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➵┆Cᴀᴘ. 03┆ᴛᴇ ᴏᴅɪᴏ, ᴊᴇᴏɴ.


Capítulo dedicado a:
cris-_

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     —¡Minha! —escuché aquel grito de una voz muy familiar.

     Mis ojos se encontraron con los suyos y en ese instante, el tiempo pareció detenerse. La sorpresa me recorrió como un escalofrío, una mezcla de emociones se agitó en mi pecho. No esperaba ver a esa persona aquí, no después de tanto tiempo, no en medio de todo esto.

     Su expresión era un reflejo de la mía: confusión, incredulidad y algo más profundo que no podía definir de inmediato. La multitud a nuestro alrededor se difuminó, quedando solo el peso de aquella mirada que decía más de lo que las palabras podrían expresar.

     Mi respiración se tornó pausada, y por un instante, no supe cómo reaccionar, ¿Era el destino jugando con nosotros? ¿O simplemente una coincidencia inesperada?

     —¡Nana! —mis ojos empezaron a cristalizarse. Desde que me fui con Thomas a su mansión, no la había visto más— ¡Estás realmente hermosa! —me puse de pie y tomé a ambos niños de las manos, acercándonos a ella.

     La emoción del reencuentro se sintió como un cálido abrazo en medio de la multitud. Nana lucía tan hermosa como siempre, pero había algo en su mirada, un brillo especial que no recordaba haber visto antes.

     Me acerqué con Jung y Minha de la mano, sintiendo cómo la nostalgia se mezclaba con la felicidad de tenerla frente a mí después de tanto tiempo.

     —¡Tú estás radiante! El embarazo te sentó de lo mejor —exclamó con entusiasmo, sus ojos recorriéndome con genuina alegría.

     Su voz tenía esa dulzura única, una calidez que nunca había cambiado.

     —¿Y ese pequeño quién es? —preguntó, inclinándose con curiosidad para apretar la mejilla de Jung.

     Mi hijo, con su ternura infinita, respondió con su vocecita adorable:

     —Soy Jung —dijo con una sonrisa— Ella es mi mami, Nahyun.

     Mi corazón se llenó de emoción. No podía evitarlo. Ver a mi pequeño presentándose con esa confianza, con esa dulzura innata, me hacía sentir una mezcla de orgullo y ternura absoluta.

     El reencuentro tenía un significado más profundo de lo que había imaginado. El pasado y el presente se entrelazaban, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que todo estaba exactamente en su lugar. 

     El aire a mi alrededor pareció volverse más denso. La mirada de Nancy me atrapó en un instante, cargada de una intensidad que no pude descifrar. No era solo curiosidad, había algo más en sus ojos, algo que me hizo sentir expuesta, como si pudiera ver más allá de lo que yo misma quería admitir.

     Mi corazón latió un poco más rápido, ¿Qué era exactamente lo que había descubierto? ¿O solo era mi mente jugando conmigo, alimentando una paranoia que no tenía fundamento?

     Tragué saliva y traté de mantener mi expresión neutral, aunque la incomodidad ya se había instalado en mi pecho. Jung, ajeno a la tensión, seguía con Minha, riendo suavemente, completamente despreocupado de la energía que acababa de cambiar entre Nancy y yo.

     —Yo era la Nana de tu mamá, ¿Tú tienes una? —mi pequeño asintió— ¿Cómo se llama? —Sonrió mostrando sus dientes.

     —Se llama Mirtha. —Respondió Jung estableciendo una conversación con mi nana, mientras pensaba seriamente de quien era la niña que sostenía mi mano con tanta confianza.

     Nancy sonrió con ternura al escuchar la respuesta de Jung, asintiendo con aprobación. Su mirada cálida parecía envolver al pequeño en un aire de familiaridad.

     —Mirtha, qué bonito nombre —comentó suavemente—. Seguramente te cuida muy bien, ¿verdad?

     Jung asintió con entusiasmo, sus ojitos brillando con orgullo.

     —Sí, me ayuda con muchas cosas y hace unas galletas riquísimas —añadió con alegría, dejando salir un pequeño suspiro soñador—. Pero mi mami hace las mejores.

     Nancy soltó una risa suave, divertida por su comentario.

     —Eso suena delicioso. Tendré que probar esas galletas algún día —dijo con simpatía antes de dirigir su mirada hacia Minha.

     Jung, con su curiosidad inagotable, giró hacia la niña con el mismo interés.

     —¿Y tú, Minha, tienes nana? —preguntó con inocencia, deseoso de conocer más sobre ella.

     La niña solo señaló con firmeza. 

     —Yo soy su nana. 

     Sonreí inconscientemente ante su respuesta, pero la expresión de Nancy cambió de inmediato. Se puso de pie con elegancia, su postura reflejando cierta urgencia. 

     —Vine a buscarla porque su padre está muy preocupado por ella —informó con serenidad. 

     Asentí, comprendiendo la situación. 

     —No te preocupes, Jung y Minha podrán jugar luego —dije con suavidad, queriendo calmar cualquier tensión—. Quizás se hagan amigos, ¿verdad, mi amor? 

     Jung me miró con entusiasmo, pero antes de responder, Minha inclinó la cabeza con curiosidad. 

     —¿Los amigos se besan? —preguntó con inocencia, su vocecita clara y llena de genuina curiosidad. 

     Su pregunta me hizo inclinar la cabeza, queriendo ver mejor su expresión, pero antes de que pudiera contestar, Jung reaccionó de inmediato. 

     —¡Iug! —exclamó con una mueca de asco— ¡Los amigos no hacen eso! Hacen cosas divertidas. 

     Su respuesta fue tan espontánea que Minha soltó una risita encantadora. La risa de los niños era lo más puro del momento, envolviéndolo en una ternura genuina. 

     Justo cuando el ambiente se sentía ligero y despreocupado, una voz masculina interrumpió la escena, profunda y firme, creando un cambio inmediato en la energía de la conversación. 

     —¿Nancy, encontraste a Minha? 

     El aire cambió en un instante. La voz masculina se deslizó entre la conversación con un tono firme, pero no agresivo. Me puse tensa de inmediato, sintiendo un ligero escalofrío recorrer mi espalda. Nancy, que hasta ahora había mantenido una expresión serena, giró con rapidez hacia el hombre que acababa de hablar.

     Minha, al escuchar la voz, se volteó con ojos brillantes y una sonrisa automática.

     —¡Papá! —exclamó con alegría.

     Mi corazón dio un vuelco. La figura frente a nosotros irradiaba presencia y aunque todavía no lograba enfocar completamente su rostro, algo en su tono y en la energía que proyectaba me ponía nerviosa.

     Nancy, con una postura profesional, pero relajada, respondió con tranquilidad.

     —Sí, señor, la encontré. Estaba jugando con Jung —explicó, su voz firme pero con un dejo de respeto.

     Nancy se apartó un poco, como si quisiera dar espacio para lo inevitable. El hombre, con su presencia imponente y aquella voz profunda que parecía resonar en el aire, caminó con seguridad en mi dirección. 

     Sentí un nudo en la garganta, una súbita necesidad de desaparecer, de que la tierra me tragara sin dejar rastro. ¿Qué hacía él aquí? ¿No debería estar bien lejos, como siempre lo había estado? ¿Como lo había hecho durante años, manteniéndose ausente, como si nuestra historia jamás hubiera existido? 

     Y sin embargo, ahí estaba, avanzando con esa calma exasperante, como si la distancia que nos separaba nunca hubiese sido real. ¿A qué venía ahora? ¿Quería hablar conmigo? ¿Pedir disculpas otra vez por todos sus errores, como si el tiempo pudiera borrar lo que hizo? 

     Estaba claramente fuera de su juicio si pensaba que unas cuantas palabras podían cambiar algo. Y si por alguna razón creía que me encontraría dispuesta a escucharlo, entonces definitivamente tenía que reconsiderar su perspectiva sobre la realidad. 

     Hijo de la vecina… porque su mamá, al menos, me caía muy bien. 

     Rodé los ojos al verlo.

     —Jung Kook… —murmuré, dejando claro mi irritación.

     Él, con su eterna expresión de suficiencia, me devolvió una sonrisa cínica.

     —Nahyun… —pronunció mi nombre con una calma exasperante antes de soltar un comentario que ignoré de inmediato—. Estás hermosa.

     No le di el placer de una respuesta. En cambio, me acerqué, cerrando la corta distancia entre nosotros con pasos firmes. Jung y Minha estaban a mi lado, y sin titubeos, tomé la pequeña mano de Minha y se la entregué a su padre.

     —De nada por cuidar a tu hija —solté con frialdad, dispuesta a marcharme.

     Pero antes de que pudiera moverme, su mano se cerró alrededor de mi brazo. Su agarre fue firme, con una determinación que solo alimentó mi rabia contenida.

     —¿Ese pequeño es tu hijo? —preguntó con interés, como si estuviera descubriendo algo que no esperaba.

     El impulso de patearlo donde más le dolía pasó fugazmente por mi mente, pero me contuve. En cambio, elevé mi mirada y le espeté con voz baja pero cargada de advertencia:

     —Ni se te ocurra tocarlo o hablarle, porque juro que te mato, Jeon.

     Sus ojos se clavaron en los míos, desafiantes, pero no retrocedí. Le di una rápida mirada a Nancy, cuya expresión nerviosa delataba algo más profundo... culpa, remordimiento, quizá el peso de una verdad que no había dicho.

     Respiré hondo, manteniendo mi postura firme.

     —Suéltame —ordené.

     Y para mi alivio, lo hizo. Sus dedos se deslizaron de mi brazo y, sin decir otra palabra, me giré y desaparecí del patio, dejando atrás la tensión palpable en el aire.

    ¡Te odio!

     El pensamiento se repetía en mi cabeza, retumbando con una intensidad que no lograba apaciguar. No sabía qué pensar, mucho menos qué hacer. Durante años había imaginado este momento, el instante en que él regresaría a buscarme, las palabras que diría, la reacción que tendría. Pero jamás, en todos mis escenarios hipotéticos, había visualizado que fuera así. 

     Con la espalda recta y el orgullo intacto, caminé con firmeza, ignorando la multitud que se movía a mi alrededor. Las personas a mi paso eran rostros desconocidos, meros espectadores de un drama que solo yo comprendía. No me importaban. No ahora. 

     Entonces, como si el universo quisiera recordarme lo que realmente importaba, una voz que amaba me detuvo en seco. 

     El sonido me envolvió, cálido, familiar, una melodía en medio del caos de mis pensamientos. Instintivamente seguí aquella voz, dejando que mi mirada buscara su origen, y cuando lo encontré, mi corazón latió con un alivio repentino. 

     Él estaba allí, bromeando como siempre, su risa ligera llenando el espacio a su alrededor. Los demás invitados reían con él, disfrutando de su carisma inigualable. 

     Sonreí, sintiendo cómo una paz inesperada se apoderaba de mí. 

     Ese hombre me hacía feliz. 

     Y en ese instante supe, con absoluta certeza, que no necesitaba nada de Jung Kook.

     —Cariño —su voz llegó a mí con esa calidez inconfundible, y antes de que pudiera reaccionar, lo sentí acercarse, rodeándome con firmeza por la cintura.

     Me estremecí ligeramente cuando su aliento rozó mi oído, sus palabras apenas un susurro cargado de cariño.

     —Eres la mujer más bella de la reunión —murmuró con un tono que me hizo sonrojar de inmediato.

     Mi respiración se alteró por un breve segundo, pero me recuperé rápidamente, enfocándome en lo que realmente necesitaba.

     —Necesito que cuides a Jung un momento, amor —le pedí, buscando su mirada.

     Su expresión cambió, la molestia reflejándose en sus ojos antes de asentir en silencio. No le gustaba que me alejara sin explicación, pero no cuestionó mi decisión.

     —Te amo —murmuré antes de inclinarme y rozar sus labios en un beso fugaz.

     La conexión fue breve, un instante rápido pero suficiente para transmitir lo que sentía. Sin esperar más, di un paso atrás y me encaminé hacia lo que tenía en mente.

     Mataría a Taehyung.

     El sonido de mis tacones resonaba en el hermoso piso de madera con cada paso firme que daba, marcando mi presencia mientras avanzaba con determinación. Atravesé el salón con la mirada fija en mi objetivo, ignorando el murmullo de las conversaciones y el elegante ambiente de la reunión.

     La sala principal, la más cercana a la entrada principal, estaba iluminada con una cálida luz dorada, reflejando el lujo y la atención meticulosa en cada detalle del evento. Desde allí, mi hermano se encargaba de recibir a los invitados con su sonrisa impecable, siempre atento a su esposa y a la perfecta ejecución del encuentro.

     Pero yo no estaba ahí para disfrutar de la velada. Me acerqué sin titubeos, la rabia burbujeando dentro de mí, y sin previo aviso, lo tomé por la oreja con fuerza, jalándolo con toda la indignación contenida en mi pecho.

     Su expresión cambió al instante. La sorpresa se apoderó de su rostro antes de fruncir el ceño, sintiendo el firme agarre de mi mano.

     —¿Pero qué…? —intentó protestar, pero lo ignoré por completo.

      La energía en la sala pareció cambiar. Algunos invitados miraron de reojo, curiosos, mientras otros fingían que no habían visto nada, manteniendo la elegancia de la ocasión intacta. Pero a mí no me importaba. Mi hermano tenía mucho que explicar.

     —¡Nahyun, duele, duele mucho! —protestó mi hermano, retorciéndose ligeramente mientras lo arrastraba sin piedad hacia el sofá donde mis amigos estaban cómodamente instalados.

     Ignoré sus quejas y lo solté justo frente a ellos, cruzándome de brazos con la mirada encendida por la furia.

     —Se dió cuenta —susurró Jimin a YoonGi, aunque el comentario no pasó desapercibido para mí.

     Sus ojos se encontraron por un instante, reflejando una complicidad evidente, y pude notar el nerviosismo en sus expresiones. Algo estaban ocultando. Algo que todos sabían… menos yo.

     Me giré hacia Jane, esperando respuestas.

     —¿Tú lo sabías? —le solté sin rodeos.

     Pero en lugar de responder, simplemente me dedicó una sonrisa. Una maldita sonrisa.

     —Nahyun… —intentó hablar, pero no le di oportunidad.

     —¿Tú también, verdad? —miré directamente a mi hermano, buscando una reacción que confirmara mis sospechas.

     Él bajó la cabeza, incapaz de sostener mi mirada. La respuesta estaba clara.

     Lo sabía.

     Mi rabia creció un poco más mientras volteaba hacia Hoseok, esperando, más bien exigiendo, una explicación.

     —¿Y tú, Hobi? —mi tono fue más frío de lo que había planeado.

     Él suspiró, visiblemente incómodo.

     —Nahyun, no podíamos dejar de lado a Sun Hee… se ha portado muy bien con Taeha —respondió con culpabilidad, como si justificarse pudiera cambiar algo.

     Solté una risa sarcástica, llena de incredulidad.

     —Se portó tan bien con ella que no está aquí, ¿Por qué será? —mi mirada afilada recorrió a cada uno de ellos—. Pero a ustedes no les diré nada —añadí con desdén, señalando a Jimin que estaba demasiado pegado a YoonGi, como si quisiera desaparecer entre su sombra.

     Entonces, YoonGi se movió, acercándose con paso tranquilo pero seguro. Su mirada era intensa, su expresión calculada.

     —Te diré algo —murmuró, tomándome suavemente del brazo.

     Su toque era firme, pero no invasivo, como si tratara de asegurarme que habláramos sin interrupciones.

     —Ya venimos —avisó sin esperar respuesta, llevándome con él, alejándonos del grupo.

     Algo en su tono me decía que esta conversación no sería como cualquier otra.

     Comenzamos a caminar, nuestros pasos resonando suavemente sobre el suelo pulido de la enorme casa. La atmósfera estaba cargada de una tensión silenciosa, como si cada movimiento fuera cuidadosamente calculado. No sabía exactamente a dónde nos dirigíamos, pero algo en la dirección que YoonGi había tomado me dio una idea.

     ¿La biblioteca? 

     Intenté recordar si realmente existía o si solo era una imagen borrosa en mi memoria, perdida entre las tantas habitaciones que esta mansión albergaba. Pero por más que lo intentara, no podía asegurar que alguna vez hubiera estado allí. 

     El pasillo era amplio, decorado con un lujo discreto, pero impecable. A nuestro alrededor, los sonidos de la reunión se volvían cada vez más distantes, casi como si nos estuviéramos aislando de la multitud intencionalmente. 

     Respiré hondo, anticipando que cualquier cosa que YoonGi tenía que decirme no sería algo trivial. 

     —Jung Kook se casó con Sun Hee.

     La risa escapó de mis labios antes de poder detenerla, seca, irónica, una reacción automática ante lo absurdo de la situación. Llevé una mano a mi frente, como si ese gesto pudiera contener el caos que estallaba dentro de mí. 

     ¿Me había alejado de todos solo para decirme eso? ¿Para soltar una verdad que ni siquiera sonaba como una revelación? 

     Sentía como si dentro de mí se estuviera librando una guerra, como si todos los Titanes en mi interior lucharan por imponerse, por decidir qué emoción debía dominar. Ira, frustración, decepción… Todo se entremezclaba en un torbellino insoportable. 

     Respiré hondo, intentando calmar el fuego interno. No iba a permitir que esto me consumiera. No ahora. 

     —Dime algo que no sepa, Min. ¡Eso lo noté! —solté una carcajada, cargada de incredulidad. 

     YoonGi suspiró, intentando mantener la calma. 

     —Fue por obligación, Nahyun, entiéndelo. Él te ama. 

     Rodé los ojos, soltando otra risa irónica. 

     —Esfuérzate, YoonGi. Sé que puedes hacerlo mejor —alcé una ceja, desafiándolo a darme una razón que realmente tuviera peso. 

     Sus ojos me suplicaban, reflejando una frustración que apenas lograba contener. 

     —¿Por qué no quieres aceptarlo? 

     Mi voz se mantuvo firme, sin rastro de duda. 

     —Porque no es así. 

      La seguridad en mis palabras era innegable. Si las cosas fueran diferentes, no sería la señora Tuan. 

     —¿Quién te dijo eso? Eres tan terca —soltó con un tono que delataba que realmente me conocía demasiado bien. 

     Lo observé, sin intención de retractarme. 

     —Yo lo sé, Min. Él sólo está aquí para complicar más las cosas… y eso ya lo sabía —respiré profundo—. Lo supe incluso antes de salir de aquella habitación con lágrimas recorriendo mis mejillas. 

     Di un paso atrás, alejándome de él con determinación. 

     —Así que no lo hagas más difícil, ¿quieres? 

     Me giré, lista para regresar a la reunión. Pero antes de poder avanzar, sentí su gran mano aferrándose a mi brazo, con fuerza suficiente para hacerme daño. 

     Me tensé de inmediato. 

     —Suéltame, YoonGi, o te… 

     Me interrumpió sin piedad. 

     —¡¿O QUÉ?! ¡ESTOY HARTO DE QUE NO ME DEJES HABLAR! —su grito fue como un latigazo en el aire. 

     Por instinto, cerré los ojos con fuerza. Acababa de hacer la única cosa que más odiaba en la vida. 

     Odiaba que me gritaran. 

     El silencio cayó por un instante. 

     —YoonGi… —susurré, sin abrir los ojos. 

     Él respiró agitado antes de soltar lo que realmente quería decir. 

     —¡JUNG KOOK AMENAZÓ A TAEHYUNG! SI NO LO INVITABA, LE QUITARÍA TODOS LOS BENEFICIOS QUE LE ESTABA BRINDANDO. 

     Su voz retumbó más fuerte que antes. No quería abrir los ojos, no quería enfrentar la realidad que me estaba poniendo delante. 

     Entonces, su tono cambió. 

     —Abre tus ojos, por favor —pidió con una dulzura inesperada. 

     Tuve un debate interno. ¿Por qué debería hacerlo? 

     —Jung Kook vino por tí, Nahyun. Su matrimonio es un desastre y él no puede seguir sin ti. 

     Reí, finalmente abriendo los ojos. 

     —Si realmente no pudiese vivir sin mí, me habría buscado al año, YoonGi, ¡Pero han pasado cinco años! —sonreí con absoluta certeza—. Suéltame, por favor. Debo ir a ver a mi hijo. 

     Su agarre se aflojó y finalmente me dejó ir. 

     Sin dudarlo, caminé con paso apresurado de vuelta al lugar donde había dejado a Jung con Thomas. 

     El aire en mi pecho pareció quedar atrapado por un instante. 

     Mis pasos se detuvieron abruptamente al ver al señor Tuan solo, sin Jung a su lado. La alarma se encendió en mi mente antes de que pudiera racionalizarla, un instinto puro, una necesidad urgente de saber dónde estaba mi hijo. 

     Mi mirada recorrió el lugar con rapidez, buscando alguna señal de él, alguna pista que me indicara que todo estaba bien. Pero cuanto más miraba, más crecía la inquietud en mi pecho. 

     —¿Dónde está Jung? —pregunté con voz firme, intentando mantener la calma. 

     El señor Tuan me miró con una expresión que no me gustó. No había miedo, ni urgencia, pero tampoco tranquilidad. 

     La incomodidad se instaló en mis músculos, preparándome para cualquier respuesta que pudiera darme. 

     El olor a alcohol era tan fuerte que me hizo fruncir el ceño antes siquiera de procesar sus palabras. 

     —Me deshice del mocoso, ahora estaremos solos tú y yo —su voz arrastrada, mezclada con la arrogancia de alguien que creía tener control, me heló la sangre. 

     El aire en mis pulmones se volvió pesado, mi cuerpo instintivamente poniéndose en alerta. 

     —¿Qué dijiste? —pregunté, mi tono bajo, pero afilado como una navaja. 

     Sus ojos brillaron con algo que no me gustó, una mirada que buscaba provocación, esperando una reacción de mí. Pero lo único que sentí fue ira. 

     El aire se volvió aún más pesado, el olor a alcohol impregnando cada palabra que salía de su boca. Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente pudiera procesarlo por completo. 

     Mi mirada se afiló, mi mandíbula se tensó. 

     —¿Qué hiciste con Jung? —pregunté, sin ocultar la amenaza latente en mi tono. 

     El señor Tuan soltó una risa baja, burlona, como si disfrutara de la incomodidad que me provocaba. 

     —No te preocupes —murmuró con una calma que solo aumentó mi inquietud—. Está bien… Solo necesitaba un momento contigo. 

     Mi respiración se volvió más pesada. 

     —Dímelo ya —exigí, dando un paso hacia él— ¿Dónde está mi hijo? 

     El pulso me martilleaba en los oídos, y mi paciencia estaba a punto de romperse. Di un paso más hacia él, acortando la distancia con una mirada firme, contenida, pero cargada de una amenaza implícita. 

     —No juegues conmigo, Tuan —mi voz salió baja, controlada, pero afilada como una navaja—. Dime dónde está Jung. 

     Él me miró con esa maldita sonrisa, la de alguien que disfrutaba de su propio poder sobre la situación. 

     —Estás exagerando, Nahyun —respondió con falsa tranquilidad—. Está en buenas manos. 

     Mi cuerpo entero se tensó. 

     —¿Buenas manos? —repetí, cada palabra impregnada de peligro—. ¿Con quién? 

     El aire entre nosotros parecía cargado, como si en cualquier instante todo pudiera explotar. 

     Mi paciencia se agotaba, y la furia comenzaba a burbujear en mi pecho. 

     —¿Con quién está Jung, Tuan? —repetí, mi tono más cortante, sin espacio para evasivas. 

     Él sonrió, con esa maldita calma que me exasperaba. 

     —No tienes que ponerte así —su voz era relajada, como si realmente creyera que esto era un asunto menor—. Está con alguien de confianza. 

     Un escalofrío recorrió mi espalda. 

     —Define "confianza" —escupí, mi mirada perforándolo, esperando que dejara de jugar conmigo. 

     Su silencio fue demasiado largo para mi gusto. 

     No iba a esperar más. 

Sin previo aviso, di un paso adelante y lo tomé del brazo con fuerza, obligándolo a mirarme de frente. 

     —Dime dónde está mi hijo —ordené, mi paciencia colgando de un hilo. 

     La presión en mi pecho aumentaba con cada segundo de silencio. 

     Mis dedos se apretaron sobre su brazo, intentando controlar la rabia que amenazaba con estallar. 

     —Tuan, no juegues conmigo —advertí con voz baja, pero cargada de peligro—. Dime dónde está Jung. 

     Él soltó una risa seca, como si disfrutara de mi desesperación. 

     —Relájate, Nahyun. No haría nada que te hiciera daño. 

     Ignoré sus palabras y me alejé de él, mi cuerpo reaccionando antes que mi mente pudiera procesar cualquier otra cosa. Mis pasos eran rápidos, casi desesperados, mientras recorría el salón llamando su nombre. 

     —¡Jung! —grité con fuerza, mi voz cortando el murmullo de las conversaciones. 

     El miedo latía en mis venas como un tambor frenético. 

     ¡Era una mansión! 

     Demasiado grande, demasiado desconocida. Había demasiadas personas que no conocía, rostros ajenos que apenas había visto en toda mi vida. 

     ¿Y si alguien se había acercado a él con malas intenciones? 

     La sola idea me hizo sentir una ira abrasadora. 

     Si alguien siquiera se atrevía a tocar a mi hijo, lo juro por Dios, no viviría para contarlo. 

     Mi corazón se aceleró aún más, mi mirada recorriendo cada rincón con la urgencia de una madre al borde de la locura. 

     No iba a detenerme. 

     No hasta que lo encontrara. 

     Taehyung se acercó a mí con rapidez, su expresión reflejando la urgencia de la situación. Sus ojos recorrieron mi rostro, captando de inmediato la frustración desbordante, la preocupación que me consumía y la ira latente que amenazaba con explotar. 

     Podía sentir cómo mi cuerpo se tensaba con cada segundo que pasaba sin ver a Jung, con cada pensamiento que cruzaba mi mente imaginando lo peor. La rabia burbujeaba dentro de mí, oscureciendo mi juicio, encendiendo un impulso feroz de enfrentar a Thomas y a cualquiera que se atreviera a haber tocado a mi hijo. 

     El aire se volvió denso entre nosotros. Taehyung no necesitó palabras para entender lo que estaba pasando. 

     Y yo no necesitaba explicación. 

     Lo único que importaba en ese instante era encontrar a Jung. 

     —¡¿Has visto a Jung?! —mi voz salió entrecortada por la desesperación, más fuerte de lo que pretendía. 

     Taehyung captó de inmediato mi angustia y miró a su alrededor con rapidez antes de señalar hacia un sofá que estaba algo lejos. 

     —Creo que lo vi por allá —dijo, pero las personas alrededor obstruían mi campo de visión, impidiéndome confirmar si realmente estaba ahí— ¿Te acompaño? —ofreció con preocupación, pero su pregunta apenas llegó a mí. 

     Ya no podía procesar nada más. 

     Sin responder, me moví sin pensarlo dos veces, atravesando la multitud con pasos rápidos. 

     Jung tenía que estar allí. 

     Tenía que encontrarlo. 

     Por dentro, recé a todos los dioses que escucharan mi súplica, que mi hijo estuviera allí, sano y salvo. 

     Al llegar frente al sofá, mis ojos finalmente lo encontraron. Jung estaba sentado, su pequeño cuerpo relajado, ajeno a la tormenta que rugía dentro de mí. 

     Por un instante, no pude visualizar quién estaba a su lado. No me importó. 

     Sin pensarlo dos veces, me acerqué y lo envolví en un abrazo fuerte, desesperado, sintiendo el alivio inundar mi pecho en el instante en que sus brazos me rodearon. 

     Lo había encontrado. 

     Mi hijo estaba bien. 

     —¡Jamás vuelvas a hacerme esto! —lo regañé, mi voz temblando con la mezcla de miedo y enojo acumulado. 

     Cerré los ojos por un momento, tratando de calmarme. Sentí sus pequeñas manitas rodearme con fuerza, buscando mi seguridad. 

     —Lo siento, mami —susurró con dulzura, su voz temblorosa. 

     Respiré profundo, por primera vez en mucho tiempo con tranquilidad. 

     Entonces, otra voz irrumpió el momento. 

     —Tranquila, yo lo cuidé y también lo acompañé al baño, no le pasó nada. 

     Abrí los ojos de golpe al reconocer quién había hablado. 

     Mi mirada se afiló de inmediato, la furia regresando con más fuerza. 

     —Te dije que te alejaras de MI hijo. 

     Me separé de él con rapidez, tomando la manita de Jung y ayudándolo a bajar del sofá. 

     —De nada —respondió con una burla evidente en su tono. 

     Mi sangre hirvió aún más. 

     Te odio, Jeon.

     Las palabras resonaron en mi mente con una furia incontrolable, pero no tuve tiempo de procesarlas del todo antes de sentir un movimiento repentino. 

     Thomas apareció de la nada. 

     Sin previo aviso, sus brazos me envolvieron en un abrazo inesperado. 

     El contacto me tomó por sorpresa, más de lo que podía aparentar. 

     Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente pudiera decidir cómo responder. 

     Por instinto, lo alejé de mí, dando un paso atrás con rapidez, sintiendo el peso de la tensión en cada fibra de mi cuerpo. 

     ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué ahora? 

     Mi mirada se afiló, buscando respuestas en la suya. 

     —¡PERDISTE DE VISTA A NUESTRO HIJO! 

     Mi voz resonó por todo el salón, cargada de furia, de desesperación, de una angustia que se mezclaba peligrosamente con el enojo. 

     Hice una breve pausa, tratando de contener el impulso de gritar aún más, pero el fuego en mi pecho era imposible de extinguir. 

     —¡ERES UN INCONSCIENTE! 

     Las miradas se volcaron hacia nosotros de inmediato. 

     Todos estaban observándonos: Jung Kook, mis amigos, mi cuñada, incluso mi hermano. 

     La tensión en la sala era palpable, el aire cargado de una expectación sofocante. 

—¡NO ERES RESPONSABLE! 

     Y entonces, lo sentí. 

     El ardor repentino en mi mejilla. 

     Mi cabeza giró ante el impacto, como si el mundo entero se detuviera por un instante. 

     El silencio cayó sobre el salón como una lápida. 

     Todos habían visto. Todos habían presenciado la escena. 

     Giré mi rostro de nuevo, enfrentándolo con una mirada helada, con decepción, con una rabia contenida que amenazaba con desbordarse. 

      Mis manos temblaron por la ira que recorría mis venas. 

      Por un segundo, pensé en devolverle el golpe. 

      Por otro segundo, pensé en gritarle hasta que mi garganta ardiera. 

     Pero al final, lo único que hice fue mirarlo con una intensidad que podía perforarlo. 

     —Cariño, lo… Lo siento… —tartamudeó, la culpa reflejada en su expresión. 

     Pero ya no había espacio para excusas. 

     Inspiré profundamente, controlando la tormenta dentro de mí. 

     —Hablamos en la casa, Thomas. 

     Mi voz fue firme, cortante, un aviso claro de que no dejaría esto en el aire. 

     Sin esperar respuesta, me giré, enfocándome en lo único que realmente importaba en ese momento: Jung.

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Gracias por leer, espero les esté gustando❤️

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Actualización o maratón💕.

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26/07/2020
02/05/2025

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