19. Imán
—18/08/2022 ✧
✧ AU: HELL
✧ Canción: Tag, you're it
Las manos le temblaban cerradas en puño sobre el cemento. La sombra de su cabeza se proyectaba gracias al sol del mediodía que brillaba con intensidad sobre él y todos los demás. Aunque sólo tres de ellos aún se mantenían en plancha: manteniendo todo su peso con los antebrazos y las puntas de los pies.
Sorbió su nariz y al soltar el aire, varias gotas de sudor se resbalaron por su nariz y frente hasta caer sobre el suelo y sus manos en una nueva ronda de temblor.
No importaba cuánto intentara respirar, su cuerpo ya no aguantaba. El abdomen le dolía tanto como las piernas y brazos.
Pudo ver de reojo cómo otro de sus compañeros finalmente cedía y caía al suelo.
Sólo quedaban dos. Y él no era fuerte, no era la fuerza de sus músculos lo que lo mantenía ahí todavía, sino su orgullo, fuerza de voluntad si es que se le podía llamar así.
Perdió la noción del tiempo. Comenzó a pensar en lo que podría estar haciendo en vez de estar ahí, en la maldita suerte que tuvo. No sólo terminó su periodo de reclutamiento obligatorio, sino que lo hizo destacando como candidato para poder ser enviado a un reclutamiento oficial. Y por su posición socioeconómica no pudo negarse, claramente, así que ahora estaba en ese campo de entrenamiento, haciendo ejercicio hasta no sentirse el cuerpo en vez de disfrutar de una tarde libre como cualquier adolescente debería.
Por su mente cruzó la idea de una gelatina de cereza, de esa que su mamá haría en un día como ese. Él posiblemente estaría en su habitación acabando alguna tarea, haciendo trazos o cosiendo una nueva prenda, quizá simplemente hablando con sus amigos, o viendo alguna película. Entonces su mamá lo llamaría para avisarle de que la gelatina estaba lista y podría comer un poco para refrescarse.
Lejos de aquella utopía, tragó con fuerza al haber comenzado a salivar más por el calor y la idea de aquella comida que no podría tener.
Sólo unos días más y ya. Esa idea lo hacía sentir mejor: sólo debía estar ahí unos días más, poner como excusa su situación familiar y mal desempeño académico militar que había hecho a propósito, para ser descartado como candidato para la élite militar del Centro.
—Konrad, ya —le dijo uno de sus compañeros al ponerle una mano en la espalda.
Alzó la mirada, finalmente saliendo de aquel trance. Y al mirar cómo a su lado el otro chico ya se había levantado, se dejó caer sobre su lado. Se privó completamente de fuerza por unos segundos, si es que aún le quedaba alguna.
—Felicidades, Gerlach, eres el más terco del grupo —le dijo el otro de sus compañeros.
Pero él sólo quería quedarse ahí tirado, descansar después de haber dejado en alto su orgullo.
Aún así esto no fue posible. Al levantarse recordó lo lejos que estaba de aquella utopía suya de estar simplemente descansando en casa.
Se reagruparon todos y después de tomar un poco de agua, se sentaron para recibir instrucciones de su comandante a cargo. Instrucciones que ignoró completamente por seguir aferrándose a la idea de que ya faltaba poco.
Cuando se volvieron a levantar y comenzaron a ir hacia una de las pistas de obstáculos, finalmente recuperó un poco de interés.
—¿Qué dijo? ¿Qué hay que hacer? —le preguntó a su compañero de junto, quien sólo lo miró de reojo.
—Vamos a mejorar las marcas en el circuito de obstáculos.
—¿Qué? No puede ser, no me digas que ahora... —ahora en su rostro estaba la misma expresión que habían tenido sus compañeros minutos atrás, aunque mucho menos explícita.
—Sí... Ponte hasta el final para que puedas descansar un poco —le dijo el chico mientras caminaban hacia el campo de entrenamiento—. No creo que nadie te diga nada si no puedes superar tu marca después de haber hecho más de diez minutos en plancha.
Él rio y entonces señaló al comandante que ya iba más adelantado.
—Ellos seguro que sí —los dos compartieron una risa en voz baja y Konrad volvió a suspirar—. Aunque tú también aguantaste muchísimo, Slocker.
—Suficiente como para aún poder sentir mis brazos. No quería quedar muerto antes de algún otro entrenamiento.
—Sí... quizá debí haber hecho lo mismo, pero soy un poco animal.
Se formaron con los demás, quedando casi al final y viendo cómo sus compañeros comenzaban el circuito de uno en uno, tratando de mejorar sus marcas en los obstáculos.
Aunque estaba casi hasta el final de la fila, no le importó ser el único que se sentara en el suelo.
—¿Cómo quieren que hagamos algo con este pinche calor? —se quejó después de eternos minutos sin un soplo de brisa, y mucho menos alguna sombra.
—Supongo que es lo que hay —dijo su compañero de atrás. Pero justo cuando iba a seguir hablando, vio cómo el asistente del comandante se acercaba a ellos, así se calló de inmediato.
Pero ninguno esperaba que, sin ningún grito o llamada de atención previa, usara una porra extensible para golpear a Konrad en el brazo, y nada más captar su atención, sólo lo miró fijamente.
—Levántate.
Tanto Slocker como su compañero de atrás se quedaron sorprendidos por aquel castigo tan repentino. Era cierto que no debería estar sentado, pero haberlo golpeado sin ningún aviso o llamada de atención después de ocho horas de entrenamiento, les pareció algo excesivo.
Pero el golpe no fue lo que le afectó a Konrad, sino la mirada de desprecio que recibió.
—¿Estás bien? —murmuró Slocker mientras lo ayudaba a levantarse.
Él y el otro chico pudieron ver cómo lentamente se dibujaba una línea de color rojo intenso y prontamente morado en el brazo de Gerlach. Pero él sólo asintió y se lo quedó mirando.
—¿Quién es ese hijo de puta? —lo siguió mirando ahora de pie. Observó cómo recorrió toda la fila, inspeccionando con ese aire de superioridad antes de pararse junto al comandante aún con aquella vara negra en la mano.
—¿Cómo que no lo conoces?
—Es Mystral Callous, del Ogre —dijo Slocker volviendo a su formación—. Van a estar dos semanas aquí.
—¿Osea que voy a pasar mis últimas dos semanas de reclusión con ese cabrón? —por instinto se llevó la mano al brazo, apretando la zona donde lo habían golpeado, pero soltándola rápidamente nada más sentir el dolor aumentar.
—Sí, se supone que están aquí para... enseñarnos lo que son los de la élite —asintió—. ¿En serio no lo conocías? No llevan mucho tiempo activos, pero son letales, no han fallado ninguna misión ni tenido bajas. Dicen que puede que sean hasta más fuertes que el Zeus.
—¿Más que el Zeus? ¿No se supone que ellos eran los más fuertes?
—Pues parece que en el Centro los ogros pueden ser más fuertes que los dioses —murmuró Slocker, finalmente apartando su mirada del chico de cabello verde.
—Me gustaría decir que siguen sin importarme pero... Voy a recordarle a ese Mystral de dónde vino.
—No sé si sea buena idea —negó con la cabeza su compañero.
Al cabo de unos minutos llegó el turno de Luciel. Como hicieron con todos los demás, sus compañeros lo animaban durante el circuito. Pero cuando llegó al final de este y tuvo que lanzar tres cuchillos en distintos maniquíes aún con el tiempo corriendo, todos quienes miraban enloquecieron por haber sido el primero que acertó a los tres maniquíes sin haber gastado más del tiempo necesario para sujetar el cuchillo adecuadamente.
—¡Siguiente! —entonces Konrad puso un pie sobre la línea como estaba indicado— ¡Tres, dos, uno!
Corrió hacia el primer obstáculo, sorteándolo sin problema. Fue uno tras otro, se arrastró debajo del alambre, saltó todo lo que debía, pero el muro de madera que debía superar con su fuerza y un buen impulso fue lo que lo detuvo.
Tuvo que intentarlo tres veces hasta que logró superarlo, pero la red que venía a continuación fue donde definitivamente ya no pudo seguir.
Sus brazos ya no aguantaban, no pudieron aguantar su peso, y hubo un momento que tuvo que bajar pues no pudo llegar hasta la cima.
Ya era un hecho que había usado más tiempo que en su último intento, pero no esperó que de nuevo aquel chico llegara a su lado, ahora golpeando su otro brazo.
—¿¡Qué putas haces!? —el grito salió envuelto en odio y coraje, con Mystral y consigo mismo.
—¡Sigue! ¡Acaba el circuito!
—Ya se me pasó el tiempo, ya no importa.
—¡¡Termina!!
Gritó para su interior con coraje, y volvió a sujetarse a la red intentando subir de nuevo. Al haberse parado de nuevo a los pocos centímetros, ahora recibió un golpe en la parte inferior de la pierna, haciendo que acelerara el ritmo hasta llegar a la cima, tocar la campana que colgaba en lo alto de la red, y bajar para luego fallar dos de los tres cuchillos por la nula fuerza en sus brazos.
Se fue sin decir más ni mirar a nadie. Se formó con los demás, y esperó a que pasaran los últimos dos chicos que faltaban.
Ya sólo quería irse, ducharse, ahogarse en su enojo toda la noche y tener un día menos hasta su liberación. Pero eso no sucedió.
—¡Gerlach!
—No puede ser —murmuró antes de girarse a su comandante.
Fue recibido con un regaño frente a la abismal diferencia de dos minutos y medio entre su marca anterior y la actual, mucho peor obviamente. Y de nuevo no quiso escuchar el sermón, ya estaba suficientemente enojado consigo mismo como para ahora escuchar un regaño más.
Pero al ver a Mystral acercarse, su sangre volvió a hervir por alguien que no era él mismo.
—De todas formas fue injusto que sólo en mi turno él fuera a golpearme.
Esperó recibir algún grito, quizá incluso una bofetada de parte del comandante, pero lejos de eso, recibió algo que le hizo más mella: una voz indiferente.
—No esperes que la vida sea justa contigo, Gerlach. En la guerra no hay reglas, y estás muerto si crees que el enemigo tendrá piedad de ti. Ya deberías saberlo.
Se quedó quieto. Su sangre estaba hirviendo de una forma tan descontrolada que finalmente llegó al apogeo y ya no pudo ni siquiera dedicarle una mirada de odio. Sólo respiró sin fuerza.
Pensaba en simplemente retirarse de una vez. Pero antes de poder hacerlo, el comandante volvió a llamarlo.
—¡Callous!
—Señor —se presentó inmediatamente.
—Gerlach, combate uno a uno sin armas —nada más decirlo, se alejó unos pasos, dando unos segundos para que se prepararan ambos.
No podía creerlo. ¿Un maldito combate a puño limpio después de todo eso? ¿Después de haber pasado dos horas en la mañana haciendo eso mismo? No veía ya el día en que pudiera largarse de allí.
Mystral guardó la porra en la parte trasera de su cinturón y se colocó en guardia, haciendo que Konrad hiciera lo mismo, aunque poco pudo defenderse después del entrenamiento del día.
Ya no lo iba a intentar. Sólo esperaba a ser golpeado y poder irse después.
Cuando logró bloquear una patada a sus costillas, recibió un golpe en el abdomen que le sacó el aire en seco. Y sin poderse recuperar de aquello, barrió sus piernas tirándolo así al suelo.
En el momento en que su cabeza chocó contra el suelo, su vista se volvió borrosa unos instantes, recordándole que incluso una caída así en mala posición podría matarlo. La idea lo asustó. Pero mientras procesaba que el haber pensado en eso significaba que no había recibido un golpe grave, sólo recibió un último puñetazo en la cara antes de que Mystral se levantara por completo.
—Hasta aquí —murmuró Konrad, con la sangre hirviendo.
Tomó todo el aire que pudo y al levantarse, clavó su rodilla en la parte trasera de la de Mystral, haciendo que su pierna se doblara por un instante.
Genuinamente se sorprendió al verlo levantarse después de la caída y golpe que recibió. Pero incluso Mystral se sintió emocionado al ver que aún le quedaba fuerza.
Volvió a golpearlo.
Pero esta vez ya no le importaban las técnicas que le habían enseñado, no le importaba la aprobación de su comandante.
Intentó golpear de lleno el estómago de Mystral, pero al ser bloqueado sin dificultad, usó la otra mano para sujetar la trenza del chico y así darle un fuerte jalón que lo desequilibró por unos instantes, instantes que utilizó para patearle el cuerpo.
Aunque estaba sorprendido, Callous pudo sujetar la pierna de Konrad, haciéndole ahora perder el equilibrio a Gerlach. Pero este, sin soltarle todavía el cabello, dejó ir todo su peso hacia un lado, jalando así a Mystral al suelo.
Mystral le soltó la pierna al caer, pero Konrad sólo le sujetó el cabello desde más alto, consiguiendo quitárselo de encima cuando él había quedado debajo del mayor.
Los dos seguían en el suelo, pero al intentarse levantar, ahora sí que Mystral le cogió la muñeca a Gerlach, ya harto de su ridícula defensa de jalarle el pelo. Aprovechando que tenía una mano ocupada ahora, Konrad volvió a patearlo, ahora consiguiéndolo, y antes de que el mayor pudiera incorporarse de verdad, usó su codo derecho para golpear desde arriba la espalda de Callous.
Aquel golpe en el riñón lo inmovilizó los segundo suficientes como para que la mano de Konrad se deslizara hasta el cinturón del opuesto, y de este sacara la porra que ahora no era más que un tubo delgado.
De un rápido movimiento la extendió, y golpeó directamente las costillas del chico. No fue un golpe, otro le siguió, y dos más a este. Si aún le quedaba fuerza en el brazo, la gastó toda en golpear con una saña impresionante a Mystral.
Lo soltó y automáticamente cayó al piso, donde continuó golpeándolo intercalando alguna patada en su abdomen. Se detuvo cuando vio cómo su superior comenzaba a tener una dificultad notoria para respirar, así como pequeñas manchas de sangre en la ropa.
Konrad suspiró y dio un paso atrás buscando con la mirada al comandante.
—Podrían haberme dicho antes eso de que no hay reglas —aunque se trataba de una ironía, lo dijo con tanta convicción que por un momento incluso el comandante pensó que hablaba completamente en serio—. ¿Quiere que siga o hacemos una excepción a lo de la piedad enemiga?
Sin palabras pero con una mirada seria, el comandante sólo le hizo una seña de alto con la mano.
Konrad asintió entre jadeos y tiró el arma al suelo, sin perder la oportunidad de que esta cayera sobre el chico que aún estaba recuperando su aliento.
Le sorprendió que no le dijeran nada después de eso, que simplemente los mandaran a sus habitaciones, pero no iba a quejarse.
Fue de los primeros en ducharse e ir a cenar, pero se quedó en el comedor por un largo rato. Cogió uno de los libros de la estantería del comedor y lo abrió en la página que él mismo había marcado con una servilleta, y siguió leyendo mientras comía. Curiosamente se trataba de uno de los libros en mejor estado de toda la estantería, apenas lo habían tocado otras personas.
—Quién lo diría, ¿mandaste a un soldado del Ogre al hospital y cenas leyendo historias de amor?
Alzó la mirada al ver a un par de chicos acercarse a la mesa. Pero correspondió a sus miradas burlescas con indiferencia.
—Que te valga —y antes de que le dijera nada más, él siguió—. ¿Quieres ver qué pasa si ceno leyendo "Mein Kampf"?
Como siempre, bastó sólo uno de esos comentarios con su mirada seca para que el encuentro terminara ahí.
Se quedó hasta tarde en el comedor. De hecho se levantó de la mesa hasta que ya faltaba poco para cerrarlo por completo. Colocó la misma servilleta entre las páginas y regresó el libro a su estantería antes de volver a la habitación en silencio.
Dormían hasta diez personas en esa habitación, dos en cada litera. Recogió su sudadera y cuando se dirigió a su cama para deshacer las sábanas, se detuvo en su gesto nada más ver cómo uno de sus compañeros se había quedado dormido en su cama.
—No puede ser —se quejó en voz baja. Aunque a su vez le dio lástima despertarlo, había visto lo mal que lo pasó durante el entrenamiento, no le extrañó ver cómo se quedó dormido sobre la cama sin siquiera deshacerla.
—¿Vuelves a las andadas? —se dio la vuelta al oír a Slocker desde la litera de abajo que estaba justo al lado.
—¿Qué quieres que te diga? Casi no cené por algo —se encogió de hombros con una sonrisa—. Aunque hoy quizá sea más difícil que nadie lo note.
—Me sorprende y asusta que no te hayan descubierto ya.
—Si lo hacen seguro que me expulsan así que no sería tan malo —rio mientras guardaba un billete en su calcetín y lo mantenía cubierto con el pantalón.
Luciel ladeó la cabeza al comprender el punto de vista de Konrad. Justo después se levantó de su cama y le hizo un gesto de confianza con la cabeza.
—Te cambio la cama, corre, vete.
Una risa silenciosa se escapó del rostro de Konrad y miró cómo el rubio se trepaba por la litera hasta llegar a la cama de arriba donde se sentó teniendo que encorvar un poco su espalda para que su cabeza no chocara contra el techo.
—Gracias, Slocker. ¿Quieres algo?
—No te preocupes —negó con la cabeza y le señaló la ventana con la cabeza—. Vete o se te va a pasar la hora buena.
Konrad asintió y se despidió con la mano del chico.
Se asomó por la ventana y vio cómo el patio estaba libre. Así que la abrió y pasó una pierna por fuera hasta sentir cómo su pie estaba bien apoyado en la marquesina exterior, entonces se sujetó del marco de la ventana y finalmente sacó todo su cuerpo. Se deslizó hacia la izquierda hasta conseguir sujetarse de una de las piedras que sobresalían en la fachada del edificio. Entonces bajó su pierna izquierda hasta alcanzar otra piedra, así lo hizo con ambas piernas dos o tres veces más, antes de impulsarse y saltar hacia atrás preparando bien su caída. Aterrizó en cuclillas después de una caída de no más de tres metros.
Una vez en el patio, aprovechando la sombra que creaba el edificio de enfrente gracias a la luz de la torre de vigilancia de la esquina, tomó distancia y corrió hasta saltar lo más alto que pudo, usando la pared del edificio contrario para impulsarse y así llegar hasta el muro que daba al exterior. Sobre este, tuvo que impulsarse desde el lado opuesto en una columna para conseguir llegar a la cima de la pared.
Una vez su mano sujetó el borde, sólo tuvo que llevar su otro brazo a la parte arriba y hacer fuerza para subir todo su cuerpo quedando acostado bocabajo. Apenas tuvo que moverse para pasar por debajo de la alambrada de púas. Entonces llegó la parte que más miedo le daba de aquella rutina: colocarse en una buena posición para volver a saltar. Al no tener casi superficie para moverse era mucho más difícil, pero siempre lo lograba.
Volvió a caer, ahora desde un poco más alto que desde su habitación, pero no tuvo problema con el aterrizaje.
Se sacudió las manos y comenzó a caminar hacia el centro de la ciudad. Estaba suficientemente cansado como para caminar por casi quince minutos hasta su destino, así que se decantó por el metro.
Estaba vacío como era usual a esa hora, así que esperó en esa inquietante estación completamente solo.
Una vez llegó su tren se subió en este, viendo cómo uno que otro vagón sí que iba ocupado por trabajadores que regreseaban a casa y uno que otro borracho, eso lo hizo sentirse más seguro. Al contrario de lo que debería, no le temía a la gente, no temía que lo asaltaran o le intentaran hacer algo a esas horas; para algo llevaba una navaja en el bolsillo del pantalón. Prefería llenar su mente de imaginaciones de adolescente, donde se pintaba a sí mismo en un escenario terrorífico donde en aquella estación existiera alguna maldición y al subirse al único tren fuera de horario, lo transportaran a algún lugar desconocido y terrible.
Miraba al andén de enfrente para asegurarse de que ninguna persona llegara y lo mirara fijamente antes de desaparecer en un parpadeo. Esa idea le hacía sudar las manos. Pero por suerte para cualquier persona, eso no sucedió. Si alguien hubiera llegado y hubiera hecho contacto visual con él, mientras esa imaginación pasaba por su mente, podría terminar con él corriendo fuera de la estación o lanzando la navaja al otro lado. Con más posibilidad de que fuera la segunda, la misma reacción que tendría cuando alguien intentara asaltarlo.
Sólo recorrió dos paradas antes de bajarse en una estación con más personas en ella. Fue a la superficie y, como quien entra al cielo, vio la tienda de 24 horas justo al otro lado de la entrada subterránea.
Cruzó la calle y entró a aquel pequeño paraíso, tomándose la calma de recorrer todos los pequeños pasillo y hacerse con dos latas de refresco y luego detenerse a contemplar la sección de comida instantánea.
Pensó en unos fideos, pero era lo que había comido la otra vez. La lasaña se le antojaba desde hace días, pero dudaba que el sabor de esta fuera similar al de la que preparaba su mamá, y prefería no romper el encanto de la noche. Por eso se decantó por una pizza de microondas que cocinó ahí mismo después de pagar.
Con esa misma seguridad salió y se sentó en la pequeña mesa y asiento que había fuera del local. Abrió su primera lata, le quitó la anilla y con la navaja cortó una rebanada de la pizza que disfrutó en su soledad mientras veía cómo la gente que transitaba la calle cada vez se reducía más y más.
Aunque no estaba solo del todo, pues el empleado de la tienda estaba obligado a acompañarlo indirectamente hasta que acabara su turno. Pero de todas formas no era lo mismo. Probablemente no lo admitiría en voz alta, pero le hubiera gustado convencer a Luciel de escaparse con él, hacer esa misma travesía en compañía de su amigo, si es que Slocker estaba de acuerdo en considerarlo como tal.
Pero consiguió deshacerse de aquel pensamiento que lo entristecía. Disfrutaría su cena solitaria y quizá lamentable, luego volvería al campo de entrenamiento y pasaría los últimos días que le quedaban ahí con Slocker y el resto de chicos que le agradaban. Esa sería su última salida.
Por eso mismo contuvo una vez más su impulso de meter la moneda que le había sobrado de la compra en la cabina de teléfono para poder llamarle a su madre y hablar con ella. Ya faltaba poco, no valía la pena preocuparla en mitad de la noche, podía aguantar unos días más antes de verla. Además seguro que estaba cansada, no quería despertarla.
Sólo suspiró y disfrutó de los últimos tragos de su refresco antes de recoger los tres envases y tirarlos en el respectivo bote de basura. Sacó su última moneda y volvió al interior de la tienda, donde buscó una bolsa de gomitas que contenía una buena cantidad de ositos y costaba justamente lo que le alcanzaba.
Guardó la bolsa en su bolsillo y finalmente volvió a cruzar la calle para entrar de nuevo al subterráneo. Mientras bajaba pudo escuchar un tren acercarse, y al no saber si era el suyo o el que iría ne dirección contraria, corrió hasta el andén, encontrándose con la buena suerte de que era el suyo y llegó justo a tiempo.
Se sentó con tranquilidad, ahora sin siquiera fijarse si era el único pasajero del vagón o no, y cuando se sintió más recuperado, se levantó listo para bajar en su parada.
Hizo el mismo recorrido hasta que quedó frente al muro principal. Comprobó que la torre de vigilancia seguía con la iluminación en otra zona, y corrió hasta impulsarse, ahora teniendo menos ayuda por parte del muro. Su principal pensamiento al hacer ese reingreso siempre era: "Si me caigo intentando entrar, eso quiere decir que no debo hacerlo."
Pero por suerte para su subconsciente, siempre lo lograba sin caerse. Ya en el patio sólo dio un pequeño salto para sujetarse de la primera piedra sobresaliente y así escaló rápidamente hasta la marquesina donde se deslizó encontrándose con la ventana medio abierta, lo cual le hizo sonreír pues él la había dejado cerrada, lo que significaba que Slocker la había dejado abierta para él.
Entró con cuidado y en silencio, viendo cómo el cuarto seguía a oscuras y todos dormían. Cerró la ventana detrás de sí y se dirigió a su litera, donde ahora Slocker dormía dándole la espalda.
Dejó la bolsa de gomitas cerca de la nuca del chico junto a las dos anillas de lata, pues sabía que le gustaba recogerlas y más tarde encadenarlas; y habló en voz muy baja.
—Guárdala bajo la manta, no te la vayan a quitar.
Konrad sabía que Luciel estaba despierto, si había logrado dormir se había despertado desde que Gerlach trepó la pared del edificio de las habitaciones, o a más tardar cuando cruzó la ventana. Le alegraba y entristecía ver cómo ese chico tenía potencial para ser un militar de la pura élite.
Se quitó la ropa y finalmente se vistió con la pijama de manga corta y se acostó en la cama de Slocker cubriéndose sólo con una sábana. Aunque antes de acurrucarse se molestó en fijarse en su cama ahora ocupada por el rubio: la bolsa de gomitas ya no estaba, ya la había guardado como le dijo.
El día siguiente fluyó con normalidad, ya sólo faltaba una semana para que sus entrenamientos terminaran de una vez por todas y él fuera liberado al fin gracias a su mala conducta.
Finalmente los formaron a todos los grupos en el patio principal, había más de quinientos jóvenes ahí formados. Después de una corta ceremonia y un desfile por parte de algunos de los que ya pertenecían al ejército, se comenzó a nombrar a los que serían aceptados oficialmente en el ejército.
—Simeon Ayp, Beatriz Brown.
Suspiró ya harto de la ceremonia, sólo quería que terminaran esa estúpida lista de una vez por todas para que así él pudiera largarse de una vez.
—Cronus Fourseasons, Alvar Gaudin, Konrad Gerlach.
Al escuchar su nombre sus ojos se abrieron de par en par, rompió incluso su posición de descanso en la que estaban todos los presentes. Dio un paso adelante casi sin poder mover su cuerpo por la sorpresa.
Miró con una incomprensión abrumadora a Slocker quien estaba formado a su lado y el rubio sólo negó encogido de hombros, pues sabía bien la idea de Konrad y el por qué estaba tan sorprendido.
Al cabo de un par de minutos también se escuchó el nombre de Luciel. Este era uno de los más esperados, era casi un hecho que iba a ser seleccionado, y aunque nunca pareciera demostrar lo contrario, él tampoco quería.
Una vez terminada la ceremonia, los nombrados tuvieron que presentarse en el despacho principal.
Pocas veces se había sentido así de desesperado, sentía cómo no tenía control sobre su cuerpo, sólo sentía el enojo recorrerle las venas con fuerza.
Fue con la camisa desabrochada a propósito, dejando a la vista su camiseta interior que ni siquiera iba fajada en el cinturón; no se molestó en arreglarse en lo más mínimo para entrar al despacho.
Los metieron en grupos de quince personas, les entregaban su correspondiente papeleo y les daban instrucciones que ni siquiera se molestó en entender.
—Felicidades, ahora forma parte de la élite del Centro.
—¡No, no, espere un momento! ¿Cómo que de la élite? —fue el único que alzó la voz, el que interrumpió la planeada salida de todos del despacho.
—Qué bien, ¿no? Ahora vas a poder seguir leyendo tus ñoñerías todo el tiempo que quier-
Ni siquiera le permitió a Ayp terminar su burla. Su mano se sujetó del cuello del chico y a pesar de haber una clara diferencia en cuanto a su físico, la sorpresa de Simeon y la fuerza por el coraje de Konrad hicieron que fuera fácil dejar sin aire al mayor. Después de apretar un poco más el agarre, con la otra mano lo golpeó en la cara antes de voltearse y caminar hasta el escritorio del general.
—Debe haber un error, yo no puedo estar en esa lista.
El hombre lo miró y le extendió la mano pidiendo que le entregara los papeles que le habían entregado al chico. Los miró por encima y luego lo miró a los ojos.
—Konrad Gerlach, sí, es correcto —entonces lo observó de arriba a abajo—. Puntuación más baja en los últimos entrenamientos, falta de uniformidad, rebeldía, agresión a compañeros y superiores...
—Exactamente, ¿cómo puede pensar en mandarme a la élite con un comportamiento así? ¡Hay quinientos más disciplinados que eficaces que yo! ¡Mándelos a ellos, deje que me largue!
—Lo siento pero no puedo —negó con una tranquilidad que sólo destruía por dentro a Konrad más y más. Entonces se dirigió a los demás chicos presentes—. ¿Alguien de ustedes estuvo con Gerlach anoche?
—Dormimos en la misma habitación —Cronus alzó la mano y entonces el general los volvió a observar.
—Pues mientras todos dormían, él estaba en el centro de la ciudad por su cuenta.
Le sorprendió saber que ellos sabían de su escapada de anoche, pero eso sólo parecía ayudarle más a que lo expulsaran de una vez.
—¡Exactamente! Me fugué, castíguenme y expúlsenme de una maldita vez.
Pero el hombre negó.
—No puedo dejar fuera de la élite al que mandó al hospital a un miembro activo del escuadrón más fuerte del Centro y además se fuga por las noches como si nada de un campo de supervisión militar. Lo descubrimos fugándose hace tres semanas por la pura casualidad de que llegó un cargamento y tuvimos que abrir la puerta, lo vieron correr hacia la estación, pero aunque estuvieron al pendiente para detenerlo al regresar, nunca lo vieron entrar de vuelta, pero aún así amaneció en el campamento. Una habilidad de escape así sin ser entrenada, y un orgullo que roza el sadismo no pueden ser simplemente ignorados así como así.
Pero entonces él empezó a negar, ahora con un sentimiento de desesperación y súplica.
—No me puede hacer eso, no... Sólo deje que me vaya, no quiero estar aquí. Por favor, déjeme irme.
Pero el general seguía impasible, lo miró y negó con calma.
—Lo siento pero no puede ser. Ya nos perteneces.
Apretó sus manos contra el borde del escritorio y miró a los ojos al general con tanta impotencia, con tanto odio que comenzaron a derramarse lágrimas a través de sus mejillas, sin saber cómo podría seguir luchando por conseguir que lo dejaran irse.
—Ahora me odias, ¿no es así?
—Quiero abrirte la garganta.
El general asintió y le enseñó una sonrisa serena.
—Quizá algún día.
Una semana después pudo volver a su casa, pero sólo por diez días antes de tener que regresar a las oficinas donde lo destinaron a un campo de entrenamiento en Nagoya. No sólo lo habían escogido como militar oficial, sino que había sido candidato automático para la élite.
Estuvo tres años allá, fue enviado de servicio unos meses a Akita, también a Nagasaki, Kyoto y Fukushima. Hasta que lo regresaron a la capital bajo la noticia de que había sido escogido para una nueva unidad de élite, la Unidad Imperial.
Llegó al Centro con más rencor que nunca. Llevaba esos tres años viendo todo lo que hacía el Centro fuera de la capital, viendo la miseria del país. Mientras que las noticias de cómo el cáncer había vuelto para su madre y de vez en cuando daba treguas, sólo le llegaban por teléfono.
Pasó tres meses de vuelta en su casa, podría decir que fueron los mejores tres meses de su vida, pues no tenía ninguna obligación. Sólo pasaba todo el tiempo que podía con sus padres, disfrutaba de la vida que debería estar teniendo a sus veinte años.
Pero antes de que se consolidara la Unidad Imperial, hubo un suceso más.
Se trataba del último día antes del anuncio de quiénes formarían parte de la tan hablada Unidad Imperial, se llevó a cabo la prueba más innecesaria y cruel para los escogidos para la élite del Centro. Ahí fue donde volvió a ver a varios de sus compañeros del campamento, y conoció a algunos de sus futuros compañeros de unidad. Pero aquel día, conocido entre ellos como "El día de la bandera", era uno que nunca mencionaban, uno que la mitad de la Unidad Imperial no sabía ni siquiera que había pasado.
Para algunos, como Nyx, Rina o Michael había sido un día horrible, como otros que habían vivido ya. Pero para Luciel y sobre todo para Konrad, sólo mencionar aquel suceso les causaba ganas de llorar.
Todos sabían que los niños reclutados a la fuerza morían durante la selección natural, otros morían en los campos de entrenamiento, todos los que estuvieron en ese día ya habían visto compañeros morir durante pruebas y entrenamientos, pero lo de aquel día superó todo lo que ya habían visto. Los marcó incluso ya teniendo veinte años o más.
Una gran parte de la élite del Centro fue reunida ahí: miembros de la Segunda Fase, de la Unidad Luz, del Protocolo Omega, la futura Unidad Imperial, incluso del Ogre.
—La organización del Centro debe estar muy en decadencia si la actividad de hoy decidirá quién se queda y quién no —dijo Konrad con un suspiro pesado, a lo que Luciel negó levemente.
—Eso lo dijeron para hacerlo ver más formal, seguramente es para otra cosa...
—Para ponernos a prueba —intervino Nyx desde la izquierda.
—Eso es evidente. ¿Pero a prueba para qué?
—A mí me preocupa más qué vaya a ser la prueba —admitió Luciel viendo cómo finalmente uno de los comandantes de la élite llegaba delante de donde estaban ellos reunidos.
—En formación.
Así hicieron. Los llevaron a la zona del bosque del Centro que daba a la frontera con la Transición, y fueron los miembros del Ogre, de la ya conocida como Élite de Mercenarios, quienes les repartieron cintas de color rojo a una buena parte de los más jóvenes, y al resto les dieron cintas blancas como las que ellos llevaban.
—Vamos a jugar a atrapar la bandera. Tenemos el equipo rojo y el equipo blanco, ganará el jugador que robe más banderas del equipo contrario. Si les quitan la cinta estarán eliminados, deberán quedarse en la zona donde les indiquen, y sólo podrán volver a jugar si alguien de su equipo les comparte su bandera, entonces no podrán separarse hasta que el juego acabe. Si los dos son eliminados, quedan completamente descalificados. No pueden salir del bosque, ni robar banderas a su propio equipo.
No entendían el por qué de un entrenamiento así. No tenían armas, no había circuitos, y no podía ser un simple juego sin motivo. El desconcierto de la situación le costó a más de uno el robo de su bandera.
Los eliminados del equipo rojo se debían quedar en el claro del bosque donde había comenzado el juego. Y los del blanco en un claro un poco más lejos.
Konrad estaba en el equipo blanco. Después de dos horas merodeando por el bosque, aprovechándose de su agilidad y disposición por seguir las instrucciones aún sin entender del todo el motivo, pudo robar varias banderas. Su bandera colgaba por el lado de su pantalón, mientras que las seis banderas robadas las tenía atadas en el brazo.
No entendía el motivo del juego, pero se limitó a jugarlo. Rio con Enver cuando los dos se persiguieron por diez minutos hasta que la agilidad de Konrad le ganó a la velocidad de Mirzayeva y se hizo con su bandera. Se lo estaba tomando como el juego que era.
Vio a Mystral caminar a unos metros de él. No se inmutó, pues también era de su equipo, así que siguió su rumbo sin prisa. Pero al verlo acercarse a él con la intención de robarle la bandera, Konrad lo miró con extrañeza y pesadez.
—Soy blanco.
—Yo también —dijo el mayor enseñándole la cantidad de cintas rojas que llevaba ya en la otra mano.
—¿Qué haces, idiota? Sólo le puedes robar la bandera a los del equipo contrario —giró su cadera cuando vio un intento de Mystral de quitarle la bandera, entonces dio unos pasos hacia atrás.
Callous se veía agitado, había estado corriendo. Pero cuando Konrad se fijó mejor en cómo tenía la ropa demasiado sucia y dañada como para sólo haber corrido por el bosque, empezó a alertarse. Y cuando vio el cuchillo de mariposa vacilar en la mano de Mystral hasta abrirse, mostrando su hoja ya ensangrentada, se alejó aún más.
—Entonces vamos a pintar esa bandera de rojo.
Konrad se dio media vuelta y comenzó a correr lo más rápido que pudo. Aquel shock y miedo abrumador a pesar de estar entrenados, se debía a que no estaban preparados para que aquel juego de compañeros se estuviera tornando tan oscuro.
Llegaron a una parte con el suelo de concreto, era el estacionamiento de la única caseta de vigilancia de la zona. Mystral lanzó el cuchillo y Konrad lo pudo esquivar mientras su corazón latía más rápido de lo que podía pensar. Pero aquellos segundos de tropiezo fueron usados por Callous para tirar a Gerlach al suelo.
—Te tengo.
Aquellas palabras le helaron la sangre. Estando bocabajo, trató de arrastrarse para poder alcanzar el cuchillo y así defenderse aunque tuviera que matar a Mystral.
Pero lo jaló de la pierna una y otra vez, así fue hasta que golpeó su cabeza contra el suelo. Entonces sacó un rollo de su bolsillo, de este extrajo una tira de plástico negro y delgado, lo pegó contra la parte inferior del rostro de Konrad y este comenzó a hacer efecto: el arma especial de Mystral era aquella cinta de plástico que servía para inmovlizar a su objetivo, funcionando como una cuerda muy resistente, o también se adhería a sus rostros privándolos de aire hasta matarlos.
Mientras Konrad luchaba por respirar ahogándose así más, Mystral alcanzó el cuchillo. Gerlach ni siquiera notó el corte, estaba tan desesperado tratando de quitarse la cinta que ni siquiera notó cómo ahora había un corte en su cadera que poco a poco iba manchando la bandera de rojo.
Y antes de que su vista quedara negra y sus pulmones dejaran de luchar, sintió cómo alguien le quitaba la cinta de la cara. Todo estaba borroso, no tenía fuerza, casi no podía escuchar, ni siquiera fue completamente consciente de que le habían desatado las manos, y Mystral ya no estaba encima suyo.
Vio a Luciel tendiéndole la mano para levantarlo, y al corresponder, lo ayudó a sostenerse.
—Slocker, ¿qué...?
Entonces miró a Mystral en el suelo, con sangre en la cabeza. Slocker se adelantó a su pregunta y negó con la cabeza.
—Lo golpeé en la cabeza, no está muerto.
Konrad puso su mano sobre su boca aún con el corazón al ciel y sus ojos llenos de lágrimas, recordando la sensación asfixiante de tan sólo unos segundos atrás. No lo dijo en voz alta, pero Luciel supo que necesitaba un abrazo en ese momento, que lo convencieran de que seguía vivo.
Después de unos instantes recogió el rollo de plástico, sacó de este una larga cinta negra, pero en vez de pegarla contra el cuerpo de Mystral, la enrolló, convirtiéndola en una cuerda de plástico.
Slocker se agachó frente a Mystral, colocándolo bocabajo para poder atarle las manos.
—Rápido, ya se está despertando.
—No —el rubio lo miró desconcertado, viendo cómo enroscaba parte de aquella cuerda en su mano—. Levántale la camisa.
Nada más recuperar fuerza como para tratar de levantarse, el primer esfuerzo de Mystral se vino abajo junto a su cuerpo cuando sintió el ardor contra su espalda seguido por un chasquido, y otro después de este. Luciel dio unos pasos atrás para no ser golpeado por accidente, y también por un poco de la impresión de ver cómo no había descanso entre los azotes.
La espalda del chico se tiñó de rojo tras eternos minutos. Konrad le quitó su cinta blanca y la extendió sobre su espalda herida, pintándola en poco tiempo y añadiéndola a su colección junto a las demás que traía consigo.
Lo dejaron allí sin decir más. Regresaron al bosque en silencio, hasta que Luciel le señaló la herida en su cadera que había teñido su propia bandera blanca.
Konrad miró su bandera ensangrentada y se la quitó añadiéndola a su colección. Entonces se la entregó a Luciel con una sonrisa forzada. Pero Slocker le cogió el otro brazo atando un extremo de su bandera blanca a este, y el otro a su propia muñeca.
Antes de que Mystral atacara a Konrad, había hecho lo mismo con Slocker. Lo ató a un árbol con la boca tapada. Él aguantó la respiración hasta que Callous se fue, entonces alcanzó la bayoneta que llevaba escondida en su bota y la usó para cortar sus cuerdas y poder quitarse la cinta de la cara volviendo a respirar.
Lo más traumático para Slocker fue ver en su regreso con Konrad a un chico atado a un árbol con la boca tapada, pero ya sin vida. Esa había sido la muerte de la que se habían salvado, en especial Luciel.
Nunca supieron el motivo real por el que los Mercenarios atacaron a los del equipo enemigo. Varios chicos del equipo rojo terminaron heridos y cinco murieron aquella tarde. Konrad sabía que lo de Mystral había sido personal, pero al ver cómo varios del equipo contrario estaban heridos en el claro, cuando vieron a Noviembre tratando desesperadamente de revivir a una compañera, supieron que debían terminar ya con aquella pesadilla.
Faltaban sólo dos banderas del equipo rojo para que todos estuvieran eliminados y así pudieran terminar. Atados con la cinta blanca, fueron desesperadamente a buscar a los dos jugadores restantes. Ahí fue cuando encontraron a Rina, quien se preparó para seguir huyendo.
—¡Rina! —le gritaron los dos a la vez— ¡Rina, por favor, ven!
Al ver aquella reacción extraña por parte de ambos, ella se detuvo y los miró aún desde la distancia. Se acercó lentamente, mientras Konrad le explicaba lo que sucedía, que no era ya un simple juego, sino que había muchos heridos e incluso muertos. La cara de horror de Rina fue la misma que la de los dos, llevó su mano a su cintura y se quitó la bandera entregándosela a Konrad para así volver al claro.
Al verla llegar, Enver miró a su alrededor con algo de desesperación mientras apretaba el brazo de Laban para detener el sangrado.
—Ya estamos todos —murmuró y al confirmarlo, lo repitió con la voz más alta, con la misma desesperación que todos tenían.
—¡Ya se acabó! —gritó Konrad soltándose de la cinta que compartía con Luciel. Tiró todas las banderas que tenía al suelo y miró a su alrededor esperando que alguien del Ogre lo escuchara y acabaran ya todo— ¡Maldita sea, ya se acabó, aquí tienen sus putas banderas!
Seis muertos y doce heridos, así concluyó aquella retorcida prueba de la Élite de Mercenarios. Ellos nunca supieron el motivo, y aunque lo supieran no lo iban a reconocer, pero la idea de aquella prueba era dar una última depuración al grupo y dar a respetar al antiguo Ogre, pues todos aquellos chicos ahora serían la nueva élite, y ellos hicieron esa petición a Cinquedea para marcar una línea entre ellos y los nuevos.
Querían ser temidos, que no creyeran que estaban a su altura. Y lograron sembrar miedo sin duda. Varios de la Élite de Mercenarios creyeron que fracasaron, en vez de darse a temer entre los jóvenes, habían tenido una baja también, pero en verdad aquella baja había sido fruto del miedo, del resentimiento. Si Mystral hubiera atacado a cualquier otro lo habría matado o por lo menos habría dejado claro lo que pasaría si se buscaba pelea, pero decidió ajustar sus cuentas con alguien todavía más resentido y despiadado que él. Por eso había muerto desangrado en el estacionamiento, herido con su propia arma, asesinado por su presa.
Al día siguiente, los de la Unidad Imperial debían revisar sus documentos antes de que fueran enviados definitivamente al archivo principal. Todos los enviaron tal y como estaban, pues la información seguía siendo la misma. Pero Konrad sí que añadió una baja a su expediente y borró el "ninguno" que había escrito en la casilla del nombre en clave, y lo rellenó: Irmin.
Konrad había llegado a admirar al Zeus, por eso nunca reconoció al Ogre como mejores. Y oír cómo se decía que en el Centro los ogros devoraban a los dioses, le hacía enojar sin aparente razón. Por eso decidió burlarse de aquello y hacer de su baja más importante su nuevo apodo para presumírselo al mismísimo Centro. Se nombró como a un dios, uno casi olvidado y opacado por otros, pero cuyo nombre significaba grandeza, se quiso nombrar como el dios que había desangrado a un ogro.
Pronto llegó su primera misión en conjunto: la toma y destrucción de un edificio estratégico usado por una de las mafias que apoyaban a la rebeldía, al norte de Fukushima.
—¿Así que un noble de Ashfield? Entonces eres bastante importante, ¿no? —sonrió sin mirar al chico estando en cuclillas manipulando una fuente de energía que tenía en el suelo.
—No, no soy un noble, no —negó con una corta risa, aún manteniendo su guardia.
—Bueno, al menos te cuidaron un poco mejor que a mí.
—En eso no puedo decir que no. Sólo que me obligaron a ser militar, es lo único de lo que me puedo quejar...
—Te puedes quejar de más cosas, pero al menos agradece eso —metió la mano en su cinturón para así sacar otra herramienta más y poder dejar lista la trampa—. Ya te imaginarás cómo me fue a mí: austriaco-alemán de la Transición. Sangre más sucia no se puede tener.
—¿Y por qué viniste al Centro?
—Mi mamá tiene cáncer, y a mi papá le consiguieron un trabajo aquí para que nos pudiera traer a los dos y pudiéramos pagarle sus tratamientos a mi mamá. Así que ya estábamos más que en deuda con el Centro así que fue inevitable que me mandaran al ejército.
Noel lo miró en silencio unos segundos, aún sin que Konrad lo notara.
El día de la bandera lo marcó, no hablaba de ello, nadie en la Unidad Imperial lo hacía. Durante las 24 horas después de casi morir estuvo en shock, desesperado por todo lo que había visto en ese juego cruel. Pero al día siguiente cumplió su trabajo de mantenerse como si nada, se obligó a olvidarlo. Decía que el motivo de su apodo era por la similitud con el nombre de su madre, no hablaba de Mystral, y en ninguna conversación con Luciel se mencionó aquel día nunca más.
Era como si nunca hubiera sucedido.
—Listo, cuando algún hijo de puta pise donde no debe, es nuestro —sacó un pequeño dispositivo después de activar el botón correspondiente.
Al ver a Noel aún algo sorprendido, sólo le sonrió dándole una palmada en el hombro.
—¿Listo? Vamos, Danilov nos está esperando
Pero nada más salir al pasillo, ambos sintieron la presencia de alguien al fondo de este. Konrad apenas tuvo tiempo de ver de reojo a un hombre vestido de negro apuntándolo con un rifle.
Pero Noel tuvo más tiempo de reacción, consiguió empujar del brazo a Gerlach e inmediatamente apuntar al hombre, disparando hasta verlo caer al suelo.
—¿Estás...?
Tras confirmar que no había nadie más en el pasillo, se giró para ver al chico, confiado en que había esquivado la bala.
No estuvo tan seguro cuando lo vio cubrirse el cuello mientras que el suelo se ensuciaba de sangre.
—Hijo de puta, no lo escuché acercarse... —murmuró mientras se levantaba lentamente.
Pero Noel no sabía cómo reaccionar. Ese tiro perfectamente pudo haberlo matado, podría haberle incrustado la bala en la garganta y dejarlo agonizar por los próximos segundos. Pero aunque ese no era el caso, tampoco parecía haber sido simplemente un rasguño.
Con la mano se cubrió la herida y se levantó con ayuda de Noel. Pero este no tenía idea de qué hacer, sólo lo sostuvo aún procesando que se había levantado sin más después de un tiro que por unos milímetros lo habría matado.
Una explosión silenciosa se oyó en el pasillo contrario. Konrad fue el primero en voltearse y apuntar con la pistola al sujeto que había caído al suelo y apenas lograba levantarse. Pero sostenía el arma con la mano del lado donde tenía la herida, así que su brazo temblaba lo suficiente como para fallar los tres disparos que hizo antes de que Noel reaccionara y usara su rifle para neutralizar al enemigo.
—Atento. Pueden venir más —ahora sí que le empezaba a costar hablar, y finalmente eso junto a los disparos, devolvieron a Noel a la realidad.
—Conexión detectada, ¿estado? —preguntó Danilov a través de los comunicadores. Noel no sabía cómo responder a esto, y mientras tartamudeaba, Sasha metió presión para la respuesta— ¿Irmin?
—Neutralizada —cuando tragó, sí que sintió ahora el ardor alrededor de toda su garganta.
—Tsar, le dieron a Irmin. Cúbrenos mientras lo llevo con Moira.
—¿Le dieron? —incluso el rubio se sorprendió al enterarse de la noticia, pues informó del estado de la conexión, cosa que según él, no habría hecho con tanta calma estando herido.
—Sí, en el cuello.
—Tráemelo —ahora habló Cora después de cruzar miradas con Sasha.
—Yo los cubro —dijo Luciel, inmediatamente cambiando su posición para salir al pasillo e ir hasta donde estaban los dos.
Konrad sólo su cubría la herida del cuello con una mano mientras que con la otra sostenía la pistola. Noel lo llevaba del hombro en dirección a la habitación donde estaba Cora con Sasha.
El rubio estaba sentado con una pantalla portátil en las manos, mientras que Cora preparaba algunos materiales en una esquina de la habitación.
Luciel los cubrió todo el camino, cuidando el pasillo y las escaleras, y cuando llegaron al pasillo donde estaba dicha habitación, fue Ángel quien los recibió y los llevó adentro. Sasha los vio entrar y sus ojos se fijaron en las gotas de sangre que caían al suelo mientras avanzaban, aunque Konrad se veía bastante bien para tener una herida de tal gravedad.
Cora lo sentó contra la pared y comenzó a revisarlo y detener el sangrado. Él se veía sorprendentemente calmado, miraba hacia Danilov por la posición de la cabeza que debía mantener. Pero Noel se fijó en cómo de vez en cuando las manos le temblaban y se agarraban a su abrigo.
—No te preocupes, fue una herida superficial, la bala te rozó y logró tocar una vena, por eso el sangrado. Pero no es grave. Yo creo que incluso será mejor cauterizar que suturar.
—Adelante, doctora, por favor —dijo con una ligera sonrisa escondida entre sus labios. Ella empezó a preparar las cosas mientras Noel miraba lo que hacia, listo para ayudar.
—Primera misión, primer herido —comentó Sasha después de un ligero contacto visual con Konrad. Se conocían indirectamente por Luciel, ese era el primer día que se veían en persona, pero parecía que eran bastante compatibles.
La mirada empática de Danilov le causó una sonrisa a Gerlach.
—Si, lo siento. Soy un imán de balas, no fue la primera ni será la última —dijo rodando los ojos.
A Danilov le hizo gracia su comentario, pero tuvo que volver su atención a la pantalla de inmediato. Después de revisar de nuevo las cámaras, vio cómo un grupo ahora armado con explosivos de mayor magnitud estaba preparando su entrada.
—Vienen desde la puerta este, no dejen que suban al segundo piso, traen explosivos —su voz no sólo sonó en la habitación, sino que también por los audífonos de cada uno.
Noel salió corriendo para ir a apoyar a Nyx, Michael y Gen en el piso de abajo. Mientras que Luciel y Rina cubrían desde más atrás. Ángel miró a Sasha, preguntando con la mirada si debía ir con ellos también o quedarse a vigilar aquel pasillo, pero Danilov le señaló la salida con la mano mientras metía aquella pantalla en el bolsillo del pecho de su ropa levantándose también.
Nada más guardó la pantalla, sonaron varias explosiones y el suelo tembló de forma sorprendente. Se trataba de las minas que había colocado el propio Danilov, era la primera vez que el grupo vivía su detonación.
Konrad se quedó con Cora, ella comenzó a cauterizar la herida después de desinfectarla y al terminar le puso un parche y una venda. Escuchaban todavía los disparos, las explosiones provenientes del piso de abajo, pero parecía lejano, se sentían a salvo. De todas formas Konrad tenía la pistola cargada y lista para disparar a cualquier enemigo que se acercara.
Su primera misión fue todo un éxito, incluso con el pequeño accidente de Konrad que ni siqueira constó en el reporte por no haber sido una herida de gravedad mayor.
Esa misión fue importante, no tanto a un nivel nacional, sino a uno personal para todos los involucrados. Fue su primera misión en equipo, su primera misión como la unidad favorita del Centro.
Konrad se llevaba bien con todos sus nuevos compañeros, con algunos mejor que con otros, ya fuera por sus personalidades o el tiempo que llevaban conociéndose. Cada quien tenía cosas que podían agradarle más o menos a los demás, pero trataban de ignorarlas para así poder formar una unidad homogénea.
Y aunque su nueva amistad con Sasha fuera una bastante cercana aunque desastrosa, la relación que más rápido evolucionaba de forma sólida y seria era la suya con Noel.
Se contaron todas sus vivencias, experiencias que habían tenido, hablaban de cosas más alegres, Konrad lo invitaba continuamente a pasear, lo llevaba al cine, le mandaba mensajes en la noche, y al chico no parecía incomodarle, todo lo contrario.
Una noche los dos se quedaron a dormir en la casa de Noel, se desvelaron jugando videojuegos, viendo películas, cocinando y hablando de cualquier estupidez. Noel le confesó a Einar que esa había sido probablemente la mejor noche de su vida. Por eso en su siguiente quedada, un simple paseo por el centro comercial, superó la vergüenza que le causaba y le preguntó a Konrad si quería repetir eso o algo similar aquella noche también.
Pero la cara de Konrad lo miró con algo de pena.
—Ay, lo siento, esta noche tengo planes.
Sinceramente Noel se sintió mal por aquella respuesta, pero quiso actuar como si nada.
—Oh, claro, fue algo muy espontáneo decirlo a estas horas. No te preocupes.
—No, no, la verdad es que me encantaría pero...
—Está bien —negó con una sonrisa aún algo incómoda. Entonces la mirada apenada de Gerlach se volvió algo más seria y decidida.
—¿Quieres venir? —sorprendió a Noel por un momento, y antes de que le preguntara más, él se adelantó— Tiene que ver con el trabajo.
Noel no supo qué esperar de aquello, pero al no ver un motivo para negarse, accedió.
Se termianron su café helado y fueron a la estación de metro más cercana al centro comercial. Ya en el vagón, Noel supuso que lo habrían llamado para alguna reunión, o quizá recoger papeleo.
Pero al bajarse en la última parada de la zona industrial, Loubté ya no supo qué pensar. ¿Sería otro encargo?
Konrad sólo lo llevó caminando hasta que se toparon con un muro de más de tres metros. Se quitó la mochila y le extendió una cuerda a Noel.
—¿Por aquí? —preguntó mirando el muro a lo que Konrad asintió. Sin saber cómo negarse, empezó a prepararse para escalar, no sería una tarea difícil. Pero su mirada quedó cautivada cuando vio a Konrad correr contra el muro, impulsarse en una de las columnas y saltar hasta quedar colgado de la parte superior. Deslizó su cuerpo por debajo del alambre y se escuchó cómo aterrizó en el lado opuesto. Definitivamente era un experto en escalar así o ya lo había hecho antes en ese mismo muro.
Noel llegó en poco tiempo al otro lado. Entonces Konrad le hizo una seña para que se sentara con él en una esquina oscura, casi fuera del alcance total de la vista.
Estuvieron minutos ahí, y Noel no sabía qué decir o hacer, pero tampoco se arrepentía de lo que estaban haciendo.
Konrad miró su reloj y cuando dieron las once en punto, le hizo una seña a Noel para que fuera con él. Corrieron lo más rápido que pudieron hasta uno de los edificios, donde entraron por la puerta principal y siguieron corriendo escaleras arriba, hasta llegar a un despacho donde entraron topándose con la luz encendida y un hombre en el escritorio.
Cerró la puerta y se dirigió a aquel hombre.
—Mañana es tu último día, ¿verdad?
Por la edad del hombre y la cantidad de cajas que había en el despacho, Noel asumió que estaba a punto de retirarse, que habría sido alguien importante para Konrad y había venido a despedirlo. Aunque seguía sin entender el porqué de la entrada ilegal.
—¿Va a haber ceremonia de despedida? ¿Cena especial? ¿Qué van a hacer? —Noel pensó que se trataba de alguien de mucha confianza como para que le hablara de una forma tan casual teniendo en cuenta la diferencia de edad.
El hombre lo miró sin entender mientras Konrad se acercaba cada vez más al escritorio.
—No te acuerdad de mí, ¿verdad, cabrón? —negó ligeramente con la cabeza, pero el hombre asintió aún mirándolo fijamente.
—Gerlach.
—Sí, ese mismo, el que te suplicó llorando aquí mismo porque me dejaras ir pero no te importó.
Las manos le temblaban sólo con recordar la desesperación de aquel día. La impotencia, las ganas de gritar, cómo sus uñas se clavaron en ese escritorio entre súplicas, sólo siendo correspondido por la indiferencia de ese mismo hombre que ahora lo miraba.
—No fue personal, fusite seleccionado como los de-
Pero Konrad le hizo un gesto con la mano para que se callara, y siguió con una voz áspera y denigrante para el mayor.
—Esto sí es personal —le volvió a insistir para que se callara—, y no me importa lo que digas, no me importa si seguías órdenes o tenías tus motivos.
El hombre volvió a hablar ahora con más energía, pero Konrad lo calló con un golpe.
—¡Me han disparado cuatro veces, tengo cicatrices de puñaladas, ya perdí la cuenta de las veces que he estado a punto de morir! ¡Ustedes me metieron aquí a la fuerza, me escogieron este trabajo sin siqueira darme la opción de negarme, y tú fuiste el que incluso después de suplicar, me condenó a estar en la maldita élite de su mierda de ejército! ¡Fuiste tú el que firmó mi sentencia para ya nunca poder salir de aquí!
El golpe que dio en la mesa tiró el lapicero, dejando que los bolígrafos, plumas y lápices se esparcieran por el escritorio.
—¡Somos sus peones, nos arriesgamos a morir cada día sin haberlo escogido nosotros mismos, y nos pagan una miseria a comparación de todo lo que hacemos! ¡Y por tu maldita culpa, esa miseria era lo único que le podía dar a mi familia para los tratamientos de mi mamá!
—Ahora no puedes quejarte, la paga de un militar de élite no se compara con la de un recién reclutado. Seguro que ahora le puedes dar la vida que tu familia se merece...
—¡Mi mamá no quería que le mandaran dinero, mi mamá quería que me mandaran a mí para estar con ella! ¡Así que no vuelvas a abrir la boca, porque no importa lo que digas, todo que vengo a arreglar lo causaste tú!
Noel lo miraba de espaldas, por instinto protegió la puerta para impedir que alguien entrara, pero nadie lo haría teniendo en cuenta la soledad del lugar. Podía escuchar las lágrimas de coraje que se le reflejaban en la voz a Konrad, la desesperación y en rencor que estaba dejando salir.
—Cuando me preguntaste que si te odiaba, te dije que quería abrirte la garganta y dijiste que quizá algún día —entonces cogió el abrecartas que estaba sobre la mesa, lo empuñó contra la madera y lo miró a los ojos—. No sé si lo dijiste en serio o no, pero quise esperar a que se te olvidara, o que pensaras que yo lo había olvidado. Por eso tardé tanto, esperé al último momento para que cuando ya estés a punto de saborear la libertad alguien te la arrebate. No vi ni una pizca de lástima en tu cara cuando me negaste la salida, sabías que le vendría bien al ejército tenerme, me usaste para tu conveniencia; y ahora voy a hacer lo mismo.
Antes de que pudiera reaccionar, cortó en vertical el cuello del hombre causando un sangrado inmediato que no tardaría en matarlo, pero dejándolo ver su sufrimiento.
—Me quisieron aquí porque no podían controlarme, pero seguía trabajando para ustedes, me querían para matar rebeldes. Y les salió el tiro por la culata porque en mi lista de bajas ya está Mystral Callous, el militar del Centro con más muertes aliadas, y si descubren que fui yo, tú también vas a estar en mi lista.
Pasaron muy pocos minutos hasta que el hombre dejó de respirar sobre el charco de sangre que inundaba su escritorio. Konrad dejó clavado el abrecartas enfrente de él, mirando con una mezcla de emociones el cadáver.
—Vámonos.
Noel lo siguió en silencio. Volvieron al patio por donde entraron, y estando cubiertos todavía por la oscuridad, Konrad señaló una de las ventanas del edificio que tenían junto.
—Mira, ese era el cuarto donde dormíamos Luciel y yo —lo comentó con tanta casualidad que Noel no pudo evitar quedarse callado. Si ya era mucho procesar el asesinato que había tenido lugar hace menos de quince minutos, ahora también debía asimilar que para Konrad parecía no haber significado mucho, o al menos no negativamente.
Aceptó la ayuda de Gerlach para subirse al muro, y una vez llegó al otro lado sólo tuvo que esperar unos segundos a que él llegara a su lado.
—Por allá —señaló el mismo camino por el que llegaron y entonces los dos corrieron en esa dirección.
La verdad es que Loubté seguía asimilando todo. Eran compañeros, llevaban ya semanas trabajando juntos, debían confiarse la vida, pero realmente no se conocían.
Al alzar la mirada vio la eufórica sonrisa de Konrad, quien no resistió y al poco tiempo empezó a reír antes de girarse hacia el edifcio, sabiendo que ahora sí ya no lo volvería a pisar jamás.
No entendía por qué, pero podía sentir un poco de la alegría del chico y esta se mezclaba con el miedo que todavía tenía. Una cosa era ser militares y tener que matar enemigos en misiones o campos de batalla, pero otra cosa era cometer asesinatos a sangre fría sin que su vida dependiera de ello.
Casi todos mataban para vivir, pero Gerlach había vivido todos esos años sólo para poder matar. Y justo cuando Noel estuvo a punto de desarrollar desprecio por haberse dado cuenta de su realidad, recordó que quien lo había condenado a vivir de esa forma había sido aquel hombre al que acababa de matar. Era un círculo vicioso del que nadie podía salir, eso era el ejército del Centro.
Se bajaron mucho antes de la parada donde deberían coger la otra línea del metro hasta llegar a donde vivían. Pero Noel sólo lo siguió en silencio.
—Ahora déjame invitarte una cena, quizá no la mejor pero creo que los dos tenemos hambre.
Nada más subir las escaleras vieron la tienda de 24 horas delante de ellos. Cruzaron la calle y antes de que pudieran entrar, Konrad tomó del brazo a Noel y lo redirigió a la mesa de metal que había en la fachada de la tienda.
—Espérame aquí.
Volvió con una pizza calentada en el microondas y dos botellas de refresco.
—La cena está servida... —fingió un ademán de elegancia antes de reír y sentarse frente a él— Si lo digo en alemán no creo que suene muy elegante, así que finge que lo dije en francés.
Una tímida risa se le escapó y aceptó el primer trozo que le ofreció Konrad.
Estaban en silencio pero no de una manera incómoda. Konrad miraba la calle mientras saboreaba más la venganza que la comida. Después de un par de rebanadas, Konrad finalmente se tranquilizó, ya había superado la euforia de haber cumplido la promesa que se hizo a sí mismo.
—Recordaba mucho mejores las pizzas de microondas, lo siento. Otro día te invito a mi casa y te preparo una de verdad, ¿sí?
Noel lo miró y asintió topándose con la mirada tranquila y sin remordimiento de Konrad.
Esta vez, en vez de mantener su distancia, le dedicó una sonrisa tímida que fue correspondida con sinceridad casi de inmediato.
Quizá estaba equivocado, pero para no tener culpabilidad sobre sus sentimientos empezó a considerar a Konrad una víctima más, una víctima que habían forzado a convertirse en asesino. Sabía que no era así, pero le gustaba usar esa excusa para asegurarse de que se había enamorado de aquel sádico, herido, orgulloso y desesperado imán de balas.
Pues aquí está el segundo one-shot de la Unidad Imperial, esta vez nos tocó conocer al chistoso pero no tan chistoso Konrad y su triste historia.
También se habló del trauma de la mitad de los de la Unidad Imperial, el día de la bandera. Esto no se mencionará en la historia principal ya que no influye en la trama actual, y además los que lo vivieron nunca hablan de esto. Así como dato curioso, de todos los que participaron (Protocolo Omega, Unidad Luz, Unidad Imperial, Segunda Fase...) sólo Enver y Ghiris son los que sí que han hablado de esto después de que sucediera.
¡Y sé que ya pasó la fecha, pero este one-shot está dedicado a la querida Dreamer por su cumpleaños! Espero que te haya gustado <3 La verdad soy más de que los one-shots de cumpleaños sean más de jijijaja o de amor y cosas bonitas, no de traumas y desarrollo de personaje, pero dadas las circunstancias y la persuasión... aquí está jsjs <3
Gracias por leer.
Atsushi~
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