3. Una aldea, una sospecha
El sexto día de mi estancia en Fubasa, al despertar, pensaba que sería un día aburrido como otro cualquiera. Mi séptimo día en la aldea, al despertar, sabía que en aquel lugar había muchas mentiras escondidas bajo la alfombra. Pero ya estoy adelantando acontecimientos.
La aldea estaba delimitada por los bosques, rodeada por ellos, con árboles cuya especie desconocía. Eran característicos por ser altos, con una forma cónica y hojas tan finas que a veces se me clavaban en la piel. Había de diversas variedades de árboles, pero todas se presentaban casi igual. No era de extrañar, al estar en una cordillera de montañas muy altas por aquí siempre nevaba en invierno (me habían dicho mis abuelos).
Ese día decidimos salir por la aldea a encontrar aquel edificio, ya no porque no los dijeran esos niños estúpidos, sino por la reacción de mi abuelo. Él mismo se había delatado con su actitud, lo que nos hizo sospechar. ¿Por qué tanto interés en ocultar un edificio antiguo?
Por lo general, en Iwate los veranos no eran calurosos, apenas llegando a los treinta grados. Aquel año fue insoportable, como apenas llovía y estaba todo seco las temperaturas se dispararon. Así que, cuando salimos aquella tarde yo me quería morir y Sakura tenía cara de asco y emoción a partes iguales.
Lo más característico de la aldea era el río que la dividía en izquierda y derecha. En el otro lado estaban las pocas cosas interesantes de la aldea: la plaza (también conocida como el centro), un parque y la entrada, además de la mayoría de viviendas. En nuestro lado simplemente estaba el bosque y el templo, y también la zona sur que era más reciente.
Decidimos ir primero allí, pues era la más pequeña y sería más fácil de rastrear. Era alargada, había un par de casas modernas, incluso con jardines muy cuidados. Había un estrecho por el que se entraba, y era evidente que allí habían existido muchos árboles hasta hacía poco, pues todavía se conservaban algunos tocones.
Nos acercábamos a cada casa, mirando entre sus jardines por si había alguien a quien preguntar. En la última pudimos ver a un hombre, que a comparación con el resto de habitantes que habíamos visto parecía joven, seguramente tendría unos treinta años. Él nos miró, curioso.
—Buenos días, una pregunta —dijo Sakura, mirando alrededor como si anduviera perdida. Para esas alturas todos en la aldea sabían que estábamos pasando el verano allí—. ¿Sabe si por aquí antes había algún edificio viejo?
Él ladeó la cabeza y se acercó al borde para atendernos mejor.
—Que yo sepa en esta zona es todo nuevo. —Ver un tono de voz neutral y tranquilo, con una cara de mostraba más interés que una furia, me relajó bastante.
La valla que cubría su jardín no era más de metro y medio de alto, que era más o menos lo que nosotros medíamos, también tenía unos huecos por los que nosotros nos asomábamos. O mejor dicho yo, porque Sakura la había escalado y estaba apoyando sus brazos sobre ella.
—¿Ni en ninguna otra parte del pueblo? ¿O sabe si han vuelto a hacer un edificio viejo en otro nuevo? —Sakura intentaba sonsacar algo de información y yo sabía que iba a intentar presionar un poco.
—Tampoco, estas casas sé seguro que no, que son todas nuevas, el resto ya no lo sé. —Él se encogió de hombros y se giró sobre sí mismo para volver a atender aquello que estaba haciendo—. De todas formas, tampoco llevo mucho tiempo aquí.
Tachamos esa área y seguimos buscando en dirección a la plaza. Cuando llegamos al puente que había más abajo del río, pudimos oír el agua correr con velocidad, estaba tan limpia y clara que pudimos ver el fondo; lleno de piedras en el suelo y alguna que otra planta. Los peces nadaban en contra de la corriente, como en una lucha contra esta.
El salpicar del agua nos daba un poco en la cara cuando estábamos en la orilla, así que nos quedamos un rato en esta. Después de estar a casi treinta grados al sol, el frescor del agua proveniente del río era como un paraíso, incluso la tierra estaba tan fresquita que animaba a meterse dentro del agua. Optamos por irnos de allí cuanto antes porque si seguíamos allí nos íbamos a quedar todo el día.
Al final acabamos sentados bajo la enorme maceta que contenía el árbol de la plaza. Su sombra era muy gustosa, pese a los pesados insectos que nos rodeaban. Sus ramas se extendían bastante, proporcionando un amplio radio de sombra. ¿Crecería más? Era enorme y de un grueso tronco, inmaculado.
—Bueno, ¿seguimos preguntando o qué? —dije, girando la cabeza para ver a Sakura, quien estaba a mi lado. Pero no podía creer lo que estaba viendo: se acababa de quedar dormida en el mismo sitio. Le di un codazo ligero.
—Perdón, ¡perdón! —gritó, levantándose de su asiento y agitando las manos—. Es que se estaba muy bien.
Como la tienda estaba abierta, lo primero que se nos ocurrió fue entrar en ella y preguntar algo. Detrás del mostrador había unas escaleras que conducían al piso de arriba. A la izquierda de la entrada se podía ver una vitrina llena de helados. La mujer se encontraba tras el mostrador (con varias chuches en él), sentada y con una expresión de aburrimiento en su rostro, al fondo había varias estanterías con comida. Tampoco es que entrara mucha luz, así que veíamos todo oscuro y era molesto tras venir del exterior en un día soleado.
—Hola —saludamos los dos a la vez, y ella nos devolvió el saludo.
—¿Queréis algo? —preguntó con desgana.
—¿Sabe si aquí hay un edificio antiguo por la zona o una casa que antes era otra cosa? —inquirió Sakura. Sabía que cada vez que ella preguntara lo mismo mi corazón latería deprisa y con angustia, pues temía a la reacción de la gente.
—No, ¿de qué me habláis? —respondió con una molestia en su voz, no parecía ser muy agradable. Su rostro era pálido y redondo, con ojeras en sus ojos. El pelo estaba recogido en un moño del que había varios mechones sueltos.
—Es que queríamos saber si por aquí hubo una fábrica o algo así antes —siguió explicando Sakura. Aunque hablaba tranquila, la tenía tan cerca que pude notar que su cuerpo temblaba y hacía una mueca.
—Tonterías, ¿cómo va a haber aquí una fábrica? —Desde luego su irritación se elevaba y no parecía ser una señora muy amigable—. Dejaos de tonterías, tanto móvil y ordenador os come el cerebro.
—No tenemos móvil —respondí yo, con algo de irritación. Ya me empezaba a cabrear un poco.
La señora me fulminó con la mirada, había dejado de tener la cabeza apoyada sobre una mano y se había puesto erguida. Sus largas uñas tocaban el cristal del mostrador.
—Es igual, ¿y para qué queréis saber eso? —nos preguntó la señora con cara de reventada. Estaba seguro de que era soltera, me apostaba mi brazo derecho.
Por otra parte mi inquietud aumentaba, ¿qué le íbamos a responder? ¿Que buscábamos un sitio lleno de fantasmas? Eso sonaba estúpido e infantil. Me estremecí en mi sitio.
—Si nos responde a nosotros, le respondo yo a usted —dijo Sakura, atajándola. Tenía que admitir que era buena en estas cosas.
—No, no hay ningún sitio así —nos respondió la mujer.
—Vale. —Mi amiga me agarró por el brazo y echó hacia la puerta con paso rápido y sin decir nada más. No había cumplido parte de su trato y se largó antes de que le dijeran nada.
Una vez fuera, seguimos corriendo hasta salir de la plaza, después ella empezó a reírse de mi cara de asombro, que tenía la boca abierta en forma de mueca. El sonido de las cigarras fue opacado por su voz, Sakura parecía divertida.
—Mi tía siempre hace eso y he probado a copiarme —me confesó entre risas—, ¡ni siquiera sabía si iba a funcionar!
—¿Te refieres a evitar responder preguntas que no te gusten? —dije, sorprendido y mirándola.
—Más o menos.
Dado que la entrada al pueblo estaba cerca optamos por revisar algún indicio por allí. Descubrimos un pequeño parque en el que no indagamos mucho al no haber nada interesante. Miramos por todas partes, pero nos deprimimos al ver que allí no estaba nada de lo que buscábamos, incluso las casas existentes parecían estar habitadas.
Llegado un punto empezamos a cuestionarnos si de verdad existiría aquel lugar. En ese caso, ¿por qué, entonces, mi abuelo —amante de leyendas urbanas— habría tenido ese comportamiento?
Nuestra siguiente opción fue ir al norte de la aldea, una zona grande que parecía un poco apartada: apenas había casas y el estar ahí era como si te encerraran en un área. No es que así fuera, pero algo había en ella que te hacía sentir aprisionado.
Nos cruzamos con alguien para nuestra sorpresa. Acababa de salir de su casa, parecía una persona de edad avanzada, pero que no alcanzaba la vejez. Supuse que tendría unos sesenta años ya pasados. Llevaba una boina de color marrón y unos diminutos ojos miraban a través de sus gafas redondas.
Sakura fue veloz hacia él, mientras sus rizos se meneaban en cada movimiento. Lo hizo sin miramientos, como si llevara tiempo esperando a que alguien apareciera para poder atacarle a preguntas, siendo una presa de la niña.
—Disculpe —le dijo al señor.
—Date prisa, niña, tengo que enviarle algo a alguien —repuso él, pero con algo de gentileza en su tono, cosa que contrastaba con sus palabras. Me fijé que portaba, en su mano derecha, un paquete.
—¿Sabe si por aquí había antes un viejo edificio? —preguntó Sakura, con cierta amabilidad e inocencia fingida—. Me han dicho que por aquí había un edificio ya abandonado. —Él frunció el ceño y movió sus labios hacia abajo, desconfiado..
—¿Y para qué lo quieres saber? —preguntó, ahora sí, con un descaro que comenzaba a asomar en su voz.
—Alguien que conozco perdió un diario allí y ahora que no puede buscarlo, me ha pedido a mí que lo haga —mintió.
—Sí, claro, y yo me lo voy a creer. —Su voz se estaba volviendo cada vez más áspera y apática, y yo notaba que si seguíamos con aquello no íbamos a ir por buen camino. Nos lo estaba mostrando deliberadamente.
Sakura se giró sobre sí misma, con algo de molestia y avanzó hacia mí. Al parecer esto alivió al hombre, que se alejó de nosotros para continuar con lo que estaba haciendo sin decir ni una sola palabra más. Yo suspiré, algo avergonzado, pues evité el contacto visual con él, como si estuviéramos haciendo algo incorrecto.
—No vamos a sacar más que gritos preguntando —me hizo saber Sakura.
—Si quieres podemos parar, no entiendo por qué tanto interés —propuse con desgana y encogiéndome de hombros.
—No, primero que yo tampoco tengo mucho que hacer aquí, pero eso me da igual —dijo. Me sentí mal en ese momento ya que yo la había llevado hasta aquí, por mi culpa se aburría, y aun así se esforzaba por disfrutar del verano—. Segundo, en esta aldea la gente esconde algo, ¿no ves que todos se comportan como tu abuelo al preguntar?
—Es cierto —susurré, haciendo un esfuerzo por recordar que, salvo a aquel hombre joven, todos se volvían hostiles y apartaban el tema nada más mencionarlo.
Dejando un poco a parte aquello, decidimos subir una ladera que estaba compuesta por un bosque. Dado que ahí se estaba cómodo decidimos adentrarnos, pues a la sombra hacía fresquito y nos venía bien hacer un descanso. Había preciosas flores silvestres de colores, aunque no demasiadas, rodeadas de matorrales donde algunos eran ya pasto seco. La ladera se empinaba más y los árboles tapaban la vista.
—¿Saku-chan? —la llamé, para así captar su atención. Tras adentrarnos un poco, ella comenzó a mirar el fondo embobada.
—¡Ya lo tengo! —exclamó con alegría, se giró hacia mí, dando saltos y palmadas, con una sonrisa en la boca. Sus movimientos eran rápidos y se notaba que estaba nerviosa—. No tiene por qué estar en el pueblo.
Extendí mis brazos, intentando tocarla para que se calmara; sus palabras eran más bien un farfullo y no hacía más que señalar a esa colina que había delante de nosotros.
—¿Qué quieres decir?
—Ven, mira, ven —gritaba, mientras me tiraba de un brazo.
Yo cedí a su agarre y dejé que me guiara hacia donde ella estaba, después me agarró de los hombros y me obligó a agacharme. Tardé en verlo, pero entonces descubrí que me señalaba un edificio que se escondía tras la densa vegetación.
—El edificio estaba cerca de Fubasa, pero no tenía por qué estar en ella —me explicó—. ¿Ves que entre los árboles hay algo marrón? Algo así como un edificio viejo. —Ahí estaba, dentro del bosque, oculto entre los árboles que lo tapaban. Su madera parecía construida con la de estos, pues se camuflaba tanto que era difícil de distinguir.
Yo asentí, me levante y empecé a andar poco a poco en dirección a él, Sakura se distanció de mí y empezó a correr por la colina, cosa que yo imité. Fui aumentando mi velocidad al notar el pasto seco entre mis zapatos, mezclándose con ellos y notándolo en mis pies. Era una sensación incómoda que odiaba.
Sin embargo, podía ver más y más cerca aquello que era lo que estábamos buscando. Los árboles ya no lo escondían tanto, y tuvimos que frenar al comenzar a cansarnos. El calor no ayudaba, esa cuesta estaba muy empinada y, pese a que parecía que el edificio estaba cerca, no era así precisamente.
Cuando por fin alcanzamos la construcción, pudimos ver que esa zona de la colina era más llana. Había una valla que rodeaba el recinto —con viejas parcelas en donde antaño habría plantas— que estaba constituida por barrotes. El edificio era alargado, existía una gran puerta para entrar por él, así como varias ventanas juntas y rectangulares a lo largo. La madera que lo constituía estaba caída en algunos trozos y la hiedra había crecido por él. Incluso pude notar el color desgastado.
—¿Qué sitio es este? —inquirí.
Sakura avanzó y se metió por el patio que había.
—Descubrámoslo.
La seguí hacia dentro, la puerta principal estaba caída y de un golpe se podría tirar al suelo. La emoción me embargaba y estaba tan nervioso que las sienes me latían. Di gracias a estar junto a Sakura para sentirme algo mejor, sentía algo de miedo.
Mis ojos miraban alrededor de todo, intentando ver cada detalle. Entramos en un amplio espacio amplio con taquillas oxidadas y un pasillo que se extendía al fondo. Una de las escaleras que se encontraban allí estaba caída en cierto punto, volviéndola inaccesible. Lo primero que decidimos los dos fue seguir hacia delante para ver más.
Sin embargo, nuestras ideas cambiaron cuando vimos algunas taquillas abiertas a las que nos quedamos mirando, algunas vacías, otras con zapatos de escuela. Fueron esos pequeños detalles que nos hicieron descubrir qué era aquel sitio.
—Esto es un colegio —balbuceé yo, para después mirar a Sakura, quien le echaba un ojo a todo lo que podía.
—Un colegio abandonado lleno de fantasmas —dijo, como si me estuviera corrigiendo. Yo ignoré aquello, pues parecía ser un lugar normal y corriente. Tampoco estaba de humor para eso, el sitio era siniestro—. ¿Por qué crees que lo abandonarían?
El sol entraba por la puerta con fuerza, permitiendo que viéramos con claridad, a pesar de que aquel sitio daba un aura muy oscura. Era incómodo estar allí, por ello, dimos unos pasos para acercarnos el uno al otro y así no tener una distancia lejana. Nuestra compañía era lo único que nos daba seguridad.
—Pues..., en un pueblo tan pequeño, ¿quién vendría hasta aquí? Mira esto —exclamé. Vigas sueltas, madera comida, metal oxidado, plantas que se habían apoderado del lugar, todo caído en el olvido—, está perdido en la nada y en esta aldea casi no hay niños.
—Pero fíjate, es lo bastante grande como para tener varios alumnos. —Señaló hacia las aulas y las escaleras. Era cierto, en esta aldea no había el suficiente número de personas para llenarlas todas—. A lo mejor venía gente de fuera.
—¿Y de dónde? Yo no he visto más sitios que estén cerca de Fubasa.
—Esto tiene pinta de ser del siglo pasado, a lo mejor había más pueblos por la zona. Yo qué sé.
Entramos en la primera aula que vimos. Presentaba un aspecto abandonado: con sus pupitres y sillas separados, mirando hacia la pizarra, la cual tenía al lado la mesa del profesor y delante un atril. Al fondo había más taquillas oxidadas. Vi un tablero, colgado en la pared, con papeles arrugados y sin poder leerse lo que había en ellos. Incluso un reloj parado sobre la pared.
El suelo tenía tablones sueltos y las paredes estaban descoloridas del tiempo. Una tapia contraria a la entrada estaba repleta de ventanas. Me acerqué a ellas y pude divisar el paisaje de detrás de la escuela: el final de la colina daba a una cima con un enorme árbol plantado sobre ella y sin ninguno más alrededor. Daba una sensación de relajación.
—Aquí no hay nada que pueda darnos una pista —manifestó Sakura, haciendo que saliera de mi mundo.
—No, podemos investigar más, pero vamos, los fantasmas vienen por la noche.
Ella me fulminó con la mirada y salió del aula, yo la seguí, pero no intenté disculparme. ¿De qué iba a servir? Es más, ¿realmente serviría de algo estar aquí? ¿Encontraríamos algo? El aula al lado de la que habíamos entrado tenía la puerta atascada; por más que la corríamos no lográbamos que se moviera nada. Cedimos y nos adentramos más por el pasillo.
Al fondo de este estaban los baños. Primero quisimos ver si había gran cosa por ahí antes de seguir metiéndonos en más aulas iguales. Sin embargo, no había gran cosa, los espejos estaban rotos y los cubículos vacíos, sin supuestos fantasmas.
La segunda aula que visitamos era igual que la primera, con la diferencia de que en ella encontramos un libro. No parecía viejo, sino reciente. Fue tal el susto que, aunque pareciera una tontería, nos dio hasta miedo abrirlo. Nos quedamos estáticos, ¿había alguien más con nosotros?
—Es el fantasma, seguro —afirmó ella.
—Seguro que ese libro se lo dejó aquí alguien —expliqué yo, calmado tras el susto. Tampoco es que este sitio estuviera muy apartado ni fuera de difícil acceso.
Justo en ese momento escuchamos unos ruidos, fueron como unos golpes secos que no duraron mucho. Yo me tapé la boca para no gritar, mientras que Sakura dio un respingo y se le contrajo la cara. Nuestra primera idea fue subir por las escaleras para escondernos en el piso de arriba. Y eso hicimos.
Ahí había cuatro aulas más y dos huecos por los que subir por las escaleras. Pensamos que lo mejor era entrar en una de las clases y, tras abrir un poco la puerta y asomarnos tras la rendija, vimos que estaba vacía. Así pues, nos metimos esperando que, fuera lo que fuera que estaba allí, no nos viera. En esa clase también había moho y alguna que otra planta, incluso por una de esas ventanas se había adentrado la rama de un árbol.
—¿Crees que no estamos solos? —me preguntó ella, asustada y sentada en una de las sillas que había. Miraba a un punto fijo, con cara de trauma.
—Eso es obvio —le contesté, entre jadeos, con los ojos inyectados en sangre. Tenía que dar vueltas si quería calmarme un poco—. Ahora lo que nos interesa saber es quién o quiénes están con nosotros.
—¿Y si es un fantasma? —Y dale con los fantasmas. La fulminé con la mirada, agobiado.
Seguro que era una persona, pero ¿y si no? Me asomé a una de las ventanas, el sol comenzaba a caer y no creía que tardara mucho en ser de noche.
—¿Y si nos vamos de aquí? No me siento muy a gusto —propuse, agobiado por todo.
—Bueno, es cierto que quedándonos encerrados no hacemos nada, pero es que si bajamos podría pillarnos esa cosa...
—También lo hará si nos quedamos aquí encerrados —dije. Estaba cansado y no me sentía cómodo en aquel sitio, si ya de por sí me daba algo de miedo entrar, tras esos ruidos todavía más. Puede que todos esos pensamientos no fueran más que cosas producto del miedo y que no eran más que imaginaciones nuestras.
«Tu madre ha alimentado tu mente con cuentos de terror», me dije a mí mismo para calmarme.
—¿Crees que es seguro irnos? —preguntó Sakura, yo asentí, aunque no muy confiado. Se levantó de la silla asegurándose de que no producía ni el más leve ruido y corrió un poco la puerta, por la que se asomó. Después la abrió más con cuidado y me hizo un gesto para que la siguiera.
Yo avancé, intentando que mis zapatos no resonaran en la madera. Ninguno de los dos hablaba, pues podría ser un grave error y teníamos mucho miedo en aquel momento. ¿Qué nos aguardaba? Caminamos por el pasillo con pasos grandes y lentos, a continuación miramos por el borde las escaleras y, por lo que se podía ver, no había nadie.
Bajábamos cada peldaño mirando más y mejor al piso inferior, para asegurarnos de que no había nadie. Una vez estuvimos en la entrada quisimos ir más rápido, pues teníamos la salida delante de nosotros, luego correríamos en dirección a la aldea como si nada hubiera pasado.
Hasta que una voz nos paró.
Era la voz de un niño, sí, no sonaba grave, sino aguda y chillona. Nos giramos sólo para ver a un crío que nos sacaba media cabeza (Sakura y yo medíamos casi lo mismo), con un pelo color azabache y algo ondulado, cosa que me causó envidia. Portaba una camisa blanca a juego con unos pantalones cortos negros.
El niño frunció el ceño, mostrándose muy cabreado y nosotros nos quedamos atónitos, mirándolo con un libro de color rojo en la mano —el mismo que habíamos visto antes—. Dio grandes zancadas hacia nosotros, y descubrí ira en sus ojos castaños y claros.
—¿Qué hacéis aquí? —Me di cuenta (aunque tardé) en saber que eso no era una pregunta, sino una exigencia. Al menos me alivié de saber que fue él quien produjo aquellos golpes.
—Explorar —dije, al sentirme decepcionado por ver que Sakura no respondía.
—¡Lo sabía! —exclamó, señalándonos con la mano en la que sujetaba el libro—. Hoy he oído que unos niños estaban preguntando sobre la antigua escuela, y aquí os encuentro.
—¿Y qué tiene eso de malo? —inquirió Sakura.
—¡No os importa! —chilló tan fuerte que le salió un gallo en la voz—. Largo de aquí, nadie os ha llamado en este sitio.
Su actitud me cabreaba bastante, nos pidió irnos cuando él también estaba en el mismo lugar que nosotros, como si aquello fuera un templo sagrado o algo por el estilo, ¿qué importancia tenía que estuviéramos allí? Ninguna.
—¿Y tú qué haces aquí? —pregunté, queriendo sonar desafiante, aunque no lo hice muy bien.
—Echaros, he buscado por todas partes para que os fuerais. —Dio un golpe al suelo y señaló a la puerta, mientras se aproximaba a ella y hacía meneos con la mano—. ¡Largo he dicho!
—No eres quién para mandarnos —le recriminó Sakura. La voz le temblaba, pese a que su cara permanecía seria. Terminé por sentir pena por ella, porque no tenía derecho aquel niño a mandarnos. Pero, si algo caracterizaba a Saku-chan, era que no dejaba que nadie se le subiera encima—. No es más que una escuela vieja, como otras muchas.
—¡Ah! —exclamó él, con los dientes castañeando—. ¡FUERA DE AQUÍ!
Jalé del brazo a mi amiga y le lancé una mirada cómplice, viendo que aquel niño no tenía solución. Si hubiera sido por ella, nos habríamos quedado toda la tarde discutiendo. Como no nos apeteció volver a la aldea en ese momento y yo sentía intriga por el final de aquella colina, ambos subimos por la cuesta sin que el otro chico se diera cuenta, pues se adentró y nos dio la espalda al salir.
Subimos a paso lento, una vez en la cima nos sentamos bajo un árbol grande y alto que nos dio sombra mientras nos sentamos entre sus raíces. Parecía una especie de cedro, pero no estaba muy seguro de ello. Desde ese punto se podía contemplar extenderse toda la aldea y pude divisar que la gente empezaba a salir de sus casas.
—¿Por qué crees que la gente nos decía que no había ninguna escuela por aquí? —preguntó Sakura, sentada sobre una de las raíces.
—Quizás nadie quiere que entremos. —Como si supiera lo que iba a decir, opté por añadir—: Y no creo que sea por fantasmas.
Ella me dio un codazo en el brazo.
—Tonto, no iba a decir que era por eso. —Se acomodó entre las raíces, pensativa—. Pero... ¿crees que el niño era un fantasma? ¿Cómo iba a saber que estábamos allí?
—¿Espiándonos? —La miré, arqueando una ceja, esperaba que pillase el tono: no era sarcasmo ni burla. Le costaba pillar ese tipo de cosas y a veces se ponía a la defensiva.
Le eché un vistazo a la aldea, cada vez más gente salía de sus hogares, pero empecé a ver que una multitud se empezaba a juntar en un punto y me empecé a extrañar, ¿quizás había comenzado algún evento que nosotros no conocíamos?
—Es obvio que sabían lo de la escuela, vamos, todo el mundo va a la escuela —concluyó la pelirroja. Sí, eso era cierto, ¿sería tan vieja que nadie se acordaría de ella?—. Es más, hasta ese niño raro no quería que estuviéramos ahí.
—¡No soy raro! —se escuchó decir a una voz tras nosotros.
Nos giramos para ver al mismo chico de antes: nos había estado espiando lo más seguro. Nos levantamos y dejamos de hablar en acta. Yo fruncí el ceño, viendo que aquel chaval era de lo más agobiante, incluso me chupaba la energía.
—¿Sabes que está feo escuchar a escondidas a los demás? —le recriminó Sakura, alzando la voz.
—Acabo de llegar —dijo el niño, molesto y nervioso, le temblaba todo el cuerpo y seguía con su misma expresión de furia en la cara. Qué repelente me resultaba.
—No te creo —confesé.
Rodeó el árbol que había entre nosotros y se posicionó delante, pero había unas ramas entre los tres. Estaban frondosas y le tapaban media cara al chico. El corazón me latía muy rápido producto de la rabia que me consumía.
—He venido porque ha pasado algo importante —dijo, calmando esa furia que parecía venir por defecto en él.
—¿Qué ha pasado? —soltó Sakura, dispuesta a enzarzarse en una pelea sin sentido, solo para hacer que nos dejara en paz.
Y entonces la noticia escapó de sus labios, dando tumbos, como si no supiera muy bien adónde ir. No tenía un rumbo fijo y sonó en un susurró que llego con fuerza a mis oídos. Después llegó a mí de un golpe fuerte.
—Alguien ha muerto.
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¡Gracias por leer! :)
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