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7. Una vieja historia

Una serie de edificios altos se alzaba ante mí. A comparación de Fubasa aquello parecía una ciudad; ese aspecto me hacía sentir como en casa, a pesar de que los únicos bloques se encontraban a orilla de la playa. El gentío, el ruido, eso era lo que mi corazón ansiaba durante mucho tiempo y, sin embargo, parecía que no era lo que yo buscaba. Estaba estresado, una desesperación llenaba mi pecho y por mi cabeza pasaban muchos pensamientos que solo conseguía calmar apretando los puños.

La aldea parecía haberme cambiado, no me sentía el mismo. La idea de que a partir de ahora yo necesitara de la tranquilidad para vivir me desesperaba. Akina lo notó. Parecía la más avispada del grupo, la única que parecía no haberse sumido en una marea de sentimientos egocéntricos; hasta se preocupó por mí al ver una expresión de odio.

—Estoy bien —le mentí. Ella señaló el océano, luego miró a la arena, a sus pies, y meneó la cabeza.

—Es que si me baño y sé que estás triste no me voy a bañar a gusto. —Mis padre parecía ignorarme, cuando eché un vistazo presa de la curiosidad, lo vi con la mirada perdida. Ni siquiera estaba escuchando, directamente, ni le importaba el tema. Desde que llegamos aquí se había centrado en su propio mundo y era el único que se fascinaba por aquella casa que yo deseaba que ardiera.

—¿Y si me lo llevo por ahí?

Akina meneó la cabeza, luego se encogió de hombros. De vez en cuando se giraba y contemplaba el agua, se centraba mucho en las olas, era lo que más le fascinaba. Cuando volvió a hacerme caso, negó con la cabeza por segunda vez.

—Si me hicieras caso y te bañaras conmigo, ya verías que te iba a gustar. —Levantó las cejas, miró de reojo y levantó las palmas de las manos. Dado que el flotador casi se le cayó bajó los brazos para sostenerlo antes de que tocara el suelo—. Si es que no me haces caso.

—No todo lo que salga de tu cabeza va a ser buena idea.

—Eso es porque no lo pruebas. —Me hablaba en un tono condescendiente, como si yo fuera el tonto, quien no se enteraba de nada y ella la sabia que tenía la respuesta a todo. Si Akina tenía una idea, había que obedecerla. Cuando tu hermana es pequeña simplemente pasas del tema, pero a partir de los trece años se vuelve repelente.

—Bueno, tampoco me hace falta mezclar la leche y el zumo como tú haces para saber que es una mala idea.

—A ver, ¿yo me he muerto? No, pues tú lo pruebas.

—Y dale, que paso, que eso es asqueroso.

—¿Qué tal si me lo llevo a dar una vuelta por ahí? —Propuso Sakura, lo que calló a mi hermana y asintió. La chica estaba tumbada boca abajo, por lo que su voz sonaba opacada. Ser pelirroja también implicaba tener una piel muy blanca, por eso mismo, algunos compañeros de clase se burlaban de Sakura por ello. Ella tenía complejo, aunque no lo dijera. Se notaba igualmente: miraba mucho a la gente bronceada, en cuanto tenía la mínima oportunidad aprovechaba para tomar el sol, e incluso odiaba echarse crema solar.

En esa ocasión, casi había discutido con mi madre por ese tema. Llevaba muy poca encima, desde el primer momento se había tumbado al sol y de vez en cuando la miraba. Le había sugerido que se bañara, pero se había negado, más cuando una chica de un moreno impresionante había pasado por nuestro lado.

—¡Sí, sí! —gritaba Akina. Los niños pequeños no me gustaban: armaban demasiado espectáculo y eso derivaba en que yo sintiera vergüenza..

Así, Sakura se levantó de la toalla, le pedí casi a gritos a mi hermana que se largara ya al agua con nuestra madre, que me tenía ya harto, y llamé a mi padre. Tuve que menearle para que me hiciera caso. Casi parecía que le estábamos haciendo un favor al irnos, porque casi ni le importó.

Me dejé llevar por Sakura, como solía hacer. Me di cuenta de que había sido una mala idea cuando llegamos al muelle y esta quería salir de la playa, más aún cuando noté su determinación, es decir, no daba tumbos, sino que seguía una línea recta.

—¿Adónde vamos? No irás a secuestrarme.

Sakura arqueó las cejas y echó el cuerpo hacia atrás.

—Tú tranquilo que si lo hago te devuelvo.

No contesté ante aquel comentario con sorna, decidí que lo mejor era reprimirme y pasar del tema. Eso no era lo importante.

—No, verás, hay una biblioteca por aquí, ¿y dónde hay información siempre? En las bibliotecas o poniendo nombres en Google. —La afición por las películas americanas de misterio había calado hondo en mi amiga, llegado a un punto se creía muchas tonterías que había visto en ellas.

—Espera, ¿qué?

—Que podemos encontrar cosas de Fubasa fuera de Fubasa.

Mi amiga siempre me enzarza en sus planeas, lo hace de forma sutil, primero propone hacer algo, para después utilizarlo como excusa para hacer lo que quiere. Ese era uno de esos momentos, yo seguía creyendo que era mejor dejarlo estar y no jugar con lo desconocido.

Intenté negarme, pero me cogió del brazo y me empujó. Intentaba olvidarme de la aldea, dejar de pensar en todo aquello; hasta no había llamado a Mitsuki por eso mismo. Los cuatro días que estuviéramos en la playa los iba a disfrutar, aunque solo fuera para fardar en la vuelta a clase. Pero no, Sakura tenía que controlar todo lo que hiciéramos, sin pedir mi opinión.

Seguíamos por la calle, mientras yo forzaba el brazo, en vano, pues la chica tenía más fuerza que yo. Cuando llegamos a la biblioteca me fijé en que era muy bonita, me llamó mucho la atención al no parecerse a ninguna. Incluso la había visto en una ocasión anterior, creyendo que sería un centro comercial. Estaba delante de una rotonda donde había flores de muchos colores plantadas. A los lados de la carretera un semicírculo de palmeras se alzaba en los bordes dejando dos huecos: uno para la entrada y salida y todo donde estaba construida la biblioteca. Había varios matorrales porque casi todo era jardín, a excepción de la carretera y las aceras. A mi derecha se situaba una barandilla que daba a la playa y el sonido de la gente me alcanzaba.

El edificio era pintoresco: se asemejaba a la forma de una pirámide, con enormes cristales que daban al interior: una enorme sala llena de estanterías. Al ser transparente, tampoco se podía ver mucho. Casi quise quejarme a Sakura porque lo que hacía no me parecía bien, yo no quería estar ahí ni pasarme horas buscando una información cuya existencia desconocía. Aunque, tras ver el lugar, estaba dispuesto a hacerlo solo para verlo por dentro. No sabía qué era lo que me llamaba la atención, pero supuse que lo bonito que me parecía todo.

—¡Qué fresquito hace! —exclamó Sakura, al entrar. A mí me dio un escalofrío por el cambio de temperatura. La piel se me erizó y me crucé de brazos.

—¡Shhh! —Nos chistó un chico que había tras una mesa. Sakura se disculpó y continuamos.

De primeras había unas mesas ovaladas y de color gris, conté a unas pocas personas. Una de ellas me sorprendió con un portátil, porque hasta entonces creía que en las bibliotecas solo podía haber libros. Al fondo había una pared de color azulada, las estanterías me impedían ver tras el hueco de la puerta. Tantos libros me asombraron, no sabía que hubiera tantos.

—¿Por dónde empezamos? —susurré. El enfado se me había ido un poco, estaba más concentrado en lo que me rodeaba que en mí mismo.

—¿Ordenadores? —Sakura daba vueltas, no se paraba mucho rato en admirar los libros y se le veía insegura, a veces retrocedía e intentaba adentrarse en una sala, para luego cambiar de opinión—. No sé, es que dudo mucho que haya libros sobre el tema.

Tuvimos la suerte de que en aquel sitio hubiera ordenadores: estaban al fondo, una pila de estanterías los ocultaban. Se veían apartados, bajo el aire acondicionado, por lo que empecé a tener frío. Me pregunté si mis padres se preocuparían si empezábamos a tardar; eso me hizo sentir mal. Puse los ojos sobre la pantalla, lo primero que me pregunté fue: «¿quién es ese?». Tras girarme y comprobar que estaba solo descubrí que era yo, con unas ojeras que se debían de marcar bastante, mirada cansada y un pelo enmarañado.

Encendí la máquina, no me apetecía demasiado verme. Sakura se encontraba a mi lado, parecía que me imitaba, encendía el ordenador, su mirada se clavaba, sin parpadear, sobre la luz blanca que la iluminaba. Volví a lo que debía de estar haciendo, no tardé demasiado en encontrar algo, fugaz, corto, pero ahí estaba. Había escrito en el buscador «Fubasa». Espiré, luego no volví a recoger aire, estaba tan paralizado que las manos empezaron a temblarme, apenas podía sujetar el ratón.

—¿Qué te pasa? —preguntó mi amiga.

—Existe, existe, existe —susurraba, hablaba entre jadeos y parecía más asustado de lo normal.

«FUBASA, LA ALDEA DE LAS DESAPARICIONES». El titular era claro, no había muchos más enlaces al respecto, tampoco es que yo hubiera reparado en ellos. En cuanto vi que se trataba de un periódico, cadena de noticias, lo que fuera, y no de una leyenda urbana, el alma se me cayó al suelo.

—No puede ser.

Leímos el artículo cuatro veces, por un momento llegué a pensar que de esa forma estábamos llamando a la muerte. No había mucho en él, pero cada detalle nos importaba. El artículo comenzó hablando sobre una desaparición: Eri, una niña de ocho años, fue una tarde a su escuela a recoger una libreta que se había olvidado. Nunca más se supo de ella, se preguntó a los maestros si la habían visto, pero negaron haber estado allí. Dejaron de ser sospechosos al presentar una coartada y tampoco poseer un móvil para matarla.

Lo siguiente parecía sacado de una leyenda urbana. Semanas más tarde, gente comenzó a desaparecer, no especificaba ni la frecuencia ni el número. Jamás se encontró ningún cuerpo, tampoco a un asesino. Se piensa que fue así debido a que, por los años sesenta, no había medios para encontrar al asesino, pero era solo una teoría.

—Y de ahí lo de la aldea de las desapariciones —comentó Sakura. Nos tranquilizamos un poco del impacto, yo podía hablar normal y mi respiración era tranquila, pero casi podía sentir a mi corazón bombear muy rápido.

—De todas formas, todo pasó hace mucho, ¿qué sentido tiene que vuelva a suceder?

—No lo sé, y eso apenas nos dice nada.

Seguimos buscando por internet, pero nunca encontramos nada más que aquel artículo. Como mucho, existía en un foro de hacía un par de años alguien que mencionaba a la aldea, pero no mencionaba nada de las desapariciones. Algo así, que no salió de la prefectura y que además pasó hace casi cincuenta años, tendría muy poca aparición en internet. ¿Cuál era nuestra otra carta?

Decidimos rendirnos, no es porque quisiéramos —yo un poco, pero aquello ya empezaba a volverse sospechoso—, fue por mis padres. Temía hacerlos esperar demasiado y que me esperara una bronca. Con todo, me había olvidado de lo demás y la tarde se nos había echado encima, contábamos con que el atardecer todavía no había comenzado.

Fue un golpe de suerte que la respuesta viniera a nosotros. Antes de salir, una mujer estaba ajetreada con varios periódicos llamó la atención de Sakura, quien propuso acercarse. Me encogí de hombros, mostré así mi indiferencia y que tampoco había nada que perder. La mujer nos miró bajo sus gafas y nos lanzó una sonrisa, incluso se apartó para que miráramos los papeles. Había incluso de los años cincuenta.

—¿Qué es todo esto? —Sakura rebuscaba con cuidado, parecía buscar una fecha exacta.

—Son periódicos viejos que guardamos. —Hablaba muy bajito, sentí un hormigueo por la espalda, era relajador y tranquilo—. Nos gusta guardar periódicos viejos sobre la prefectura.

Y así era, vi noticiarios curiosos como una tortilla de diez metros de largo, o el origen del festival de un pueblo de la zona. Sakura me toqueteó varias veces, cuando leí el título de la entrada me quedé de piedra, otra vez se hacía mención de la aldea de las desapariciones.

—¿Tiene más sobre Fubasa? —inquirió Sakura, su dedo señalaba al título, donde ponía debajo la fecha de 1964. La mujer asintió y nos hizo esperar, por suerte, nadie mencionó nada sobre las leyendas del pueblo. Me preguntaba si en esos papeles arrugados y descoloridos encontraríamos algo.

Cuando la mujer volvió nos miraba por encima de las gafas, parecía seria, no de una forma que pudiera estar preocupada por algo, sino neutral. Desde hacía un tiempo, hablar sobre Fubasa con otras personas me daba miedo, una alarma saltaba dentro de mí y no podía evitar llegar a pensar que se enfurecieran. Algo dentro de mí, a pesar de que mi razonamiento me indicaba lo contrario, me decía que esa mujer acabaría gritándonos.

Apartó los periódicos desordenados y dejó un hueco vacío, encima colocó lo que le habíamos pedido. Empecé a preguntarme si es que archivaban las noticias por pueblo, no se había demorado nada.

—Aquí tenéis.

—Muchas gracias. —La cara se Sakura se ensanchó, luego puso la boca en forma de «o» y su respiración, en mi oído, sonaba chirriante.

Eché un vistazo a los artículos: eran hojas sueltas, la más vieja del año 52. Entonces Sakura agarró un par de ellas sujetadas por un clip como un rayo, estaba tan exaltada que no podía estarse quieta. Me colocó el título en negrita y letras grandes en los ojos, parecía que yo estuviera medio ciego. Con las manos, la eché hacia atrás y pude ver mejor lo que quería enseñarme. «DESAPARECE UNA NIÑA EN FUBASA », alguien había escrito 1964 encima con un rotulador. Le pedí a mi amiga que colocara las hojas en la mesa para que pudiéramos leerlo los dos juntos, tardó unos segundos en comprender lo que le estaba diciendo.

Era más completo que el anterior. Resultó que la niña se llamaba Aika Fujimoto, el día de su desaparición fue el 4 de abril del año escrito, sobre la tarde. Aika se había olvidado del muñeco que se llevaba a escondidas al colegio, según su madre, adonde iba ella, iba él. Tenía miedo de que al día siguiente los niños lo encontraran en el aula y se rieran de ella, por lo que fue a recuperarlo.

Nunca más se la volvió a ver.

El principal sospechoso fue Taishi Kobayashi, maestro de la pequeña y el que se encontraba en el colegio cuando ella fue a por su peluche. Se hizo un homenaje hacia la pequeña, todo el pueblo dolía su pérdida.

En la siguiente página unida estaba escrito meses posteriores. Kobayashi dejó de ser el principal sospechoso por dos motivos: el primero que no tenía ningún móvil para asesinar a Aika, quitando la pederastia, el siguiente fue que un vecino aseguró que él se encontraba en su casa y que no tenía ni idea de dónde habían sacado el hecho de que estuviera en el colegio. Dado que nadie lo vio en todo el día por la aldea y, por aquel entonces vivía solo, no se demostró lo contrario.

Buscaron el cuerpo de la joven por todo el bosque, pero no se encontró. Kobayashi nunca dejó de ser sospechoso y la policía le investigó durante un tiempo, pero jamás se encontró pruebas de su culpabilidad. Ese mismo verano, justo en el mes de agosto, un incendio devoró parte de la aldea, si seguía todavía alguna prueba de qué había sucedido con Aika las llamas la habían calcinado. Se apagó antes de que devorara toda la aldea y acabara con ella.

Seguimos buscando entre el pequeño montoncito de periódicos que nos había dado la bibliotecaria. Encontramos uno del año siguiente, más denso y que explicaba todo lo ocurrido tiempo después.

Tras el incidente la escuela terminó cerrada, el caso policial provocó que los niños tuvieran que estudiar en Hokindo mientras se investigaba lo ocurrido. Allí se vio que estaban mejor, al ser un lugar más grande, también trabajaban más maestros y los niños obtenían un aprendizaje más avanzado. Fue aquí donde las cosas empeoraron.

No fue una, ni dos, cinco, cuatro personas desaparecieron de la aldea. Había una lista de sus nombres y lo hicieron en un tiempo que podría considerarse corto. Desaparecieron literalmente, no hubo un motivo que pudiera resultar claro ni tampoco un sospechoso. La gente decía que el bosque se los había tragado. Kobayashi se mudó y salió impune, pero la gente seguía sospechando de él y de la persona que afirmó que estaba en su casa. Apenas hubo un par de pruebas que demostraran su culpabilidad y aquello no era suficiente.

Me dio rabia leer aquello, creo que fue el primer momento de mi vida que descubrí que la justicia no siempre gana. Pensar que en el mundo no todo lo bueno, por el hecho de serlo, tiene que triunfar resultó un duro golpe. Lo aprendí de manera agria, como si el sabor siguiera todavía en mi boca y, por mucho que lo intentase, no se fuera.

Un periódico, debajo del que estábamos leyendo tenía puesta la fecha de 1969. El título era «LA ALDEA DE LAS DESAPARICIONES», mi corazón latía muy fuerte y notaba mis mejillas calientes de una forma intensa. Casi me costaba respirar de la emoción, algo en mí me decía que íbamos a averiguar qué significaba todo aquello, que no sólo se había quedado en la pérdida de Aika.

En cinco años dieciocho personas se habían desintegrado (porque no había una palabra mejor que lo definiera) de Fubasa. Siempre era en la misma aldea, ni en los alrededores ni en ningún otro sitio. No parecía existir un patrón exacto ni algo que conectara a las personas entre sí, alguien salía solo a por algo y no volvía. La mayoría de vecinos terminó por mudarse, haciendo que Fubasa apenas contara con doscientos habitantes.

Nunca encontraron a nadie, miraron en todas las casas, la policía registró todo lo pudo y no encontraron nada. Sí que hubo sospechosos, ya fuera porque ocultaban algo ajeno a las desapariciones (y eso volvía extraño su comportamiento) o falta de coartada. Casi se llegó a inculpar a alguien de todos los sucesos, Kazuhisa Matsushita, mas se demostró su inocencia. Popularmente se quedó como una experiencia paranormal; algunos culpaban a Aika de la desaparición. De todas formas, que a pesar de que el tal Taishi no estuviera en la aldea hizo pensar que él no tuvo nada que ver con Aika.

Así, Fubasa consiguió el apodo de «la aldea de las desapariciones», tras tantos sucesos extraños seguidos.

Seguimos indagando entre los periódicos, vimos que el más reciente que hablaba sobre el tema que nos interesaba era de 1972. Los siguientes eran noticias aburridas, como defunciones o bajada de natalidad.

Este último, muy corto a comparación del resto, explicaba que el número de desapariciones había aumentado en veintiuno pero que la última fue ocurrida en año y medio. Los vecinos parecían relajados y salían más seguros de sus casas. Dado que no había más detalles, supusimos que así fue: las desapariciones misteriosas y sin explicación se habían frenado durante más de cuarenta años. ¿Tendrían las dos últimas muertes actuales algo que ver con lo sucedido?

Con una sensación en la garganta que me dejaba claro que tenía ganas de saber más, nos fuimos de la biblioteca. El calor de la tarde nos golpeó de lleno, el sol estaba más bajo y eso significaba una cosa muy jodida: nos daba en los ojos y no veíamos nada. No tardé mucho en sudar, pero sí que lo hice en darme cuenta de que lo estaba haciendo. Con la cabeza en otras cosas, miré a Sakura.

—¿Y ahora qué? —Me di cuenta de que todo había terminado, buscábamos averiguar qué sucedió con la aldea y el porqué de su apodo. La primera parte, basada en la búsqueda de respuestas había terminado—. Nosotros no podemos hacer nada más.

Sakura ladeó la cabeza, sus labios surcaron hacia abajo. Tuvo que reprimir el gesto puesto que la luz de la tarde le molestaba en los ojos. No parecía muy emocionada con mis palabras, de hecho, miraba hacia abajo y eso significaba que no estaba bien. Me sentí culpable de ello, ¿qué otra cosa podía hacer? Era cierto, lo dijera yo o no. Sakura tenía que olvidarse de los fantasmas, tampoco averiguamos nada de eso; los incidentes no tenían por qué estar relacionados con un yôkai.

—Pensaba que, no sé... —Dio un suspiro de resignación. Paseábamos por la calle que daba a la playa, en busca de mis padres. Tras salir de la biblioteca seguíamos igual, nada había cambiado. Puede que fuera ese el motivo de nuestro ánimo, no debía ser así, algo tendría que cambiar. No solo el final de nuestra experiencia de verano—. Yo creía que de saber lo que ocurrió con la escuela pues podríamos solucionarlo todo. Se ve que no es siempre así.

Se la veía decaída, casi pude distinguir que sus ojos carecían de pupilas, una enorme mancha negra resultante. Cuando me fijé mejor de nuevo estaban como antes, así que pensé que sería un efecto óptico. Yo me mantuve neutro, pero eso no quitaba mi decepción. Era evidente que unos niños no podrían arreglar las incógnitas que llevaba pasando una aldea durante décadas, me bastó ver aquel panal para entenderlo.

Fue ese cambio de pensamiento cuando caí. Era exactamente eso, ¿qué hacía un panal de avispas enorme ahí? ¿Quién mató a aquel hombre? Parecía que todo estaba volviendo a suceder; sin embargo, de una manera bien distinta: los cuerpos se encontraban.

—Puede que sea otra persona la que lo haga todo —respondió Sakura ante mi incógnita—. Tendría sentido después de tanto tiempo o...

Puse los ojos en blanco.

—Adelante, dilo.

—Toda sospecha es posible hasta que se demuestre lo contrario, una vez hecho, ante nosotros se postrará la solución. Por muy imposible que parezca.

—Deberías dejar de copiar frases de libros —respondí. Por fin encontré a mis padres, él seguía todavía en el mismo sitio (esperaba que se hubiera bañado un poco) y mi madre estaban en la orilla, creí que haciendo un castillo de arena.

—Si en el fondo te gustan. —Sakura me dio una fuerte palmada en el hombro que me echó hacia delante, como respuesta, le di una patada en la pierna. Ella me lanzó una mirada asesina, yo sonreí y fuimos a la playa.

Al llegar, muy al contrario de lo que me esperaba, no hubo represalias. Bueno, sí, una: una buena bronca de mi hermana.

—¡Me parece muy mal que no te hayas metido! Estamos en el mar, ¡¡es lo que hay que hacer!! —Tenía la cara roja, yo miraba a todas partes porque me moría de la vergüenza, algunos adultos se reían por lo bajo y otros nos veían de soslayo. Mi madre se reía, parecía estar pensando «mejor castigo que cualquiera que pudiera hacerte yo, ninguno»—. Luego normal que te aburras, lo vas a hacer si te quedas ahí, en la playa. ¡De aquí no te vas hasta que nades hasta esas bolas del fondo!

Miré al mar, sobre el horizonte esas «bolas» que nadaban se encontraban muy lejos y su trabajo era delimitar hasta qué punto se nos estaba permitido nadar. Ni de broma iba a llegar hasta allí y, de hacerlo, acabaría muerto.

—No voy a hacer eso.

—¡Que lo hagas!

Supliqué a mi madre con la mirada, ella se estaba riendo tanto que ya no lo disimulaba. Parecía que me estaba castigando por haberme ido muy lejos y tardar, o quizás me odiara. Sakura se había apartado: en cuanto Akina empezó a gritar, dio media vuelta y se quedó en la orilla, sacando almejas del agua.

—Si te callas me tiro de cabeza.

—Nooo, no te tires que esto no es una piscina.

Y eso hice, poco a poco, el agua y algunas algas asquerosas me daban en la piel. Iba a procurar no mojarme el pelo, pero todo lo hice sin muchas ganas. Me estaba bañando en contra de mi voluntad y peor sería al salir y encontrarme con mi cuerpo pegajoso. Quise convencerme de que sería buena idea para no pensar en lo ocurrido, en que el verano volvería a aburrirme. No funcionó.

Mientras recibía un balonazo por parte de Akina, me giré hacia la costa. Allí vi a mi padre, sentado en el mismo sitio. Tampoco hizo nada cuando mi hermana se puso a gritarme, permaneció inmóvil. Normalmente habría dicho algo amistoso, como que nos acompañaría para que viera que no todo era tan aburrido. Ya no sentí vergüenza hacia un comportamiento que me parecía estúpido y que me irritaba, sentí pena.

Fue en nuestra casa provisional donde me acordé de Mitsuki. Era de noche y el viento había empezado a correr con fuerza, con él las nubes llegaron. Llevaba ya media hora la tormenta cuando lo hice, busqué entre mi ropa dónde podría haber dejado el papel con su número. Tras encontrarlo, un trueno sonó en la lejanía. Akina estaba metida bajo su futón, todavía no comprendía que un rayo (y mucho menos un trueno) podía electrocutarte.

Bajé al piso inferior, en el descansillo se encontraba el teléfono, por lo que esperaba algo de intimidad. Seguro que a la chica le interesaba todo lo que había descubierto hoy. Por si eso fuera poco, la conversación se alargaría, incluso vería que no me había olvidado de ella (no la había llamado en los tres días que estaba en la playa). Eso me daba posibilidades de ser amigos.

Marqué el teléfono y sonó una voz adulta.

—¿Está Ak... Mitsuki?

Tras unos segundos de espera, la niña se puso al aparato.

—¡Hik...ru! ¿Cómo estás? —La escuchaba bajo, me apegué el auricular a la oreja, para ver si eso solucionaba algo.

—He descubierto algo muy interesante que me encantaría que supieras.

—Yo ta...n, ha pasado algo en la al... que de... saber. —No sabía si es que estaba apurada o si era por el teléfono, pero se le oía muy estresada.

—Cuéntame, si es rápido.

—No... —El resto fueron palabras ininteligentes.

—¿Mitsuki, Mitsuki? ¿Estás ahí? —Comenzaba a ponerme nervioso, cada vez se la escuchaba menos. Otro trueno se escuchó en la lejanía, ahora las luces tintinearon. Me dio un poco de miedo. Aquella casa no presentaba el mejor aspecto para quedarse durante una tormenta.

—Hik... ahí. Bu... loque...ar... queal... erto. —La línea se cortó, apenas pude conseguir escuchar el último sonido de lo que había dicho.

Intenté decir algo más, volver a marcar el número, pero nada. Decepcionado y con el ánimo por los suelos, volví a mi habitación. Sakura casi se pone en pie cuando entré, luego me vio y volvió a tumbarse sobre el futón.

—Nada, la línea se ha colgado. Lo último que he escuchado ha sido algo de «erto».

—Konpyūta* —soltó ella, de golpe.

—¿Eh? ¿Pero qué dices tú de ordenador? —Tampoco yo tenía muchas ganas de pensar en algo.

—Nada, ha sido lo primero que se me ha ocurrido a la cabeza.

Seguimos esa noche charlando, la mantengo como un recuerdo muy especial, porque, años más tarde, me hizo ver que incluso tras todo lo malo que nos sucede puede terminar convirtiéndose el algo fantástico. Ese momento, con la lluvia fuera y en una habitación que parecía un desván, con bromas seguidas por otras, a causa de una palabra, fue para mí un momento que guardo con todo el cariño que tengo.



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La explicación a porqué Sakura ha dicho esa palabra vendrá en el próximo capítulo. ¡Gracias por leer!

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