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33| SAKÂRI

El alaskan caminó lo suficiente para alejarse de la vivienda de su abuela.
La tarde estaba cayendo, cuando él sé sentó al costado del enorme inuksuk a observar los introvertidos rayos del sol, que agonizaban en el horizonte de hielo.

—¿Por qué la vida es tan cruel? —Le preguntó a la nada—¿Por qué me pasan estas cosas? ¿Por qué mi hermana, por qué yo?

Lloró desconsoladamente sin poder encontrar consuelo ni respuestas.
Sintió un horrible vacío en el pecho y se dio cuenta que su omega estaba experimentando su dolor.
Se puso de pie, para ir a buscarlo pero lo vio a pocos pasos de él. En silencio, respetando su distancia pero lo suficientemente cerca para correr a contenerlo en el preciso momento que el alfa lo necesitara.

Sialuk abrió sus brazos y aún llorando le rogó que lo abrazara.

—Ven, amor. Ven conmigo, te necesito.

—Aquí estoy, Luk, siempre a tu lado.

—Krasnyy, no entiendo, me siento triste y mal. ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué mi hermana tuvo ese final tan horrendo? ¿Es que el universo no quiere que tenga familia?

—La pregunta, Luk, mi amor, no es «¿Por qué?». La pregunta correcta es «¿Para qué?»
Vayamos desde el comienzo de esta situación que nos trajo hasta aquí.
Aquel día que huimos de la tormenta del Apogeo del Cénit y llegamos a la posada de Trigal ¿Para qué crees que tú dejaste la medalla?

—Para pagar.

—Un poquito más profundo, amor. Pensemos más allá de ese simple hecho.

—No sé a dónde quieres llegar...

—Esa medalla quedó en manos de Trigal, para que tu hermana la viera y se establecieran las conexiones contigo.
Ella te lo dice en la carta, ella siempre supo que irías a buscarla. Lo sabía su inua, te sintió en ese vínculo de hermanos que nunca se rompió, aún con el pasar del tiempo y la distancia inconmensurable entre ambos.

—Pero, ¿Por qué el destino me hizo encontrarla para después llevársela?

—De nuevo preguntas con un «Por qué»
Cambia la pregunta, Sialuk.

—¿Para qué el destino me hizo encontrarla para después llevársela?

—¿Para qué crees, amor?

—No sé responder, Krasnyy. Es muy difícil aceptar esto.

—Por supuesto que difícil, Luk.
Tienes razón, no es fácil... pero es simple.

El alfa y su enorme espalda hipaban, mientras observaba con ojos de cachorro lo que su omega le decía.

—La vida es perfecta, Sialuk, tan perfecta que te pone de bruces una vez más a ahondar en tus pesares para que descubras que detrás de todo ese dolor, hay una luz brillando y requiriendo tu amor.
Ella le llamó «brote» a su hijita. Y eso es exactamente lo que es. Es un brote de esperanza. Es la continuidad de tu hermana, manifestándose en esa flor.

La mirada del malamute iba transformándose a medida que Krasnyy hablaba.

—Hace minutos te custionabas si el universo no quiere que tú tengas familia. ¿Con este milagro ante tus ojos, puedes seguir preguntándote lo mismo?

—Krasnyy, cielos, ¿Cómo es que puedes ver las cosas tan claras, mi niño rojo?

Lo alzó y giraron juntos.

—Estaba sumido en un dolor tan agónico, tan mezquino, hace segundos y con tres palabras ¡Me abres un mundo de luces!

El rojo levantó sus hombros sin tener respuesta a esa pregunta.

—Vayamos por el brotecito, mi amor. Quiero tomarla en brazos nuevamente para sentir lo que me dicta el corazón.

Sialuk comenzó a caminar rápido y Krasnyy saltó a su espalda y se colgó a caballito sobre su cintura. Y así, riendo y trastabillando, regresaron a la casa de Qaammat.

La abuelita en posición de loto, meditaba junto al fuego.

Se acercaron al nido. Sakâri abrió sus ojitos. Sialuk la levantó y dejó fluir su pomelo y patchouli y la niña emitió una sonrisita tierna. Él  besó su nariz.

—Mi inua reconoce a esa bebé cómo carne de mi carne, Krasnyy.

—Serás el mejor padre de este mundo, Sialuk.

—Seremos —aclaró— no haré nada si tú no estás de acuerdo.

—Luk, el cielo es enorme, es sabio, es generoso. Nos ha concedido el milagro de criar una cachorra. No puedo creer que podré maternar, aún teniendo el vientre negado para tal fin. Con toda mi alma y mi corazón, te ruego que aceptes este don que nos regala la vida.

Sialuk lo abrazó y lo besó largo y profundo ante la mirada piadosa de la abuela Qaammat, que había salido de la meditación al escucharlos llegar.

El alfa acercó la bebita a su cuello y le habló bajito.
—Bienvenida a la familia Gritos Siku de la manada de lobos, pequeña y dulce sobrina. Nunca dejaré que olvides quién fue tu madre, ni tu valiente padre.

El siberiano los abrazó a los dos y también acercó su cabeza a la de la bebé. Dejó fluir su caramelo y ella volvió a sonreír.

—Hola Sakâri, soy Krasnyy.

—Dile más, dile quién eres —el pelirrojo abrió grande sus ojos, no sabía a qué se refería su alfa.

—Sakâri —Sialuk, le habló al oído a la cachorrita— te diré un secreto, no le digas a nadie. Este hombrecito con cabellos de fuego, que acaba de rodearte de perfume a caramelo, es mi amor. Y será el tuyo también, porque sé que vas a amarlo con locura. Ni yo ni él somos tus papás de sangre, pero lo seremos de alma y corazón. Es mi más solemne promesa ante ti y ante los cielos.
Bienvenida a nuestras vidas, dulce brote, Sakâri.


Dos días después partieron del Portal de Los Gritos con diez mil recomendaciones de parte de la abuelita quien lloraba, más de alegría por haber recuperado a su nieto, y porque la niña ahora pertenecería a una manada de su sangre que prometía amarla y cuidarla, que por la partida en sí.

—Abuela, ¿Vendrás con nosotros alguna vez?

—Quisiera con toda el alma poder decirte que sí, mi corazón. Pero me encuentro muy débil, mi cuerpo está cansado, nieto. No estoy en condiciones de emprender un viaje tan largo. Hoy, mi lugar está aquí, no puedo abandonar la manada.

—Pero son muy poquitos, abuela. Y todos son de edad avanzada. ¿Cómo se cuidarán entre ustedes?

—Silú —al pronunciar el apodo, miró a Krasnyy y sonrió— Sialuk, somos menos de diez los que quedamos. Poquitos sí, pero este es nuestro hogar. Este es el refugio que nos cobijó por años. Antes de que llegaras, viví con profunda amargura pensando en el futuro de Sakâri. Yo, no viviría tanto tiempo para criarla y verla crecer. Y tampoco podría hacerlo ninguno de esta aldea, somos todos ancianos, bien lo dijiste. Pero ahora, tras el milagro de tu llegada, te juro, nieto amado, que puedo morir en paz.

—No digas eso que me entristece. Yo te entiendo perfectamente, no es mi intención sacarte de tu lugar en el mundo, solo deseo tenerte más cerca. Pero haremos algo, vendremos seguido. Te lo prometo. No dejaremos que el brotecito crezca sin conocer sus raíces.

—Palabra de lobo —dijo por detrás de él, Trigal, mientras amarraba un caribú a la pulka.

A Luk lo hizo reír la frase del rubio y su descaro para entrometerse en conversaciones ajenas.

—Te lo prometemos, abuelita —afirmó Krasnyy que abrazaba a la anciana con desbordante cariño.
Luk se acercó y besó la frente de Qaammat.
Ella les entregó a la pequeña que dormía entre sus brazos.

—Hasta pronto, hija de mi nieta. Estás en las mejores manos. Siempre estaré aquí —y apoyó su mano temblorosa sobre el pecho del brote— Vive libre y feliz, dulce niña. 

Los cuatro partieron de la aldea, con energías renovadas y corazones rebosantes. Sialuk giró para guardar en sus retinas la imagen de su abuela, última líder y sobreviviente de la masacre perpetrada sobre el clan de los alaskan malamute del Portal de Los Gritos.

Miró a Krasnyy, después a su hijita, y la sonrisa se instaló indefinidamente en su rostro.
Las lágrimas que dejaba escapar, se congelaban es el acto y por el rabillo del ojo observó al omega acercarse a tomar las perlas y a llevarlas a su boca.

—Estoy comiendo tus lágrimas de hielo, mi amor.

—Ya te vi, niño rojo. ¿Son ricas?

—Deliciosas. Saben a felicidad.



Glosario

Inuksuk:  (en plurar Inuksuit) montículos de piedra con forma antropomorfa, que el pueblo inuit, construye desde épocas ancestrales, como métodos para orientarse, en aquellos lugares dominados por la tundra y el hielo, con escasas señales y elementos naturales para tomar como referencia.











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