver las montañas y me fijé en el bosque Hotaru. Recordé el primer día, cuando Akina se acercó demasiado a él y yo sentí que, de no haber sido por mi abuelo, jamás la habríamos vuelto a ver. Esa sensación que tuve de que el bosque la quería.

Me senté en el suelo y me eché a llorar.

No sé cuántas horas pasaron hasta que vi a Sakura entrar por la puerta. No tuve tiempo de reaccionar, corrió hacia mí y me abrazó. Estaba nervioso y con el corazón latiendo a cien. No me la esperaba, ni siquiera la había escuchado acercarse. Sollozó a mi lado, mientras hundía la cabeza en mi hombro, no hice nada, solo callé.

—¡¿Dónde has estado?! —gritó, con la cara húmeda de las lágrimas y la mirada partida. Se había apartado de mí, aún con las manos sobre mis hombros. No respondí, hubo silencio—. Respóndeme... Por favor. Creía que tú también habías desaparecido.

Silencio.

—Hikaru... Mitsuki y Kazuo han venido conmigo, están en la puerta —farfulló, sus temblores provocaron que mi cuerpo se tambaleara. No me encontraba a gusto—. No estás solo, le importas a más gente. Nos haces daño.

Volví a llorar, esta vez delante de ella. Al contrario de lo que pensaba me hizo sentir mejor. Tener su mirada sobre mí, el consuelo de poder tocar a alguien y poder exteriorizar mis sentimientos me aliviaba.

—Por mi culpa no está, ¿y si se largó por la noche y se perdió? El bosque la quería, y tú lo sabes. —Alcé la voz en esa última frase, para remarcarla. Y, aunque yo no fuera el causante, aquella última discusión me seguía doliendo. Temía que aquello fuera lo último que le dijera en la vida y eso me carcomería por dentro hasta mi muerte—. No tenía que haberle dicho nada, podría haberle respondido que siempre podía venir conmigo adonde fuera, o que yo necesitaba espacio. Jugar más con ella, no lo sé, soy idiota, un monstruo. Y ahora está...

Se escuchó una palabra extraña. No era una palabra, era un sonido ininteligible. Muerta, esa era la palabra maldita. En dos días una niña de siete años podría haber muerto y más metida dentro de un bosque. A pesar de la idea no fui capaz de aceptarla, era consciente de algo que no asimilaba. Creí la mentira, pese a saber que era no era real.

—Por mi culpa Akina no está. Me odio.

Sakura me dio una bofetada, me escoció la cara y me llevé la mano a la mejilla. Casi me levanté para devolvérsela, pero al hacerlo volví a caer. Notaba el tacto caliente y una sensación de mareo que me impedía pensar con claridad. Ya no soltaba lágrimas y aun así seguía llorando.

Mi amiga tampoco estaba mejor, se veía en su rostro que estaba mal, y que se debatía entre la ira y la tristeza. Primero fruncía el ceño, luego entristecía la mirada, después apretaba los ojos, ya no sabía qué hacer. Se había levantado para darme esa bofetada, me quedé preguntando por qué lo habría hecho. No pensaba en nadie más, sino en lo que me consumía.

—¡No es culpa tuya, Hikaru! ¡Ya has visto que ha pasado más veces, acéptalo! —Me escupió algo de saliva, yo la contemplaba aturdido por la bofetada. Se inclinó hacia mí, el cuerpo le temblaba y las manos lo hacían mucho más—. ¡Shoganai, imbécil, shoganai! ¿Crees que va a servir de algo venirte aquí y preocuparnos? Yo también estoy mal, me duele todo, pero qué quieres que haga.

—Déjame —sollocé. No parecía una orden por el tono en que lo había dicho.

—Hikaru, ven conmigo, volvamos a casa de tus abuelos. Pensaba que te había perdido. —Estaba consumido por mis propios problemas, ver a alguien que me importaba igual que yo hacía que esa sensación fuera el doble. ¿Les estaba haciendo daño a mi familia también?—. Llevamos todo un mes intentando hacer algo, ¿por qué rendirse? Aika tiene la culpa de todo, ¡no tú!

—Yo nunca quise hacer nada, fuiste tú —la acusé.

Dio un paso atrás, soltó un jadeo y se llevó las manos al pecho. Me levanté con dificultad y la vi despeinada, con los ojos del mismo color que su pelo. Ahora ella miraba al suelo, yo la acusaba con mi odio.

—Volvamos —me imploró.

Me cogió de la mano. No la aparté, la seguí hacia el exterior y ya no sabía qué pasaba conmigo. Al salir vi a Mitsuki y Kazuo esperando, los sentía como unos desconocidos que no había visto en la vida. Durante todo el trayecto no hablaron, de hecho, ninguno lo hicimos. Tras salir del bosque y llegar a la aldea nos separamos, peor fue tras intercambiar un par de palabras con Sakura.

—Para lo que necesites, aquí estamos —dijo ella. No miró a nadie, pero sabía que no iban para mí.

—Muchas gracias —respondió Sakura, con una voz rota.

Ese día esperé un castigo que nunca llegó. Mis padres me abrazaron, demasiado conmocionados para castigarme. Estuvieron pendiente de mí más que nunca y no se apartaban de mi lado salvo para dormir. Casi no se hablaba en esa casa, y cuando se hacía yo no podía estar presente. Me obligaban a estar con Sakura, otra que se negaba a alejarse de mi lado.

Nunca me preguntaron adónde había ido. Solo sé que dejaron a Sakura ir en mi busca, ella aseguró saber dónde me encontraba. Lo único que hicieron fue pedirme que no lo volviera a hacer, que pensara también en ellos y que entendían que todo me doliera, pero que debía actuar con prudencia.

Por las noches habrían cerrado todo si no fuera por el calor. Y, ni con esas, seguía estando solo. No me sentía cómodo. Muchas veces intentaba volver a escaparme, pero lo que me dijo Sakura y el estar controlado por completo lo impedía. De todas formas, algo en mí gritaba que debía volver a la escuela, estaba seguro de que eran mis ansias por estar solo de nuevo. Quería esa tranquilidad de vuelta, que me hacía creer que todos mis problemas estaban lejanos y que, por ello, no debía preocuparme. Eso consolaba, a pesar de saber que no era cierto y agarrarme a la miseria.

El veintiséis de agosto, a la noche, me di cuenta de algo. Podía visitar la escuela de nuevo, aislarme en la calma y volver antes de que fuera de día. Como todos estaban durmiendo no se darían cuenta, por lo que no pasaría nada. Yo tendría mi momento de calma y ellos no se preocuparían, creerían que todo va mejor, aunque fuera mentira, y la mentira les haría felices.

Terminé por ponerme los zapatos a pesar de que lo veía más arriesgado. No era capaz de pensar en pisar la hierba descalzo, ni mucho menos aquella jungla. Me di prisa por llegar a la escuela, cuanto menos tardara mejor. Llegar al edificio no me consoló en absoluto, tenía una espina clavada dentro de mí, pero ya que había llegado no podía echarme atrás.

Lo siguiente que recuerdo fue vago, como si todo sucediera en un sueño. Parecía que nunca hubiera existido, a pesar de que estoy seguro de que sí.

Cuando volví al aula me topé con alguien. No era Kobayashi, me hubiera gustado gritarle que era un asesino y que estaba loco, que todo lo que tenía se lo merecía, pero nunca tuve aquella oportunidad. Me encontré a una niña, tendría unos diez años, era casi de mi altura y estaba apoyada en el marco de la ventana. Por alguna razón no me extrañó verla ahí. Aunque habría sido un hipócrita, viendo que yo era otro niño que se había escapado en mitad de la noche para estar en aquella escuela.

Cuando se giró pude verle la cara, no recuerdo cómo era su rostro, en mi mente hoy está la silueta, su contorno, pero no recuerdo su boca, ni soy capaz de imaginarme sus ojos. Sé que tenía unas mejillas grandes y redondeadas.

Aspiró aire a causa del susto, se llevó la mano al pecho y se inclinó hacia fuera. Hice un ademán para acercarme a ella, pensaba que se iba a caer, pero no lo hizo.

—Oh, yo...

Meneé la cabeza.

—No pasa nada —susurré, la tranquilidad de la noche le permitió oírme.

Su mirada se entristeció cuando la luz de la luna me dio en la cara. Avancé hacia ella, más que nada para adentrarme en la habitación, no me sentía cómodo estando en el pasillo de un edificio abandonado. No me agradó mucho que hubiera alguien más ahí, creo que podría haberme ido sin más, tenía miedo de que por ella mis padres se enteraran de que estaba ahí. Entonces caí en la cuenta, ¿y si al levantarse para ir al baño miraban en la habitación para asegurarse de cómo estaba?

—Oh —susurró ella, con una connotación de tristeza—. Tú eres el chaval que ha perdido a su hermana.

Sentí como si una viga me atravesara por la mitad, pero en vez de una viga fueron sus palabras. Había venido para distraerme y alejarme de todo lo que me rodeaba, porque me recordaba que Akina ya no estaba. Sin embargo, había acabado por ir a otro sitio donde ocurría lo mismo. Tuve que aguantarme el llanto, pero una lágrima odiosa se escapó por mi mejilla.

—Lo siento mucho, mis papás me lo han contado.

—N-no, n-no... Gracias. —Desconocía qué contestar, y ya tenía suficiente con intentar no amargarme más.

Llevaba días en los que todo me recordaba a ella, donde la felicidad parecía algo lejano. Mi madre estaba deseando que por lo menos yo me marchara de allí, la había escuchado una vez, pero que aguantaba sólo porque sabía que de estar lejos podía dolerme más. De ese modo ya sí que no podría haber hecho nada. Fue como si la niña me leyera la mente.

—¿Ves ese bosque? ¡Ven! —Parecía animada. Suspiré, me acerqué a la ventana y la vi con sus mejillas levantadas, hacía mucho que ya no presenciaba a alguien estando alegre.

La niña señalaba al bosque de las luciérnagas. Yo lo miré, me pregunté si habría luciérnagas revoloteando que la lejanía o los árboles me taparían.

—Sé dónde está tu hermana.

Contuve la respiración unos segundos. ¿Acababa de decir lo que yo creía? No le vi la cara, estaba con los ojos puestos en el bosque y agradecía aquello, era incapaz de hacerlo. ¿Estaba jugando conmigo? La llamita de la esperanza creció, dejé de ser dueño de mí y me volvía a imaginar a Akina junto a mí, todavía recordaba su rostro y temía que se me olvidara. No respondí, así que me dio unos golpecitos con la espalda para llamar mi atención. Al girar la cabeza vi que parecía esperar algo.

—¿S-sí? —gimoteé. No me lo podía creer. Todo era muy surrealista, temía levantarme después y ver que todo era mentira.

—El próximo atardecer ponte delante del bosque Hotaru —me informó. Se apartó del marco de la ventana y se colocó en el centro de la clase. Yo me di la vuelta y le alejé de la pared, no me sentía cómodo—. Te espero allí.

Se fue antes de que ledijera nada, quería hacerle unas preguntas. No me dio tiempo, cuando salí alpasillo ella ya no estaba, pero podía escuchar madera crujiendo en el piso deabajo. Atontado, y sin entender nada, decidí imitarla y volver a casa de misabuelos.



------------------------

Shoganai es una palabra japonesa que no tiene traducción en nuestro idioma que tiene un significado muy amplio. Significa aceptar las cosas tal y como vienen. No quiere decir que haya que resignarse con lo que se está inconforme, sino aceptar aquello que no se puede cambiar y esforzarse por mirarlo desde un punto de vista más positivo o ponerle otro tipo de enfoque.

O sea, que no merece la pena preocuparse por algo que ya no tiene cambio y que eso es una pérdida de tiempo. De esta forma evitar sufrir de más e innecesariamente.

¡Gracias por leer y por llegar hasta este punto!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro