Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

11. El bosque de las luciérnagas

Ante mis ojos un cementerio anónimo se alzaba y yo solo tenía ojos para el final, para mi hermana. La duda jugaba con mi corazón y, como si se hubiera cansado del espectáculo que estaba creando, Aika posó sus pies en el suelo y lo mismo hizo con sus ojos, en este caso hacia mí. El odio me crecía por las entrañas, se preparaba a fuego lento, pero necesitaba más ingredientes para que la receta estuviera lista.

Después contemplé a Akira una segunda vez; hacerlo me hacía daño. ¿Estaba viva o muerta? Si, tras todo mi esfuerzo y condenar a mis amigos, había perdido a mi hermana, me sentaría mal. De hecho yo ya nos había sentenciado: el fuego se acercaba y no había forma de escapar. De milagro estábamos casi ilesos de la caída, pero ya no podíamos subir de lo inclinada que estaba la pendiente.

Kazuo tenía razón: a los muertos había que dejarlos. Tocar la oscura leyenda que bañaba Fubasa fue el mayor error de mi vida. Después miré a Sakura, ella estaba empapada de sudor y jadeante, los brazos le temblaban tanto que me ponía nervioso solo de verlos. Su pelo estaba recogido en una coleta maltratada y con varios cabellos sueltos. Me gustaba verla sufrir. Mi primer pensamiento fue estirarle del pelo. «Jódete, bruja», pasó por mi mente.

Si yo había hecho que mis amigos entraran en el bosque Hotaru, Sakura fue quien empezó todo. ¿Por qué nunca me hacía caso? ¿Por qué pasaba de lo que yo quería para hacer lo que ella tenía planeado? Fue ese el instante en el que me di cuenta de que nada se podía hacer tan a la ligera como ella pensaba. «Yo os habré traído, pero si morimos es tu culpa, bruja».

—¿Está viva? —grité, pareció que se lo pregunté al bosque, pero lo hice a la muerta que acariciaba a mi hermana, silenciosa, esperando a que las marionetas con las que jugaba dieran el siguiente paso.

Aika levitó por el aire de nuevo, voló sobre los cuerpos que yacían sin vida y respondió:

—Sí.

Casi me costaba creer que ella fuera la niña que había visto en la escuela, tan amable conmigo, y lo único que hacía era mentirme.

Un chillido se oyó de repente, me sobresalté y llevé las manos hacia mi pecho. No hubo palabras en aquel sonido. Mitsuki, con la cara roja y muy seria, señalaba dos cuerpos. Lo sé porque los vi de reojo, no me veía capaz de mirar yo también o sabía que me pondría a llorar ahí mismo. Lo hice.

Aquel hombre cuyo nombre era Takeshi estaba tumbado junto a una mujer, su rostro daba pavor: estaba contraído y horrorizado. Nunca supe cómo murió, y me alegro de ello, más aún de no haberme acercado al cadáver, que estaba empezando a descomponerse y olía muy mal. Nunca me imaginé, cuando lo conocí, que la última vez que lo vería fuera así.

Kazuo empezó a llorar, después fui yo. ¿Y si terminábamos igual? Yo no quería acabar así, era todavía muy joven para hacerlo, pero no sólo eso, me imaginaba perdido en un lugar en el que nadie me encontraría y en el que sería devorado por las llamas.

La culpa volvió, porque debí haberme estado quieto, pero también sabía que, de haberlo hecho, me sentiría mal por dejar a mi hermana allí. De todas formas, ¿qué más daba? El resultado sería el mismo. Estaba cansado, con la mente demasiado agotada para pensar. Yo era un miserable.

Deseaba morir, era la única forma de acabar con todo.

—Eh —pronunció Aika, seguido de varios sonidos vocálicos—, una cosa.

Me giré hacia ella, yo era una bomba que ya había explotado y ella había recibido el impacto directo. Todo lo que yo mismo había aprendido sobre dejar a los fantasmas en paz lo olvidé. Fue como si ya no me importase destrozar un jardín de rosas que había plantado, incluso aunque sabía que me harían daño con sus pinchos.

—¡¿Tú has hecho todo esto?! —la acusé, alcé las manos sobre mi cabeza. Las agitaba como queriendo llamar su atención. Y mi odio voló hacia el fantasma que tenía delante—. ¡¿Nos has llevado hasta la muerte?!

Casi le insulté, pero fue al moverse cuando cerré la boca. No fue el saber que ella era la causante de tantas muertes, que yo podría haber estado junto a esos cadáveres. Lo iba a estar de todas formas, eso era un hecho. Le hablaba a una niña pequeña.

Parecía más asustada que el resto de nosotros. Retrocedió, no quería estar cerca de mí. Luego se posó sobre el suelo, se llevó las manos a la cara y comenzó a sollozar. A nadie le preocupó, ni siquiera a mí. Nos interesaban más las llamas lejanas, cada vez que podía miraba hacia arriba, intentaba ver si en los árboles que nos tapaban había algún tipo de luz.

—No, no. —Aika levantó la mirada, seguido de una pausa volvió a repetir—: No.

—¡¿Entonces qué está pasando aquí?! —Lo chillé sin ira. Ya desesperado porque nadie me decía lo que quería oír.

—¡No lo sé! —sollozó. Estábamos igual, pero yo no lo comprendí y me lo tomé como una amenaza. Esa vez no admití callarme como una opción, me tenía que quedar encima.

—Tú nos has traído, ¡tú sabrás!

—¡No lo sé! —repitió, asustada.

—Entonces, ¿por qué estamos aquí? —Fue Mitsuki quien lo dijo. Su voz temblaba y la primera palabra tuvo que repetirla varias veces. Era muy claro que su calma era fingida.

Aika se acercó a ella, como si el resto no existiera. Me miró de reojo, fue rápido; tenía miedo de mí, su mirada la interpreté como para asegurarse de que yo no hacía nada. Mitasuki casi sale corriendo colina arriba en cuanto la tuve a unos centímetros, dio un impulso, porque no se lo esperaba.

—Yo solo quería que vinierais a verlo.

—A ver..., ¿qué?

—Mi esqueleto.

Miré entre todos los cadáveres que existían, decidí buscar uno pequeño, el más pequeño que existiera. En la oscuridad no los divisaba bien, solo a mi hermana que permanecía en el suelo. Deseaba correr hacia ella, y anduve para hacerlo, hasta que Sakura me agarró del brazo. Me volteé y tuve un escalofrío mientras meneaba con la cabeza.

—¿Tu esqueleto?

—Sí, yo morí aquí.

—No lo entiendo.

—¿Y el fuego? ¿Y el maldito fuego? —chillé, Sakura me zarandeó muy fuerte. Perdí el equilibrio y caí al suelo, o más bien ella me tiró.

—¡Basta ya, Hikaru!

Empezó a llorar, a veces gemía y gritaba palabras ininteligibles. Lo primero que se me vino a la cabeza fue la satisfacción de verla llorar, pero duró unos segundos. Me dio igual, como si yo hubiera reprimido mis sentimientos o empatía. Estuve tirado en el suelo hasta que me di cuenta de que no importaba cómo se encontrara Sakura.

Mitsuki estuvo ajena a todo, con las manos en la boca y un espíritu pálido y brillante a la luz de la luna. Parecía digno de un cuadro. Me levanté, giré hacia mi hermana, me balanceé porque ya no sabía qué hacer. ¿Debería recoger a Akira? ¿Era mejor escuchar a Aika?

—Escúchame —le imploró Aika a Mitsuki. La fantasma se quedó sin palabras, porque de su boca no volvieron a salir.

—¿Ah...?

La niña tardó en hablar, señaló al final, creí que era por mi hermana.

—Allí está mi esqueleto. Allí morí yo. Alguien me tiró.

La mataron, a Aika la mataron. ¿Era ella o no la asesina de decenas de personas? ¿Qué estaba pasando en ese momento? Pero algo me cuadraba, porque Akira seguía viva, al pie de un acantilado. Aika hacía desaparecer a la gente, para luego matarla. Si no era ella la causante, era normal que mi hermana siguiera viva.

—¿Cómo moriste? —inquirió Mitsuki. Había oído eso en películas y series, pero verlo en la realidad era otra cosa muy distinta. Era afirmar tener a una especie de cadáver viviente ante ti.

—Mi maestro lo hizo. Fui a la escuela, quería coger... Una cosa que se me había olvidado, y me encontré a mi maestro. Estaba en mi clase, y vi que tenía bolsas llenas de algo que no sabía lo que era. Se asustó, cuando sacó una pistola yo me fui corriendo, asustada. Mi madre me decía que me alejara de la gente peligrosa. —Contaba los hechos de una manera simple, sin ningún tipo de dolor. Pareciera que hablaba sobre un día normal, me estremecí ante su indiferencia. Tenía los pelos de punta y no sabía cómo actuar ante aquello—. Me metí por el bosque, pensé que si me escondía se iría. Si no me veía, no me podría disparar. Pero me siguió. Estaba muy asustada, no quería morir.

»Recuerdo una imagen suya, cuando me escondí entre unos arbustos. Estaba con la cara roja y lleno de sudor, le brillaba la cara al sol. Parecía asustado, se giraba varias veces para buscarme. Decía que saliera, que no me haría daño. Descubrió dónde estaba y seguí por el bosque, ya no miraba por dónde pisaba. Sólo quería escapar de él.

»Luego no noté nada bajo los pies, y me caí por el acantilado. —Dejo que el silencio llenara la escena. Sentí un enorme respeto por ella. Fue la pena, no le debía nada a esa chiquilla, y menos después de robarme a mi hermana. Sí, ya no seguía furioso, lo que no quitaba que ya no hubiera rencor guardado—. No noté que chocara contra el suelo. Creo que dejé de existir un momento y luego tenía a alguien delante. Fue muy raro, me estaba viendo a mí misma desde el aire. Mi maestro acababa de matarme.

Creo que lo más perturbador fue que no mostrara alguna añoranza por la vida que le habían arrebatado. ¿Era peor el tono tan frío o los hechos en sí? Aika había muerto con ocho años, sin casi disfrutar de la vida, sin poder hacer nada y no sentía pena por ello.

Me hizo pensar si fue Kobayashi quien dejó a aquellos cadáveres en mitad del bosque. Primero fue Aika, luego, por qué no, si nadie encontraba el cuerpo, ¿qué importarían unos cuantos más? Llevaba una pistola, la niña le pilló en un momento en el que no debería de haber estado. Que fuera el responsable de las muertes y no el fantasma me cuadraba. Estaba metido en peores asuntos, quién sabe si era un yakuza.

—¿Qué pasó después? —Quiso saber Mitsuki. Los ojos le brillaban, parecía inquieta.

—Tardé un día en darme cuenta de que estaba muerta, y no sé cuántos en salir de aquí. Perseguí a mi maestro, le pedí que dijera la verdad. Nunca me hizo caso. —Mostró un sentimiento: la voz le temblaba de puro rencor guardado y cocido a fuego lento durante años. Pronunciaba la palabra «maestro» con ira, la entonaba rápido como si le diera asco que estuviera en sus labios—. Terminé por perseguir a su nieto, porque su hijo tampoco me hacía caso. El nieto sí lo hizo, él me tenía miedo y le obligué a que dijera la verdad. Negaba que su abuelo me matara, y tampoco parecía que quisiera decir nada.

»Así que este verano llegasteis vosotros. —Giró la cabeza, quise decir algo pero me contuve, no sabía qué responder y esa necesidad que me vino de pronto lo vi innecesario. Me temía lo peor—. Estabais interesados en lo que me pasó, queríais saber qué fue y eso me gustó. Llevé a tu hermana hasta aquí, fue muy fácil, la levanté por la noche y le dije que me siguiera. Luego le di el beso del ángel.

—¿Qué es eso? —Mis sospechas no estaban muy desviadas de la verdad. Me puse paranoico, ya daba por hecho que Akira estaba muerta. A lo mejor Aika la había matado y para ella eso significaba estar durmiendo, quién podía averiguar cómo pensaba el espíritu. Me llevé la mano al pecho, quise llorar. Las lágrimas no brotaban.

—Si le doy un beso a la gente en la boca se duermen. Lo hacen muy, muy profundo. —Lo que me imaginaba, ¿seguiría viva? Me costaba aceptar esa idea con aquello del beso del ángel—. Lo hice para que tú vinieras, hasta me aparecí en el cole para que te guiara hasta aquí. Menos mal que no tardaste mucho y me hiciste caso, porque podría haberse muerto de hambre tras unos días. —Seguía viva, seguía viva, acababa de decir que podría haberse muerto. Me aferré a esa frase como si fuera un cachorrillo indefenso y yo alguien que debía protegerlo—. Dejé una nota para que viniera el resto, me alegro de que valiera.

Aika era una araña, tejía su tela con paciencia, mientras prepara la trayectoria de nuestro vuelo. Éramos moscas que se dirigían hasta la trampa, para que después la depredadora nos guiara hasta lo que sería nuestra muerte.

Kazuo estaba pálido, cualquiera diría que era otro fantasma. Todo el cuerpo le temblaba, como si de un terremoto se tratase. Su respiración era a base de jadeos, y llegó un punto en el que no consiguió mantenerse en pie. Fue una suerte que Mitsuki estuviera a su lado y le agarrara antes de que cayera al suelo. Lo posó sobre una roca, con la mano en la espalda. La chica estaba alerta, una lágrima asoló por su mejilla.

—¡Está fatal, hay que hacer algo! —imploró. No quería que pareciera que la ignoraba, pero no sabía cómo ayudar. Me sentí mal por Mitsuki más que por Kazuo. Su desesperación me apuñalaba en el pecho y se me contagiaba. En realidad estaba más absorto en mis pensamientos egoístas, sobre si mi hermana seguía viva o no.

El chico se tambaleaba hacia delante. Aika se posicionó delante, y él la apartó de un manotazo, fue automático. Al contrario de lo que pensábamos no se ofendió. Además, ayudó a Mitsuki, porque verle actuar le hizo saber que no estaba tan mal como ella creía.

—No puedo hacer nada.

—Da igual —farfulló Mitsuki. Sakura se acercó a Kazuo, yo me mantuve al margen, pendiente de mi hermana.

—¿Tú mataste a la señora Shiraiwa? —La pregunta nació de la nada. O eso creía yo. Fue porque Mitsuki contempló los esqueletos, la respuesta de cómo habían parado al borde del acantilado no había llegado. Eso le hizo tener curiosidad sobre otro misterio: las desapariciones.

—Sí. —Una respuesta, tajante—. Era horrible, ¡inventó cosas sobre mí! ¡Decía que mi maestro no me mató! ¡Que era culpa de mis padres por dejar que me fuera a todas partes! ¡¡Que yo me lo había buscado!!

Me senté en el suelo. Los gritos de cólera y desgarradores me tiraron al suelo. Si contar la experiencia de aquel hombre hizo que el vaso que contenía la paciencia de Aika se llenara, esa horrible persona hizo que se derramara.

—¡Ni siquiera sabía nada del tema! ¡Y ya había pasado mucho tiempo! —continuó explicando la otra. No era capaz de imaginarme lo impotente que se debía de sentir—. Tenía que seguir haciendo justicia.

—¿Justicia?

Aika asintió, mas no habló más. Me dejó con un vacío por dentro. Ella levitó un poco, acto seguido se sentó en la colina, por encima de nuestras cabezas. Las chicas se giraron para poner su atención sobre la muerta, a mí no me hacía falta, pues ya me encontraba de cara a la montaña.

—Quería que alguien viniera y le hiciera saber a la gente qué pasó conmigo. —El mutismo llenó el ambiente. Aika estaba tranquila, ¿era capaz de pasar de un estado de ánimo a otro en nada? Era un ser extraño—. Nadie aparecía y me puse triste. Cuando estaba muerta sólo podía verme la gente que yo quería. Descubrí que había gente muy mala que mentía sobre mí, o que hacía daño a los niños como yo.

»Un día le di el beso del ángel a alguien. Sabía que podía hacerlo, dormir a la gente, digo. Le llevé hasta aquí, nadie le vería. Dejé que durmiera hasta que ya lo hizo por sí mismo. Seguí con más gente. Personas muy malas, y un día, como mi maestro se fue, yo le perseguí.

»Luego volví y vi que todo seguía igual. Fue muy fácil poner ese panal en la casa de esa señora tan mala, o clavar cuchillos cuando no tienes que sujetarlos tú.

Tétrico. Estaba ante una asesina, a la que ya habían matado de antes y que tenía ocho años. Ocho malditos años. ¿Estaba soñando? ¿Acaso había ido al País de las Pesadillas? Tantas cosas por asimilar, detalles que yo ya había investigado antes, y que al cobrar sentido parecían todavía más locos. Era como si aquella no fuera la respuesta real. Pero lo era, yo mismo era testigo.

—¿Cómo los llevabas hasta aquí? —Tenía curiosidad por saber cómo lo había hecho con mi hermana. La última frase nos había dejado tocados, pero estaba lleno de adrenalina y sabía que, en mis últimos momentos de vida, ya nada importaba. Era mejor no dejar ninguna duda a mitad.

Además, Aika no nos haría nada, ¿no? Nos necesitaba para su plan, y tampoco es que tuviera nada en contra de nosotros. Que yo supiera no mataba por matar.

—Puedo hacer levitar a la gente, si se están muy quietos. Era sencillo colarse en las casas, dormirlos y llevárselos volando. Y como traspasaba los muros que quisiera, me colaba en sus casas. —Esperé una sonrisa maquiavélica. Me dio escalofríos esa idea, ¿cómo alguien que ya no tenía vida le daba igual acabar con las del resto?

Sin huellas, sin ensuciarse las manos, sin armas. Sólo con un fantasma, poder levitar los objetos y traspasar muros. Así había nacido la leyenda de la aldea de las desapariciones. Un lugar que estaba maldito, y ya no se sabía quién era el demonio. Si aquella que se llevaba a las víctimas, o las propias víctimas. Seres despreciables que buscaban hacer daño en el mundo.

Cuando vi que el borde del acantilado se iluminaba pensé que era porque los primeros rayos de sol le enfocaban. Los árboles que había por encima no me dejaron ver, así que tuve que apartarme. No me fijé (y eso fue una suerte) en que me había colocado en medio de la pila de cadáveres. Descubrí que la luz provenía de las llamas, que se acercaban.

La muerte llamaba a la puerta. Traía un ramo de flores.

—¡El fuego, está aquí! —chillé.

Alertadas, ambas se pusieron de pie. Mitsuki lo hizo junto con Kazuo, quien se apoyaba sobre su amiga. Estaba ido, con la cabeza en otro mundo. Intenté divisar el fuego, su calor empezaba a ser asfixiante y me daba de lleno en el rostro, como una bofetada. Una pequeña parte de mí se aferró a la vida, el instinto que salía por las entrañas y me pedía seguir huyendo.

—¡Ayúdanos! —le imploró Mitsuki a Aika.

Como si no fuera con ella la cosa le contestó:

—¿Por qué? Es solo fuego.

Me quedé de piedra, a la niña le daba igual lo que nos pasara. Parecíamos peones en el juego, si moríamos, ¡no importaba, habría más! Casi me abalancé sobre ella e intenté matarla de nuevo. No me contuve, casi lo hice, pero Sakura habló antes de que la alcanzara.

—¡Porque vamos a morir! —La frase se le hizo un nudo en la boca, con alguna arcada. Le costaba hablar, lo único que hacía bien era estirarse del pelo, hacer ruidos guturales y dar vueltas sobre sí misma. A veces se rascaba el brazo; mejor dicho, se clavaba las uñas.

Aika no entendía lo que eso significaba. Como quien escucha llover, pasaba del tema. Era una espectadora a quien lo único que le interesaba era que nosotros difundiéramos que su cuerpo se hallaba en alguna parte del bosque.

—¿Y qué? —Serena. Un chico palidecía porque la situación era superior a él. Otra cundía ante el pánico y lloraba. Una película, eso era lo que veía.

Me acordé de Akira, pensé que así estaba bien. Con suerte moriría tragando el humo, no se enteraría. No tendría que sufrir como nosotros. Imaginé mi cuerpo devorado por las llamas, quise que fuera rápido. Tuve la incógnita de cómo sería, curiosidad por ese tipo de dolor.

—Mira, si morimos —le advirtió Mitsuki, ya estaba pasando por demasiado como para hablar, pero lo hizo— no podremos decirle a nadie dónde estás. ¡Y todo seguirá igual!

Algo en la mente de Aika hizo clic. Se puso nerviosa, se había arropado con las mantas de la histeria. El fuego le suponía una amenaza, tenía que acabar con él. Levitó por encima de los árboles, así que nos quedamos solos. Fue un momento de calma, pues ese fantasma no nos traía mucha paz, nos daba respuestas, sí, pero llena de disgustos. Cuando volvió fue como si no lo hiciera, la ignoramos, por así decirlo.

—Lo siento —creo que me dijo, me parece que al oído. Tengo vagos recuerdos después de eso. En mi memoria hay imágenes salteadas y no de mucha confianza.

Solo sé que después de eso, como si de anestesia se tratase, me sumí en un sueño muy profundo. Y ya nada más me preocupó.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro