8. El secreto que guardaba el silencio
Conforme avanzábamos hacia Fubasa una angustia latente crecía en mí. La noté creciendo desde los dedos de los pies las el final de la cabeza, me rodeaba como si fuera una serpiente a punto de devorarme y yo no pudiera más que quedarme quieto a esperar. Casi estuve por saltar desde la ventanilla. Intenté tranquilizarme con los árboles al borde de la carretera, de un color verde oscuro que señalaba que todavía quedaba verano, a pesar de que el otoño ya estaba a la vuelta de la esquina.
Al girar mi cabeza hacia la derecha descubrí a Sakura con la mirada fija en el frente. Permanecía inmóvil, quieta, casi parecía una muñeca sin vida, como si no mirara a nada. Me resultó bastante siniestro. ¿Estaba pensando en algo? ¿Seguiría queriendo saber más sobre las desapariciones?
Yo me debatía entre dos sentimientos encontrados. Por un lado, quería volver a casa y olvidarme del tema para siempre (todavía estaba a tiempo de hacerlo). Por otro, la última conversación que tuve con Mitsuki me dejó tan intrigado que era la causa del estrés que llevaba esos días. La idea sobre lo que me podría haber dicho fue tan fugaz, posible y, tan repetitiva, que tuve que volver a pensar más en ella para generar una emoción: una nueva muerte.
Una vez volvimos a casa y saludamos a mis abuelos me fijé en ellos. Intenté averiguar cualquier sospecha sobre si había ocurrido algo que no nos querían decir, pero nada. Lo guardé todo, fui demasiado deprisa, incluso mi hermana se irritó conmigo; ella tampoco parecía muy contenta estos días.
Dejando a un lado todo aquello, fui adonde me interesaba: la casa de Mitsuki. Sakura fue conmigo, me irritó saber que toda la rapidez que me había tomado resultó ser inútil, puesto que ella se tomó con más calma guardar su ropa en el cajón y estuve unos minutos en el rellano, esperándola.
Por si aquello fuera poco, Mitsuki no se encontraba en casa: había salido. ¿Quién salía en verano a las cuatro de la tarde? Hacía un calor pegajoso, que se fundía con la piel y no te dejaba respirar. Tampoco su madre tampoco entendía muy bien el porqué lo había hecho, pero estaba emocionada y tampoco tenía una excusa para impedirle salir a la calle.
La aldea no era muy grande, y mi amiga decidió que donde más probabilidades habría que estuviera sería en el parque. Este estaba rodeado de unas vallas pintadas de verde, con un par de columpios, un tobogán justo al lado y un subibaja en la otra punta. Cada bando tenía al lado un árbol que le daba sombra y, en uno de ellos, se encontraban Mitsuki y el desagradable de Kazuo. Al entrar me disgustó que incluso ahí no hubiera farolas.
El chico, al percatarse de nuestra presencia, escondió un libro entre la espalda. No lo hizo bien; intentando guardarlo tras la espalda se le escurrió y cayó al suelo con el lomo hacia arriba. La tapa era de un color rojo, con bordes dorados. No poseía ningún nombre, así que entre la actitud del chaval y eso, empecé a sospechar que no era un libro precisamente para leer.
—¿Qué es ese libro? —optó por preguntar Sakura.
No recibió una respuesta, en su lugar. Mitsuki y Kazuo intercambiaron miradas entre sí, estaban temblando mucho —el propio banco parecía menearse—, la chica giraba la cabeza hacía nosotros, luego hacia su amigo. Finalmente se levantó e intentó correr, pero se tropezó con una piedra y casi perdió el equilibrio. Nadie hizo nada; Mitsuki decidió andar a un paso más despacio y se colocó enfrente de mí, como si Sakura no existiera.
—Qué bien que hayas venido —dijo. La primera palabra sonó casi como una exclamación, luego empezó a bajar la voz, que sonó casi como un murmullo al terminar la frase. Por su parte, Kazuo se dedicó a recoger el libro, no parecía muy cómodo.
¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué había dentro de ese libro? ¿Por qué me sonaba tanto?
—Tengo muchas cosas que contarte —volvió a decir Mitsuki—. Aunque tampoco sé por dónde empezar.
—Nosotros también —respondió Sakura, yo estaba tan concentrado en el comportamiento de Kazuo que casi no escuchaba lo que estaban hablando—. Pero ¿qué fue lo que le dijiste a Hikaru por teléfono?
Como un rayo dirigí mi atención a lo que se estaba conversando.
—Dos personas han desaparecido. —No fue Mitsuki quien contestó, sino Kazuo. Su voz era como la calada de un cigarro. La noticia no me impactó, ya lo sabía, ya lo sabía, ya lo sabía. Intenté repetírmelo varias veces en la cabeza, pero no funcionaba.
«Ya lo sabías, ¿por qué te sorprendes?». No, no lo sabía. «Ha dicho desaparecidos, no muertos».
—Al principio dijeron que había muerto alguien, luego que fueron dos. —Mitsuki nos contaba los sucesos con una voz aguada, parecía que estuviera haciendo gárgaras a la vez que narraba. Se escuchaba indiferente, pero a la vez no, como si le diera todo igual pero quisiera sentir algo—. Al día siguiente se confirmó: habían desaparecido. Se encontraron unas gotas de sangre en su habitación, pero nada más.
«La aldea de las desapariciones» sonó en mi cabeza con la misma rapidez con la que se explota un cohete. Casi preguntamos quiénes fueron las víctimas, pero de todas formas no íbamos a conocerlas.
Un silencio apareció entre nosotros, áspero, desagradable.
—¿Pasó algo más? —inquirí, y de repente me sentí como un estúpido, desesperado de que el silencio que tan poco me gustaba desapareciera.
Sakura meneó con la cabeza. ¿Conocería a las víctimas? ¿Qué relación tenía con el resto de muertes? Entonces vi el libro, asomaba una esquina detrás de la espalda de Kazuo, como si se resbalara o quisiera escapar de sus garras.
—¿Qué es ese libro? —volví a preguntar casi de forma automática. Los dos palidecieron y luego volvieron a intercambiar miradas cómplices. No podía dejar de pensar en él, me sonaba muchísimo. Intenté indagar, hasta que caí en la cuenta de que sólo había un único lugar en el que podría haberlo encontrado.
—¿Ese no es el libro que estaba en la escuela?
Un golpe seco sonó entre los bloques incrustados del suelo. Se había escapado de las garras de Kazuo, abierto por la mitad, él lo volvió a recoger y esta vez no lo escondió. Ya no merecía la pena cuando lo habíamos visto.
—¿Qué está ocurriendo? —Una rabia latente crecía dentro de mí, empezó por el pecho, para luego subir hasta la garganta. Tragué saliva, como si así pudiera evitar que saliera en forma de palabras dañinas.
—Nada —contestó él. No me miraba a los ojos.
—Mentira. —Salió de mí con tanta fuerza que, de haber sido más fuerte, le habría hecho daño a alguien con el golpe.
—Teníamos muchas cosas que contaros, pero ya veo que no os interesan —reprochó Sakura. ¿Sería aquella una forma de convencerles para que nos confesaran qué era aquel libro? ¿Estaba jugando o ya se había cansado de todo esto? La presión del ambiente pudo conmigo, y si a eso le sumábamos que había más cosas detrás, no ayudaba en nada.
Mitsuki y Kazuo suspiraron, fue al unísono, como si fueran un mismo individuo.
—De acuerdo, pero vosotros primero —señaló Kazuo, justo cuando Mitsuki abrió la boca y soltó unos sonidos que acabaron por ser ininteligibles, a causa de que él la cortara.
Primero empecé yo, les expliqué lo que habíamos hecho durante mis vacaciones, más concretamente aquel viaje a la playa, les dije cómo habíamos ido a la biblioteca para después buscar sobre Fubasa. Allí descubrimos que en internet no había nada, por lo que acabamos por encontrarlo todo en unos periódicos viejos que guardaban en la biblioteca.
Luego siguió Sakura, ella contó la historia de una manera más emocionante, se le notaba en la voz, en los detalles. Al contrario que yo, narraba también cómo se sentía, las sensaciones que le causaba todo aquello. Explicó lo de la niña, Aika, quien fue la primera en desaparecer, de cómo hubo un sospechoso y del que jamás encontraron pruebas. Hubo varias personas más que le siguieron a Aika, por lo que Fubasa se terminó por conocer como la aldea de las desapariciones.
No habló del detalle del incendio, intenté hacerlo yo cuando llegó a esa parte, pero fue más rápida y se me pasó la oportunidad. A diferencia de mí, tardó más de lo necesario porque, como ya he dicho, se emocionó tanto en sus sentimientos que se terminó por enrollar con el tema, llegando a repetir datos que ya había mencionado.
Los semblantes de Kazuo y Mitsuki eran serios durante todo el rato. En ningún momento hicieron preguntas, tampoco parecieron sorprenderse en ningún momento o lanzaron algún comentario. Incluso al acabar ese incómodo silencio, el quinto acompañante, volvió a resurgir.
Algo sabían.
Mi madre me enseñó a fijarme mucho en los ojos de la gente. «Los labios te engañan, los ojos delatan», solía decirme. Incluso en sus cuentos gente terminaba muriendo por mentir y mirar hacia otro lado, el ogro, por supuesto, descubría el engaño y los devoraba. Pero aquella vez no me lo dijeron sus ojos, yo ya me esperaba cualquier comentario, de hecho, la propia Sakura me enfocó diferentes situaciones que podrían pasar. ¿Y si no nos creían? ¿Y si se burlaban? De vez en cuando la escuchaba hablar sola; se preparaba para cualquier posible pelea que pudiera suceder.
El silencio fue lo único que no esperábamos.
—Supongo que eso nos ahorra muchas cosas —susurró Mitsuki, aunque pudimos oírla.
—¿C-cómo dices? —tartamudeó Sakura, estaba más nerviosa que yo.
—El diario que tengo no es mío —habló Kazuo, sentado en el banco. Tenía las piernas cruzadas y, sobre ellas, aquel libro rojo. Se llevó los dedos al puente de la nariz, con las gafas levantadas y su pose casi parecía alguien inteligente—. Me lo encontré en la escuela el día que nos vimos, así que lo cogí.
Casi estuve a punto de preguntar por qué, que qué le daba derecho a coger las cosas de los demás sin permiso, como si se creyera dueño de todo. Me callé, torcí los labios y miré a Sakura, quien tenía la cabeza gacha: miraba a sus zapatos.
—Era de un tal Masato Kobayashi, ni idea de quién era, no me suena que fuera del pueblo. —Hizo una pausa, abrió el diario y echó una ojeada por encima, al acercarme más distinguí que había algunas páginas dobladas por la esquina, y lo había hecho tanto que, lejos de ser solo una esquina, parecía más bien ser la mitad de la hoja. ¿De qué me sonaba el nombre?— Así que empecé a leer y encontré varias entradas, en fin, paso de contaros el rollo porque no me explico muy bien, así que leed por vuestra cuenta.
Sin dejar de agarrar el libro, le dio la vuelta y nos lo enseñó. Cuando fui a tocarlo hizo un ademán para evitar que lo hiciera, me resigné y empecé a leer por la página que había señalado. La letra estaba escrita con cuidado, pero no dejaba de ser fea, como si intentaran arreglar unas flores mustias poniéndoles un jarrón más bonito.
Todavía la veo por las noches, como si fuera una invitada más de mi casa, estoy loco, o son imaginaciones mías. ¿No dicen que los niños ven fantasmas? Seguro que es porque están drogados de imaginación, yo lo que tengo es paranoia. Sé que es la que veo en todas partes cuando salgo a la calle, seguro que de tanto verla ya me he imaginado cosas.
La llevo viendo desde hace años, sé que fue hace mucho tiempo a pesar de que he perdido la cuenta. Al principio pensaba que eran coincidencias, ¿quién no ha visto a la misma persona varias veces? Pero me terminó extrañando que fuera sola, cuando no llegaría ni a los diez años. Una vez soñé con ella, tuve muchísimo miedo y no sabía porqué. Desperté con un sudor frío.
Después la volví a encontrar, y ahí empezó a hablarme.
Dice que mi abuelo la mató, ¿cómo cojones iba a hacer él semejante cosa? Seguro que es un espíritu maligno, que me odia, ¿qué coño le he hecho yo? Dudo mucho que él hiciera algo así, he buscado, no hubo pruebas, no hubo nada, tampoco puedo estar seguro de que sea de verdad aquella niña. ¿Y si es un espíritu maligno que quiere atormentarme y ha descubierto cómo? Puede ser eso.
Creo que debo ir a Fubasa, dice que ahí la mataron. Pero creo que quiere que vaya y me muera yo también, tonterías, seguro que es otra cosa. Pero quiero también acabar con esto de una vez, de cómo me persigue a todas partes y me lo recuerda al dormir.
Me pronuncia su nombre siempre, como si supiera que me afectara. Aika, me dice, me obliga a recordarlo, para que sepa que fue una niña muerta, que le arrebataron la vida dos veces, me cuenta. Una vida que no pudo vivir y la que perdió. No entiendo a qué se refiere, seguro que es mi propia mente, que me lo cuenta y ya no funciona.
Decidí preguntarle a mi padre si él sabía algo sobre mi abuelo, pero me dijo que no sabía nada, intenté sonsacarle algo. Al final me rendí, o no sabía nada o si lo hacía pasaba de mí, no quería contarme nada.
Todo esto es de mi cabeza, tiene que haber un sentido lógico.
Sentí lástima por Masato pero a la vez no. Pero ¿era acaso culpable de algo o una víctima de una venganza? O mejor pensado: ¿era todo lo del diario cierto? No me fiaba, me parecía todo más bien producto de una mente paranoica, pero para qué mentir, todo me inducía a lo mismo. De todas formas yo tampoco había visto a ningún fantasma, ni escuchado cosas siniestras ni tampoco visto a la misma persona varias veces. Al final, mi teoría parecía ser cierta: aquellos que acababan en los brazos de las leyendas urbanas acababan chiflados.
—¿Habéis terminado ya de leer? —inquirió Kazuo, molesto. Ambos asentimos con la cabeza, yo estaba cohibido.
—Acabo de caer... —murmuró Sakura—. Creo que el tío del diario era nieto del que mató a Aika, ¿no recuerdas que hubo un maestro suyo que fue sospechoso? En los periódicos, salía su nombre, un tal Tei... Tai... Tai-algo, da igual. Que el tío ese estaba en la escuela cuando Aika desapareció.
—¿Y por qué lo dejaron libre? ¿Por qué no le ahorcaron? —Mitsuki levantó la voz, esa faceta suya que tenía de templanza se había caído al suelo, fue como si la pisara e hiciera añicos. Le dio una patada a un poste que había; no era capaz de mirarle a los ojos sin sentirme atacado.
—Porque no hubo pruebas... —Otra vez, la voz de Sakura parecía un murmullo.
—No me lo creo, soborno, o enchufes con la policía, seguro que lo sabían y nadie hizo nada. Esto es una aldea diminuta, alguien tenía que saberlo.
Nadie le contestó, tenía razón: si la gente lo sabía era evidente que podían haberle acusado a la policía, señalarle como culpable y todo se habría acabado. De todas formas, cuando fuimos a decir algo Kazuo nos echó una mirada de advertencia, no parecía una de las que habitualmente nos echaba (que daban más vergüenza ajena que otra cosa), era seria, sin odio.
Fue él quien habló:
—Creo que ahora está en Fubasa... —Hizo una pausa, miró al cielo, luego a nosotros y arqueó las cejas, yo le imité. Solté un bufido cuando vi que parecíamos dos tontos y luego él meneó la cabeza—. Aunque eso es evidente, a ver, encontramos su diario en la escuela, aquí.
«Bravo, Sherlock, has tardado media vida en averiguar algo tan obvio». Lo más curioso fue que, en el fondo, yo no quería reconocer que —de no haber sido porque lo dijo— yo no me habría dado cuenta.
—Da igual, lo importante, lo importante. —Sakura puso las manos rectas y movía los brazos hacia delante, un gesto que tenía cuando se ponía nerviosa y se impacientaba.
Kazuo no respondió, en su lugar pasó las hojas del diario y le dio la vuelta. LA entrada era del pasado julio. Hacía poco más de un mes que la había escrito y eso me pareció un hecho importante, aunque no tenía claro del porqué.
Ayer por la tarde llegué a Fubasa. Si fuera por mí hubiera ido en coche, pero al viajar de una isla a otra y estando tan lejos al final me vi obligado a utilizar el tren. Por desgracia, cuando llegué a Iwate alquilé un coche porque era la mejor manera de moverse entre estas asquerosas montañas.
Doy gracias a que todavía tengo la casa de mis abuelos para poder instalarme. Todo está bastante sucio y me da pereza limpiar, pero supongo que acabaré haciéndolo con tal de quitarme a esa dichosa cría de la cabeza. Le temo, pero supongo que para quitar un miedo hay que hacerle frente.
Menuda gilipollez.
Pensar que acabaré visitando esa escuela me da pánico. Sueño con ella, todas las noches sin descanso. Todo está oscuro y en ruinas, veo su cara y me sonríe. Luego sube las escaleras y yo la sigo, acabamos siempre en la misma aula y me dice «aquí es donde me mataron».
Creo que lo que más pánico me da es llegar al lugar y reconocerlo. Supongo que cuanto antes mejor, así veré que todo los paranoias mías. De todas formas, no saldré mucho de casa, en los pueblos tan pequeños los vecinos son unos cotillas de mierda y seguro que empezarán a meterse donde no les importa.
La siguiente entrada era de días después, poco más de una semana. A partir de aquí la letra se volvía más temblorosa, si antes era fea eso ya no importaba porque uno se preocuparía más de poder leerla que de otra cosa. Parecían gusanos danzando.
Me ha costado muchísimo encontrar la escuela, al final ni siquiera estaba dentro del pueblo. De camino me encontré con un niño que me miró raro, tenía cara de estúpido. Seguro que era un repelente sin amigos.
Como no le pregunté a nadie y evitaba cualquier contacto con la gente, tardé más de lo que esperaba. Aunque dudaba que me dijeran algo, y menos si ahí supuestamente mi abuelo mató a una niña. Tengo ya mis años como para ser uno de esos niñatos gilipollas que se ponen a explorar en sitios.
Lo peor fue que el lugar me sonaba de algo, casi se me cae el alma y estuve a punto de salir corriendo de allí. Que todo fuera viejo no me ayudaba, con esas vigas rotas, paredes rotas, suelo roto, todo roto. Si hasta no se podía entrar en una clase. Bah, de todas formas agradecí no ver qué había ahí dentro.
Cuando he subido al piso de arriba mis pies me llevaron solos hacia esa maldita aula donde se supone que Aika murió. Me esperaba sangre o vísceras (estoy delirando), pero no encontré nada. No es más que una escuela ruinosa.
Escuela ruinosa.
Escuela ruinosa.
Escuela ruinosa, como cualquier otro sitio donde no hubiera muerto nadie.
Me iré cuanto antes de Fubasa, no me gusta estar aquí, ya me he enfrentado a mis miedos, sólo me falta no volverme loco y no pensar en esta mierda.
Kazuo cerró el diario en cuanto le avisamos de que habíamos terminado. Me fijé en que había más páginas señaladas y sentí más intriga por ellas, me costaba admitir que confiaba en el buen ojo de Kazuo para señalar todo lo que le parecía extraño e importante. Hasta ahora, lo que había leído había llegado a mi mente y no paraba de salir de ahí, me hacía sentir triste, como en otra dimensión. Miraba a mi ambiente y no estaba seguro de que aquello fuera la realidad.
—El tipo volvió, lo dice en el diario. —La voz del chico se había vuelto aguda e infantil, como si le perteneciera a un niño de ocho años—. No explica el motivo y me parece muy raro. Aunque buah, más raro es que me encontré con que las páginas después eran peores, no fui capaz de leer esta cosa por la noche.
—¿Y eso? —pregunté, con las cejas arqueadas.
—Porque era cada vez más temblorosa. —Respondió tras una pausa, sentía que ya no hablaba con Kazuo, sino con otro chico—. Todo el diario hablaba de lo mismo, ¿sí? Pues es que además ahora hablaba de lo mismo más veces, en una página escribe todo el rato la misma frase: «ella está detrás de mí». Yo creo que vio algo en la escuela.
—¿Y para qué escribió ese diario entonces? —atajó Sakura—. O sea, ¿qué sentido tiene que te pongas a escribir la misma frase todo el rato? Ni que estuviéramos en una película de terror. Por muy raro que fuera lo que vio, me parece muy forzado.
—A mí me parecía todo mentira —le respondió Mitsuki, ya se notaba más calmada. Aunque la habíamos ignorado se había puso a darle patadas a las cosas, hasta que llegado un punto frenó en seco, como si aquello no tuviera sentido—. Pero que vengáis a decirme que un hombre mató a una niña llamada Aika, que tuviera un cómplice y más pues es que todo cuadraba.
—Y además al principio dice que lo escribió porque su psicóloga le decía que le vendría bien, ¿sí? —añadió Kazuo—. Organizar sus pensamientos.
—No sé, me sigue pareciendo muy raro. Organizar tus pensamientos... —dijo con sorna—. Pero si habla todo el rato de lo mismo. —Aquella frase ya no fue a modo de burla, sino dubitativa.
Yo callé, como ya he dejado claro varias veces, yo jamás había estado interesado hasta entonces en aquel tipo de cosas. Así que, por supuesto, lo más mínimo que no encajaras me desarmaba hasta la vida misma. Para mí, todo lo que veía me resultaba plausible y me lo tragaba sin más, sin parar a pensar en ello.
—Y encontrar el diario en la escuela, porque fue ahí donde lo encontraste, ¿no?
Kazuo asintió. En efecto, cuando nosotros lo vimos por primera vez lo más probable es que el último en tocarlo fuera su dueño.
—¿Ves como es todo muy...? Que lo ha hecho alguien a posta, vamos.
—Piensa lo que quieras —atajó el otro, y se encogió de hombros—. Yo sí me lo creo. Todo cuadra, como que la gente ya no quiere hablar de la escuela.
«¿Y ahora qué hacemos?», pensé. Nada, seguir las miguitas de pan que nos llegaban a... Pues nada, a una última miguita de pan en mitad del bosque, porque hasta a mí, con doce años que tenía por aquel entonces, me parecía absurdo desmantelar un misterio de una niña muerta.
—En fin —susurró Sakura.
Y el silencio volvió. El quinto personaje que sobraba, que yo deseaba apartar todo lo que pudiera. Casi podía imaginármelo como una silueta negra y difusa, él paseaba entre nosotros con una sonrisa que no debería tener.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Sakura.
La temida pregunta, la que nos plantaba el fin de esta historia en la cara.
—No lo sé —respondieron los otros dos.
—Pero hay que evitar las muertes, todo está volviendo a suceder desde que... —Kazuo se calló, aquel silencio fue el más corto y el peor de todos, el que plantea el escenario para una acusación—. Desde que vinisteis a la aldea.
—No seas tonto, nosotros no tenemos culpa —respondí. Las palabras se soltaron de mi boca y casi no me di cuenta de que las había dicho yo.
—Perdona, tienes razón. Puede que sea por Masato, ¡tendría más sentido!
Y entonces todas las piezas parecieron volver a girar, al menos para Sakura y Kazuo. Ambos planearon intentar echarlo de la aldea, de alguna forma, o descubrir si seguía ahí y, de hacerlo, qué había pasado con él. Puse los ojos en blanco, sabía que me iban a arrastrar con ellos, aunque supongo que ya daba igual todo.
Así, la noche cayó sobre nosotros y Mitsuki se tuvo que disculpar, ya que tenía que irse. Como temía quedarse a solas con esos dos, aproveché la situación para obligar a Sakura a volver a casa, ella alegó que daba igual, que era verano y tampoco importaba llegar tarde. Pero claro, había que ducharse y cenar, ya podríamos volver a salir luego (aunque eso era mentira).
Por una vez me salí con la mía y regresamos a casa. El plan se aplazó para el día siguiente.
—Onii-kun, ¿puedo ir mañana contigo? —me preguntó mi hermana, yo le hice un ademán con el brazo para que se apartara y me dejara jugar, seguido de un «no» tajante—. ¡Jooo! Estas vacas son un rollo, te vas por ahí y me dejas sola. ¡Me dijiste que estarías conmigo!
—Es que estoy haciendo cosas de mayores.
—¡Siempre me dices eso! ¡Pasas de mí, no me quieres y no quieres estar conmigo! ¡EGOÍSTA!
Los gritos me enfurecieron más, porque cada vez que gritaba venía mi madre a ponerse de su lado. Porque claro, como yo era el mayor siempre tenía que cargar con la culpa, cuando a veces ella no aceptaba que era muy pesada y que cortaba mucho el rollo.
—¿Egoísta yo? Si no sabrás ni qué significa esa palabra —le grité. Casi tiro la consola al suelo.
—Síii, que piensas solo en ti, ti, y ti. Y tú pasas de mí.
—Claro, porque para qué voy a llevarte conmigo si luego haces lo que te da la gana. ¡Pesada!
Escuché los pasos de mi madre acercarse, más rápidos de lo habitual, cuando se enojaba sonaban fuertes contra el suelo. Casi parecía que podía provocar un terremoto. Vi su silueta antes de abrir la puerta y parte de mí temía una reprimenda.
—¡Eso es mentira! —La cara de Akina se volvió roja, luego sus ojos se llenaron de lágrimas, intentó contenerlas pero salían una a una. Sus mejillas se volvieron brillantes, blanquecinas por la luz de la lámpara que colgaba. Le castañeaban los dientes, y eso no ayudaba porque su voz estaba igual, pero no me causaba ningún tipo de pena, en aquel momento pensé que se lo merecía—. ¡Llevo intentando que os alegréis porque os veo tristes y pasáis de mí!
Justo entonces mi madre abrió la puerta, Akina no se arrimó a ella, ni le fue llorando. El rostro de mi madre era sombrío y esa vez no dijo nada. Parecía muerta en vida, con la cara pálida y los huesos se le empezaban a marcar, creo que me di cuenta de ese detalle tarde. Y, aun así, me daba igual cómo estuviera, en ese momento me parecía una paranoica como todo el mundo en aquella estúpida aldea.
—Nos vamos mañana —dijo con una frase rasgada en el ambiente—. Haced las maletas. Ah, y dejad de discutir. Akina, te vienes conmigo.
—Te odio —me susurró.
No respondí, pero sí que lo hice en mi mente, le dediqué sus mismas palabras.
Mi hermana obedeció, yo no, fue como un acto de rebeldía. Pero me rompió el corazón. Estaba seguro de que se había enterado de las dos nuevas desapariciones, tenía que ser eso. La odiaba, por ser tan egoísta de no haber avisado antes, ¿y cuando cenábamos no podría haber dicho nada antes? Y claro, yo esperaba hacer alguna amistad aquí, pero ya no podría ser.
Sakura no me dedicó ninguna palabra en toda la noche, lo intentó, pero la mandé callar. Quería estar solo, no necesitaba de su compañía. Ya que tenía que soportarla al menos que estuviera en silencio. Mañana nos iríamos, todo se había cortado de golpe y yo jamás sabría qué hubiera sucedido de haber aguantado diez días más en Fubasa.
Por desgracia no tuvimos que irnos al día siguiente, pero eso lo averigüé aquella mañana, mientras escuchaba unos llantos. Créeme, lector, que esa es la peor manera de despertar que he tenido en toda mi vida, un llanto triste y agrietado.
Me recuerdo escuchando la frase que a día de hoy, cuando la recuerdo, no puedo evitar llorar. A mi padre con la mirada perdida, interpretado para mí como un mensaje de que jamás podría volver a recuperarlo. A mi madre llorando, con las manos mojadas a causa de las lágrimas. Me recuerdo a mí gritando su nombre, paseando por cada habitación, consciente de que aquello tenía que ser una mala broma, una venganza.
Eso fue lo más angustioso, buscar una y otra vez en las salas, mientras ellos me negaban que no merecía la pena. Mirar hasta en los cajones, como si creyese que allí dentro cupiera. Al final afronté la noticia.
Mi hermana, Akina, la quinta víctima de Fubasa. Desaparecida en la noche, sin dejar un solo rastro.
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La explicación a lo del capítulo anterior (aunque supongo que ya la sabréis) fue que Mitsuki le dijo a Hikaru que alguien había muerto, Como hablan en japonés (porque son japoneses e.e) quise hacer un juego de palabras con eso y, básicamente, "murió" en japonés es "shinuta", que comparte final con la palabra "konpyuta".
Si me he equivocado en algo que alguien me lo diga, todo esto lo tuve que buscar súper rápido porque no tenía tiempo para nada.
¡Gracias por leer!
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