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La Abuela y La Niña




Esta era la historia de una niña cuyos padres abandonaron al nacer, la niña terminó siendo criada por la abuela, cualquiera diría que fue afortunada de tener al menos a su abuela, pero no. Su abuela era un ser muy déspota, doble moralista y por sobre todas las cosas muy negativa, no había día en que la señora no se quejara por cualquier cosa.

Cada día la niña era despertada por la anciana, que de mala gana lo hacía al lanzar platos sucios con desechos del día anterior sorprendiendo a la niña que aun dormía en su cama, ésta le decía que se levantara, pues había que fregar y hacer el resto de oficios del hogar.

La dulce niña se levantaba y hacia todo lo que la doña mandaba, dejaba brillante cada lugar por el que ella pasaba, solo para escuchar a su abuela quejarse ante la visita que llegaba, soltaba palabras argumentando que la niña le había salido inservible, inútil, un parásito, pues no obtenía ayuda a pesar de criarla con tanto amor. La colocaba ante los ojos ajenos del hogar como una malagradecida.

Escuchar las acidas injurias que vociferaba la anciana sobre ella, le deprimían a tal punto que sentía un fuerte pinchazo en el pecho, su rostro ya no parecía el de una niña, grandes sombras ópalo le hacían juego sobre los parpados inferiores dando un tono demacrado para su edad que no pasaba de los seis.

Al transcurrir el tiempo los malos tratos empeoraron para la pequeña criatura, ya no solo la despertaban los desperdicios en la cama, no bastaba con eso, ahora esta actividad matutina era acompañada por una serie de insultos que le hacían sentir poca cosa y poco a poco marchitaban su pequeño corazón.

Su corazón se fue consumiendo, cada vez menos comprendía lo que era el amor, y una serie de preguntas invadían su mente, preguntas que la hundían en aflicción, desesperación; se preguntaba el por qué había nacido, el por qué tenía que vivir bajo el yugo del dolor, acaso era merecido todo lo que le sucedía, se preguntaba una y otra vez el por qué no era querida por su abuela, si tenía defectos y para finalizar la serie de interrogantes, llegaba a una; la más dolorosa de todas, se preguntaba la causa del abandono de sus padres, esta pregunta le hacía sentir tan desahuciada que no podía evitar llevarse las manos al pecho, como intentando sostenerse.

Se sentía fuera de lugar, no encontraba sentido en ninguna de las cosas, sentía tanto dolor, que llegó al punto de no sentir nada más, esto pasó al pisar la etapa de la adolescencia, pues ahora no solo era víctima del maltrato de su abuela, ahora ya no la dejaban salir y si por error ella asomaba su rostro por las ventanas que daban con el exterior, un monstruo de vulgaridades e insultos se le venía encima. Nunca protestó, ni reprochó a la anciana, pero hubo algo que estuvo creciendo, algo que se albergaba en su pecho y que comenzó como un juego fantasioso, imaginaba todas las noches como mataba a su querida abuela; cada noche de una forma distinta.

La primera vez que lo pensó, se asustó tanto que su corazón se aceleró al punto que ella llegaba a escucharlo, no pudo evitar cerrar sus ojos con fuerza y sacudir su memoria para borrar tan horrida imagen, con el pasar de los días no le parecía tan despreciable imaginarlo, hasta le cogió cariño a tal acto nocturno.

Ya no bastaba con imaginarlo todas las noches, llegó a desearlo y cada vez que miraba a la anciana, cuando ésta la mandaba, la joven se quedaba atrapada entre las arrugas de su piel y la dentadura postiza, imaginando que tomaba la escoba y le golpeaba el cuerpo con la barra de madera, golpeaba todo su cuerpo y para finalizar la muerte, se le abalanzaba arrancando los ojos de sus cuencas porque ya no soportaba ni la mirada de la vieja.

Uno de esos tantos días rutinarios, especialmente uno que la niña no esperó venir, pero que anhelaba con cada poro de su piel. Se encontraba encerrada en su cuarto, que era la alcoba, pues la abuela había cogido la manía de encerrarla en horas de visita y se jactaba diciendo que la niña había escapado, que se había marchado y que no había vuelto, lo decía con pesar, como dando lástima.

Como decía estaba encerrada, mientras esto pasaba ella permanecía sentada en su cama, peinando su larga cabellera con un peine de acero que era lo único que le quedaba de su madre, desenredaba sus cabellos finos y se oye el rechinar de la puerta, era su abuela que entraba con marcado desprecio en el rostro, al parecer la visita se había ido y venía a descargar su rutina de insultos diarios. Ella solo se quedó observando a la abuela y como ya sabía lo que venía, cubrió sus oídos aun sosteniendo el peine con una de sus manos, entonces la doña comienza a escupir una salta de palabras hirientes —No sé para qué te recogí de la calle donde te dejaron mi hija y su marido, debí dejarte afuera, que te comieran los gusanos, es que ni los gusanos devorarían algo tan miserable como tú, vales menos que la tierra que piso, entiéndelo, agradecida debes estar porqué yo estuve ahí para ti—

Antes de seguir con su rutina de envenenamiento, mucho antes de seguir pronunciando palabra alguna, siente como un líquido tibio y espeso cae sobre su pecho, por instinto se lleva las manos al cuello, sintiendo con la punta de los dedos un objeto de acero aferrado a la carótida. Entre el desespero, sacó el peine atascado en su cuello, dando un festín visual a la joven damita que se encontraba con la mirada perdida, el corazón acelerado por la adrenalina del momento, una sensación de confusión y placer le hacían disfrutar de la atracción lluvia carmesí.

Para finalizar la escena ella se queda mirando un par de ojos que se abrieron hasta casi salir de sus cuencas y comienza a tararear una canción de cuna, logrando captar un susurro lleno de ironía que decía la hoy occisa... ¿Por qué?...

Sylv.

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