Arco II. Parte I
《Toda su vida caía a pedazos.
¿Quién diría que ese brillo característico en sus ojos desaparecían en un día tan especial?
Parece un cuerpo hueco, pues la parte sobrante de su alma desapareció con su partida》
-Takeda Hotei.
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Eun Ji Toriashi era todo un misterio para los alumnos japoneses de su universidad, pues de un día para otro aparecía y se inscribía en el segundo año de la carrera de ciencias administrativas a mitad de ciclo .
Nunca caminaba con compañía, lo cual resaltaba su elegante aura.
Sus pasos siempre estaban acompañados de murmullos, pues su simple presencia daba de que hablar.
Los más perceptivos dicen que la preciosa mujer trae consigo una pena que la hace llorar, pues cada día iba con los ojos hinchados y ojeras cada vez más pronunciadas, la cual el maquillaje consigue tapar levemente.
Algunos decían que era el estrés de la carrera, otros decía que sufría por amor. Y bueno, tan equivocados no estaban.
—Si pudieras describir con dos palabras a Toriashi-sama, ¿cuáles serían? -los surruros volvieron a resonar—
—Altanera -dijo uno viendo el brillo de superioridad en sus ojos-/
—Y orgullosa -respondió otra persona viendo su porte al caminar—
Los susurros cesaron al sentir la fría mirada analítica de la fémina, sin saber que ella realmente no los veía a ellos. Y a nadie, en realidad. Siempre es así.
Pasa, camina y los mira sin verlos jamás, tan solo visualizando una figura inexistente detrás de todos ellos.
La figura que la perseguía desde aquél día.
—Lady Artemisia Eileen está ingresando -exclamó el portero-
—Su majestad -los guardias realizaron una reverencia- tal y como lo pidió, trajimos a la princesa.
[¿Cuál era el típico saludo en este tipo de novela?]
—Yo, Artemisia Eileen, saludo a su majestad, el emperador -no creo que sea necesario mencionarlo, pero al tener 3 años, no puedo pronunciar de manera coherente muchas palabras, así que no es de extrañar la risa que soltaron algunos guardias.
En eso, vi que Claude me miraba fijamente, como si quisiera decirme algo y ahí recordé.
Pose ambas manos sobre mi vientre y me incliné en un ángulo de 45°.
La sala quedó en silencio.
—... -levanté mi vista y miré al rededor, no solo los guardias, sino también el emperador me miraban con sorpresa (o eso creo, Claude no es muy expresivo)
—¿Quién es la encargada de tu educación? -preguntó.
—No poseo maestros o doncellas que me inculquen conocimientos, lo poco que sé lo aprendí por mi cuenta.
¿Lo hice apropósito?
[Sí]
En su cara se notaba el disgusto
—Félix -resonó-
La puertas se abrieron y lo primero que vi fue su flamante cabello rojo, unos ojos grises y finalmente el típico uniforme de la guardia real.
[Félix...]
— -puso la rodilla derecha al suelo, mientras que la izquierda permanece flexionada- ¿Sí, su majestad?
—A excepción del Rubí, quiero que todos los guardias y doncellas del palacio estén aquí mañana a primera hora. En lo tanto, escolta a la princesa a mi oficina.
—Sí, su majestad -se levantó y de volvió a agachar a mi lado- Félix Robane, Princesa. -se presentó- Por favor, perdone mi rudeza.
Su siguiente acción fue cargarme, para luego encaminarse (conmigo en brazos) fuera de la sala.
Ahí puede observarlo mejor. Sus claros ojos grises (bastante expresivos, que le dan una apariencia como la de un lindo cachorro) pestañas medianamente largas y estas, junto con sus cejas, del mismo color de su cabello, rojo. Una nariz alta, ni tan grande ni tan ancha, y sus labios, ligeramente rosados, curveados en una suave sonrisa.
Sentí un escozor en mis ojos y mis mejillas calientes, estaba avergonzada.
Ver fijamente a una persona de esta manera es de mala educación, así que aparte mi mirada.
—¿Se encuentra bien, princesa?
Mis latidos se hicieron evidentes, y mis ojos se aguaron más. Es una reacción involuntaria.
No solo su rostro, sino que también su voz es atractiva.
—Sí -más que responder, susurré-
Como si se hubiera dado cuenta de algo, se rió levemente. Mis mejillas ardieron más.
Seguimos unos minutos más en silencio, hasta que llegamos a la oficina. Al entrar, no me bajó, es más, se me quedó mirando fijamente.
[Dioses, tengan compasión, no soy tan fuerte]
—...Ya puede bajarme -apenas puede pronunciar-
Sonrío más y se encaminó a los sofás, en una de las cuales me dejó de una forma delicada, para luego arrodillarse delante mía.
Bajé la cabeza, sabía que me estaba mirando, eso lo hacía más vergonzoso.
—¿Pasa algo? -levanté la mirada.
Efectivamente, no debí hacerlo.
Su mirada hacia mí no era fría, tampoco hostil, más bien expresaban absoluta curiosidad.
—Lindo -creí pensar, pero al ver su sonrisa, sé que ese no fue el caso.
Agarré levemente la piel interna de mis labios con mis incisivos³, ejerciendo un poco de fuerza, necesitaba calmarme.
—Gracias, la princesa también es bastante linda -declaró- Pero... ¿por qué blanco? -susurró-
[¿Eh? ¿Blanco?]
En ese momento, al alzar mi mano y jalar mi cabello, me di cuenta. Mi corto cabello, que apenas puedo observar, es blanco. O lo que puedo divisar de él, al menos.
Definitivamente Artemisia es rubia, entonces ¿por qué?
—Tal vez sea albinismo -simplemente lo dejó ahí- De cualquier manera, la princesa es bastante linda -rio-
Aún así, su mirada curiosa no desapareció, permaneció por más tiempo, fija en mí.
Eso hasta que la puerta se abrió nuevamente y los pasos se hacían más fuertes.
Al estar Claude en mi radio de vista (ya que nunca aparté los ojos de Félix) dirigí mi mirada hacia él, al mismo tiempo que Félix se levantaba y caminaba hacia detrás del sofá que estaba en frente, donde se sentó Claude.
La sala permaneció en silencio durante otro rato, ahora no tenía a un solo hombre mirándome, sino a dos, pero, a diferencia de antes, ahora no estaba nerviosa ni sonrojada, pues la mirada gélida de Claude, que contrastaba con la cálida de Félix, me hizo volver a mis sentidos.
-Toc, toc, toc-
Se escucharon toques en la puerta.
—Adelante -respondió Claude-
—Con su permiso, majestad -respondieron algunas sirvientas entrando y posteriormente servir una tasa de té rojo para Claude y un vaso de leche tibia para mí, seguidamente de algunos postres.
Levanté mi mirada al mismo tiempo que Claude, ambos nos miramos fijamente mientras yo saltaba del sofá* y lentamente estiraba la mano para agarrar el vaso. Sin quitarle la mirada de encima, tomé del vaso.
En eso divisé a Félix, alzando su mano y cubriendo sus labios. Sus mejillas estaban levemente rojas.
[Es como un conejo]-Félix
[Cualquiera pensaría que es como un conejo delante de su depredador]-Claude
Seguido de mi acción, Claude se inclinó y tomó su taza de té, para seguidamente llevárselo a los labios y tomarlo.
—No sea tímida princesa, puede comer lo que quiera -dijo Félix con una expresión feliz.
Incliné la cabeza y me sonrojé de forma leve.
—Si no comes, mandaré degollar a quien cocinó esto -esta vez fue Claude-
Quedé estática.
—No, eso... -tartamudee- ¿Cómo eso podría ayudarme? -respondí
—Motivación -respondió de forma simple.
—Parece más una amenaza -me quejé-
—Puedes tomarlo como quieras -tomó un sorbo de su té- Al menos ahora estás hablando -dijo-
[Pues vaya forma de iniciar una conversación] Pensaron Artemisia y Félix de igual forma, una con la mirada perpleja y el otro con una sonrisa nerviosa-
Ignoré lo que dijo e hice lo que pidió.
...¿Qué? No estoy en una situación para comportarme como la digna, tengo hambre.
Agarré una de las galletas de que habían y, al dar el primer bocado, no pude evitar el estremecimiento que recorrió mi cuerpo entero al sentir mis papilas gustativas el sabor.
Seguí comiendo, más, y más, y más. Aunque quería detenerme, mi cuerpo no me obedeció.
La consistencia crujiente, el sabor dulce de la vainilla y las chispas de chocolate que se derretían en mi boca.
Anhelo.
Eso era lo que sentía, anhelo.
Anhelaba sentir el viejo sabor de los dulces, que en mi alma guardaba bien, pero corporalmente aún no los disgusté.
Lagrimas brotaron de mis ojos, empañando mi visión, trasladándome a otro lugar; viejos recuerdos, memorias antiguas de mi anterior vida.
—¿Princesa? -Volví a la realidad al sentir el suave tacto de una tela.
Me estaba limpiando las lágrimas.
Sobresaltada, y regresando a la realidad, retiré la mano de Félix, que me miraba preocupado. Ni siquiera escuché cuando se acercó.
—Yo... Lo siento, yo... -y sollocé, estoy cansada.
No dejé de llorar y, en lo que pude visualizar a través de las lágrimas, distinguí la mirada asustada de Félix y la conmocionada de Claude.
[Y... ¿si aprovecho esta oportunidad?]
Algo brilló en mi cabeza, podría usar mi desgracia para ganar su simpatía.
—Nunca probé este tipo de cosas y -hipo⁴- me gusta mucho -hipo- ¿puedo probar más?
En realidad, es una escena divertida. Claude está congelado, y Félix empezó a desesperarse por no saber que hacer.
Sin evitarlo, me reí. El sonido de mi risa hizo que Félix y Claude estén más confundidos de lo que ya estaban.
Toqué el pañuelo que Félix tenía en su mano y este, al darse cuenta de mis intenciones, dejó que sostuviera el pañuelo.
Limpié el rastró de lágrimas que aun quedaba en mi cara y soné⁵
—No te preocupes, lo lavaré y te lo devolveré -soy consiente de que a algunas persona les puede disgustar este acto, pero es aún más desagradable andar con los mocos en la cara.
Ambos seguían en silencio en lo que yo trataba de calmarme.
—...¿Van a seguir así?
[¿Claude siquiera pestañea?]
Félix reaccionó y me ayudó nuevamente a subir al sofá, en sus ojos aún puede notarse la preocupación. Una vez me acomodé, me pasó el vaso de leche y el plato de galletas.
—Gracias.
Finalmente se levantó y fue a su lugar detrás de Claude, aunque con movimientos graciosos, está igual de rígido que un robot.
—Yo... lamento la conmoción. Este tipo de comidas no se me permitían en el Rubí.
Claude levantó una ceja, como diciéndome que continúe.
—Oh... Bueno, no hay suficiente presupuesto en el palacio, la jefa de sirvientas dice que debería estar agradecida por tener pan para comer, muchos niños no pueden ni permitirse eso.
[Sus sermones ya se parecen a los que hacía mi mamá en mi anterior vida]
—No hay suficiente, eh -la mirada de Claude se volvió aterradora.
Que Claude tenga piedad de sus almas, porque yo no.
—Sí, incluso hubieron ocasiones en las que el pan ya tenía cosas verdes y blancas, incluso la leche sabía mal, pero si no los comía, las sirvientas me dejaban sin comer por mucho más tiempo.
Me trabé en muchas ocasiones, pero igual se entendió lo que decía (eh, espero).
Bien, podemos decir que las cosas se tornaron peor de lo que ya estaban cuando Félix se pone serio.
Claude le dio una mirada a Félix y, como si este supiera lo que significaba, se dirigió hacia la puerta.
Observé cada uno de sus pasos, largos, decididos. Antes de salir por la puerta, hizo una reverencia y finalmente salió de la habitación.
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La charla con Claude no duró mucho, simplemente se quedó callado viéndome comer y, cuando quería algo más de la mesa, usaba su magia para que el postre llegué a mí.
Estuvimos así un rato hasta que terminó su té y se levantó, dirigiéndose a su escritorio y concentrarse en su trabajo. Yo, por mi parte, al terminar de comer me levanté y comencé a explorar la oficina. No había mucho que ver, solo cuadros de arte o de algunos emperadores.
Casi llegando al final de la sala pude divisar algo, en una estantería de libros alejada.
[Eso... no es un libro] pensé, pareciera como si alguien lo hubiese dejado allí deliberadamente para esconderlo.
Está en el primer estante, en lo más bajo, perfecto para que una persona adulta no lo pueda encontrar.
[Pero sí un niño]
No soy muy alta, échale la culpa a mi mala alimentación, así solo me agaché y lo agarré.
Es un cuadro. Bastante pequeño, considerando que todos los que vi hasta ahora son enormes, puesto que son retratos pintados, no fotos. Con este cuadro tampoco es diferente, es un cuadro de dibujo a lápiz.
{IMAGEN DE REFERENCIA}
Es de una mujer, bastante hermosa, a decir verdad.
¿Por qué está aquí?
Agarré el cuadro y me dirigí hacia Claude. Al llegar cerca de él, solo le mostré el cuadro, esperando que me dijera algo.
Simplemente miro el cuadro, me miró a mí y desvió la mirada.
No dijo nada más después de eso.
Al final vino un guardia y me llevo a la habitación que Claude preparó temporalmente para mí.
─────── ∗C⋅L⋅A✧U⋅D⋅E ∗ ───────
Tres golpes.
Eso fue lo que escuché antes de que se abriera la puerta, ni siquiera tuve que dar la confirmación para que entrara, simplemente levante la vista del documento que leía.
Cabello rojo, ojos grises. Es solo Félix.
—El recado que me pidió está hecho, su majestad. Lo esperan en la sala del trono -mencionó.
Sin más, me levanté y dirigí a la puerta, con Félix detrás de mí, camino a un solo destino. La sala del trono.
Mientras estaba de camino, no pude evitar notar algunos sirvientes murmurando mientras me miraban, también cómo algunos se sobresaltaban y huían.
Miré de reojo a Félix en el momento justo qué él me devolvía la mirada y asentía. Hizo un movimiento con sus manos y los guardias se movieron.
Alguien filtró información.
Divisé una gran puerta blanca con detalles en oro derretido. Llegamos.
—Su majestad, el emperador, está entrando -llamó la atención uno de los guardias, a la par que abrían las puertas.
Me adentré con pasos confiados, sin mirar a nadie al rededor, con una fría presencia de autoridad.
Subí los escalones y me senté en mí trono, cruzando las piernas y apoyando mi rostro en mi puño izquierdo, mirando fijamente a todos los presentes, notando el temblor de algunos y el miedo de otros. Sonreí.
—Gloria y bendiciones al- los interrumpí.
—Silencio- mi voz sonó más grave de lo que quería-.
Todos quedaron quietos, incluso podría decir con confianza que sus respiraciones pararon.
—Jefa de sirvientas -llamé. Esta, con notable dificultad, dio un paso al frente- esperaré pacientemente que se de cuenta de su error y lo admita -[O tal vez no]-.
Ella simplemente cayó de rodillas.
—Su majestad, yo le juro que no-
—Respuesta equivocada -declaré haciendo una señal a uno de los guardias, el cual entendió y posó su espada en el cuello de dicha sierva- seré piadoso y le daré una última oportunidad.
—¡Me he equivocado, perdóneme, su majestad!-el guardia presiono aun más el filo contra su cuello, haciendo que se vean hilos de sangre, lo único que ella atinó a hacer es llorar mientras bajaba los ojos.
— ¿Alguien sabe cuál es castigo de robar? -nadie respondió, todos quedaron callados.
Ni siquiera tuve que dar la orden, Félix simplemente sacó su espada y cortó la mano de la mujer.
El grito de dolor se escuchó por cada rincón del salón, al igual que los sollozos no solo de ella, sino también de otras sirvientas, las cuales cayeron al suelo siendo abrazadas por sus compañeras.
—¿He sido lo suficientemente claro? -pregunté. Nadie respondió. - Lo volveré a repetir, ¿quedó claro? -esta vez alcé la voz, e inmediatamente escuché respuesta.
—Sí, su majestad -dijeron a coro.
—Todos los aquí presente cumplirán con el castigo, nadie quedará impune -declaré, al momento se escucharon más sollozos- y agradezcan que será lo único que haré.
Con una señal, los guardias llevaron a una parte de ellos, dejándome con otro grupo de sirvientas, las cuales temblaban de rodillas con la cara empapada de lágrimas y visible miedo.
—El lider de los caballeros imperiales será el encargado de castigar a los caballeros que no cumplieron con su deber -dijo Félix- los que cometieron otro delito como el robo serán castigados más tarde como la ley manda. Primeramente serán azotados, torturados, con el método que mejor le parezca -dijo esta vez mirando al encargado de los caballeros imperiales- y, finalmente, despojados de la mitad de sus bienes, las cuales irán para el tesoro imperial. En caso de no poseer bienes -va para los caballeros que vienen de familias plebeyas- se les descontará la mitad de su salario, se les quitará el derecho a días libres y se les obligará a actos solidarios fuera del palacio durante 3 años. Los dos últimos va para ambos, hijos de nobles y plebeyos. -terminó de leer el pergamino- No se les concederá el derecho a renunciar hasta que pasen los 3 años de multa. Si luego de eso desean irse, podrán hacerlo, pero no podrán reclamar su por liquidación. Pueden llevarlos -Finalizó-.
Acto seguido, los caballeros fueros guiados por miembros de la escolta imperial.
—Ahora bien, hablemos sobre el castigo de agredir, insultar y humillar a un miembro de la familia real -sonreí, aunque creo que no cautivé a nadie-.
Esta será una noche larga.
•┈·┈•••┈┈••✦ Arte♛misia ✦•┈·┈•••┈┈••
Volvió a amanecer, y este día promete ser bastante largo.
Unas sirvientas vinieron a despertarme y prepararme, ya que el emperador desea desayunar conmigo. No puse resistencia y deje que hicieran lo que quisieran conmigo.
Cada tanto me comenzaban a halagar y casi podía ver corazones en sus ojos al terminar de vestirme, no paraban de decir lo encantadora que soy. Irónico, ¿cierto?
Ya saben, por Lovely Princess... ¿no? bueno, me callo.
Es increíble como cambia la personalidad de la gente cuando eres favorecida por el emperador. Sé que no todas las personas son malas, pero las personas pueden llegar a ser crueles si no se les pone un límite.
Bueno, prácticamente fui su muñeca el día de hoy.
Al terminar conmigo, dieron acceso a los guardias que me esperaban en la puerta, los cuales me escoltarían junto al emperador, que estaba en su jardín. Al contrario de Félix, estos no me cargaron, si no que caminaban pacientemente a mis costados, guiándome cuando hiciera falta.
Al llegar, todo estaba hermosamente preparado, elegante y discreto. Una gran mesa con muchos bocadillos y dulces esparcidos y dos tazas de té uno frente al otro, indicándome cuáles son los lugares disponibles. Claude aún no había llegado.
Me paré en frente de lo que suponía, era mi lugar ya que, a diferencia de la otra silla, esta estaba cubierta de muchos cojines. Échale la culpa a mi cuerpo pequeño.
Y en el momento justo, llego Claude, siempre acompañado de Félix.
—Hola -saludé con la mano, él solo me vio inexpresivamente, a diferencia de Félix que parecía segado por mi ternura.
Claude simplemente me vio por un rato más y, para mi sorpresa, me cargó y colocó en la silla.
—Gracias -agradecí, sonrojada. Él simplemente se encaminó a su silla y Félix se posó detrás de mi.
{IMAGEN DE REFERENCIA}
Me tomé mi tiempo para ver al rededor; esta parte del jardín estaba cubierta por grandes arboles que mantienen el lugar oculto, siendo desde adentro un paraíso de ver. Las flores dentro van de una gama de colores desde el azul al púrpura, ambos en tonos claros y más oscuros. El mantel y los cojines también respetan esa gama de colores.
De las flores que puedo reconocer están las campanillas, hortensias y orquídeas. Pero en el lago detrás sobresalen las flores de loto de un hermoso color rosado.
Claude y yo tampoco combinamos con la colorimetría del lugar, pero curiosamente vamos combinados. Él con su túnica y yo con mi vestido, ambos color salmón.
Como si conectáramos pensamientos, ambos nos miramos fijamente.
No era un silencio incómodo, era relajante.
Como para no interrumpir el silencio, él dio una señal con sus manos y los sirvientes, a excepción de Félix, se fueron.
Con su magia, sirvió leche caliente a mi taza, acercando también el azúcar para que lo endulce a mi gusto, al igual que algunas comidas saladas. Como huevos revueltos, sándwiches y pan con mermelada. Él, por su parte, se sirvió un té con leche y algunos otros bocadillos; la mayoría contienen verduras o frutas. Anoto mentalmente sus preferencias por si en algún momento me sirven.
El desayuno transcurrió en silencio, tanto que pensamientos intrusivos me invaden.
Este tipo de escenas son normales en la novela (con una Jeanette más charlatana tratando de sacar tema de conversación, obviamente) pero hay algo que siempre se repite, Félix siempre está con ellos (nosotros, en este caso?)
[¿A Félix no le dará hambre estar parado tan solo viéndonos comer?]
[¿O acaso los sirvientes comen antes?]
[¿Tal vez después? De seguro los entrenan para estos casos]
Una mano en mi cabeza me sobresalta, giro hacia Félix (él único que puede ser el culpable, porque Claude está muy cómodo comiendo su comida y viéndonos fijamente) y lo veo con el seño fruncido viendo mi cabello.
Intento alzar una ceja, fallando horrorosamente al sentir que se levantas las dos (debo trabajar en eso) hacia Félix, como diciéndole
—¿Qué rayos estás viendo? -sí, eso mismo.
Fue Claude el que habló, y dirigiendo mi mirada hacia él, puedo notar que no lo dijo a mal, sino con curiosidad. Aunque con su cara estoica pareciera que le estaba reclamando.
Puedes notar la diferencia viendo sus ojos, tienen un brillo curioso. Supongo que su forma de hablar es esa.
[Y no lo juzgo, mi vocabulario en mi vida pasada no era exactamente el de una señorita]
—Nada, era solo un bicho -declaró, dejándome congelada- No se preocupe, princesa, ya lo saqué -dijo con todo divertido. Sentí que pude volver a respirar.
Sin más continué con mi desayuno, sin notar la mirada que compartían Claude y Félix.
—Hoy al medio día -comenzó Claude- irás a la sala del trono. Tus doncellas ya fueron avisadas.
¿Petición u orden?
—Está bien -no es como que tenga opción-.
—Tus clases comenzaran en una semana -declaró-. Etiqueta, literatura, caligrafía y matemáticas. Comenzaras con lo básico. Ya asigné a sirvientes para que recluten a los maestros.
—A parte de esos, ¿qué más debo aprender? -me causa intriga, nunca especifican a detalle lo que estudian los nobles en las novelas. Aparte de lo que ya mencionó Claude-.
—Como mujer noble; comportamiento social, protocolo de la corte, arte, danza, música, bordado, contabilidad, religión y educación sexual -tomó su té- Como princesa heredera; administración y gestión, teología y espiritualidad continental, formación militar y física*, idiomas, política, arreglos internacionales y... magia -dijo esto último viéndome fijamente-.
—¿Formación militar y física? -me confundí- ¿por qué eso?
—Aprenderás equitación, manejo de armas, combate cuerpo a cuerpo, tácticas de combate, estrategias de defensa y protocolo militar. Todo eso por si llega a estallar una guerra y debas ir al frente como única heredera.
—Lo cual, esperemos no suceda, pero son lecciones obligatorias para príncipes y varones de la nobleza -dijo Félix mirándome- y, en casos como estos, para usted, princesa.
—...¿No piensas tener otros hijos? -Si bien Claude en la novela no tuvo más hijos, ahora podría cambiar-.
—Con mi suerte y me dan otra niña -no sé si ofenderme o reír-.
—En vez de terminar mis estudios, ellos acabarán conmigo.
—La princesa aún es joven -intentó animarme Félix-.
Tengo como veintitantos años, muy joven ya no soy. Pero eso no es algo que ellos tengan que saber.
—Hmn -asentí-.
El tiempo pasó lento. Los tres estábamos en nuestros propios pensamientos; Claude miraba por encime de mi cabeza el paisaje (mucho no se le dificultaba, soy pequeña) y Félix me veía de manera fija, pensativo, y yo le devolvía la mirada, intercalando entre ellos dos, el paisaje y la comida.
Noté la mirada de Claude, me veía... no, me analizaba y repente, se sobresaltó. Automáticamente Félix se dirigió hacia él, y antes de que pueda decir una palabra, se levantó.
—Trae a la niña y sígueme -fue lo último que dijo antes de encaminarse con pasos largos fuera del jardín.
Félix acató la orden, no sin antes disculparse por la rudeza, y ambos lo seguimos.
¿Qué está pasando?
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[Lo olvidé]
[No puedo creer que olvidé algo tan importante]
Carajo, si esto llega a salir del palacio, me dará un gran dolor de cabeza.
Maldito sea el día en el que esa mujer tuvo una hija, solo me causa problemas.
Supongo que el pasar de los años me hizo olvidar la... característica en su sangre.
Llegamos a la mi biblioteca, rápidamente me dirigí a una sección que evité todos estos años y busqué un libro en específico.
«Jerarquía del antiguo oriente»
No me importa el contenido, simplemente lo sacudí hasta que de él cayó una carta.
La levanté con magia y romí el sello, para posteriormente abrirlo.
Encriptado, propio de Neherenia. Siempre busca complicar sus mensajes.
Suspiré.
Después de unos minutos intentando descifrar los símbolos, por fin supe lo que decía.
{Platycodon grandiflorus
Amorphophallus titanum
Nymphaea nouchali}
¿Qué características tiene cada una y qué comparten las 3?
Lo confirmé. Odio a esta mujer.
Caminé hacia el centro de mi biblioteca, en la cual estaban ubicadas distintos tipos de sofás y sillones, estando Artemisia Y Félix sentados, mirándose.
—Félix -llamé- ¿tú sabes qué es una platycodon grandiflorus, amorphophallus titanum y nymphaea nouchali? -pregunté, viendo que desviaba la mirada a los costados con una expresión de duda.
—No tengo idea, majestad -negó con la cabeza- ¿por qué pregunta?
—Esa mujer dejó una carta antes de morir. Pero está encriptada -suspiré y me dejé caer en un sofá individual, acostándome, cubriendo mis ojos con mi brazo.
[Debo averiguar esto lo antes posible, también debo eliminar la evidencia] pensé viendo a la niña, la cual está concentrada viendo a su al rededor.
Su mana, el cual era inexistente, empieza a notarse, creciendo de apoco.
—Elimina mi agenda de hoy, a excepción de la del medio día. Cancela todo, no quiero molestias -ordené-.
—Sí, su majestad -se levantó, e hizo un amago de llevarse a Artemisia-.
—Déjala. Ella no saldrá de esta habitación hasta que resuelva esto -mandé, sintiendo la mirada de la chica- Ordena que vigilen a todas las personas que tuvieron contacto con ella, no dejes que ningún sirviente salga del palacio -lo miré de forma seria- Ninguno, Robane, sin ninguna excepción.
—Lo entiendo.
—Y no dejes que nadie entre aquí.
—Sí, emperador -reverenció y se fue-.
Volvimos a quedar solos, y vi que ella se acercó a mí. Levanté una ceja.
El cambio en sus ojos se notaba más de cerca. Con cada minuto los detalles se hacían más fuertes, dejando atrás el color celeste de sus ojos hasta volverlos las joyas azules de la corona.
Con su cabello es lo mismo, el proceso es incluso más notorio que sus ojos. Pasaron de un plateado igual de reluciente que la luna hasta un dorado suave, cuando hace menos de una hora era rubio platinado.
Recuerdo que con aquella mujer pasó algo similar, hace tiempo, cuando aún nos llevábamos bien...
[Antes de que llegara esa perra]
Y vio la carta, también a mí. Simplemente se la di y la agarró.
[Que niña más rara]
De todas formas no entenderá nada.
Me quedo pensando en qué sección de libros buscar primero, basándome en los pocos gustos de Neherenia que recuerdo.
—¿De dónde es? -preguntó, sacándome de mis pensamientos.
La miré con molestia.
—Imperio oriental -dije simplemente-.
Asintió pensativa y comenzó a alejarse.
—No salgas -ordené. Ella asintió.
Por si acaso coloqué un hechizo en la puerta. Aunque quiera no podrá salir.
Y se perdió entre estantes de libros.
•┈·┈•••┈┈••✦ Arte♛misia ✦•┈·┈•••┈┈••
Era coreano.
La carta; estaba en coreano.
Bueno, si nos ponemos a pensar, no es raro que esté en coreano si estoy dentro de una novela coreana. Lo raro es que sea de un imperio que apenas se menciona en la novela.
Pero el hangul⁶ no es de Obelia, sino de otro lugar.
¿Eso quiere decir que también hay otro tipo de escritura de mi mundo aquí?
¿El hanzi⁷, kanji⁸ o el latín?
Claude dijo que es del imperio oriental, solo debo buscar la indicación de un estante con ese ese dato. Pero olvidé un pequeño detalle:
No sé Obeliano. La escritura, quiero decir.
Fui aprendiendo por el paso de los años y porque el cerebro de Artemisia ya recogió información antes de que llegara, auditivamente hablando. Pero es caso de la escritura es distinto; no la conozco y es extraña, no recuerdo haberlo visto en mi mundo.
Pero la pronunciación es delicada, elegante, agradable de escuchar (bueno, cuando la pronuncian Claude, Félix o Lilian, al menos)
O tal vez pienso eso por la costumbre de escuchar diariamente el idioma.
Sacudí la cabeza, me salí del tema.
De todas formas, mi búsqueda es en vano, no entiendo las letras.
O eso pensé, por suerte no fue el caso.
En lo que iba pasando una sección, vi de reojo caracteres conocidos, así que volví para verlos más de cerca. En efecto, es lo que estaba buscando.
No todos poseen la escritura, pero algo es mejor que nada.
Divisé a Claude acercándose, y cuando llegó simplemente se quedó en silencio, observándome. Hice lo mismo.
Buscó algo más hacia arriba del estante y me lo tendió, luego se fue.
Leí el título "Herbarium", no es pesado y es delgado, así que no tuve problemas en alzarlo. Cuando lo abrí vi muchas imágenes y algunos textos, todos en coreano, para mi suerte. Me dirigí hasta donde están los sofás y dejé el libro en una mesita; agarré algunos cojines y los amontoné en una esquina, donde al terminar agarré el libro y me acomodé.
Si soy pequeña, voy a aprovechar.
Poco después de que me acomodé volvió Claude, con una pila de libros detrás de él flotando con magia. Al verme solo frunció las cejas y me ignoró, yéndose a sentar y a hojear uno de sus libros. Yo me dispuse a hacer lo mismo.
Todo quedó en silencio, con solo el sonido de las hojas pasando. Esperando a que sea el momento de ir a la sala del trono.
✧♛✧
-Ruido-
Giré ante el sonido de la puerta siendo cerrada. ¿Quién se atreve a visitar mis aposentos a esta hora de la noche?
Salí de mi balcón, volviendo a entrar a mi habitación, preparada para reprender a la persona que cometió tal osadía.
—Artemisia -su grave voz me dejó quieta, y me hizo sentir un leve escozor en mis mejillas-.
—...Félix -casi murmuré, pero salió lo suficientemente alto como para que lo escuche. Sacudí levemente la cabeza, para espabilar- ¿Qué estás haciendo aquí?
Él me dio una suave y pequeña sonrisa, mientras se acercaba a mí.
—El emperador me envió para evitar que alguien se acerque a la habitación de la princesa -dijo, mientras agarraba una de mis manos y se inclinaba, posando sus labios en la palma de la misma, viéndome fijamente mientras realizaba aquel acto de caballerosidad.
[O descaro, en este caso] pensé, mientras una pequeña sonrisa de diversión se posaba en mis labios. Vi que su mirada pasó a estos por un segundo, para posteriormente erguirse y quedar nuevamente frente mío.
—Estoy segura de que el emperador te envío a cumplir ese mandato afuera de mi puerta -toqué su pecho con mi dedo índice, mientras me inclinaba para verlo, con una ceja levantada, recriminatoriamente, sin perder el brillo de diversión en mis ojos.
—¿El guardia es usted o yo? -me contradice ahora, inclinándose de igual forma hacia mi - Estoy lo suficientemente capacitado para cumplir mi deber.
—¿Y qué deber tiene usted, caballero, dentro de mi habitación? -mientras pronunciaba esas palabras, él agarró suavemente uno de mis mechones blancos.
—Evitar que bastardos se acerquen a mi mujer -el brillo en sus ojos cambió; pasó de inocente y diversión a una de absoluta posesividad.
—¡Que descaro! -exclamé con falso tono de indignación- ¿Quién le llenó la cabeza de ideas para pensar que yo soy su mujer? -golpeé nuevamente su pecho, esta vez con mi palma, haciendo que se aleje de mí- Soy su princesa, que no se le olvide -me di la vuelta y eché a caminar más profundamente en mi habitación, escuchando sus paso detrás de mí.
—Perdóneme, princesa. He olvidado mi lugar -es lo que pude escuchar aparte de sus pasos-.
—No se preocupe, Sir Robane -dije, mientras miraba hacia la luna oscura en el cielo- me encargaré de disciplinarlo esta noche -una sonrisa satisfactoria cruzó mis labios-
—No, Artemisia -todo mi cuerpo quedó tieso al escuchar sus palabras con ese tono de voz; serio, grave, demandante. Un tono que Félix usa muy pocas veces.
—¿Perdón? Creo que escuché mal. -pise hacia atrás con la intención de girarme- ¿Qué dijist... -sus brazos en mi cintura me interrumpieron bruscamente. El contacto de sus manos con mi delgado camisón hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo, al mismo tiempo que el me giraba, pegándome a su cuerpo.
—Dije que no, Artemisia -la brusquedad no fue mucha, pero se notaba la fuerza que estaba conteniendo cuando agarró mi mentón e hizo que lo mirara- Hoy seré yo quien te discipline.
Lo murmuró de forma baja, sensual, pero con tono estricto. Ese mismo tono que lo escuché usar cuando tomaba su posición como duque.
Mis ojos se volvieron levemente borrosos y mis mejillas ardieron aún más. El que haya usado ese tono conmigo hizo que un calor se acreciente en mi vientre.
—O-oh -no pude pronunciar nada. Me desconcentraba la sensación de nuestros torsos pegados, de sus pectorales haciendo presión por mi pecho, aplastándolos.
No fue hasta que vi su sonrisa de satisfacción por mi reacción a su que que salí de mi trance.
—¿Disciplinarme, dice? -volví a alzar una ceja, poniendo ambas manos en el pecho de este, intentado alejarme suavemente, cosa que no conseguí gracias a que me tiene fuertemente sujetada - ¿Qué hice yo para merecer tal cosa?
—¿Crees acaso que no te vi, Artemisia? -el tono frío de su voz me hizo doblegarme levemente, pero intenté mantenerme firme- No hay lugar en este palacio en el que no pueda ver nada -me advirtió. Yo rápidamente intenté pensar en qué puedo haberlo enojado-
—Perdón, pero no sé de qué me estás hablando -dije de forma sincera-.
—De tu interesante encuentro con el duque Alfierce. ¿Qué más podría ser, "hermosa hada"? -los celos en su voz eran palpables.
Al recordar aquel encuentro, no pude evitar desviar mi mirada de la sorpresa, mientras que mis mejillas se volvían a teñir de carmín.
—Él es un hombre bastante interesante, ¿no es así, princesa? -se burló, recordándome las palabras que dije cuando el duque se marchó.
De repente, se me ocurrió una idea. Así que intenté ocultar mi sonrojo y lo miré con duda.
—¿Hueles eso? -incluso hice que mi tono de voz saliera preocupado.
—¿Qué cosa? -comentó él entrecerrando los ojos, sin creerse mi actuación-
— -sonreí de forma astuta, pasando mis brazos detrás de su cuello, intentando apegarme más a él- Los celos en el aire -dije cerca de su cara.
Él simplemente asintió mientras posaba una sonrisa en sus labios, para luego inclinarse y agarrar fuertemente mis glúteos.
Solté una leve chillido, agarrándome más fuerte a su cuello mientras el guiaba mis piernas a su cintura, las cuales envolví fuertemente para no caer. Mi camisón se levantó bastante por este movimiento, incluso escuché el sonido de la delicada tela rasgarse por la brusquedad de mis movimientos.
Lo miré con sorpresa.
—Tengo un deber más importante ahora mismo -informó con un brillo burlón en los ojos- disciplinar a mi mujer para que no sea tan amigable con otros hombres -criticó, mientras sus labios se acercaban a los míos. El calor en mi vientre pasó a acrecentarse a otro lugar, más abajo, más caliente -y dejarla hecha un desastre para que recuerde de quién es -estableció, caminando hacia mi cama, donde me dejó suavemente y se posó encima de mí, comenzando a desabotonarse los botones de su uniforme.
—Me debes otra pijama -balbuceé sintiendo una de sus manos bajar mi camisón por los hombros, mientras que con la otra acariciaba mis muslos.
—Te compraré todas las que quieras, si eso significa que solo yo te la quitaré.
Fue lo último que dijo antes de besarme.
Esta será una noche larga.
✧♛✧
Incisivos³: son un total de ocho dientes, cuatro superiores y cuatro inferiores, situados en la parte frontal de la boca. Son con los que normalmente mordemos la piel interior del labio
Hipo⁴: Hipar. Consiste en espasmos reiterados o movimientos repentinos del diafragma que no se pueden controlar.
sonar⁵: Básicamente limpiarse los mocos.
Hangul⁶: escritura coreana
Hanzi⁷: Escritura china
Kanji⁸: Escritura japonesa.
La pregunta también va para ustedes, ¿pueden adivinar?
¿Qué características tiene cada una y qué comparten las 3?
Aquello es capaz de "abrir" la carta.
Palabras: 6111
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