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⚔ El paseo de los Vultures


La maldición gobernaba desde el subsuelo,
Y su esperanza creció con el hambre de vivir como antes.

Todo ha cambiado. El mundo conocido ha muerto hace ya una eternidad. Ahora la nieve es negra. O tal vez sea ceniza. ¿Quién sabe ya? Las columnas de humo entintan aún más el gris del día. Por eso todos duermen cuando la noche termina. ¿Quién quiere ver una postal gris eternamente? Los colores vuelven por la noche. Es cuando el mundo cobra vida. En la oscuridad.

El calor es asfixiante y pesado y siento una sed increíble. Abro la nevera para sacar una botella azul de vidrio empañado. Las gotas de condensación se sienten bien al tacto, pero una ducha de agua helada se sentiría mucho mejor. El reloj digital de la pared marca las doce y cuarto de la noche en un tono rosa chicle brillante. No recuerdo de dónde lo robé, pero el color me resultó bonito y no dudé en llevarlo a casa.

Casa. Ni siquiera sé si la pocilga donde vivo califica como una, pero tampoco hay algo mejor en este mundo ya. Enciendo la ducha, me desnudo y dejo que el agua recorra mi cuerpo, con la excitación comenzando a crecer en mi interior. ¿Cómo estará hoy? Hago una lista mental de las cosas que le contaré cuando lo vea. ¿Qué le hubiera gustado comer? ¿Tendrá frío? Qué estúpido, por supuesto que sí lo tendría. Está hace más de una década encerrado en aquella celda helada. Cierro los ojos y apoyo la frente en los azulejos naranjas, pensando en él.

—Deberías dejar de ir, Seok. Estás volviéndote loco.

Pero, ¿acaso queda alguien cuerdo en este mundo? Descartando esos pensamientos negativos, me visto rápidamente con lo único que encuentro a mano, un pantalón de colores que alguna vez perteneció a mi padre y un chaleco celeste eléctrico sobre mi piel desnuda. Ato los cordones de mis viejos borcegos color arena y salgo. El calor me envuelve como una nube infernal haciéndome extrañar los crudos inviernos zalatorianos, cuando todo se cubría de blanco y el aire se hace más fácil de respirar. Los colores fluorescentes se difuminan en el concreto. Sombras brillantes y aceitosas bailan sobre los charcos de agua. Mantengo la mirada fija en el cemento de la calle. Siento a la gente pasar a mi lado, pero no quiero mirarlos. No puedo. Ya nadie mira a los ojos en la actualidad. No hay nada que ver allí ahora. Así que me concentro en las formas ondulantes de colores que serpentean bajo mis pies. El olor a humo, a gasoil y a comida frita me hacen reprimir las náuseas. No puedo acostumbrarme al hedor del nuevo mundo. Ya casi no recuerdo cuando Zalatoris era un lugar feliz. O al menos uno habitable. Todo eso ha quedado atrás, la felicidad murió cuando los Dagger invadieron el territorio. Recuerdo vagamente aquellos tiempos. Mis padres habían llegado a la casa corriendo aquel día, el día de la invasión. Mi cerebro infantil no pudo procesar todo con rapidez y solo recuerdo que la incertidumbre dio paso al miedo cuando mi madre me puso la mochila sobre los hombros de la escuela y me arrastró al auto familiar.

Seok, escúchame —mi madre me tomó la cara entre las manos. Sus ojos café parecían más grandes de lo normal—, quiero que prestes atención. Mantén la mirada en el piso. No mires a nadie. No respondas si te hablan.

Las lágrimas comenzaron a aflorar en mis ojos. Estaba asustado y mi padre manejaba a toda velocidad por la carretera. Una explosión a lo lejos me hizo saltar en el asiento y quise mirar por la ventanilla, pero mi madre no me lo permitió.

—¿Qué sucede, mamá?

—Nada por lo que un niño debería preocuparse.

Esas fueron las palabras de mi padre. Pero yo no me consideraba un niño. Tenía doce años y podía hacer muchas cosas.

—Pero yo no soy un niño —repliqué ofendido.

Hubo un atisbo de sonrisa en el rostro cansado de mi madre.

Claro que no, cielo. ¿Pero acaso no confías en nosotros? Solo debemos escondernos por un tiempo, ¿sí? Estaremos bien con los tíos.

Asentí y me acosté a lo largo del asiento trasero como mi mamá me indicó. No entendía qué estaba sucediendo, pero si mis padres no querían contarme nada, mi primo Min sí lo haría. Él siempre sabía todo porque era un chismoso empedernido y siempre estaba escuchando detrás de todas las puertas.

Daggers. —MinHyuk balanceaba sus piernas flacas en el aire y por un momento quedé fascinado mirando sus rodillas huesudas llenas de raspones violetas—. Así se llaman. Son… Bueno supongo que como nosotros, aunque altos y fuertes. Y muy feos. Tienen máscaras de gas como esas que vimos en aquella película de guerra, ¿te acuerdas?

Dije que sí aunque no sabía de qué máscaras hablaba.

Daggers —repetí entre dientes. —Han explotado cosas, Min.

Mi primo giró la cara hacia mí y sonrió, risueño.

No te preocupes, Seok. Papá dice que hay un grupo de rebeldes que están dándole pelea a los Daggers.

Presté atención a las palabras de mi primo. Él no me mentiría.

¿Un grupo de rebeldes?

MinHyuk asintió con fervor y se sentó en la cama.

Son todos jóvenes, pero muy valientes. Se hacen llamar Vultures —fruncí el ceño. Vulture significaba buitre. Y un buitre era un ave de carroña—. ¿No es genial? Vultures. Porque dicen que atacaran a los Daggers y luego se comerán sus ojos.

Me horroricé ante la imagen que pintó mi imaginación y él se echó a reír.

No se comerán sus ojos de verdad, tonto. Es algo así como una expresión. Quiere decir que los vencerán y los echarán de nuestro territorio.

Pero mi primo se había equivocado. Los Daggers habían ganado eventualmente y todos los Vultures habían sido apresados y criogenizados para ser exhibidos en las avenidas principales de Zalatoris como un recordatorio de lo que sucedería con los rebeldes o con cualquiera que desafiara el poder del nuevo orden.

Han pasado once años de aquello y todos ya se han acostumbrado a ser sombras de lo que alguna vez fueron. Figuras silenciosas. Fantasmas pasajeros en un mundo que ya no nos pertenecía.

Apuro el paso con una sola idea en la cabeza. Verlo. Tengo que verlo. Lo necesito como el aire para vivir. Para soportar.

Zalatoris es otro mundo cuando el sol se esconde. Desde los primeros años de la invasión, los Daggers establecieron un régimen implacable. Estaban en todos lados. Silenciosos y oscuros. Con sus cabellos blancos y sus atuendos raros y negros. Vigilando tras sus máscaras de guerra de ojos rojos. Acechando con sus presencias perturbadoras. Iniciaron un exterminio a lo largo de la ciudad que se extendió por casi ocho años. Los cuerpos de los que se atrevían a desafiarlos eran quemados en una pira infernal en las plazas públicas que todos estábamos obligados a presenciar. El olor a carne chamuscada quedaba flotando en el aire por semanas. Un escalofrío recorre mi columna ante el recuerdo. Mis padres fueron asesinados. Mis tíos también. Min Hyuk y yo somos los únicos sobrevivientes del clan Lee.

Mi corazón acelerado late impaciente por el inminente encuentro. Miro el último túnel que debo cruzar para, por fin, reunirme con él. Los Daggers patrullan las calles fuertemente armados. Uno de ellos se adelanta e instintivamente alzo las manos al aire.

—Identifíquese —ordena con su voz de ultratumba.

—Lee Hoseok. Veintitrés años. Civil común. Número 0514.

El guardia Dagger estira una mano oscura y yo apoyo la palma en la del invasor. Una luz verde escanea mis huellas y unos segundos después, éste se hace a un lado.

—Avance.

Camino con paso seguro adentrándome en el túnel. Las luces naranja fluo iluminan el espacio muy pobremente. No puedo evitar que la tristeza me invada cuando llego al final y el aire caliente golpea mi rostro. Las luces frías indican que he llegado. El último lugar de descanso de los Vultures. Hay algunos zalatorianos en el lugar. Parados en algunos puntos. Todos mirando hacia el frente. Hay llantos apagados, plegarias entre susurros. Camino hasta casi la mitad de la calle y me detengo frente a una de las cámaras criogénicas. Ahí está él. Y entonces sonrío. Una sonrisa que no me es devuelta. El hombre del otro lado no me mira. Tiene los ojos cerrados y la cabeza ligeramente gacha. Sus labios lucen frescos y su cabello negro brilla. Su piel se ve pálida y tersa en el frío.

—Hoy hace un calor del infierno —digo estirando una mano para apoyarla sobre el cristal—. ¿Cómo has estado? Me gustaría saber si tus ideas y tus sueños también están en pausa. ¿Sientes frío? Ha pasado mucho tiempo y aún no tengo noticias de Min. ¿Crees que le haya sucedido algo?

Mis ojos se detienen en la sudadera negra del hombre tras el cristal y en la pequeña llave que cuelga de su cuello. ¿Qué cosas abriría con ella?

Entonces miro hacia abajo y paso los dedos por la placa metálica al pie de la cámara.

Chae Hyung Won. Vulture de primer orden. Cazado en Mudlark.

—Cazado —murmuro con resentimiento—. Malditos Daggers.

Estoy un rato largo conversando con el Vulture dormido. A veces me encuentro pensando en aquel día, años atrás, cuando pasé frente al paseo de los Vultures, y quedé subyugado por la belleza irreal de aquel héroe. Y pronto me encontré volviendo a él. Limpiaba su placa, a veces colocaba una flor solitaria y otras quitaba el polvo y la ceniza acumulada en el cristal porque odiaba ver que su espacio estuviera sucio. El trato indigno que le prodigan los Daggers a aquellos hombres que habían arriesgado sus vidas por Zalatoris, me hace hervir con una rabia sorda, deseando vengarme de aquellos usurpadores sin corazón.

Hago todo el viaje de regreso a casa con la cabeza gacha y una sensación de tristeza aterradora. Los invasores me despojaron de toda mi vida anterior. De mi familia, de mis amigos. Pero mis pasos y mis pensamientos se detienen de forma abrupta cuando noto que la puerta de mi pequeña casa está entornada. Tenso el cuerpo y me desplazo hacia la parte trasera para comprobar si hay alguien a los alrededores. Es difícil ver en la oscuridad, pero mis ojos están acostumbrados a la penumbra de la noche. Rodeo sigilosamente el frente y me agacho al costado de la casa, palpando la superficie debajo de un contenedor de basura para sacar un reloj que me coloco con cuidado. Lo enciendo y luego busco el arma. Aún le queda suficiente batería y algunos disparos para efectuar. Cuando llego a la puerta trasera, la empujo con una mano y me deslizo en el interior. El televisor está encendido y, enojado por la osadía del ladrón, apunto el arma hacia la sala y doy un paso adelante.

—¡Quien sea que esté ahí, espero que se haya despedido de sus seres queridos porque hoy será su último día en la tierra!

—¡Vaya, primito, sí que eres dramático! ¿Qué diablos es todo eso de la despedida a los seres queridos? Aunque nunca fallas en hacerme reír. Anda, trae ese trasero firme aquí y dame un abrazo.

¿MinHyuk? Parpadeo confundido y miro al muchacho delgado que me sonríe desde la pequeña poltrona de la sala.

—¿M-Min? ¿Eres tú?

Mi primo se pone de pie y se baja la capucha negra de la cabeza. Su cabello blanco cae desordenado sobre su frente y su cara pintada tiene un aspecto feroz.

—¿Dónde estabas? Estuve esperándote por casi dos horas.

Enciendo la luz y miro con más detalle el atuendo que lleva puesto. Demasiado pesado para el calor que hace. Viste un largo abrigo negro y rojo, cruzado en el pecho por dos tiras pesadas oscuras, los antebrazos cubiertos con lo que parece ser cuero de oveja y botas negras. Tiene ambas mejillas pintadas con pequeñas rayas rojas y doradas.

—¿No estás demasiado abrigado? —pregunto una vez recompuesto por la inesperada visita—. Afuera es el mismísimo infierno.

Él se encoge de hombros y se acerca para atraparme en un abrazo asfixiante. Hace al menos tres años que no nos vemos y siento un poco de paz en los brazos del único familiar vivo que me queda.

—¿Has estado entrenando? —pregunta cerrando una mano sobre mi bíceps. —Eso es maravilloso. Eres fuerte.

—¿Cómo has estado? No supe nada de ti. Creí que habías muerto.

MinHyuk suspira cansinamente y se apoya contra el marco de la puerta que divide la sala de la cocina.

—Ya sabes. He estado preparándome. Por eso he vuelto. He venido a buscarte, Seok.

Seok. El apodo suena extraño a mis oídos. Solo mis familiares solían llamarme así. Y hace mucho tiempo que no lo escuchaba en voz alta.

—¿A mí?

Mi primo asiente con un movimiento de cabeza.

—Vamos a despertar a los Vultures.


Despertar a los Vultures. Esas palabras suenan como un canto divino a mis oídos. ¿Cuántas veces había soñado con aquella posibilidad? Con seguridad, no pocas. Pero la ciudad está sitiada y no iba a ser tarea fácil, por no decir que era algo poco menos que imposible, evadir a la guardia Dagger que vigila de forma permanente el paseo de los Vultures.

—Eso suena genial, Min —respondo con un sarcasmo que no pasa desapercibido para él.

—Hablo en serio, tonto. Te necesitamos.

—Me necesitan —repito cruzándome de brazos y apoyando el cuerpo sobre la encimera de madera astillada. —¿Puedes explicarme quiénes exactamente me necesitan?

Min hace un mohín con los labios, un gesto que solía hacer mucho cuando éramos niños y él estaba a punto de soltar su catarata de palabras

—Dime, Seok, ¿qué crees que he estado haciendo estos tres años lejos?

Desvío la mirada hacia un costado. No sé qué responder. Mi primo desapareció una noche dejando solamente una nota. 'Volveré'. Y esa fue toda la información que tuve de él en tres años.

—Mira, sé que estuve mal en irme así. Yo… no quería, no, mejor dicho no podía arriesgar tu vida.

Mis cejan se levantan, sintiéndome algo herido por aquellas palabras.

—¿Arriesgar mi vida? Vaya, tu forma de preocuparte por mí es algo peculiar. Me dejaste aquí solo. Con los Daggers merodeando de arriba abajo. Mendigando comida para sobrevivir.

MinHyuk hace un gesto abatido y se frota los ojos con ambas manos. Está cansado. Entonces la culpa me aguijonea y me acerco a él.

—Duerme un poco. Mañana podremos hablar con más tranquilidad.

Pero él sacude la cabeza y se yergue todo lo largo que es.

—No, Seok. Tenemos que irnos. Pronto saldrá el sol y no podremos escondernos.

Me alejé unos pasos.

—¿Irnos? Min, nos atraparán…

Mi primo camina hasta el pequeño sofá descolorido y toma su bolsa. Saca algunas prendas similares a las suyas y me las lanza.

—Confía en mí, Seok. Debemos partir. Ahora.

Kriogenya

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