Cuatro
Pablo parpadeó varias veces, tratando de asimilar lo que veía y sentía.
La calidez de las pieles suaves bajo su cuerpo contrastaba con el aire frío que parecía filtrarse por cada rincón de aquel extraño lugar.
La luz de la chimenea iluminaba las paredes de madera, como si estuviera en una cabaña sacada de un cuento, pero sabía con certeza que no estaba en casa.
La voz grave rompió el silencio, haciéndolo tensarse al instante.
—Me sorprende que hayas despertado tan pronto.
Pablo giró la cabeza rápidamente, pero no había nadie visible. Solo una sombra que parecía moverse entre las llamas reflejadas.
—¡¿Dónde estoy?!—Exigió, con una voz firme, aunque su corazón latía con fuerza.
Una risa baja resonó en la habitación, tan fría como un viento de invierno.
—Casa.
Se dio la vuelta, buscando la fuente del sonido, y entonces lo vio, su aliento quedó atrapado en su garganta.
Era alguen parecido a Pedri...
Pero no podía ser él, los ojos, una vez llenos de vida, ahora eran vacíos, opacos, como pozos sin fondo.
Su piel, tan pálida que casi parecía translúcida, y esos labios azulados... no tenían nada que ver con su Pedri.
—Tú...—Susurró Pablo, sintiendo una mezcla de confusión y terror.
La figura inclinó la cabeza, una leve sonrisa curvando sus labios muertos.
—Yo.
—¿Vas a matarme?—Preguntó Pablo, con la voz inquebrantable.
No tenía sentido temer, sabía que el miedo solo alimentaría a esa criatura.
El ser que se parecía a Pedri se detuvo, observándolo con una intensidad que hizo que cada fibra del cuerpo de Pablo se tensara.
—No podría, ni aunque quisiera.
El tono de su voz era más grave, más profundo, como si cada palabra estuviera envuelta en un eco de sombras.
—¿Qué?—Respondió Pablo, sus ojos entrecerrados, intentando comprender el significado de esas palabras.
—¿Cuándo has escuchado que alguien mata a su amado?—Respondió, su sonrisa ampliándose ligeramente.
Pablo retrocedió un paso, sintiendo que el calor de la chimenea no era suficiente para contrarrestar el frío que esas palabras dejaron en su interior.
—Tú... tú no eres Pedri.
La criatura inclinó la cabeza, como si considerara sus palabras con detenimiento.
—Soy más de lo que él puede ser, pero, en cierto modo... También soy él.
—¡No!—Gritó Pablo, apretando los puños.
—Pedri nunca haría esto, nunca se seria tan malvado.
El demonio que se hacía pasar por Pedri dejó escapar una risa, una mezcla de burla y algo que casi parecía tristeza.
—Pedri no tenía opción, pero ahora, yo tengo una.
Pablo lo miró con desafío, aunque sentía que su cuerpo temblaba ligeramente.
—¿Y qué opción es esa?
La figura dio un paso hacia él, lenta pero decidida, hasta que estuvieron frente a frente, Pablo podía sentir el frío que emanaba de su piel, podía ver el brillo oscuro en sus ojos sin vida.
—Hacerte mío.
La confesión cayó como un peso sobre el pecho de Pablo.
—Eso nunca va a pasar.
—Oh, Pablo...—Susurró el demonio, su tono burlón, pero había algo más, algo que parecía desgarradoramente sincero.
—El amor es algo curioso, ¿No crees? No lo quería, no lo busqué, pero está aquí.
—¿Amor?—Pablo soltó una risa amarga.
—No tienes idea de lo que eso significa.
El demonio dio otro paso, acortando la distancia entre ellos, su mirada fija en la de Pablo.
—Tal vez no, pero puedo aprender.
Pablo sintió un escalofrío recorrerlo, pero no se apartó, no iba a permitir que esa cosa lo doblegara.
—Nunca voy a ser tuyo.
El demonio sonrió, pero en sus ojos había algo más, un destello de furia, de frustración.
—Eso es lo que hace que seas tan fascinante, Pablo, la resistencia... La fuerza, pero no te preocupes, tengo tiempo, todo el tiempo del mundo para demostrarte que, al final, no hay otro lugar donde pertenezcas más... Que a mi lado.
La criatura se giró hacia la chimenea, dejando a Pablo helado.
El lugar tenía un aire irreal, como si estuviera atrapado en un sueño del que no podía despertar.
La calidez de la chimenea y la suavidad de las pieles bajo sus pies contrastaban con la realidad del monstruo que lo vigilaba.
Allí, el tiempo parecía avanzar a su propio ritmo, ajeno a lo que sucedía fuera, cada segundo se estiraba, cada minuto parecía una eternidad.
Afuera, Pedri estaba luchando por mantenerse de pie.
Sentía cómo la conexión con su propio cuerpo se debilitaba con cada segundo que pasaba lejos de Krampus, pero el dolor no lo detenía.
Tenía que encontrar una manera de salvar a Pablo, miró el reloj. 19:02.
Apenas había pasado una hora.
Pero para Pablo, dentro de aquel extraño mundo, ya había transcurrido un día entero. Un día completo enfrentándose al demonio que lo mantenía cautivo.
—¿No piensas comer?—Preguntó Krampus, su voz resonando con un tono casi amable, como si intentara ser razonable.
Pablo, sentado en un rincón, lo fulminó con la mirada.
—Prefiero morir de hambre.
Krampus entrecerró los ojos, su paciencia empezando a desmoronarse.
Llevaba horas, quizás un día según el tiempo de aquel lugar, tratando de ganarse al humano.
Había intentado darle confort, ofreciéndole comida, manteniéndolo cálido, incluso intentando conversar, pero cada gesto suyo era rechazado con una frialdad que nunca había experimentado, y eso que él era el demonio del invierno, irónico.
—¿Por qué haces esto tan difícil?—Preguntó, con una voz teñida de frustración.
—¿Difícil?—Replicó Pablo, poniéndose de pie de un salto.
—¿Me preguntas por qué lo hago difícil? ¡Me tienes secuestrado! ¡Me alejaste de Pedri! ¿Cómo esperas que actúe? ¿Que me enamore de ti?
Krampus dio un paso hacia él, sus movimientos lentos, como si intentara no asustarlo, pero algo en sus ojos oscuros brillaba con peligro.
—No espero que te enamores... Todavía.—Su voz era baja, casi un susurro, pero había algo ahí, algo que hacía que la piel de Gavi se erizara.
—Nunca lo haré.—Respondió Pablo, cruzando los brazos, desafiándolo con su mirada.
La respuesta fue como un golpe para Krampus, por primera vez en su existencia, sintió algo que no podía describir.
Una mezcla de furia, dolor, y una desesperación que no podía controlar, ni cuando fue elegido para toda la eternidad como el demonio del invierno se sintió así.
—No entiendes...—Murmuró, con la voz temblando ligeramente.
—Todo lo que he hecho... Todo esto es por ti.
Pablo soltó una risa amarga.
—¿Por mí? Esto no es amor, no conoces eso y jamás lo harás.
Krampus apretó los puños, sus uñas negras clavándose en sus palmas, el calor en la habitación parecía disminuir, como si la misma ira del demonio estuviera enfriando el aire.
Dio un paso más hacia Pablo, acorralándolo contra la pared.
—No hables de cosas que no comprendes.—Su voz había cambiado, más grave, más oscura, pero había un temblor en ella, una grieta que dejaba ver algo humano.
—No sabes lo que es estar atrapado, condenado a existir en la oscuridad, sin sentir nada más que vacío... Hasta que llega alguien y cambia eso.
Pablo lo miró con los ojos muy abiertos, sorprendido por la deje de humanidad en esos ojos.
—Eso no justifica nada, Pedri jamás me haría daño, jamás me arrancaría de mi hogar, tú no eres él.
Krampus dejó escapar un gruñido bajo, una mezcla de rabia y frustración.
Entonces, de repente, antes de que Pablo pudiera reaccionar, Krampus lo tomó del rostro, su tacto era frío como el hielo, pero su agarre firme, casi desesperado.
—¡Ya sé que no soy él!—Gritó, con su voz resonando como un trueno.
—Pero lo siento, lo siento todo, no puedo ignorarlo.
Antes de que Pablo pudiera protestar, Krampus lo besó, fue un beso hambriento, casi brutal, pero lleno de una pasión desgarradora.
No había dulzura en el gesto, solo una necesidad cruda, desesperada, de hacerle entender lo que sentía.
Pablo intentó apartarse, empujarlo, pero la fuerza de Krampus era abrumadora.
Sin embargo, cuando finalmente lo soltó, lo hizo con una mirada que traicionaba su propia dureza.
Había algo en esos ojos vacíos, un destello de vulnerabilidad que nunca antes había mostrado.
—No puedo evitarlo...—Susurró, casi inaudible.
—Te quiero, Pablo, de una manera que ni siquiera yo puedo entender.
Pablo lo miró, respirando con dificultad, su mente luchando por procesar lo que acababa de suceder.
—Eso no es amor...—Dijo finalmente, su voz temblando.
—Lo que sientes no es amor.
Krampus cerró los ojos, como si las palabras lo golpearan, dio un paso atrás, alejándose de Pablo, y se giró hacia la chimenea, el fuego reflejándose en su pálida piel.
—Entonces dime, humano...—Murmuró, su voz casi quebrándose.
—¿Qué debo hacer para que me ames?
Pablo no respondió, porque, en el fondo, sabía que no había nada que Krampus pudiera hacer.
Y esa verdad parecía ser la más cruel de todas.
La cabaña se había vuelto un lugar insoportablemente frío, pero ninguno de los dos parecía notarlo.
El calor de la chimenea, que antes iluminaba con un reconfortante resplandor, ahora apenas bastaba para disipar la helada que se apoderaba del aire.
Cada aliento de Pablo salía en pequeñas nubes de vapor, y aunque el frío calaba hasta los huesos, no decía nada.
Krampus, en cambio, seguía observándolo desde el otro lado de la habitación.
Sus intentos de acercarse habían sido rechazados una y otra vez, pero no podía rendirse, no cuando lo tenía tan cerca.
Pablo estaba acurrucado en un rincón, abrazándose a sí mismo, buscando una calidez que no podía encontrar. Sus ojos se mantenían firmes en el suelo, evitando mirar al demonio que lo acechaba, Krampus, sin embargo...
Con pasos silenciosos, se acercó de nuevo, esta vez sosteniendo algo entre sus manos, se agachó frente a Pablo, extendiéndole el objeto.
—Para ti.
Pablo alzó la vista, desconfiado, frente a él había una esfera de nieve, pequeña y delicada, con un brillo tenue que parecía venir de su interior.
—No, gracias, sabrá Dios qué sea.—Su voz era cortante, pero no pudo evitar mirar la esfera con curiosidad.
Krampus no se movió, manteniendo la esfera frente a él.
—Es mi mundo...—Murmuró el demonio, y por un instante, algo en sus ojos cambió, Pablo pudo ver un destello de vida, una chispa que no había estado allí antes.
Pablo frunció el ceño, pero su curiosidad lo venció. Tomó la esfera con cuidado, sintiendo el frío vidrio en sus manos.
—¿Tu mundo?—Repitió, incrédulo.
Al mirar dentro, lo vio, una escena comenzó a formarse en el interior de la esfera, primero, solo fue una silueta, pero luego los detalles se hicieron claros.
Era... Era él, soltó un pequeño jadeo, sorprendido.
Dentro de la esfera, se reproducían recuerdos, su sonrisa, el brillo en sus ojos cuando se emocionaba, la manera en que fruncía el ceño cuando algo no le gustaba. Todo estaba ahí, como si estuviera viendo su vida a través de los ojos de otra persona.
—¿Qué... qué es esto?—Preguntó, con la voz apenas un susurro.
—Recuerdos.—La voz de Krampus era baja, casi suave.
—O, mejor dicho, los de Pedri.
Pablo levantó la mirada hacia él, confundido.
—¿Cómo... cómo es posible?
Krampus no respondió de inmediato, en lugar de eso, sus ojos parecían perderse en los recuerdos que él también veía en la esfera.
—Cuando tomé su cuerpo, no solo tomé su fuerza... También tomé sus memorias, sus emociones, todo lo que él sentía por ti... Lo siento yo.
Pablo sintió que su corazón se aceleraba, el frío parecía intensificarse, pero estaba demasiado absorto en lo que veía para notarlo.
Dentro de la esfera, vio momentos que ni siquiera sabía que Pedri había atesorado, la primera vez que le habló, el día que rió hasta que le dolió el estómago, una mirada fugaz que compartieron en un momento cualquiera.
—¿Por qué me muestras esto?—Preguntó, apretando la esfera contra su pecho, como si temiera que se desvaneciera.
—Porque quiero que entiendas.—Krampus se inclinó hacia él, su voz más intensa, casi desesperada.
—Lo que siento por ti no es solo mío, es de él... Es de ambos.
Pablo lo miró, sintiendo una mezcla de emociones que no podía identificar.
Parte de él quería gritar, exigir que lo dejara en paz, pero otra parte no podía apartar la vista de la esfera, de los recuerdos que le recordaban a Pedri.
—Esto no cambia nada...—Dijo finalmente, con la voz temblorosa.
—Tú no eres Pedri.
Krampus dejó escapar un suspiro, con su expresión endureciéndose.
—Tal vez no, pero él no está aquí, Pablo, yo sí.
El silencio se instaló entre ellos, pesado, casi insoportable, Pablo apretó la esfera con fuerza, su mente luchando por encontrar una salida, por comprender lo que estaba sucediendo.
El demonio lo miró con una intensidad que le heló la sangre, pero esta vez no era furia lo que veía en esos ojos oscuros.
Era algo más profundo, más...
—Te daré todo mi mundo, si eso significa que te quedes conmigo.—Las palabras de Krampus eran un susurro, pero cargadas de un peso que hizo que Pablo sintiera un nudo en la garganta.
Pero Pablo sabía que no podía aceptar, no importaba cuán tentador fuera aquel recuerdo del amor de Pedri, no podía ceder.
No podía olvidar que el ser frente a él era un demonio, una sombra que solo traía destrucción.
Y sin embargo, al mirar la esfera, no pudo evitar sentir una punzada de nostalgia, de algo que había perdido y que quizás nunca podría recuperar.
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