18 | REGRESO A CASA | SIALUK
Transcurrieron varios días.
Sialuk había perdido por completo la noción del tiempo.
No sabía cuántos días llevaba sin alimentarse ni dormir.
Se refugió con los samoyedos esperando el regreso de su amado niño rojo.
Esperó por largas semanas pero Krasnyy nunca volvió.
Cuando ya se había quedado sin corazón, sin lágrimas y con su alma totalmente desecha emprendió el regreso a la aldea de los lobos.
No podía comprender cómo era que el pelirrojo había decidido entregarse a sí mismo como ofrenda para que la niña fuera curada cuando el trato con la angakkoq había sido otro.
Las tres lunas hasta llegar a su aldea parecieron eternas.
Al llegar, fue recibido por Trueno y por Alekah quiénes lo condujeron a la cabaña, donde Maikoh se recuperaba perfectamente.
La brutal herida en su cabeza estaba cicatrizando y ella había recobrado el conocimiento.
Él se negó cuando quisieron que entrara a ver a la niña, con excusas de cansancio.
Trueno lloró sobre el hombro de su chico perro y lo abrazó fuerte dejándolo casi sin respiración.
—Lo lograron, Sialuk. Krasnyy lo logró. ¡Salvó a mi niña!
Trueno era un maremoto de emociones y palabras.
—Presenciamos todo. Vimos el milagro cara a cara. Igual que cuando lo revivieron a él —retiraba las lágrimas ante cada palabra— Maikoh se elevó, hubo colores y perfumes, pudimos sentir el caramelo de azúcar de tu amado y su voz nos llegó como un cántico tranquilizador, fue todo tan, tan jodidamente estremecedor, Sialuk, que no me alcanzan las palabras para describirlo.
Trueno detuvo su monólogo por un segundo.
—Pero... ¿Dónde está él? Necesito abrazarlo hasta caer rendido a sus pies.
Sialuk intentó mantener compostura frente a su líder pero cuando comenzó a relatar lo ocurrido, apoyado contra una de las paredes, se deslizó hasta el suelo y abrazó sus piernas sobre su pecho. Ni siquiera lloró. Él sentía que ya no le quedaban lágrimas.
Alekah y Trueno se le acercaron muy preocupados de verlo en ese estado y acariciar la cabeza y espalda del chico que comenzaba a sollozar. Con lujo de detalles les contó paso a paso lo que él y el rojo habían vivido desde el instante mismo que dejaron su hogar para ir al encuentro de la shamanka.
Al llegar al punto donde el xolo le dio la fatídica noticia, ahí sí, estalló en un llanto profundo que ni Trueno ni Alekah sabían cómo aliviar.
—Me dejó una carta —sonrió con pena.
—¿Una carta? ¿Tú lees Znaka?
—No, ni una letra, por eso dudé que fuera cierto, pero el xolo me mostró la carta y era la letra de mi Krasnyy. Puedo distinguirla de acá a la luna.
—Muéstrame la carta, cuando Zelenny, Lilovyy y Belyy regresen podrán leerla para nosotros.
—¿Regresen de dónde?
—Del retiro que hacen con sus cachorros, cada mes. ¿Tienes la carta?
—No. El xolo debió habérsela quedado, no recuerdo que pasó con la carta.
—Ahora no sabremos qué decía.
—Sí sabremos. La recuerdo toda.
Alekah abrió los ojos ante lo que Sialuk había manifestado.
—¿No sabes leer la grafía de los Siku pero recuerda la carta? No tiene sentido para mí lo que dices, Luk.
—Cobrará sentido, Alekah, cuando veas lo que nuestro alaskan puede hacer —pronunció Trueno con una mirada de orgullo hacia el chico.
Le alcanzaron papel y carboncillos y con exhaustivo detalle, Sialuk transcribió signo por signo toda la carta que tan solo tuvo por escasos minutos ante sus ojos.
Trueno miraba a Alekah que no entendía nada.
—Lo he visto hacer eso desde que es un crío. Tiene memoria perfecta. Él posee la destreza de acordarse lo que ve, con un grado de precisión que espeluzna.
Alekah no sabía si reír o gritar. Pero ciertamente, lo que no podía era cerrar la boca del asombro. Lo que Sialuk estaba haciendo era magia, ante sus ojos.
—Igual, de nada sirve, porque ninguno de nosotros sabe leer la grafía de los Siku —Agregó triste el malamute.
—De lo único que sí estoy seguro es que se trataba de la letra de Krasnyy. Yo he visto sus escritos y no me cabe la menor duda que era suya.
—No nos adelantemos —Trueno tomó la carta que acababa de transcribir Sialuk— vamos a esperar a que lleguen los siberianos de su retiro espiritual y ellos podrán corroborar si lo que la carta decía, es lo mismo que te leyó el xolo.
—¿Y eso de qué serviría, Trueno? Krasnyy se fue, él no volvió, ¿Qué importa lo que la carta diga?
—Bueno, yo creo que es importante saber si lo que Krasnyy dijo en esa carta es real o no lo es. No sabemos quién es ese perro que te leyó la carta, no lo conocemos no podemos establecer que un hecho es real hasta que corroboremos todas las pruebas.
—Puede ser, pero de lo único que que estoy seguro es que ya no tengo resto para seguir soportando cosas. No puedo sentir a mi omega a través del lazo, es como... si hubiera desaparecido.
Alekah sostuvo la espalda del enorme chico y le brindó su hombro para calmar los espasmos provocados por el llanto.
Trueno lo abrazó y por encima de la cabeza de su amado Sialuk, lloró desconsoladamente. Aquella criatura que crió y vio crecer vigoroso y feliz se encuentra en este momento cual despojo humano.
Sintió una descomunal culpa por haber pedido ayuda a Krasnyy y ser en cierta medida el causante de su partida.
Esté donde esté, Krasnyy también debe estar en carne viva por haber abandonado a Sialuk. El precio que pagó por salvar a su hija fue demasiado alto.
La pareja acompañó a Sialuk a su cabaña y no lo dejaron solo. Ellos sabían que el olor a caramelo del omega, que aún habitaba el hogar de los chicos, sería suicida para el alaskan. Y así fue. Giró, los miró y suplicó:
—Saquenme de aquí, me voy a morir.
Lo llevaron a su propio hogar. Dispusieron una habitación luminosa para él pero Sialuk, cerró la enorme ventana impidiendo que entrara luz y en la oscuridad total se abandonó a dormir por horas y horas. Días más bien.
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Aquella mañana en que Trueno y Alekah ingresaron a la habitación para ofrecerle agua y comida, como lo hacían cada día, aunque fuera sistemáticamente rechazada, se encontraron con que Sialuk se había marchado.
Había partido, sí, y no a su hogar precisamente, se había ido de la aldea con alguna de sus pertenencias. Sobre la cama que compartió con Krasnyy los días más felices de su vida, había dejado el talismán centinela que ellos dos construyeron para protegerse de los viajes peligrosos.
Los lobos salieron en su búsqueda. Iniciaron una campaña de rastreo entre todos los habitantes, pero fue inútil.
Los tres siberiano, Zelenny, Lilovyy y Belyy, regresaron con sus cachorros, del retiro y se toparon con la amarga novedad.
Zelenny quiso leer la carta que se suponía era de Krasnyy.
Se la entregaron y comenzó a leer en voz alta:
«Una bolsa de cacao y dos de manteca de cacao comestible. También necesito granos de pimienta verde y si puedes conseguir, tráeme un poco de café del que me gusta. Por favor y gracias.»
—Esto es una lista de productos que solíamos hacer y entregar al xolo que venía de las tierras cálidas —Confirmó el verde, levantando la vista hacia Trueno y Alekah.
—¿Quién dicen que habló con Sialuk y le dió la supuesta carta de despedida de Krasnyy?
—Un tal Uxmal.
La cara de Zelenny pareció desfigurarse cuando escuchó de la boca del líder, el nombre del xolo.
—Ese maldito hijo de puta —soltó ante el desconcierto de los presentes.
Contó lo ocurrido hace meses atrás, época en la que Krasnyy y Sialuk estaban de Luna Escarlata y el encuentro... desencuentro, que tuvo con el perro lampiño.
Relató que el perro había llegado a la aldea de los lobos con intenciones de separar a Krasnyy de Sialuk y evidentemente, ahora, con esta artimaña maligna, lo había logrado.
No saben cómo lo hizo, no tienen detalles, pero es muy probable que Krasnyy esté corriendo peligro al lado de Uxmal.
Se encontraban ante un hecho indescriptible absurdo y absolutamente peligroso. Un grupo de lobos emprendieron la búsqueda exhaustiva de Sialuk para poder comunicarle lo que estaba sucediendo con Krasnyy. Y otro salió en busca del rojo.
Pero fracasaron en cada intento.
Días tras días, noches tras noches requisaron toda la zona. Se alejaban un poco más cada vez pero no había señales del chico alaskan ni del niño rojo.
La tierra parecía haberse tragado a los híbridos perros de nieve.
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