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Escrito por: Saky_23
꒰ Jinkook | fantasía, vampiros, romance, angst ꒱
Después de tener una vida solitaria y sosa por tantos años, Jungkook encuentra a alguien que le demostrará la llama de la vida. Sentimientos que creyó haber perdido para siempre los encontrará con Kim Seokjin.
Porque después de Seokjin, Jungkook comenzó a vivir una vez más.
Septiembre comenzaba a abrirse paso y la ciudad de Seúl dejaba de lado, cada día más, el ambiente veraniego. Ya no se veían adolescentes sin uniforme en las calles, en salidas con sus amigos y parejas, ni las noches eran iluminadas por los festivales tradicionales. La rutina laboral comenzaba a asentarse una vez más, después de un fugaz descanso. A pesar del obvio ambiente urbano, la ruta sesenta y seis era tan ecuánime como siempre. La carretera, solitaria y rodeada por frondosos arces, pinos y robles, acunaba en los susurros de la brisa, al Audi color negro que recorría su longitud.
Jungkook observaba distraídamente por la ventanilla de cristal polarizado, cada tanto, desviando su atención de la conducción de su coche. El rocío mojaba la copas de los árboles y sus ramas, y humedecía la carretera y el aire; la neblina se expandía a su alrededor sin opacar demasiado el campo de visión. Aunque, para él, eso no representaría un problema.
Los vestigios de la lluvia hacían flotar un ambiente melancólico, perfectamente combinado con la montaña de sentimientos encontrados que se aglomeraban en su interior. Las nubes grises mantenían el sol a raya; aunque su Gel de Sombra lo hacía inmune, temporalmente, a la luz ultravioleta. Una que otra vez pasó por su mente la idea de que, si el Astro Rey fuese a convertir en cenizas su existencia, al menos en el Más Allá podría estar más cerca del protagonista de sus anhelos. Sin embargo, una parte de él, no quería despedirse de este mundo aún. Observó la fecha en la pantalla de su reproductor apagado.
—Primero de septiembre... —susurró, por quizás quinta vez en la mañana, y dejó escapar un suspiro inescrutable.
Era la fecha más controversial de su calendario. Sí, la más, porque todos los días dejaban a Jungkook una gota de vacío que se acumulaba en la copa de su interminable existencia. Este día estaba lleno de recuerdos, de tristeza, de soledad, de añoranza; de amor. Este día era el inicio de todo, en demasiados sentidos, imposibles de comprender por alguien que no fuese él mismo.
El primero de septiembre era su cumpleaños. Este dos mil veintidós arribaba a ¿doscientos veintiséis? Ya ni lo recordaba. Se sentía como demasiado desde que la persona que con solo desearle feliz cumpleaños con una desordenada, pero hermosa sonrisa, se había ido para siempre. Hace demasiado que el primero de septiembre, era una muestra contundente de que la eternidad podría ser tan dolorosa como la muerte misma. Pero, si la muerte significaba el final del sufrimiento, entonces el para siempre era mucho peor.
Observó su reflejo en el espejo retrovisor y notó su ceño fruncido, probablemente por haber estado pensando en demasiadas cosas.
«Si continúas frunciendo el ceño de esa manera, te vas a arrugar antes de tiempo. Estás arruinando tu hermoso rostro».
La comisura de sus labios se elevó, mostrando una nostálgica y sutil sonrisa, al recordar las palabras del hombre que cambió su vida.
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Era agosto del año mil ochocientos ochenta y dos, y Jungkook ponía sus pies en tierra firme, en Corea, después de una larga travesía por mar. Habían pasado sesenta años desde que había abandonado su país natal para ir a Europa con su familia, huyendo de la terrible situación económica. Quién iba a decir que, después de tanto, acabaría regresando con la misma apariencia con la que se marchó, solo y sin rumbo.
Su estancia en Rumanía había arrebatado los latidos a su corazón y el calor a su cuerpo. Luego de que él y su familia cayeran por un barranco de los angostos y peligrosos caminos de los bosques, producto a un obstáculo que no supieron identificar, lo único que recordaba era una esbelta figura femenina con piel pálida y delicados rasgos, ataviada con un hermoso vestido color marfil.
—No mato humanos. Esto ha sido un trágico accidente —dijo la joven, a la que más adelante conocería como Valentina Tepes—. Lamento haberte arrebatado todo. Es la eternidad lo único que puedo ofrecerte a cambio. No sé si la deseas, te la doy para estar en paz conmigo misma, no me odies por ello.
Jungkook supo luego que había sido transformado en lo que las personas llamaban vampiros, seres que se alimentaban de sangre humana, dueños de la noche y odiados por el Sol. Fue convertido por un ritual que no entendió muy bien, solo posible para los Nobles de la especie. No sabía cómo sentirse respecto a la muerte de sus padres, o a su nueva vida que jamás pidió. Entonces descubrió que no se trataba de que no sabía, sino de que no podía; las emociones parecían haber sido arrancadas de su cuerpo. No había llanto, sonrisas o enojo. Nada. Simplemente vacío y frialdad.
Le tomó tiempo, pero aprendió a controlar su sed de sangre y a preparar su propio Gel de Sombras, como Valentina lo llamaba; nunca imaginó que una mezcla de raíz de mandrágora, flor de loto y semillas de diente de león, pudieran tener ese uso. Gracias a ello, pudo pasar desapercibido y tener una existencia tranquila, a la que buscaba cómo darle sentido. Poco tiempo después, su camino y el de su creadora de separaron. No había ningún afecto especial entre ambos. Una vez terminadas las enseñanzas, no había motivos para actuar en conjunto.
Cuando las cacerías de brujas y vampiros estaban en su momento más alto, Jungkook volvió a saber de Valentina, enterándose de que había sido asesinada, junto a gran parte de la familia real. Sus cuerpos fueron excibidos al alba, hasta que la luz del sol los convirtió en cenizas. Rumanía ya no era segura. Decidió que era momento de volver a Corea. Era algo que llevaba pensando desde mucho antes de eso, simplemente a modo de encontrar algo a lo que aferrarse.
Ahora, después de más de medio siglo, estaba de vuelta. Las casas continuaban teniendo su clásico diseño en los techos y paredes, a pesar de verse más resistentes y algo más modernas, la vegetación y el clima era tal y como recordaba; los hanbok que no pensó volver a ver, eran vestidos por todos a su alrededor. Estaba de vuelta. El sitio del que una vez se fue, en busca de una vida mejor, era ahora su punto de retorno. Todo era igual, y a la vez diferente. Las personas lo observaban como si fuera una especie exótica. Se sentía fuera de lugar y abrumado, puede que hasta un poco nervioso. Una familiaridad difusa flotó en medio de todas sus inseguridades, convirtiéndose en la primera emoción que podía calificar como real, desde su transformación. Pero no era lo que buscaba.
«¿Qué estoy buscando?», se preguntó en medio de su incertidumbre.
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Era primero de septiembre y Jungkook se encontraba sentado en el fondo de un bar de Seúl, la capital, a la que había arribado hacía unos días. Hace poco más de una hora que el Sol se había ocultado, así que quiso salir. No es que su cumpleaños fuera algo de gran importancia a estas alturas, ya no lo celebraba, pero, quizás llevado por la nostalgia, allí estaba, afuera, sin objetivo fijo. Observaba en silencio desde su posición, con un vaso de soju frente a él, con una botella a medio beber a su lado. Era la primera vez que salía desde su llegada. A pesar de ser un extraño, estar rodeado por personas de rasgos similares a los suyos, le daba cierta confortabilidad.
El sitio era pequeño y no contaba con una ostentosa decoración, ni siquiera había cuadros en las paredes. Eran solo unas doce mesas, cada una con sus respectivas sillas. Al fondo del local se encontraba la barra, donde el cantinero servía las comidas y bebidas, y los camareros las buscaban para repartirlas entre los clientes. Esa noche parecía tranquila, solo había cinco mesas ocupadas, aparte de la suya. Los clientes no parecían violentos, ni demasiado interesados en su persona.
Mientras desplazaba su vista alrededor, con el entrecejo arrugado, intentando acostumbrarse a escuchar nuevamente el coreano, sintió una presencia sentarse frente a él, en su mesa.
—Si continúas frunciendo el ceño de esa manera, te vas a arrugar antes de tiempo. Estás arruinando tu hermoso rostro —dijo el desconocido.
—Gracias por su preocupación. ¿Y usted es? —dijo Jungkook, con cortesía, pero evidenciando su desinterés.
El hombre se veía joven, quizás de unos treinta. No le pasó desapercibido el hecho de que le hablara informalmente. Obviamente, para quien no lo conociera ni supiera qué era, no debía verse diferente a cualquier otro hombre de veinticinco años. Su rostro y su cuerpo no habían cambiado nada desde su transformación a esa edad. Sonrió internamente por la ironía y dejó su mirada seria en su nueva compañía, esperando una respuesta.
—Soy Seokjin. Kim Seokjin. —Se acomodó en la silla frente a Jungkook y le dirigió una evidente sonrisa coqueta—. ¿Te importa si compartimos mesa?
Jungkook alzó una ceja ante el atrevimiento y la invasión de su espacio, pero no le dio demasiada importancia. El hombre no estaba usando un hanbok como todos los demás, usaba unos pantalones ajustados, de color negro, que remarcaban los tonificados músculos de sus piernas. Y una camisa blanca, que colgaba holgada en sus anchos hombros, con un pronunciado escote en uve que dejaba ver más de lo necesario de sus pectorales. Su cabello era negro y brillante, su rostro era hermoso y sus labios eran gruesos y sensuales, atrayentes con cada movimiento. Eso, unido a la actitud descarada y desinhibida, dejaba en claro cuáles eran sus intenciones.
—Te he dicho mi nombre, pero aún no sé el tuyo. —Inclinó su torso hacia adelante, apoyándose en sus codos, dejando ver sus pezones y la nívea piel de su pecho y abdomen, en una pose tentadora y ofrecida—. ¿No crees que sería cortés de tu parte, decirme cuál es?
La pecaminosa lengua de Seokjin humedeció su labio superior y mordió el inferior, en una invitación abiertamente sexual. Los ojos de Jungkook no pudieron evitar desplazarse siguiendo cada uno de los sensuales movimientos. Bajó la vista hacia su cuello, y descendió hasta llegar a los erectos pezones, que se mostraban sin esfuerzo gracias a la holgada prenda superior. Sin poder siquiera precisar cómo o cuándo comenzó, Jungkook pudo sentir la sequedad de su garganta y la quemazón, provocadas por la sed de sangre.
Llevaba casi un mes sin probar ni un sorbo, pero normalmente podía estar ese tiempo y hasta más sin beberla y no le suponía un problema. No comprendía qué le hacía Kim Seokjin a su cuerpo. Y esa idea se reforzó cuando sintió sus pantalones apretados a nivel de su ingle, cuando fue a cambiar de posición.
—Pero, ¡¿qué demonios?! —exclamó sorprendido.
Era la primera vez que tenía una erección desde su conversión. Esto era algo sin precedentes, pues intentos había tenido, pero todos habían acabado en fracasos que se terminaron convirtiendo en víctimas.
Escuchó una risilla coqueta de parte de Kim.
—No te preocupes. Es una reacción más común de lo que piensas, cuando se trata de mí -dijo con suficiencia—. Entonces... ¿Me dirás tu nombre, o no?
—Jeon Jungkook —se presentó, ahora con un brillo intenso en su mirada, incapaz de ocultar el deseo. Había mucho que deseaba experimentar.
—Me alegra saber que ya tengo tu interés. Es un placer conocerte, Jungkook.
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Jeon, saliendo de su laguna de placenteros recuerdos, estacionó su auto frente a la entrada del silencioso cementerio. Tomó el ramo de rosas rosadas que había comprado en su florería de elección y se dirigió al encuentro de su amado, con la imperecedera fe de que el espíritu de Seokjin pudiera escuchar, desde donde quiera que estuviese, cuánto lo continuaba amando.
Y es que Jungkook, a pesar de poder vivir eternamente como él mismo, había estado vacío. Antes de que Seokjin llegara a su vida, era como si no tuviese una identidad propia o un motivo para vivir. Era el mundo que conocía, y a la vez diferente; enorme y misterioso, sin un lugar en el que poder encajar.
El viaje a Corea, tal y como había deseado, se convirtió en un nuevo comienzo. Sin embargo, fue Kim quien lo hizo comenzar a vivir de nuevo. A sentir. Lo que había iniciado como simple curiosidad y sorpresa, se volvió algo más profundo e intenso. Lo que Jeon sentía ahora era algo que jamás se imaginó experimentar después de transformarse en una criatura de la noche, que ni siquiera sintió cuando aún era humano.
La primera noche se acompañó de sexo salvaje y gemidos sonoros, pero no hubo mordidas. Jungkook quiso saber qué le pasaba a su cuerpo, qué le ocasionó ese hombre y por qué. Si hasta ahora nada lo había conseguido, ¿por qué?
Aún hoy, en sus más de doscientos años, Jeon no había conseguido llegar a una respuesta lógica. Pero eso no era importante. Se había enamorado. No había una explicación objetiva. Tampoco le importaba. El brillo en la mirada de Seokjin mientras lo observaba, se había convertido en su mayor anhelo al despertar, con una belleza equiparable o superior al amanecer; la melodía de su sonrisa opacaba la de los instrumentos musicales más preciosos; el tacto en su piel tersa era demasiado delicioso para describirlo con palabras.
Las conversaciones triviales, las caminatas por el bosque, las citas nocturnas para nadar en el lago; cada momento juntos era acogedor y familiar, construyendo poco a poco un espacio especial y único para ambos. La convivencia sana, los pequeños toques traviesos, los intentos de cocinar juntos, las noches de borrachera que habían terminado enredados entre las sábanas, sudorosos y complacidos, acurrucados en un estrecho abrazo. Antes de saber cómo o cuándo, Jungkook siempre terminaba sonriendo cuando Jin estaba con él, y cuando la sonrisa le era devuelta, su mundo estaba completo.
—Nunca supe cuándo me convertiste en un loco enamorado... —susurró nostálgico.
Avanzó entre las lápidas, caminando por el camino empedrado ascendente, llegando al espacio privado que había dejado solo para su amado, rodeado de césped y plantas de no me olvides, llenas de los pequeños ramilletes color celeste que Jin tanto amó y cultivó sin falta hasta el día de su fallecimiento.
«Para que no me olvides», solía decir, con una sonrisa que, Jungkook percibía, era para ocultar su dolor.
Porque, sin importar cuánto Jeon jurase y perjurase que lo recordaría por siempre, nunca pudo ignorar el dolor en los ojos de Seokjin, que se incrementó con cada año que pasaron juntos.
«Perdóname, Jungkook. Siento no poder ser la persona adecuada para ti». El recuerdo de esas palabras, trajo una nueva avalancha de momentos del pasados.
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Era una cálida tarde de verano, en el año mil novecientos seis. Habían transcurrido veinticuatro años desde que se habían conocido. De más estaba decir, que entre ellos no había ninguna clase de secretos.
La verdad sobre Jungkook había sido descubierta hace más de quince años, cuando, delante del propio Kim, Jeon había sufrido un ataque de un lobo salvaje, en uno de sus paseos por el bosque. Tenía que explicar de algún modo, no solo sus capacidades físicas sobrehumanas, sino también la regeneración casi instantánea de sus heridas. Había sido un momento triste y desgarrador, pero a la vez especial. Seokjin había llorado desconsoladamente, abrazando el cuerpo de su amado, viendo su garganta desangrándose tras una profunda mordida, posterior a un fuerte apretón por parte de Jungkook, que rompió la columna vertebral del animal, que lo atacó con sus últimas fuerzas.
Kim Seokjin lo amaba. De la misma manera y con la misma intensidad que Jungkook lo hacía. Y Jeon no podía siquiera pensar en fingir su muerte y huir a otro sitio, donde no pudieran cruzarse sus caminos nunca más. Lo amaba demasiado como para imaginarse sin él a su lado.
La incredulidad, el miedo y la ira, fueron seguidas por la aceptación y la incondicionalidad.
«¿Necesitas mi sangre? Puedes tomar toda la que haga falta», le había dicho, tembloroso y ofreciendo su cuello, al ver que, a pesar de que Jungkook estaba vivo, y aún con toda su explicación de su inmortalidad, apenas podía mantenerse consciente.
Ante las siguientes palabras de Jeon, explicando que tal vez no podría controlarse y hacerle daño, la respuesta de Seokjin fue: «No me importa, confío en ti. Además, mi vida ya te pertenece». Con esas palabras, Jungkook supo que su cuerpo, su alma y su corazón, también pertenecían al hombre frente a él, y que lo amaría incondicionalmente mientras respirase. Para siempre.
A partir de ese momento, Jungkook solo bebió la sangre de Seokjin, creando una conexión de fuerza tal, que solo ambos podrían comprender. Era como tener a su amado todo el tiempo con él, circulando en su sistema, en un abrazo a su corazón, calentándolo y amándolo de todas las maneras.
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—Buenas noches, amor —dijo Jungkook, observando a Seokjin frente al espejo de la habitación que compartían. Lo abrazó desde atrás por la cintura, y dejó un cálido beso en su sien.
—Bienvenido a casa —contestó, su mirada fija en el reflejo de ambos.
La mirada de Seokjin era complicada y aparentemente inescrutable, pero Jungkook sabía exactamente qué pasaba por su mente. Ese tipo de expresión la había visto ya varias veces, y la conversación que había sucedido, siempre era la misma. Las canas, de un tono plateado y hermoso, se distribuían, cada vez más copiosas, a lo largo del cabello de Kim; las arrugas comenzaban a surcar su frente, las esquinas de sus ojos y las comisuras de sus labios; su cuerpo ya no era el de antes, en más de un sentido. Jeon, por el contrario, se mantenía con la apariencia perfecta, fuerte y fornida de un atractivo e irresistible joven de veinticinco años.
—¿Qué tal ha estado el trabajo?
—Bien. Namjoon dice que cada vez obtenemos una mejor calidad en el resultado final —dijo, refiriéndose a su ayudante de confianza, la única persona además de Jin que conocía su secreto, y que se encargaba de ser el rostro público del pequeño negocio que habían iniciado juntos una década atrás.
—¿Algún progreso? —Un brillo esperanzado apareció en los ojos de Seokjin, apagado en pocos segundos por la negativa dolida de Jungkook.
A pesar de vivir en una cabaña aislada, en medio del bosque, tenían un estudio fotográfico en la ciudad, que dirigían desde las sombras y había ido creciendo de manera estable con el paso de los años. Pocos años después de descubrir la naturaleza detrás de la existencia de Jungkook, la fotografía había llegado a Corea. Si bien era conocida en Occidente hacía mucho más tiempo, recién se diseminaba en la cultura Oriental, que se había mantenido fiel a sus dibujos tradicionales y clásicos. Para Seokjin, se convirtió en una idea fascinante la de fotografiar sus momentos con Jungkook, y colgarlos por toda la casa. Lamentablemente, descubrieron a manos de Kim Namjoon, el camarógrafo emprendedor que había tomado la primera foto, que Jungkook, a pesar de reflejarse en el agua, los cristales y espejos, no lo hacía en las fotos.
Fue entonces que, en lugar de deprimirse y frustrarse por siempre, decidieron buscar la manera de hacerlo posible. Para volver imperecederos sus recuerdos, más allá de su mente. Sin embargo, por desgracia, ese deseo se mantenía siendo aún un anhelo.
—Nos estamos quedando sin tiempo—expresó Seokjin, con un nudo formándose en su garganta—. Cada día que pasa...
—Cada día que pasa —interrumpió Jungkook-, te veo más hermoso que el anterior. A mis ojos, eres y siempre serás el hombre más hermoso en la faz de la tierra, y me gustaría ver la certeza de eso en ti, cuando nuestros ojos se encuentran.
—Ojalá fuera tan fácil.
—Quisiera que pudieras verte como yo te veo. Tan hermoso como siempre, y cada día más. Divertido, llenando mi vida de color, haciendo que valga la pena cada día que paso a tu lado. Con un corazón tan grande, que tiene la fuerza de latir por los dos, haciendo calentar el mío, que hace tantos años creí inservible. Eres perfecto.
—¡No lo soy, Jungkook! —exclamó, con las lágrimas comenzando a derramarse y la impotencia y el dolor impregnados en su voz-. No lo soy... y no imaginas cuánto lo siento. Perdóname, Jungkook. Siento no poder ser la persona adecuada para ti. Perdóname por no poder brindarte todo eso toda la eternidad. Perdóname porque mi tiempo se acaba con cada día que pasa, y no puedo hacer nada para evitarlo.
Seokjin se rompió en sollozos desordenados, incapaz de volver a formular palabra. Los brazos de Jungkook lo acunaron y lloró en silencio, en medio de la impotencia de no poder ofrecerle una eternidad a su lado por no ser un Noble, y estar todos los demás muertos, sintiendo su alma romperse en mil pedazos, que sabía no podría reparar, porque Seokjin estaba en todos ellos y cuando ya no estuviese, no tendría idea de cómo hacerlo.
—Te amo —fue todo lo que Jungkook pudo decir—. Te amo demasiado. Gracias por llegar a mi vida y darme deseos de vivirla —expresó con convicción.
Ver a Jin llorar era lo más duro que había tenido que experimentar en su vida. Quería ser él quien llorara en su lugar, él y solo él, para que la sonrisa adornara por siempre los labios de Seokjin. Sin embargo, todo lo que podía hacer, era abrazarlo y llorar a su lado. Porque Jungkook no podía eliminar el motivo de las lágrimas, pero tampoco permanecer indiferente, pues ese sufrimiento que los envolvía, pertenecía a ambos. Y, a pesar de estar constantemente aprendiendo a sentir cada emoción, y no desear la tristeza como una de ellas, Jin lo había hecho comenzar a vivir otra vez, de demasiadas maneras, y si ese sentimiento, por más desgarrador que fuese, iba aparejado a amarlo, lo llevaría en su interior, aunque lo matara lentamente.
Esa noche, Jungkook le demostró de la manera que mejor sabía, cuánto lo continuaba amando. El sexo ya no era como antes, agresivo, duro y desenfrenado. Ahora era lento, profundo, apasionado, de una manera distinta, pero que derramaba tanto amor e idolatría, que cada caricia, cada beso, cada lento y suave empuje, eran un recordatorio de lo que habían construido, de cómo sus sentimientos eran tan reales y arraigados que no necesitaban nada para sentirse completos, más que la sola compañía del otro.
Por el resto del tiempo que estuvieron juntos, se amaron en medio del deseo, el compromiso y el dolor, en una batalla contra el tiempo que Seokjin acabó perdiendo, cuarenta y tres años más tarde, en mil novecientos cuarenta y nueve, a la edad de noventa y siete años. Ese día, en medio del atardecer, en un hogar rodeado de recuerdos felices y amor, ofreció a la persona que más amó, sus últimas palabras:
—Gracias, Jungkook. —Sus ojos brillaron con devoción-. Gracias por... haberme amado.
El último suspiro de Seokjin abandonó sus labios, dejando una sonrisa sincera en su rostro y, en sus manos, entrelazadas con las de Jungkook, siendo sostenida como la más preciada de las posesiones, la fotografía de ambos que, apenas un mes antes, habían conseguido tomar, venciendo las barreras de la ciencia y lo sobrenatural, creando un recuerdo único que se llevaría con él, a donde fuera que su alma se dirigiese.
Sin importar las arrugas, el implacable tiempo o su indetenible marcha, habían logrado plasmar su existencia juntos, más allá de los recuerdos.
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Frente a la tumba, silenciosa y calma, Jungkook se arrodilló hasta acomodarse y sentarse en el suelo, sobre el mármol pulido, de color negro. Dejó las rosas con delicadeza y, con una mirada de devoción y amor perenne, saludó:
—Hola, amor. He venido a visitarte.
Sonrió con cariño a la fotografía en la que aparecía junto al hombre que amó y continuaba amando. El que lo hizo comenzar una nueva vida, en la que aprendió a amar, a reír, a llorar, a sufrir; a sentir. El que lo convirtió en un hombre nuevo, con ganas de vivir, de volar y de llevarlo en su corazón por el resto de su vida, como el comienzo de todo.
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