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⭐Ese mayordomo, cambiando

Dos años habían transcurrido luego de que Ciel Phantomhive fuese convertido en un vil demonio eterno.

O por lo menos eso fue lo que su fiel sirviente, Sebastian, había creído inicialmente de manera tonta.

Con el paso de los meses, Ciel parecía ser humano nuevamente. Sentía hambre, se cansaba, podía saborear los alimentos, era como si su condición como un ser infernal hubiese sido momentánea.

Como si se tratara de una broma de mal gusto hacia el mayordomo perfecto.

Pero incluso Sebastian era capaz de percibir el rastro de una alma humana dentro del conde.

El alma que le hacía sentir una feroz hambre carcomiéndole las entrañas estaba allí, el alma de su conde seguía allí.

Pero cuando el menor se molestaba, por alguna razón tonta, sus ojos se tornaban rojos cual bella sangre carmesí y el alma que ansiaba era cubierta por un aura que denotaba la naturaleza demoniaca que ahora residía en el Phantomhive.

Aquella cena que el demonio mayor se esforzó en preparar y sazonar para que fuera la más deliciosa de todas estaba allí sin poder ser consumida.

Conservada para el resto de la eternidad y resguardada por una naturaleza demoniaca otorgada por otro.

Un verdadero desperdicio si se lo cuestionaban al que preparó aquella alma para su deleite.

Pero eso ya no importaba.

A petición del propio conde, los dos se alejaron de todos y todo, yendose a vivir en una pequeña mansión en Venecia, Italia.

Todo era aburrido para el mayordomo, se sentía aprisionado y las ganas de acabar con todo existían.

Pero efímeramente.

Él no comprendía el porqué, pero estaba consiente de que podía matarlo en cuanto se descuidase, un trabajo rápido y limpio.

La libertad estaba a solo un asesinato de distancia y, sin embargo, no era capaz de hacerlo.

No se atrevía a pesar de que podría ser libre.

Creyó durante el primer año que se debía al contrato pero no fue así.

Un tiempo después Sebastian llegó a la conclusión de que se debía a algún poder oculto en el conde, pero esa tampoco fue una razón válida.

Más que nada porque él mostraba ser el mismo orgulloso y arrogante conde de siempre.

Aquél que era capaz de caminar con elegancia entre la oscuridad.

Por ello el Michaelis no se daba idea alguna del porqué y durante los dos años que transcurrieron hasta ese día, se dedicó a seguir sirviéndole sin dejar de mirarle atentamente.

Ya conocía muchas cosas respecto a Ciel durante los años estando en la mansión Phantomhive, pero al ir a vivir allí, en esa nueva y más pequeña mansión, descubrió otras tantas.

Otras que nunca había llegado a presenciar pues se ocupaba de realizar otros labores además de atenderle.

Otras que Sebastian jamás imaginó.

Una de ellas en particular que lo tomó desprevenido la primera vez que lo presenció, y que era de lo más curioso, fue cantar mientras veía por la ventana en los días de nevados.

La canción era la misma siempre, no le sonaba de ninguna otra parte.

La letra coincidía con la época en la que la cantaba y su forma de hacerlo era sublime, si se le permitía decirlo.

La primera vez que lo escuché fue en la primera nevada que presenciaron estando en esa mansión, en un invierno más frío de lo normal.

Sin nada que hacer, el joven amo se retiraba a la biblioteca de la mansión para leer sobre todo un poco. Pero últimamente había centrado su curiosidad en libros que hablasen sobre demonios, y seres sobrenaturales derivados.

Durante la tarde el mayordomo tuvo la idea de llevarle chocolate caliente con algún postre de su preferencia para que disfrutara de su tarde de lectura más gratamente.

Llegó con el carrito hasta las puertas de la biblioteca y con un breve toque para solicitó permiso de entrar.

Sin embargo, Ciel no respondió al llamado, pero Sebastian sabía que estaba ahí, podía sentirlo. Así que nuevamente insistió y el resultado fue similar.

Sin respuesta alguna.

Entonces con precaución abrió un poco la puerta para ver porque razón no atendía a sus llamados y lo vio donde siempre: sentado junto a la ventana, pero con un libro cerrado sobre su regazo.

El ojiazul tenía la vista fija viendo a la nada por la ventana mientras la nieve caía.

Su voz era suave y transmitía armonía al lugar mientras cantaba, la letra era triste, hablaba de alguien que se había ido y quien cantaba pedía escuchar nuevamente su voz.

Entonces, por un momento, el demonio sintió una irracional molestia al pensar que el conde se la dedicaba a alguien en específico.

Cerró la puerta pero no se alejó, se quedó cerca para seguirle escuchando, porque a pesar de todo, el Phantomhive cantaba muy bien para ser lo único que cantaba.

Ya que antes había intentado enseñarle canto y simplemente era un desastre.

Ciel terminó de cantar y el mayordomo fingió que recién llegaba y tocaba la puerta, en esa ocasión sí hubo respuesta permitiendo la entrada al lugar, el pelinegro entró con el carrito de la merienda y se acercó con este hasta donde el menor estaba.

Bocchan, le traje una pequeña merienda para su tarde de lectura. —Ciel no dijo nada y tan solo asintió sin darle mucha importancia. Sebastian le sirvió el chocolate y le dio una rebanada de pastel de chocolate blanco con fresas, todo quedo sobre la mesita que estaba frente al sofá.

Con calma, el conde degustó su merienda manteniendo su vista en el paisaje que se pintaba de blanco a causa de la nieve.

Como si estuviera pensando en un sin fin de cosas.

O como si pensara en alguien.

El mayordomo, mientras tanto, seguía sintiendo malestar al pensar que los pensamientos que el menor podía tener se los dedicaba a quien dirigía la canción de antes.

Disculpe que lo moleste pero hace un momento llegué y logré escucharle cantar. Por la letra de su canción parecía dedicarsela a alguien ¿Puedo preguntar a quién se le dedicaba, bocchan?

Cuando formuló aquella pregunta el demonio se dio cuenta que lo hizo por un tonto impulso que no fue capaz de controlar más.

Pero ya la había hecho, aunque era seguro que no le respondería así que no le dio tanta importancia al final, pues de hecho no le respondió inmediatamente.

Cuando estuvo por retirarse de la biblioteca luego de que el menor terminara su merienda, este le pidió que esperase tan solo un momento.

¿Qué sucede bocchan, necesita algo más? —Por un momento hubo un intercambio de miradas y luego el conde volvió a ver a la ventana mientras su mirada parecía perderse en la lejanía una vez más.

A ti. A ti te la dedicaba... Gracias por el pastel, estaba delicioso. —Fue lo único que dijo antes de tomar el libro que había dejado en la mesita para retomar su lectura.

Con eso Sebastian entendió que el conde ya no diría algo más.

En esa ocasión, el mayordomo comenzó a sospechar que cuando le daba algo sumamente dulce por capricho, Ciel le respondería una sola pregunta siendo honesto y agradecería después por lo llevado.

Confiró sus sospechas cuando los días posteriores en los que no nevaba, pero hacía frío, le llevaba postres más dulces de lo usual junto a una bebida caliente que acompañara perfectamente.

Cuando el demonio aseguró ese hecho se aventuró a preguntar algo que le tenía carcomiendo la mente desde la vez que lo escuchó cantar.

Perdone mi osadía al preguntar esto bocchan, pero realmente estoy algo curioso al respecto. —Comenzó a hablar mientras retiraba las cosas de la merienda y las dejaba en el carrito. Ciel le miraba esperando a que continuara.— Hace unos días, cuando le escuché cantar y le pregunte a quién le dedicaba la canción, me respondió que a mí. Pero según la letra de la canción, alguien se fue y quien canta pide volverlo a escuchar y que le llame. Mis dudas surgen porque yo sigo aquí junto a usted, entonces no entiendo cómo eso se relaciona conmigo ¿Podría explicarmelo? Si no es mucha la molestia por supuesto.

Como de costumbre, el menor tardaba un poco en responder, pues aún tomaba lo faltante de su bebida manteniendo la vista en su mayordom.

Desvío la mirada a la ventana para ver el paisaje y comenzó a hablar.

A pesar de que estas aquí se te siente distante. Pero sé a qué se debe... Terminaste preparando la cena perfecta sin poder probarla al final, solo contemplándola para la eternidad. Antes podías bromear, ser sarcástico, se notaba que te interesaba el servirme, pero luego de lo que sucedió con Alois y con mi nueva condición perdiste eso, como si ya nada interesara. Como si mi estupendo mayordomo hubiese muerto y ahora solo quede una muñeca que simula serlo ¿Sabes? He estado esperando a que me mates desde hace mucho Sebastian. No sé porque no las hecho aún, pero estoy preparado para ello a pesar de que te ordene que me servirías para siempre. Antes teníamos una mejor relación amo-mayordomo, nos molestabamos mutuamente y aunque no lo mencionara, me era muy divertido ese tipo de convivencia contigo, el "bocchan" que dices hoy no se compara al de antes de ser un demonio... Gracias por la merienda, estaba deliciosa, puedes retirarte.

Cuando dijo aquello, Sebastian no sabía qué reacción tener. Tan solo podía sorprenderse por sus palabras tan sinceras.

Hizo una educada reverencia y salió de la biblioteca para lavar lo usado, pero ese día el mayordomo no fue llamado para nada más, ni para ayudarle con la pijama a la hora de dormir.

Ese tiempo le sirvió para pensar en sus palabras y comprobar que tan ciertas eran recordando cuando le servía y lo comparandolo con su actuar actual.

A su parecer Ciel se comportó como si hubiese querido mantener una pequeña distancia por lo que restaba del día y Sebastian respetó eso, no dijo nada respecto a ello.

Sin embargo, en la noche cuando supuso que ya estaría profundamente dormido, se dirigió a su habitación para asegurarse de que estuviese bien tapado ya que la noche realmente sería fría en esa ocasión

Lo encontró sin pijama y su ropa estaba semi doblada sobre una silla, eso sin quererlo le recordó al mayordomo que cuando menos se daba cuenta el conde ya comenzaba a tratar de hacerse más independiente de él.

Tal parecía que el menor quería reducir sus labores como mayordomo y este no entendía porque eso le causaba molestia.

Una punzada insistente en el pecho era lo que sentía con la idea.

Era cierto que cuando se vio condenado a serle su sirviente para siempre le era problemático el tener que hacer casi todo por él, pues el conde era muy inútil en ese sentido de hacerse cargo de si mismo.

Pero no quería que se volviese capaz de hacer cosas por si solo y que lo dejase de lado.

Siendo egoísta sin saberlo, quería que dependiera de él, y Sebastian sabía que eran pensares muy contradictorios por supuesto, eso no tenía sentido alguno para él cuando lo analizaba.

En un momento, mientras aún tenía ese dilema, le vio removerse en las sábanas, era obvio que tenía frío al dormir en ese estado.

El pelinegro se acercó para despertarle y ayudarle a ponerse una pijama que le diera suficiente calor junto a las cobijas.

Bocchan, despierte por favor, durmiendo en ese estado enfermara. —Con suavidad movió su hombro y él medio reaccionó a su voz, sin embargo, nuevamente dijo algo que logró desconcertarlo, a la vez que lo dejaba sin habla.

Recuestate aquí junto mí esta noche Sebastián, es una orden. —Había abierto levemente sus ojos y el que tenía la marca del contrato brillaba tan fuertemente como rara vez lo había llegado a hacer.

Sebastian no podía negarse aún si lo hubiese querido.

Pero no era el caso.

Obedeciendo sin rechistar, hizo lo que le pidieron no sin antes quitarse el frac del uniforme para evitar arrugarlo.

Antes de que despierte podrás retirarte a hacer tus labores de siempre.

El menor se acomodó junto al mayor mientras se envolvía en las sábanas cubriéndole de paso, como si el clima pudiera afectarle en ese momento.

El conde estaba temblando un poco, posiblemente por el frío, y por ello se apegó aun más a su sirviente al punto de abrazarlo mientras reposaba su cabeza sobre su pecho.

Sebastian no tenía idea de qué sucedía, no era normal el actuar de esa manera en Ciel, o eso pensó.

En realidad el mayordomo no procesaba nada y eso le hacía sentir muy inquieto.

Se sentía como si estuviera perdido.

Pero eso no fue todo.

El era un demonio y por ello no tenía necesidades como el dormir, sin embargo, aquella noche él se quedó dormido sintiendo como Ciel estaba a su lado.

Sus ojos se rindieron ante la oscuridad de la habitación y el calor del pequeño cuerpo que se aferraba al propio, sumiendo su mente en una relajación inimaginable que le hizo quedar dormido profundamente.

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