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Cuando Jeongin era un pequeño, travieso y gruñón cachorro, le decían muchas veces que además de tener cualidades negativas como su comportamiento, también era el rey mundial de la torpeza pues el niño conocía a la perfección el suelo de tantas veces que se había estampado contra él. Su rostro se perdía entre tantas venditas de dibujitos animados, por sus mejillas coloradas corrían las lágrimas saladas cuando por un feo casual terminaba recibiendo un severo golpe.

Claro está que nadie supuso que el niño pelinegro tenía problemas de visión, no presentaba problemas al leer o reconocer personas a cercana distancia, además de que nunca hubo queja existente por parte del mismo que insinuara su pésima visión.

El pobre creció y creció, aunque de estatura no mucho, hasta que a sus dieciséis años de edad pudo conocer la verdad de la incógnita que iba arrastrando por tantísimos años. Jeongin no era ciego, pero estaba a punto de serlo. Al tener pocos recursos no podía permitirse hacerse con un par de gafas otorgadas por un oculista, por lo que aún sabiendo que tenía problemas para ver, se las apañó para seguir su vida e ignorar ese detalle.

Esa pequeñísima condición le llevó a muchas caídas, golpes, y una infinidad de malos sucesos. No podía quejarse de su vida, su madre y padre hacían todo lo posible por sacarle adelante y que todo fuera para él lo más llevadero posible.

Ellos parecían ignorar también la necesidad de un par de gafas y lo hacían porque realmente no tenían mucho dinero para hacer todo el papeleo de un médico, así que se mantuvieron en silencio y obviaron que el chico sabría llevar la situación.

Jeongin supo llevar todo con moderación, intentaba salir adelante en los estudios pues era el único método que tenía para demostrarle a sus padre que él podía enorgullecerlos con sus logros académicos. Y fue un estudiante excelente.

Hasta que ese día llegó.

El Omega regresaba a casa después de un largo día de universidad, buscando desesperadamente un plato de comida y descanso para su agotado cuerpo. Pero cuando abrió la puerta y recargó su hombro en el marco de la puerta, la imagen que vislumbró congeló cada una de sus células. Sin saber cómo reaccionar.

Sus padres habían hecho maletas, sus padres habían empacado sus cosas. Habían hecho un saqueo en sus propio hogar. Y se marcharon. Abandonándolo a sus suerte.

Y pensó que ese día nunca podía llegar porque sus padres le amaban, era el zorrito de mamá, el mejor deportista de papá. Pero el zorrito creció y zorrito le dio problemas económicos a papá y mamá.

Así que papá y mamá se marcharon.

Dejando a su zorrito desolado en un piso que pronto vendrían a reclamar.

Unos días después tuvo que acudir a sus amigos que en ese entonces eran pocos, solo uno de ellos le tendió la mano y lo resguardó en su casa sin coste alguno. Vivió con él más de lo esperado pero en un punto tuvo que salir de su casa y emprender camino.

Al contar con estudios básicos y sin tener un título valido con el cual poder hacer un currículum, Jeongin tuvo duras entrevistas donde la mayoría atinaba a criticar y a lanzar comentarios hirientes. Claro está que nadie querría un adolescente sin experiencia y sin estudios. Con dieciocho años el Omega conoció a alguien.

Un apuesto Alfa millonario que le interesó en todos los sentidos posibles nada más conocerlo. Además, el Alfa también había puesto interés en él.

Y fue éste quien le atrajo un trabajo fijo, donde ganaría mucho dinero, donde a Jeongin no le haría falta tener estudios ni títulos. El Omega conoció su trabajo gracias a ese Alfa, lo colocó en un importante bar en el centro de la ciudad, decenas de Alfas y Omegas acudían a dicho bar y cada quien iba a por lo que le interesaba, posiblemente no fuera el trabajo que Jeongin había soñado cuando era pequeño pero el curro le daba de comer, un techo y abrigo asegurado.

Aceptó después de pensarlo no cualquiera le ofrecía un puesto de trabajo fijo y no sería él el único estúpido que rechazaría la oferta cuando estaba casi viviendo en la calle.

Aprendió rápido y en poco tiempo Jeongin se convirtió en una estrella en un oscuro cielo muerto.

Saliendo del local por la puerta trasera se chocó con la frívola temporada lluviosa de invierno, ocultando su rostro bajo una gruesa bufanda de cuadros, sonriendo levemente imaginando ya llegar a su casa. Acostarse en la calidez de sus sábanas blancas y el mullido colchón abrazándolo, definitivamente necesitaba regresar a casa y caer en los brazos de Morfeo.

La llovizna le acompañó por un buen tramo de camino, luego empezó a disiparse y el sol dio los buenos días escabulléndose entre las grisáceas nubes que decoraban todo el cielo, para ese entonces ya se aproximaba a su edificio y ya sentía sus párpados cerrarse solitos.

Acercándose unas cuantas cuadras su atención su robada por una caja de cartón a medio caer por la humedad, pero no fue una simple caja mojada lo que hizo que fijara sus luceros en ese lugar, fueron los maullidos desconsolados de un gatito o posiblemente más de uno lo que le obligó a centrarse en ir hasta allí. Se agachó examinando con la mirada al rededor por si había algún vagabundo que tenía allí a sus gatitos, pero no había nada que le indicase la estancia de alguien más por la zona.

Luego se dio cuenta de el lugar donde estaba la caja, unos cuantos metros a la derecha se encontraban los contenedores de basura. Seguramente alguien los dejó a su suerte. Muy mal candidato el que el destino escogió para el rescate de almas inocentes.

Sacando su mano del bolsillo alzó un poco la solapa de la caja, la imagen de dos mininos negros con manchas blancas le derritió el corazón en un segundo. Entre ellos empezaron a alejarse del individuo que había aparecido en su lugar seguro.

Jeongin mordió su labio, pensó mucho en si era debido tomarlos y llevarlos a casa. Hacía frío, las temperaturas se mantendrían en una línea bajo cero al pasar de las horas, asimismo la lluvia que pronto sucumbiría la ciudad terminaría por destrozar lo que ellos habían tomado como hogar.

Sin importarle lo mojados que estuvieran, el castañito Omega sacó a ambos gatitos y entre las solapas de su abrigo los escondió. Refugiándolos del frío exterior y acomodándolos empezó a andar.

Podía no ser lo mejor pero más tarde los llevaría al veterinario. Por el momento armaría un fuerte con sábanas y mantas y colocaría un radiador en la habitación para que los débiles animales pudiesen entrar en calor.

Entendía que el primer paso después de recoger a animales de la calle era llevarlos a un centro de veterinaria, pero estaba muerto de cansancio y estaba seguro que no llegaría a pisar un centro de esos sin antes caer desmayado. La jornada laboral le mataba.

Subió por las escaleras apresurado y abrió la puerta con muchas dificultades, quitándose los zapatos con torpeza fue directo a su habitación.

Allí dejó los gatitos en su abrigo, mientras que él buscaba mantas, necesitaba una y que fuera nórdica, eran pequeñitos, no más de tres meses y con un espacio suficiente les haría un favor.

En la esquina de su cuarto colocó la manta, ahuecando el centro para luego ir a por los pequeños asustadizos que seguían viéndole con desconfianza.

—Papi Innie cuidará más tarde de ustedes... -Tenía que es estar loco para hablarle a dos gatitos- Papi Innie debe descansar un poco... -Estaba un poquito loco.

꒰𝓣𝓣𝚊𝚎 ♡︎... ꒱

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