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Bad Reputation!AU
"Epílogo 1"
El tacón del zapato resuena en el vestidor. Keith no deja de mirar los dedos de Keith, que se cuelan por la corbata repetidamente, entrelazando la tela y haciéndola un nudo uniforme y presentable.
- Sigo pensando que la corbata blanca...
- Qué.
- No sé, Shiro. ¿Blanca? Vas todo de blanco.
- Es una boda. - se le escapa una risilla.
- Si pero... es que todo blanco... ¿y roja?
- No va a ser roja. - sonríe y se aleja unos largos centímetros del espejo. Se mira de arriba a abajo. Desde luego que va todo de blanco, su pelo decolorado incluido. - Que el rojo sea tu color preferido no significa que lo sea de todo el mundo.
- Quedaría bien.
- Póntela tú. - le mira de arriba a abajo. - Aunque... casi que mejor no. - lleva una camisa blanca, ligeramente abierta. Sus pantalones de vestir son negros, ligeramente anchos, con un cinturón plateado a juego con la cadena que cae de su cuello. En sus dedos, algunos anillos. Sus mocasines son negros, con parches de un tono escarlata en la zona de la lengüeta. También llevan cadenas como decoración. - ¿No te das... como repelús?
- No.
- Que raro. No te presentes con una chupa de cuero.
- Quedaría bien. Menos pijo. - murmura el asiático más joven, girando uno de sus anillos. Shiro clava sus ojos en él. Se da el placer de observar detenidamente su cara, su mirada clavada en la joyería, en cómo sus labios forman una pequeña curva y como su cabello negro cae sobre su cara y hombros.
- Ya hace un año y medio. - dice en el tono más suave del mundo. Keith solo asiente.
- Dos años. Son la semana que viene. - Shiro atiende a sus palabras, imitando el gesto de su cabeza. Sigue mirándole detenidamente.
- ¿Sabes de su familia?
- Hablo con su hermana. Están bien.
- Me alegro. - es lo último que dice respecto al tema. - Creo que... me voy a poner una corbata dorada. - Keith levanta sus ojos de sus anillos.
- ¿Dorada? ¿Eres un sultán, o el capo de una mafia? - Shiro sonríe ante sus ocurrencias.
- Una dorada, la del estampado de la flor de lis. - el dueño de la melena negra pone los ojos en blanco y se levanta del sillón.
- No, eso sí que no. Adam saldrá corriendo si te ve llegar con eso.
La boda sería el día siguiente. Keith había acabado siendo el pringado de turno que iba a ayudar a Shiro, era como su hermano, y era su boda. Que menos.
Le alegraba saber que Adam era el idóneo. Lo sabía desde el momento en el que lo conoció: amable, simpático, respetuoso, atento... No le faltaba nada. Tal vez le faltaba encontrarse, por qué acabar con un tatuador y anillador le traería mala fama. Pero siempre respondía igual.
- Le quiero sea lo que sea.
Se le hacía tierno.
Tira la ceniza del cigarro que se fuma a traición y a escondidas de si mismo por el balcón y da otra calada. Tiene los codos clavados en el ladrillo que funciona de barandilla. Son apenas las siete de la tarde y ya empieza a refrescar. Apaga la colilla en el cenicero. La última, se repite como cada semana. Había conseguido estar meses sin fumar, pero siempre había una caída de último momento, y el mechero siempre estaba muy cerca suya.
Coge la camiseta que tiene hecha una bola sobre la cama y se la pone. Le llega el olor del tabaco, pero procede del balcón. Juraría que ha apagado el cigarro, pero aún así se asoma para asegurarse que si, está apagado. Corre la ventana, no sin antes volver a sentir ese olor a tabaco.
Que la boda de Shiro fuese tan cercana no le acababa de gustar.
Le gustaba estar libre de futuros planes, saber que podía coger y salir una noche, incluso con él y con Adam, sin tener el pensamiento traicionero de mierda, mañana tengo que hacer esto. No le gustaba las resacas donde tenía que aparentar naturalidad, le gustaba estar de resaca y revolcarse en su propio sufrimiento, prometerse nunca más salgo hasta tan tarde y repetirlo al día siguiente, bebiendo como un diablo.
Alguna que otra vez le ha tocado tragarse una resaca en unas sábanas con olores desconocidos. Levantarse con un regalo al lado a veces no era lo que más esperaba. Prefería levantarse en su casa, solo, con el sonido del tik-tak del reloj inundandola.
Da un último trago al vaso que yace en la mesa y se acurruca en el sofá, con una manta cubriendo su cuerpo, esperando que el sueño se lo lleve y no lo traiga de vuelta.
Prefería quedarse en los sueños.
Soñaba con Lance, con sus ojos azules y su risa tonta. Le cogía la mano y daban paseos. ¿Cuantos paseos he dado yo en vida con este imbécil? Le importaba una mierda, daría todos los que quisiera. Y en cada uno de sus sueños los daba. Siempre pasaba sus dedos por sus anillos, jugando con la decoración.
Hasta que frenaba en seco, cogía sus manos y le miraba a los ojos. Su sonrisa tierna le decía todo lo que no le había dicho antes. Seguramente entre esas cosas se colaba un te echo de menos.
Keith no se lo podría perdonar nunca. No era capaz de dejar que Lance saliera de su cabeza. Era algo que le era imposible, no podía hacer como si nada, como si nada hubiera ocurrido.
Cuando frenaba en seco en sus sueños y cogía sus manos, no le daba un beso. Apretaba el agarre, sonreía y ladraba ligeramente su cabeza.
- Me tengo que ir. - susurraba, dirigiéndose a Keith para abrazarlo. Cuando lo hacía, el sueño o bien terminaba o bien se despertaba. Y siempre despertaba con su olor.
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Acaba de abotonar el último botón de su camisa blanca y estira su cuerpo. Está en el baño, con Joan Jett de fondo, con la ropa sucia hecha una montaña, sobre la tapa del váter. Aún hay humedad en el baño, el borde del espejo no miente.
Pasa sus manos por su cara y apoya las mismas en la pila. Sus ojos, por algún motivo, leen una frase que tiene escrita en su antebrazo. Te quiero. Siente la piel de gallina, y le toca tirar el aire por la boca. Van a hacer dos años desde que se fue, y para él se va todos los días y todas las noches. Cuando levanta sus ojos de su brazo, cree ver una sombra caminar por el pasillo que da al baño. Y por algún motivo, lo primero que quiere pensar es que hay alguien en casa. Pero esa idea se esfuma de su cabeza cuando nota el olor a tabaco y a dulce. Un olor que le quiere sonar.
La carrera que da del baño al pasillo casi se cobra una víctima — él mismo —, y con resbalones se asoma al mismo. No hay nadie. Sólo el frío del balcón y ese olor que se ha ido esfumando poco a poco.
No quiere pensar que se está volviendo loco, pero lo mismo si. Son los cigarros, piensa.
Termina sentado en el taburete que da a la isla de la cocina, con una taza de café que no cree vaya a ser capaz de terminar.
Tiene el móvil sobre la mesa, esperando que el escribiendo... cese.
- Ya estamos yendo. Puede ir tú también.
Keith coge aire antes de girarse a coger su americana negra. Casi le da un arrebato de coger su chupa de cuero, para marcar territorio y recordar quien manda. Pero luego recuerda que es la boda de Shiro, no quiere arruinar algo así. Si fuera otro iría con ella.
Acaba de colocarse la americana, no sin antes buscar sus llaves y guardar su móvil. Sus ojos suben involuntariamente hacia el camino que da al pasillo.
En algún momento el aire de sus pulmones se esfuma, dejándole ahí, de pie, con el móvil a medio camino y el brazo estirado, casi de piedra. Sus ojos permanecen clavados en un punto fijo en el estrecho camino que ha recorrido antes. Dos piernas y unos brazos que cuelgan de un cuerpo moreno están al otro lado. Tiene sus ojos clavados en él, y casi con el mismo miedo. Keith guarda el móvil, casi de forma mecánica. No obedece su cuerpo a su corazón, obedece a su cerebro. Es involuntario prácticamente.
La persona que está al final del pasillo levanta una mano, bueno, realmente apenas lo hace, es una afán de levantarla.
Cuando parece moverse, Keith ya ha salido de casa.
Sus dedos, que recorren desesperados la raíz de su cabello, arrasan con el poco orden que había establecido allí.
Coge aire por la boca y deja que las llaves suenen contra el suelo.
Es Lance. Era Lance. No puede ser él por qué él ya no está, pero estaba en el pasillo.
Intenta que el nudo de su garganta se deshaga poco a poco, mientras coge aire y cierra fuerte sus ojos. No consigue nada, solo dolor de cabeza.
Lo primero que hace al bajar las escaleras del piso es fumarse un cigarro en el portal, marcando el teléfono de Shiro.
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-
A Lance.
- Si.
- Al final del pasillo.
- Si. - repite de nuevo.
- Keith, yo no sé si estás... consumiendo algo últimamente... - el mencionado chasquea su lengua y pone los ojos en blanco. - ... que no pasa nada, yo lo respeto eh, pero...
- Shiro. - tira de su corbata, acercándolo a él. Están en la sala donde preparan a Shiro, apartados de todos. El rostro del mayor se acerca al cuello de Keith. El olor a desodorante y a colonia golpea su olfato. - ¿Huelo a porros? - antes de escuchar una respuesta, lo hace él. - No, exacto. Por qué no fumo porro, por ahora. Te digo que le he visto. - el culo de Keith aterriza en el sillón de nuevo, ahora con las manos en su sien. - Y de verdad... estaba ahí.
- Keith... creo que ir a terapia estaría bien.
- Ya he ido.
- ¿Y?
- ...
- ¿No te lo habrás tirado?
- No... era una tía. - suspira y niega, cerrando sus ojos. - Esperaba que la terapia fuera más eficaz. Escribir como me siento en un folio no me sirve. Necesito otra cosa.
- Tirarte a gente día si día también tampoco soluciona nada.
- Han sido un par, y al menos me distraigo. Aún así no te quito la razón, era una mierda.
- ¿Por qué?
- Pues... - muerde su lengua. Suspira y deja que su espalda caiga contra el sillón. No iba a decirlo. - Pues por qué si. Eran un tostón. No es lo que quería decir.
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No iba a negarlo, se le había caído una lágrima al verles juntos. Estaban guapos, radiantes y felices: de cuento.
Adam agarraba su mano con fuerza, podía imaginarlo. Se miraban todo el rato, se sonreían y se besaban, así continuamente.
Pero Keith, por algún motivo, no podía de dejar de mirar de reojo una cabeza morena que se encontraba filas más delante de él, en la fila de sillas contraria. Sin tener sus ojos encima suya — en Keith — sentía como le observaba, y eso que le daba la espalda. Aún así, esa cabeza le ponía la piel de gallina.
De alguna manera había terminado en la barra, pidiendo algo que le bajara los nervios y le hiciera al menos soltarse un poco. No es como si quisiera ser el inicio de una conga, pero al menos ser capaz de pensar dos segundos consecutivos en otra cosa que no fuera el encontronazo espiritual de esa misma mañana. Y en borrar el recuerdo de ese aroma que le persigue...
- Aquí tienes. - la voz ronca del camarero le saca de sus ensimismamientos. Coge el vaso y trata de que la sombrillita de decoración no se hunda en el alcohol. Casi sería una metáfora preciosa de su vida, da gracias que no es alcohólico, todavía.
Arrastra una silla y hace espacio para sentarse. Tiene vistas perfectas del espectáculo que es Adam y Shiro bailando, con algún resto de tarta y confeti, con sonrisas en la boca y entonando una canción un poco vergonzosa.
Pero están contentos. Están juntos.
- Al final lleva una corbata dorada. - murmura una voz a sus espaldas, sentado en una de la sillas del pequeño bar. Keith termina el trago que está dando y gira su cara ligeramente.
- Si, es que– - apenas consigue terminar la frase. Detrás suya tiene unos ojos tan grandes y azules como el mar, una sonrisa dulce como el chocolate y — a su parecer — la cara más bonita del mundo. Siente que se le cae el vaso encima, le tiemblan las manos al ver de reojo esa cara. Lleva un traje blanco precioso, con algún detalle floral azul. Pero guapo, guapísimo. Como la última vez que le vió, como siempre.
Pretende hacer como que no es verdad, que no ha escuchado su voz.
- ¿Qué? - nada, no va a responder. - Keith, ¿qué? - da un trago largo al vaso y se levanta. - ¿Dónde- dónde vas? Oye. - se acerca al camarero, sintiendo el olor de Lance llegar a sus espaldas. - Espera. Keith, espérate un momento anda.
- Disculpa. - la voz de Keith se pronuncia al camarero.
- Keith, espera un momento por favor.
- ¿Me puede servir algo a mi y a mí acompañante? - su pulgar pretende señalar a Lance, que está a unos centímetros de su espalda. El barman frunce el ceño y ladea la cabeza en busca del acompañante.
- Te lo puedo servir a ti, que se te ha escapado tu acompañante. - Keith gira su cabeza. Los ojos de Lance vuelven a chocar contra los suyos. Ahora en una mirada de pánico.
- Lo más fuerte que tengas. - el camarero alza las cejas.
- ¿Dos?
- Si.
Cuando tiene el otro vaso, evita a Lance y comienza a caminar hacia Shiro.
- Keith. Keith por favor.
- ... - no dice nada. Sigue andando. Lance continúa detrás suya, sin decir otra cosa que no sea su nombre y que pare. Agarra el brazo de Shiro.
- Mira que tengo detrás.
- Keith, que no... - Shiro frunce el ceño.
- ¿Qué?
- Que mires Shiro, coño, mira quién está detrás mía.
- Que no, calla –
- No sé, a ver. - Shiro le da la vuelta, mirando su espalda en busca de alguna broma o alguna cosa. Deja a Keith Cara a Lance, mirándole a los ojos, sintiendo el olor a dulce y a tabaco. - No hay nada eh. ¿Que eso que llevas, cuántos te has tomado?
- Ninguno. Toma. Para vosotros. - Adam coge su vaso, prestando atención a la cara pálida y nerviosa del azabache.
- ¿Estás bien.
- De puta madre. - y vuelve a desfilar recto, hacia otro lado que no sea la fiesta de la boda.
- ¿Quieres que te lleve a casa? - Keith simplemente niega con la cabeza y continua andando.
Termina lejos de la pequeña fiesta que es ahora la boda.
Está sentado en los escalones de un camino que da a un parque. Tiene otro vaso en la mano. La mitad se le ha caído por el camino, lo mismo correr con un vaso en la mano no es lo ideal.
Escucha unos pasos y olor a tabaco. Delante suya pasan gente de la familia de Adam, con cigarros en la boca. Van a fuera, a fumar.
Siente entonces como una sombra se sienta a su lado. Keith da un trago a su vaso para dejarlo a su lado.
- Me odias. - susurra el moreno.
- No. - dice en un tono lo suficientemente alto como para que uno de los hombres se gire antes de salir por la puerta. Suspira y baja la cabeza. - No, no te odio. Claro que no te odio.
- Entonces tú me dirás. - Lance suspira. - Me estás evitando y no me escuchas.
- Intento encontrarle un sentido a esto. - está jugando con sus anillos, nervioso. Tiene sus ojos clavados en ellos. La cara de Lance ahora mira el cielo, con una pequeña sonrisa.
- Así que se han casado.
- Si.
- Podríamos ser tú y yo.
- Si, si no te hubieras muerto.
- Bueno si, es evidente... - Lance sigue mirando hacia arriba.
- Solo te veo yo.
- Si. Creo que no te di el por culo suficiente y... venga a rellenar el cupo. - Keith aguanta una sonrisa en sus adentros.
- Solo yo.
- Solo tú. - repite.
- No lo hicimos bien...
- Lo hicimos genial. Sólo que esto estaba escrito...
- No me puedo creer que esté hablando contigo. - el hombre se vuelve a girar al oírle hablar.
- Vámonos de aquí antes de que te miren aún más raro.
Simplemente van a un lugar más alejado, abierto y vacío.
- ¿Que hacías en el pasillo de casa?
- Quería hablar contigo.
- No puedes hablar conmigo, eres... o sea... estás muerto.
- Estás hablando conmigo.
- Por que- no se ni por qué.
- Por que puedes. - sonríe. Lance se coloca delante suya. Se dedica un largo momento a mirarle. - Esta mañana estabas guapo. Pero ahora estás guapísimo. - Keith esboza una sonrisa diminuta, llena de tristeza.
- Y tú... - susurra. Se siguen mirando.
- Me dan envidia esos dos.
- Y a mí. Podríamos ser nosotros. Nos iría bien. Yo lo sé.
- Ya... pero es que pasa una cosa... - Lance suspira y mira sus ojos. Tanto como para sentirlos como clavos. Es un mar. Hacia mucho que no veía ese mar. Es precioso. - Es que yo ya no estoy aquí. - Keith siente un vacío en el estómago y en la garganta que hace que tenga que tratar saliva. No le sale la voz, pero lo intenta.
- Ya... - coge aire, tratando de que sus ojos no se vuelvan un mar de lágrimas.
- Keith, te voy a pedir una cosa. Bueno- más que pedirla, te lo quiero exigir. -Keirh frunce el ceño. Está delante suya, mirándole con delicadeza y dulzura. Su sonrisa impoluta se presenta ante el como hace dos años. - Estamos juntos, ¿no?
- Si. - asiente, mirándole a los ojos, con un mínimo ápice de esperanza.
- Quiero que me dejes. - su cara tensa cambia a una incrédula. Seguramente palideció aún más. Comienza a negar con la cabeza, desviando su mirada, con una sonrisa que aguanta las ganas de llorar y de cruzarle la cara. - Keith.
- No. No voy a hacer eso. - Lance coge aire y lo expulsa.
- Keith...
- Que... vamos, es que me niego a dejarte. - vuelve a mirarle a los ojos. - Estás aquí. ¿Cómo- pretendes que te deje? No...
- Si. Keith, mira, escúchame... - las manos de Lance s levantan lentamente para coger las de Keith. Sentir su tacto — una vez más — le hace que la piel se le ponga de gallina. Traga saliva, mirando sus ojos, tratando de que las lágrimas que amenazan con caer no lo hagan. - Te doy permiso... no, es más... quiero cortar contigo... - Keith niega, dejando que una de las lágrimas aterricen en su mejilla. - ... y quiero que en alguno de los chicos que hay por ahí, encuentres algo que no te recuerde a mí en absoluto. - sonríe, dejando que de sus ojos también caiga una lágrima. Keith quiere limpiarlas, pero no tiene la fuerza suficiente. Las está gastando en negar con la cabeza. - Quiero que te enamores y te olvides de mi.
- No. - sigue negando, ahora con lágrimas en el mentón y en parte de su camisa blanca. Lance afirma el agarre en sus manos.
- Escúchame, Keith. Quiero... por favor... que me dejes, aquí y ahora, y que disfrutes. O que me pongas los cuernos, y no vas a perderte nada... - Keith niega, apretando sus dedos. Está ahí, está ahí, lo nota, nota sus manos. - Prométeme que me vas a olvidar Keith.
- No. - el azabache niega, mirando sus ojos azules. - Eso no va a pasar, Lance.
- Keith. - vuelve a mirar sus ojos. Con lágrimas en los ojos, sonríe. - Se qué por las noches hace frío, y tú aún así sales al balcón. Se que a veces fumas y... bueno, a veces no estás en casa para hacerlo. - Keith frunce el ceño. - Quiero que sigas sin aparecer por casa... que te vayas, y encuentres a alguien que te haga tan feliz como antes. - levanta las manos de ambos, mirándole a los ojos. - Prométeme que me vas a dejar atrás. - Keith aprieta aún más ese agarre.
- No, Lance. No te voy a dejar atrás... - y de alguna forma, pretende firmar esa promesa.
La cercanía de su cara se le hacía familiar, sobretodo le recuerda a las numerosas tardes en el sofá, abrazándole, con su cabeza hundida en su cabello. Cuando se hacían la cena, una de esas sopas precocinadas que únicamente requerían una taza de agua caliente. Cuando le roba besos por las noches, besos del mismo valor que el que le está dando ahora.
Besos como los que le daba en el hospital, cogiendo su mano delgada, la misma mano que coge ahora mismo, y que tiene más volumen que los últimos recuerdos que tiene.
El roce de sus pestañas le hace las mismas cosquillas que la primera vez. Huele al mismo perfume que utilizaba, y al mismo tabaco que fumaba. Y las mariposas que tiene en el estómago son las mismas que la primera vez que le conoció.
Le sabe igual que el primer beso que le dió, tal vez este más romántico.
Cuando se aleja de su cara, puede ver cómo sus mejillas tiene dos carreteras húmedas que finalizan en su mentón, y como su boca se vuelve a curvar en una sonrisa triste, pero una sonrisa después de todo.
- Me lo has prometido. - Keith niega. Siente su estómago revolverse. - Si me quieres, tienes que cumplir esa promesa. Estaría feo no hacerlo. Nunca te he pedido nada.
- Que me quedase... - dice como su garganta se lo permite.
- Bueno, déjame entonces devolverte el favor... - es un último tacto de sus labios el que necesita para que el aire de sus pulmones desaparezca y la piel se erice por última vez.
No sé si nos veremos, no te quiero arruinar la sorpresa.
De tan solo recordar su voz cerca de su cara, se le vuelve el estómago un manojo de nervios.
Keith deja que Lance se aleje unos centímetros de él, y de los centímetros a unos pasos.
Te quiero. Habla en españo, pero por última vez.
Keith agacha la cabeza, dejando que las últimas lágrimas caigan en picado a la tierra que hay bajo sus pies. Desearía que fueran nubes.
Los pasos de Lance son prácticamente inaudibles. Juraría que los estaba escuchando, pero ya no es así.
- Keith. - la voz de Shiro vuelve a traerlo a la realidad. Cuando levanta la cabeza, mira hacia el lado donde Lance ha emprendido camino. Después, hacia Shiro, con lágrimas en la cara. - ¿Qué pasa, qué te ha pasado, por qué estas llorando?
- Me han dejado. - susurra. Seguro frunce el ceño.
- ¿Un chico de estos o...?
- Si... - Keith da la espalda al camino que ha tomado Lance. Dirige el interior de su antebrazo a sus ojos, limpiandolos como puede. - Uno de ellos.
- Olvídate de él ahora mismo. Vamos a tomar algo y te relajas.
Keith coge aire, antes de sentir como el mundo se le viene encima. Pero un mundo hecho de algodón, que se deshace en cuanto entra en contacto con él, como si fuera agua. Es un mundo delicado, tan delicado como Lance. Tan delicado como su pequeña reputación.
Keith echa la vista atrás. No hay nadie a sus espaldas. Están solos. Está solo.
- Si, tengo que olvidarme de él.
Lance, con las mejillas húmedas, jugando con sus dedos, esboza una última sonrisa.
🌸🌸🌸🌸🌸
no se si decidiré cambiar esto o hacer otra versión. aún así espero no haber abierto mucho la herida jjjj
ilysm, gracias por seguir leyendo Bad Reputation (aunque le tenga un poco de tirria y quiera cambiar la historia un poquito, sigue siendo importante para mí)💜💜 espero cerrar esta trama de una vez por todas y dejar de lado el dolor que hice jjjjj💜🌸
pade.
🌸🌸🌸🌸🌸
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[💜 Nota de la autora para oír a sus lectorxs:
Si queréis segundas partes de algún One Shot de los publicados, comentarlo y lo tendreis.
Si tenéis alguna idea que os hace ilusión, comentarla y se pondrá en marcha. 💜 ]
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