O2
Era el gran día. Iba por el camino que se dirigía a la ceremonia. Desde lo lejos pudo observar la entrada; los dos postes verticales de color rojo, el torii tradicional. Yacía vestida con un kimono negro, que aunque podría considerarse buena suerte y felicidad para el matrimonio, este atuendo lucía sombrío y daba malas vibras, sobretodo para una persona que no se consideraba cercana a los novios.
Sus muñecas cargaban con joyería excesiva, lo que la hizo resaltar apenas cruzó por la entrada roja y se llevó la atención de las personas que se encontraban en ese lugar.
El ambiente era tranquilo, y, por supuesto, espiritual. Ya podía observar el santuario y todas las preparaciones, como las ramas y flores en el altar.
Los invitados estaban ansiosos por la ceremonia. Los amigos cercanos a los novios traían consigo un obsequio, que se trataba de un sobre color crema con un pequeño lazo blanco y dinero para la pureza y la renovación. La ceremonia era solemne, no se esperaba a ninguna persona intentando desear el mal a los futuros esposos.
Jennie, dando pasos con sus elegantes prendas y sus zori de seda, llevaba consigo un sobre de color negro y una cinta roja con doble nudo, algo que no podía pasar desapercibido por los invitados, y mucho menos por la familia de Kenta.
—Señorita, ¿a dónde cree que va? —la detuvo una mujer de mayor edad, Jennie pudo suponer que se trataba de la madre de Kenta.
—Voy a darle mi obsequio a la pareja —respondió ella sin perder su tiempo y rumbo hacia la futura esposa.
La mujer hizo una mueca incrédula, mirando a la joven de espaldas como seguía caminando en busca de su nuera. Fue hacia ella con pasos decididos y la volteó para ordenarle que se fuera del lugar, pues ninguna persona podría arruinar la boda de su hijo. Pero apenas lo hizo, sus pies la traicionaron y quedó completamente estática en su lugar, observando con asombro y miedo los ojos de aquella joven, que se habían tornado de un color rojizo y cada vez estaban más intensos. Esta retiró su mano del hombro de la joven, quedándose en su sitio y solamente observando como aquella mujer continuaba su camino para destruir el sueño de su querido hijo, y, por supuesto, de su querida Miyu.
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Caminó por el pasillo exterior de la casa, que conectaba con el jardín. Se adentró sin permiso al lugar, pisando las esteras -o tatamis- que cubrían el suelo de la sala. Sabía exactamente dónde se encontraba la novia, pero no deseaba arruinarle sus ilusiones tan pronto. Se sentó en un zabuton que se encontraba cerca de la habitación donde estaba Miyu, sirviéndose un té para ella y para la novia mientras esperaba a que esta saliese.
Se acomodó mejor y empezó a beber del té, contando cada segundo que pasaba. Sabía que Miyu estaba nerviosa, no solamente por estar apunto de casarse con la persona que llamaba el amor de su vida, sino también por el suceso de ayer.
Era una zorra de doscientos años muy astuta, aprovechándose de la inocencia de los humanos. Aunque no podía echarle toda la culpa encima, después de todo era una característica que las mantenía unidas a ellas dos, solo que ella estaba apunto de juntarse emocionalmente con un humano.
Después de lo de ayer, Miyu se notaba más tensa. Parecía estar guardandose la información más importante, aquella que si fuera alguna de sus amigas japonesas la contaría sin saltarse ningún detalle.
A sus oídos llegó el sonido de la puerta deslizándose y el sonido de la madera por el pasillo.
Jennie dejó su taza en la pequeña mesa y espero a que Miyu saliera del pasillo.
—Buen día, Miyu —saludó Jennie.
Esta se sobresaltó, mirando a la mayor asustada por su presencia.
—Te traje un regalo —comentó luego de unos segundos donde Miyu la miraba aterrorizada sin planes en su cabeza de conversar con ella.
Mostró el sobre de color negro y la cinta con doble nudo, lo dejó sobre la mesa y se levantó del zabuton para caminar hacia Miyu.
—No te hagas la sorprendida. No me digas que no esperabas esto —dijo Jennie.
—Déjame vivir en paz, infeliz —soltó ella.
—Las zorras embaucadoras como tú no merecen vivir en paz —respondió Jennie.
—No te hagas la inocente, sabemos que tú le atraes problemas a los humanos, yo solamente estoy casandome con uno de ellos y prometiéndole que será feliz por toda su vida.
—Un zorro yako jamás podrá prometerle a un humano darle felicidad —tomó el accesorio blanco que le cubría la cabeza y lo aventó al suelo.
Miyu, es una rápida reacción, rompió la taza de té que más cerca estaba de ella y le hizo una no tan profunda herida a la zorra de nueve colas en el estómago, tomándola por sorpresa. La menor salió corriendo del lugar, tratando de huir de la kitsune mas poderosa. No podía pasarse de astuta con un zorro superior a ella, uno que ya tenía más experiencia y sabiduría, pero ya lo había hecho, y no había vuelta atrás. Algo que estaba claro era que su boda había sido arruinada después del corte que le hizo a Jennie, más poco le importó cuando volteó un poco su cabeza hacia atrás y se fijó que la kitsune venía detrás de ella. Llegó al santuario, destrozando el altar y horrorizando a los invitados. La gente empezó a correr fuera del lugar, atravesando el torii rojo buscando salvar su vida y la de sus familiares.
—¡Miyu, cariño! —vio como su prometido entraba al lugar, buscándola por todas partes y sin planes de irse del lugar sin la persona más importante para él.
La zorra de doscientos años se recostó en la pared, derramando lágrimas en silencio y sabiendo que la promesa que le había hecho a su amado no podía cumplirla. Aquella vez que le juró por su vida nunca alejarse de su lado, aquella vez que juró que serían un matrimonio feliz. Algo era cierto, y es que un kitsune yako jamás podría pasar su vida junto con un humano, lo pudo confirmar justo en ese momento cuando veía todas las preparaciones para la boda siendo arruinadas y su hombre gritando su nombre intentado encontrar algún rastro de ella.
Salió de su escondite, esta vez sin sus dos colas y su pelaje blanco. Con lágrimas en los ojos se acercó a su amado, hablando en sollozos incomprendibles mientras intentaba darle un abrazo.
—No llores, cariño. Salgamos de aquí —dijo él, abrazándola y tratando de moverla del sitio para salir del santuario.
—No puedo —dijo apenas ella.
—¿Por qué? —preguntó él sin comprender la situación.
Ella solo negó y le dió un cálido beso, solo ella sabía que se trataba de una despedida, pues no volvería a ver a aquel hombre que se ganó su corazón incluso cuando nació con la sangre de un kitsune malévolo.
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Jisung estaba revisando las fotografías una y otra vez, preguntándose si esto era algo de la vida real.
Recientemente había llegado una nueva noticia, se trataba de una boda que terminó siendo un desastre. Los periodistas que llegaron al lugar declararon que habían rasguños por todas partes; en la madera de la casa Minka donde la novia se estaba preparando, en las telas que estaban colgadas en el santuario, etc. También había una taza rota en el suelo, sin embargo, la otra se encontraba intacta. En general, el lugar estaba arruinado.
No se permitían fotografías aparte de las del camarógrafo profesional que fue contratado por los novios, pero un invitado rebelde coló su teléfono sin autorización y logró captar imágenes escalofriantes para los ciudadanos.
Se trataban de zorros mucho más grandes que su tamaño normal, uno de ellos contaba con nueve colas, mientras que el otro solo con dos.
Las fotos estaban borrosas, y eso hizo que algunos ciudadanos llegaran a la conclusión que las imágenes solo eran un montaje.
Jisung no sabía si estaba paranoico, pero juró ver un abanico igual que en una de las imágenes que fue tomada por los periodistas y reporteros, solo que no sabía en qué lugar.
—Jisung-san —llamó Junko.
Jisung dejó de mirar la pantalla para ponerle atención a su compañera de trabajo.
—Salieron más fotos de lo ocurrido —comentó, entregándole los papeles.
Jisung los revisó con atención, intentando buscar alguna pista que encaje con sus teorías.
—Creo que estás enloqueciendo —dijo Felix al lado suyo—. Oh, no me mires así.
—Solamente me parece muy sospechoso.
—¿Sospechoso? ¿Qué cosa? ¿La leyenda del kitsune? Estás loco oficialmente.
Jisung rodó los ojos.
—Esto está muy bien editado para ser un montaje —señaló las imágenes.
—Para nada. Conozco a bastantes personas que editan tan perfecto que ni siquiera te das cuenta hasta que te mencionan que es un montaje —dijo él—. Si quieres llamo a uno y hacemos una imagen que colapse a todo Tokio y decimos que es real.
Jisung suspiró. Quizás su amigo tenía razón.
—No te desanimes, estoy seguro que hay cosas más interesantes que un kitsune con ocho colas.
—Son nueve —corrigió mientras organizaba los papeles y los dejaba a un lado del escritorio.
—Ah, eso, nueve colas.
Felix miró su reloj y volvió a hablar.
—Bueno, vamos a recoger todo de una vez. Solo faltan cinco minutos para salir —le dijo a su amigo.
Jisung asintió y comenzó a guardar sus cosas. Apagó su laptop y la acomodó en el maletín junto con unas libretas que necesitaba, varias hojas y dos bolígrafos.
No dejó nada encima de su escritorio. Guardó las fotografías en el cajón.
—Estamos apunto de salir —informó Jihyo.
Jisung le dió una rápida mirada al cajón con las imágenes.
—Jisung, vamos —llamó Felix, saliendo de la oficina y yendo hacia el ascensor.
——————
—¿Quieres ver una película? —preguntó Felix, acomodándose en el sofá y estirando sus pies.
—Lo lamento, tengo cosas que hacer —dijo Jisung tomando su maletín después de haber cenado.
Felix bufó mientras el control de la televisión estaba apoyado en sus labios.
—Me debes dos películas —recordó.
Habían sido dos días seguidos en los que rechazó el rato de películas con su amigo, y ambas ocasiones fueron por las mismas razones. No había forma de negar que se había interesado bastante en los kitsune, pero se dijo a sí mismo que este sería el último día en el que rechazaba las películas en la sala de estar para investigar sobre los zorros sobrenaturales.
Subió las escaleras y sacó su laptop del maletín junto con las fotografías que se había llevado a su casa.
Las observó por un largo tiempo, pero en todos esos minutos no pudo sacar alguna conclusión. Miró el número de colas con las que contaban los zorros de la fotografía y decidió investigar. Si no mal recordaba, había leído que cada cien años se le añadía una cola más a un kitsune. Buscó por internet y pudo comprobar lo que estaba pensado, así que había un kitsune con más de novecientos años en la foto y otro con sólo doscientos.
Observó el sobre que había sido capturado por un periodista. Se trataba de un sobre negro y una cinta roja, Jisung sabía que significaba eso, y pudo llegar a la teoría que todo ese desastre fue causado por un mal deseo para la pareja. El doble nudo significaba deshacer o romper algo, por lo cual era muy inapropiado para una boda tradicional japonesa.
Jisung miró las fotos antes de la tragedia, dándose cuenta que había una persona un tanto inusual entre la multitud. Se trataba de una mujer de espaldas con un kimono negro, pero no pudo verla en otras fotografías tomadas por el camarógrafo. Algo que si pudo darse cuenta es que había una persona con unas orejas fuera de lo común, pues estás eran más puntiagudas, además de llevar un amuleto con un orbe.
—¿Es en serio? —habló alguien detrás de él que lo hizo saltar de su lugar y voltearse asustado.
—¡Felix! —lo regañó por darle un susto por milésima vez en el día.
—Estoy empezando a creer que si estás enloqueciendo —dijo, ignorando a su amigo que mantenía una mano en su pecho por el susto que le dió anteriormente—. ¿Por esto me dejaste? Me siento traicionado. Nunca esperé que fueras a preferir investigar sobre unos zorros de ocho colas en lugar de ver una de la mejores películas conmigo.
—Son nueve —corrigió otra vez—. Y lo siento, solamente quería averiguar más. Dejaré de investigar tanto esto, hasta yo estoy empezando a creer que estoy loco —se levantó de su silla y fue detrás de Felix para ver una película.
Bajaron las escaleras y su amigo se acomodó en el sofá.
—¿Me traes esas palomitas de ahí? —señaló el sitio Felix.
Jisung asintió y le puso la comida en la mesa de la sala de estar a su amigo, empezando a buscar una película para ver juntos.
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Torii: puerta tradicional japonesa que marca la entrada a un santuario sintoísta.
Zori: sandalias tradicionales japonesas, hechas generalmente con madera, paja o goma, pero también pueden ser de seda.
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