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𝕻𝖆𝖗𝖙𝖊 𝖀́𝖓𝖎𝖈𝖆


Mis piernas temblaban con anticipación, no habían dejado de hacerlo desde que nuestras miradas chocaron por casualidad unos días atrás, a través del cristal que nos separaba de la terminal de su vuelo y la sala de descanso.

Me sentía ansioso por una u otra razón, su mirada era más oscura de lo que había esperado, pero en ningún momento había dejado de brillar en tonos oscuros, sus párpados pesados y sus poderosas pestañas me permitieron suspirar con decadencia.

Y sus labios.

Oh, sus labios.

Tan delgados, pero tan rellenos a la vez que, si me hubieran preguntado en ese mismo momento, hubiera dicho que eran los más perfectos que había conocido alguna vez, decorados con un pequeño lunar sobre el inferior. Su cabello despeinado, su voz y su forma der ser. Por fin estaban conmigo.

¿Podría enseñarme todas y cada una de sus cualidades ahora que le tenía conmigo? ¿Cumpliría con esas promesas?

Mordía mi labio inferior ante la oleada de pensamientos que me asaltaron en ese mismo momento, su perfume embriagando mis neuronas y hormonas, también. El automóvil estaba en completo silencio, aun así, Justin Bieber se percibía de fondo, coordinando con el sonido de nuestras respiraciones.

Didn't know I needed nothing, 'til I needed you

But before I met you, I never believed in magic

But you stole my heart before anyone knew you had it

Su mano descansó en mi pierna izquierda, entonces alcé la mirada y vi que me sonreía a través de la oscuridad del interior del automóvil. Mis mejillas se sonrojaron al instante, dirigí mi mirada al suelo e ignoré el hecho de que su perfume estaba haciendo estragos en mí una vez más.

— ¿Recuerdas esta canción? —Su voz se hizo presente, asentí sabiendo que no podría verme por mantener su mirada fija en la carretera, así que emití un sonido tras ello para confirmárselo—. Fue la primera vez que me dedicaban una canción de Justin Bieber, ¿sabías? Estaba a punto de echar fuego por mi boca.

Reí avergonzado. No, no lo sabía y, probablemente, nunca lo hubiera sabido de no ser porque él me lo estaba diciendo.

— Lo subiste a tus historias de Instagram —le recalqué, rió conmigo poco después y me dio la razón con un asentimiento, la mano que descansaba en mi muslo dio un ligero apretón—. También me dedicaste una canción, me dedicaste muchas canciones.

— Te hice una jodida playlist en Spotify —admitió, su risa nasal llenó de armonía el interior del automóvil—. Incluso puse canciones de Ed Sheeran y Taylor Swift, los odio más que comer verduras.

— Resolveremos eso —le amenacé, sonreí mirando por la ventana, descansando mi cuerpo en el cómodo asiento mientras Jungkook se concentraba en la carretera para llegar cuanto antes al apartamento—. Y también me refiero a lo de comer verduras.

— Púdrete.

— Uhm, creo que sería mejor empezar por eso del afecto, gatito arisco —reí, sabía cuánto odiaba las demostraciones de afecto, los abrazos, besos, mimos y todo lo relacionado a ocupar su espacio personal—. Sí, definitivamente es un buen plan.

— Aléjate de mí —puntualizó entre risas, negó con la cabeza y apretó el volante con la mano que lo sujetaba—. Te daré una patada si te acercas más de un metro a mí.

Resoplé, mi flequillo se ondeó por el aire y volteé a verle.

— ¿Qué tengo que hacer para ganármelo entonces?

Sentí su respiración hacerse pesada por unos instantes, su nuez de adán subió y bajó en un movimiento notable, y su mandíbula se tensó unos segundos.

— Y no te voy a comprar de nuevo unas botas de fútbol —le señalé—. Ni una equipación, ni un balón, nada de eso, tienes suficientes.

— Esas botas eran mi sueño húmedo, las necesitaba en mi colección, me enamoré de ellas en el primer segundo en el que Karim las mostró —suspiró en un bufido, su expresión cambió a una de reproche. Reí, siguiéndole el juego y picando su cuello con mi dedo—. Y tú te pierdes lo de verme en equipación.

— No es como si fuera un logro muy importante —le molesté—. De todas formas, tienes muchas, no importará que no te compre más.

— Las usas de pijama —se molestó—. Y luego no puedo ponérmelas de nuevo.

— ¿Por qué? No es como si las rompiera.

Mordió su labio inferior, suspiró y volvió a verme por unos segundos.

— Porque si yo me las pongo se les va tu perfume.

Me arrepentí de haberle preguntado en el mismo momento en el que su respuesta llegó a mis oídos. Escondí mi rostro entre mis antebrazos y suspiré tratando de aliviar el rubor de mis mejillas. Escuché el armonioso sonido de su risa alborotar mis hormonas una vez más.

Le odiaba, no tenía ni idea de cuánto, pero lo hacía.

No le dirigí la mirada y, fue por eso, que su risa cesó a los pocos segundos, su mano ajustó el agarre en mi muslo y me hizo morder mi labio inferior para no emitir ningún sonido que delatara lo mucho que me gustaba en el fondo.

En el fondo, me gustaba todo de él. Y nunca lo llegaría a admitir, su egocentrismo era tan alto que, si llegara a afirmar esas palabras, no podría verle entre las nubes.

Pero esperaría a un día soleado con tal de volver a verle.

El motor del automóvil se apagó repentinamente, aparté mis manos de mi rostro descubriendo que habíamos llegado a nuestro destino. No le miré, me levanté de mi asiento y salí del vehículo lo más pronto posible.

Sentí que siguió mis pasos, cerró todas las puertas y caminó detrás de mí para sacar las llaves de su bolsillo trasero y abrir, dándome paso. Su colgante de mármol blanco brilló bajo la luz de la farola, entró segundos después y soltó un ligero suspiro al quitarse la cazadora que le protegía del frío exterior.

— Taehyung... —mi nombre abandonó sus labios de manera delicada, casi devastada. Volteé a verle sintiendo mis mejillas aún ruborizadas—. Está bien, puedes hacerlo.

Me acerqué a él y ladeé su rostro con curiosidad, sin saber realmente a qué se refería. No se alejó, ni siquiera dio un paso atrás cuando nuestros pies chocaron, alcé mis manos y sostuve sus mejillas con ellas.

— ¿Hacer qué, Kook?

— Besarme —contuvo la respiración, su mirada dio con la mía y sentí mis piernas flaquear por unos segundos—. Tienes que hacerlo, porque yo también me muero por que lo hagas.

Sonreí con vergüenza, pasé mis brazos por su cuello y sentí sus manos en mi cintura al momento en el que afiancé mi agarre. Subí una de mis manos hasta su nuca y enterré mis dedos en su cabello, sabía cuánto le calmaba aquel gesto, pero, a la vez, le desagradaba. Fui paso a paso, acaricié su nuca y subí progresivamente, pillándome la sorpresa de encontrarle con sus ojos cerrados cuando alcé mi mirada para verle, probablemente, esperando ese beso que me había rogado segundos antes.

Jugué con la cadena que decoraba su cuello mientras esperaba por una reacción, su respiración se volvió lenta y sus mejillas se decoraron levemente, no tanto en comparación a cómo estaban las mías en ese momento. Sin esperarlo más, la tregua terminó por parte de ambos, me acerqué lo suficiente y besé castamente sus labios con tal de ofrecerle esa seguridad y esa paz que él anhelaba. Sonrió casi sobre mis labios y el semáforo se puso en verde para mí cuando volví a besarle con parsimonia.

Nuestros labios nunca habían encajado tan bien como lo estaban haciendo en ese instante. Tal vez era la armonía, el momento, la situación, la piel erizada o los sentimientos encontrados en cada beso fugaz. Sus labios eran tan suaves como los había deseado por meses, su sonrisa se hacía presente en cada chasquido, su lengua bailaba al compás de la mía. Un beso tan anhelado pero cruel a la vez que pensaba que nuestros labios se desgastarían en cualquier momento contra los del otro, el hilo que nos separaba en cada respiración y jadeo, sus manos afianzadas a mi cintura y las mías a sus hombros porque sentía que, si no me aferraba a algo, mis piernas eran lo suficientemente débiles como para dejarme caer en cualquier momento.

Separó nuestros labios y relamió los propios, su respiración volvió a chocar contra la mía, pero no me reprimí: sonreí tímidamente y deslicé mis brazos por sus hombros, en busca de más de su calor corporal.

— Vas a volar mi mente —confesó en un instante cualquiera, me hizo reír por lo bajo y darle un ligero golpe—. Tienes que hacerte cargo, si pierdo la cabeza espero que me leas un diario de nuestras vidas como en The Notebook.

— Lo haré.

Sus labios volvieron a tomar los míos con rapidez, antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo. Me sentí frío cuando sus manos abandonaron mi cintura, de la cual se habían adueñado, para bajar más al sur de mi cuerpo, depositándolas en mis muslos y sosteniéndose de ellos para alzarme en peso. Jadeé sobre sus labios ante el repentino movimiento, no quise admitirlo en ese momento, no dejé que mi cerebro lo procesara tampoco, mis caderas, mis muslos y todas las inseguridades que llevaban consigo se fueron en el momento en el que sus manos decoraron esa porción de piel.

Aferré mis brazos alrededor de su cuello, tironeé de su cabello sin poder evitarlo, porque era demasiado, tal vez porque nos habíamos extrañado lo suficiente o porque, simplemente, era mucho para mi pobre mente. Le escuché gruñir entre besos, sus labios se abrieron para tomar mi lengua y succionarla entre ellos de manera obscena, chupó y mordió por doquier, me sentía como gelatina. Jungkook caminó conmigo en brazos, sus ojos cerrados y pasos lentos y coordinados para no irnos de boca contra el suelo, sus manos afianzadas al único apoyo que encontraba a su alcance, sus gruñidos bajos porque también se sentía suficiente para él y no podía seguir esperando.

Mi espalda dio con las sábanas revueltas de la habitación, ni siquiera me permití avergonzarme de ello, pues él nunca me dejaría salir sin haberlo ordenado previamente, pero estaba tan ocupado en mí que no puso reparo alguno.

Tan ocupado en mí, en besarme y jadear sobre mis labios, en su cuerpo pegado al mío y mi ropa sintiéndose pesada con el pasar de los segundos, al mismo tiempo en el que sus prendas apretaban su musculatura y otras contingencias.

— ¿Puedo hacerlo? Dime, nene, sólo tienes que decirlo.

Alcé mi mirada, encontrándome sus ojos claros chocando contra los míos, sus labios rosados y levemente hinchados por los besos anteriores, su cabello despeinado por el juego de mis dedos entre sus hebras. Asentí sin ser capaz de emitir ninguna palabra, mis prendas sobraban más que las suyas, por el momento, mi cuerpo ardía y mi mente se sentía ansiosa por algo que no era la primera vez que procesaba, pero que siempre se sentía como la primera.

Lo siguiente ocurrió demasiado rápido, sus manos engancharon sin pudor mi pantalón corto y tironearon de él hasta dar lugar a mi ropa interior. Hice amago de cerrar mis piernas, es más, no me lo permitió, sostuvo mis rodillas y me mantuvo firme contra el colchón, mi cabello rojizo revuelto entre las sábanas y mis manos buscando depender de algo que me diera estabilidad física y mental, porque la persona que se estaba metiendo entre mis piernas en ese mismo momento me la estaba quitando, me estaba quitando el aire de mis pulmones.

Y no me iba a quejar.

Porque, cuando quise hacerlo, una sonrisa desde su lugar me saludó, su cuerpo se inclinó sobre el mío y sostuvo entre sus dedos la tira de mi ropa interior, jugando con ella antes de bajarla por completo, exponiendo la parte inferior de mi cuerpo, con descaro y confianza, como ya estaba acostumbrado. Y yo estaba acostumbrado a él, a su manera de amarme y demostrármelo.

Sus dedos se aventuraron a explorar el interior de mis muslos, sentí el leve desgarro de sus uñas en mi piel y me ericé de pies a cabeza. Llevé mis manos a su cabello y jugué con él antes de mirarle con ternura, a pesar de su mirada oscura, no dudó en devolverme la mirada de la misma manera, y eso me hizo sonrojar de nuevo. No quise volver a mirar, cerré mis ojos y contuve la respiración cuando sentí la suya increíblemente cerca de mí, de mi anatomía.

— Kook... —musité sólo para que él pudiera escucharlo—. Sólo hazlo —hablé sin titubear, mi voz sonaba rasgada y poco sostenible, pero no se rompió en ningún momento—. Hazme perder la cabeza.

No se rehusó a tenerme esperando, un leve asentimiento fue suficiente para sentir un casto beso en la zona. Mi humedad se hacía presente en cada punto de mi anatomía, pero no estaba avergonzada con ello, nunca lo estaría. Otro beso se sintió, más prolongado y seguro, sus labios se entreabrieron lo suficiente como para mantener entre ellos la pequeña bolita de nervios que decoraba mi intimidad, succionó despacio y me sonsacó el primer gemido de la noche. No esperaba que se detuviera, necesitaba que siguiera haciéndolo, y yo no era quién para hacerle detenerse.

Mantuve entre mis dedos las hebras de su cabello negro, tironeé de ellos ante cada sensación. Sus labios siempre se me habían parecido de lo más besables, pero el hecho de utilizarlos en una mejor labor nadie me negaría lo contrario. Sus belfos tenían el presidio, su lengua afianzaba el agarre y buscaba el roce rasposo que hacía a mi espalda encorvar, mi cintura alzarse en busca de más y mis piernas entrelazarse sobre sus hombros.

— O-Oh... —jadeé con vergüenza, mordí mis labios y cerré mis ojos con fuerza con tal de hacer desaparecer el sonrojo en mis mejillas—. Ah, Jungkook...

El sonido era la clave más apoteósica. Sus besos íntimos, el chasquido de su lengua haciendo contacto con mi humedad tratando de borrar cualquier rastro de ella, mis jadeos en busca de un oxígeno al que deberle mi vida.

— ¡Dios Santo! —Gemí sin poder evitarlo, su lengua rozaba constantemente ese punto de nervios entre mis pliegues, se desplazaba por ellos y empujaba con esmero en mi entrada, pero nunca llegaba a terminar su trabajo—. Kook... J-Jungkook...

Sus manos afianzaron mis muslos con tal de que no me moviera, amasaron a su antojo y me dejé aprisionar entre su cuerpo y la cama porque, si esto no era el paraíso, que viniera ese mismo Dios que alababa cuando su lengua iba a visitarme y, entonces y sólo entonces, le creería.

Jungkook mantenía su rostro entre mis piernas, pero, a pesar de eso, se sentía sofocado, sonrojado y oscuro, en busca de más, en busca de hacerme perder el control. Mordí mis labios necesitando de más, de eso que tanto él buscaba y hacía ahínco en ello. Los sonidos que salían de mí retumbaban en toda la habitación, las paredes se sentían cada vez más lejanas, el techo se elevaba con cada respiración pesada contra el hemisferio entre mis piernas. Casi lo tenía, casi alcanzaba con mis manos lo que anhelaba, las suyas subiendo bajo las pocas prendas de ropa que me quedaban hasta alcanzar mi pecho y descansarlas ahí en una suave caricia. Mi espalda arqueada, mi cadera luchando por buscar de más contacto con su boca, sus labios hinchados pegados a los inferiores míos, mi pequeña bolita necesitada de liberar la presión que sentía desde los últimos minutos.

Y lo hizo, en cuanto menos lo esperaba y tironeando de aquellos cabellos negros que se escondían sin vergüenza entre mis muslos. Sentí mi humedad mojar su rostro, sus manos afianzarse a los costados de mi cintura y su respiración hacerse pesada en las últimas lamidas. Subió y relamió sus labios con esmero, se lo merecía después de todo, mis ojos le miraron de manera perezosa desde mi lugar, brillantes y llorosos por las sensaciones nerviosas que trepaban todo mi cuerpo en busca de una nueva ruta. No lo pensé demasiado cuando mis manos se hicieron con sus hombros y lo acerqué lo suficientemente a mí como para volver a besarle, sin importar qué, sin importar momento o lugar más que siguiera entre mis piernas, pero, esta vez, besando mis labios como siempre había ansiado.

Lentamente, se posicionó mejor sobre mi cuerpo, mis manos dejaron sus hombros únicamente para posicionarlas por su abdomen, deslizando mis dedos sobre su camiseta blanca lisa, desviándome al sur con tal de desabrochar los botones y la cremallera de su pantalón vaquero agujereado. Gruñó sobre mis labios y me arrepentí por unos segundos, mis mejillas estaban demasiado sonrojadas por el sofoco que aún se hacía presente en mi piel erizada, mis manos temblorosas y sus besos descontrolados, buscando quitarme todo el oxígeno por el que había estado rogando minutos atrás.

El mundo se detenía cuando le tenía entre mis piernas.

O encima de él.

Deshice el broche de sus pantalones lo más rápido que se me hizo posible, empujé su torso y le obligué a echarse sobre la cama para mí, en espera de lo que venía a continuación y sabía que amaba más que otra cosa. Sonreí avergonzado por unos segundos, me anticipé a la jugada y tomé asiento sobre sus piernas, sus manos se alojaron en mis muslos al instante, sus pantalones bajados, moviendo sus pies con tal de terminar de sacarlos, mis caderas acomodándose donde deberían ir siempre. Nuestras pelvis chocaron, el bulto en su entrepierna se hizo presente y no lo desprecié en ningún momento, al contrario, me dejé caer sobre él, sentí la tela de su roce hacer constancia contra mi intimidad, pero no me importó, ni eso ni humedecerla sin querer. Sostuve sus hombros y me acomodé sobre su regazo para comenzar a mover mi cadera despacio, un leve roce con tal de sentirle temblar bajo mi cuerpo como él me había hecho sentir anteriormente.

Mis dedos incrustaron las hebras de su cabello negro, tironearon de cada una de ellas y le atraje lo suficiente a mí como para que nuestros labios rozaran, llamando a la tentación del beso sin ser capaces de dar el siguiente paso, ambos irritados, rosados e hinchados por las ganas contenidas en el último tiempo. Su respiración se volvió pesada, sus manos desgarraron con suavidad la piel de mis muslos, dejando marcas en ella, cerró sus ojos y se dejó llevar por los vaivenes que mi cadera influenciaba. Mordí mis labios sabiendo que estaba conteniéndose de hacer cualquier otra cosa, su respiración se entrecortó cuando subí levemente y me dejé caer de nuevo sobre su erección, palpitante y necesitada de atención, al igual que la humedad entre mis piernas, rozando una y otra vez contra la suya sobre la ropa.

— Taehyung... —sentí como llamó mi nombre, le miré con párpados pesados, un suave jadeo escapó de sus labios, acompañándolo de una maldición—. Joder, joder, Taehyung...

— Jungkook... —volví a gemir sintiendo la humedad hacerse presente en la ropa que nos separaba, mis labios se entreabrieron únicamente para tomar los suyos con ferocidad, hambre y necesidad—. Uhgm...

— ¿Me de-dejarías...? —Habló entre besos, separó nuestros labios y relamió los propios extasiado por el movimiento constante de mi cadera—. ¿Puedo sen-sentirte?

— Dios, Dios... —gemí de sólo pensarlo, arqueé mi espalda y mojé de más su ropa interior, le sentí sonreír casi sobre mis labios—. Ha-Hazlo, sólo hazlo, mal-maldita sea...

Lo siguiente que sentí fue como sus manos subían hasta mi cadera para sostenerme en pulso, mis manos buscaron desesperadas la tira de su ropa interior para hacerla desaparecer, me moví insistentemente hasta lograrlo y, cuando lo hice, empuñó él mismo su erección y la paseó entre sus pliegues segundos antes de hundirse por completo en mí. Me dejé caer sobre su cuerpo, sintiendo mis paredes apretarse a su alrededor, mojarse y contraerse ante la intromisión, sus jadeos roncos se hicieron presente cerca de mi oído, sus labios pegados a mi cuello y dejando leves marcas porque, en el fondo, adora que todos vean que soy suya.

Que soy su chico.

Mis caderas se elevaron despacio hasta sentirme vacío, volvieron a caer y arqueé mi espalda en el proceso, lo sentía tan profundo y a la vez tan íntimo, todo su cuerpo protegiéndome, sus manos afianzando mis muslos y cadera, el roce entre su pelvis y mi punto de delirio, sus labios haciendo estragos en mi cuello hasta que no hubo porción de piel sin besar. No podía detenerme ahora que le tenía para mí, completamente mío, y no lo hice. Mis caderas volvieron a elevarse y dejarse caer una y otra vez de manera insistente, moviéndose en círculos porque sentía que era simplemente demasiado lo bien que me llenaba a pesar de su humedad y la mía, lo resbaladizo del movimiento y las sensaciones que llenaban mi cuerpo de buenos sentimientos.

— No te detengas —me suplicó, sostuvo mi cintura y me obligó a no dejar de hacerlo, tan cerca pero a la vez tan lejos, moviéndome sobre él y toda su anatomía, sus labios desgastados y los míos rogando ser besados—. Mierda, déjame besarte.

No le permití rogar una vez más, sostuve sus mejillas con mis manos y volví a besarle por milésima vez en la noche. Jadeó sobre mis labios, su respiración se sentía entrecortada contra la mía, sus ojos cerrados y apretados con fuerza, sus párpados moviéndose entre leves espasmos por los vaivenes de mi cadera, arriba, abajo, en círculos y de hacia atrás hacia delante. Nuestros labios se rozaban una y otra vez, mojados, hinchados y suplicantes por oxígenos, su respiración se agitó de más y supe que me estaba viniendo sobre su extensión. La humedad se hizo presente en nuestros cuerpos, separó nuestros labios y deslizó su mirada hacia nuestra unión con tal de ver como explotaba en decenas de gotas sobre su abdomen y pelvis, su cabeza se echó hacia atrás y sus ojos volvieron a cerrarse en cuanto sentí como mi interior era llenado por su esencia. Temblé cuando terminé de vaciarme sobre él, su torso se alzaba furioso y su mirada se volvió oscura por unos segundos.

Al segundo siguiente, nos estábamos besando de nuevo, entre risas y sonrisas culpables, sonrojos de mi parte y respiraciones jadeantes por la suya. Dejó un último beso en mis labios y apartó el cabello de mi rostro con delicadeza, me sonrió con ternura y me derretí ante la mirada que me daba.

— Es tarde, tengo que volver —fue lo único que salió de sus labios, me aferré a su cuerpo y volvió a reír por la forma en la que lo hice, pero no me rehusé y terminé por apartarme de su lado y cubrirme con las sábanas desordenadas—. Hablamos mañana, mándame un mensaje cuando despiertes, ¿está bien?

Asentí.

— Siempre lo hago.

Me volteé sobre mi cuerpo, la habitación se sintió fría y, entonces, supe que era hora de dejarme llevar por el sueño. Apagué el teléfono cuando mandé el último mensaje y cerré mis ojos con tal de desear que todo hubiera sido real.

Porque casi nueve mil kilómetros nunca se habían sentido tan cercanos.

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No puedo esperar a tener tus labios sobre los míos, besándonos toda la noche sin importar qué. ✔✔

Dime, Kook, ¿merezco un beso tuyo? ✔✔

04:23 am

Los mereces todos.

Al igual que todos y cada uno de los goles que te dedico.

04:52 am

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