𝐏𝐚𝐫𝐭𝐞 Ⅰ
La navidad era una festividad muy alegre, desde siglos celebrada de distintas maneras en distintas partes del mundo, algunas veces usada para pasar tiempo de calidad en familia en un ambiente hogareño, y otras veces usada para hacer sacrificios y holocaustos para ofrenda de un ser mítico.
Todo la bueno tenía su contraparte, el bien y el mal se complementaban desde el inicio de la vida misma. Lo oscuro con lo claro, la maldad y la benevolencia. En la mitología del Olimpo existía el dios Zeus y su contraparte el dios Hades, la vida y la muerte, en el respirar, en las personas, en el clima y hasta en las estaciones del año, en todo estaba el lado opuesto de las cosas.
¿La navidad debía ser diferente?
Por supuesto que no.
El Krampus era un ser mítico que vivió como una persona de carne y hueso, un poblador común y corriente, benévolo, carismático y lo consideraban la persona más pacífica del lugar entre los pobladores que llegaban a conocerlo o siquiera a toparse con él, tenía una mirada sincera y amorosa, una sonrisa bastante contagiosa y el alma pura, amaba las celebraciones. Aunque en aquella época no existía la navidad, él buscaba la manera de celebrar cualquier cosa.
Hasta que un día lo conoció, no fueron bien vistos, es más, en ese momento los rumores eran tantos que llegaron a ser exiliados del país y fueron obligados a separarse. Pero el amor de ambos pudo más, así que se reencontraron y trataron con lo poco que tenían hacer su vida juntos, lo bueno existía ¿Verdad? Eso pensaba él, que todos eran buenos, su pecado fue enamorarse de una persona de su mismo sexo por qué… ¿Por qué no pudo ser feliz a su lado?
El día que fueron descubiertos el rey los había mandado a llamar, él con todas sus fuerzas trató de protegerlo, pero a las personas no le gustaban los hombres que se trataban de vestir como mujer, era una rareza, una abominación, un delito y un tremendo pecado, como si los demás fueran perfectos.
El amor de su vida fue castigado, ultrajado, abusado, y apedreado hasta su muerte. Le dieron la oportunidad de irse y negar su amor, pero no lo hizo, demostrándole que siempre lo iba a amar, en vida y en muerte. Fue para la época en donde el Rey mandó a matar a todos los bebés nacidos en esos días que le arrebataron a su amor, la muerte rondaba por todas partes.
Krampus como ser humano quedó devastado, un sentimiento tan grande en él nació, la contraparte de todo lo que un día atrás fue; alegría, empatía, carisma y aquella sonrisa alegre, ya nada de eso existía ahora en su corazón. Ahora solo deseaba exterminar a las personas que le hicieron daño a su pequeño.
No tenía otra opción, los años pasaron y ya estaba algo mayor, llegó a la época en que un hombre bueno apareció haciendo milagros y llamándose el "Mesías" o hijo de un Dios, quiso creer que él sería la respuesta que estaba buscando, pero muy por el contrario el hombre no le cumplió dicho deseo, había visto cómo el tal Jesús traía a la vida a un hombre que llevaba tres días muerto, tan solo le ordenó que saliera del lugar donde estaba y el hombre llamado Lázaro resucitó como si nada.
Rogó, imploró por su milagro, pero el Mesías lo había rechazado de la peor manera, ahí era donde se había dado cuenta que no todo lo que dice ser bueno es bueno, o quizás... Él era demasiado egoísta para aceptar su suerte y destino.
Pasaron muchos años, estaba viejo, canoso, y su vida se iba en un suspiro.
Vagando por el desierto se encontró con aquél ser demoníaco, ofreciéndole grandezas a cambio de su alma, él no quería oro, tampoco grandezas, a pesar que pensó en volverse poderoso para poder obtener venganza. No. Él lo único que pidió fue que aquél ser de nombre Satanás le trajera de vuelta a su gran amor.
Y así lo hizo, ambos sellaron el pacto de sangre y su gran amor volvió a la vida, con un único detalle… era una mujer.
No tenía el brillo de los ojos de su amado, no tenía aquella sonrisa que tanto le gustaba, tampoco su cuerpo se parecía en nada, las curvas de ella no eran comparada con la exquisitez del cuerpo de él. Nada era igual, solamente estaban en ella los recuerdos borrosos y vacíos que había podido conservar de su vida pasada.
Lo intentó, quiso querer a aquella mujer que según era él, quiso hacerla feliz, pero ella se enteró de su pacto y llegó a insultar la memoria de su pequeño, se atrevió a mancillar el nombre de su adorado amor. No resistió más y acabó con su vida, esperó paciente frente al cuerpo inerte la llegada del ser oscuro, con una botella de vino en la mano que había robado del mercado y sus lágrimas secas en el suelo, estaba listo para enfrentar sus consecuencias.
El mal llegó, el aire se puso pesado y su garganta empezó a arder por el olor intenso a azufre que empezó a asfixiarlo. Frente a él estaba Satanás.
—¿Qué has hecho? ¡Humano estúpido! —Exclamó sorprendido, y a la vez con un toque de gracia.
—No es lo que yo te pedí, no es él, nunca siquiera logró parecerse a él. Solo me diste a una mujer con sus recuerdos borrosos.
—Humanos, no sé para que los creó Dios, en cambio yo era perfecto pero no le bastó —se quejó Satanás —. Tan poco extraordinarios, egoístas, asesinos, piensan solo en su propio beneficio. Hasta parecen que aveces fueran a quitarme a mí mi puesto.
—¡Te vendí mi alma maldito! ¡Dame lo que te pedí! —gritó, haciendo que Satanás soltara una carcajada tenebrosa.
—Mira lo que haremos, vamos a hacer un nuevo trato... Tú serás un fiel sirviente mío, serás inmortal y podrás pasar el resto de tu vida al lado de tu amado —de pronto, empezó a tener visiones, Satanás le estaba haciendo ver una posible vida a su lado—. Él reencarnará en cada vida, pero tú lo verás morir una y otra vez, esa será la condición.
—¿Cuál es el truco? —preguntó mareado.
—No lo habrá, tú nada más serás mi fiel sirviente.
—¿Y él estará a mi lado en cada vida?
—Si —susurró Satanás con una sonrisa demoníaca.
Volvieron a sellar un nuevo pacto, con sangre él se entregó a las garras del infierno a cambio de amor. Satanás reía, se burlaba porque él sabía que jamás su amor reviviría tal y como el humano quería, era casi imposible, además, él tenía otros planes para el humano.
La forma física del humano cambió, un monstruo empezó a formarse, garras, un cuerpo enorme con mucho pelo negro y gris cubriéndolo, cuernos, un hocico con afilados dientes y ojos que para los humanos eran mortales, todo él estaba hecho un demonio.
—¿Qué me has hecho? ¡Idiota, esto no era parte del trato!
—Te dijo que serías mi fiel sirviente ¿Acaso un simple humano sería mi sirviente? Puedes transformarte, tu nombre será Krampus.
Satanás chasqueó sus dedos y ahora el demonio se volvió en su ahora transformación menos terrorífica, sus ojos eran rojos como la sangre, su piel blanca palida, su vestimenta era un traje negro, conservaba los colmillos en la hilera delantera superior de sus dientes y los cuernos en su cabeza estaban ahí.
—Así él no va a quererme.
—Lo hará —mintió —. Sólo espera. Podrás saber que es él cuando sientas el aroma de su flor favorita.
Satanás se fue en medio de neblina y azufre con una estruendosa risa, ya aquella mezcla de olores no le afectaron, en cambio, pudo sentir en él mismo aquél aroma tan demoníaco.
Caminaba entre las personas y éstas no lo veían, en parte eso le gustó, la sonrisa y todo lo bueno de él había desaparecido, su corazón empezaba a amar la maldad. Empezó por pequeñas travesuras como jugarle bromas a los humanos, si, a los humanos, porque él ya no era uno. Pasaron décadas y se aburrió de vivir entre los estúpidos mortales, así que estableció a sí mismo una fecha. En época navideña era donde él aparecía, y luego regresaba al infierno otra vez para esperar el siguiente año.
Al principio él no vio raro a aquello, seguramente su amado había reencarnado y estaba esperando a que llegara a su edad, pero los años pasaron, las estaciones se iban y venían, las navidades y los años nuevos empezaron a tornarse un poco sangrientos a causa de él.
Los siglos pasaron. Veía como su amor reencarnaba una y otra vez en diferentes cuerpos, lo distinguía por el aroma, pero nunca era él. En cierta parte Satanás no rompió su promesa, su amor sí reencarnó; pero jamás llegó a ser el mismo. Simplemente no llegaban a tener ni el más mínimo acercamiento ni a la belleza, ni intelecto de su amado.
Se había rendido de buscarlo, ya ni intentaba con ansías buscar a la siguiente reencarnación de él, solamente lo hacia para cuidar el alma en vida de su amor. Cuando se manifestaba, el humano en el que había reencarnado lo rechazaba, le tenían pavor, rezaban para alejarlo y evitaban a toda costa siquiera escuchar su nombre o saber de él.
Krampus vagaba solo, ahora teniendo un único objetivo para todas las navidades, matar y comerse el alma de todos los niños que se portaban mal en todo el año, con el tiempo, se hizo la contraparte de un espíritu llamado Santa Claus, ese que traía regalos a los niños bien portados, que aceptaba las cartitas de esos asquerosos seres diminutos y benévolos que le ponían debajo del árbol navideño lo que ellos pedían. Él en cambio traía muerte y luto a las casas en esas épocas. Y lo disfrutaba, se alimentaba de las personas que maldecían la navidad, aquellos que no creían en ella estaban perdidos en sus manos.
Fotos de niños desaparecidos eran colgados en cada poste de la ciudad, Krampus había vuelto para volver a traer terror y sangre a la época, olía el espíritu navideño y se asqueaba. Si bien era la época en la que podía darse muchos festines, no le gustaba, su memoria permanecía intacta así que jamás se fue el recuerdo de él, jamás se fue la esencia de él. Siempre recordó el asunto pendiente con Satanás, no había pasado mucho para él, el tiempo era relativo y corto, una eternidad después de todo era mucho, y tiempo en el mundo era lo que le sobraba.
Presenció en cada navidad como el mundo se volvía uno muy diferente, como las personas cambiaban, se volvían más codiciosa, más avaras, más egoístas, más crueles, y él estaba más que felíz, después de todo, lo único que lo hacía feliz era ver la maldad de las personas en épocas navideñas. Le encantaba cuando Santa venía a él para reclamarle, incluso a él le arruinaba aveces sus planes, aunque era menos divertido, lo hacía de vez en cuando con un toque de humor. Pero dejó de hacerlo, dejó de matar a tantos niños, aún lo hacía, pero menos que antes. Y eso tenía un motivo. Él.
Una navidad del año de 1995 fue cuando lo vio por primera vez, venía por su hermano en víspera navideña, aquél niño que en todo el año se portó muy mal, pero de pronto sintió el perfume, y casi tropezando subió las escaleras hasta un cuarto donde únicamente había una cuna con sábanas celestes. Su vista se centró en él, y el bebé de apenas cuatro meses lo vio fijamente, y sonrió, aunque estaba en su transformación real como un demonio, el bebé le sonrió. Fue su primera risa.
El resto de la navidad Krampus desapareció, no volvió a matar ni a un solo niño, siquiera a intentar oler la maldad en ellos, algo en él había despertado, un sentimiento que hace miles de siglos atrás se había muerto, un sentimiento que con el paso de las navidades él arrebataba de las personas, lo arrebataba junto a pequeños mal portados y desconsiderados con sus padres, lo arrebataba junto a los adultos no creyentes, aquellos que se encargaban de comprar ellos mismos el regalos navideño de sus pequeños rechazando la idea de la existencia de Santa Claus.
Era más probable que creyeran en él y no en un viejo gordo canoso vestido de rojo que se montaba cada navidad a un trineo que era jalado por renos voladores con su gran saco lleno de regalos. Porqué después de todo era más creíble la maldad que la benevolencia, en ese nuevo mundo donde la muerte se encontraba a la vuelta de la esquina, donde las personas nacían pecadoras y vivían con la maldad en sus corazones. Un sentimiento tan oscuro para él volvió, la esperanza de volver a estar a su lado.
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