3. Compañeros de armas
Cuando finalmente Vincent volvió en sí, se encontraba en la parte trasera de un patrullero que iba a toda velocidad por una de las calles principales y con la sirena prendida, esquivando autos y cambiándose de carril casi sin mirar, ganándose los bocinazos de docenas de conductores enfadados.
Él intentó moverse, pero ahora que se había enfriado de la pelea con Rampage sus heridas parecían doler el doble y le estaba costando siquiera intentar erguirse.
—Realmente estas en problemas esta vez —dijo una voz femenina desde el asiento delantero.
—Vamos, Rebecca, dices eso cada vez que me tienes que venir a levantar en algún callejón y llevarme a que me arregle las heridas —respondió Vincent, reconociendo la voz de su compañera en la estación de policías, la detective Rebecca Miller.
—Hablo en serio, Vincent, creo que tienes una costilla rota —argumentó ella con preocupación y reproche en su voz, mientras meneaba su castaña y lacea cabellera—. Te pudiste haber perforado un puto pulmón.
—Vaya, ¿con esa boca besas a tu madre? —preguntó Vigilante, ya más relajado.
—Puedes besarme el trasero —fue la única respuesta de su compañera.
La detective Rebecca Miller era una mujer dura, y una policía excelente. Hacía ya tres años que había sido transferida desde Londres a Krimson Hill, y todo porque expuso una red de policías corruptos a los medios de comunicación, tras enterarse de que sus jefes no planeaban hacer nada para detenerlos. La presión mediática terminó por destruir a los corruptos, y ella fue vista como una heroína para la ciudad, sin embargo, a modo de venganza, sus jefes la enviaron lejos, esperando que en la "Ciudad de la Furia", infame apodo con el que se conocía a Krimson Hill, finalmente encontrara un grupo de bastardos sádicos que pudieran hacerla sufrir, pero el tiro les salió por la culata.
Rebecca era terca, siempre salía con la frente en alto de todas las situaciones. De forma que lo primero que hizo al llegar a la ciudad, tras quebrar el tabique de uno de los oficiales que hizo un comentario sobre su trasero (suceso que Vincent aún recordaba y sacaba a la luz de vez en cuando para reírse un rato), fue pedir que se la asigne al caso más difícil que tuvieran en ese mismo instante, y no era otro que el del más reciente "criminal" enmascarado que tenía la ciudad: Vigilante.
Cuando él se enteró que ella llevaría su caso no pudo evitar sentirse ligeramente preocupado. El aspecto "angelical" que tenía Rebecca, con su piel blanca, labios finos y ojos de un marrón claro, contrastaban con su actitud de chica ruda.
Por aquel entonces, Vincent llevaba ya dos años en sus actividades como justiciero, y había sabido ganarse la simpatía de los oficiales de policía, quienes la mayor parte del tiempo hacían oídos sordos a sus actividades, con tal de dejar que el joven héroe les facilitara un poco el trabajo. Sin embargo, salir con una máscara a golpear gente seguía siendo ilegal, y Rebecca se comprometió a atrapar a Vigilante, en parte para demostrar a todos los policías en la ciudad quién era la que mandaba, en parte porque sentía que un maniático golpeando criminales y llamándose héroe iba en contra de todo lo que era ser un policía.
Muchas noches, Vincent, bajo su máscara, se cruzó con su compañera, incluso más de una vez se vio obligado a huir, esquivando las balas de la detective Miller, una de las cuales atravesó su hombro (otro suceso que Vincent solía echarle en cara para sacar alguna ventaja en una conversación). Durante casi un año, ambos fueron enemigos, pero Krimson Hill tiene cierta forma de hacerte tomar perspectiva, y los dos se vieron forzados a unir fuerzas para detener al Anticristo, un asesino en serie que colgaba a sus víctimas en cruces invertidas y presagiaba la llegada del apocalipsis.
Uniendo fuerzas, Vigilante y Rebecca pudieron atrapar al inteligente y escurridizo asesino, pero en el proceso, ella descubrió su identidad secreta, y, mucho más, descubrió que gente como Vincent era necesaria en un mundo donde existía el Anticristo. Alguien debía mantener la oscuridad a raya, proteger a los buenos, y, aunque a veces le costara admitirlo, ese alguien era su estúpido compañero: Vincent Hardy.
Con un giro rápido y arriesgado, Rebecca se bajó de la calle principal, y se adentró en Silent Side, el barrio más peligroso de Krimson Hill, lleno de edificios abandonados, caudillos que protegen fieramente sus territorios, y desolación en cada esquina, pero también el lugar donde se encontraba la base principal de Vigilante, bajo una fábrica metalúrgica abandonada.
A pesar de haber recorrido esas calles cientos de veces, a Rebecca aún le ponían los pelos de punta, y no podía precisar exactamente la razón. Lo cierto es que llevaba una mano en el volante, y la otra levemente apoyada sobre el mango de la pistola, preparada para cualquier idiota que intentara algo estúpido.
Sin embargo, era una noche tranquila, y Rebecca pudo conducir sin mayores inconvenientes hasta la fábrica, no sin tener que escuchar todos los quejidos de dolor de Vincent, que tenía una herida abierta y estaba empezando a sangrar profusamente en la parte trasera del auto.
Una vez dentro de la fábrica, la detective Miller se apresuró a bajarse y a ayudar a Vigilante a salir del auto.
—¿Segura que puedes con esto? —preguntó Vincent, a lo que Rebecca respondió alzándole una ceja.
—Te bajé por las escaleras de incendios del edificio para que ninguno de los inquilinos viera el estado de mierda en el que estas, ¿qué crees?
—Entendido, lo tienes.
Aun cargando a Vincent, Rebecca se tomó un momento para encender las luces, iluminando la sencilla pero efectiva base de operaciones del héroe. La misma estaba equipada con varios trajes, un armario con armas no letales y equipamiento, una computadora con varios monitores que había ido construyendo tras años de robarles la mejor tecnología a los criminales, algunos cajones de archivos, una mesa central con unas pocas sillas metálicas a su alrededor, y un área médica, donde se encontraban algunos insumos para tratar heridas sencillas y una camilla en la que Rebecca prácticamente lo arrojó, forzando otro gemido de dolor de Vigilante.
—Voy a tener que quitarte la ropa —advirtió la detective.
—Por lo general exijo que aunque sea me compren una copa antes, pero dado que este no es nuestro primer rodeo, voy a dejarlo pasar.
—¿Dónde guardas la anestesia? —preguntó ella mientras revisaba los cajones.
—No te preocupes, puedo soportar el dolor.
—Es para mí, tal vez si te doy la suficiente te puedo poner a dormir y no voy a tener que estar aguantando tu palabrerío constante.
—Que graciosa —replicó sin mucho humor Vincent.
Sin más, Rebecca se acercó a la camilla, desabrochó placas de armadura que cubría los órganos vitales del héroe, y utilizando una tijera cortó la ajustada remera que utilizaba por debajo, exponiendo todas sus nuevas heridas, y sus viejas cicatrices.
Con un algodón empapado en alcohol, fue limpiando una a una las heridas que tenía en sus brazos y torso. Una vez que los cortes fueron desinfectados, con una mano algo temblorosa, la detective procedió a cerrarlos, llenando sus guantes blancos de látex de sangre.
Ya con los puntos hechos, Vigilante procedió a sentarse en la camilla, mientras que Rebecca limpiaba sus manos en el lavatorio, sin embargo, una terrible puntada en el pecho del héroe lo forzó a lanzar un terrible grito de dolor, y entonces la detective regresó junto a su compañero.
—Estas muy lastimado, vas a tener que hacer reposo por unos días —le advirtió.
—¿Reposo por unos días? Deben estar acordonando el supermercado donde fue el tiroteo en este mismo momento, tengo que encontrar algunas pistas sobre Rampage —protestó Vincent entre jadeos, aunque claramente Rebecca estaba en lo cierto—. Además, estuve algún tiempo desaparecido con toda la cuestión de los aliens, así que dudo que el Capitan Walker esté muy dispuesto a darme más tiempo libre.
—Realmente eres terco, te estoy diciendo que... —empezó a protestar ella, cuando, a sus espaldas, una luz azulada iluminó de repente toda la base de operaciones, para luego apagarse con la misma velocidad.
Sin esperar un solo segundo, Rebecca desenfundó su pistola y se dio vuelta, fijando la mira en una silueta oscura y misteriosa que se encontraba en el otro extremo de la habitación.
—¡Policía! ¡Ponga las manos en alto y arrójese al suelo! —exclamó la detective, sin mover la mira de la cabeza del intruso.
—Lo lamento, no sabía que tenías visitas —dijo de repente la misteriosa figura, y dio un paso para colocarse a la luz, revelando su pintoresco traje, acompañado de su larga capa. Aquel extraño era nada más y nada menos que Mago Universal, el líder del Escuadrón de Héroes.
—¡Ja...! —empezó a exclamar Vincent, pero al darse cuenta que el mago fruncía el ceño se dio cuenta de su error y lo corrigió al instante— Digo, Mago Universal, un placer volver a verte.
—Sí, bueno, parece que hay personas que no opinan lo mismo —comentó James Jerom, dirigiendo la mirada hacia Rebecca, quien, a pesar de seguir apuntando al héroe, se mostraba terriblemente confundida.
—¿Beck? ¿Podrías, por favor, no apuntarle al amable maestro de las artes místicas? —preguntó Vincent, tratando de hacer recapacitar a su compañera.
—¿Eh? Oh, diablos, sí, lo lamento —se excusó ella, bajando el arma primero y volviéndola a enfundar, relajando el ambiente y haciendo que Mago Universal se sienta lo suficientemente cómodo como para avanzar hacia el dúo—. Es un placer conocerlo, señor.
—El placer es mío, aunque, debo decir que no sabía que Vigilante tenía compañeros.
Las miradas de los dos se posaron sobre Vincent, quien seguía agarrándose el costado del cuerpo, zona donde aún le dolía bastante.
—¿En serio no les comentaste nada sobre mi existencia al Escuadrón? —inquirió Rebecca, algo ofendida—. Ni siquiera hubieras estado vivo para conocerlos si no hubiera sido porque te salvo el trasero prácticamente una vez a la semana.
—No te lo tomes personal, le gusta jugar a ser misterioso, cree que así se ve genial —argumentó Mago Universal, cruzándose de brazos.
—No hace falta que me lo digas, cuando nos cruzamos las primeras veces todavía usaba ese modificador de voz para intentar meter miedo a las personas, la mitad del tiempo no se le entendía lo que decía —agregó Rebecca.
—Por más que esté disfrutando esta charla —interrumpió Vincent—, tengo que preguntar, ¿qué estás haciendo aquí, Mago?
—Bueno, venía a darte un regalo por ese último archivo que me entregaste, la investigación va lenta pero está dando frutos, pero esperaba que estuvieras fuera, iba a dejarte una nota —aclaró James.
Dicho esto, empezó a mover nuevamente sus manos, creando un nuevo portal, sólo que este, tan rápido como apareció, se fue, dejando en su lugar a una hermosa pero extraña motocicleta, que parecía más bien una especie de minitanque. Al verla, a Vigilante se le iluminaron los ojos, era su posesión más preciada, su más vieja compañera en el combate contra el crimen. Él la había robado a unos maleantes y la había modificado pieza a pieza con sus propias manos para ajustarla a sus actividades, sólo para perderla en la batalla contra los invasores. Ella era Nocturna, y estaba absolutamente hermosa.
—No puedo creerlo —dijo aún boquiabierto—, ¿cómo?
—Bueno, recuperé los restos de la zona de batall, y luego de un ritual en un cementerio, a la luz de la luna, logré traerla de vuelta, aunque estoy bastante seguro de que un espíritu se le metió dentro, así que ten cuidado —explicó Mago Universal, logrando que tanto Rebecca como Vincent se lo quedaran mirando entre confundidos y aterrados—. Era un chiste, la envié a un mecánico de confianza.
—Realmente tienes que dejarme a mí la parte cómica —contrarió Vigilante, con una media sonrisa en el rostro.
Con cuidado, Vincent se bajó de la camilla, y el dolor volvió a aparecer en su rostro, razón por la cual Rebecca se apresuró a sujetarlo.
—Estoy bien... —dijo él, pero cuando quiso dar el siguiente paso en dirección a la motocicleta sus pies se rindieron y cayó al suelo de rodillas, escupiendo un poco de sangre en el suelo.
—¡Vincent! —exclamaron Mago Universal y la detective, casi al unísono, para luego ayudarlo a levantarse entre los dos.
Delicadamente, volvieron a colocarlo en la camilla, y él siguió intento convencerlos de que se encontraba de lo mejor, en parte para dejarlos tranquilos, en parte para que lo dejen tranquilo y pudiera ir a saludar a Nocturna.
—¿Qué le paso? —inquirió Mago, viendo sus múltiples heridas aún frescas.
—Le patearon el trasero, eso fue lo que pasó —respondió Rebecca de inmediato, dibujando una media sonrisa en el rostro de James.
—No fue tan así —interrumpió Vincent, aunque cada palabra le provocaba muchísimo dolor—. Hay un tipo nuevo en la ciudad, Rampage, no había salido lo suficientemente preparado, y me tomó por sorpresa, eso fue todo.
—Aun así, parece que te dio una buena paliza —agregó Mago, aun revisando las heridas—. Pero no es el peor estado en que te he visto. Si pudiste con una espada atravesada en tu pecho, definitivamente podrás salir bien de esto.
—¿Te atravesaron una espada por el pecho? —inquirió sorprendida la detective.
—Larga historia —la interrumpió Vincent inmediatamente.
—Parece que es tu noche de suerte —dijo Mago de repente, corriendo levemente hacia atrás a la detective que lo miró confundida—. Todavía estoy buscando a cierta bruja que está fugitiva, así que no puedo ayudarte contra esta nueva amenaza, pero aun así puedo darte un pequeño empujón.
Las manos del mago empezaron a brillar en un color azulado, al igual que sus ojos, y Vincent supo que tenía que quedarse quieto, no quería terminar transformado en una rana por accidente.
—Adireh al arreic —exclamó el mago cuando su poder llegó a su pico máximo.
De repente, un aura azul cubrió el cuerpo de Vigilante, produciéndole una leve sensación de quemadura, pero no dolía, sólo era molesta, como un fuerte sol de mediodía en un día de verano.
Al cabo de unos segundos, la molestia pasó y Vincet supo que el hechizo había funcionado: su cuerpo ya no dolía y las heridas que se había hecho esa noche estaban casi totalmente cicatrizadas. Era como si no le hubiera pasado nada, y para comprobarlo se levantó de la camilla y dio algunos pasos temerosos, como si esperase que en cualquier momento sus piernas fueran a traicionarlo nuevamente.
—¿Mejor? —preguntó Mago Universal, con un ligero aire engreído, y no era para menos.
—Gracias —respondió Vincent con una leve sonrisa, aun admirando su cuerpo sanado.
—No es nada, pero ahora, si me disculpan, debo continuar mi camino —dijo James Jerom—. Vincent, detective —saludó a los presentes, haciendo una leve reverencia hacia esta última, que no pudo evitar sonrojarse un poco.
Acabadas las cordialidades, Mago Universal se alejó un poco del grupo y, nuevamente moviendo sus manos, creó un nuevo portal en el medio de la sala, el cual atravesó con tranquilidad, haciendo flamear su capa mientras desaparecía, dejando a los compañeros bastante asombrados.
—Ahora que estás en buen estado supongo que puedo hacer esto —dijo Rebecca, sin dejar de mirar la zona en la que había desaparecido Mago Universal.
—¿Hacer qué? —inquirió Vincent, sólo para arrepentirse segundos después cuando su compañera le asestó un fuerte golpe en el brazo, en el punto justo para dormírselo— ¿¡Y eso por qué!? —protestó el héroe.
—Tardaste meses en confiarme tu identidad, meses, y ni hablar de cuanto tardaste en traerme aquí, pero con el señor linda capa es todo cómo "¿te gustaría visitar mi base de operaciones secretas, estimado amigo? ¿se te ofrece algo?" —le reprochó Rebecca.
—Primero que nada, no te confié mi identidad porque, por aquel entonces, intentabas meterme en prisión o matarme —replicó Vigilante—. Todavía tengo la cicatriz de tu bala en mi hombro, ¿recuerdas?
—La bala pasó de lado a lado, fue un tiro limpio, deja de lloriquear como un bebe.
—Y segundo, no sé si lo notaste, pero Mago Universal no es muy fanático de las puertas, si él quiere entrar aquí, no hay absolutamente nada que pueda hacer al respecto.
Rebecca sabía que Vincent tenía razón. Él se había estado codeando con las grandes ligas en los últimos meses, y ese tipo de actividad solía venir con ciertos beneficios y responsabilidades que tendían a ser ineludibles. Ella había seguido las acciones del Escuadrón, en parte por las noticias, en parte por los crípticos comentarios que su compañero le había hecho de ellos. Era increíble pensar que seres tan fantásticos existían en un mundo que aun así permitía que existieran lugares como Krimson Hill.
—Ahora, si me disculpas, tengo que ir a saludar a mí querida amiga —agregó Vincent, imitando el acento de Mago Universal, y acercándose a Nocturna—. Ve a descansar, Beck, mañana iremos a revisar una escena del crimen.
Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, una alarma sonaba, despertando a un gigante que se encontraba tendido plácidamente entre sabanas de seda y almohadones que parecían acariciar su rostro.
Eran las cinco de la mañana, y Laurence Osburne, mejor conocido como Cronos, líder del bajo mundo de Krimson Hill, apagó su despertador y salió de la cama, para luego quedarse contemplando las luces de la ciudad desde el gigantesco ventanal de su habitación.
Él vivía en el edificio más alto de Krimson Hill, en el penthouse más caro, con todos los lujos y todas las medidas de seguridad necesarias para asegurarse de que nadie irrumpiría en su morada. Sin embargo, él seguía considerándose la última medida de seguridad.
Entrenado en boxeo desde niño, y con lo que parecía ser una brillante carrera por delante durante su adolescencia, Cronos era un metro noventa y ocho y ciento cinco kilos de puros músculos. Eso además sumado a que era un luchador salvaje y entrenado, aunque siendo el jefe rara vez tenía que ensuciarse las manos.
Laurence se puso una bata blanca que contrastaba con su piel negra, y se dirigió al baño, no sin antes darle un leve golpe al saco de boxeo que colgaba en la esquina de su habitación.
Revisó su imagen en el espejo. Para tener ya casi cuarenta y cinco años, se mantenía bastante bien. Se podían ver algunas canas en su pelo, que mantenía pulcramente cortado al ras, y otras tantas en su barba, que se había dejado crecer en los últimos días, pero que ahora pensaba en recortársela.
Su rutina comenzaría en unos minutos: se daría una ducha, desayunaría, entrenaría, y luego comenzaría con sus actividades administrativas. O por lo menos eso era lo que tenía planeado, pero Krimson Hill nunca se queda sin sorpresas.
Aún estaba contemplando su imagen en el espejo, cuando desde afuera de su habitación, escuchó una serie de gritos bastante desesperados.
—¡Señor, tenemos órdenes de no dejar pasar a nadie hasta después de las siete! —exclamaba uno de sus miembros de seguridad, en la entrada de su penthouse.
—¿Acaso eres nuevo o eres idiota? —preguntó una voz un poco más chillona, y claramente molesta—. Tengo que ver al señor Osburne, ahora, así que háganse a un lado.
Cronos salió de su habitación justo a tiempo para ver a Joseph Gillian, su asistente y mano derecha, entrar al penthouse con una mirada preocupada, que parecía resaltar gracias a sus anteojos, como si tuviera una lupa frente a ellos.
—Señor Osburne —saludó Joseph, con su escaso metro sesenta, trataba de no pararse muy cerca de su jefe, más para poder tener una buena vista de él, que por vergüenza a su propia estatura—. Me temo que tengo malas noticias.
—Habla —fue lo único que dijo Laurence, mientras se servía una taza de café.
A veces Joseph se le antojaba demasiado nervioso, pero esa era una cualidad que necesitaba en su compañero. Astuto, inteligente, y francamente obsesivo, Joseph Gillian cubría cada pista, cada rastro que podría vincularlo con actividades ilegales, y era absolutamente brillante al realizar su trabajo. En ese pequeño hombre de metro sesenta, incipiente calvicie, y gabardina negra, se ocultaba una mente brillante, que muchos habían desestimado antes de que cayera en sus manos.
—Atacaron uno de nuestros mercados, en la zona Sur —informó Gillian.
—¿Vigilante? ¿Algún rival nuestro? —interrogó Laurence, aunque claramente no estaba muy interesado, esas tipo de cosas pasaban en su línea de trabajo—. Conoces el protocolo: cubre todos los gastos médicos de nuestros empleados, ponle los mejores abogados de la ciudad, y asegúrate de que el resto esté atento a cualquier actividad sospechosa cerca de sus zonas, disparan primero y preguntan después.
—Esta vez no habrá gastos médicos ni en abogados, señor... —comentó por lo bajo, llamando por primera vez la atención de Cronos, que se detuvo cuando estaba justo a punto de llevar el café a su boca—. Están todos muertos.
—¿Todos?
—Hasta el último.
Fue entonces que comprendió que algo más estaba pasando. Vigilante tenía la costumbre de vapulear a sus empleados y luego dejarlos colgando y maniatados en algún lugar visible para que la policía los detenga; y, entre mafiosos, siempre se dejaba un superviviente para que transmita el mensaje, era el código de la ciudad, y todos los jefes lo cumplían a raja tabla si no querían enfrentar consecuencias.
—¿Qué sucedió?
—Una masacre, señor, una masacre —respondió Gillian—. Nuestros contactos en la policía ya revisaron las cámaras de seguridad, y nos enviaron esto.
Joseph desplegó algunas fotos sobre la mesa, y Cronos se acercó con paso lento a observarlas. En ellas, entre un mar de cadáveres, se podía ver al nuevo "héroe" de la ciudad: Rampage.
—Prepara el auto —fue lo único que dijo, tras observar algunos segundos las fotos.
—¿Señor? —inquirió Gillian, confundido ante el pedido.
—Haremos lo que cualquier persona haría cuando sus empleados mueren en su lugar de trabajo —explicó Osburne, volviendo a tomar la taza de café caliente—: iremos a hablar con la policía.
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