II
—¡Papi!, ¡papi!, ¡sí viniste! —la sonriente Alex, de ocho años, se abalanzaba a los brazos de su padre. Sus ojos demostraban la muchísima emoción y adoración que le causaba ver al mayor encontrarse en la primera fila después de haber presentado su obra de teatro puesta en escena; Alex no recordaba la última vez que su padre había acudido a algún festival, porque en realidad jamás lo había hecho.
Sin embargo, Alex Illanova padre no lucía para nada contento, a decir verdad comparado con las miradas de recibimiento y cariño que mostraban los otros padres antes de marcharse con sus niños, podría decirse que incluso, él lucía bastante molesto o irritado,
O una combinación de ambas emociones.
—Señorita Vinográdov—llamó el hombre. La profesora de Alex, quien había estado sosteniendo la mano de la pequeña desde un primer momento, sintió un escalofrío recorrer su espalda al ser nombrada por aquel poderoso hombre—. Invierto mucho dinero aquí, excesivamente. Pagué para la remodelación de este teatro, invertí en clases privadas de ballet y actuación para Alex, costeé completamente la escenografía, los vestuarios, la utilería y los efectos de esta ridícula obra. Prácticamente pago de igual forma su salario. Cancelé reuniones para asistir aquí, perdiendo más dinero del que puede imaginar, ¿y qué me encuentro?
Alex bajó la cabeza. La profesora le había soltado la mano y ella, cohibida, se mecía de atrás hacia delante mirando a sus pequeños pies donde descansaban zapatillas de cristal terriblemente incómodas para su edad, pero con acabados de joyería que provocaban las miradas de cualquiera que las viera. Alisó el tul rojo de su vestido, fijó su mirada incluso en contar los brillantes de su falda.
Hizo cualquier cosa que pudiera para evitar la mirada de decepción de su padre.
—A todos nos ha parecido que Alex lo hizo fabuloso—acotó la profesora siendo sumamente cautelosa con lo que mencionaba—. Es sobresaliente en todas sus clases, se ha aprendido los diálogos sin chistar y al pie de la letra, en escena, incluso, fue cautivadora de ver. No entiendo qué...
—Si hubiera querido elogios, hubiese dado luz verde a la puesta en escena de Los Miserables—le interrumpió el hombre—. La idea de que hicieran Alicia en el país de las Maravillas es precisamente porque ese es el libro favorito de Alex, ¿no es verdad?
—Por supuesto, señor Illanova—murmuró la profesora—, y le repito que Alex lo hizo excelente.
—Papi, ¿podemos irnos? —la petición de la niña ocasionó un deje de incomodidad en la profesora. Ella era madre también, y había sido testigo ocasión tras ocasión de lo desgastante que era para la pequeña el entrenar diariamente, ensayar hasta que se partiera del cansancio, molerse los pies con las zapatillas de ballet, sangrar los dedos de las manos debido al hábito de morderse las uñas, y todo para buscar aprobación de su padre, que al parecer, jamás recibía.
La nana de turno de Alex, quien estaba dos pasos detrás del señor Illanova, hizo una seña con el dedo índice a la niña para que guardara silencio.
—Entonces habiendo dicho todo lo anterior, ¿por qué Alex no fue la protagonista de la obra?, ¿por qué no hizo de Alicia? —preguntó con el ceño fruncido, y aunque aquello pareciera hasta ofensivo para la niña que había interpretado a Alicia, la realidad era completamente diferente. La profesora soltó un suspiro de alivio que hizo a Alex retomar un poco de la confianza que había perdido.
—Creo que ella puede explicarlo, Alex, ¿por qué no le dices a tu papá por qué querías interpretar a la Reina de Corazones?
Su padre la miró como aquel que exige una explicación a su subordinado después de cometer un atropello en su trabajo de proporciones colosales. La mirada se le relajó de pronto, contraria a la actitud confundida de los presentes. Se agachó un poco, lo necesario para estar a la altura de Alex y colocarle correctamente la corona que se le había ladeado.
Alex sonrió levemente, entonces su padre la tomó en brazos y ella pudo sentirse nuevamente en calma.
—Es una monarca, es de la realeza, es la reina—le dijo Alex mirándolo directamente a los ojos—. Nadie puede estar por encima de ella, siempre tiene el control, siempre sabe qué decir, y si no le gusta lo que le dicen, o lo que ve, entonces manda callar a quienes cometieron la ofensa. Todos están a su servicio, ¡absolutamente todos! Porque le temen, pero aún así, no la contradicen. Desde la primera vez que lo leí, lo pensé, la Reina de Corazones se divierte porque es su tablero, son sus reglas, no como la pobre Alicia, que no tiene idea de lo que pasa.
—Pero tiene una gran cabeza que la hace sentirse insegura—murmuró el hombre, ahora convencido con la respuesta de la niña—. Tú no tienes una gran cabeza, Alex, ¿o sí?
Alex rio levemente y escondió la cabeza en el cuello de su padre. Su semblante se relajó bastante y parecía que se disponía a marcharse cuando la profesora habló.
—Hicimos una versión nueva adaptada para que la Reina de Corazones fuese la verdadera protagonista—afirmó—, le enviamos el escrito hace unas semanas, su secretario nos dijo que había dado luz verde, por eso se montó la obra.
—¿Te divertiste haciendo de Reina de Corazones, Alex? —preguntó a la pequeña, que asintió con rapidez—. Entonces no hay más qué hablar. ¿Cuándo se puede volver a montar la obra?
—¿Perdón? —cuestionó la mujer con incredulidad en la voz.
—Le ha gustado actuar de la Reina de Corazones, le ha divertido, ¿cuándo se puede volver a montar la obra? Lo haremos las veces que sea necesario hasta que ella esté completamente feliz.
─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───
18 horas después de la caída de La Playa.
Centro de Shibuya
—¿Cómo me has encontrado?
La respiración jadeante de Alex producida por el susto de encontrarse frente a frente a aquel militar fue colosal. Sus miradas no se pierden en ningún momento, y ella aún tiene desconfianza de por medio. Se ha tranquilizado al no ver un arma en su mano, pero aún así, su cara no deja de mirar por encima del hombro del japonés para esperar que ninguno de sus amigos atraviese la puerta que da a la azotea de aquel edificio y pueda percatarse de quién se encuentra ahí.
—Preguntando—responde simplemente—. Necesitamos tu ayuda.
«Necesitamos», aquella simple palabra hace temblar levemente a Alex.
—Yo...
—No va a sobrevivir si no nos ayudas—interrumpe el de los tatuajes, y Alex sabe que es verdad—, no soy bueno tratando heridas, en peor medida tratando quemaduras. Estuvo expuesto a desechos, se infectará y la necrosis será inminente. El shock vendrá después.
—Ese ya no es mi problema—responde Alex casi de manera automática. Sus ojos se encuentran llenos de lágrimas y se muerde el labio.
Samura sabe que está mintiéndose a sí misma.
—Estamos en un hangar construido únicamente para los militares. Hay cinco habitaciones bajo el subsuelo, comida y agua suficiente, tenemos acceso de igual forma a ocho autos y combustible, también hay medicamentos y armas. Es seguro, nadie sabe su localización, únicamente nosotros dos porque Aguni nos pidió desde hace tres semanas que desviáramos los insumos a un lugar que consideráramos seguro—menciona mirando al horizonte, su dedo señala un lugar a las lejanías y Alex se acerca al filo de la azotea para verlo también—. Ni siquiera los ejecutivos de La Playa saben su paradero, ¿por qué no vienen? Estarán más seguros que aquí.
—No saben que está vivo—murmura, y Last Boss asiente levemente.
—No le perdonarán jamás, y está bien. No vengo en su nombre a buscar tu perdón, solo vengo a pedir tu ayuda. Él no sabe que estoy aquí, me ha pedido que no te busque a menos que sea para protegerte—confiesa girando sobre sus propios talones para poder mirar a los ojos de la pelirroja—, y eso es precisamente lo que vengo a ofrecerte, un pequeño oasis.
Alex baja la cabeza, está pensativa y Last Boss sabe que es el momento perfecto para soltar bomba tras bomba emocional.
—Ha estado diciendo tu nombre entre sueños, llorando como un chiquillo. Es extraño.
—Te has metido mucho a la clase de manipulación emocional, ¿no es así?
Samura ríe, se encuentra atrapado, pero debió anticiparlo bastante también al encontrarse hablando con la experta en mentiras.
—No te estoy mintiendo—añade—, y yo jamás he hecho algo contra ti. Puedo darte un arma, puedes quedarte del otro lado de la habitación mientras tanto y yo haré el trabajo sucio, solo necesito alguien capacitado que me diga exactamente qué hacer. Él no se levantará, no te mirará y no hablará. Tienes mi palabra.
Alex lo piensa nuevamente. El de los tatuajes luce impaciente, y eso la saca de sus casillas.
—¿Por qué debería creerte?
—Porque los samuráis no mentimos—aclara—. Estacionaré el auto a tres cuadras de distancia para que no puedan escucharlo, solo serán cuarenta minutos y estarás de vuelta antes de que se den cuenta de que desapareciste.
—Necesito una coartada más poderosa—murmura la joven—, después del anuncio de esta tarde no creo que me dejen mucho tiempo sola.
—Necesitas aclarar tu mente, caminar por ti misma en el centro comercial a dos cuadras de aquí—razona el samurái de los tatuajes caminando unos pasos después de Alex—, encontrarás algo de comer y lo traerás, que te den hora y media de libertad y si no vuelves, entonces comenzarán a buscarte.
—¿Y qué les asegura que volveré?
Samura lleva su mano derecha su corazón, cierra los ojos y baja la cabeza. Aquel gesto, aunque insípido, remueve algo dentro de Alex.
—Te estoy haciendo el favor a ti—responde levemente—, no a él. Que les quede claro.
—Lo entiendo. Vendré por ti en tres horas, te dará el tiempo suficiente para convencerlos allá abajo.
─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───
—Mierda—murmuré apenas entré a aquella habitación bajo tierra. Las ampollas reventadas en el cuerpo de Niragi presentaban un leve signo de infección, se extendían principalmente por su abdomen descubierto y por el cuello. Las mejillas presentaban quemaduras de primer grado que podrían ser tratadas fácilmente, y afortunadamente para él, las piernas y los brazos no tenían tanto problema.
—Te lo dije—respondió Last Boss sentado frente al ex militar—, tenemos ese botiquín ahí, o incluso en la entrada hay más medicamento que no ha caducado, ¿necesitas que lo traiga?
—¿Por qué lo has atado y amordazado? —la pregunta no lo toma de sorpresa. Samura se encoge de hombros, restándole importancia al asunto.
—¿Entonces traigo el otro botiquín? —pregunta, pero yo no le respondo.
Caminé hasta ponerme frente a Niragi y tomar una de las tijeras de mosquito del kit de disección. Corto los vendajes que recubren su abdomen, y de paso, también aquellos que lo ataban de las extremidades al sillón. Descubro su boca, y lo pienso bastante antes de hacer lo mismo con sus ojos.
Su mirada se encuentra con la mira y la desvío rápidamente en cuanto sus ojos se llenan de lágrimas.
—Bien, ahora no puedo abandonar esta sala—se queja el de las katanas—, tendrás que ir tú misma por el botiquín.
—Estás aquí—murmuró Niragi con incredulidad en la voz. Puedo sentir su mirada escudriñando mi cara en el momento en que giro para tomar los medicamentos y buscar entre ellos—, en verdad estás aquí.
Su voz es rasposa y me temo lo peor. Samura le exige que se calle, amenaza con que si no lo hace, me marcharé y lo dejaré solo de nuevo.
—¿Tienes alguna solución de Ringer lactato en el otro botiquín? —le pregunto a Last Boss. Su mirada de confusión me señala que no entiende en absoluto de lo que le estoy hablando—. Sueros, lo que sea que tengas, tráelo por favor. También trae agua y una mariposa.
—¿Dónde mierda conseguiré una mariposa a estas horas de la noche? —se queja. Miro a Samura completamente perpleja. Mi mano prontamente es tomada por la de Niragi, y aunque no quiera hacerlo, alejo mi mano de la suya.
—Canalízame con lo que encuentres y esté aquí, estoy bien.
—Trae todo el medicamento que exista en este lugar—le imploro a Last Boss que asiente. Su caminata esta vez se dirige a Niragi y miro que vuelve a tomar las vendas que lo tenían amordazado al sillón—, ¿qué haces?
—No voy a dejarte aquí con él así, tengo palabra—aclara colocando correctamente la que unía sus piernas.
—Estaré bien, ve por lo que te he pedido.
No está muy convencido, aún así se aleja después de mucha insistencia por mi parte. Arrastré una silla hasta el extremo de la mesa, dejando el arma sobre esta y deteniendo a explorar lo que tienen en el botiquín.
—Lo siento—murmura Niragi, pero no lo miro. Mi silencio es suficiente castigo para él, puedo percatarme por el dolor que tiene en las facciones, el cual va más allá del físico—. ¿Dónde te estás quedando?
No respondo, y él hace el intento de levantarse. El dolor lo obliga a volver a recostarse y empiezo mi tarea de untar la crema especializada en sus brazos.
—Aquí es seguro—aclara, pero no lo miro aún así—. Puedes quedarte aquí.
—No.
—Puedo irme si eso te hace sentir más segura.
—Si te callaras me ayudarías más.
Él no dice nada al respecto, pero cortas lágrimas ya han comenzado a surcar sus mejillas.
Y ha logrado su cometido, porque ahora yo me siento mal por él. Tomé una de las gasas para pasarla por las heridas de la cara, pero cuando sus ojos conectan con los míos estos también se llenan de lágrimas.
Ahora ambos estamos llorando, y Last Boss no aparece con el botiquín.
—¿Qué mierda nos pasó? —una pregunta retórica, aunque en realidad está llena de sentimiento—. Estoy muerta de miedo, Niragi.
—Voy a protegerte, Alex—asegura tomando mi mano—. Como siempre lo he hecho.
Pero no pudo protegerme de él mismo, y es por eso que rechazo su contacto nuevamente. Samura me tiende el botiquín y entonces puedo hacer mi trabajo en completa calma, solo siendo interrumpida por mis propias lágrimas, pero nadie hace ningún comentario al respecto.
Pronto estoy de vuelta al edificio donde nos estamos quedando, y no me he despedido de Niragi antes de salir del hangar.
─── ❖ ── ✦ ── ❖ ───
Escuché mi cuello crujir cuando giro la cabeza. Aquel sonido resuena en el frío eco del edificio abandonado atrayendo las miradas de quienes me acompañan hasta ese momento.
—No te preocupes—Kuina camina hacia mí y palmea mi hombro levemente—. Todos hemos amanecido tensos, creo que es la espera lo que nos está matando.
—O quizá es la abstinencia a la adrenalina que provoca jugar lo que está acabando con nosotros.
Chishiya ríe ante mi comentario, pero nadie más parece hacerlo. Me levanto de pronto de mi asiento y hago unos leves estiramientos de brazos. La ansiedad me estaba consumiendo vorazmente. Alice me ve, desde una esquina, con una mirada que podría describir como pura pena.
Usagi está del otro lado, lleva insistiendo desde el día anterior tanto a Kuina como a mí para que cambiemos nuestras ropas por algo más cómodo. Yo le he hecho caso, cambiando el torpe bikini de la playa por un short corto que me permita moverme y ropa deportiva encima. Llevo el cabello sujeto por temor a que sea un impedimento en algún juego, porque hemos pensado en las posibilidades los días que nos hemos quedado encerrados aquí.
—¿No les emociona ni un poco? —preguntó Chishiya sin mirar a nadie en específico—. Aparentemente hoy descubriremos los juegos nuevos, si se han partido la cabeza ya con los anteriores, no puedo ni imaginarme lo retorcidos que se pondrán ahora.
—Debimos haber robado los suministros de los militares—mencioné, y Chishiya se tensa de inmediato—. Nos hubieran servido los autos, la comida, los medicamentos y el agua, y las armas principalmente.
—Nuestra conexión con los militares está muerto—suelta, y tengo que fingir dolor en mi mirada, aunque en realidad sí hay algo que duele.
El tener que mentirle.
—Todo lo que necesitamos lo tiene él—menciona señalando a Alice, que abre los ojos asombrado—. Hablo del mapa de la ciudad. No lo sueltes, nos servirá de mucho, más aún porque no tenemos idea de muchos de los barrios que se encuentran en esta zona.
—Y nosotros no tenemos idea de los suyos, así que debemos permanecer juntos—añade Kuina. Yo asiento levemente, y puedo sentir que los demás hacen lo mismo.
—Aunque si te soy sincero, no creo que hagan un juego en Omotesando—se burla Chishiya, y yo sonreí finalmente por lo ilógico que suena su comentario—, o en Toranomon, ¿lo imaginas, Alex? Conseguir la carta de la sota de picas en Futako-tamagawa.
—Pues quizá sea en Futako-tamagawa donde esté la Reina de Corazones—dice en un arrebato Usagi, y la risa se detiene. El ambiente vuelve a estar pesado, e incluso Arisu la ve mal ante el comentario—. ¿Qué? Lo he entendido ya, le lavaron el cerebro o lo que sea, no es su culpa, está bien. Creemos en ti.
—No te pedí que creyeras en mí, si tienes algún problema, te puedes marchar en cualquier momento. Quizá esa es la prueba, quizá si te vas en este momento me hayas vencido en mi propio juego y te entregue la carta, ¿quieres probarme?
—Alex, todos estamos cansados—renegó Kuina—, y muy confundidos. Usagi no quiso decir eso.
—Aún así todos allá afuera pensarán eso, así que tienes que cuidarte—Chishiya caminó y pasó su brazo por mi espalda, reconfortándome en ese momento—. El enfermo que está detrás de todo esto tiene una obsesión contigo. No lo culpo, aunque es extraño. Necesitamos obtener respuestas y solo lo haremos obteniendo días en nuestro visado.
—No quiero volver a mi casa—murmuré con la voz cortada—. Los sistemas de seguridad funcionan con electricidad, estoy segura de que deben haberla asaltado ya de cualquier forma.
—Necesito que hagas memoria bonita, comenzaremos a poner sospechosos sobre la mesa apenas sepamos las reglas de este nuevo juego.
Entonces lo supe, era un mal necesario
Necesitaba a Niragi para completar este rompecabezas.
[...]
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