Capítulo 5
Al otro día disfrutó de levantarse más tarde de lo normal y desayunó con su abuela. La mañana transcurrió tranquilamente. Ayudó un poco en la casa con su abuela y se la pasó arreglando un poco las habitaciones. La de sus abuelos no era muy diferente a la suya, salvo por el color azul que todo lo adornaba. En la tarde, su abuela le dijo que saldría a comprar víveres, así que ella se quedaría sola un rato en la casa. Nyko asintió y aguardó sola en casa. El lugar era terroríficamente silencioso, pero entonces recordó el templo. Tomó sus zapatos y salió al patio trasero para caminar hasta la entrada trasera del templo.
Se asomó por una de las ventanas para ver dentro, pero el vidrio parecía rayado y no alcanzaba a ver en su totalidad lo que había. Intentó jalar la puerta trasera para entrar, pero no cedió. Suspiró y caminó rodeando el templo. Estaba rodeado de flores, una fuente y árboles, pero ninguna otra entrada. Llegó al otro lado de la calle en la que se topó con un enorme camino empedrado que llevaba justo a la entrada principal. El lugar estaba adornado con flores y lámparas. Justo en el centro, había una enorme roca tallada con runas y otros símbolos que no lograba entender, rodeando a un enorme dragón con un hueco justo en el centro. Parecía que había monedas en el fondo, pero no se podía acceder a ellas porque la roca tenía tiras de madera que impedían el paso de algo más grande que una moneda.
Encima de la roca había una campana y a un lado una especie de símbolo en un cuadro de madera. Del lado derecho, había unas bancas y cestas en el que se depositaban las ofrendas, y del lado izquierdo, había una mesa con placas de madera y marcadores.
Intentó entrar por las dos puertas disponibles, pero no le fue posible. Suspiró desesperada. El ruido de unas campanas dentro del templo llamó su atención nuevamente. Ahuecó sus manos a la altura de sus ojos para poder bloquear la poca luz de sol que quedaba debido a una gran nube negra que se estaba desplazando justo arriba de ella. Además, ya estaba anocheciendo. Captó un movimiento de algo pequeño a máxima velocidad. Nyko trató de enfocar la mirada, pero el lugar volvió a quedar en silencio. Las luces de las velas daban sombras a los objetos que había dentro, pero ninguno de ellos parecía estar en movimiento. Se preguntó si su abuela apagaba en algún momento las luces y si ella tenía la llave del templo.
―Vas a resfriarte si no te abrigas, Nyko.
La voz de la abuela hizo que diera un gran respingo. No la había escuchado ni visto llegar.
―Abuela, ¿por qué el templo está cerrado?
―Por protección ―contestó sonriente ―. No queremos que gente extraña entre.
― ¿Extraña? ―preguntó con el ceño fruncido.
Era un pueblo pequeño y daba la impresión de que todos se conocían entre sí. No le vio mucha lógica a la respuesta de su abuela, pero podría haber gente mala a pesar de que todos se conocían.
― ¿Limpias siempre el templo?
―Cada dos días. Mañana tengo que hacerlo.
― ¿Podría ayudarte? Tú tienes que ir a la tienda, yo podría quedarme y limpiar.
―Es un trabajo muy difícil, Nyko. Hay que barrer y limpiar los pisos, lavar las ventanas y dejar todo reluciente. Las habitaciones están cerradas, pero los pasillos no. Hay que mantenerlo ventilado hasta la zona en la que la gente puede pasar.
―Puedo hacerlo, abuela ―asintió.
La verdad era que Nyko no tenía ganas de hacer absolutamente nada. Limpiar nunca había sido algo que ella, por santa devoción, fuera a hacer. Pero tenía mucha curiosidad por aquel templo. Quería verlo en su totalidad. Y si para eso tenía que fregar pisos, pues adelante. Raika meditó un momento la situación, pero al ver sus ojos de desesperación, asintió.
―Bien. Te dejaré la llave de la entrada principal. Pero no la parte trasera, esa puede quedarse como está. Probablemente te lleve toda la mañana, así que cuando termines, ve a comer. Tami me ha dicho que fuiste a su restaurante.
Nyko frunció el ceño al escuchar el nombre y luego recordó de quién se trataba.
― ¡Ah, sí! Fue muy amable conmigo.
―Lo es con todos. Y su hijo igual.
― ¿Su hijo?
― ¿No estaba? Bueno ―se encogió de hombros ―, normalmente viene sólo los veranos. Tal vez estaba en la parte trasera y no lo viste. Me parece que tiene casi tu misma edad y vive en la ciudad igual que tú.
― ¿En serio?
―Sí, estudia allá. Tami dice que es mejor para que tenga una vida normal hasta que tenga que llevar el negocio.
"¿Una vida normal?", pensó con el ceño fruncido.
―Pero creo que atender un restaurante también es muy normal ―comentó ―. Y, además, la comida estaba deliciosa.
Raika se sonrojó y la llamó con la mano.
―Vamos, tenemos que preparar la cena. Mañana nos espera un largo día.
―Pero ¿y las luces, abuela?
Nyko le señaló las velas del templo encendidas.
―Vendré en la noche a rezar y las apagaré. No tienes que preocuparte por eso. Esta vieja nunca olvida nada.
Nyko sonrió y siguió a su abuela dentro de la casa. Prepararon sopa para cenar con algunas de las hierbas del jardín. Al finalizar, Nyko tomó un baño y se retiró a su recámara. Contestó algunos mensajes de sus amigas, sin noticias de Aki aún, y se sentó a dibujar. Cada noche dedicaba un tiempo para completar sus dibujos a lápiz. Le encantaba. Había estado dibujando la parte que podía ver del templo desde la ventana. La luz de las velas se movía, pero no veía que entrara el aire o que alguien más lo provocara. Podía ser hipnotizante el movimiento. Cuando se cansó, dejó el dibujo en la mesilla y se acostó.
Al otro día, bajó y encontró una llave antigua en la mesa de la cocina junto con su desayuno tapado. Se guardó la llave en el pantalón deportivo y comió lo que su abuela le había dejado. Cuando se aseguró de tener todo limpio dentro de la casa, se levantó el cabello en una coleta alta y salió hacia el templo.
Extrañada por su comportamiento, aún no entendía cómo es que seguía haciendo esas cosas. Había llegado ahí y parecía que dentro de su cabeza le decían que tenía que ser más correcta y mantener todo en su lugar. En casa no lavaba ni un plato, pero ahí, no había dejado de limpiar desde que había desempacado.
La noche anterior, su abuela le había explicado en dónde estaban los utensilios de limpieza. Suspiró cuando se encontró más que lista para limpiar, justo frente a la entrada. Escuchó el clic de la cerradura cediendo y se regodeó. Por fin iba a poder ver todo lo que había dentro. Una ráfaga de aire le llenó el rostro del olor a vela de vainilla e incienso.
Dentro del templo había un enorme cristal que cubría la parte trasera de la placa con las runas que había fuera. Se podía ver a través de ella. Debajo, tenía una puerta pequeña con cerradura en dónde iban a caer las ofrendas monetarias que depositaban al rezar. El piso estaba prácticamente vació. Había flores dentro, con cuadros de paisajes y unas cuantas estatuas de seres irreconocibles en metal. Cuatro lámparas estaban suspendidas por toda la sala. Su abuela le había informado que al entrar tendría que encenderlas.
Había una mesita a un lado del cristal con unos palos y cerillos. Encendió el palo y se acercó a cada una de las lámparas para encenderlas. Regresó para apagar el palo en un cuenco de sal y sonrió. La habitación estaba completamente iluminada.
En el centro, había una mesa pequeña, casi al ras del suelo, rodeada por cojines y una alfombra roja. No entendía el propósito de esa mesa, ni del por qué el lugar era tan grande y no tenía nada más. Justo frente a ella, había una puerta, la cual suponía daba a la parte trasera de las habitaciones del templo. Intentó abrirla con su llave, pero no obtuvo éxito. Su abuela le había dicho que esa llave no podía dársela. Había esperado poder ver más, pero le fue imposible. Aunque el lugar en el que estaba le transmitía un aura muy fuerte y tranquila. Tenía que limpiar ahí y en la parte de afuera. Había que pulir todo lo que pudiera. Era tradición del templo. Su abuela le había dicho: un templo limpio siempre le dará buena fortuna a aquellos que lo atienden.
Empezó por la parte de adentro del templo. Barrió y pulió los pisos. El sudor le caía a borbotones y varias veces tuvo que pasar el trapo nuevamente por las pequeñas gotas de sudor que iba dejando a su paso. Fregó las ventanas y luego las abrió para que entrara aún más el aire. Tuvo que hacerse de un pequeño banco para alcanzar las partes más altas. Limpio las estatuas y las dos mesas, con mucho cuidado de no estropear nada.
Iba a pasar a la parte de afuera cuando vio a través del cristal a un hombre como de la edad de sus padres que se acercaba al templo. Nyko no pudo apartar la vista ante el ritual que estaba presenciando. El hombre se acercó hasta quedar frente a la placa, se arrodilló y juntó sus manos a la altura del pecho. Bajó la cabeza y cerró los ojos. Pasaron varios minutos. Se levantó, arrojó una moneda entre las rendijas y tocó la campana. Miró la placa una vez más y se retiró. Ni siquiera prestó atención a la puerta abierta.
Cuando ya no vio al hombre, salió y repitió el mismo proceso con todo lo que había. Barrió, pulió y limpió las mesas y los pisos. Estaba limpiando las ventanas por fuera cuando una mujer unos años más grande que ella se acercó al templo. Se acercó al lugar en donde estaban las ofrendas y depositó unas flores en ellas. Tomó una placa de madera y escribió algo en ella. Después, la colocó en uno de los ganchos que había esparcidos por todo el lugar y tocó la campana. Sonrió y se retiró. Nyko estaba fascinada. En la ciudad, nadie hacía algo como eso, pero entendió algo muy importante: rezar era todo un ritual.
A las tres de la tarde, su cuerpo entero suplicaba por un masaje intenso y dos baños de burbujas, pero su estómago rugió mucho más en señal de protesta. Se cercioró de que la puerta estuviera bien cerrada antes de dejar el lugar e ir a buscar algo de comer. Los pies la mataban nuevamente, pero esta vez por una razón completamente diferente. Y como había aprendido la lección, había optado por usar tenis en lugar de zapatos altos.
Iba a aventurarse en algún otro restaurante, pero el olor de la comida del restaurante de Tami la llamó al instante. Se acercó a ella cuando la vio entrar.
―Hola, Nyko. ¡Qué alegría verte por aquí otra vez!
―Hola, gracias ―sonrió.
―Te ves agotada.
―Sí, estuve limpiando el templo.
― ¿El templo? ¿Eres la nueva guardiana? ―preguntó, asombrada.
― ¿Guardiana? ―frunció el ceño ―. Le ayudé a la abuela a limpiarlo, sólo eso.
―Oh... Ya entiendo ―. Su rostro se puso serio por un momento y luego volvió a sonreír ―. Te vengo a tomar la orden.
―Gracias.
Nyko pensó que aquella reacción había sido extraña, pero le restó importancia. Se concentró en el menú mientras se atragantaba todo un vaso de agua.
El lugar estaba casi vació. A parte de Tami, parecía que no había nadie más. Si no fuera porque escuchó el ruido de las cazuelas y los trastes en la parte trasera, habría pensado que estaba ella sola atendiendo y sirviendo. Había dos hombres sentados en una mesa y tres parejas en las otras. Pero Tami se las arreglaba para atender todas las mesas, y al mismo tiempo, platicar con sus clientes. El interés que mostraba en sus vidas era genuino.
Estaba concentrada en pagar la cuenta cuando la espalda de un chico justo en la entrada de la cocina llamó su atención. Juraba que reconocía ese corte de cabello de algún lado. Cuando el chico se dio la vuelta, Tami se paró justo frente a su visión.
― ¿Qué tal te pareció? ―preguntó con una mano en la cadera.
―Estuvo muy rico. Otra vez.
―Me alegra. Si vienes mañana, estoy segura de que saldrás encantada por el postre.
―Entonces no me lo pienso perder.
Para cuando Tami se apartó, el chico ya había desaparecido. La decepción fue enorme, pero suspiró y salió del restaurante. Camino de vuelta al templo encontró a una señora y su hija rezando frente a la placa. Nyko intentó no hacer ruido, pero pisó una hoja seca y el crujido llamó la atención de ambas.
―Lo siento, no quería interrumpir.
―Está bien ―sonrió la mujer ―. Ya habíamos terminado.
―No necesitan irse porque haya llegado ―dijo Nyko apenada.
―Ve a escribir tu deseo ―le susurró la mujer a la niña.
La pequeña se acercó a la mesa y tomó una tabla para escribir en ella.
― ¿Eres nueva aquí? Nunca te había visto ―sonrió la mujer.
―Estoy quedándome con la abuela una temporada.
― ¿Eres la nieta de Raika? ―preguntó, sorprendida.
―Sí.
La mujer abrió la boca y luego la cerró de golpe. Estaba impactada. Pero Nyko no entendía el por qué.
―Lo siento, es sólo... Te conocí cuando eras muy pequeña. Casi no te reconocí.
―Lo lamento, pero yo no la recuerdo.
―No te preocupes por eso. Eras más pequeña que mi Fike ―tomó a la niña y la abrazó.
―Mamá, la campana.
La mujer cargó a la niña y tocó la campana. La niña se carcajeó, lo que hizo inevitable que la mujer y Nyko la siguieran.
―Espero seguir viéndote, nieta de Raika.
―Es Nyko.
―Lindo nombre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro