El ambiente en casa de los Komi había cambiado drásticamente, y no para bien. Shousuke, el hermano menor de Komi, se había vuelto más rebelde últimamente, buscando siempre la forma de llamar la atención de sus padres. Komi, como siempre, se mantenía en su usual silencio, intentando no verse afectada por los problemas familiares. Pero esa tarde, todo cambió de manera brutal y cruel.
Shousuke, buscando una forma de salirse con la suya tras una travesura, decidió inventar una mentira que nadie esperaba. "Mamá, papá... Komi-neesan... estaba consumiendo sustancias indebidas", dijo con una expresión seria y calculada. La reacción fue inmediata, sus padres intercambiaron miradas de pánico y furia.
Komi no tuvo tiempo de reaccionar. Antes de que pudiera defenderse o explicar la situación, fue arrastrada al salón de la casa. Sus padres, cegados por la ira y la vergüenza, no le dieron la oportunidad de decir nada. "¿Cómo pudiste hacernos esto, Komi-san?", gritó su padre, algo que rara vez hacía. Su madre, con una mezcla de lágrimas y enojo, la miraba con decepción, como si todo lo que creía sobre su hija perfecta se hubiese desmoronado en un segundo.
"¡No es cierto! ¡Yo no he hecho nada!" Quería gritar, pero sus labios no se movieron. El silencio que tanto había marcado su vida ahora le jugaba en contra. Era prisionera de su propia incapacidad para hablar.
La situación escaló rápidamente. En lugar de investigar o preguntar, sus padres optaron por un castigo severo, convencidos de que ella había traicionado la confianza familiar. Fue entonces cuando su padre decidió algo que jamás había pasado en su hogar: reprenderla físicamente.
Los azotes cayeron, no sólo en su piel, sino también en su alma. Cada golpe era un recordatorio de su impotencia, de su incapacidad para defenderse, para gritar la verdad. Su madre miraba desde un rincón, sus ojos llenos de lágrimas, pero sin intervenir. Komi permaneció en silencio, soportando el dolor físico y emocional, con la mirada fija en el suelo, esperando que todo terminara.
Cuando todo acabó, su cuerpo temblaba, no por el dolor de los golpes, sino por la traición de su propia familia y la mentira de su hermano. Shousuke la miraba desde el pasillo, con una sonrisa oculta, satisfecho de haberse librado del castigo. Komi lo miró con un odio silencioso, algo que nunca antes había sentido.
Un Rayo de Ternura
Después de esa tormentosa tarde, Komi se encerró en su habitación. Estaba rota, tanto física como emocionalmente. Sus padres, aunque arrepentidos, no se atrevieron a subir a hablar con ella. Sabían que habían cometido un error, pero ninguno tenía el valor de enfrentarse a su hija. El peso de la culpa caía sobre ellos como una losa de granito.
Esa noche, después de lo sucedido, Komi salió de su casa. Necesitaba escapar del ambiente sofocante que la rodeaba. Caminó sin rumbo fijo por las calles oscuras de su vecindario, sintiendo el aire fresco en su piel magullada. Sus pasos eran lentos, cargados de frustración y rabia contenida.
Entonces, en una esquina, escuchó un pequeño maullido. Se detuvo en seco y miró a su alrededor. El sonido venía de un callejón estrecho. Aunque estaba oscureciendo, decidió acercarse. Allí, entre un par de cajas viejas, vio a un pequeño gatito, apenas un bebé, temblando de frío y con los ojos grandes y asustados.
El gatito la miró y maulló de nuevo, débilmente, como pidiendo ayuda. Komi se agachó lentamente, olvidando por un momento el dolor en su cuerpo y el peso en su corazón. Extendió una mano temblorosa hacia él, y el pequeño ser, sorprendentemente, no huyó. En lugar de eso, se acercó y frotó su diminuta cabeza contra la mano de Komi, ronroneando suavemente.
Un extraño sentimiento la invadió. Algo cálido, casi olvidado, se encendió en su pecho. Por primera vez en todo el día, las lágrimas que caían de sus ojos no eran de tristeza o frustración, sino de ternura. Acarició al gatito, sintiendo cómo sus ronroneos calmaban su corazón agitado.
"Te llamaré... Kitty," murmuró para sí misma, en un susurro tan suave que apenas podía escucharse. El gatito la miró, como si entendiera. Se acurrucó en su regazo, buscando calor y refugio. Era extraño, casi surrealista, cómo una pequeña criatura podía darle un poco de paz en medio de todo el caos que había vivido.
Komi se sentó en el callejón por unos minutos más, abrazando al gatito, sintiendo cómo el tiempo se detenía por un momento. Por un breve instante, todo el dolor y la rabia que había sentido se desvanecieron. Kitty, sin decir una palabra, le ofreció el consuelo que tanto necesitaba. Era irónico, pensó Komi. Las personas que la rodeaban no podían entenderla, pero un pequeño gato perdido parecía comprenderla mejor que nadie.
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El Silencio Rudo
Cuando Komi volvió a casa esa noche, ya no era la misma persona. Algo dentro de ella había cambiado. No solo el dolor de los azotes o la traición de su hermano, sino una nueva dureza, un silencio más rudo y frío.
Entró en su habitación, con Kitty acurrucada en sus brazos, y cerró la puerta con suavidad. No quería volver a ver a su familia esa noche. Sabía que no podía confiar en ellos. Su mundo se había vuelto más pequeño, más solitario, pero ahora tenía a alguien, aunque pequeño, que le daba un rayo de esperanza.
"Maldita sea," susurró entre dientes, mirando a su alrededor. "Todo está jodido."
Kitty la miró, parpadeando lentamente, y ronroneó en su regazo. Komi se dejó caer en su cama, con el gatito acurrucándose junto a ella. Mientras lo acariciaba, dejó que su mente vagara por los eventos del día. No iba a permitir que la mentira de su hermano y el error de sus padres la quebraran más. Pero tampoco iba a perdonarlos tan fácilmente.
Acarició a Kitty, cerrando los ojos. "Al menos te tengo a ti, pequeña."
El gatito ronroneó más fuerte, y Komi, por primera vez en mucho tiempo, sintió que aunque el mundo a su alrededor se caía a pedazos, había encontrado algo -o alguien- que le daba la fuerza para seguir adelante.
Y así, entre maldiciones silenciosas y el suave ronroneo de Kitty, Komi se dejó llevar por el sueño, su mente en calma por primera vez en mucho tiempo.
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