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02; pulgar

Por primera vez desde que lo conoció un par de meses atrás, Soobin se encontraba en casa de Beomgyu.

Era extraño que sus padres le den permiso para visitar una casa ajena, bajo el argumento de que conocer a la familia del amiguito era fundamental antes de permitir que su pequeño retoño quede bajo sus garras, pero, al parecer, su hermano mayor era amigo de la hermana de Beomgyu, así que accedieron.

Soobin, inseguro de lo que se consideraba como comportamiento adecuado al visitar un hogar extraño, se pegó al lado de su amigo desde un inicio, sus ojitos curiosos explorando la casa sólo hasta donde la seguridad del vínculo se lo permita.

— vamos a mi cuarto. —lo invitó Beomgyu, al jalar de la manga de su sudadera— allí está mi play.

Entusiasmado por la idea, Soobin se relajó un poco, al seguir su camino hacia la indicada habitación. En casa, sólo podía jugar con su hermano cuando tenía ganas, pero el resto del tiempo debía ingeniárselas para entretenerse por su cuenta.

— ¿qué juegos tienes? —preguntó, curioso, ante lo que le presentó una caja llena de discos de opciones varias.

— escoge el que quieras. —ofreció, encargándose de encender la consola por mientras— menos el de princesitas, ese es de mi hermana.

— bueno. —la atención de Soobin se había fijado en otro juego, de todos modos, uno que siempre había querido pero nunca llegó a conseguir— ¿jugamos éste? —le mostró el disco indicado, seguro más emocionado de lo que jamás lo había llegado a ver.

— ¡ya!

Beomgyu tomó el disco para correrlo en la consola, acostumbrado a los pasos que debía tomar, antes de buscar los controles para pasarle el del jugador 2 a su invitado.

— ¿sabes cómo se juega? —le preguntó, sin despegar los ojos de la pantalla.

— sí, creo. —mintió Soobin, quien ya no quería perder más tiempo antes que inicie el videojuego— ponle play.

Gracias a aquel incierto "sí", perdió cada partida que tuvieron, hasta el punto en el que dejó a Beomgyu carcajeándose tras la tercera derrota.

— no lo sabía jugar.

— ya me di cuenta.

— sólo quería dejarte ganar. —se excusó, inflando las mejillas— es mi agradecimiento...

— ¿agradecimiento? —extrañado, el menor le puso su atención, ladeando la cabeza— ¿por?

Si fuese más atrevido, ese sería el momento en el que Soobin le contaría a Beomgyu que le agradaba su compañía. Que no pudo agradecerle correctamente por salvarlo del grupo de acosadores, por besar sus rodillas heridas y por hacerle sonreír en un mal día. Que ahora le agradecía por invitarlo a su casa, por ser el primero que lo había conseguido. Agradecía tenerlo de amigo.

En cambio, tan sólo pensar en las palabras adecuadas hizo que sus orejas enrojezcan, lo que quiso ocultar al acomodar su cabello.

— nada...

Se notaba que Beomgyu no creía que eso fuese todo, pero optó por no insistir. En cambio, despeinó a Soobin, antes de tomar el control remoto de sus manos.

— me dio hambre. —anunció, de repente, cortando el incipiente silencio incómodo ante la vergüenza contraria— ¿comemos?

Soobin accedió, ya que su estómago tenía espacio más que suficiente en ese momento, pero no había pensado en comentárselo al dueño de casa.

— pero mamá salió a comprar con Yena... —abultó los labios, en un diálogo consigo mismo— sólo hay frutas feas...

Por unos segundos, se mantuvo pensativo, hasta que su cerebro se iluminó y lo hizo notar, al elevar su índice y dirigirse esta vez a su invitado.

— ¿y si preparamos algo? —propuso— mi hermana me enseñó a hacer galletas, son ricas.

— bueno. —Soobin aceptó, pese a que no tenía expertise alguno en la cocina, porque sus padres jamás le dejaban acercarse a una fuente de fuego. Realmente, con Beomgyu ocurrían muchas de sus primeras veces.

— hay que ver si hay chispas de chocolate, porque si no, no saldrán ricas. —pronosticó el menor, una vez que llegaron a la cocina— ¿puedes fijarte en la nevera, porfa?

Obediente, Soobin siguió lo indicado, pero sin obtener un resultado favorable. Beomgyu, quien había buscado por los cajones, tampoco encontró lo que deseaba, pero al menos notó que había una barra grande de chocolate de leche.

— ¿usamos esto? —sugirió— ¿lo cortas en trocitos mientras yo saco lo que falta?

— yap.

Ya se anticipaba un desastre. Como chef inexperto, Soobin sólo tomó el primer cuchillo que vio, para pasar a colocar la barra de chocolate en un plato cualquiera y comenzar a trocearlo, con mucho cuidado.

Con mucho cuidado, sí, pero aún así, gracias a un desliz de su mano, clavó la punta del instrumento en su pulgar izquierdo.

Por supuesto, gritó.

— ¡Soobin! —Beomgyu dejó lo que hacía para atender a su amigo— ¿qué pasó?

El aludido le mostró su pulgarcito, la marca de la punzada del cuchillo aún evidente. Un singular y delgado hilo rojo oscuro chorreaba de su dígito, a punto de alcanzar su muñeca.

— duele... —lloriqueó, mordiéndose el labio, lo que distorsionaba sus quejas.

Su pecho se inflaba y retornaba a la normalidad de forma acelerada, por contenerse las ganas de llorar. Tan sólo el reflejo de luz de sus húmedos ojitos evidenciaban aquel deseo.

Antes de que todo empeore, sin entrar en pánico, Beomgyu sostuvo la muñeca contraria y se llevó el pulgar herido a la boca, como si de un chupetín se tratase. Inicialmente, obtuvo resistencia por parte de Soobin, pero su expresión cambió apenas comenzó a sentir el alivio de su magia sanadora.

Durante esos meses desde la primera vez que se conocieron, el menor se había convertido en su primer "amigo del barrio", por ponerlo de una forma. Se veían en el parque local algunos fines de semana o después de clases, siempre y cuando Soobin no esté acompañado por su hermano mayor. El objetivo era subir a los columpios, contarse historias raras o trepar árboles, entre otros juegos que se les ocurriese en el momento.

Sin embargo, Soobin se había sentido muy avergonzado como para pedirle que lo bese de nuevo. No pensaba accidentarse a propósito, porque no era un idiota. Sería raro. Asqueroso, incluso, dejar que un amigo le ande dejando besitos. Beomgyu no era como cualquier amigo, por supuesto, ya que para entendimiento de Soobin él tenía poderes mágicos, pero igual, pedirlo resultaba embarazoso.

Aún recordaba con precisión como el más pequeño le pidió descaradamente que se despoje de sus pantalones, algo que claramente no hizo, y cómo finalmente tuvieron que forcejear hasta arremangar el lado izquierdo de la prenda de ropa para que los labios de Beomgyu puedan curar la herida del día previo.

Así, la sensación cosquillosa de sanación se expandía por su cuerpo.

Aún no lograba entender cómo lo había hecho, pero no le importaba buscarle una explicación lógica. Para Soobin, Beomgyu era un doctor mágico, y estaba muy agradecido de tenerlo como su amigo, aunque jamás pudiese decírselo como quería.

— ah, gracias, ahora se siente bien... 

— mmfgh, ¡habeh hico! —masculló como respuesta, ininteligible a causa del dígito en su boca.

— ¿huh?

Finalmente, Beomgyu soltó su pulgar, el cual salió ileso de sus labios. Todo rastro de sangre había sido eliminado, mostrando en cambio la ligera capa de saliva mágica que ahora cubría el dígito.

Qué asco.

— guácala. —disgustado pero agradecido, Soobin rió, encargándose de limpiar su pulgar con la sudadera contraria.

Exagerando su indignación, Beomgyu entrecerró los ojos para amenazarlo con la mirada, antes de correr hacia la encimera en la que había estado trabajando para tomar un puñado de harina con su diestra.

— tenemos de sobra. —sonrió ladino, una mueca de diablillo en su rostro.

— no lo harías... —instintivamente, Soobin se comenzó a alejar, pero no tuvo mucho espacio hasta que su espalda chocó contra la nevera— no...

Sin hacerle caso a su advertencia, el menor lanzó el puñado de harina en su dirección, que apenas le dio tiempo para cubrir su rostro con sus brazos. Su sudadera, su cabello y el piso de la pobre cocina quedaron cubiertos del polvo, todo lo cual le sacó una risa traviesa a Beomgyu.

Soobin no se pensaba quedar quieto, así que corrió a su lado para imitar su acción, atacándolo de vuelta.

— ¡hey, no se vale!

De un momento a otro, sin parar de reír, terminaron casi literalmente revolcándose entre un montón de harina y azúcar, a punto de iniciar a desperdiciar también los huevos y la leche.

Beomgyu se movía mejor en el espacio, al conocer mejor su cocina, pero Soobin lograba bloquearlo con cualquier tipo de barrera que encontrase a su disposición. Esto le frustró lo suficiente como para derribarlo hacia el suelo, con inconsciente delicadeza.

— ríndete, yo gano. —exigió, encima suyo, aprovechando para sacudir la cabeza y lograr que parte de la harina de su cabello caiga sobre el mayor.

Soobin frunció el ceño, defendiéndose el rostro con las manos, pese a que ya estaban sucias. Beomgyu, ante su resistencia, tuvo que presionar más, al forcejear con sus muñecas para prohibirle usar las manos, colocándolas por encima de su cabeza.

En ese momento, su mirada se posó en la del menor, sus ojitos brillantes y llenos de travesura mostrando una curiosa faceta, que no sabía cómo explicar. Le causó una sensación extraña. Beomgyu era realmente lindo, aún cubierto de harina de pies a cabeza.

Por algún motivo, su pecho se estrujó, enviando un escalofrío hacia su abdomen bajo.

¿Eso también era parte de su magia?

Antes de que pudiese darle muchas vueltas al asunto, un asustado suspiro interrumpió su diversión.

— ¡Choi Beomgyu! —la voz de reproche de su madre se hizo escuchar— ¿qué rayos estás haciendo con tu amiguito?

Atrapado con las manos en la masa, el pequeño se levantó de inmediato, procurando ayudar a Soobin a hacer lo mismo. Tuvieron que sacudir su ropa con rapidez, pero de igual modo el desastre ya era evidente.

— íbamos a hacer galletitas... —murmuró, cabizbajo.

— ¡te dije que sólo podías hacerlas cuando estés conmigo! —se quejó Yena, su hermana mayor, pese a que se notaba que estaba conteniendo la risa— bobo.

— lo siento, señora madre de Beomgyu y señorita hermana de Beomgyu. —se disculpó Soobin, antes que nada, tan formal que su amigo no pudo evitar soltar una risilla. Incluso las recién llegadas le siguieron, alivianando el ambiente.

— tu amiguito es muy adorable. —sonrió la señora— hermano menor de Youngjae, ¿cierto?

Soobin asintió como respuesta, aún sin atreverse a mirarla a los ojos.

— descuida cielo, no le diré a tus papás. eso sí, ustedes dos jovencitos van a tener que limpiar la cocina antes de darse una ducha. —anunció, antes de darle un empujoncito a su hija mayor— Yena los vigilará.

Un colectivo "sí" se escuchó de inmediato, y entonces cada uno embarcó en su responsabilidad. Yena se ofreció a llevarles el aspirador y los trapos, ya que si salían de la cocina sólo harían más desastre por la casa.

Entonces, el pequeño Soobin descubrió que incluso limpiar resultaba agradable si es que lo hacía al lado de Beomgyu.

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