18. Con Amor, Desde Stalingrado
—14 de febrero de 2023 ☭
☭ AU: Con Amor, Desde Stalingrado
☭ Canción: Kukushka — Polina Gagarina
CUARTA PARTE
15 de enero de 1943 | Gomel
—¿Me vas a dejar aquí? —dramatizó en su voz antes de que el otro chico se pusiera encima suyo para así poder besarlo varias veces.
—Sólo será un momento, es importante y me están esperando —dijo el castaño desabrochando los primeros botones del uniforme de Anatoli, los justos como para poder llevar los besos hasta sus clavículas por unos instantes.
—Pero me dejarás a mí esperando entonces.
—En ese caso haré que valga la pena toda la espera, ¿sí? —sonrió a lo que el opuesto correspondió mientras se levantaban y Anatoli quedaba sentado en el sofá— Te voy a enseñar cómo son los hombres de Baviera.
—¿Y lo del otro día no lo fue?
—Puedo hacerlo mucho mejor —rio al ver la sonrisa de Anatoli mientras se terminaba de acomodar la corbata.
—Entonces quiero saberlo. ¿Y cómo somos los hombres de Sajonia según tú? Por lo menos mejores que los bielorrusos, ¿no?
—Claro que sí, cualquiera es mejor. He llegado a acostarme con rusos incluso ya en guerra, pero no caería tan bajo.
Se dio la vuelta acercándose al sofá de nuevo, lo justo como para tomarle la barbilla y acercarse a su cara sólo dejando pocos milímetros de separación.
—Ustedes los sajones son deliciosos. ¿Me lo vas a demostrar cuando regrese?
—Sí —asintió con un susurro antes de corresponder al último beso y acomodar el pelo de aquel chico, Hans Bauer.
Finalmente salió del despacho dejando la puerta cerrada y un silencio total en su interior que tenía las luces apagadas, sólo se iluminaba por las luces que había en el exterior.
Anatoli se levantó y fue hacia la ventana pudiendo escuchar cómo sucedían explosiones a lo lejos, pero todo eso parecía completamente ajeno a aquella fiesta que sucedía en la base alemana.
¿A cuánto estaría su casa? Gomel estaba muy cerca de Mazyr, podría llegar incluso caminando en un par de horas. Esa idea lo distraía un poco del verdadero conflicto que sucedía en su interior en ese momento.
Llevaba casi dos meses fuera de Rusia, dos meses que no veía a sus compañeros, se preguntaba cómo estarían, ¿seguían juntos? ¿Qué había de Luciel? ¿Seguía escribiendo cartas a los demás? ¿Cómo estaría la condición de Sasha? Y quien ocupaba más de la mitad de sus pensamientos... Deidra. ¿Cómo seguía? A él y a Artyom los destinaron a Gomel tan sólo tres días después de que hirieran a Deidra, y no saber cómo evolucionaba su curación lo preocupaba de sobremanera.
Abrió la ventana y miró hacia abajo sin encontrar a nadie, por lo que sacó el encendedor de su bolsillo y lo usó un par de veces para encender un cigarro en caso de que alguien de fuera lo viera, para que así no sospechara. Pero Artyom vio la luz y supo lo que significaba.
Anatoli desde arriba pudo ver cómo se quitaba de encima una manta de camuflaje y salía completamente bien vestido para dirigirse a la entrada trasera del edificio. Se quedó unos segundos más en la ventana comprobando que nadie lo miraba desde allí, y aprovechó para probar un par de veces el cigarro, llevando a su mente el recuerdo de aquella noche de septiembre en Stalingrado con Deidra, aquel dulce recuerdo que le nublaba la mente y reemplazaba el del ataque aéreo cada vez que fumaba.
Tras respirar profundamente el aire frío del exterior, comenzó a buscar entre el papeleo del despacho. Cerró la ventana y llevó el cenicero al lado del sofá para hacer creíble que lo único que hizo en su estancia allí había sido fumar y dormir.
Mientras tanto Artyom llegó hasta el despacho donde encontró a Anatoli rebuscando. Cerró la puerta tras suyo y se acercó a su hermano.
—¿Tienes algo?
—Planos de Kursk —le entregó una hoja que dobló varias veces y Artyom la guardó dentro de su camisa—. Seguiré buscando, tú ve fuera, aún no tendría que haber acabado la reunión.
Asintió y se dirigió a la puerta de nuevo, para pretender salir y volver a la base que lo enviaría a Kursk ahora con los planos en su posesión.
Anatoli podía acceder a casi cualquier papeleo, pero no podía hacerlo llegar a su base, necesitaba un intermediario. Y ese era Artyom. Se aprovechaban de su apariencia idéntica para no levantar sospechas de que había alguien que entraba y salía. Si veían a Artyom salir y eso levantaba sospechas, siempre estaba Anatoli para calmarlas diciendo que sólo había salido por algo de aire, apoyado por Bauer.
Y así estaba yendo todo, Artyom ya había bajado las escaleras en dirección a la salida principal, pero al cruzar la sala llena de gente, algo lo detuvo.
—Johan —inmediatamente se giró encontrándose con Hans acompañado por varios otros militares de alto rango—, ¿te aburriste en el despacho? ¿Te sientes bien?
—Sí, sólo es que vine por algo de beber.
Uno de los hombres que lo acompañaba se aclaró la garganta captando rápidamente la atención de Bauer.
—Johan, él es el coronel general Hermann Hoth. Coronel, él es el sargento Johan Hartmann.
Ambos se estrecharon la mano con una sonrisa saludando con cierto respeto.
—Hartmann, sí, he oído de ti. Parece que últimamente estás haciendo mucho revuelo por aquí, ¿no es así?
—Así es, él está al cargo de instruir a los nuevos reclutas y enseñarles sobre el terreno de la zona. Los reclutas salen con mucha valentía de sus capacitaciones, esperamos que pronto pueda recibir un ascenso —siguió Bauer con una mano en el hombro de Artyom.
—Bueno, eso es un poco... —fingió modestia antes de que los hombres rieran.
—¿Así que conoces el terreno?
—Sí, llevo un tiempo aquí destinado así que conozco un poco del lugar.
—¿Y hablas ruso?
—Algo puedo entender, pero no me fiaría mucho de mi habilidad, señor —dijo con una corta risa.
—Es una lástima, pero aún así estoy interesado en hacer un pequeño escuadrón para que se dirija a Mazyr y establezca una campaña para las provisiones del ejército.
Él había entendido todo, se sorprendió por su acento que apenas era notorio, sonaba muy similar al de Mijáil de hecho, pero no podía hacer que eso lo delatara. El plan ya estaba yendo suficientemente mal como para arruinarlo así.
—Me va a disculpar, pero creo que tengo que mejorar mis conocimientos de ruso —Hans comenzó a reír al escucharlo y luego le colocó una mano en el hombro.
—Aún así, podrías ser una muy buena pieza. No tienes unos rasgos muy sajones, si mejoraras en el idioma podrías incluso actuar como espía en esta zona.
—Sí, ahora que lo mencionas, me recuerda mucho a un hombre —intervino otro de los hombres más mayores del grupo—. Sergei Shevchenko, si no mal recuerdo. Fue un buen enlace, Gomel no puso mucha resistencia y establecimos nuestra base gracias a eso, eran bastante dóciles.
—Estarán acostumbrados a que los rusos los dominen. Y lo de Shevchenko es cierto, no sería difícil mezclarlo por aquí—comentó de nuevo Hoth. Y aunque hubo un par de risas, la cara de Artyom era completamente seria, lo suficiente como para captar la atención de todos.
—Disculpe, coronel, ¿pero acaba de insinuar que puedo hacerme pasar por bielorruso? —incluso Hans lo miró comprendiendo el motivo de su seriedad— Yo soy hijo de mi padre, Fritz Hartmann, quien sirvió al Imperio Alemán en la Gran Guerra y murió por la nación en Stalingrado, nacido en Leipzig y criado con los valores de nuestra nación, ¿y se atreve a decir que no hay diferencia entre mí y cualquier bielorruso de linaje doblegado por el Imperio Ruso y ahora por la Unión Soviética? Con todo respeto, mi coronel, le pido que no vuelva a insinuar eso de mí.
Todos quedaron callados, no esperaba que fuera a tomarlo así. Sacó todas sus armas de defensa en ese momento, el haber mencionado a su padre le había hecho perder un poco la concentración, y en esas circunstancias no podía permitirse ningún tropiezo que los delatara. Por eso habló de aquella forma sorprendiendo a todos, incluido el mismo Hans.
—Discúlpeme, sargento, no era mi intención insultar la memoria de su padre.
—Es que Johan tiene bastante resentimiento, ha vivido mucho en estos años —trató de excusarlo Hans.
—Claro, es comprensible.
—Tengo entendido que hay mucha relación entre ustedes dos, ¿no es así? —señaló el otro hombre a lo que ambos sonrieron con cierta vergüenza.
—Así es, coronel —asintió Hans juntando más a Artyom quien recargó la cabeza en su hombro recibiendo las sonrisas de los hombres quienes mostraban ternura así como orgullo por aquella pareja que tanto poder estaba adquiriendo.
—En ese caso los dejamos disfrutar de la velada, descansen un poco del trabajo al menos por una noche.
—Muchas gracias, coronel —agradecieron los dos.
Hans se giró hacia Artyom y ambos suspiraron mirándose a los ojos, así fue hasta que Bauer lo tomó de la barbilla para poder besarlo y volver a observarlo.
—¿Seguimos con lo nuestro?
—Como tú quieras —rio antes de que lo llevara del hombro escaleras arriba—. ¿En el despacho?
—¿No quieres? Antes parecías tener tantas ganas que te daba igual si lo hacíamos en un panzer.
—Pero te esperé tanto que dejaste que me enfriara.
—En ese caso deberé encontrar alguna forma de hacer que recuperes las ganas, y creo que tengo una.
—¿Ah sí?
—Sí. Tengo a unos presos retenidos, soldados rasos bielorrusos, y después de lo que pasó con Hoth y todo lo que me has contado, pensé que quizá desquitarte o saldar cuentas con los compatriotas de quienes mataron a tu padre, te pueda hacer recuperar un poco de ánimo.
—¿Y podemos?
—Claro, los vamos a mandar a los campos, nadie notará si llegan más golpeados de lo normal, o si hay un par menos. Y de todas formas, no creo que tú puedas sentir lástima de gente así, tú mismo lo has dicho: son una raza sumisa.
—Tienes razón.
—De acuerdo, espera aquí, iré a pedir las llaves del coche para ir. Está cerca pero no quiero caminar con este frío.
Artyom se quedó en otro despacho mucho menos lujoso, parecía ser simplemente una sala de archivos. Estaba en el primer piso, cerca de la entrada trasera. Aprovechó para mirar algunos archivos con discreción y ver si podía llevarse algo más de valor, completamente ignorante de las intenciones de Bauer.
—¿Johan? —preguntó al abrir la puerta del despacho a oscuras.
—Hans, ¿ya estás? Te llevo esperando una eternidad —se quejó Anatoli levantándose del sofá nada más verlo entrar.
La risa suave de Bauer era sólo la forma en la que consiguió disimular aquella ira al ver cómo sus sospechas fueron ciertas.
—Vamos a otra habitación, ¿sí? Van a usar mi despacho para unos asuntos.
—De acuerdo, vamos —asintió con aquella emoción tan bien fingida que hacía que el corazón de Bauer se destrozara más y más.
Lo llevó escaleras abajo y abrió la puerta de la sala de archivos donde Artyom estaba sentado sobre la mesa. Dejó la puerta cerrada con llave mientras le era imposible separarse del beso de Anatoli que tanto le quemaba por dentro.
Al verlos Artyom se quedó helado, los habían descubierto.
—Johan, mi amor, te prometí que te dejaría desquitarte con un preso de sangre sucia.
Artyom se levantó lentamente, justo cuando Anatoli también cayó en la cuenta de lo que sucedía.
—Y no se me ocurre algo más repugnante que un espía soviético, así que adelante, cielo.
Sacó una daga y se la entregó a Anatoli quien no comprendía lo que sucedía, pero aún así se negó a tomar el arma.
—No hay duda de que nos engañaron a todos, son idénticos. No importa quién los vea, es imposible diferenciarlos, seguro que sólo yo en este edificio sé que son personas diferentes. ¿Y saben por qué? —se dirigió a Artyom poniendo una mano en su barbilla— Porque tú me besas como si fuera una mujer —entonces volteó a ver a Anatoli quien seguía de pie en la entrada—, y tú me besas con desprecio.
Estaban completamente paralizados, estaban desarmados, encerrados, y los habían descubierto. Pero tenían que hacer algo rápido si querían salir de esa. No era la primera vez que el plan les fallaba, pero esta vez vino completamente de sorpresa.
—Le prometí a Johan que le dejaría desquitarse con un soviético, y como al parecer los dos han sido Johan todo este tiempo, da igual cuál de los dos lo haga, ¿no? Adelante, mi amor —insistió con el arma, pero cuando Anatoli negó apenas reaccionando, él tomó la daga e intentó hacer un corte diagonal en el torso de Artyom, pero este fue suficientemente rápido como para cubrirse con los brazos y girar un poco su cuerpo dando un paso atrás, recibiendo así el corte en el costado derecho pero de forma superficial.
—¡No, déjalo!
Justo cuando Anatoli corrió hasta él, acertó la siguiente puñalada en la parte baja del mismo costado de Artyom, haciendo que sus piernas cedieran y cayera al suelo.
Sujetó la mano que aún tenía la daga para así poder golpearlo repetidas veces en el abdomen con la rodilla.
Todo era un shock. Hans seguía procesando aquella farsa que tanto le había dolido, realmente se había enamorado de Johan, pero eran ciertos detalles los que le provocaban ligeras sospechas, y lo de aquella noche, el beso extraño de Artyom fue el detonante, lo que desató el ataque de paranoia que terminó por ser cierto.
Esperaba golpes como los de una pelea normal, puñetazos a la cabeza, quizá alguno al abdomen, pero no patadas tan repetidas y con tanta saña como estaba recibiendo. No le daba tiempo a respirar, al abrir los ojos en cada parpadeo los volvía a cerrar por el siguiente golpe que le sacaba el aire.
Estaban en guerra, eran militares, sabía combatir cuerpo a cuerpo y ya lo había hecho, pero por alguna razón las peleas solían tener un patrón, era raro que alguien tuviera tanta fuerza o energía como para no dar ni la opción de defenderse. Y estaba claro que Anatoli no se la iba a dar.
Cuando estaba suficientemente encogido por los golpes en su abdomen, le llegó un golpe desde arriba por parte de Anatoli. Esperaba puñetazos a la cara, no el codo de Shevchenko en su espalda con una fuerza sorprendente para su complexión.
Sin conseguir respirar, sintió ahora la rodilla del chico en su rostro antes de que lo llevara contra la pared golpeando su cabeza varias veces. Había tirado la daga en algún punto, su vista se nublaba por la sangre. No podía reaccionar, quizá por la violencia inesperada, o por el dolor de que fuera aquel de quien estaba enamorado quien lo estaba destrozando.
Al ver lo debilitado que estaba, se agachó para recuperar la daga y pretender matarlo finalmente.
Artyom se intentó levantar, pero al quejarse, alertó a su hermano.
—Quédate quieto, ahora te atenderé y nos iremos de aquí. Vamos a estar bien —se acercó sin soltar la daga y mirando de reojo cómo Hans aún seguía sin poder moverse.
Pero fue escucharlos hablar en su idioma lo que consiguió sacar a Bauer de su trance. Eran el enemigo, y aunque le doliera, tenía un deber ahí.
Por eso reprimió todos sus sentimientos por unos instantes y sacó de su pantalón una navaja que, nada más darse la vuelta, la clavó en el abdomen de Anatoli llegando a sentir cómo el filo entraba por completo en su cuerpo, casi dando paso al mango. Y cuando la expresión preocupada del chico por su hermano se quedó paralizada, cuando pudo ver sus preciosos ojos verdes abrirse por completo y sus labios dulces temblar entreabiertos, se arrepintió de inmediato.
Escuchó como la daga se resbalaba de su mano y caía al suelo, justo cuando él sacó la navaja de su cuerpo y lo sujetaba en brazos pues no aguantó en pie muchos segundos más.
Se arrepintió de todo en ese momento, de haberlo herido gravemente, de haberlo llevado maliciosamente a aquella trampa, de haberse enamorado de él, incluso de ser enemigos. ¿Lo eran? Aunque Hans no sabía de la existencia de Deidra, sabía que Anatoli no sentía lo mismo por él siendo un espía, y quizá fue ese dolor y enojo lo que lo llevó a exponerlos de tal manera.
No dio tiempo de nada. Estaba de rodillas en el suelo con Anatoli entre sus brazos, comenzando a correrle la sangre por los labios así como las lágrimas en sus mejillas. Lo escuchaba respirar, los pequeños quejidos de dolor y miedo sin que lo mirara a los ojos.
—¿Cómo te llamas en verdad? —fue lo único que consiguió decir al verlo en ese estado. La culpa lo estaba engullendo, la imagen de su sonrisa dulce horas atrás chocaba con la de su cara pálida y asustada de ahora— ¿Dimitri? ¿Sergei? ¿Vladimir? Eres ruso, ¿cierto?
Al sentir una punzada que llegó hasta la punta de sus pies, se encogió con un quejido un poco más alto rápidamente seguido por tos que lo hizo sacar más sangre por la boca. Negó con la cabeza débilmente sin atreverse a mirarlo a los ojos. Si iba a morir, no quería que él fuera lo último que viera, se esforzaba por dibujar el rostro de Deidra en su memoria.
—Por favor, dímelo... Dime cómo te llamas en realidad —suplicó mientras lo apretaba un poco más en sus brazos.
—Anatoli.
Esa fue la última palabra que escuchó antes de que el aire le faltara por completo. Artyom consiguió levantarse y usar la daga para cortar su cuello lo suficientemente rápido como para no dejarle saber lo que había sucedido.
Murió viendo al chico de quien se había enamorado, con quien había hecho tantos planes para el final de la guerra sin saber que no era correspondido, sin saber que era el enemigo, sin saber siquiera su nombre. Y al escucharlo responder con la voz tan debilitada, no pudo evitar pensar que definitivamente ese era el único nombre que podía tener, el único que le quedaba al rostro que observó en sus últimos segundos de vida.
Artyom apartó el reciente cadáver con rapidez y sujetó a su hermano, asustado por la cantidad de sangre mucho mayor a la que él estaba perdiendo en la herida del costado que, aunque era dolorosa, le permitía moverse si se esforzaba en ello.
—Anatoli, mírame —le tomó la mejilla con fuerza mientras lo intentaba cargar apenas consiguiéndolo por su propia herida—. Vamos a volver, vas a estar bien.
—Uno... —habló con la voz quebrada— uno debe quedarse. Johan Hartmann debe morir aquí...
Justo antes de salir por la ventana abierta, Artyom se detuvo por las palabras de su hermano. Eso era lo más seguro, no habría ninguna otra explicación para la muerte de Bauer y desaparición de Hartmann sino que un asesinato. Pero inmediatamente se arrepintió de haber dudado.
—Pero no somos Johan Hartmann. No vas a morir y menos junto a él.
Llevó a Anatoli hasta donde había dejado su manta de camuflaje, para luego sacar el cadáver de Bauer buscando un lugar dónde ocultarlo. Pero no tenía tiempo, así que lo dejó expuesto, dejando una insignia soviética al lado de su cadáver mostrando que se trataba de un asesinato enemigo y un posible secuestro de Hartmann. Después de todo, sólo Hans había dudado de ellos.
Anatoli usó parte de su chaqueta para intentar detener el sangrado y así poder correr junto a su hermano cuando este llegó por él.
—Artyom, tu herida... —murmuró al verlo cubrirse el costado con la mano.
—No es tan grave, debemos llegar rápido a la base.
Llegaron casi a rastras, Artyom llevaba cargando a su hermano sin poder aguantarse a sí mismo mucho más tiempo. Pero la pequeña clínica en la campaña no podía hacer nada por ellos en ese momento. Por eso los estabilizaron como pudieron antes de llevarlos en el avión que recién partía hasta Kursk, donde se necesitaban más refuerzos, y donde podrían atenderlos mejor.
Las horas en avión fueron eternas para Artyom, quien estaba mucho más consciente, quien sufrió el frío y el mareo por la pérdida de sangre empeorado por el vuelo en malas condiciones. Pero lo que lo superaba era ver cómo cada cierto tiempo, un compañero revisaba que Anatoli siguiera vivo sólo con un torniquete mayor y una transfusión de sangre. Pronto llegaron a Kursk y los llevaron de inmediato al hospital, llevándolos a camas distintas en el mismo pasillo.
Estuvo inconsciente por unos minutos, pero cuando volvió a sus sentidos, pudo notar la conmoción del hospital por la reciente batalla que enviaba más heridos.
—Tranquilo, camarada, le prometo que va a estar bien, estamos haciendo lo posible —al girarse vio cómo se trataba de Anna quien estaba a su lado aún haciendo presión sobre su herida—. ¡La morfina y equipo para sutura!
Volvió a gritar la chica al ver cómo aún no le llegaba lo que pedía.
—¿Shevchenko? —llegó finalmente un médico a su lado y ella asintió— Aquí está la transfusión, ahora lo prepararemos para la cirugía.
—¡No es él! —dijo ya desesperada—. Con él necesito un equipo de sutura y morfina.
El hombre chasqueó la lengua con fastidio, llevando una mano a su bolsillo de donde sacó una cinta de color azul que le ató a Artyom en la muñeca antes de ir a la cama de Anatoli y hacer lo mismo con una cinta rosa.
—El equipo de sutura para el azul, la cirugía para el rosa —dio indicaciones a los otros médicos que regresaban de atender a otros heridos.
—No, no... —Anatoli, dentro de la poca consciencia que tenía, comenzó a negar entre lágrimas sin poder quitarse la cinta como quería, pues su brazo derecho ahora era sujeto por Deidra quien al oírlo supo lo que sucedía.
Le desató la cinta de la muñeca y la puso sobre la manta para luego volver a mirarlo ahora recibiendo respuesta.
—Voy a responder por ti, no te preocupes —fue lo primero que escuchó—. Esto está colapsado, hay mucha gente, por eso les cuesta diferenciarlos, pero no te preocupes, yo voy a estar aquí. Anna está con Artyom y también va a encargarse de que lo atiendan.
Anna tuvo la misma reacción que Deidra de quitar con enojo la cinta de la muñeca de Artyom. Los dos sabían que no era un buen recuerdo para los gemelos, pero aunque en situaciones normales podían sobrellevarlo, al estar tan críticos los dos y con una cantidad descomunal de hormonas y sustancias en las venas por el shock, algo así se volvía mucho más crítico para los dos, más delicado. La reacción de miedo y desesperación de Anatoli fue muestra de esto. No quería morir siendo llamado por un simple color, por un símbolo que no lo representaba pero era usado por los demás para lograr diferenciarlos.
Entonces llegó Rhett bastante apurado hasta la cama de Artyom.
—¿Lo van a llevar a cirugía? —preguntó apenas con aliento todavía, pero cuando Anna negó, él miró a su alrededor confuso— Me dijeron que rosa, ¿pero qué es eso? ¿Quién es? Shevchenko rosa me dijeron.
—Es Anatoli, está allá con... —pero no consiguió terminar.
—¡Aquí está! Anatoli Shevchenko —dijo Deidra poniéndose se pie para hacer notar su presencia a Rhett quien corrió en esa dirección.
—Ya está libre el quirófano, vamos a hacer la operación ya, no hay tiempo que perder —Rhett movió la cama de Anatoli yendo en dirección a dicho quirófano en el pasillo contiguo, pero gracias Deidra llegó aún más rápido.
Pero Ácrux se quedó fuera, no pudo pasar con ellos, aunque llegó a ver por el cristal de la puerta cómo empezaban a quitarle el resto de ropa a Anatoli, dejándole ver la herida que tenía, y que lo hacía maldecir la existencia de quien se la había hecho, aún sin tener idea de lo que había detrás de ella.
Pasaron más de dos horas hasta que Rhett abrió la puerta del quirófano y se dirigió a Deidra quien no había abandonado el pasillo en ningún momento, y tampoco la esperanza de que aquella operación crucial saliera bien.
—Rhett, por favor dime que...
—Salió bien —asintió mientras se retiraba el cubrebocas, haciéndolo recuperar el aliento después de todo aquel tiempo de incertidumbre—. Lo estaremos vigilando pero creo que no habrá complicaciones. Perdió demasiada sangre así que lo estamos manteniendo con transfusiones, pero esperemos que se estabilice pronto.
Deidra asintió escuchando con atención cada palabra que Becke decía.
—Voy a hacer que lo lleven a mi despacho, tengo ahí una cama. Así lo estaré vigilando y estará más tranquilo que en algún otro pasillo.
—Gracias —tomó las manos del chico recién despojadas de los guantes y las besó antes de tocarlas con la frente—, gracias de verdad, Rhett.
—No tienes que agradecerlo. Mi trabajo aquí era encargarme de mis compañeros de escuadrón, y debo cumplirlo sin importar qué —sonrió comprendiendo el sentimiento de Deidra en aquel momento—. Ve con él, yo iré a ver a los demás heridos, creo que necesitan ayuda.
Ya en el despacho de Rhett, Anatoli siguió inconsciente hasta el mediodía, y al despertar aún no podía moverse ni estar realmente alerta. Pero al volver a ver a Deidra a su lado y bien, sólo sonrió aliviado de saber que se recuperó con rapidez aunque ahora tuviera un parche sobre el ojo, y tratando de asegurarle de que él también lo estaría.
A esas horas más o menos, la calma había vuelto al hospital finalmente, Anna se ofreció a ayudar a Artyom a comer pues él decía no tener apetito, pero era necesario que comiera al menos un poco.
Tuvieron una charla tranquila durante un buen rato, hasta que finalmente ella reunió valor y sacó de uno de sus bolsillos varios papeles.
—Camarad-... Artyom, encontré esto en su ropa cuando llegó. Son planos y notas, están un poco manchados de sangre pero aún pueden entenderse, ¿quiere que se las haga llegar al general?
—Sí, sí, por favor. Fue por esas notas por lo que fuimos a esta misión, es el mapa de Kursk y sus ataques próximos.
—Claro, mi turno acaba pronto, iré directamente a informar de esto.
—Gracias, Anna.
Ella suspiró y sacó otros dos papeles que dejó sobre su regazo.
—También estaban estas cartas —al ver la mirada sorprendida de Artyom, ella agachó la mirada aprovechando esos instantes de valentía para hablar—, las leí, lo siento.
—No pasa na-
—Leí en el sobre mi nombre como destinataria así que me tomé esa libertad —en ese momento la mirada de Artyom se confundió aún más, pero ella continuó—. Decía que estaban destinadas para "el amor que aún no tiene". Leí tres veces cada carta, intenté saborear cada palabra, llegué a sentir sus sentimientos al escribirla...
En ese momento lo miró a los ojos, pero aunque sus manos temblaban, su mirada esta firme, segura, al igual que su corazón.
—Artyom... yo deseo convertirme en ese amor que dice aún no tener. Estos meses sin verlo han sido una angustia tremenda, pero gracias a ellos me he dado cuenta de que en verdad lo quiero, de que quiero estar juntos y dejar de temer a morir sin poder expresarle mis sentimientos antes. Por favor, déjeme ser aquel amor que aún no tiene.
—Anna... —murmuró su nombre mientras sentía su corazón acelerarse. Pero una sonrisa fue lo único que se mostró en su rostro, justo cuando deslizó su mano hasta tomar la de Anna y la miró a los ojos— Esas cartas estaban dedicadas a ti desde el principio. Siempre fuiste el amor que ya tenía.
1 de marzo de 1943 | Manchuria
—Saldrán en media hora, vayan a prepararse.
Nada más decir eso todos saludaron y rompieron la formación.
Muchos no llegarían a la medianoche, eso era seguro. Se trataba del escuadrón escogido para interceptar los ataques nocturnos y finalmente habían decidido ponerlos en acción realmente.
No le tomó apenas tiempo el cambiarse, estaba listo antes de la hora indicada incluso.
Su capitán comenzó a pasearse entre los aviones que serían enviados. Slocker estaba revisando su avión, que se encontraba al lado del que estaban revisando Onyx y otro compañero suyo.
—¿Vas a llevar eso? —le preguntó su capitán de escuadrón señalando la bayoneta que llevaba en su respectiva funda, agarrada al pantalón.
Él asintió y su superior suspiró.
—No nos recomiendan llevar nada más de lo necesario, pero supongo que si estás consciente y quieres llevarla, está bien... Pero ten cuidado.
De nuevo asintió en silencio y se quitó los guantes después de haber revisado los últimos detales de su avión.
—¿Ya sabes contra quién nos enfrentan?
—Es La Luciérnaga, ¿no?
—Sí. Ten cuidado, Slocker. No vas a ser la punta de la lanza pero aún así. Cuando veas los destellos no te confíes, no son rastreadoras simplemente: te atrae y una vez te tiene donde quiere, te aniquila.
—Sí, lo vi la otra noche, conozco más o menos un poco de su técnica...
—Aún así no te confíes. Creemos que las van cambiando, es imposible que todo este tiempo haya sido la misma persona.
—Y nunca hemos abatido ninguna como para comprobarlo, ¿no?
—No, o al menos no lo sabemos. Es un avión normal, no hay nada para diferenciarlo, sólo podríamos saberlo si dejaran de aparecer los destellos después de abatir a uno, y por ahora nunca ha pasado.
Luciel asintió bajando la mirada por unos segundos. Estuvo a punto de responder mirando a su capitán de escuadrón, pero justo entonces el comandante captó la atención de todos.
—¡En formación! ¡El despegue comenzará en quince minutos!
—¡Sí, camarada!
Todos corrieron a sus respectivos aviones, pero antes de subir, Onyx miró a Luciel.
—Luciel —se giró al escucharlo. Entonces pudo ver cómo se daba un golpe en el muslo, donde lo rodeaba una cinta que mantenía sujeta la funda de la bayoneta a su pierna—. Yo también la llevo.
Él sonrió y estuvo a punto de subir a su nave, pero entonces vio cómo Onyx se regresaba hacia él y le estiraba un brazo. Lo miró un tanto extrañado y por no terminar de entender, bajó completamente del avión para preguntar qué era lo que quería, pero no llegó a hablar siquiera.
Onyx lo abrazó dando una palmada en su espalda antes de recargar su cabeza en el hombro de su compañero.
Correspondió aún sorprendido, pero sintiendo aquel abrazo como una sensación extremadamente cálida y agradable. No sabía cuánto lo necesitaba.
—Es un poco raro pero... quiero hacerlo, por si acaso —dijo Onyx antes de separarse y mirarlo—. Nos conocemos desde hace un par de meses, pero aún así ya te considero uno de mis mejores amigos, en serio que sin ti, todo esto habría sido un infierno... más de lo que ya es.
—Onyx, yo... —las palabras no salían de su garganta.
—No tienes que esforzarte en decir nada. Puedo entenderte. Sé que los demás dicen que eres frío e indiferente, pero no es verdad. Tienes más sentimientos que cualquiera aquí, el problema es que no todos comprenden tu forma de exteriorizarlos, pero creo que yo sí. Gracias por también considerarme un amigo.
La sonrisa sincera de Onyx le provocó unas repentinas ganas de llorar a Slocker. Hasta entonces sentía que, además de sus padres, sólo Sasha había sido capaz de darse cuenta de sus sentimientos y cariño hacia otras personas. Se sentía solo desde que lo transfirieron, y aunque Onyx se hubiera llevado bien con él desde el principio, no pensaba que Onyx ya le hubiera cogido tanto cariño como él al pelirrojo.
Lo miró a los ojos con una sonrisa quebradiza que sólo Onyx sabía cómo interpretar. Por eso le dio un último abrazo antes de irse a su respectivo avión.
—Te veo en la cena.
Slocker se subió al avión y rápidamente se preparó con el cinturón, casco, gafas e incluso el oxígeno para cuando lo necesitara. Recibió su orden de despegue y ocupó su lugar en la formación.
El cielo nocturno estaba en completa oscuridad, sólo se escuchaban sus motores y apenas distinguían las siluetas de sus compañeros.
Eso era lo que él había querido desde el principio, él quería ser piloto, pero ahora deseaba regresar a su antiguo escuadrón. No sólo había cogido experiencia en su trabajo de incursor, sino que deseaba como nunca volver con sus compañeros. Los extrañaba a todos.
Después de recibir una respuesta de su última carta, él les escribió de vuelta esperando pronto otra, deseaba saber cómo estaban, cómo marchaba todo en su frente. En su última carta les había enviado una foto suya que algunos compañeros le hicieron meses atrás. Quería entregarles una parte de él, tenía una fuerte necesidad de que no lo olvidaran. Quizá su mayor miedo se había vuelto que ellos no lo extrañaran ni una décima parte de lo que él a ellos.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la ráfaga de luz que iluminó el cielo a lo lejos.
—¡Ahí están, ocupen la formación indicada! —escuchó sus órdenes por medio de su comunicador.
Se desvió hacia la derecha para seguir a su comandante mientras que Onyx iba hacia el lado izquierdo con la otra mitad del grupo.
—¡Mantengan la formación, los perdimos de vista!
En ese momento Luciel se quitó los audífonos para poder escuchar el ambiente. Sus motores así como los de los demás le impedían distinguir algún otro sonido, pero aún así se mantenía concentrado.
Un fruto de su afición por los aviones era que aún sin haber sido entrenado, podía identificar distintos modelos y otras condiciones de los aeroplanos sólo por el sonido de su vuelo. Y una vez lo entrenaron, su oído no hizo más que volverse más fino.
Aleksei preservaría un recuerdo de sus primeros meses en el escuadrón: cuando estaba oculto esperando un buen blanco mientras Ángel cubría otro flanco y los demás miembros de su equipo se ocupaban de otras misiones, de pronto lo ensordeció el sonido del vuelo de un avión. Era insistente, cercano, tan fuerte que consiguió romper la concentración extrema del mismísimo Aleksei Pavlichenko. Lo asustó, casi lo hizo temblar por la tensión y el miedo durante esos segundos que para él fueron horas. Y al volver a la base y hablar de eso con Slocker, se le quedaron grabadas las palabras del rubio: "Un hombre es valiente hasta que escucha el silbido del stuka."
Justo cuando Slocker volvió a detectar un motor que se salía del compás de su formación, pronto vieron de nuevo un par de rastreadoras cruzar de abajo a arriba su horizonte antes de dejar ver cómo el avión subía verticalmente delante de ellos y se volvía a perder en la oscuridad. Algunos compañeros habían recibido impactos menores de las balas, pero su formación ya se había roto. Luciel para no chocar contra su compañero, tuvo que subir abruptamente también, y se adelantó ya en la formación rota.
Con sólo un par de disparos aquel avión japonés ya había sembrado el terror en todo el escuadrón. Él ya había vivido algo similar en Stalingrado. Inmediatamente asoció que, así como los alemanes usaban la sirena en sus junkers, la estrategia japonesa en esa zona del conflicto eran las luces en mitad de la oscuridad absoluta con tal de plantar la discordia y el pánico sus enemigos. Estando en pánico nadie sabe reaccionar, no se pueden reconstruir estrategias, basta con asustar al enemigo para hacer de su muerte algo fácil.
Él se estaba separando de la formación que apenas se podía recomponer, en cualquier momento recibiría un impacto enemigo, lo sabía. Quizá ya no volvería a ver las luces, sólo lo abatirían en completa oscuridad.
Y el cielo volvió a iluminarse.
Por unos instantes el chico se deslumbró, no sabía la posición del avión que estaba disparando aquellas rastreadoras, eso lo hizo desconcertarse. Pero lo que le causó el mismo pánico que a los demás fue saber que él no estaba disparando en ese momento, sino que ahora era Luciel.
Ahora él vio pasar un avión muy cerca suyo mientras disparaba en su contra. Ladeó el avión para evitar una colisión, pero Slocker también lo hizo en dirección opuesta, así fue cómo gracias a la luz de las rastreadoras soviéticas, el tiempo se detuvo unos instantes y pudieron verse las caras, grabándose el rostro del otro en la memoria aunque sólo se vieron por milésimas de segundo.
Uno de los ojos del chico era amarillo, como la luz de las rastreadoras, y el otro era igual a los azules de Luciel. Él se grabó también en la memoria el rubio pálido del cabello de Slocker. Y ambos recuperaron el aliento después de haberse cruzado.
Luciel podía escuchar voces en sus audífonos, pero al no tenerlos puestos no las distinguía, y menos les haría caso pues sabía qué le estaban exigiendo. Regresó rápidamente esperando que su siguiente encuentro con el chico acabara con el avión japonés abatido.
Esta vez las luces volaron en ambas direcciones. Se cruzaron sus caminos un par de veces más. Toda la batalla había quedado a un lado, los dos escuadrones finalmente se estaban enfrentando en una batalla más hacia el oeste, mientras que los dos se perseguían incansablemente.
Y en el último encuentro, Luciel no ladeó su avión hacia adentro, sino que lo hizo hacia el exterior, desplegando su tren de aterrizaje después de haber disparado incansablemente al ala enemiga. Sacrificó sus ruedas, su forma de volver a tierra, para arrancarle el ala al avión japonés que inmediatamente perdió su trayectoria, comenzando a caer sin poder mantener un eje centrado por la pérdida del ala.
Luciel ya estaba perdiendo combustible, tenía una fuga de este, sería cuestión de tiempo que tuviera que volver a tierra, pero el avión aún no estaba abatido. Por eso fue directamente contra él. Mientras la nave japonesa, ya sin ala, caía sin control, la soviética bajaba en picado sobre ella insistiendo en sus disparos que provocaron que la cola se comenzara a incendiar. Pero el otro chico, al ver cómo lo perseguía aún estando abatido, no separó su dedo del gatillo, disparó tratando de mantener una puntería decente dentro del caos de su avión, para llevarse consigo al rubio.
Desde la base japonesa aquello fue un caótico espectáculo, una pelea tan reñida que opacaba la del oeste. Las rastreadoras volaban en ambas direcciones mientras el fuego comenzaba a envolver a los dos aviones. Cualquiera que los conociera, diría que estaban destinados a librar aquella batalla: Hotaru Takahashi, cuyo nombre significaba luciérnaga precisamente, no dejaba de lanzar destellos destructivos de luz aún mientras caía; y Luciel Slocker, a quien habían bautizado como la luz de Dios, estaba decidido a morir con tal de conseguir ganar aquella batalla.
Al ver su peligrosa altura, Hotaru desvió su avión, satisfecho por haber incendiado completamente uno de los motores soviéticos, para así luchar por una última oportunidad de vivir, abandonando el avión abriendo su paracaídas.
Y Luciel actuó igual después de ver cómo abandonaba el avión y este ya estaba completamente en llamas. Él quería ver ese avión destruido, si tenía o no a su piloto dentro, era lo que menos le importaba.
Slocker llegó a tierra pocos minutos después que Takahashi. Los dos habían sobrevivido una vez más. Aunque ahora la misión de Luciel sería huir de ahí sin ser capturado: estaba a pocos kilómetros de la base japonesa, y ni siquiera sus compañeros sabían que había caído.
Se deshizo del paracaídas con algo de dificultad por el viento que soplaba fuertemente incluso en la tierra. Y una vez respiró de nuevo, localizó los dos aviones que ahora sólo ardían en el suelo. No llevaba pistola consigo, no llevaba nada para sobrevivir, ni siquiera bengalas, por eso se dirigió al avión japonés esperando encontrar a su piloto y poder obtener algo de él.
Mientras corría hacia la otra mancha de luz en el horizonte estaba consciente de que lo más seguro sería que no sobreviviera a la noche. Quizá Takahashi tendría una pistola y nada más verlo acercarse lo acribillaría, pero no iba a morir sin haberse enfrentado a su rival por última vez.
Pero al acercarse se sorprendió al ver el paracaídas en el suelo, intentando ser jalado por el viento, pero sin volar. Su piloto debería seguir enganchado a este.
Sacó la bayoneta de su funda y continuó los últimos metros con ella en mano.
Y Hotaru lo había escuchado acercarse desde hace tiempo, por eso también tenía su pistola lista para disparar, pero seguía sin poder librarse de las cuerdas. Disparó un par de veces sin puntería, y cuando Luciel estuvo suficientemente cerca, lo consiguió apuntar en un descanso del viento, pero al jalar el gatillo ninguna bala salió.
Slocker lo miró estando de pie mientras que él intentaba incorporarse, pero una nueva ráfaga de viento se lo impidió. Parte del paracaídas se infló de nuevo con más fuerza, y las cuerdas ganaron más tensión al apretar contra el cuello de Hotaru.
La pistola se cayó de su mano y volvió a forcejear en vano para quitarse la cuerda. Luciel escuchaba cómo se asfixiaba, lo veía jalar la cuerda, intentar sujetarse de algo, patalear como si así pudiera librarse de su horca.
¿Esa era la muerte que se merecía Svetlyachok? ¿Un piloto adiestrado para infligir terror en sus enemigos debía morir ahorcado después de ser abatido? ¿Un muchachito de no más de veinte años merecía morir esa madrugada en un campo de batalla?
Comenzó a escuchar voces a lo lejos, y no hablaban en ruso, pero aún así se agachó y jaló una de las cuerdas para cortarla con la bayoneta. Eso hizo con casi todas lo más rápido que pudo, y una vez hecho, oyó cómo tras toser, apenas había nuevos intentos de respirar por parte del chico.
—¡Hotaru! —escuchó un grito que resaltó sobre los demás.
Lo levantó por los hombros y le apretó las mejillas viendo cómo sus ojos de distinto color se comenzaban a cerrar.
Lo agitó un par de veces sin saber qué más hacer.
—Respira, maldita sea —dijo con cierto enojo mientras lo sacudía una vez más.
—¡Hotaru! —volvió a escuchar el grito, y esta vez fue acompañado de varios disparos contra ellos.
Abrazó al chico en un intento de encogerse y evitar que la siguiente bala les atinara.
—¡Svetlyachok, maldita sea, respira, carajo! ¡Me voy a morir por salvarte, no te puedes morir tú! —movió su cabeza una vez más estando a punto de sucumbir a la desesperación.
No les volverían a disparar, sería fácil acertarle también a Hotaru, y según Luciel: alguien que parecía desesperado por recuperarlo, no lo acabaría con una bala perdida.
Pero finalmente oyó un quejido ahogado, y lo vio intentar escupir de nuevo para así recuperar el aliento. Volvió a toser varias veces mientras que Luciel lo levantaba un poco más.
Y aquel que iba en dirección a ambos pretendía apartar a Luciel de Hotaru para luego clavar una bala en su cabeza ahora sin poder fallar y dispararle a su compañero. Pero al ver cómo parecía haber estado batallando porque el menor volviera a respirar, no jaló el gatillo.
Ni siquiera lo empujó violentamente, sólo se arrodilló y le quitó al chico de los brazos para ahora él poder sujetarlo y ver cómo se seguía recuperando de casi una muerte segura. Luciel sólo se sentó en el suelo también recuperando el aliento y teniendo el corazón acelerado.
Los miró por varios minutos sin entender lo que aquel hombre le decía al chico que no le podía responder, sólo seguía soltando quejiditos entre intentos de recuperar aire. La cercanía de ambos le sorprendió en un principio, pero después de observarlos un rato más, pudo asumir fácilmente que eran padre e hijo, o incluso podrían ser hermanos, y rápidamente comprendió los disparos en su contra, la desesperación del mayor porque su hijo no cerrara los ojos que tan curiosos le parecían. Eran muy similares, llevaban uniforme de aviadores los dos, aún en la oscuridad podía ver sus grandes parecidos. Y aunque no se tratara de genética, también notó la cicatriz del mayor que le rodeaba el cuello y ahora compartiría también con su hijo, pues era casi imposible que aquella marca con partes moradas y rojas intensas no se fuera a quedar grabada de por vida en la piel del piloto.
Al parecer había conseguido estabilizarse. Luciel miró en silencio todo aquel tiempo, hasta que ahora fueron los ojos del mayor los que se posaron sobre él.
—Gracias —no entendió lo que dijo, pero asumió correctamente el significado asintiendo con seriedad. Finalmente comenzó a pensar en lo que pasaría ahora. ¿Él lo mataría? ¿Tendría que huir? ¿Lo tomarían prisionero?
Vio cómo el castaño volvía a tomar su pistola que sí que tenía balas, al contrario que la de su hijo; pero se sorprendió al verlo enfundarla de nuevo.
—Vete —de nuevo no lo entendió. Pero sus gestos le hicieron fácil comprender lo que le quería decir, más aún cuando comenzaron a oírse las voces del resto de soldados de la base acercarse—. ¡Vete ya, corre, rápido!
Asintió levantándose lentamente sin poder dejar de verlos a ambos. Incluso notó cómo Hotaru, con los ojos entrecerrados, estiró su mano temblorosa hacia él. Desearon haberse conocido en otro momento.
Mientras que Luciel retrocedía lentamente, el castaño se levantó con su hijo en brazos y comenzó a caminar de vuelta a su base. Intentó decirle a sus compañeros que ya no había de qué preocuparse, que el piloto soviético había muerto ya, que volvieran y lo ayudaran a llevar a Hotaru a que lo atendieran.
Pero el grupo de soldados que llegó desde el sur no pudo oír nada de lo que él dijo. Por eso al ver cómo se aproximaban y sería cuestión de segundos que lo encontraran, Luciel corrió de vuelta hacia el norte, viendo a lo lejos al otro grupo y a los Takahashi entre ellos.
Aquel hombre, Hiro Takahashi, pensó en su hijo cuando vio a Luciel: no eran diferentes, eran dos jóvenes a quienes el mundo los llevó a conocerse en mitad de una guerra, no estaban donde deberían. Él no sabía que Luciel ya no tenía un padre que lo esperara, pero también pensó en su madre, debía tener a alguien que rezara cada noche por que volviera a salvo, él no iba a ser quien le arrebatara un hijo a alguien teniendo la opción de no hacerlo.
Por eso sintió cierta presión en el pecho al verlo correr en dirección a ellos siendo acorralado por el resto de su escuadrón.
En segundos lo tuvo a un par de metros, con sus persecutores a escasos segundos. Gracias a esa cercanía, pudo ver cómo sus ojos azules se inundaban con tantas lágrimas que comenzaron a chorrear por su cara, cómo miraba con tristeza a Hotaru y a él mismo. No lo pudieron salvar, y los tres comenzaron a ahogarse en ese sentimiento de inmediato.
—¡Ya lo tenemos! ¡Takahashi, no dejes que se vaya! —se oyó una voz al fondo.
Oyó un sollozo por parte de Luciel y, sabiendo que no podían hacer nada por él, los miró mientras apretaba el mango de la bayoneta con su mano derecha.
—Gracias —Hiro sí que conocía el significado exacto de aquella palabra en ruso, por eso es que sintió como si la bayoneta llegara a herirlo a él. Mientras que Hotaru, aún sin comprenderlo, vio con impotencia cómo el filo del arma se deslizaba rápidamente por su cuello. Al ver cómo la sangre brotó al momento, volvió a sentir la presión de las cuerdas del paracaídas sobre su cuello, compartió el dolor con Slocker.
Pero el rubio sólo lo notó por unos segundos más, pues al poco tiempo, su rostro estaba contra el suelo sobre un charco de sangre sin poder respirar.
Un último pensamiento sobre su familia y sus compañeros cruzó su mente. Según él, nunca supo cómo demostrar sus sentimientos, no podía hacerle saber a la gente lo importantes que eran para él... Pero por alguna razón, incluso en aquellas crudas condiciones, había tocado el corazón de aquellos dos pilotos quienes fueron sus enemigos hasta antes de conocerlo.
Quizá todo ese tiempo él había vivido creyendo ciegamente lo que un par de personas indiferentes a él le habían dicho años atrás. Pues cualquiera que lo conocía parecía quedar encantado por aquel chico de personalidad noble y sincera. Slocker tenía miedo de que lo olvidaran, de que no fuera importante para los demás, pero murió sabiendo que quizá nadie marcaría jamás la vida de los demás como había hecho él.
Así como Hiro había escogido veinte años atrás el nombre ideal para su hijo, tanto que incluso sus enemigos lo conocían por el significado de este; los padres de Luciel también habían escogido su nombre como si supieran que fue la luz para muchas personas incluso hasta el día de su muerte.
13 de febrero de 1943 | Kursk
Llevaban caminando alrededor de una hora sobre la nieve que les cubría hasta los tobillos, aunque en ocasiones podía llegar a las rodillas.
Ángel se dio la vuelta al escuchar cómo Sasha parecía haberse tropezado con la nieve densa. Consiguió poner las manos así que no le costó levantarse de vuelta, pero sí que aceptó la ayuda de Ángel al tomarle el brazo.
—¿Estás bien?
El rubio asintió entre jadeos y siguió caminando junto a él.
—Ya está anocheciendo, no podemos detenernos, hay que encontrar dónde dormir —dijo Ángel con cierta lástima.
—Está bien —en verdad era Ángel el que estaba más desesperado por detenerse, llevaba todo el día viendo lo agotado que estaba Aleksander, y para esa hora de la tarde no podía imaginar cómo debía estarse sintiendo. Por eso el sentir debajo del grueso abrigo cómo le apretaba el brazo mientras intentaba seguirle el ritmo, le hizo sentir culpable, incluso quiso disculparse con él, pero no era el momento para gastar tiempo o aliento.
Quizá tuvieron que caminar unos quince o veinte minutos más hasta que encontraron las ruinas de lo que parecía haber sido un edificio de departamentos o quizá una escuela. Pero no era en absoluto como el edifico de Stalingrado, este apenas tenía forma ya, muchas paredes estaban caídas.
—Ven, está bien —asintió Ángel regresando hacia los restos de la escalera donde Sasha esperaba abajo, con el rifle listo por si acaso.
Miró por última vez hacia la entrada por donde habían llegado y luego aceptó la mano de Ángel para subir por los escalones y los ladrillos rotos encimados.
Fueron hacia la esquina del segundo piso, donde el techo y casi todas las paredes conseguían cubrirlos del viento. Había pequeños montículos de nieve incluso dentro del edificio pues esta entraba por los huecos considerables de las paredes, también muebles rotos y trozos de cristales en menor cantidad.
Los dos recogieron los trozos de madera de los muebles y los apilaron cerca de la esquina. Una vez hecho, Ángel se quitó la mochila así como el rifle y los dejó a un lado para intentar encender alguna de las piezas de madera y hacer una fogata.
—Ángel —alzó la mirada y vio cómo Sasha le tendía su libreta dándole a entender que usara el papel de esta para encender la madera.
La recibió y abrió las tapas de cuero viendo cómo en la primera página estaba la foto de ellos dos el día del cumpleaños de Sasha. Verla le arrancó una sonrisa, y se la devolvió a Sasha junto a la foto de su padre para no mezclarla por accidente con las hojas que quemaría.
Fue hasta el final de la libreta y arrancó la última hoja viendo cómo la siguiente ya estaba llena de escritos y trazos de Danilov.
—Ya no hay más hojas...
—Usa las del principio, son de antes de Stalingrado.
Fue al inicio de la libreta y vio cómo efectivamente eran planos y trazos de antes de que el escuadrón se formara. Quizá no lo reconoció tanto por los nombres o mapas, sino por las fechas. Arrancó un par de hojas de aquellas y las prendió con el cerillo consiguiendo que la madera ardiera también.
—Ya está.
Se levantó y esta vez fue hacia Sasha quien finalmente se había sentado contra la pared tras haberse quitado la mochila, el fusil y también el último abrigo que tenía puesto. Entonces se dejó caer lentamente sobre su costado y quedó acostado en el suelo viendo hacia la fogata. Al suspirar finalmente en un intento de descansar, comenzó a sentir de nuevo todo su cuerpo: cómo le dolían las piernas por llevar todo el día caminando, cómo las botas le rozaban los pies, cómo cada hueso le dolía, cómo sentía que le ardían los pulmones a pesar de respirar aire helado.
—¿Estás bien? —Ángel se agachó detrás de él poniéndole una mano en el hombro, y al ver cómo asentía, suspiró sabiendo que su respuesta era mentira, al igual que su pregunta que no tenía sentido. Por eso decidió cambiar de tema, como le gustaba a Danilov que hiciera— ¿Por qué te quitaste el abrigo? Hace un montón de frío.
Cogió el abrigo de Sasha y se lo colocó encima.
—Al menos yo me estoy congelando, ¿tú no?
Él negó con una ligera risa de por medio.
—No, no mucho...
—Yo creo que nunca había caminado con tanta nieve de por medio, casi se me congelan los pies.
Sasha volvió a reír y esta vez habló tratando de encontrar el rostro de Ángel.
—Cuando nieva en Tobolsk a veces cubre hasta la cintura. Lo normal en invierno era ir a la escuela en la mañana caminando con la nieve más o menos como está ahora. Sólo faltábamos a clases cuando bajaban de los 20 grados bajo cero.
Ángel no podía negar que le había sorprendido lo que decía Danilov. Él había vivido en Moscú desde que había llegado a Rusia, y aunque sí que había probado el invierno como nunca se lo imaginó, lo que le decía Sasha se alejaba de lo que él había vivido.
—Cierto, olvidé que tú te criaste en Siberia. Ahora esto es como verano para ti, ¿no? —bromeó aún acariciándolo.
—Primavera, tampoco exageremos —le siguió la broma.
Ángel rio y se encogió en el suelo para así abrazar a Danilov manteniendo sus rostros suficientemente cerca como para poder rozar la punta de la nariz del otro. Por un momento ni siquiera lo notaron, tenían tan fría la cara que les costaba sentir la piel del otro estando a la misma temperatura.
Sasha suspiró y se encogió aún abrazando a Ángel ahora dándole la espalda a la fogata. Todo se quedó en silencio, sólo escuchaban cómo crujía la madera y volaban las chispas y brasas del fuego. Por un momento ese silencio fue pacífico. No se oían disparos, tampoco tanques o vehículos, ni siquiera pasos o gente hablando. Ambos entraron en un estado de tranquilidad al concentrarse en aquel sonido tan vacío pero relajante y cálido.
Así fue hasta que Ángel sintió cómo la mano que Sasha tenía rodeándolo, hacía presión contra su ropa y fue cuestión de segundos lo que tardó en comenzar a toser. Al principio sólo le acarició la espalda esperando a que se calmara. En todo el camino ya le había sucedido un par de veces por estar respirando el aire frío, incluso debajo de la bufanda con la que se cubría la nariz para minimizar el contraste de temperatura.
Pero al ver que no se le pasaba, se separó intentando verle la cara, pero esto fue complicado al tenerla oculta entre su cuerpo y el suelo. Dejó pasar un par de segundos más, pero al no mejorar, se incorporó sujetando de los brazos a Sasha para levantarlo también y así intentar que al fin dejara de toser. Tomó un tiempo, pero finalmente sucedió.
Aunque mientras Danilov trataba de recuperar el aliento como si hubiera estado sumergido en agua todo ese tiempo, Ángel no podía dejar de ver cómo una buena parte del labio inferior del rubio estaba manchada de sangre así como otras gotas rojizas le manchaban la barbilla.
—¿Qué pasa? —Sasha lo miró segundos después, hablando con la voz baja.
Él suspiró y usó parte de su manga para intentar limpiar la sangre de su cara.
—Volviste a sangrar.
Se llevó la mano a la boca y aún pudo recoger unas pequeñas manchas antes de confirmar las palabras de su novio al saborear el interior de su propia boca y sentir el metal en ella.
Sólo volvió a suspirar con pesadez y se inclinó hacia Ángel quien lo recibió con un abrazo antes de recoger el abrigo que se le había caído de encima a Danilov y se lo volvió a poner.
Lo acurrucó en sus brazos como si fuera un niño pequeño, y en un intento de quitarle el fleco de los ojos, terminó por ponerle la mano en la frente al haberla sentido bastante caliente.
—Estás hirviendo...
—Déjala ahí —no le permitió quitarle la mano de la frente. Aunque la punta de la nariz y los dedos de Sasha estuvieran fríos por el clima, el resto de su cuerpo estaba un par de grados más caliente que el de Ángel.
Se sentía alivio para ambos: Aleksander sentía cómo el frío de la mano de Ángel le enfriaba poco a poco, mientras que Ángel calentaba su mano con la frente sorprendentemente cálida de Danilov.
Estuvieron así un rato hasta que las manos de Ángel perdieron gran parte del frío. Entonces él se agachó un poco para conseguir darle un beso en la frente a su novio y luego, sabiendo que no podrían regresar a la base aquella noche, intentó distraer de nuevo su atención.
—¿Quieres comer algo? Yo muero de hambre —escuchó cómo se le escapaba una risita y asentía aún teniendo los ojos cerrados—. De acuerdo, voy a preparar algo entonces. Toma esto mientras.
Sacó la lona con la que se cubrían cuando debían mantener su posición oculta por un buen tiempo, y la desdobló para así apañarle una manta y luego entregarle su mochila para intentar cumplir la función de almohada sin mucho éxito.
—No te puedo ofrecer un menú muy variado o sabroso pero... Puedo tostar pan, y creo que aún tengo una lata de carne.
Puso el pan a tostar en la fogata y en poco tiempo lo tuvo listo. Sabiendo que Sasha no podría comer la carne, se acercó a él para entregarle así una de las rebanadas delgadas de pan y darle pequeños trozos de este en la boca.
Ya no era cuestión de ver si podría aceptarlo y digerirlo con normalidad, Ángel sólo esperaba a ver cuánto tiempo aguantaba antes de decirle que ya no comería más, o que directamente vomitara. Llevaba casi dos días sin comer, si a la mañana siguiente no regresaban a la base donde Rhett le volvería a colocar suero, no iban a regresar jamás, él no iba a aguantar otro día así.
Esta vez no consiguió comer ni media rebanada, sólo consiguiendo preocupar aún más a Ángel.
—Te sientes muy mal, ¿eh? —suspiró mientras deslizaba la mano por debajo de la lona para así poder tomar la de Sasha que temblaba aunque él insistiera en no tener tanto frío.
—Come tú —fue lo único que dijo al entrelazar los dedos con los de Ángel.
Sabiendo que no tendría caso insistirle más, se quedó un buen rato sujetando la mano de Sasha hasta que este se quedó dormido. Con cuidado le soltó la mano y una vez se aseguró de que estaba durmiendo profundamente, siguió calentando el pan así como la carne para poder alimentarse un poco.
Ya estaba oscuro, la luz de la luna apenas entraba por los agujeros, pero por suerte esa noche no parecía nevar.
Comió en silencio, viendo la falsa tranquilidad que desprendía Aleksander al dormir. ¿Cuánto tiempo más aguantarían así? ¿Cuándo demonios acabaría la guerra para que ambos pudieran volver a casa? Se había hecho a la idea de que Sasha no iba a regresar por su cuenta, parecía estar dispuesto a morir ahí; por eso sólo esperaba que los mandaran de vuelta a sus hogares por el fin de la guerra.
Una vez terminó de comer se quedó mirándolo por varios minutos. Al reaccionar de vuelta, miró cómo había comenzado a nevar. No era una ventisca, pero sí que comenzaban a caer los copos de nieve.
Estaban muy alejados, sería poco probable que hubiera enemigos cerca, pero no podía dejar de sentirse intranquilo por tener encendida la fogata. Pero las posibilidades de que los dos aguantaran aquella noche serían aún menores si se privaban de aquel calor.
Para tranquilizarse pensó en lo que había hablado con Sasha minutos atrás. En España él había vivido alguna nevada durante su infancia, pero nada se comparó con la nieve que vio en su primer invierno en Moscú. En Alemania desde luego era más recurrente la nieve que en su país natal, pero le costaba creer que fuera tanta como en Moscú, y mucho menos sería como la de Kursk, donde estaban. Y encima de todo eso estaba el hecho de que Sasha no se veía afectado por la cantidad de nieve, pues decía que en su ciudad lo normal en invierno era el doble de lo que había entonces.
Sólo alguien criado en Siberia se quitaría uno de sus abrigos en mitad de aquella nieve. Le gustaba creer que ningún alemán estaría tan loco como para ir a buscar presas una noche de invierno en la que había comenzado a nevar.
Pero su atención regresó a Danilov de golpe, al escuchar un ruido bastante inquietante y cada vez más desesperado que hacía al respirar.
Fue con él intentando saber qué le pasaba, pero le costó darse cuenta de que él aún seguía dormido. Lo despertó a la fuerza y finalmente vio cómo comenzó a mostrar resistencia al respirar.
Tuvo que golpearle la espalda varias veces hasta hacerlo toser y luego dejar que se sujetara de él para seguir tosiendo. Tuvo que pasar un tiempo hasta que sonó una arcada y acto seguido escupió el poco pan que había comido antes. Pero eso no fue lo que preocupó a Ángel, sino que la comida prácticamente estuviera sin digerir aún llevando más de una hora en el cuerpo de Sasha, eso y que una cantidad considerable de sangre salió junto a la comida.
Se había vuelto una pequeña costumbre que después de vomitar, Sasha se acurrucara sobre Ángel unos minutos para tranquilizarse y también calmar el dolor que le recorría el esófago y más de una vez le quitaba la respiración. Pero esta vez ni siquiera buscó el abrazo de Ángel. Se enroscó sobre sí mismo aún escupiendo pequeñas cantidades de sangre.
Fue Ángel quien intentó abrazarlo colocando su cuerpo sobre el de Sasha mientras le buscaba las manos.
Aleksander se intentó incorporar minutos después aún con el cuerpo temblando, pero nada más verle la cara, Ángel lo recargó sobre su brazo dejándolo como si fuera un bebé y él lo fuera a arrullar. Pero sólo llevó su otra manga a la nariz de Sasha y trató de presionarla para que dejara de sangrar.
—Lo siento —consiguió oír de su parte después de unos minutos tratando de detener la sangre.
—Tranquilo, ya casi está parando —negó sorprendiendo a Sasha por tener la voz casi más nerviosa que él.
Después de un buen rato los dos quedaron acostados usando las mochilas como almohadas y compartiendo el calor en un abrazo.
Ángel no dejaba de mirarlo, pero Sasha llevaba un buen rato mirando cómo caían uno tras otro los copos de nieve por el agujero del techo y pared.
—Va a empezar a nevar fuerte.
Ángel le dio la razón en silencio y acomodó mejor sus dedos alrededor de la mano de Sasha.
—Pero seguramente se detenga en la mañana, aunque habrá un poco más de nieve... —hizo una pausa para tragar saliva y recuperar el aliento— ¿Vamos a poder regresar a la base?
—Sí, no estamos muy lejos realmente —asintió Ángel recordando el mapa que habían estado siguiendo.
—Ángel.
Trató de buscarle la mirada pero esta estaba perdida en la nieve que se acumulaba.
—Quiero regresar a Tobolsk...
Jamás creó que escucharía esas palabras por parte de Sasha. Lo miró unos segundos tratando de asegurarse de que había oído bien.
En la lucha de quién destruiría antes a Aleksander, si la guerra o la enfermedad, parecía haber ganado la enfermedad.
No se oponía, todo lo contrario. Pero es que llevaba tanto tiempo hecho a la idea de que no conseguiría convencerlo de regresarse, que aún no aceptaba que fuera regresarse.
—No lo conseguí. Puedes reprochármelo todo lo que quieras, puedes enojarte conmigo y lo voy a entender; me lo merezco. Pero quiero regresar.
Por un momento las palabras se le atoraron en la garganta, tuvo que respirar un momento para conseguir pronunciar algo coherente.
—Claro que no te voy a reprochar nada, no voy a enojarme, ¿por qué lo haría?
—Porque has tenido que pasar todo esto por mi culpa, porque quise quedarme aquí.
—¿Cómo va a ser esto tu culpa? Tú no tienes la culpa de la guerra, no me has hecho pasar nada de eso... Es más, de no ser por ti esto habría sido una pesadilla aún peor.
Los ojos de Danilov dudaron por un momento.
—No hablo de la guerra en sí, si fuera mi culpa ya me habría colgado hace meses... Quiero decir que me has tenido que cuidar todos estos meses. Al inicio sólo empecé a ser una carga para el escuadrón, pero cuando todos se fueron y sólo nos quedamos tú y yo en Stalingrado, me volví una carga exclusivamente para ti. Te he atrasado en misiones, por mi culpa no descansas como deberías...
—¿Cómo que una carga? Sasha, ni se te ocurra pensar eso. No lo fuiste ni para el equipo ni para mí. ¿Cómo ibas a ser una carga si eras de los favoritos de Kuznetsov? De no ser por ti y la red de minas y trampas que tienes por toda la ciudad, recuperar Stalingrado habría sido casi imposible. Cuando estamos juntos las bajas enemigas en cada misión no hacen más que aumentar, ¿cómo vas a ser una carga así?
—Pero todo el tiempo debes estar cuidándome. Quizá hoy ya habríamos llegado a la base si yo no estuviera enfermo, o si tú estuvieras solo.
—Si estuviera solo ya me habrían matado hace meses, Sasha —dijo al colocar la mano en la mejilla del rubio—. Me gusta cuidarte, lo hago porque te quiero. Y me duele ver que estés sufriendo, pero si lo que querías era estar aquí yo sólo podía ayudarte como pudiera, y ahora que quieres volver a casa voy a ayudarte a que eso sea así. Ya hiciste demasiado, más de lo que nadie ha hecho. ¿Que hoy hemos tenido que pasar la noche fuera de la base? Sí, estás cansado y yo también, la noche se nos vino encima y hemos tenido que parar; pero te aseguro que nadie en tu condición habría aguantado ni la mitad del camino que hicimos hoy. Además, no sólo soy yo quien te cuida: de no ser por ti yo me habría congelado desde que nos destinaron a Kursk, ya me habrían volado la cabeza un par de veces también.
Vio una sonrisa débil en el rostro de Sasha y volvió a abrazarlo con fuerza.
Se sentía feliz por saber que ahora él estaría al fin a salvo, pero también un poco nervioso por pensar en que no lo volvería a ver en un buen tiempo una vez regresara a su ciudad. Lo abrazó queriendo demostrar aquellos sentimientos a la vez que ahogándolos para disfrutar de un abrazo más.
Ángel vio cómo Sasha volvía a dormirse y así permaneció un par de horas más. Estuvieron abrazados todo ese tiempo. Y aunque el mayor sintiera que sucumbiría pronto al sueño también, no se sentía capaz de dormir. Saber que Sasha se habría asfixiado horas atrás de no ser porque él lo notó, le impedía cerrar los ojos.
Horas después Danilov volvió a despertarse, no se estaba asfixiando como antes, pero sí que estaba lo suficientemente incómodo como para poder dormir. Parecía a punto de cerrar los ojos de nuevo cada vez que Ángel le sujetaba una mano para así calentarla, pero a los pocos minutos volvía a abrirlos con pesadez. El aire le parecía pesado, pero no era por el frío, al parecer sólo él era quien no podía captar el oxígeno que había en e ambiente.
Ángel le besó por enésima vez la mejilla esta vez viendo cómo una lágrima se le escapaba de entre las pestañas. La secó antes de que esta pudiera congelarse y pasó los dedos por sus cabellos rubios causándole un cosquilleo bastante agradable.
Perdió la cuenta de las horas que habían pasado así. Y ya no tenía ninguna de las pastillas que Rhett les había dado, lo revisó desde la primera vez que Sasha se había despertado aquella noche.
—Ángel —inmediatamente volteó para verle la cara nada más escucharlo—, tengo frío.
—Sí, yo también... Está bajando la temperatura —asintió un poco ansioso comenzando a frotarle la espalda queriendo hacerlo entrar en calor. Era la primera vez que lo oía quejarse por el frío en serio.
Pensó en que podía hacer, pero en eso escuchó cómo él volvía a toser y acto seguido le quitó el brazo de la espalda.
—N-no... —aunque Sasha le apartó el brazo, no se lo soltó. Al darse cuenta de que aquel masaje que quiso hacerle fue lo que le provocó la tos y seguramente la nueva molestia, no evitó frustrarse de nuevo.
—Lo siento —esta vez él le sujetó la mano para dejarle un beso en esta—. Espera un momento. Voy a ponerle más madera a la fogata, ¿sí?
Eso hizo. Nada más levantarse sintió cómo sí que hacía bastante más frío lejos de Aleksander y la fogata. Por eso volvió rápidamente después de avivar el fuego y se acostó de nuevo, pero al mover su mochila un peculiar ruido se escuchó contra el suelo. Al saber qué lo había provocado, los ojos de Ángel se iluminaron y comenzó a rebuscar en su mochila.
—Sasha, adivina qué tengo aquí —consiguió su atención frágil, y cuando sacó de la bolsa una pequeña botella de cristal llena más allá de la mitad con una enorme sonrisa, vio cómo se le escapaba una risita al rubio—. Con esto se te va a quitar el frío y todo lo que tengas.
Volvió a reír y se dejó ayudar por Ángel hasta quedar sentado contra la pared. Abrió la botella oliéndola con suavidad.
—Huele —le acercó la boquilla a la nariz para que pudiera olerla también, y nada más hacerlo ambos rieron por el suspiro de gusto de Danilov—. Toma, despacio.
Pasó un trago pequeño, y aunque le dolió el momento en el que este llegó a su estómago, sí que notó la sensación cálida del líquido mientras bajaba, e incluso el sabor fuerte y no muy sabroso a comparación de otros en su boca.
—¿Mejor? —sonrió Ángel sabiendo que el vodka sólo estaba funcionando como distracción, era lo último que tenían.
—Sí —sonrió de vuelta y le pidió un trago más.
En minutos llegaron a la mitad de la botella. No hacía ningún efecto, pero sí que los estaba distrayendo un poco.
—¿Sabes? Extraño nuestra casa en Stalingrado —admitió Danilov.
Ángel asintió mirando a su alrededor.
—Definitivamente es mucho más acogedora que esto. Es tierno que te refieras a ella como nuestra casa.
—No éramos los dueños ni nada así, pero la hicimos nuestra de tanto vivir ahí. La arreglamos y todo.
—Sí, lo sé... en verdad terminó por ser nuestra. Me gusta pensar en que algún día sí podamos hablar de una casa nuestra realmente, no sólo un refugio temporal.
—¿Cuando acabe la guerra nos compramos una casa en Stalingrado?
La propuesta directa y sincera de Sasha le arrancó una sonrisa a Ángel.
—Suena como un buen plan. Me gustaría vivir contigo en Tobolsk, pero no sé si pueda aguantar el resto de mi vida faltando al trabajo sólo cuando haya menos de veinte grados bajo cero. El frío de Stalingrado era un tanto más tolerable, suena bien.
Los dos se rieron y Sasha recargó la cabeza en el hombro de Ángel.
—¿Cómo era tu vida en Moscú?
Le tomó un poco desprevenido aquella pregunta, pero sólo suspiró ordenando así sus ideas.
—Bueno... sencilla: vivía en un departamento para estudiantes, no era muy grande pero no nos organizábamos mal. Estaba a quince minutos de mi trabajo así que no tenía problemas en el transporte... Supongo que era algo tranquilo.
—¿Te costó aprender ruso?
—Al principio sí, pero no tanto como a Lander —los dos se rieron—. Por los compañeros en el departamento aprendimos más rápido, además no podríamos pretender sobrevivir aquí sin hablar el idioma.
—A mí me tomaría la vida entera aprender español. Lo he intentado, ¿sabes?
—¿Ah sí? —realmente le sorprendió oírlo.
—Pensé que no era justo que sólo tu tuvieras que esforzarte para hablar, pero apenas llegué más allá de Buenos días, ¿cómo está?
Una sonrisa de ternura se le dibujó en el rostro a Ángel al escucharlo hablarle en su idioma materno.
—Así que si un día voy a España, tendrás que rescatarme porque me moriré de hambre.
Pero él negó y entonces llevó las manos a las mejillas de Sasha.
—Si te dejo solo cinco minutos en la Puerta del Sol, con esa carita y lo tierno que te oyes al dar los buenos días, para cuando regrese ya te habrán adoptado veinte familias.
Lo vio sonrojarse por unos segundos y luego retorció su mano hasta entrelazar los dedos con los de Ángel de nuevo. Hubo unos minutos de silencio antes de que Ángel volviera a mirar la botella y recordara una frase que dijo en voz alta.
—"Salud. Porque beber es un placer, como también es un derecho. Y si uno sabe querer, así mismo sabrá olvidar" —Sasha lo miró con una expresión algo más triste.
—Eso lo dijo Aleksei poco después de que Misha...
—Sí. Lo decían mucho en los grupos de francotiradores, es una especie de... lema. Usualmente lo decían en las fiestas, o cuando contaban los males de amores, pero Aleksei lo dijo en el caso más extremo de todos.
Sasha suspiró y llevó a su mente el recuerdo de estar en una reunión de escuadrón, justo cuando Aleksei, después de haber llorado varias veces en la noche con un par de vasos ya encima, dijo aquello cuando alzó su vaso. Su voz se quebró al decir olvidar, y acto seguido bebió lentamente para luego ocultar el rostro en su brazo.
La empatía era el lazo que mantenía el grupo homogéneo. Todos respetaban el dolor de Aleksei por la muerte de Misha, así como el de Ángel por Lander. Le daban su tiempo a Luciel para expresarse, animaban a Niko cada vez que la añoranza de su hogar la superaba. Durante los últimos meses también apoyaban a Deidra cuando la incertidumbre por el estado y paradero de Anatoli lo ahogaba, lo mismo con Rhett y la preocupación por su hermano. Nadie se metía con la intimidad de los Shevchenko, pues cuando no querían hablar de algo era porque ese algo era un tema crudo para ambos.
Todos tenían un pasado, un pesar, una herida; y el ayudar a sanarla u olvidarla, era lo que había solidificado las relaciones en ese grupo, lo que los hacía tan unidos.
—¿Quieres más? —preguntó Ángel acercándole de nuevo la botella, pero él negó.
—Después.
Recargó la botella en su abrigo y volvió a abrazar a Aleksander para juntarse más y compartir el calor hasta que llegara el amanecer.
—¿Y qué es lo primero que harás cuando regreses a casa? —preguntó Ángel intentando darle un tema más alegre del que hablar— Bueno, después de descansar lo que necesitas para empezar a recuperarte, claro. Si me entero que eso no es lo primero que haces, voy a ir hasta allá para obligarte.
Él se rio débilmente y esto le provocó un poco de tos que quiso ignorar junto a su correspondiente dolor en el pecho.
—Entonces lo haré, para que vengas a Tobolsk, te capture, y te quedes conmigo —puso la mano en el hombro de Ángel sujetándolo con más fuerza haciéndolo reír.
—Iré a verte en cuanto pueda, pero debes cuidarte, ¿sí? —correspondió antes de besarle la frente y este asintió— ¿Me lo prometes?
—Sí —asintió el rubio con una corta risa antes de suspirar—. Creo que simplemente quiero estar con mi mamá: ayudarla, hacerle compañía, hablar con ella... No ha estado completamente sola, tiene a Malik, pero los extraño a los dos.
—¿Malik?
—Es mi perro —asintió con una efímera sonrisa—. Lo adoptamos cuando era un cachorrito, y yo tenía quizá doce o trece años. La perra de un alumno de mi papá tuvo cachorros y los estuvo regalando, entonces mi papá le dijo que aceptaría uno, y desde entonces lo tenemos en la familia.
Ángel no evitó sonreír al escucharlo, y comenzó a acariciarle el brazo con cariño.
—Ahora que lo dices, me acordé de cuando estábamos en Stalingrado con los demás y un día encontramos un perro en el campamento, y tú pasaste mucho más tiempo con él.
Sasha rio con cierta culpabilidad al saber que era cierto y él también tener el recuerdo de ello.
—Creo que Edgar te tomó una foto y todo: lo estabas abrazando.
—¿Ah sí? —entonces Ángel asintió— Edgar ha fotografiado bastante en esta guerra. No es un fotógrafo de los que van al frente y hacen reportajes para los periódicos, pero está dejando grabado el lado de la guerra que nunca se va a contar al mundo: la foto de Anatoli y Deidra con el cigarro, la de Nicola sentada en las ruinas, Artyom escribiendo en la trinchera, Rhett con los gatitos... A nadie le importarán nuestras fotos, pero realmente somos nosotros los que estamos viviendo esta guerra y quienes habremos muerto por escribir la historia.
Ángel suspiró con frustración por saber que lo que decía Sasha era cierto. La idea de que nunca nadie recordara o siquiera le importara todo el infierno que estaban sufriendo, lo ahogaba en la impotencia y desesperación. No quería que lo hicieran un héroe, pero quería que la gente supiera que había sobrevivido a cosas inhumanas, si es que lo hacía.
La mano de Sasha tembló sujetando de nuevo la botella, sintiendo de nuevo el sabor asquerosamente fuerte de la bebida en su boca, notando el calor mientras bajaba por su garganta y el dolor al llegar al estómago. Le ofreció la botella a Ángel y este la aceptó bebiendo con el mismo ánimo.
—¿Por qué no acaba de una vez? —murmuró el rubio mientras Ángel bebía.
Ángel sólo suspiró al no poder responder aquella pregunta que él tanto se hacía. Por eso sólo pudo devolverle otra pregunta.
—¿Luciel va a regresar a Kursk?
—Por ahora no. Escribió la semana pasada, le escribiré antes de irme a Tobolsk... Pero dice que todo sigue igual por ahora. El general me dijo que ya se aceptó mi petición para traerlo de vuelta a Kursk, pero quién sabe cuándo le llegará a él la información. No quise decirle nada para no desesperarlo más.
—Cuando vuelva a Kursk, lo recibiremos de tu parte.
Sasha sonrió y asintió antes de volver a toser.
—Dile a Edgar que le tome una foto cuando regrese, y me la mandan con una carta hasta Tobolsk.
—Te prometo que lo haremos —Ángel sonrió de vuelta y buscó la mejilla de Danilov debajo de la bufanda para poder besarlo allí.
—Y prométeme que me vas a ir a ver cuando todo acabe.
—Te lo prometo.
Sasha sonrió, finalmente recuperando un poco de fuerza en su mirada, la justa como para hacer sonreír también a Ángel.
—Ven.
Los dos pudieron sentir un calor débil desprenderse de los labios del otro en el momento del beso. Un beso con sabor a alcohol en las ruinas de una escuela bajo una nevada en mitad de Kursk, no era con lo que Ángel y Sasha habían soñado en su adolescencia, jamás se les ocurrió que pudiera ser tan perfecto algo como eso.
Ese beso duró hasta que los dos necesitaron respirar. Y después de este sólo se quedaron acurrucados, creyéndose con el suficiente calor como para dormir hasta el amanecer.
—Te quiero, Ángel, no tienes idea de cuánto.
Le colocó una mano en la mejilla, sintiendo cómo esta estaba caliente por la bufanda y la fiebre, contrastando con sus dedos helados.
—Espero que al menos sea la mitad de lo que yo te quiero a ti, Sasha.
Con esas palabras aún resonando en el aire, consiguió la calma suficiente como para poder dormir sin separarse de Ángel.
Como era costumbre, se aseguró de que Danilov respiraba, y finalmente también se dejó dormir en aquel abrazo que parecía más que suficiente para protegerlos de la nevada. Así permanecieron hasta el amanecer, cuando Ángel se despertó con los escasos rayos de luz que se asomaban entre el cielo ya despejado.
Ya había un poco de sol, pero la nevada había bajado la temperatura; se trataba de la mañana más fría que iba a sentir en toda su vida.
—¡Sasha! ¡Sasha, por favor!
Ninguno de los dos había imaginado que ese beso con sabor a alcohol que jamás soñaron en su adolescencia, iba a ser también el último que tendrían.
No importaba cuánto lo agitara, qué tan alto le gritara, Sasha ya no reaccionaba. Sus súplicas eran en vano. Intentó incluso despertarlo metiéndole un poco de vodka en la boca, con la esperanza de que la sensación de ahogo lo despertara, pero no fue así. El líquido se escurrió por sus comisuras sin alertarlo en absoluto.
Quizá había sido el frío, quizá el límite ya rebasado de su cuerpo enfermo, quizá el haberse rendido frente a la enfermedad finalmente. Había cedido, le dijo a Ángel que iba a dejar de pelear, que quería volver a casa. Pero él nunca pensó que fuera a dejar de luchar contra su cuerpo, y Sasha tampoco, él no quería morir. Parecía condenado a tener pelear para sobrevivir, no sólo en la guerra, sino en su propio cuerpo.
No lo hubiera dejado rendirse si hubiera sabido que lo iba a perder. Se sintió tan miserable al pensarlo.
Pero fue la expresión tranquila en el rostro de Sasha lo que le hizo ver que al fin él había dejado de sufrir. Ya no tendría que luchar por su vida, ya no tendría que soportar lo que pocos merecían. Y aquellas palabras que se dijeron antes de caer dormidos le regalaron a Aleksander una felicidad plena durante sus últimos minutos de consciencia.
Había muerto sin saberlo, había muerto feliz junto a quien más amaba y sabiendo que era amado... El dolor de Ángel se calmaba levemente al saber que Aleksander había tenido la muerte dulce que merecía después de pagar una condena de vida amarga.
14 de febrero de 1943 | Kursk
Finalmente había llegado a la calma que tanto ansiaba desde que llegó a la base con el cuerpo de Sasha en brazos.
Se permitió llevarlo sólo con su uniforme puesto. Ya no necesitaba todos los abrigos que lo habían mantenido tibio en sus últimos minutos de vida. Así podía verlo mejor, así podía recordarlo como aquel chico siberiano que se quitaba el abrigo nada más llegar a la base.
Y al quitarle las capas de ropa encontró una carta en su bolsillo. Se la llevó asumiendo que era alguna instrucción o informe para los comandantes. Pero al estar a punto de entregarla, después de que Rhett se hiciera cargo de Aleksander, como siempre hacía cuando regresaba de una misión, se dio cuenta de que él era el destinatario.
Sufrió esas horas sin poder seguir llorando en soledad. Esas horas de responder informes, de explicar lo visto en la misión. Le quemó el alma tener que firmar la defunción de su novio después de entregar su placa para que fuera registrado.
Entendía a Aleksei el día en que Misha murió, y tuvo que aguantar la entereza durante la reunión. Y al recordar cómo había hablado con Sasha de eso sólo unas horas atrás, la idea irreal de que Sasha ya no estaba con él, se hacía cada vez más presente.
"Si uno sabe querer, así mismo sabrá olvidar." Esas palabras lo torturaban. Deseaba no haberlas mencionado la noche anterior. Jamás brindaría con esa frase de nuevo. Eso pensaba hasta que a la hora de la cena se permitió un trago tratando de revivir el calor que compartió con Aleksander la noche anterior.
Esa frase era para los desamores, para hacerse sentir mejor después de algún corazón roto, para olvidar ese dolor. Pero Aleksei y Ángel lo habían pintado en una situación extrema, una situación donde aquella frase no aplicaba. Él no quería a Sasha, él lo amaba, por eso no podría olvidarlo, y tampoco el dolor de perderlo.
Cuando llegó a la tienda de campaña, al fin solo, se sentó sobre la cama de Sasha, aún sin aceptar que ya no vería su silueta durmiendo sobre ella en las noches, y sacó la carta para poder leerla finalmente.
Cuando te veo dormir sé que tus padres no pudieron escoger un mejor nombre para ti, Ángel.
¿Al fin lo pronuncio bien? Nunca me lo has corregido pero tú siempre lo pronuncias diferente a todos, Lander también lo pronunciaba distinto, y aunque sea una palabra que crecí escuchando casi cada día, no le encontré el verdadero significado hasta que la escuché en otro idioma, Ángel.
Esta no es la primera carta que te escribo sin hacértela llegar, pero tengo miedo de que sea la última. Las guardo bajo mi cama para que cuando yo ya no esté, puedas seguir leyendo lo mucho que te amo.
Espero que no me olvides tan rápido, y creo que no será muy fácil olvidar al chico que te escribió más de diez cartas aún estando juntos para que las leyeras cuando él muera.
Mañana en la mañana nos iremos de aquí, nos iremos a Kursk con los demás. Mentiría si dijera que quiero ir. Sí extraño a los chicos, pero Stalingrado ya se volvió una parte de mí, después de todo, ha sido el escenario de los mejores y peores momentos de mi vida. Ya sabemos bien que incluso (justo ahora acabo de vomitar, es asqueroso, ¿verdad? Pero en serio dolía demasiado...) en la guerra puede haber vida. Y tú te volviste la mía.
Hemos vivido demasiado y duele despedirse del lugar donde nació la vida que ahora tengo, donde conocí a mis compañeros, amigos, y sobre todo, a ti, mi amor.
Seguramente te enojes al saber que en vez de dormir, me estoy desvelando para escribirte una carta que no te voy a dar, pero no puedo evitarlo. Prometo que nada más terminar, me volveré a acostar contigo para irnos juntos mañana. Déjame verte dormido un rato más, por favor.
Quizá esta no sea la última carta que te escriba antes de morir, ya sea por la guerra o por la enfermedad, pero es seguro que esta será la última carta que te firme como hago siempre. Por eso me despediré de la ciudad dejándote la única foto nuestra que tengo, y diciéndote que, como siempre, te escribo
con amor, desde Stalingrado.
Aleksander Romanovich Danilov.
Sasha.
Pues feliz 14 de febrero, queridos míos <3
Aunque esta sea la última parte de la historia, realmente no lo es, pues planeo hacer un epílogo. Pero no sé todavía cuando lo subiría, estén al pendiente jsjs
Ay dios mío, porque esta despedida la estoy escribiendo como una semana o dos después de terminar de escribir... y el capítulo lo empecé como en noviembre u octubre del año pasado, sino estaría aquí llorando.
Debo contar que la parte en la que más me trabé fue en el momento empalagoso de Sasha y Ángel acurrucados en unas ruinas en mitad de la nada... Quise ponerle muchas más cosas a su plática pero por practicidad tuve que recortar, y de todas formas el capítulo quedó muy grande. Podemos estar de acuerdo en que fue el capítulo más potente de todos... Dos niños, dos niños perdí en un solo capítulo ;_; Iban a ser tres, pero Anatoli me dio penita, debo confesarlo </3
Hay muchas referencias y quien entendió, entendió, y sino, puedo hacer un capítulo explicando cositas o preguntas <3
Originalmente esto iba a ser un one-shot AU para San Valentín del año pasado pero miren en dónde estamos... y con Luciel muerto en mitad del desierto, posiblemente aventado en una fosa común, pero vivito en el corazón de Hotaru ;_;
Con mucho más que decir, procedo a despedirme hasta que salga el epílogo y más adelante, la versión completa porque en cuatro one-shots no se puede resumir todo. Gracias por leer <3
Atsushi~
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