Era una mañana gris, el tipo de clima que a Komi le resultaba reconfortante. Mientras caminaba hacia la escuela, todavía sentía el ardor del tatuaje en su cuello, pero más que dolor, lo consideraba un recordatorio de su independencia, de su decisión de ser quien realmente era. Había algo oscuro en su apariencia ahora: el tatuaje, la ropa negra, el silencio. La chica que antes era considerada tímida ahora proyectaba un aire de misterio que muchos no sabían cómo interpretar.

Ese mismo día, mientras repasaba su celular, vio una noticia que hizo que sus ojos se iluminaran por un breve instante: “Nueva película de Chucky en los cines.” Desde pequeña, Komi había tenido una extraña fascinación por las películas de terror. Le encantaba la sensación de miedo, el corazón latiendo rápido, las sorpresas constantes. Y Chucky era uno de sus personajes favoritos. Solo había un problema: no tenía dinero.

Se lo había gastado todo en su nuevo tatuaje.

Suspiró, cerrando la pantalla de su celular. Pensó en cómo podría conseguir el dinero para verla. Tal vez podría pedir prestado, o esperar hasta la próxima semana. Pero justo en ese momento, Tadano, como siempre, apareció.

—Komi-san, ¿has visto que salió una nueva película de Chucky? —preguntó Tadano, nervioso pero sonriente—. Pensé que te gustaría verla. Si no tienes dinero, no te preocupes, yo te invito.

Komi lo miró, su expresión neutral como siempre, pero por dentro había una pequeña batalla emocional. Quería ver la película, mucho, pero al mismo tiempo, la idea de depender de alguien más le molestaba. Se había prometido ser más fuerte, más independiente. Así que, en un impulso un tanto egoísta, asintió lentamente y aceptó la invitación... o al menos eso pensaba Tadano.

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Más tarde ese día, con el dinero en mano, Komi tomó una decisión que no fue exactamente la más noble. En lugar de esperar a Tadano, compró un boleto para la función más cercana y fue sola al cine. El simple hecho de estar en esa oscura sala de proyección, con la música siniestra de la película empezando, la llenaba de emoción. El terror, el suspenso, todo parecía borrar, aunque fuera temporalmente, las sombras emocionales que la seguían.

Pero conforme la película avanzaba, una sensación de culpa empezó a invadirla. Mientras las risas maníacas de Chucky resonaban en la pantalla, la conciencia de Komi la pinchaba. Sabía que Tadano había querido compartir ese momento con ella, y que había sido egoísta al dejarlo atrás. Tadano siempre había estado para ella, y aunque Komi era más fuerte ahora, también sabía que necesitaba valorar a las personas que la querían de verdad.

Al salir del cine, con la luna llena en el cielo, Komi tomó una decisión: compensaría a Tadano.

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Al día siguiente, lo encontró esperando en el pasillo de la escuela, como de costumbre. Con pasos lentos pero decididos, se acercó a él, sosteniendo en sus manos una pequeña bolsa de palomitas que había comprado de camino. Sabía que no era suficiente, pero era su forma de disculparse.

—T-Tadano... —susurró, con voz más baja de lo usual, mientras extendía las palomitas hacia él.

Tadano, sorprendido, sonrió con suavidad.

—¿Komi-san? ¿Qué... qué es esto?

Komi bajó la mirada, sintiéndose un poco avergonzada, pero manteniéndose firme.

—Lo siento... por ir sola al cine.

Tadano, que entendía perfectamente lo complicado que era para ella expresar sus emociones, aceptó las palomitas con una sonrisa cálida.

—No te preocupes, Komi-san. La próxima vez, podemos ir juntos.

Ese breve intercambio significó más de lo que las palabras podían expresar. Aunque había sido egoísta, Komi estaba aprendiendo a ser más consciente de los demás, de quienes la rodeaban y la apoyaban. Y aunque su apariencia y su actitud podían parecer frías y distantes, había un calor en su corazón que, poco a poco, empezaba a abrirse.

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Komi caminó hacia su casa después de la escuela, con Kitty, su gatito, esperándola en la puerta. Mientras lo acariciaba, pensó en lo mucho que había cambiado en tan poco tiempo. De ser una chica introvertida, ahora abrazaba una nueva identidad: más fuerte, más independiente, pero también, aún humana. Los tatuajes, las películas de terror y la ropa oscura no eran una máscara, eran parte de quien era, pero eso no significaba que no pudiera aprender a ser una mejor amiga, y a valorar a quienes la apreciaban de verdad.

El mundo gótico que había abrazado le daba una sensación de pertenencia, pero al final del día, también estaba aprendiendo a encontrar ese equilibrio entre la oscuridad y la luz que le ofrecían los demás.

Y mientras se sentaba en su cama, con Kitty en su regazo, y escuchaba nuevamente In the Shadows, Komi sonrió. Porque aunque había cometido errores, sabía que estaba creciendo, madurando, y, sobre todo, aceptando cada parte de sí misma, tanto la buena como la imperfecta.