29 | 2 MEDALLAS 2
Esta era la mañana perfecta para que los híbridos llevarán a cabo el plan que habían trazado tiempo atrás cuando Krasnyy aceptó la oferta de Sialuk de ir a conocer el mar en las zonas cálidas del globo.
Bruma había sido la designada por ambos para cuidar sus samoyedos y cuidar muy de cerca la condición de preñez de Estrellita. Ella está próxima a parir y aunque Krasnyy no quería dejarla, debió decidir entre emprender el viaje con su amado o quedarse a ver nacer los cachorros producto de la fiesta entre ella y Titán aquella noche de nevada profunda en el Apogeo del Cénit.
Por supuesto que la elección fue más que obvia.
Ambos habían decidido hacer el primer trayecto del viaje con su forma perruna para evitar llevar el trineo ya que la segunda parte del itinerario implicaba abordar el tren y por obvias razones no llevarían el deslizador para tener que dejarlo abandonado por ahí.
Prepararon dos alforjas con lo básico y lo necesario ya que estas irían amarradas a sus lomos, y al momento de cambiar a humanos, no fueran ni molestas ni pesadas de cargar.
El plan de viaje que incluía el recorrido en tren los tenía por demás entusiasmados pero antes, harían un alto en el camino para llegar a la posada donde Sialuk había entregado; como parte de pago de la aquella estadía en la que se quedaron cuando acababan de salir del Apogeo del Cénit; la medalla con su nombre con la que fuera encontrado el día que lo rescataron de la matanza de su clan.
Sí bien a él no le importaba mucho recuperar ese objeto, a Krasnyy le parecía de suma importancia que recobrara lo único que al alaskan le quedaba de su familia.
Y hacia allá se dirigieron.
—Buenos días...
—¡Sialuk! ¡Qué gusto verte!
—Hola, Trigal, el gusto es nuestro —comentó tratando de contener la risa, mientras ubicaba al frente al pelirrojo que por detrás suyo había pellizcado su espalda dos veces ante los saludos que el chico de la recepción le había dado.
Lo abrazó por la cintura y aunque Krasnyy intentó zafarse del abrazo, Luk no se lo permitió.
—Denme un segundo, ya regreso con ustedes —comentó el hijo del dueño de la posada antes de retirarse.
—Krasnyy, jaja, ¿Por qué te pones así? Ya hemos hablado de esto.
—¿Así que se llama Trigal? Lo llamaste por su nombre.
—Sí, claro, es de buena educación llamar a las personas por su nom...
—No sabía que sabías su nombre —lo interrumpió.
Luk no podía dejar de reírse del rojo, le daba mucha ternura que se pusiera tan celoso de la nada. Hacía berrinches de niño y eso a Sialuk, le encantaba porque claramente se trataba de celos inocentes que Krasnyy era incapaz de manejar. Lo más curioso era, que solamente lo celaba con este chico, cosa que al alaskan le resultaba más divertido.
—¿De qué te ríes?
—De cómo te pones de cel....
—¿Me pongo, qué? —volvió interrumpir— No me pongo nada. Si no dije nada, yo.
—¿Por qué me pellizcaste la espalda?
—Fue jugando...
—¿Estabas jugando, Caramelo?
—Sí.
La cara de inocente que puso lo volvió loco. Tomó su rostro y a punto de besarlo, Trigal irrumpió en la sala.
—Perdón, ya estoy con ustedes, ¿Vienes por la medalla?
—No —dijo un Sialuk categórico— Danos una cabaña, Trigal, ya.
Krasnyy insinuó cuestionar esa decisión pero Sialuk le hizo gesto de silencio llevando su dedo índice sobre los labios.
El rojo abrió sus ojos y cerró su boca justo en ese momento en el que estaba a punto de hablar.
—¿Quieren la misma de la otra vez? ¿La de las aguas termales?
Krasnyy dio saltitos de emoción y cuando estaba a punto de hablar recordó que su alfa le había pedido silencio y en lugar de eso giró sobre sí mismo aleteando como pajarito.
—¡Jajajaja! ¿Qué haces, Caramelo!!?
—Shhh —hizo él con sus deditos en los labios.
—Ay, ¡Qué hermoso eres, por los cielos!
Lo cargó en sus brazos y lo llevó hasta la cabaña dándole mordiscos en el cuello.
Trigal miraba de reojo la interacción de estos dos y no podía evitar sonrojarse.
Él tenía que hablar seriamente con Sialuk pero ni loco se le ocurriría interrumpir el momento de pasión entre los híbridos.
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—¿Pensabas que después de hacerme esos pucheros y de pellizcarme iba a quedarme sin hacer nada?
El rojo no contestaba.
—Krasnyy...
Este le hacía gestos con las manitos tratando de formar palabras.
—¿Jaja, qué es eso?
Krasnyy emuló la seña de silencio que Luk le había hecho minutos atrás,
dándole a entender que su mutismo se debía a su exigencia.
Sialuk puso cara sería, enarcó una ceja y pronunció algo con toda la intención de provocarlo.
—Ya puedes hablar, omega.
—¿Omega? —rompió el silencio— ¿A mí me estás diciendo omega?
—Lo eres ¿O no?
—¡Claro que lo soy! Y muy orgulloso de ser el omega más fuerte decidido y hermoso con el que te hayas cruzado.
Sialuk lo miraba con amor, no podía creer que el corazón de ese ser tan delicioso frente a él, le perteneciera. Es tan divertido, tan dual. Tan espontáneo para algunas cosas y tan predecible en otras. Él sabía que esa frase desencadenaría un huracán de emociones encontradas en el rojo y continuó punzando a ver hasta dónde llegaba.
—¿Entonces por qué te enojas que te llame por tu casta?
—No me enoja que me llames así. Me molesta tu tono demandante. No soy tu propiedad, Sialuk.
—Sí lo eres Krasnyy. Eres mío. Lo sabes. ¿Lo sabes?
Luk puso cara de cachorro y escondió su cara contra el cuello.
Krasnyy corrió a darle besos en su rostro.
—Sí, sí lo sé mi amor. Soy tuyo. Todo tuyo. Dime omega, dime beta, épsilon, dime todas las letras del alfabeto que quieras, lo que se te venga a la mente. Pero no me hagas esa carita que me muero.
—Quiero estar dentro tuyo ya mismo —este era el alfa de manifiesto.
—Deja de hablar entonces y quítame la ropa.
Luk lo desnudó suavemente. También quitó cada una de sus propias ropas y lo alzó entre sus poderosos brazos para llevarlo al estanque de agua caliente.
—Los besos mojados son los más deliciosos.
—Solo si vienen de tu boca.
—Voy a comerte todo Sialuk y para cuando acabe contigo, me suplicarás por más. Y te daré todo lo que desees, porque soy tuyo y porque tú, bendito sea el cielo, eres mío. Y con mi propiedad hago lo que quiero.
—No soy tu propiedad, Krasnyy.
—Sí lo eres. Eres mío.
Chupó uno a uno los dedos del alaskan.
—¿O no?
—Sí mi amor, soy tuyo. Hazme tuyo. Hazme gritar.
La madrugada en que los híbridos se encontraban presenciando los arañazos de luz que el alba le propinaba a las cumbres albinas, ellos habían tomado una decisión que cambiaría el rumbo de su viaje drásticamente.
Trigal, le había entregado la medalla que Luk había empeñado a cambio de hacer uso de la cabaña, pero antes le relató un suceso que el alfa ni en sueños, esperaba escuchar.
—Estuvo aquí hace varias semanas una mujer. Ella vio colgada tu medalla en mi estante y me preguntó cómo la había obtenido. Le dije que le pertenecía a un alaskan malamute que habita con los lobos y ella llevó sus manos al rostro y comenzó a llorar.
Sialuk inclinó su cabeza como hacen los perritos, clara mueca de no entender lo que le decía. Krasnyy le apretó la mano con la suya y con la otra acarició el dorso de la muñeca del malamute, donde el pulso se siente fuerte.
El llanto se agolpó en el gaznate de Sialuk antes, siquiera de tener toda la información.
—Me pidió más datos, solo le di los mínimos, porque, bueno, no la conocía y no me pareció bien hablar de ti sin que me autorizaras.
—Hiciste bien, gracias —comentó Krasnyy, ya que Sialuk no podía emitir sonido.
Trigal hizo un pequeño ademán de satisfacción ante lo dicho por el siberiano ya que es la primera vez que ambos se dirigen la palabra.
—Pero... me encargué de averiguar lo más que pude de ella.
Miró a los ojos a Sialuk y le dijo...
—Toma asiento, creo que necesitas estar sentado para escuchar esto.
Luk miró a su omega con ojos de crío.
Siéntense por favor. Se acercó, sacó algo de su bolsillo y se puso de cuclillas ante ellos. Acercó su mano al alaskan y la abrió.
En ella no solo estaba la medalla de Sialuk, otra medalla relucía al lado de la suya. Esta relucía con más brillo y pendía de un cordón de seda blanco.
—¿Que-e se supone que es es-esto? —preguntó Luk tartamudeando.
—Es la medalla que colgaba del cuello de la mujer, Sialuk, ella la desprendió y me la entregó.
El malamute se llevó una mano al pecho, estaba confundido, miró la medalla de la mujer desconocida y su inua lloró dentro suyo. Krasnyy sostuvo la espalda del chico que se sacudía.
El colgante poseía el mismo símbolo que identificaba al clan De los Gritos, era igual al suyo, las lágrimas le impedían leer.
Krasnyy tomó el metal y leyó en voz alta
Qilak de los Gritos
Kras agarró la medalla de Sialuk, él nunca la había leído ni visto de cerca, en ella leyó...
Sialuk de los Gritos
Luk asió ambas medallas.
—No comprendo. ¿Esta persona dijo algo más?
—Ella dijo que era una sobreviviente del clan de los Gritos.
El perro dentro de Sialuk se retorció.
—Me dejó la insignia y me pidió que te la entregara. Me dibujó un mapa donde podrás encontrarla a ella, a su familia y a todos los que sobrevivieron a la matanza de los alaska malamute.
Sialuk se llevó las manos a la cabeza, respiró fuerte, miró al pelirrojo y sonrió con rastros de llanto en sus ojos.
El rojo tomó el mapa improvisado.
Ambos se inclinaron ante Trigal, le dieron las gracias y salieron del recinto con los corazones inflamados de sensaciones y dudas.
Sialuk aulló tan fuerte que Krasnyy se asustó y cambió de forma involuntariamente.
Y el alaskan también lo hizo, y corrió como loco hacia el bosque más cercano donde la nieve es virgen y profunda.
Kras corría por detrás de él. Empezó a preocuparse al ver que su Alfa seguía disparando a gran velocidad.
Él se detuvo y le aulló hasta retorcer sus pulmones.
El niño rojo es un omega. Su voz de mando no es más fuerte que la de un alfa. Pero él no es un omega común, ya lo sabemos. Él articuló una voz dominante desconocida para Sialuk, lo que lo hizo detener en el acto.
—Regresa a mí en este momento —regañó el omega y su gruñido rebotó en cada recodo de la espesura.
Sialuk se detuvo ante el rugido del rojo. Nunca lo había escuchado así.
Pero entendió que su omega estaba a cargo, en ese momento. Agachó sus orejitas y caminó cabizbajo hasta llegar lado de Krasnyy.
El aliento agitado por la corrida no le permitía emitir sonido. Pero observaba a su amor buscando en su mirada una explicación a lo que les había revelado Trigal, esclarecimiento que obviamente no llegaría de la boca del siberiano, quién se encontraba tan desconcertado como él.
Kras continuó en postura de dominancia y obligó al alfa a que regresaran a la posada a buscar sus ropas antes de cambiar de forma.
Con las dos medallas en sus manos, Krasnyy tomó las riendas del asunto y con el amor más grande del mundo, le comunicó a Sialuk que el viaje al mar cálido se había suspendido.
Tren, paisajes y aires tropicales podían esperar.
Ir en busca de las raíces del alaskan malamute del Portal de los Gritos, no.
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