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[ O r i g e n e s - (I) :L o r e n - P a r r ]

La defectuosa (Loren Parr)

Las pastillas antidepresivas reposaban en una mesita de noche, seguido de una navaja de afeitar, repleta de sangre. El siguiente día sería algo muy pesado en el trabajo y en la universidad. No se esperaba ella que tuviera que hacer esas dos cosas. Pero así era. Su madre tocaba a la puerta, preguntando si todo estaba bien. No había respuesta alguna, solo gimoteos y tristes sollozos que aguardaban en la oscuridad. No había más que malos augurios para lo que significaba una persona. Todo se tornaba de colores pálidos y nada tenía sentido para nada. Eso era lo que pensaba una jovencita, en cama, con varias cortadas en sus brazos y sus piernas. Sus heridas eran profundas y con ello, era bastante peculiar el hecho de que ella no sangrara. Su cabello castaño con rayos pelirrojos recubría su rostro, el cual miraba sin objetivo toda su habitación. Estaban llenos de lágrimas, los cuales caían lentamente por sus mejillas. No se sentía feliz con nada, pero debía seguir, o no tendría nada bueno después.

Su madre tocó a la puerta una última vez antes de rendirse. Su hija se levantaría de la cama, se acercaría a la puerta y con pocas fuerzas, diría a su madre.

-Loren ¿Estás bien? Te he escuchado sollozar. Dime que tienes, cariño.

-Me encuentro bien mamá. Siempre me encuentro bien. Te amo. Descansa.

No quería mediar muchas palabras. Tampoco era que hubiera un motivo real para hablar más de lo necesario. Ella se preguntaba que era lo que había pasado desde hacia varias semanas. Sus amigos se habían alejado tanto de ella que es como si no los hubiera tenido nunca. No obstante, puede que en realidad ellos tuvieran una vida más entretenida que la suya. Nadie podía decirle y no podía preguntar. Quería pedir ayuda ¿Pero que sentido tendría hacerlo? No sentía que las cosas pudieran cambiar si lo hacía. Posiblemente podía empeorar. Nada estaba seguro y ella era desagradable para todo ser humano. No se podía sentir mas que la basura misma. Pero otro día le llamaba ir a un trabajo que odiaba, a una escuela en la cual no se sentía perteneciente y volver a recostarse en una cama que no tenía más que miseria para ella.

A veces se preguntaba qué sentido tenía hacer todo lo que estaba haciendo. Si todo en realidad era porque ella quería o por miedo a fracasar en lo que fuera. No era normal pensar en el fracaso, pero para Loren no era más que el pan de cada día.

Loren vivía con su madre, a pesar de que estudiaba en la universidad. Podía regresar a dormir con su madre, teniendo que trabajar para poder cuidarla a ella y a sus perritos. Todos ellos eran lo más hermoso que tenía y siempre que estaba triste, ellos lamían su rostro y le hacían sentir felicidad. Su reconfortante inocencia era algo que jamás podría cambiar en lo más mínimo. Eran lo ultimo que les quedaba en un mundo tan frio como en el que vivía.

Uno de sus perritos era un pequeño cachorro, llamado Jack. Este saltaba por todas partes, exhibiendo su lindo pelaje café y siendo algo torpe. El otro le decía pelusa, quien siempre dormía en sus piernas, limpiando la sangre de sus cortadas con su pelaje. Sentía la calidez de los corazones de los perritos, los cuales eran mucho mejores y más inocentes que cualquier persona.

No los cambiaría por nada, a quienes siempre estuvieron para secar sus lágrimas. Pero ahora, en las penumbras de su cuarto, en la madrugada, no podía pedirles que fueran con ella, para apaciguar sus quejares. Solo tenía que levantarse, limpiarse un poco la sangre e ir a la ducha. Tomando impulso, con fuerza, se levantó de la cama y buscó algo de papel de baño para poder limpiarse la sangre de sus muslos y sus brazos, la cual no escurría mucho por la falta de sangre en ella. Tenía tes algo tostada pero su tonalidad era algo opaca por la falta de sangre.

Era un padecimiento, o tal vez la perdida constante por las cortadas de su cuerpo, que no podía dejar de ser un objeto de atención para sus padres o para quien se le acercase. Era algo bastante curioso. Claro que era algo que no podía pasar desapercibido por las personas. Tampoco era alguien importante para nadie pero su comportamiento era inusual en las personas de su edad.

En la etapa de la universidad, donde ella estudia, es común que las personas se encuentren yendo a fiestas, tomando alcohol o consumiendo drogas de todo tipo. No es particularmente común el hecho de que se encuentren en un edificio solitarias, esperando dios sabe qué.

Loren siempre fue una niña bastante seria. No tenía muchos amigos y comúnmente se le veía tomar decisiones que la dejaran sola a ella o a lo que fuese. Era un serio problema que no pudiera socializar con nadie, en general. Tenía amigos, y estos no estaban por lastima, o tal vez sí. Ella no tenía motivos para vivir en realidad. Se veía dilapidado su estado de animo por cosas que posiblemente nadie podría entender. Demonios internos que solo ella podía controlar.

¿Pero por qué? ¿Qué la había hecho ser así? Para poder hablar de esto, es necesario contar un poco de su pasado. Loren Parr nació hacia muchos años. Era una niña que en el momento de nacer había presentado varios problemas en el parto. Era, lo que se puede considerar, una niña especial. Esto era mayormente por un problema que tenía en sus articulaciones, siendo prácticamente imposible de moverse. Era como si sus extremidades estuvieran unidas y no pudieran moverse libremente. Esto no solo causó temor en sus padres, sino que también le causo furor a los médicos, quienes no habían visto un caso similar de rigidez. No se trataba de nada así, sino que huesos como la tibia y peroné, el radio y el cúbito no podían acomodarse o moverse como debían. La inexistencia de rotulas y de movimiento en la columna preocupó a sus padres. Cosa que no fue para menos.

No obstante, algunos avances en la medicina que se habían hecho hasta ese entonces fueron bastante prolíficos. Resultaba que podían hacer que Loren pudiera ser una persona normal, simplemente tendría que entrenar sus nuevas articulaciones. Había un objeto que muy pocas veces era usado en medicina. Se trataba de unos pequeños artefactos que se les podrían considerar articulaciones artificiales, los cuales, incrustados en las partes adecuadas, podrían regresarle la movilidad total a Loren.

Todo esto inquietó un poco a su madre, siendo su padre la única persona que estaba de acuerdo con la cirugía. Tuvo que esperar bastante tiempo para poder convencerla. Ella aceptó que se le hiciera la cirugía, con la única condición de que ella estuviera en el proceso. Los médicos no dijeron absolutamente nada, dejando que la mujer se quedara para ver el nuevo experimento en el que su hija iba a participar.

Fue un veinte de abril cuando su hija, ya llamada Loren, fue llevada al quirófano para empezar con la ruptura de huesos e incrustación de las articulaciones. Su madre se sintió aterrada al ver como vertían un liquido de color plateado en donde habían sido las rupturas de los huesos para que ella pudiera moverse. No hubo queja de la madre, puesto a que el medico explicó que era un liquido encargado de remplazar a las rotulas y poder ser un buen paso tanto para la sangre como para los nervios. Este no era dañino para sus huesos y podía pasar desapercibido por las personas.

Loren había despertado de la cirugía, siendo solo una pequeña bebé. Los padres se preguntaron si era posible que ella tuviera que cambiar cada año de la cantidad de líquido, a lo que los doctores dijeron que solo se necesitaba esa cantidad, la cual podía adaptarse conforme pasaban los años. Una cosa que fue reconocida por el doctor fue el hecho de que, al ser una sustancia médica, esta tendría que tomar algunas partes del cuerpo de ella para poder ser funcional. Al escuchar eso, la madre se sintió aterrada por la idea de que carcomiera por dentro a su bebé. El doctor le explicó que la niña solamente tendría una disminución de dopamina y serotonina en su cuerpo, siendo los dos neurotransmisores que la sustancia necesitaría para funcionar correctamente con las acciones y elecciones de las extremidades de Loren.

Sus padres no sabían de que hablaba, pero al notar que no tomaría nutrientes ni elementos que ella necesitaría para su desarrollo, solamente aceptaron lo que les iba a tocar. El doctor les daría una lista de medicamentos, tanto para ayudar a las extremidades como también para Loren, quien tendría falta de estos neurotransmisores. Loren, desde que era una bebé, consumía antidepresivos, para sobrellevar las extremidades, que ahora podían moverse como las de una persona normal.

Con el paso de los años, Loren crecía, siendo una niña seria y sin muchos amigos, los cuales tampoco le generaba algún interés. Su falta de dopamina y serotonina le hicieron caer en depresión en varias ocasiones, no mostrándose alegre como una niña común y corriente. Todo era tan frívolo e insignificante que no podía hacer mucho para mejorar. Se sentía menos que el resto y con ello, las personas comenzarían a abusar de ella. Su madre tenía que entrometerse usualmente en contra de los niños, los padres y los profesores que la trataban mal por esa carencia de emociones, más allá de la tristeza.

Una cosa que Loren descubrió fue que sus extremidades podían moverse en direcciones opuestas, pudiendo tener más agilidad en sus movimientos y en su forma de esquivar las cosas. Cuando jugaba quemados, siendo el único deporte que mas o menos le regresaba la estabilidad para poder vivir el momento, ella movía los brazos hacia el otro lado, evitando ser quemada y siendo la burla de los niños, apodada como la rara o la defectuosa. Todo esto, unido a una reciente tragedia, ya que su padre había sido arrollado por un tren, no hicieron sino más apática a Lorena, quien siempre se mostraba irritable y muy poco empática con el resto de las personas. No mostraba su debilidad y odiaba ser el centro de atención para las personas.

Quizá la etapa más dolorosa tanto para ella como para su madre fue la adolescencia. Allí, no hubo mayores problemas que los ya existentes y sus nuevos comportamientos de adolescente, siendo fría y colérica en la mayoría de ocasiones. Todo ello, con sus múltiples cambios de apariencia, confundían a su madre, quien no podía dejar de reprocharle a ella la perdida de su padre para ambas. Quien era alguien que ella amaba demasiado.

Esto siguió así hasta el final de la preparatoria, donde ella supo que, si seguía mostrando sus emociones, no iba a conseguir nada. Que el mundo entero no le importaba como ella debería sentirse. Todo ello desencadenó en ella el placer por cortarse o apuñalarse, producirse a si misma vejaciones que la dejaban con menor cantidad de sangre que con la que debería estar. Todo también produciría en ella un gusto culposo por conseguir antidepresivos y drogas, las cuales le generaban la cantidad necesaria de dopamina, sino es que más, para que pudiera subsistir.

Ya nada tenía sentido para ella, pero ante cualquier cosa, solo debía de responder que todo estaba bien para que la dejaran descansar, le hicieran creer que la querían o para hacerles creer que todo estaba bien y la dejaran en paz.

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