6. 10 de noviembre
—10/11/2021 ✙
✙ Canción: Passchendaele — Iron Maiden
✙ AU: Inazuma Eleven Orion WWI AU
✙ Personajes: Judith Reese (Mizukamiya Judith), Acker Reese (Mizukamiya Seiryuu), Elliot Ember (Haizaki Ryouhei), Valentín Eisner (Kirina Hiura).
El 31 de julio de 1917 inició la batalla de Passchendaele la cual enfrentó a Francia, Reino Unido, Australia, Canadá y Bélgica contra el Imperio Alemán; una de las más crueles de la Primera Guerra Mundial, pocas veces en la historia se ha sufrido tanto por tan poco.
En un campo extranjero yacía un soldado, una tumba desconocida. En sus últimas palabras rogaba "Cuéntale al mundo sobre Passchendaele".
31 de julio de 1914. Gdansk, Pomerania, Imperio Alemán.
—¡Woup! —di un pequeño salto cuando alcé la canasta en la que llevaba el trigo y me la ponía en la cabeza.
Hace un momento me había subido la falda y la dejé enrollada en el cinto para no tropezar con ella. También me quité las botas y las arrojé al otro lado del río confiando en mi fuerza para que estas no cayeran al agua.
Ya con el cesto en la cabeza crucé por las partes menos profundas y las rocas que ya tengo bien localizadas. Dejé la canasta en el suelo y junté mis botas algo más lejos de la orilla para seguir descalza por el camino empedrado hasta el molino que no estaba realmente lejos. No fueron ni dos minutos lo que tardé en llegar a la puerta del molino.
—¡Señor Ember! —chillé con confianza sin quitarme el cesto de la cabeza esperando porque me abrieran.
—Señorita Reese —definitivamente me llevé una sorpresa al ver que era Elliot y no su padre quien me abrió la puerta.
—Hola —reí un poco apenada.
—Hola, Jude —me miró con su risa enternecida y entonces tomó la canasta por mí y caminó adentro invitándome a pasar—. Papá, aquí está el trigo que te envía la señora Reese —alzó un poco la voz mientras vaciaba el contenido de mi canasta en un contenedor con más trigo.
Al poco tiempo apareció su padre tan lleno de harina como él y me saludó con la misma sonrisa aprovechando para preguntar por mi familia.
—Me alegro, envíales mis saludos —asintió dedicándome una sonrisa antes de tener que volver a su trabajo—. Elliot, lleva dos sacos de harina a la panadería.
—¿Dos? Está bien —él asintió y se dirigió al rincón donde tenían los sacos de harina apilados y tomó dos sacos no demasiado grandes los cuales cargó encima de su hombro—. ¡Bueno, me voy con Judith!
—Sí, tengan cuidado —se escuchó a su padre desde la otra habitación.
Salimos del molino y caminamos de nuevo por el sendero de piedras hasta llegar al río.
—¿No te duelen los pies? —interrumpió nuestro silencio agradable cuando di un brinquito por el camino jugueteando con la cesta que me llevaba a la cabeza como si fuera un casco o simplemente la movía de aquí para allá.
—No, ya estoy acostumbrada —negué con una sonrisa justo cuando llegamos a donde estaban mis botas.
Pero en vez de cruzar inmediatamente, nos quedamos sentados en la orilla aprovechando la luz cálida del mediodía en verano.
—¿Sabes que ya inició la guerra? —comentó él mientras yo remojaba mis pies y de vez en cuando salpicaba gotitas hacia arriba.
—¿Ya? Pues sí que causó problemas que mataran a ese señor.
Él se encogió de hombros y alzó la mirada hacia el cielo.
—No fue sólo eso, me imagino que siempre hay cosas más allá pero no nos las dicen...
—Eso es cierto —le di la razón—. Ojalá y no nos llegue a nosotros.
—Ojalá. Bueno, vivimos a las afueras, no creo que les interese atacar un pueblito cerca de Gdansk. A saber qué pasa ahora.
—Sí... Además, serán los soldados quienes vayan a pelear, no nosotros. Tenemos trigo, el río, el molino de tu padre... no pasaremos hambre, seguro que nos las apañaremos. Encima Acker pronto será un médico, si nos pasa algo podrá curarnos. La verdad es que no puedo pensar en lo que debe ser vivir en una guerra así, es decir... yo no podría ser un soldado.
—Buen punto. Pero no te preocupes, nosotros estamos protegidos dentro de lo que cabe: Acker es médico, lo querrán en un hospital y no peleando en la guerra; tú eres mujer, no te pueden reclutar; y yo... Pues espero que no tengamos que volver a Inglaterra.
Finalmente lo miré cayendo en la cuenta de ello. La familia de Elliot es originaria del Caribe, sus bisabuelos fueron llevados a Inglaterra como esclavos, muy poco antes de que se prohibiera la esclavitud y más tarde fueran liberados. Pero volver a su país no era algo fácil, por eso siguieron su vida en Inglaterra. Elliot nació aquí, en Pomerania, pero no dejan de etiquetarlo como inglés por su ascendencia. En caso de que esto realmente sea una guerra fuerte podrían verse obligados a regresar a Inglaterra para evitar ser perseguidos por ser enemigos si es que termina por haber un enfrentamiento serio.
—Eres polaco, no pueden obligarte a irte —sentencié.
—No tendrían por qué —me dio la razón riendo un poco.
De nuevo reinó el silencio entre nosotros hasta que él lo cortó.
—Jude, Oscar me dijo que este domingo pondrán en el cinema una película nueva, se llama Judith de Bethulia así que pensé que te haría ilusión verla. ¿Quieres que vayamos juntos?
No contuve la emoción que quiso explotar de mí e inmediatamente sonreí levantándome sólo para caminar y dar vueltas en la tierra firme, justo detrás de él.
—¿El cinema? —suspiré enamorada empezando a girar dejando que mi falda se esponjara un poco— Me encanta el cinema, ¡claro que sí, vamos juntos! Hace mucho que no voy... ah, en serio me dieron ganas —reí emocionada acercándome a él cuando me tendió el brazo.
—Me alegro de que te haya gustado la idea —sonrió abrazándome y dejando un beso en mi frente—. Entonces el domingo paso a tu casa por ti, ¿sí?
Asentí varias veces mientras se levantaba, ya es hora de que cada uno cumpla con sus recados.
—Por cierto, toma —sacó de su bolsillo algo que luego tuvo que limpiar de harina y me lo colocó en el cuello del vestido—. Lo compré para ti. Lo vi en el mercado y la verdad es que no pude evitar comprarlo, pensé que te gustaría.
Lo miré con una sonrisa. Era un broche con una manzanita roja que le aportaba color y brillo a mi vestido blanco y viejo.
—¡Elliot, me encanta! —chillé lanzándome a sus brazos empezando a reír ambos al mismo tiempo.
—Me alegro —rio abrazándome e inclinando mi cuerpo hacia atrás haciendo que me riera aún más—. Te ves preciosa así.
Después de un beso más en mi mejilla, nos separamos y nos dispusimos a irnos.
—Creo que esta vez iré por el puente, prefiero evitar que toda la harina termine mojada y me vuelvan a castigar —rodó los ojos haciéndome reír.
—Sí, ten cuidado. Yo iré por aquí —señalé la zona del río que siempre cruzo.
—Ten mucho cuidado —me abrazó volviendo a besarme la frente como despedida—. Te quiero.
—Y yo a ti.
Apreté el abrazo y finalmente nos separamos. Yo eché las botas dentro de mi cesto, me aseguré de que mi falda y delantal estuvieran bien sujetos y entonces crucé con mucha más libertad. Cogí carrerilla desde la orilla para saltar hasta la piedra más alta de allí. Tampoco es la gran cosa, sólo supera a las demás por unos centímetros. De esa salté a otra sólo para tomar impulso y caer en una tercera antes de llegar a la otra orilla.
Me enjuagué los pies y con el propio delantal me los sequé para ponerme de nuevo los calcetines y las botas antes de retomar mi camino a casa.
Muchos soldados de 18 años se ahogan en el barro, ya no más lágrimas. Seguramente una guerra que nadie puede ganar, la matanza está a punto de empezar.
10 de octubre de 1917. Passchendaele, Bélgica.
—Reese, vámonos —dijo Eisner ya al otro lado del pequeño barranco lleno de agua estancada, metralla y barro.
—¡Voy! —volteé alzando un poco la voz— Bueno, con su permiso...
—¿Necesita ayuda, Reese? —se ofreció el comandante señalando el hoyo.
—No se preocupe —dije tratando de no demostrar mi indiferencia.
Tomé impulso y sin dificultad llegué al otro lado donde me fui con mis compañeros.
Hace tres años ni Elliot, mi hermano o yo pudimos imaginar que la guerra se desenlazara así. No pensamos que terminarían por reclutarnos a la fuerza. O más bien, a ellos. Acker fue reclutado hace año y medio, necesitaban médicos en el Frente Oriental con urgencia y él tiene todas las características para ser elegido: joven, sano, atlético y médico.
Elliot, en contra de todos nuestros deseos, se fue a Inglaterra a principios del año pasado. Y una de las pocas cartas que me llegaron suyas decía que también lo habían reclutado, que tendría que luchar a favor de un país que ni siquiera es suyo, pero que haría lo que fuera para que volviéramos a vernos, que se fugaría con tal de que nos encontráramos y pudiéramos vivir juntos como queríamos.
Él ya tiene 21 años y yo en junio cumplí los veinte... Quizás cuando acabe la guerra podremos casarnos, eso es algo a lo que llevo dando vueltas y vueltas desde hace mucho. Llevamos siendo novios unos tres años, nos conocemos desde muy pequeños y me empezó a gustar cuando tenía quince o dieciséis; no es una posibilidad absurda.
Y yo me uní ante la búsqueda desesperada de más soldados y por la increíble impotencia que sentía al saber que mi hermano y mi novio estaban luchando en la guerra, por pensar que podían llegar a enfrentarse en algún momento... Y yo lo único que podía hacer era seguir mi vida en el pueblo como todas las demás chicas que ligaban con los soldados sin hacer nada para ayudarlos. Mi novio es uno más, pero no puedo simplemente quedarme quieta y esperar porque nos llegue una carta que diga que han muerto o que al fin van a volver.
Por eso me alisté contradiciendo mis pensamientos a los diecisiete años: lo último que haría sería ir a la guerra. Me bastó con cortarme el pelo y tomar ropa de mi hermano así como con falsificar un documento de identificación para ser aceptada. Estaban desesperados, ¿cómo no iban a aceptar a un muchachito más que se quiere alistar voluntariamente?
Y para mi gran sorpresa así como la de mis compañeros, resultó que el ejército no supuso una tortura o situación inaguantable para mí. Me adapté mucho más fácil de lo que pensaba y tuve más valor del esperado. Sorprendí a los superiores con mi habilidad de saltar casi sin problema alguno, el estar acostumbrada al ambiente húmedo y frío de un río, incluso resulté ser buena como artillera. Eso me ganó algunos favores y comodidades.
Pero el trato especial que el comandante me da es debido a que sólo él y mi compañero, Eisner, son quienes saben que soy una mujer. Uno porque se lo confesé y otro lo descubrió cuando no me dio tiempo terminarme de duchar una vez todos habían acabado. Pero la diferencia era abismal entre ellos.
Eisner es el único que sabe que es Elliot el motivo de que yo me haya ofrecido abiertamente para misiones de reconocimiento y salir de las trincheras. Sólo porque ambos nos vemos a escondidas cerca de las ruinas de la iglesia.
Descifró que el hecho de subir y bajar los visores tres veces era nuestra señal para informar que iríamos a reconocimiento pronto y nos separaríamos del grupo. Lo mejor de esto es que Valentín sí me apoya, al contrario que el comandante, él lo hace por aprecio, no por querer tener una mujer cerca. Nos hemos vuelto amigos inseparables desde que él me confesó que realmente la novia de la que siempre habla, Sonya, es la forma de cubrirse y poder hablar de Sonny, un chico de Berlín del que se enamoró en la capacitación inicial del ejército. Sólo que Sonny no soportó la presión y volvió a casa suponiendo esto un alivio para Valentín ya que no debe vivir con el miedo de que algún día su novio se asesinado frente a él.
Me separé del grupo siendo cubierta por Eisner y me dirigí a la iglesia sin detenerme o distraerme en el camino. Una vez llegué a las ruinas corrí un poco más allá hasta llegar a la pequeña ermita más alejada y engullida por el bosque.
Cuando llegué me senté encima de las rocas que algún día formaron parte de la pared. Realmente se agradece un lugar seco donde poderse sentar.
Las lluvias han sido más y más fuertes últimamente, desde agosto hemos pasado literalmente días con el agua hasta la cintura. No hay manera de que el agua se drene, encima llovía sin cesar por días y todavía seguían las explosiones repentinas por culpa de los británicos.
La primera que vi me impactó. Una burbuja de tierra se alzaba en el horizonte, pedazos de suelo volaron manteniendo esa esfera perfecta un par de segundos antes de caer sobre nosotros. Por algún motivo no me podía centrar en que nos estaban bombardeando, no podía aceptar que en cualquier momento pudiera morir por los morteros o por las explosiones que había debajo de nosotros, simplemente me quedé viendo cómo todos corrían o se escondían inútilmente a la vez que apreciaba el espectáculo de las explosiones. Pero era incapaz de tener miedo aunque deseara tenerlo... Pero realmente no supe si había sido mejor sentirme descorazonada o haber sucumbido al terror y quedar traumada como varios compañeros. Varios de ellos no han dejado de temblar y asustarse aunque hayan pasado semanas.
El comandante me encontró sentada en el suelo cubriéndome la cara con los brazos para que no me cayera la metralla o rocas en la cara, por eso me llevó a uno de los búnkers donde apenas cabía una persona más y nos tenían a oscuras esperando porque terminaran los bombardeos.
Aunque yo misma fui la causante del pánico de muchos otros hombres. Literalmente me ganaba muchos favores sólo por ser buena cargando balas de cañón lo más rápido que podía. Antes de que el cañón volviera a su posición original yo ya estaba cargando la siguiente bala y así hasta que me decían que parara. Ni siquiera me inmutaba de los ataques enemigos o del estruendo de nuestras explosiones, bloqueaba mis oídos y me centraba en repetir el ciclo de cargar la nueva bala quitando los restos de la anterior en cuestión de segundos. Podía pasar horas así y no me daba cuenta del tiempo, si me preocupara por este o por los muertos habría terminado como todos esos compañeros que jamás saldrán del terror de las explosiones.
La batalla inició el último día de julio, y a primeros de agosto yo ya estaba llegando a Passchendaele desde el este mientras que Elliot cruzaba el camino de Menin. Me ha hablado demasiado de este como para no poder imaginar lo que pasa ahí. Según él, es una carretera extremadamente importante para los aliados ya que supone el camino hacia el frente. Caminar sobre los tablones estando rodeado por cadáveres, cañones rotos, tanques hundidos en el lodo, casquillos de balas y metralla es la despedida para los del oeste.
Y ahora todos nos ahogamos en el lodo, sentimos nuestras piernas congelarse y aún así seguimos luchando. Según los locales, no había llovido así en años, tal vez era la señal de que la naturaleza quería que ya acabáramos nuestras guerras y por eso llegaba a ahogarnos a todos. No es llamado "El Infierno de Lodo" por nada: cada mañana hay compañeros que se ahogan en el lodo mientras duermen, otros son heridos y terminan de la misma forma y luego me pongo a pensar en qué momento se volvió normal el caminar entre cadáveres cada mañana, el encontrar cuerpos flotando o enterrados... Ni siquiera yo lo sé. Y estoy segura que la Judith que saltaba en el río no volvería a dormir o sonreír después de pasar media hora en una mañana cualquiera, después de despertar con bombardeos, apartar el cuerpo de sus compañeros ahogados y luego nadar en lodo entre el resto de muertos y armas para llegar a su puesto de cargar balas de cinco kilos hasta que tocara volver al infierno de lodo para comer rodeada de compañeros vivos y muertos. Al menos me alegro de que la Judith de ahora no sufra tanto ante esto, me alegro de haber normalizado esto y poder seguir sonriendo y pensar en todo aquello que no puedo soñar por estar ocupada descansando y manteniéndome en pie para no ahogarme.
Al cabo de unos minutos más llegó Elliot.
—¡Jude! —me llamó en voz alta antes de entrar a las ruinas. Nuestra regla es llamar el nombre del otro antes de entrar para no tomarnos desprevenidos, asustarnos y poder terminar por dispararnos el uno al otro. De hecho, abriremos fuego contra cualquiera que entre sin haber llamado al otro.
—¡Elliot! —me levanté de las rocas sobre las que estaba sentada y corrí a su encuentro recibiendo un abrazo por su parte antes de que sintiera cómo me besaba varias veces en la mejilla.
Hace casi dos semanas que no nos vemos, pero todos los días a las seis de la tarde nos asomamos al borde de la trinchera y alzamos tres veces los periscopios o espejos que usamos para decirnos que seguimos bien. Pasar más de cinco días sin ver el espejo del otro alzarse tres veces significa que ha muerto. Pero el verlo arriba tres veces y moverlo de lado a lado una cuarta vez significa que cambiaremos de puesto o trinchera pronto.
Casi como cuando estábamos en Pomerania, nos sentamos a hablar mientras comíamos. Yo tenía una lata con frijoles y algo de carne seca, es lo poco que pude rescatar para traer aquí. Nos dan de comer de las provisiones que envían cada día, el llevar comida encima ya es casi impensable, se echa a perder en el agua llena de lodo, por eso sólo nos mantenemos con algunas latas.
—En cualquier momento nos acaban —dije antes de llevarme a la boca un pedazo de carne.
—Nosotros también estamos con el agua hasta el cuello.
—Nosotros hasta la cintura —reí mirándolo y viendo cómo después de unos segundos comenzaba a reír también.
—Nosotros igual.
—Espera, antes de que se me olvide... —tomé mi mochila y de esta saqué una máscara antigás la cual se la entregué— En cualquier día volverán a atacar con gas, quédate con esta, es más fiable, la han estado probando para que sea efectiva contra el que van a utilizar.
Él la tomó mirándola unos instantes, iba a entregármela pero yo lo interrumpí al instante.
—Es gas mostaza, Elliot, quédatela —dije seriamente mirándolo a los ojos y apretando sus manos contra la tela de la máscara.
—¿Es la tuya?
—No, tengo otra —de la bolsa pequeña que llevaba en el pecho saqué mi propia máscara viendo cómo sus ojos se calmaban un poco. Le sonreí y volví a guardarla—. El comandante me la pudo conseguir. Si te ven con ella di que se la quitaste a un alemán que mataste por ahí.
—Jude.
—Dime —lo miré a los ojos aún con mi pequeña sonrisa.
—¿Cómo la conseguiste? —pero su rostro estaba serio y consternado.
—Me la dio el comandante.
—¿Tuviste que hacerle un favor?
Realmente no había caído en ello, pero una vez lo hice entendí por qué su preocupación.
—¡No, no! No te preocupes, sigo dándole largas y largas. Se lo pedí después de que me felicitara por la artillería del otro día, no tuvo problema en dármela, le dije que había perdido la mía en el lodo.
Suspiró con alivio y luego me abrazó para besarme en la frente.
—Por favor, no lo hagas, Jude, mucho menos por mí —sentí su respiración en mi cuello mientras me apretaba un poco más.
—No te preocupes, ¿sí? No lo haré así.
Sujetó mi mano y nos quedamos sentados así un buen rato más mientras comíamos. Después nos pusimos a limpiar nuestros rifles mientras seguíamos hablando sobre nuestros planes, sobre lo que nos ha pasado, las anécdotas y todo lo que queríamos hacer pronto.
—Pronto nos fugaremos —sentenció él mientras moldeaba la anilla de la lata.
—¿Cuándo? —recargué la cabeza en la roca mirándolo. Aquí no hay sol, este se oculta de la guerra tras las nubes y el polvo, pero al parecer soy la única que no deja de ver el sol en su máximo esplendor cada día. Ver la cara de Elliot me quita el miedo, el frío y la tristeza mucho mejor a como lo haría el sol.
—Un mes... tal vez —tanteó alzando la mirada al frente para luego volverla a mí.
—¿Llegaremos?
Su suspiro lo dijo todo, dijo todo lo que ya sabíamos.
—En la próxima batalla. Podríamos intentarlo en la próxima batalla, nos escapamos y nadie se preocupará.
—¿Y por qué no ahora?
—Si nos encuentran nos matarán, no importa el bando que nos encuentre, nos tomarían como prisioneros o nos matarían por enemigo y traidor.
—En la batalla será lo mismo.
—Podrían pensar que morimos, que nos ahogamos... tengo compañeros muertos pero seguimos sin encontrar el cuerpo. El problema es que ahora nos van a buscar, sospecharán de nosotros. Si escapamos en media conmoción podremos encontrar una forma de volver a Polonia: deshacernos de los uniformes, salirnos del ejército... Pero no podemos intentarlo ahora, nos matarían si nos encuentran.
Tenía razón, tendremos que planear bien todo dentro de nuestras posibilidades. Pero cada vez que vengo no evito la ansiedad de tomarlo de la mano y huir como si nada.
—Pero escaparemos, no te preocupes —me tomó la mano y me colocó la anilla de la lata ya moldeada en el dedo—. Vamos a escapar y nos iremos a vivir a Pomerania de nuevo... O cualquier lado que quieras, viviremos en un paraíso de verdad donde no tengamos que ocultarnos o vivir en la guerra.
Me besó la mano con el anillo y después me sonrió. Por unos momentos me hizo sentir como si mi mano fuera una de esas finas y preciosas manos decoradas con el anillo más caro de la región, aquel por el que todas las mujeres se derretirían de envidia. Pero mis manos están sucias, mis uñas rotas y llenas de mugre no hacen que se vean mejor las heridas que tengo esparcidas entre los callos y piel dura. Pero ese anillo hecho con una argolla de lata formando una especie de flor en lo más alto gracias al metal blando que él lleva un buen rato moldeando, hizo que viera mi mano como la más preciosa que jamás había visto.
—Gracias —sonreí mientras me costaba trabajo apartar la mirada de aquel anillo.
—Te amo.
Me rodeó la espalda con un brazo mientras que con el otro sujetaba mi mano y juntaba nuestros labios en un beso profundo que me sacó de la guerra por unos eternos segundos.
Pero tuvimos que regresar. Después de un abrazo fuerte y más cálido que cualquiera, cada uno volvió a su grupo. Evidentemente mentí sobre no haber encontrado nada de interés en mi expedición siendo cubierta por Valentín.
—Encontramos un par de casquillos viejos, pero nada de interés —dijo Valentín cuando estábamos dando nuestro reporte al comandante.
—Bien. ¿Reese? —me miró acomodando un par de cosas en su escritorio.
—Nada, señor. Caminé unos dos kilómetros pero no había nada —era verdad, caminé alrededor de dos kilómetros hasta llegar a las ruinas de la ermita.
—Bien, pueden retirarse. Reese, tú no —me detuve nada más dar la media vuelta apretando los puños y maldiciendo entre dientes.
—Dígame, comandante.
—¿Ves esto? —me mostró una bala distinta a las demás— Es una bala de bronce especial, fue hecha para mi hijo. En su arma especial sólo usa estas balas, así se puede identificar que fue él quien disparó. Ya le ganó reconocimientos y esa pequeña firma lo ha ayudado a subir de rango.
—Eso es muy interesante, señor, no pensé que se podría reconocer un cadáver sólo por la bala —confesé fingiendo más interés del real.
—Sólo se toman estas molestias cuando es un cadáver especial —dejó la bala sobre su escritorio de nuevo—. Mi hijo tiene 22 años, tú también, Reese.
—Tengo veinte, señor —puntualicé aún con educación.
—Bueno, dos años no son una gran diferencia... Cuando ganemos este territorio y volvamos al Imperio, ¿te interesaría pasar unos días con mi familia? Ya les han llegado cartas en las que hablo sobre ti, sobre un soldado excepcional al que encubro, y la verdad es que mi hijo muere por conocerte. Tengo entendido que eres de familia de campesinos. Tal vez puedan hacerse buenos amigos e incluso algo más.
Reí con nerviosismo por mantener la educación.
—Bueno, soy una chica algo reservada, me gusta conocer primero a las personas, señor, mi familia es demasiado conservadora. Pero claro que no negaría el honor de conocer a su familia.
—Por supuesto, no es mi intención manchar tu honor ni mucho menos, eres una mujer como ninguna. Una auténtica joya que aunque esté cubierta en barro, vale más que todas las de la joyería —suspiró y luego me miró seriamente—. Reese, mi hijo también está cubriendo a tu familia, no quiere perder piezas valiosas como tú o tu hermano.
—¿Pasó algo con mi hermano? —apreté la correa del fusil sintiendo cómo mi garganta se cerraba.
—Lo vieron besándose con su superior, Cygnus Starkey. Evidentemente Starkey no va a quererlo penalizar ni mucho menos: además de ser su amante ha salvado demasiadas vidas, se ha llevado medallas por ser el único en salir y detener hemorragias en mitad de bombardeos. Puedes estar tranquila, tu hermano ya selló los labios de mi hijo con otro beso, también es una joya para sus comandantes. Pero hasta ahora mis labios no están sellados, podrías pagar mi silencio como ya hizo tu hermano. Así podremos estar todos a mano y disfrutaremos como nunca esos días que pasaremos todos juntos en Berlín cuando acabe la batalla.
Tragué con fuerza temiendo el momento en que dio un paso hacia mí. Seguíamos lejos pero aún así...
—Eres el capricho de mi hijo así que no tendré problema en darte los vestidos que quieras, en quitarte esos guantes sucios de lana y ponerte unos finos de seda. Podrás volver a dejarte el cabello largo y recogerlo en el peinado que quieras, comerás en vajilla de plata y no tendrás por qué pisar jamás el lodo, siempre tendrás una alfombra sobre la que caminar. Lo mismo con tu hermano, no me importa comprarle una casa para que disfrute libremente de su amor con Starkey, sólo volverán a tomar un fusil para pasar las tardes cazando juntos y luego cenar románticamente las presas que hayan conseguido al lado del calor del fuego. Te conseguiré lo que quieras, sólo necesito que me confirmes que estás dentro de esto.
Tomé aire lentamente intentando volver a hablar, pero otro de los superiores entró abruptamente en el búnker.
—¡Comandante, el enemigo está preparando un ataque!
Se vio molesto por unos segundos, pero inmediatamente habló y tomó su arma.
—Preparen el gas —su orden fue el detonante para que yo inmediatamente sacara mi máscara antigás y me la colocara sintiendo alivio por la protección forzosa ante cualquier beso del comandante y por saber que Elliot ya tiene una que lo protegerá tanto como a mí—. Reese, puedes quedarte aquí, no salgas.
—No se preocupe, comandante —asentí cargando mi fusil para salir en dirección a mi usual puesto de artillería teniendo que esquivar compañeros que corrían en mi dirección y otros que flotaban sin vida en el barro.
Juro que oí a los ángeles llorar, roguemos a Dios porque ya no mueran más. Para que más gente sepa la verdad, cuenta la historia de Passchendaele.
10 de noviembre de 1917. Passchendaele, Bélgica.
Cuando abrí los ojos ni siquiera pude pararme a sentir el hambre de siempre. Tenía mi pie anclado a una tabla mientras que estaba colgada de uno de los hierros para evitar caerme y ahogarme dormida. Aunque ahora el lodo sólo llega a cubrirnos los tobillos, sigo teniendo esa costumbre de atorar mi mochila en lo alto al igual que mi pie en alguna tabla y recargarme en la pared. Pero lo inusual eran todos aquellos vítores que sonaban cerca, estos provenían de mis compañeros.
¿Qué había pasado? Tomé mi fusil y me levanté despertando a Eisner, seguro que ahora saldría corriendo a ver qué sucede, suele estar enterado de todo.
Ayer nos dormimos juntos compartiendo el calor así como unos tragos de ron mientras hablábamos de lo que haríamos, de cómo él irá a buscar a Sonny en la capital. Escaparemos juntos cuando me vaya con Elliot, los tres nos iremos de esta guerra en busca de la vida que merecemos.
—Eisner —di unos golpes en su brazo esperando porque finalmente se despertara.
Pero simplemente se resbaló de la pared y cayó de lado.
—¡Valentín!
Me arrodillé a su lado, seguí tocándole el brazo y me centré en sus ojos cerrados. Lo moví más y seguía sin reaccionar. No caía sangre de su boca ni su nariz, pero nada más poner mi dedo bajo esta sentí cómo tampoco expulsaba aire. Su palidez fantasmal y la nula reacción ante mis golpes hicieron que tuviera simplemente que tragar fuerte y apretar una última vez su brazo antes de cubrir su rostro con el casco.
Cerré los ojos para evitar que se me escaparan las lágrimas que amenazaban con salirse. Hace tiempo que un muerto me dolía, ya me había acostumbrado a que era algo que se veía todos los días...
Pero ahora mismo no sé qué me duele más, si la muerte de mi compañero, de mi único y verdadero amigo o el hecho de que no puedo sentir una tristeza tan profunda como debería sentir ante una muerte.
Hoy es el día. Iré a mirar el por qué de la conmoción antes de reportar la muerte de Valentín y finalmente será el día en que me escape. Bien entrada la mañana planeamos un ataque del que ya advertí a Elliot, por eso él se fugó desde la madrugada, y ahora finalmente será mi turno de encontrarlo en la ermita y huir hacia la vida que prometimos.
Vi al comandante caminar en dirección contraria a la multitud. Me abrí paso entre ellos y nada más escalar un poco la pared corta de tierra, sentí el disparo acertarme.
Fue un tiro limpio, seco, rápido; dio en un órgano vital pero no me pudo matar al instante, me hizo sufrir como nunca. Aún así nadie lo notó. No me moví ni un milímetro pero aún así caí al suelo para agonizar.
Un compañero cargaba el cuerpo de Elliot encima de su hombro justo como él hacía antes con los sacos de harina y luego tuvo que hacer con los de arena.
Un casco inglés rodó hasta caer en la trinchera alemana y lo único que hicimos fue lanzarnos como animales por este. Tomé el borde pero alguien tiró más fuerte que los demás, lo seguí con la mirada estando a punto de ser aplastada por mis compañeros.
Vi cómo lo lanzaban a la tierra de nadie mientras alguien me ayudaba a levantarme e inmediatamente trepé hasta el borde de la trinchera, así pude ver cómo entre dos compañeros lanzaban a Elliot fuera de nuestro territorio, quedó unos metros más allá del alambre de púas que indicaba la tierra de nadie y luego ellos volvieron aquí como si no hubiera pasado nada.
—¿Qué sucedió? —pregunté nada más recuperar el aliento antes de sentir cómo volvía a perder el control sobre mi cuerpo.
—Era un espía, el equipo de reconocimiento lo encontró en los alrededores del bosque y lo siguieron hasta traerlo aquí, el comandante lo mató cuando cruzó en nuestro territorio. Se ve que era un novato, no estaba bien entrenado, estaba desesperado cuando corrió hasta aquí.
No era un espía... no era un espía y tampoco quería información o nada contra esta trinchera, sólo íbamos a escapar y vernos en nuestro punto de siempre, nos esconderíamos y huiríamos hasta que la guerra acabara, nos llevaríamos a nuestra familia y viviríamos felices en nuestro paraíso.
Pero veo el cuerpo de Elliot en la tierra, su casco que fue arrojado frente a mis deseos de abrazarlo y llorar en él. Tal vez es por eso mismo que no puedo llorar. Mi garganta se bloqueó, quería gritar, llorar y matar a todos los que lo tocaron, pero sólo me quedé ahí, asomada a la trinchera bajo el cielo nublado y mirando su cuerpo sin vida, su rostro manchado de lodo y sangre que escurría por su boca. No podía ver más detalles, unos metros y la valla de alambre me impedían abrazarlo.
Pero cuando creí que definitivamente había perdido mis sentimientos por ser incapaz de llorarle a mi mejor amigo y a mi propio novio, sentí el broche de la manzanita prendido a mi chaqueta cuando me agarré las solapas por el dolor. En ese momento se deshizo el nudo en mi garganta, mi corazón golpeó con fuerza y ahogué un sollozo resbalándome hacia atrás hasta llegar al suelo. Desde que me lo regaló, jamás me quité ese broche, lo cambiaba tanto de ropa que perdió su filo inicial.
—Reese, no pasa nada, no llegó a atacarnos ni mucho menos —Scheiban me puso la mano en el hombro a modo de consolación por haber confundido mi sufrimiento con miedo .
Respiré con profundidad, pensé una vez más en Elliot, en su sonrisa, en su voz... Nunca volveré a escucharla. Y fue la ausencia de su voz lo que encendió una ira incontrolable que tomó el lugar de la tristeza por un tiempo.
Caminé hasta el búnker donde está la oficina del comandante. Me dieron permiso para entrar y terminé por quedarme a solas con él.
—Dime, Reese.
—Vengo a reportar la muerte del cabo Eisner, Valentín Eisner. Amaneció muerto, me imagino que por hipotermia o alguna infección desconocida —mis palabras engullían todo el dolor que ardía en mi garganta.
—Lamento mucho la pérdida —dijo sin real sentimiento mientras escribía en su cuaderno el nombre de Valentín—. ¿Algo más que se te ofrezca, Reese?
Su tono cambió al igual que su mirada, me observó desabrochándome la chaqueta con la mirada.
Muchos hombres llevan meses o años sin haber visto a una mujer, pero yo también lo he pasado mal todos estos meses, todos sufrimos aquí. Y si no he podido entregar mi cuerpo a Elliot por la guerra y por su propio respeto hacia mí, nadie más lo iba a conseguir, mucho menos aquel hombre que lo asesinó.
Evidentemente no teníamos el tiempo ni el lugar como para hacerlo sin terminar pareciendo unos salvajes desesperados, y claro que latía en nosotros cierto miedo porque algún encuentro así provocara que yo terminara embarazada suponiendo las condiciones en las que vivimos mi muerte súbita así como la del bebé.
—Sí, es sobre mi arma... mi fusil creo que tiene alguna pieza rota, ayer no pude disparar, las balas estaban atoradas. También la entrada para la bayoneta, creo que está rota. Con tanto lodo se ha dañado bastante el rifle.
—Entiendo. Sí, estos fusiles no son de buena calidad, se traban con facilidad y el lodo no ayuda. No te preocupes, quítale las balas y te daré un fusil mejor.
Abrí la recámara para sacar lentamente las balas dejándolas en su escritorio.
—Reese, este ya es un tercer favor, me debes uno por lo menos, ¿no? —sacó un rifle de una caja de madera mientras yo metía la bala de bronce que tenía en la mesa, la bala de su hijo, sin que él lo notara siquiera.
—¿Tres favores? —fingí mi inocencia casi asustada y me di la vuelta haciendo lentamente el gesto de quitar la bayoneta aunque realmente sólo la estaba apretando en la punta del rifle.
—Darte la máscara de gas y guardarte el secreto también fueron favores.
Solté la bayoneta dejándola en su lugar y así tan sólo sujetar el fusil con la mano izquierda y quedarme contra la mesa.
—Pero... usted dijo que me iba a guardar el secreto, ¿no? —los labios me temblaban por la ira que ya no podía contener aunque él lo interpretara como que me sentía intimidada ante sus amenazas.
—Claro que sí, pero sólo Eisner y yo lo sabíamos. Él ya no está... es difícil mantener así un secreto —se quedó delante mío, dejó el fusil nuevo encima de la mesa, justo detrás mí.
—No se preocupe, usted también me va a guardar el secreto —dije mientras me quitaba el casco y aflojaba mi bufanda una vez dejé mi mochila en el suelo.
Apreté mi rifle, y cuando vi cómo se desabrochaba los primeros botones de la chaqueta, me moví lo más rápido que pude sin desviar mis ojos supuestamente asustados de los suyos ahogados en lujuria. Sólo me detuve cuando sentí la punta de la bayoneta hundirse en su cuerpo.
Se escuchó su gemido mientras caía al suelo y yo lo sujetaba para que no sonara el golpe, temía que comenzara a gritar y llegaran más personas aquí y se volviera obvio que había sido yo quien le clavó la bayoneta.
Le cubrí la boca con la mano haciendo fuerza porque se callara. Dejé que la ira se apoderara de mí una vez más, pensé en cómo quería aprovecharse de mí, cómo me estaba amenazando con exponerme y ser castigada de formas que ni siquiera sé después de prometerme una vida buena para toda mi familia. Pero cuando pensé en Elliot mi alma se rompió.
—Lo mataste, hijo de perra.
A pesar del rostro tenso por el coraje, unas lágrimas se me empezaron a resbalar por las mejillas. Quité mi mano al sentir cómo me mordía, pero no gritó, sólo me miró insultándome antes de que lo volviera a callar.
—Traidora, deberían fusilarte, put-
Apreté el puño cuando volvió a intentar liberarse de mi mordaza improvisada. Cogí el rifle con la mano derecha y lo empecé a acomodar para luego levantarme y mantener el tacón de la bota sobre la herida para inmovilizarlo. Apunté a su cabeza, respiré profundo y pensé una vez más en mi ira.
Jamás creí que el saborear una venganza fuera tan literal.
—A alguien como tú lo traicionaría mil veces.
Al jalar el gatillo, la bala se llevó todo mi odio y este quedó plasmado en su frente.
El suelo estaba lleno de sangre que salía de su cabeza como de su abdomen. Observé por un instante su cadáver el cual tenía la bala de bronce de su propio hijo, y luego salí corriendo del lugar.
Estaban alterados por el tiro, claro que se abalanzaron hacia el interior queriendo ver lo que sucedía. Los aparté para salir corriendo antes de que vieran el cuerpo. Supe que lo vieron cuando salieron gritando y dando órdenes con rabia.
Iba empujando a todos los que se ponían delante mío, incluso a los heridos, en ese momento sólo podía correr, pero... ¿a dónde?
Podría escapar hasta las ruinas y esperar a morir ahí, no tiene ningún sentido ahora. Mi hermano... tardará en llegarle la noticia, él está en el frente oriental, no podrían culparlo por lo que yo hice a no ser que nos hubiéramos visto en lo que llevamos de año.
Antes de llegar a la bifurcación del camino me decidí de una vez por todas. Giré a la derecha, ese era el camino hacia el frente dejando atrás el que conducía al bosque. Esta parte de la trinchera al ser más antigua ya tenía cemento en las paredes y estaba mucho mejor estructurada. No podría trepar por la pared como hice en el otro extremo que era de tierra y mucho más bajo.
Nada más ver una escalera corrí hacia ella, me aferraba a los escalones de madera para trepar sin resbalarme a pesar de mi nerviosismo. Nada más salir, admiré por un instante cómo el sol estaba a punto de salir, los cuerpos de aliados y enemigos estaban esparcidos por la tierra, los alambres, armas, uniformes y caballos terminaban de coronar el paisaje, uno digno del infierno en tierra.
Escuché cómo se gritaban ordenando que me acabaran. No podía respirar, las lágrimas me resbalaban y la desesperación me invadía.
No me asustaba que me fusilaran, tenía miedo de no llegar hasta Elliot. Corrí en dirección a él, su cuerpo estaba en la tierra de nadie, la valla de alambre y los postes de madera me separaban de él. Pero gracias a mi velocidad ganada por la carrera y por estar totalmente acostumbrada a saltar en el río y en las pozas de barro, esa verja no supuso nada. Ahora mismo nada ni nadie me podía detener.
Apoyé mi pie una última vez en la tierra antes de pasar ambas piernas por encima de los alambres, volé unos instantes respirando la brisa helada del alba por última vez.
Al caer perdí el impulso que llevaba gracias a que en mi aterrizaje la chaqueta de mi uniforme se atascó con unas púas en el momento en que caí en cuclillas. Forcejeé un poco pero el alambre no me soltaba, sólo se deformaba persiguiéndome.
Solté el fusil para desabrocharme el cinturón y quitarme la chaqueta lo más rápido que pude. Comenzaron a disparar y escuchaba voces desde la trinchera enemiga. Pero realmente ahora ambas trincheras son mis enemigas, por eso estoy en tierra de nadie, a tan sólo unos metros de mi único aliado, de mi última meta.
Nada más quitarme la chaqueta me impulsé para correr hacia él de nuevo. Y aunque una de esas balas me alcanzó, siguió din detenerme. Nada va a detenerme.
El impulso terminó cuando caí al suelo, me empecé a arrastrar hasta llegar al lado de Elliot, eran sólo unos centímetros, tal vez un metro, pero acabé con ese espacio en el momento en que lo abracé.
El viento y lodo helados me rasguñaban con fuerza mientras que mi propia sangre caliente llegaba a templarme por el contraste de temperatura. Su cara estaba pálida y curtida por el frío, había sangre seca en el borde de sus labios y en algunas partes de su nariz. Me aferré a su cuerpo como si aún pudiera encontrar calor y no fuera sólo otro cuerpo en la batalla.
Escuché dos disparos más. Uno acertó en la pierna de Elliot así que lo apreté como si así pudiera ayudarlo, como si hubiera sentido el disparo. Y el segundo lo sentí clavarse en mis riñones.
Se me escapó el aire en un gemido y aumenté la fuerza en el abrazo que, aunque no fuera correspondido, hacía que no me sintiera sola. Mi espalda se volvió a calentar con mi sangre y un escalofrío me recorrió. Me costaba respirar y el aire frío me acuchillaba a la vez que mi temperatura, desde dentro, se sincronizaba con la de Elliot.
Ese último cometido que me propuse al fin lo había cumplido.
¿Quién me va a recordar? Seguramente a mi madre y a Acker les dirán que fui una traidora, una mujer que se metió al ejército y terminó por traicionar al Imperio Alemán. Eso les va a doler, ¿cómo van a reaccionar cuando les digan que fui una traidora? Podría terminar por perjudicar a Acker... Aún así yo sé que si le llegan a decir que maté a mi comandante después de que este matara a un soldado británico, él sabrá quién fue, por qué lo hice... Y Acker también lo haría. Conocía y quería a Elliot tanto como yo: está en contra de esta guerra pero ha sabido adaptarse para sobrevivir aunque eso suponga estar participando en el ejército y aprovechando sus ventajas para así potenciarlas.
Pero tal vez no se lo digan y no se sepa lo que sucedió hoy, a nadie le importará que el 10 de noviembre de 1917 haya sido el día más triste, así como el último de mi vida. Este día seguirá pasando sin más y ni siquiera yo lo podré recordar. Tampoco me van a enterrar en mi pueblo, mi madre no verá mi cuerpo ni me pondrá flores en la tumba cada 10 de noviembre.
Pero la nieve me va a cubrir en unos días, voy a quedar sepultada en la tierra de nadie dándole el mejor uso que ha tenido desde el inicio de la guerra: el ignorar a todos sólo para poder abrazar al único ser en este campo de batalla que no es mi enemigo.
Me querían inculcar que Elliot era mi enemigo, que aquel que se crió conmigo y siempre me cuidó era a quien yo debía matar porque él haría lo mismo...
Él murió por mí y ahora me estoy muriendo a su lado, esa es la única verdad.
Cuando me vea cara a cara con San Pedro no importará lo que haya hecho en el campo de batalla los últimos meses, no importará lo poco humana que me haya vuelto, todos quienes mueran tras haber estado en Passchendaele irán directamente al cielo por ya haber cumplido su tiempo en el infierno.
Apreté su cuerpo, miré una última vez el sol opaco de Passchendaele y el precioso rostro moreno de mi amor, y dejé que mi alma se desvaneciera en un día que nadie recordará.
Morí junto a Elliot Ember el 10 de noviembre de 1917 en la tierra de nadie del campo de batalla de Passchendaele.
Mira mi mi espíritu en el viento, a través de las líneas, más allá de la colina. El amigo y el enemigo se encontrarán de nuevo, aquellos que murieron en Passchendaele.
El 10 de noviembre de 1917 termina la Batalla de Passchendaele con la derrota del Imperio Alemán.
Más de 40.000 cuerpos jamás se recuperaron. Actualmente sigue habiendo casquillos, partes de granadas, cuerpos, alambres de espinas y explosivos enterrados en lo que algún día fue El Infierno de Lodo, el campo de batalla de Passchendaele.
*** *** ***
El capitán mediocre tiene abrazos para todos, no se preocupen *da pañuelitos y un abrazo*
No sé si realmente esto fue dramático... En su momento en mi mente me dieron ganas de llorar y todo, pero luego fuera de la imaginación mi tragedia rompecorazones se vuelve una comedia romántica así que... En caso de que sí haya tenido su feeling, yo los abrazo ;_;
¿Qué puedo decir? Me encantó escribir este one-shot, se alargó más de lo que pensé pero creo que sigue siendo pasable.
Quise subir esto como una pequeña conmemoración de la fecha.
Recomiendo al mil escuchar la canción si es que no la han escuchado, es arte puro, igual pueden escuchar a Sabaton ya que tienen muchas canciones de temas relacionados y de las cuales seguramente sacaré algún one-shot por aquí, se viene contenido del tipo(? Además, aprenden historia escuchando arte, ¿qué más quieren?
Creo que está de más decir que el one-shot no es completamente fiel a la historia por motivos evidentes, pero sí ha tenido su investigación (la cual perfectamente pudo haber sido más profunda pero por cuestiones de tiempo no lo fue, una disculpa).
¿Les gustó? ;w; Espero que sí, lo hice con mucho amor, metal, drama, historia y clases de filosofía bien invertidas en escribir con letra de hormiguita.
¿¡Se vieron venir ese Shiratori x Mizukamiya!? La verdad es que yo tampoco, pero en estos momentos no podía permitirme un Mizukamiya x Haizaki :^D ¿Quién habrá sido el comandante sin nombre? 7u7r ¿¡Y su hijo el que se hace el hetero pero bien que le gusta que le peguen tiros sólo para ir a la enfermería y que el doctorcito precioso sexy Mizukamiya le de una toqueteadita y un besito para que se cure!? ¿Sonny se enterará de que no volverá a ver Valentín en un buen tiempo? ¿El hijo misterioso hijo de la guayaba hará algo contra Mizukamiya, Shiratori lo defenderá y se volverá a repetir la historia en el frente oriental? ¿¡Acaso todo esto era un sueño de Jude durante una operación y de repente se despertará cien años después con un Haizaki en perfectas condiciones a su lado!? ¡¡Dios mío, quiero ver sus conspiraciones!!
Y después de todo eso... En serio que muchas gracias por leer <3 Espero que les haya gustado.
Nos vemos pronto.
Atsushi~
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