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25 | SALIDA DEL APOGEO

—Despierta, Krasnyy, amor.
El rojo apenas podía abrir sus ojos, se encontraba profundamente dormido.
—kras, vamos, llevas un día entero durmiendo.

—Hola, Sialuky.

—Siéntate, mira, te preparé un té. No tenemos cacao para una chocolatada que es tu preferida, pero tenía agua y menta, te va hacer bien algo calentito.

—Gracias, mi amor.

Su cabello rojo enmarañado, los ojos hinchados por el llanto y el sueño, le devolvían a Luk una imagen muy tierna de su omega. Besó sus manos que estaban calentitas por la taza de té entre ellas, sus orejitas, su cabeza.
El rojo de a poco salió del sopor del sueño, provocado por haber estado tantas horas inconsciente.

—Kras, debemos irnos hoy mismo. El clima está enrarecido y temo quedarnos atrapados bajo la nieve.

—¿En serio?

—Sí, ha nevado toda la noche.

—Bueno Luk, comencemos ya mismo a levantar todo.

—Ya lo he hecho, amor. Mientras dormías levanté todo el campamento. Tus samoyedos ya están amarrados esperando por nosotros.

Los ojos del siberiano se abrieron gigantes.

—Pe-pero, hiciste todo solo, me hubieras despertado…

—No me costó nada, además tú necesitabas descansar, amor mío.

Se acercó, tomó la taza vacía que Krasnyy le entregaba, la colocó dentro del morral y se sentó al lado a su chico.

—Sé que querías que estuviéramos juntos antes de llegar a la aldea. Pero debemos irnos ya mismo, Krasnyy o no podremos salir.

—Lo sé amor. Es más importante que salgamos vivos de acá.

—Sí, pero si no refuerzo el lazo, tampoco lo lograremos…

Krasnyy levantó los hombros y manos y con su boquita hizo un gesto de «No entender» que Sialuk no resistió y debió besarsela entre risas.

—Ya sé, suena incoherente… Pero es que tenemos un problema entre manos. No podemos quedarnos a reforzar nuestro vínculo acá. Pero tuve una brillante idea —la sonrisa de conejo brillaba en su cara— saldremos de aquí y en cuanto encontremos un lugar más apacible nos detendremos. Conozco un sitio. Lo único que importa ahora en no quedar enterrados aquí mismo.

El rojo seguía cada palabra con la misma pasión que el alaskan las pronunciaba.

—¿Qué te parece?

—Me parece genial, amor. No retrasemos más la salida.

Krasnyy ya de pie, vestido y listo para emprender la partida, retiró pieles y cueros donde habían dormido y los acomodó en el trineo.

Les habló con amor a sus samoyedos que saltaban de alegría al verlo acercarse a ellos.

—Titán y Estrellita tuvieron fiesta anoche.

—¿Qué? Jaja ¿De qué hablas?

—Los escuché darse mucho amor.

—Jajaja, ¡Es que Titán es todo un rompecorazones!

—Ella no se quedó atrás.

—Jaja, noo, no digas así… ¡Ella es una dama!

—Krasnyy, a las damas también les gusta…

—Shhh, no digas nada de Estrella, ella es mi preferida. Y es una niña aún…

—Pero a la niña le gustó la fiesta, Kras.

Sialuk reía a carcajadas de las caras del pelirrojo.

—La verdad es que sentí envidia… —agregó borrándosele la sonrisa— ellos pudieron lo que nosotros, no.

—¿Luk, estás enojado porque me dormí?

—¡Cómo crees, amor! No. De ninguna manera. Fue «envidia sana», jaja. Además en unas horas la fiesta la tendremos nosotros.

Se sonrojó y escondió su carita contra el cuello, ahí estaba el Krasnyy naïf, el Krasnyy tierno que lo delira. Se acercó y levantó su rostro, pegó su boca a la del rojo, saboreó los restos de menta y sin separar sus labios le dijo:

—¿Te pones tímido, Caramelo? ¿Es que no quieres que tu alfa te haga suyo?

Él sabía lo que provocaba en Krasnyy hablándole así, y le encantaba…

—Porque si no quieres, no hacemos nada —Lamía la comisura de su boca, lenta y tortuosamente— Solo te marco ahora, sin preámbulos, ni juegos...

—Sialuk si sigues haciendo eso, no nos iremos de acá y me importará una mierda que nos tape la nieve y morirme con el culo congelado.

—Jajajaaaa, noo, bebé, tu culito hermoso estará calentito en unas horas, te lo prometo.
Con sus manos apretó su redonda y hermosa retaguardia y atrajo con fuerza al chico hacia su cuerpo y lo movió sobre las pelvis de ambos.

—Por los cielos, Sialuk ¿Podemos ponernos en movimiento?

—Nos estamos moviendo, Caramelo.

—¡Ahh no, lo que tú quieres es que me muera acá mismo!

—Jaja no mi amor, perdón, es que eres muy tentador —Le dio un beso en la punta de la naricita y emprendieron el retorno.









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