12. Cenizas que el fuego dejó
Desperté con un sabor extraño en la boca. Era amargo, suave en el paladar. En los labios se notaba fuerte, de ahí era el origen. Un techo conocido. Las vigas colgaban, de madera, más allá de ellas todavía se divisaba oscuro; la tenue luz no alcanzaba tan alto. Ya había estado en aquel templo: el único de la aldea Fubasa. Sentí paz, aunque no podía sentir otra cosa. A pesar de intentar moverme, tensarme o cualquier otra acción que requiriera de mucho movimiento o nerviosismo no parecía conseguirlo.
A mi lado estaban también los demás, incluso Akira. La miré mientras dormía: su pecho subía y bajaba. Seguía viva. Repetí la frase hasta que la creí. Los huesos se le notaban un poco más de lo habitual, ligeros rasguños se veían en su piel, nada importante. El resto también los teníamos, la diferencia era que los suyos estaban más cicatrizados.
Kazuo despertó después que yo. Nuestras miradas se cruzaron. Se le distinguía igual (o más) de relajado. Los ojos apenas podía abrirlos y debo admitir que me pareció más horrible que nunca. Estaba blanco, su expresión no denotaba en absoluto vida, el pelo estaba revuelto, como si un remolino hubiera pasado por su cabeza. Dio un suspiro, flojo, luego me analizó. Después fue al resto. Mitsuki acababa de levantarse, estiró los brazos, cualquiera diría que acababa de echarse una buena siesta. Se saboreó los labios, dejó escapar un sonido de satisfacción.
Cuando Sakura abrió los ojos, se llevó las manos hacia ellos. Se la veía disfrutar. Bueno, yo también lo estaba haciendo. Fue un sueño profundo, comparable al de la anestesia. Reparador, que me dio toda la energía que necesitaba y esa calma que, durante días, no había tenido. No organicé bien mis ideas, todavía no, la calma absoluta me hacía pensar que todo lo malo era una tontería y que era mejor apartarlo. Sentí ese gozo que había dentro de mí.
—¿Dónde..., estamos? —preguntó Kazuo, con voz adormilada.
Hubo unos segundos desde que él habló hasta que yo decidí responderle.
—En el templo.
—¿Qué templo?
—El de Fubasa.
Eso pareció aliviarles. No hubo más plática entre nosotros. Nos encontrábamos lo suficientemente adormilados como para no ser capaces de hacer algo que no fuera estar sentados en el suelo. Me sorprendió que no estuviera incómodo, ni que hubiera despertado con molestias. ¿Cómo habíamos llegado hasta ahí?
Akira tardó en levantarse. Su despertar me resultó dulce, un soplo de aire fresco. Me habían devuelto a mi hermana, viva, no me preocupé por si presentaba alguna dolencia. Tampoco caí en eso. Lo hizo como todos, con un cansancio más notorio que el resto, pero sin quejarse ni hablar.
Creo que tardamos unos minutos en espabilarnos por completo. Fue progresivo, noté que las emociones como nerviosismo o una enorme alteración se iban haciendo paso en mí. También tuve la oportunidad de experimentar otras sensaciones, como alegría por ver a Akira, lo que reprimió mis pensamientos iniciales.
—¿Estamos en el templo? —preguntó Sakura, que no salía de su asombro.
Los pueblerinos de Fubasa nos lo confirmaron, para luego prestarle más atención a Akira. Ella insistió en que estaba bien, la única pega era que sentía un hambre atroz, de esos que te provocaban dolor de estómago. Al tocarla noté sus huesos, tenía una piel muy fina y empezaba a sospechar que se podría haber muerto de hambre. Le dijimos si tenía alguna molestia más, pero lo negó.
También lo hizo cuando le preguntamos si recordaba algo. Dijo que nada, no fue consciente de que se había pasado cinco días en un bosque, apenas sabía quién era Aika. Por la noche una niña le despertó, le dijo que estaba asustada. No mencionó que le diera muchas más explicaciones, sin más ella la siguió y, llegado un punto, todos sus recuerdos se borraron. No le contamos nada más, cuando ella mostró interés por cómo habíamos llegado hasta aquí nadie respondió.
Sakura le dijo que tampoco sabíamos algo. Sólo que ayer la buscamos durante la noche en el bosque y que después, al llegar al templo, la vimos ahí tirada. Fue una excusa de mierda que luego nos jodería, porque Akira sabía que le habían mentido. No sabíamos qué decirle, ni a ella ni a nadie.
Una vez se nos había pasado esa sensación extraña, salimos del templo. Estábamos más despejados, a Akira le había valido, por el momento, la explicación. No se la creyó, pero la paz que tenía en esos momentos le hizo pensar que tampoco pasaba nada.
Lo primero que vimos fue a Fubasa iluminada por los rayos de sol matutinos. Algo amarillentos, con un sol que palidecía sobre las casas. No sé cómo demonios se salvó del incendió, que casi rozó los límites de la aldea. Aquella noche el Bosque Hotaru dejó de existir. Las cenizas, los troncos chamuscados y el recuerdo de las luciérnagas que nunca más volvieron, fue lo que quedaría desde ese día hasta hoy. «Podríamos haber muerto». Me llevé las manos a la cara, sin poder creérmelo.
No era capaz de imaginarme aquello. Me centré demasiado en que íbamos a morir, en el fantasma y en tantas situaciones surrealistas que no era capaz de imaginarme la más evidente: la del bosque hecho pedazos.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Kazuo—. Digo, con todo esto. Yo no sé qué voy a decir, y creo que me van a matar mis padres.
Recordé a mi familia. Quise volver con ellos, decirles que no había vuelto solo, después mostrar que a mis espaldas mi hermana estaba conmigo. Esperaba que eso suprimiera el castigo que tanto temía que llegara.
—No sé. —Sí lo sabía, era la mejor idea. Como un golpe que vino a mí de raciocinio—. Volver a casa. Yo aquí no tengo nada más que hacer.
Nadie lo tenía.
Volvimos a la aldea. La gente se encontraba despierta, podía verlos de soslayo por las ventanas, miraban al exterior y algunos nos señalaban con el dedo. Aligeramos el paso, ya era tarde, saldrían e irían a por nosotros. No me extrañaba, cinco niños con un aspecto de pena, casi yendo a marcha y desaparecidos una noche. Propio de una película macabra.
Mitsuki se quedó con un hombre, insistió en que le conocía. Él se puso a llorar, fue su primer impulso. La abrazó y escuché sollozos también por parte de la niña. Supuse que era un familiar. La mujer que lo acompañaba, entre sollozos, nos preguntó a gritos que dónde habíamos estado. Casi se le salía el alma. Goterones se le salían de los ojos, lloraba pero más bien parecía furiosa por su voz.
—¡Vuestros padres os han buscado! —Hizo una pausa, miraba a Mitsuki, luego a nosotros, y así sucesivamente—. ¡Yo os daba por muertos!
Un cúmulo de personas se encontraban allí. Había quienes echaban a correr y se traían a más vecinos. Nos trajeron mantas, yo cogí una, me helaba de frío. Terminamos de espabilarnos y fue cuando me sentí incómodo. No estaba acostumbrado ya a tanta gente, y ser el centro de atención era lo peor que me podía pasar. De la nada apareció la madre de Kazuo, ambos se abrazaron y lloraron. Pensé en la mía, cuánto ansiaba poder volver a tocarla. Tener recuerdos bonitos, quería eso.
Por fin llegaron. La cara que se le puso cuando iba de la mano de Akira no la olvidaré jamás. Si ya venía llorando, con la cara roja y un aspecto demacrado, su rostro se puso más tenso. Lloró con fuerza, hasta mi padre hizo ruidos extraños, propios de la garganta y el estómago. Él se tropezó, no cayó al suelo de no ser por los vecinos.
Su tacto era débil, apenas nos rodeaba con fuerza. A ella se le unió mi padre. Akira lloró, fue por la amargura de ver a mis padres en ese estado de desesperación. Se sentía culpable, y eso le desgarraba el corazón. Fue un momento intenso y borroso. Lo próximo que pasó —para abreviar con momentos que tampoco interesan demasiado—, fue que la gente se dispersó, llevaron a Akira al hospital (querían asegurarse de que estaba en buen estado), no hubo preguntas. Dejaron que nos fuéramos a nuestras casas, y yo me quedé con mis abuelos.
Sakura se vino conmigo. Sentí pena por ella, debió de sentirse muy sola al ver a todo el mundo colmando de alegría por recuperar a su familia y ella teniendo a la suya lejos. Mis padres también la abrazaron y le preguntaron que cómo se encontraba, pero no era lo mismo.
Volví a sentir un ambiente cálido en aquella casa. Aún, por las esquinas más oscuras, los sentimientos negativos asomaban. Yo no me di cuenta en los comentarios, sino en que ambos mantenían la distancia. En situaciones normales no lo habría notado, pero como en ese día yo ya estaba hecho a que todos nos diéramos abrazos colectivos me resultó raro no ver ninguno.
Ellos no hicieron preguntas, pidieron que nos dejaran en paz. Lo agradecí, teníamos que pensar en cómo explicaríamos todo lo visto.
—No recordamos nada. Ya está, seguro que eso cuela.
—¿Y cómo explicamos que aparecimos en un templo? —atajé.
—Nadie sabe que estuvimos ahí.
—¿Y el incendio?
A eso no había explicación. Dudaba que decir «lo evitamos» fuera la respuesta. Se nos hubiera quemado la ropa o algún indicio que lo señalara. Luego estaban Mitsuki y Kazuo, deberíamos estar con ellos para decir lo mismo. Pensé en dejar aquello como otro misterio más de Fubasa y decir que habíamos entrado al templo, para luego desmayarnos.
—Muy absurdo.
—Más que decir que un fantasma nos llevó hasta allí.
Sus ojos se quedaron vacíos, muertos, llenos de un recuerdo fúnebre. Incliné la cabeza y me detuve en las líneas que marcaban el suelo.
—Sobre eso... —Levanté la cabeza de tal forma que me hice daño. Me llevé la mano a la nuca, luego puse una mueca de desagrado—. Deberías saber también que te besó en la boca. Caíste, pensamos que te habías muerto y... No recuerdo nada más. Supongo que me besaría a mí también.
—Qué vamos a decir. —Las manos me masajeaban el cuero cabelludo. Revoloteaba el pelo y lo movía en círculos. La ansiedad me produjo un nudo en el estómago y un ardor en el cuerpo. Akira estaba bien, no me dejaron ir con ella, pero al menos llamaron desde el hospital para decir que la ingresarían unos días. Ahora otro problema le seguía a ese, ¡no podía respirar tranquilo!—. Mintamos o digamos la verdad estamos jodidos.
—Eh... —Sakura prolongó el sonido, estaba pensando—. Lo que podemos decir es que entramos en el bosque pero que salimos antes del incendio. A lo mejor cuela.
—Lo que nos llevó toda la noche, claro.
No le gustó nada mi sarcasmo.
—A ver... Te fuiste al bosque a buscar a tu hermana. Yo te seguí porque tardabas mucho. —Miro a la habitación, buscaba algo. Meneó la cabeza al no encontrar nada sobre la mesita, en la cual concentraba su atención—. Como la nota no está, pues puedo decir que tardabas y llamé a los otros dos para buscarte. Y como no todo se ha quemado podemos decir que nos perdimos por el bosque hasta la mañana. —Descubrió una falla en el plan—. Claro, pero cómo explicamos lo de tu hermana.
—Decimos que fue un fantasma y si no nos creen que les den. A lo mejor luego aparecemos en televisión.
—Eso me recuerda a lo que vimos en la pendiente.
—¿Qué sucede con eso?
—Quiero decirles dónde están los desaparecidos de la aldea.
Un cubo de agua fría me hubiera sentado mejor que aquello. Significaba dar más explicaciones, inventar más detalles sobre una mentira que tampoco estaba pensada y hundirnos más en un foso.
La convencí de que lo mejor era callar. Cuantos menos detalles diera, mejor. Eso me habían enseñado y ahora podía aplicarlo para evitar meterme en problemas. No le gustó la idea, pero comprendió que era lo mejor que podíamos hacer. No siempre en la vida se conseguía hacer justicia.
Al día siguiente recibí una llamada. Me sorprendió que fuera Kazuo. Estaba tranquilo, rompía los esquemas del chico repelente que yo conocía.
—Han encontrado los muertos que vimos.
—¿Cuáles? ¿Los que... —Bajé mi tono de voz lo suficiente para que nadie me pudiera oír— se llevó Aika?
—Sí. Mientras apagaban el incendio se los encontraron. He oído que van a analizarlos y cosas de esas, ¿sí?
—Esto me parece muy fuerte.
—Pues agárrate porque lo siguiente es todavía más fuerte, ¿sí? —Se me subió el pecho a la garganta, intentaba tragar saliva para que volviera a su sitio. Se mantenía sujeto en ella. Con el pecho oprimido escuché lo que tenía que decir—: El tío del diario quemó todo el bosque. Dicen que quemó primero la entrada de Hotaru y luego se extendió. Además... Ayer lo encontraron muerto en su casa, se había ahorcado y mi madre ha oído que también había una nota donde ponía que no quería vivir más. Dice que sufría mucho, pero no ponía de qué.
Kazuo saboreaba las palabras. Eran dulces y le encantaba. Disfrutaba con eso, para él se había hecho justicia y el "villano" había obtenido su merecido. Lo sentí sádico, disfrutar del suicidio de otra persona, pero fue con el tiempo. En aquel momento no me inmuté demasiado. Encontrar a una persona conocida muerta y con cara de horror me había endurecido.
Resultó que sí, que Kobayashi había provocado el incendio, porque en la nota que escribió lo dejó muy claro. Más me chocó saber que aquel hombre que murió durante el festival era su padre. Me resultó trágico y macabro. La familia de aquellos dos estaría hecha polvo, sin nada a lo que aferrarse. Podía sentir casi lo mismo que ellos, porque hasta hacía poco no sabía dónde estaba mi hermana.
No seguimos hablando más. Tampoco me apetecía hablar del tema, seguía con mis propios problemas. Una pena, pues era la segunda vez que había hablado con un Kazuo más calmado. Me extrañó su comportamiento después de lo ocurrido en el bosque, pálido de ver a un fantasma y medio atontado.
Más tarde nos interrogaron para saber qué demonios nos había pasado. Fue en nuestras casas. Lo que yo no sabía era que, los padres de los cuatro, habían removido cielo y tierra para que nos dejaran un día de descanso y no tuviéramos que salir de casa. Como si el depredador estuviera al acecho para poder devorarnos.
Mi versión fue que entré al bosque para buscar a mi hermana. Que ellos me alcanzaron en la entrada, para que volviera y yo, sin pensar en nada, seguí hacia delante. Cuando expliqué que habíamos visto algo que me hizo recordar a lo sucedido durante el festival me eché a llorar. Fue por la mentira, se me hacía demasiado grande y yo tampoco era alguien que ocultara la verdad. Conté que entramos en el templo, que lo que buscamos fue escondernos y eso fue lo primero que vimos. Teníamos miedo por nuestras vidas.
No salimos de allí hasta que estuviéramos seguros. Buscamos un lugar apartado y, a pesar de los ruidos, decidimos que lo mejor era permanecer ocultos. Así que al final nos dormimos. Al despertar encontramos a mi hermana en la entrada. Parecía desorientada pero en buenas condiciones. También describí un poco la sombra que vimos, con algunos detalles vagos que recordaba del hombre que vi en el colegio.
Fui muy sombrío al hacerlo. Me quedé pensativo, sobre qué ideas cruzaban por su cabeza aquella vez que me lo crucé. Cómo había llegado a tal situación. De hecho, lo solté, también conté esto. Lo hice de forma inconsciente, sin saber que le estaba dando a la lengua de más.
Más tarde me tranquilizaron, no recuerdo quién me dijo que no me pasaría nada. No me iban a juzgar, yo no había matado a nadie y que yo estaba libre de todo cargo. Lo sentí una mentira. Mi conciencia estaba sucia. Estaba seguro de ser el culpable de algo que no había hecho, sin estar muy seguro.
Pareció como si una mano ajena a nosotros, todavía en el juego, moviera hilos. Todos dimos la misma versión. Desde diferentes puntos de vista, lo que la volvió más creíble. Como si nos copiáramos del mismo trabajo y luego hiciéramos cambios, para que así no pareciera el mismo. Fue una suerte y le solté una risa nerviosa a Mitsuki y Kazuo la tarde que me enteré. No les sentó bien, pero daba igual.
Por lo demás todo había acabado para nosotros. Tuve la suerte de poder salir aquella tarde, ya que mi abuela se había vuelto más indulgente conmigo. La gente nos miraba raro, algunos cuchicheaban y yo deseaba salir de allí. Fue la primera vez que fui consciente de lo que era un chisme que se esparcía por todo un pueblo. Mi odio hacia Fubasa se incrementó, pero me aliviaba saber que, aunque yo tuviera algo cargando a mis espaldas, ellos estaban en la misma situación. Todos los que desaparecieron no eran unos santos. Esa aldea estaba corrupta.
Al día siguiente visité a Akira en el hospital. Estaba bien. No presentó síntomas de deshidratación. Los rasguños se le estaban curando y eso era todo, ya que tampoco poseía heridas internas. Tras un día de alimentarla con suero, empezaron a darle papillas para ver si le sentaban bien. Si era así, pasaría a los alimentos sólidos y le darían el alta. Acabaría yéndome el uno de septiembre de Iwate, lo que me dejaría tiempo para averiguar más detalles.
Con todo resuelto y una familia reestructurada, me dejó una paz mental increíble. Aquella que sentí la vez que desperté tras el beso del ángel no se podía comparar con esta. Era maravillosa, me hacía apreciar cada detalle por muy estúpido que fuera. El canto de las cigarras llenaba mis oídos y me agradecía de volver a oírlo. Pero eso no era todo. Te llenaba la propia alma, era una relajación que se extendía hasta las puntas de los dedos y te hacía cosquillas. La calidez me envolvía, un abrazo me recorría todo el cuerpo mientras recibía caricias.
La última tarde antes de irme de Fubasa fue emotiva. Quedamos en el parque de la aldea, donde no había nadie. El cielo se veía naranja y el sol ya comenzaba a esconderse entre las montañas, a lo lejos escuché a dos niños gritar. Las cigarras no cantaron aquel día. Recuerdo muy bien las nubes, llenas de tonos rosados. A veces tapaban el sol y se veían unos rayos marcados.
—El incendio se propagó en el centro del bosque. —Mitsuki se terminaba enterando de todo, pensé que era suerte o que ponía mucho oído a todo. Llegué a pensar que era porque se daba vueltas por Fubasa y cotilleaba conversaciones. Pero no, era su madre quien se enteraba de todo y después iba a parar a ella—. Por eso no llegó a la aldea. Creo que el tipo quiso quemarlo bien, todo entero. Aunque... Había un lago cerca, y cogieron agua de ahí. Por eso pudieron apagarlo todo, pero me da pena que el bosque ya no esté.
—Al menos llegaron a los muertos, ahora están en paz —añadió Kazuo, con la mirada en alza.
—Yo creo que llegaron porque el fuego alcanzó donde estaban, y al apagarlo tuvieron que entrar y se los encontraron. —El pesimismo de pensar que las llamas nos pudieron haber calcinado no me llevaba muy lejos de la verdad. Pasó algo parecido, pero esa es otra historia que contar.
Nadie me respondió. Era una idea muy macabra el imaginarnos quemados hasta los huesos. A ninguna persona le haría gracia pensar que podría haber muerto. Fue ese momento cuando les eché un vistazo y descubrí que los echaría de menos. Kazuo me resultaba un renacuajo insoportable y si no le pegué una bofetada fue porque yo no era así. Pero le había cogido cariño, como si un gatito tras arañarte te echa una mirada adorable, no podía seguir odiándole.
—¿Y qué pasará con Aika? —inquirió Sakura. Después de todo, había hecho todo aquello solo para solucionar los problemas de la aldea, pero Aika era un pilar en toda la trama.
—Yo creo que ahora está bien. Dijeron que iban a mirar los esqueletos en un laboratorio para saber si eran de la gente que desapareció. Al fin ella encontrará lo que buscó: que sepan que pasó con ella.
El resto del día lo pasamos hablando de cosas nimias. Fue maravilloso. Nunca habíamos hablado sobre nuestras vidas, y me sorprendió saber lo poco que sabíamos los unos de los otros. Por ejemplo, nosotros le contamos que veníamos de una ciudad de Saitama y que ya estábamos en el instituto. Mitsuki tenía nuestra misma edad, pero Kazuo no, pues nació en enero y por poco más de dos semanas no había alcanzado a nacer en nuestro mismo año. Hasta detalles que me sorprendieron, como que Mitsuki sabía hablar chino.
Estuvimos durante un mes platicando sobre fantasmas, gente muerta y desapariciones, así como un misterio sin resolver. Sin embargo, cosas tan básicas como nuestros apellidos jamás lo hicimos, pensarlo era raro y a la vez gracioso. Por lo general, lo primero que sueles hablar con una persona son de cosas nimias antes de seguir a aspectos más serios o personales.
No nos despedimos al caer la noche con un «adiós», todos dijimos «hasta luego». Supo agrio en el paladar y más agrio en el ambiente, pero nos hicimos con nuestros números de casa y prometimos que algún día volveríamos a vernos.
Esa mañana me despertaría pronto. Vería a mi madre loca por salir de aquel lugar y se me contagiarían sus ganas. Casi pareció una competición por ver quién acababa antes. Parecía absurdo, de hecho, nadie diría todo lo que había sucedido durante el mes anterior. A Sakura le supuso un alivio irse, no más que a mí, que lo vi como una bendición. El día de la ida se veía muy lejano en el horizonte y por fin había llegado. No me lo podía creer.
Antes de montarnos en el coche nos despedimos de mis abuelos. Fue seco, no como las anteriores veces donde había un sentimiento de vacío nada más pisar el tren. En aquella ocasión fue un despeje de todo, no por ellos, sino en general. Miré por la ventana aquella aldea maldita y empecé a recordar mis vacaciones. No diré que fueron las mejores de mi vida, pero tampoco las peores. Fueron horribles, eso sí, incluso mis predicciones, al lado de lo que habían pasado, eran un paseo. Pero me llevé cosas buenas, y vi que no todo era tan negro como yo creía.
Akira estaba a mi lado, jugando. No recordaba nada. Seguía ajena a todo, y dentro de su mundo era feliz. Como si aquellos días en los que no estuvo con nosotros no hubieran pasado, ni se preocupó en cómo nos sentó. Decidimos guardarle eso hasta que fuera mayor, además, todo estaba muy reciente y nadie quería abrir la herida ahora que estaba cicatrizando.
Cuando dejé Iwate grité de euforia para mis adentros. Era definitivo, todo había terminado.
Perdí un día de clase, pero al volver tuve muchas cosas que contarles a mis compañeros. El caso de Fubasa había salido en las noticias y todos estaban deseando que contáramos algo. Sakura se mantuvo recelosa, aunque al principio yo contaba casi de todo, vi su actitud y me arrepentí. Descubrí que ese era mi secreto del corazón. Debía guardarlo bajo llave y tratarlo con cariño.
En cuanto a lo demás no supe gran cosa de Fubasa. Se hizo público que los esqueletos que nos encontramos eran de las personas que desaparecieron hacía varias décadas. Los cabos sueltos impidieron saber qué había ocurrido realmente con ellos y quién era el culpable. De las últimas muertes se sospechó de Masato, porque además el hombre que murió durante el festival era su padre. Tenía un móvil para matarlo, y eran las malas relaciones que había entre ellos. La propia familia lo dijo después: se odiaban a muerte y discutían por temas que no contaban a nadie.
Nunca llegué a saber qué se traía entre manos Taishi Kobayashi. Si estaba metido en alguna mafia o traficaba con drogas sigue siendo un misterio para mí, pero esa era otra historia que a mí no me incumbía. Quien lo hacía era Aika. Tampoco supe más de ella, no la volví a ver tras esa noche, pero sé que le debo la vida. Quiero pensar como Sakura, que halló el descanso eterno y que ahora está donde debe estar.
En cuanto a mí volví a Fubasa dos veces más, una por cada fallecimiento de mis abuelos. Así fueron mis primeros reencuentros con Mitsuki y Kazuo. Aparte de eso, nunca pisé más esa aldea, ni siquiera la prefectura. A pesar de que allí se encontraban mis amigos viviendo. Por si tú, quien ha llegado hasta este punto, tienes más curiosidad sobre mí, te diré que sigo bien. A diferencia de las películas, seguí con mi vida normal. Vi a mis amigos de Fubasa más veces, y además, la universidad e independencia ayudan a poder ver a los que están fuera.
Esa es mi historia. Mi secreto del corazón. Puedes hacer lo que quieras con él, puedespensar que en estas palabras hay algo de verdad, o puedes tirarlas. No todo el mundocree en fantasmas y yo era el primero en ser así. Sin embargo, a día de hoy puedescomprobar si mi historia es cierta en Internet, o en aquellos periódicos viejos que yacenmarginados y que, en verdad, son un tesoro muy valioso. Escribí esto porque esemisterio no se ha resuelto, y creo que nunca lo hará. Todos estuvimos de acuerdo enesto, aunque al principio decidí escribir mi historia a escondidas. Nunca dijimos nada,¿y si nos tomaban por locos? Sabíamos lo que habría ocurrido.
Pero mi secreto del corazón siguió latente, cada vez crecía. En los sueños, en el mapade Japón —cuando veía la prefectura ahí, riéndose de mí—, en el campo, en fotos viejase incluso en los rostros cambiados de mis amigos. Siempre me lo imaginé como unarosa enrollada a él. Si un recuerdo aminoraba mi memoria, esta aumentaba de tamaño,y así lo hacían las espinas que se clavaban en mi corazón. Eso me dañaba, provocabaque yo sudara sin motivo o que a veces pensara que mi hermana nunca volvió de aquelbosque. Y, por muy bella que resultara aquella rosa, seguía dañando mi corazón. Optépor contarlo, pero de manera anónima, para cumplir mi promesa.
Escribir estas últimas palabras en la noche, cuando todos descansan, me tranquiliza.Creo que, en el primer momento que deje la libreta tirada en algún rincón del mundo,la rosa que guarda mi secreto más profundo se marchitará, y yo seré libre.
Si has llegado hasta aquí, te pido un último favor. Coge esta libreta y deshazte de ella.Déjala al alcance de otra persona para que la cadena continúe. En el metro, porejemplo, dentro de la mochila de aquella persona con la que, hace un momento, hasintercambiado miradas. Quizás en la biblioteca, justo en el momento en el que alguiendeje una mesa vacía para ausentarse un momento. Así mi historia nunca morirá, ytanto Aika como aquellos que murieron tendrán la justicia que nunca tuvieron en vida.
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Gracias a los que llegaron hasta este punto. Hasta el final.
Impresio
nes de todo en general aquí. Estoy abierto a críticas de todo para mejorar, al fin y al cabo esto para mí no es más que una obra en su versión alfa.
No sé qué pensaréis del final. Quería dejar cabos sueltos como señal de que hay más mundo fuera de Hikaru, y que no todo lo vamos a resolver (hay cosas que se escapan a nuestro control).
No sé qué más añadir aquí. Pero mucho amor a todos vosotros.
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