Ahí estaba, tal cual la recordaba, emergiendo de la arena, al sol y marcada por profundos arañazos.

El viejo Krookodile se acercó con cautela. Antiguas cicatrices le recorrían el cuerpo, señales de épocas pasadas cuando, siendo un joven y enérgico Krokorok, se juntaba cada noche con otros de su especie y luchaba en apasionantes batallas cerca de una gigantesca roca en el desierto. Era como una necesidad: debían establecer cuál era el ejemplar más fuerte y el que conseguiría más chicas. Sobre el último punto, Krokorok tenía el ojo puesto en una hembra que nunca se perdía las contiendas y que era considerada muy atractiva por todos. Él esperaba ganar sus favores algún día, por lo que se pasaba entrenando sus movimientos durante su tiempo libre para así convertirse en un oponente a temer.

La fuerza y coqueteos de Krokorok comenzaron a surtir efecto en su congénere, quien de a poco empezó a ceder. Hubo quejas de parte de los otros, pero en cuanto a poder no podían hacer mucho.

Durante meses, las luchas entre los Pokémon de tierra y oscuridad se dieron de forma habitual. Sin embargo, nada dura para siempre: los humanos se enteraron de la concentración recurrente de Krokorok en las cercanías de la roca y comenzaron a ir para capturar ejemplares. Varios terminaron en Pokébolas, incluyendo aquella hembra especial. Otros desaparecieron para nunca más volver, temerosos de perder su libertad. Los que lograron escapar, por su parte, acordaron tácitamente que aquel ya no era un lugar seguro, por lo que los enfrentamientos se detuvieron sin más, dejando a la roca como mudo testigo de los combates que allí se vivieron.

De esas vivencias se acordó el viejo Krookodile durante su regreso a aquel sitio. Estaba consciente de que ya no volverían ni el frenesí de sus años mozos ni aquellos a los que conoció. Su hembra, sus rivales, todos debían estar igual que él si es que el polvo de los años no los había devorado. Pasando sus desgastadas garras sobre las marcas en la roca, dejó su huella, la última que tendría la dura superficie, y se largó tan rápido como se lo permitieron sus cansadas piernas.

Ahí quedaría la roca, sola para siempre.

Para los que no se percataron del origen del título, viene de «Crocodile rock», canción de Elton John. También la trama se basa ligeramente en la letra.