❀; Capítulo 8.
Con el paso de los días, las cosas se iban volviendo más fáciles para la Generación de los Milagros. Por todo el país se podía oír gente hablando sobre ellos, impresionándose con sus partidos y sus récords.
Mientras los chicos mejoraban sus habilidades físicas, Shirasaka trataba de hacer lo mismo con las mentales. Sentía que debía servir de algo al equipo, más que ser una simple asistente. Armar estrategias era una opción, pero no la dejarían hacerlo. Así que trató de desarrollar alguna habilidad especial de algún tipo diferente. Aunque no tuvo éxito.
Su motivación disminuía cada vez más, hasta que llegó al punto de dejarlo todo como estaba antes.
—Shirasakacchi, ¿estás triste? —le preguntó Kise.
—No, no lo estoy —susurró ella—. Mmm... ¿sabes qué es sentirte inservible?
— ¡Shirasakacchi! No digas esas cosas, por favor...
—Quería ayudar con el equipo, pero no puedo hacer nada —dijo Yukimi—. Perdón, no debería deprimirme con estas cosas...
—Yo puedo ayudarte~ Si quieres te enseño a jugar básket.
— ¿Lo harías? Soy mala con los deportes —replicó, sonriendo ligeramente—. He jugado un poco, pero nunca puedo con las canastas...
—No digas eso, puede que al final también termines siendo un prodigio —le sonrió.
-
— ¡Ryota-kun, no puedo hacerlo!
—Vamos, es muy fácil. Sólo pon como blanco el aro y lanza el balón —le indicó, haciendo el movimiento.
—Explicas mejor que el profesor de Biología... —suspiró ella.
— ¿Qué hacen aquí? —Midorima había aparecido de repente. Los observó durante un rato, pero al ver que no se dieron cuenta de su presencia, decidió hablar por fin.
—Mido-kun, dile a Ryota que no puedo encestar...
—Kise, Shirasaka no puede encestar.
—Y le haces caso. Vamos, sólo tienes que intentar —el rubio volvió a mirar a Yukimi.
—S-Si quieres, jugamos un one-on-one, todo menos encestar —replicó Shirasaka.
—Bien, hagámoslo.
La chica miraba a Ryota con determinación, y él sólo reía de su expresión. Se encontraba parada frente a él, un poco inclinada. Midorima tenía el balón entre las manos, para luego soltarlo desde una altura considerable. Como se esperaba, Kise tocó el esférico primero con sus dedos.
La peliblanca suspiró y corrió con todas sus fuerzas hasta llegar al balón. Sin embargo, Ryota ya estaba allí también. Ella se colocó frente al chico, manteniendo distancia. Lo miró a los ojos mientras él movía la pelota de su mano derecha a su izquierda. No se percató que ella estaba usando todo el rango de su ojo hasta que le fue arrebatado el balón.
Al ser pequeña, le fue fácil cruzar corriendo por debajo del brazo extendido y levantado del modelo, justo cuando esperaba que la pelota rebotara de vuelta hacia él.
Se quedó perplejo por la acción, porque nunca había visto a Shirasaka así. En verdad era inteligente; calculó todo de forma tan exacta...
Huía con el balón. Pronto el chico llegaría a su lado y le quitaría la ventaja otra vez. Colocó sus brazos frente a su pecho y giró un poco su muñeca. Dio un salto, levantó los brazos y se echó un poco hacia atrás, intentando que la pelota entrara en la canasta. Había visto a Shintaro realizar ese movimiento muchas veces antes, así que cerró los ojos, esperando haberlo hecho bien.
Sin embargo, Ryota había corrido lo suficientemente rápido como para llegar a tiempo y derrumbar las esperanzas de Yukimi.
—Ese fue un buen tiro —comentó Midorima, con el dedo medio de la mano izquierda acomodando sus lentes—; es una lástima que no haya llegado al aro.
—Gracias, Ryota-kun —dijo la chica, y se cruzó de brazos con las cejas inclinadas—. Detuviste el único aro que hubiera podido hacer en mi vida.
—Lo siento, Shirasakacchi —se disculpó de inmediato—. Fueron los reflejos...
—Ahora que lo pienso, copiaste un movimiento de Murasakibara —mencionó el peliverde.
—Lo hice sin pensar —replicó el rubio—. De verdad lo siento...
—No, no hay problema en realidad —rio ella—. Algún día volveré a hacerlo.
Desde la perspectiva del chico, Shirasaka parecía una pequeña y frágil niña que le sonreía con dulzura. Sintió que debía protegerla, por alguna razón. En poco tiempo se habían vuelto grandes amigos, y no quería perder a alguien como ella.
—De seguro; porque Shirasakacchi es increíble~
-
Después de unas semanas, Yukimi llegó a la conclusión de que no era necesario que hiciera algo más por el equipo. Ya era suficiente la ayuda que les brindaba pasándoles botellas de agua, o notando sus progresos y errores. Además de ser una gran amiga y consejera.
Pero no todos estaban agradecidos con la chica. Daiki siempre le reprochaba, siempre le decía que algo estaba mal. Ella siempre trataba de arreglarlo y pedía disculpas. Satsuki le pedía a Aomine que no fuese tan duro con su amiga.
—Dai-chan, ella se esfuerza por hacer todo eso, deberías al menos mostrar una pizca de agradecimiento...
—Ya, ya, perdón. Iré a dormir a la azotea, avisa que no iré al entrenamiento.
— ¡Dai-chan!
—Con que las cosas están difíciles, ¿eh?
—Akashi-kun... ¿Pasa algo? —preguntó la pelirrosa, mirándole a los ojos. Por alguna razón no sentía en él el aura de siempre.
—Eso debería preguntarte yo, Satsuki.
Se preguntó desde cuándo habían tantas informalidades entre ellos.
—Es Dai- Aomine-kun... Está... raro. Igual que tú.
Eso último sólo lo pensó, porque temía ganarse odio por parte del pelirrojo.
—N-Nos vemos luego —dijo, y se retiró a otra parte del gimnasio.
Allí estaba Shirasaka, expectante ante lo que pudiera suceder en el partido de práctica que estaba jugando Kise. Notó que el rubio estaba utilizando movimientos de todos sus compañeros de la Generación de los milagros.
—No... —susurró.
— ¿Qué pasó? —preguntó Momoi.
La chica frunció el ceño y miró al piso.
—Le dije que no copiara, y ahora es cuando más lo está haciendo. Bien, supongo que no hay remedio —rio—. ¿Y Aomine-kun?
—Por ahí —suspiró la de ojos rosados—. Dijo que iría a la azotea y que no practicaría... Me preocupa.
—Déjalo, él es así —le recordó Yukimi.
—Sí, ahora. Pero antes no lo era... Antes se esforzaba por mejorar, y ahora cree que puede hacerlo todo...
—Ya se le quitará lo divo. —La peliblanca volvió la mirada hacia el partido y se topó con un cansado Ryota acercándose a ella.
—Ganamos, Shirasakacchi —intentó sonreír. Se sentó a su lado, a la vez que ella le daba una botella de agua—. Te dedico esta victoria.
—Lamento no poder aceptarla, Ryota-kun —dijo ella—. Hiciste todo lo que te dije que no hicieras...
—Lo sé, pero... Lo siento —se retractó de lo que iba a decir—. N-No puedo evitarlo... —miró al suelo.
—Entonces, arreglaremos eso —le sonrió.
—Gracias por todo, Shirasakacchi —el rubio le dio un fuerte abrazo.
Era un poco molesto, ella aún tenía esa idea, pero no quería que la dejara. Se sentía segura y tranquila siendo apretada por sus brazos; todas sus preocupaciones se iban cuando él le contagiaba su alegría.
—Gracias a ti, Ryota.
Fin del capítulo ocho.
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