13| NI GATITOS NI CONEJOS
De regreso de su Luna Escarlata, Krasnyy y Sialuk retomaron sus actividades.
El siberiano sentía verdadera vocación por hacer felices a los niños de la aldea y había empezado a colaborar con el grupo de omegas que se encargaban de llevarlos de paseo cuando los fríos no eran tan incisivos.
Descubrió sin proponérselo, que cuando alguno de los lobitos se lastimaba o se sentía mal, era el primero en correr a darle alivio con vendajes o bálsamos caseros que preparaba en sus momentos de ocio.
Por supuesto que esto no ocurría porque sí o aleatoriamente. Krasnyy conserva aún la erudición que había adquirido al lado de la angakkoq o chamana del clan Siku, en todos sus años que transitó como aprendiz de chamán.
Él poseía saberes relacionados a la anatomía humana y bastos conocimientos sobre plantas medicinales y flores de poder, que obtuvo de primera mano en aquella etapa de aprendizaje.
Sobre la angakkoq, quién estaba dotada de facultades especiales, recaía la función de mantener vivos los rituales y respetar la unión armoniosa de admiración y respeto entre los híbridos y la naturaleza. Y todas estas capacidades le fueron transmitidas a él, en su etapa de discípulo.
Y, éstas mismas eran las que lo acercaban, indefectiblemente a ser la persona, entre los lobos, con mayor experiencia para asumir el rol de sanador o ser la figura que oficia de nexo entre la parte humana y el ser animal que habita dentro de cada híbrido, el anua como es llamado entre ellos, algo así como el alma o espíritu, para el resto de los mortales.
En sus planes no estaba ser el chamán, ni el médico, ni nada que le recordara a su antigua vida, pero, también era capaz de reconocer que era el único que poseía los conocimientos necesarios para serlo.
Cuando construyó cerca de su cabaña, un cálido salón donde colocó pequeños caballetes de madera con tableros, pigmentos de todos los colores y hojas de papel, para fomentar que los cachorros pintaran jugando, también erigió un espacio cerrado donde armó un funcional refugio de escritos y notas en las que había apuntado detalles exhaustivos sobre las plantas poderosas, en sus clases con la chamana.
Sobre una mesa alta colocó cuencos, recipientes de distintos tamaños, pequeños frascos de vidrio y un infaltable mortero y maja de piedra, con los que obtenía sustancias trituradas, resultado de moler flores o semillas hasta quedar reducidas a polvo, los que más tarde se convertirían en lociones o ungüentos medicinales.
Sin buscarlo ni desearlo, Krasnyy había creado la primera botica de la tribu de los Oscuros.
Y así fue que comenzó a experimentar con las flores o las hojas que el xolo les hacía llegar gracias al trueque.
Ellos le proporcionaban pieles, cueros, grasa animal entre otras cosas y él les suministraba cacao, café, coca, maíz, papa y otras flores y especias que eran originarias de la zona cálida.
Su predilecta, era una planta suculenta de hojas carnosas que en su interior guarda una miel amarga capaz de dar alivio a quemaduras.
También había aprendido que la hoja de coca machacada y mezclada con otros polvos actuaba como anestésico local, que el azúcar controlaba el flujo de sangre cuando la herida era superficial, y que la miel era un interesante antiinflamatorio y un poderoso antibacterial. Aunque claramente, él no supiera de la existencia de las bacterias, tenía suficientes pruebas para haber advertido que en algunos casos, las heridas se ponían feas, levantaban temperatura y olían mal. Su chamana le había explicado detalladamente cómo colocar la miel para prevenir esas consecuencias.
Así fue que el inquieto rojo, encontró una actividad atrapante que le ayudó a brindar acciones benéfica a su nuevo clan. Era la forma de retribuir el amor que había recibido desde que se integró a la manada.
Una tarde cualquiera, Bruma, una omega amiga que suele ayudarlo en el taller de arte, llegó triste por los dolores de su niña de dieciséis años que está próxima a presentarse y por los síntomas que manifestaba era más que seguro que será una omega.
—Reconozco esos síntomas porque también los tuve.
—Sé perfectamente a qué te refieres, Bruma.
—¿Cómo fue ese día para ti, Krasnyy?
—Yo pasé solo ese día. Ya me habían aislado en la colina. Pero ese primer día la angakkoq se conectó con mi anua. Pude sentir todo los dolores pero ella me instó a meditar, a no descontrolarme.
—Nosotras pasamos ese primer celo con mucho dolor. Pero los patriarcas de mi familia no permiten que usemos supresores.
—Hacen bien, Bruma, desde el primer celo nuestro cuerpo debe adaptarse.
Mi chamana solía decirme que ese era nuestro modo de aceptar al animal interior que nos habita, que en ese primer celo le abrimos la puerta a integrarse absolutamente con nosotros.
—Nunca lo vi de ese modo, Krasnyy.
—Es un día muy importante Bruma, tal vez el más importante de nuestras vidas. Y es muy significativo que la figura materna se encuentre a nuestro lado. La unión entre cachorros, que dejan de serlo, y quién nos materna, es por demás, hermoso.
—Oh, Krasnyy, qué lindo. Has cambiado mi visión sobre ese día. ¿Puedes hacer con mi niña, lo que hacía tu chamana contigo?
—Mejor te muestro como se hace así te conectas tú con tu cachorra. Porque en realidad es un ritual exclusivo entre la figura maternal y su hija o hijo.
Yo no tenía mamá, y como me estaban «adiestrando» —hizo comillas con sus deditos— para ser angakkoq, la chamana suplió ese lugar.
Levantó sus hombros como gesto de, ‹No quedaba otra opción› y agregó:
—Pero es una ceremonia hermosa, Bruma. Podríamos empezar a hacerla acá en Oscuros.
La omega lo miró con dudas ...
—Es una idea tonta, no me hagas caso.
—No, Krasnyy. Es una idea fantástica. Podría ser el inicio de una ceremonia que se transmita de generación en generación.
—Algo así como una celebración de la vida.
—Eres brillante, Krasnyy.
El pelirrojo se ruborizó ante el halago y escondió su carita entre sus manos, pero se sentía feliz por el nuevo proyecto.
Frente a la euforia que sentían organizando la ceremonia, no notaron que la puerta se había abierto y había ingresado Zelenny.
—Hola, Krasnyy —se inclinó ante Bruma y él.
—Hola Zelenny.
—Krasnyy, necesito ayuda. Es mi omega, su celo se acerca, se siente mal, no sé qué hacer.
—Mismo caso, distintos escenarios —Krasnyy se dirigió a Bruma y ella asintió con la cabeza.
—¿Trajiste de nuestra aldea algún supresor?
—Sí Zelenny, traje muy poquitos, y ya se acabaron. Si me das un rato puedo ver si logro preparar algo similar.
Krasnyy buscó entre sus bitácoras aquella mezcla que vio preparar a la chamana hasta el cansancio, cuando las omegas llegaban partidas de dolor.
Él sabe que los inhibidores son fuertes analgésicos y además actúan ocultando las feromonas, de modo que el celo quede medianamente oculto al olfato de los alfas.
No sabe qué son las feromonas, nunca oyó sobre esas sustancias ni nada que se le parezca. Eso es demasiado avanzado para éste simple aprendiz.
Pero intuye que en el proceso por el que atraviesan alfas y omegas existe algo que el cuerpo genera que hace que ellos, entre otras tantas cosas, emanen aromas para atraer al otro.
Y con la curiosidad que lo caracteriza, buscó maneras de emular la mixtura que su angakkoq preparaba.
Con exquisita paciencia, preparó con plantas, yuyos, flores y miel, una mezcla espesa que, con dos dedos y en pequeñas porciones formó perlitas similares a comprimidos.
Cuando solidificaron, corrió al hogar de Zelenny y le dejó a su omega, junto a las perlas, las instrucciones de cómo tomarlas.
Ese día fue revelador para él. Con solo dos casos similares pero con distintos enfoques, fue capaz de determinar cuál era la mejor medida para cada uno.
A partir de entonces, los pobladores del clan fueron trayendo a su consulta a las lobitas a punto de anunciarse. Krasnyy y Bruma organizaban reuniones con los omegas para contarles sobre su idea de hacer las ceremonias de presentación .
Llegaban también ancianos con la espalda dolorida y él les preparaba con amor y dedicación, ungüentos para bloquear el dolor.
Pronto, esa salita se hizo famosa entre los lobos y Krasnyy no daba abasto con los pedidos.
Pero nunca descuidó el salón de pintura de los niñitos que adoraba.
Cada mañana él los recibía con chocolatada de leche y delicias que preparaba la noche anterior, para agasajarlos, antes de que se dispusieran a jugar.
Él reafirmaba que la niñez es hermosa y que hubiera sido un padre amoroso.
A veces se encerraba en el baño a llorar desconsoladamente hasta que descargaba toda la frustración por ser estéril y salía como si nada hubiera ocurrido. Se acostumbró a sentirse mal a solas. A fingir un bienestar frente a todos. Incluso frente al amor de su vida. Había comenzado a tener secretos con su alfa y eso, jamás ha resultado ser sano.
Sialuk nunca se dió cuenta que algo malo se avecinaba. Notaba a Krasnyy un poco distante pero supuso que era parte de la convivencia.
Él siempre estuvo dispuesto a darle todo.
Lo sorprendía con regalos inusuales como el día que en el jardín de su cabaña esculpió un enorme unicornio de hielo y Krasnyy bailó alrededor de la figura, la abrazó y decidió que quería lamerla.
Y lo hizo.
Y su lengua quedó pegada al cuello del caballo congelado.
Con agua tibia Sialuk le ayudó a despegarse.
Los dos rieron a carcajadas por las ocurrencias de este niño inquieto y travieso.
Lo cargó en brazos y lo llevó directo a la cama donde lo comió a besos e hicieron el amor por horas.
Se amaban sin límites.
No pasaba un día sin que Krasnyy le prodigara su amor de todos los colores.
Pero Krasnyy sabía que él no estaba completo. Y llevaba meses pergeñando un plan peligroso.
Una mañana en la que su alfa se encontraba en sus tareas habituales, el rojo salió de la aldea para poner en marcha su riesgoso plan.
Riesgoso para él y cruel para su alfa.
Alekah desde su hogar había visto Krasnyy, convertido en perro, correr hacia la espesura del bosque y su lobo interior supuso lo peor. Cambió de forma y corrió al sitio donde Sialuk se encontraba adiestrando una camada de cachorros que habían nacido de la unión de dos de los samoyedos de Krasnyy.
Al escuchar con desesperanza el relato de una agitada Alekah, Luk cambió de forma y corrió de manera desesperada hacia su casa para corroborar si Krasnyy había llevado consigo al Centinela... el talismán Centinela.
El pequeño amuleto que los dos crearon con sus manos, uniendo lazos de cuero, ciñendo cintas de trapo y papel fue a los que llamaron Talismán Centinela.
Ellos habían expuesto el amuleto por varias noches a la luz de luna, y se encomendaron a la diosa nocturna para que ella lo bañara de poder. Cada oración y cada cántico que le regalaron al objeto los llevó a pensar, a creer y a jugar con la idea de que a partir de ese momento, estaría dotado de poderes sobrenaturales y benéficos. El talismán obviamente no poseía dones algunos, pero simbolizaba para ellos, protección y cuidado para cuando uno de los dos saliera de viaje.
Bien claro había quedado que si alguno de los dos se llevaba el amuleto, era porque emprendería un viaje peligroso.
Descubrir que el talismán no estaba en su sitio, significó una sola cosa para el alaskan... Krasnyy había decidido por su cuenta emprender un viaje que podría ser riesgoso y eso lo estremeció de temor.
La falta del objeto mágico en el hogar, sumado a la ausencia del aroma del omega, sacudió a Sialuk dolorosamente.
Se dejó caer de rodillas a orillas de la cama, llorando sin poder contenerse.
—Krasnyy, te fuiste, mi amor ¿Qué hiciste? ¿Valgo tan poco para tí?
—Eres mi vida entera, Sialuk —la voz de Krasnyy detrás del alfa fue música para sus oídos.
—Pude sentir tu angustia a través del lazo, Luk, no pude irme sin tí.
Sialuk se levantó cual flecha y lo tomó entre sus brazos.... Lloraba como un niño, Krasnyy nunca lo había visto así.
—¡Nunca, nunca vuelvas a hacer eso! —lo zamarreó de sus hombros y volvió a abrazarlo— ¿Acaso quieres que me muera de miedo? Si me dejas, Krasnyy, si me dejas, yo, yo-o....
—No iba a dejarte, Luk, solo quería ir al Caldero a que la chamana intercediera para que los ancestros me devolvieran mi fertilidad.
—¿No te das cuenta de todo lo que hubieras puesto en riesgo yendo a ese lugar? ¿Por qué insistes con ese tema? Entiendo que quieras procrear, pero no puedo aceptar que ese instinto sea más fuerte que el amor que nos tenemos.
—Ohh, no, no es más fuerte, Sialuk. Ni siquiera sé si tengo instinto de maternar—. Limpiaba las lágrimas de su amor con los puños de su ropa— Yo solo quiero que tú seas papá. Que puedas tener tus hijitos y veas tus genes replicados en tu descendencia.
—Krasnyy, amor, no quiero hijos. No quiero nada más que estar contigo. Te lo dije hace tiempo atrás cuando ocurrió lo del dulce de leche. Solo me in-te-re-sas tú—silabó el malamute mientras acariciaba los cabellos colorados que tanto adora— Nada más que tu amor, mi niño rojo.
Krasnyy besó las lágrimas del alfa con ternura. Sialuk parecía haberse hecho más pequeño entre los brazos de su omega.
—Ya estoy acá mi amado. No me iré, te amo demasiado como para causarte un dolor.
—Te amo más, mi niño.
Se quedaron abrazados, recostados, acariciándose y demostrando sin palabras, la fuerza que tiene el lazo que los une.
Fueron los treinta minutos más silenciosos que ellos hayan vivido.
Solo se oían los suspiros de Krasnyy.
Al quinto suspiro Sialuk lo miró y solo dijo:
—¿Qué?
—¿Qué, qué? —contestó el rojo con otra pregunta.
—Te conozco, tres suspiros pueden no ser nada pero llevas cinco, y estabas a punto de dar el sexto... ¿Qué ocurre?
—Nada.
—Krasnyy...
El chico pelirrojo hizo un puchero y sus labios fueron tremenda tentación para el alfa.
Ay, no me hagas esa carita, Caramelo, que me matas... ¿Qué quieres?
—Bueno, ehhh.
—Vamos, Krasnyy, dime.
—Sialuk, si no vamos a tener cachorritos, ¿Podríamos adoptar un gatito?
—¡Un gatito! Krasnyy... somos perros, ¿Por qué quieres adoptar un gato?
—Porque me gustan.
—Has vivido aislado siempre ¿Cuándo has visto un gato?
—Nunca.
—¿Entonces cómo sabes que te gustan?
—Tampoco he visto un unicornio, pero sé que me gustan.
—Buen punto, Krasnyy.
—¿No te parece una idea hermosa?
—Kras, ¿Traerías un gato a la aldea de lobos?
—Claro que sí.
—¡Claro que no!
—Entonces.. ¿Un conejo?
—¡Krasnyy! Jaja me vas a hacer morir. ¿Quieres tener de mascota con lo que se alimentan los lobos?
—También se alimentan de ovejas, sin embargo tienen un corral donde las crían y ninguno anda masticándose a las ovejitas.
—Otro buen punto...
—Yo quiero un gatito que me haga "miau" y que me cuide.
—Mi amor, cuando adoptas un animalito es para cuidarlo, el gato no va cuidarte, tú vas a cuidar de él.
—¿¡Entonces es un sí!? —Aplaudió sonriendo.
—¿Cuándo dije «sí»?
—Cuando dijiste «Tú vas a cuidar de él»!
—Krasnyy, tramposo... deja de hacer ese puchero, eres un bebé caprichoso.
—¿Soy tu bebé? ¿Puedes alimentar a este bebé? Porque tiene hambre —la voz de Krasnyy dejó de ser apacible para sonar grave y sensual.
Sialuk conoce esa voz que lo saca de su eje cada vez que la dualidad que habita a su omega se hace presente.
—Cuidado, Sialuk, éste bebé puede hacer que pierdas la cabeza en dos minutos.
—Ya lo sé, ven mi amor ¿Tienes hambre?
—Sí.
—Pues, devórame.
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