
➵┆Cᴀᴘ. 07┆ᴠᴇʀᴅᴀᴅᴇs.
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J. Jung Kook
Nahyun desapareció de la cocina junto a su hijo Jung, dejando tras de sí una escena que, por un instante, me pareció ajena. Su felicidad era palpable, se reflejaba en su mirada, en sus gestos, en la manera en que envolvía a su hijo con ternura.
Era radiante.
Era dedicada.
Era todo lo que yo no tenía.
En casa, la historia era diferente.
Nada de amor, nada de paz, nada de esa sensación de hogar que debería existir entre dos personas que alguna vez juraron quererse.
Solo desprecio.
Solo amargura.
Cada vez que cruzaba el marco de la puerta principal de mi casa, sentía el peso de una realidad que ya no podía negar.
Los insultos de mi esposa.
Sus múltiples engaños.
Su indiferencia.
No merecía ese trato, no merecía cada golpe que la vida me lanzaba con furia contenida. Pero sí merecía esta sensación de derrota. Merecía el vacío. Merecía el castigo silencioso de la realidad.
Por ser un tremendo cobarde.
Por ser conformista.
Por no luchar.
Porque, en el fondo, todo lo que me ocurría era consecuencia de mis propias decisiones.
Las malas.
Las erróneas.
Las que me habían arrastrado hasta este punto donde ni siquiera podía imaginar una salida. Y ahora, viendo lo que tenía Nahyun, lo que había construido, lo que protegía... El peso de mis errores era más insoportable que nunca.
Thomas me había estado hablando desde hacía unos minutos, pero ni siquiera presté atención a las palabras que salían de su boca. Mi mente estaba en otra parte.
En Nahyun.
En la forma en que desapareció de la cocina con su hijo, con esa presencia radiante que parecía inalcanzable para mí.
—¿Mi esposa te dejó embobado? —su tono burlón me sacó de mis pensamientos.
La risa en su voz no tenía nada que ver con el tema de conversación. No. Solo hablaba de su hermoso trasero.
Mi mandíbula se tensó.
Le sostuve la mirada antes de responder con calma, pero sin dejar espacio a interpretaciones erróneas.
—Es tu esposa. Por ende, la respeto. Y respeto tu persona —mi voz fue firme, puntual.
No quería malos entendidos. Y menos con un CEO que estaba en bancarrota.
—Ahora, debemos fijar mis condiciones —me acomodé en la mesa del comedor, dejando claro que no planeaba perder más tiempo.
Thomas me siguió el movimiento, sentándose frente a mí con demasiada confianza para alguien en su situación.
—Perfecto —su tono era relajado, casi despreocupado—. Aceptaré todo lo que me pidas —dijo aquellas palabras sin saber lo que le esperaba.
No tenía idea.
—Quiero estar en cada una de las reuniones —mi voz no admitía negociaciones—. No importa si son para discutir los errores de cada proyecto o las mejoras del producto. Estaré allí —empecé con un tema sencillo, algo que era lógico y fácil de cumplir. Mis condiciones no eran complicadas. Pero sí necesarias—. Si algún empleado de tu edificio no es de mi agrado o simplemente no sabe cómo hacer su trabajo, me encargaré de buscar nuevo personal.
Thomas se removió ligeramente en su asiento.
Le sostuve la mirada y continué.
»—Tener un gran edificio no significa simplemente llenarlo de personas para ocupar espacio. Se necesita inteligencia —bajé levemente el tono de mi voz, dándole un matiz calculador—. Una sola persona puede ser capaz de generar ideas, desarrollar diseños. Por eso, dejaremos que él o ella forme su equipo de trabajo según nuestra conveniencia.
Thomas asintió lentamente, su expresión transformándose en algo más serio.
»—Y, por último… —saqué el documento donde estaban desglosadas mis condiciones, apoyándolo sobre la mesa con una sonrisa afilada—. Necesito una oficina en tu edificio mientras arreglo el desastre que has creado… y una secretaria —mi tono no dejó dudas.
—¿Algún gusto en particular? —Thomas sonrió con burla—. Hay mujeres hermosas en mi empresa.
Repulsión.
Eso sentí al escucharlo.
¿Acaso su esposa no era suficiente para él? Nahyun era la más bella de todas. No dudé ni por un segundo antes de responder con precisión quirúrgica.
—Quiero que tu esposa sea mi secretaria.
Su expresión cambió.
Me incliné levemente sobre la mesa.
—Tiene un currículum maravilloso —no era mentira. Pero tampoco era la razón real.
Yo la quería a mi lado.
Cada segundo de su vida.
Thomas frunció el ceño, visiblemente dudoso.
—¿Mi esposa?
Mi mirada no vaciló.
—Sí, ¿No he sido claro? —mi tono se endureció.
Thomas se removió en su asiento, incómodo.
—Pero Señor Jeon… —exhaló con frustración.
—No creo que ella esté dispuesta a aceptar el trabajo.
Él estaba convencido.
Pero entre nosotros dos…
Yo la conocía mejor.
Sabía que aunque se negara, trabajaría para mí.
Ella necesitaba el trabajo.
Y yo la necesitaba a ella.
Me incliné un poco más, sin borrar la afilada sonrisa de mi rostro.
—Esas son mis condiciones —dejé caer el peso de la última sentencia con precisión calculada—. Convéncela… si no quieres que nuestro trato sea exonerado.
Terminé con firmeza, levantándome de la mesa y acomodando mi saco con lentitud.
Thomas se quedó en silencio.
Por primera vez en toda la conversación, parecía realmente considerar lo que acababa de suceder. Thomas permaneció en silencio, su mandíbula apretada, su expresión tensa.
Por primera vez, parecía darse cuenta de la magnitud de lo que acababa de suceder. Yo no era un simple socio interesado en salvar su empresa.
No.
Yo tenía mis propios intereses.
Y Nahyun era parte de ellos.
Me giré sin esperar respuesta, avanzando con pasos calculados hacia la salida de la casa. Mientras ajustaba mi saco, sentí la mirada de Thomas clavada en mi espalda, llena de preguntas que no se atrevía a formular.
No necesitaba hacerlo.
Porque la negociación ya estaba hecha.
Porque ahora todo dependía de él.
Y de cuánto estaba dispuesto a ceder.
[➵]
Miré el reloj y, por un instante, deseé que la tierra me tragara, ¿Era una mala idea aparecer por la empresa de Tuan justo después de haber firmado nuestro trato? ¿Era demasiado pronto? La incertidumbre se instaló en mi pecho, pero no podía permitirme dudar ahora.
Inspiré hondo, soltando el aire con lentitud mientras tomaba mi saco azul marino, el que tenía finas líneas blancas que recorrían el tejido con elegancia. El diseño en las mangas siempre había sido mi detalle favorito, un pequeño recordatorio de que, incluso en los negocios más agresivos, la presentación lo era todo.
Me acerqué a mi pequeña y le deposité un dulce beso en la frente, permitiéndome un instante de calidez antes de salir corriendo hacia la entrada principal de mi hogar. Mi chófer ya esperaba en la camioneta blindada, con la postura erguida de quien conoce perfectamente su tarea.
Él no necesitaba indicaciones.
Ya sabía la ubicación.
Solo debía poner el auto en marcha y llevarme hasta el edificio de doce pisos donde el gran nombre “The Magic Tuan” sobresalía imponente contra el cielo.
El momento había llegado.
Y yo estaba listo para enfrentarlo.
—Te llamaré para que vengas a recogerme.
—Suerte, Señor Jeon.
Y vaya que la necesitaba.
Inspiré hondo, ajustando mi saco antes de cruzar la entrada del imponente edificio de doce pisos. Nada más poner un pie dentro, mis ojos recorrieron el espacio con rapidez.
Una gran cantidad de mujeres trabajaban en escritorios modernos, sus dedos danzando sobre teclados, sus miradas concentradas en las pantallas de sus computadoras. Pero en cuanto notaron mi presencia, el aire pareció cambiar.
Las conversaciones se apagaron.
Las miradas se alzaron.
Y, por un instante, todo pareció detenerse.
La sorpresa era evidente en sus rostros.
Lo entendía perfectamente.
No era solo por mí, por el nuevo socio que entraba en su espacio sin previo aviso. Era por la ausencia total de hombres en la empresa, ¿Acaso no había ninguno aquí? Manteniendo la postura erguida, avancé por el pasillo con paso seguro, dejando que el entorno se desplegara a mi alrededor.
El diseño era moderno, pero acogedor.
Los tonos verdes, blancos y azules predominaban en el espacio, proyectando una imagen de frescura y sofisticación. Demasiado refinado para alguien que estaba en bancarrota. Pero, precisamente por eso, estaba aquí.
Para cambiar eso.
Para reconstruir lo que Thomas había dejado caer.
—¿Ese no es el señor Jeon? —la voz de una rubia de ojos café claros rompió el murmullo habitual de la oficina.
Su pregunta iba dirigida a la chica de tez oscura que estaba a su derecha, quien solo negó levemente, como si aún no estuviera segura.
¿Acaso creen que no las escucho? Soy irresistiblemente guapo, pero no sordo.
—¿Acaso querrá publicar algún libro con nosotros? —el tono emocionado de una pelirroja llamó mi atención— O mejor aún, ¿querrá que nosotras seamos modelos para su publicidad?
—No lo creo. No tiene cara de venir a publicar un libro con nosotras, y menos de querer hacernos una entrevista. No lo solicitamos —su compañera, una morena con cara de pocos amigos, soltó una respuesta sin rodeos.
Ah, sí… como si realmente creyera que vine con fines malvados.
—¿Quién es él? —esta vez, la pregunta vino de una mujer mayor, de cabello platinado y rostro marcado por la experiencia.
La rubia con el cabello recogido la miró con sorpresa, como si no pudiera creer su falta de conocimiento.
—¿Cómo no vas a saber quién es el señor Jeon? —su tono estaba teñido de incredulidad.
—Es un empresario, dueño de Imperial’s Jeon.
Bien. Al menos alguien aquí tenía información correcta.
Me detuve en mi andar, girándome hacia ellas con una sonrisa perfectamente calculada.
—Disculpen, señoritas… ¿saben dónde se encuentra la oficina del Señor Tuan? —mi voz fue suave, educada, pero lo suficientemente firme como para llamar su atención.
Ellas me miraron sorprendidas.
Tal vez pensaban que alguna de sus suposiciones sobre mí eran acertadas.
Pero no.
Todo lo que creían era totalmente falso.
La pelirroja, aún con una sonrisa en el rostro, respondió con amabilidad.
—En el piso diez, al final del pasillo.
Le sostuve la mirada por un segundo antes de asentir.
—Gracias.
No hubo más palabras.
Solo el peso de mi presencia y la curiosidad que aún flotaba en el aire mientras avanzaba hacia mi destino.
[➵]
Me sudaban las manos, ¿En serio? ¿Yo, Jeon Jung Kook, nervioso por encontrarme con Nahyun en cualquier momento? Era absurdo.
Patético.
Pero por más que intentara negarlo, el peso de su presencia seguía acechando en mi mente. Porque, tarde o temprano, íbamos a cruzarnos. Y cuando eso pasara... Nada volvería a ser igual.
—Buenos días —después de tres toques en su puerta y el permiso de una voz masculina para entrar, ingresé en el extenso espacio.
La atmósfera en la oficina tenía un contraste marcado: la elegancia y el orden del espacio chocaban con la tensión latente que emanaba de la figura sentada en la silla. El aire parecía más denso, cargado de algo que no podía verse, pero sí sentirse. Cada pequeño detalle del lugar parecía diseñado para proyectar calma y profesionalismo, desde la disposición de los muebles hasta la luz que filtraban las cortinas.
Pero nada podía disfrazar el aura de furia que se desprendía del hombre sentado frente a mí, aún sin girarse. La rigidez de su postura, el agarre firme en los apoyabrazos, la forma en que el ambiente se moldeaba alrededor de su presencia... Algo estaba a punto de desatarse.
—Buenos días —aquella voz familiar resonó en la habitación, impregnada de una dureza imposible de ignorar.
Su tono no tenía rastro de cordialidad.
Solo enojo.
Puro, crudo, contenido.
—¿Cómo te atreves a aparecerte en la oficina de mi esposo después de lo que acordaron? —giró la silla con firmeza, dejándome verla de frente.
Cara a cara.
Ella estaba furiosa.
Y con razón.
Maldecí en mi cabeza.
No esperaba que mis pensamientos se hicieran realidad.
Quería verla, sí.
Pero no así.
No en medio de una guerra que apenas comenzaba.
Inspiré hondo, pero antes de que pudiera formular una respuesta, su risa burlona perforó el aire.
—¿No lo esperabas? —su mirada me sostuvo con una mezcla de desafío y rabia contenida—. Eres tan inteligente e imbécil a la vez que sabías que estaría aquí —el filo en sus palabras fue inmediato—¿Qué es lo que quieres? —su voz subió ligeramente en intensidad, la ira tomando el control— ¡Aléjate de una vez de mi familia!
El golpe de su sentencia se sintió como un muro levantándose entre nosotros. Pero lo que ella aún no sabía… Es que no iba a retroceder.
No esta vez.
La tensión en el ambiente era sofocante, tan densa que parecía un muro imposible de atravesar. Decir que podía disiparla habría sido una mentira descarada. Nahyun estaba furiosa, con esa clase de enojo que no dejaba espacio para explicaciones ni segundas oportunidades. Sabía que no estaría dispuesta a decirme lo que realmente había hablado con Thomas. Y, mucho menos, a darme una respuesta sobre lo discutido anoche.
Había cerrado todas las puertas.
Y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que no tenía forma de abrirlas.
—Nahyun, lo lamento —mi voz salió baja, consciente de que nada que dijera aliviaría su enojo. Pero no quería empeorar su día.
Ella, sin embargo, ni siquiera dudó antes de responder con una furia visceral.
—¿Y ahora de qué me sirven tus lamentos? —su mirada se encendió con rabia, su cuerpo entero reflejando el peso de su frustración contenida—. Mi hijo pregunta por tí, ¡maldita sea!
Su tono se quebró.
Pero no era tristeza.
Era furia.
Dolor.
Puro, crudo, imposible de ignorar.
»—Date cuenta. ¿Qué le dirás a tu hija?
El golpe de sus palabras se sintió como un latigazo.
Fruncí el ceño, confundido.
—¿Qué le diré a mi hija? ¿De qué hablas?
¿Qué tenía que ver Minha en todo esto?
Nahyun me sostuvo la mirada, con los ojos brillando por las lágrimas que se negaba a dejar caer.
—Jung Kook, no te mientas —su voz se volvió un susurro, pero la firmeza en ella era imposible de ignorar—. Sabes que Minha no es tu hija.
Mi estómago se hundió.
—Y que Jung no es hijo de… Thomas —el aire en la habitación pareció detenerse.
Las lágrimas finalmente se deslizaron por sus mejillas, en una herida abierta que volvía a sangrar por mi culpa.
Otra vez.
No podía con sus palabras.
Con la certeza en ellas.
¿Cómo sabía que Minha no era mi hija? Era imposible que alguien se lo hubiera dicho. Sun Hee jamás lo permitiría.
—¿Cómo sabes que Minha no es mi hija? —mi voz salió más baja de lo que esperaba, más rasposa.
Tarde o temprano lo sabría.
Pero no ahora.
No en este instante.
Cuando aún intentaba recuperar lo poco que quedaba de nosotros.
Nahyun parpadeó, como si por un momento dudara en responder.
Pero lo hizo.
—Y-Yo... Solo lo sé —su voz se quebró. Llevó los dedos a su rostro, limpiándose las lágrimas con brusquedad—. Conocía muy bien a Sun Hee —sus ojos me sostuvieron con una intensidad imposible de ignorar—. Y es capaz de hacer lo que sea por conseguir lo que realmente quiere —sus labios temblaron levemente—. En ese momento, eras tú lo que ella quería —soltó el aire con fuerza, como si decirlo fuera una confesión pesada—. Y te amarró de esa forma.
Mis manos se apretaron en puños.
»—Lo siento —la disculpa apenas salió de sus labios antes de que los mordiera con fuerza, tratando de contener el sollozo que aún amenazaba con salir.
—No lo sientas —mi tono fue firme.
Seguro.
—Yo, en cierta forma, hice lo mismo que ella al embarazarte a tí.
No me arrepentía de haberlo hecho.
Jung era increíble.
Jung era hermoso.
Jung era mío.
—Lo sé —su respuesta salió como un susurro.
Pero luego, su mirada endureció.
—Pero no funcionó, Jung Kook —la certeza en su voz fue como un puñal.
¿Creía que me rendiría tan fácilmente? Me acerqué un poco, sosteniéndole la mirada.
—¿De verdad lo quieres? ¿Deseas estar con él para toda la vida?
Su mandíbula se apretó.
Su cuerpo se tensó.
Su expresión cambió.
Negó con la cabeza con urgencia, como si mi pregunta fuera un golpe demasiado fuerte.
—Jung Kook, no me hagas esto —su voz se volvió un ruego.
Lleno de miedo.
Lleno de tristeza.
Mi pecho se apretó.
—¿Hacerte qué?
Ella tomó aire con dificultad.
—Dudar de mi amor hacia mi esposo —su mirada se ensombreció—. No lo hagas —su cuerpo se tensó aún más—. Porque no caeré en tu juego —exhaló con lentitud, recuperando el control de su expresión—. Y no volveré contigo.
Sin más, se sentó nuevamente en la silla del jefe.
Su postura erguida.
Su mirada firme.
Volvió a cruzar las piernas con elegancia, acomodando su vestido floreado blanco con un aire de absoluta determinación.
—Me dejaste como una basura maloliente en una esquina —sus ojos se fijaron en los míos, cargados de resentimiento—. Sola —su mandíbula se tensó—. Y muy adolorida —tomó aire con lentitud antes de continuar—. No fue fácil para mí aceptar que tu padre había hecho un trato con otra empresa —sus labios se curvaron en una sonrisa amarga—. Mi matrimonio arreglado —su voz se volvió fría
—Yo solo…
Parpadeó.
Su mirada se endureció.
—Te acobardaste —el golpe de su sentencia fue brutal—. Como cualquier hombre lo haría cuando las cosas se ponen difíciles.
Dolió.
Porque era la verdad.
Mi mandíbula se apretó antes de responder.
—No, Nahyun —mi voz sonó más ronca de lo que esperaba—. No ha sido fácil vivir sin ti.
Ella soltó una carcajada seca.
Vacía.
—Tus palabrerías baratas no funcionan conmigo —su mirada me recorrió de arriba abajo. Como si yo no fuera más que una sombra insignificante ante ella—. Y otra cosa. Su tono bajó, afilado como una hoja—. Anula el contrato con mi esposo.
Mi respiración se detuvo.
»—No seré tu secretaria —sus ojos brillaron con una mezcla de determinación y desafío—. Ni hoy —tomó aire con calma—. Ni nunca —el peso de su sentencia cayó sobre mí como un golpe seco.
Pero si pensaba que todo terminaba aquí…
Estaba equivocada.
Nahyun me sostuvo la mirada, firme, inquebrantable. Su postura erguida, el desafío en sus ojos, la determinación en cada palabra que había soltado… Era evidente que no iba a retroceder. Pero yo tampoco.
Inspiré hondo, manteniendo la compostura, aunque por dentro, el caos seguía rugiendo. Me incliné ligeramente hacia adelante, apoyando las manos sobre la mesa con absoluta calma.
—No voy a anular el contrato, Nahyun.
Su expresión se endureció, sus labios apretándose en una línea tensa.
—No voy a aceptar el trabajo —su tono fue cortante, afilado como una hoja.
Sonreí levemente.
—Entonces tienes un problema.
Su mandíbula se tensó aún más.
—No tienes derecho a obligarme.
Me enderecé lentamente, observándola con atención.
—No te obligaré.
Mi voz fue baja, pero precisa.
—Pero tampoco cambiaré mis condiciones.
Su respiración se aceleró levemente, pero no permitió que sus emociones la delataran.
—Jung Kook… —su tono bajó solo un poco, como si la incertidumbre comenzara a rozar la barrera que había construido—. Deja de jugar.
Mantuve la mirada fija en ella, sin vacilar.
—No es un juego, Nahyun —le sostuve la mirada con absoluta seguridad—. Es tu realidad.
El silencio cayó sobre la habitación, cargado de algo más profundo.
Algo que ninguno de los dos estaba dispuesto a nombrar.
Todavía.
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¡Holaaa, mis bebus!
Estoy de vacaciones... Pero solo por dos semanas😢... Trataré de actualizar lo más que pueda esta historia.
Espero les haya gustado 🥰
Meta del capítulo:
60 votos y 20 comentarios
Gracias por leer ❤️
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03/05/2025
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