01; rodillas
No todo el mundo tiene la suerte de conocer a su alma gemela a la tierna edad de los doce años.
Si al pequeño Soobin le hubiesen dicho que se cruzaría con su alma gemela en camino a casa, probablemente se hubiese asustado un poco, porque aún creía ser demasiado joven para el matrimonio, y su inocente cabeza no le permitía concebir un final distinto a aquel.
Sin embargo, era precisamente lo que necesitaba, aunque aún no lo sabía.
Gracias a su timidez, no faltaban los compañeros que se aprovechaban para burlarse de él, por cualquier motivo. Últimamente, le temía a un pequeño grupo de chicos un par de años mayores que se juntaban a las afueras de la escuela por la salida, pese a que su hermano mayor le decía que no les preste atención. No es que lo acosen, por suerte, pero su corazón daba un brinco cada vez que se cruzaba con ellos, por el temor a que las miradas feas y las ocasionales sonrisas sardónicas se transformen en algo peor.
Ese día, saliendo del colegio, su miedo se hizo realidad.
— hey, Soobin. —saludó uno de los chicos, la primera vez que le hacía escuchar su voz— ¿por qué no vino tu hermano?
— está enfermo. —cortó el mencionado, alejándose en un apuro, presto a correr hacia algún escondite cercano. El pánico del momento no le permitía pensar en el auxilio que podría recibir si se mantenía cerca a las premisas del colegio.
— aw, qué pena, ¿qué le pasó? —intervino otro de los chicos, imitando la velocidad de su paso. De hecho, todo el grupo se apuró a su ritmo.
— sólo le dio una gripe. —respondió Soobin, con la verdad.
— ¿y cuándo vuelve?
— ¿regresarás solo a casa hasta que mejore?
La excesiva preocupación por su hermano le resultaba sospechosa, y no se equivocaba. El grupo de chicos había logrado perseguirlo por un par de cuadras, lejos de la escuela y cerca sólo a un bloque residencial.
— no... no sé...
Sin poder evitarlo, los jovencitos ya habían formado un círculo a su alrededor, encerrándolo literal y metafóricamente. Quizás si fuese más ágil, o más rápido, o más asusto... Quizás si su hermano hubiese estado allí, entonces podría haberlo evitado.
El más grande le dio un golpe en el abdomen, lo suficiente para reducirlo hasta el piso por retorcerse del dolor. Los demás sólo rieron, entretenidos.
— wow, ¡qué debilucho!
Sin aguardar un segundo más, el mismo chico lo tiró de un jalón, con lo que, adrede o no, hizo que se arrastre de rodillas por unos centímetros, lo suficiente para rasgar la tela del pantalón de su uniforme.
Soobin no quería gritar, pero al sentir el rasguño que caló hasta su piel, no pudo evitar quebrarse.
— ¿por qué hacen esto? —cuestionó, lágrimas comenzando a acumularse en sus ojos— ¿hice algo malo?
— es divertido. —respondió uno, sin pensarlo, con el asentimiento de sus amigos— y nadie te va a defender, así que...
Entre murmullos de acuerdo, estuvieron por darle lo peor que tenían, hasta que la caída de un ángel cambió las cosas.
— ¡hey! —chilló una voz desconocida desde un lado, obligando a todos a detenerse y voltear su dirección— ¡déjenlo en paz!
La voz le pertenecía a un chico que parecía tener la misma edad de Soobin, quizás un poco menor, por los grandes ojitos de venado que tenía. Lucía tan lindo e inocente que le costaba creer que sería capaz de defenderlo, al contrario, temía que su intervención tan sólo le haga ganarse una golpiza también.
— ¿tú quién eres? —el más alto del grupo dejó a su víctima, para acercarse al que había osado a interrumpirlos— ¿y qué quieres?
— ¡qué te importa! —colocó las manos sobre sus caderas, dispuesto a enfrentarlo— ¡sólo déjalo tranquilo!
El mayor rió apenas unos segundos antes de ponerse completamente serio y crujir sus manos. El resto del grupo había perdido interés en Soobin, ahora sólo tenían la atención fijada en el nuevo intercambio.
— mejor retráctate, niño bonito. —amenazó, a pasos de chocar con el desconocido, sus puños listos para darle un golpe.
— ajá, niño bonito hermano de la chica que te gusta, Jaehwan. —negó con la cabeza, sin necesidad de moverse para que el aludido pare en seco— ¿cómo crees que reaccionaría si Yena supiese que eres malo?
Estupefacto, el chico no supo qué decir, ante el idéntico silencio de sus propios amigos. Avergonzado, tuvo un momento de vulnerabilidad, que aquel chiquillo aprovechó para hacerle una inesperada llave que lo dejó en el piso.
— wow, qué pena que te haya ganado así. —se burló, con una expresión que no hacía más que resaltar la dulzura de sus facciones, incluso cuando alzó la mirada para amenazar al resto del grupo— váyanse de aquí antes de que le cuente a mi hermana, ¿entendido?
Con cautela, un par de los mayores se acercaron, pidiendo permiso no-verbal al extraño para que puedan ayudar a su amigo. Éste accedió, pero no sin antes sacarle la lengua al derribado jovencito.
— ¡ya váyanse y no vuelvan por aquí! —finalizó el desconocido, logrando que el pequeño grupo se disperse, por fin.
Soobin, quien había estado observando todo, aún apartado, tan sólo había logrado recomponerse hasta tomar asiento a un borde de la vereda. Sus ojos seguían con las lágrimas acumuladas en ellos, pese a que sus sollozos se habían detenido minutos atrás, apenas los mayores lo dejaron solo.
El otro chico se acercó para tomar asiento a su lado, su inicial intensidad perdida, dando pase a una faceta mucho más suave de su parte.
Por unos segundos, se mantuvieron en silencio, mientras el herido trataba de encontrar las palabras adecuadas para dirigirse al contrario. Lástima que no sabía como iniciar sin quebrarse, y ya no quería parecer más débil.
— no tienes que agradecerme. —se adelantó el extraño, ya que Soobin no dijo nada en un inicio— soy Beomgyu, por cierto.
Al introducirse, estrechó su mano, en un intento por sacudir la contraria. Tuvo que aguardar unos segundos hasta que finalmente la tomó, con suavidad, dejando que Beomgyu sea quien agite ambas con su fuerza.
— yo soy Soobin. —se presentó, más calmado— es un placer conocerte.
— ¡es un placer conocerte también! —exclamó, rápido— ¡eres muy educado!
Su entusiasmo le causó gracia a Soobin, quien pudo sonreír tras varios minutos de ansioso pánico. Aún así, no quitaba el hecho de que sus rodillas estuvieran heridas, rojizas y grisáceas, cubiertas del polvo de la acera.
Curioso, Beomgyu ladeó la cabeza, fijándose en las heridas. Aquello aumentó la vergüenza de Soobin.
— ¿aún te duele?
Asintió como respuesta, pestañeando varias veces para tratar de deshacerse de la humedad en sus ojitos. Su papá le había dicho que frotarse los ojos, en especial con las manos sucias, no era bueno.
— ¿las puedo lamer?
— ew, ¡no! —Soobin alejó sus rodillas, con una mueca de asco— ¡eso es raro!
Abrazó sus rodillas para que no pueda siquiera intentarlo, defendiéndose de la propuesta invisible, pero al ver cómo Beomgyu abultó los labios, sus defensas bajaron. ¿Por qué lucía tan lindo?
Aún con cautela, se acercó un poco más, ya sin preocuparse por el derriere de su destruído pantalón escolar.
— bueno, si quieres te dejo darles un besito... pero no las lamas, eso es asqueroso.
La propuesta le sacó una amplia sonrisa a Beomgyu, pero sólo sedimentó la idea de que era un niño raro en la cabeza de Soobin.
Sin hesitar, posó su diestra al lado de una de las heridas. Antes de proceder, se aseguró de que Soobin esté bien, al alzar la mirada para encontrarse con la aprobación de sus ojos. Se notaba que lo último que quería era hacerle daño.
— ya, sólo hazlo...
Beomgyu aceptó de inmediato, acercando sus labios a la marca en la rodilla contraria. Antes que nada, sopló sobre ésta, asegurándose de que algunas partículas de polvo vuelen en la dirección opuesta. Finalmente, como si fuese una mariposa delicada, le dejó un pequeño beso, que lo avergonzó lo suficiente para que rehuya su mirada.
Soobin anticipaba un ardor ante el contacto, pero, en cambio, sintió un cosquilleo que viajó por todo su cuerpo, llenándolo de una novedosa electricidad. Cerró los ojos con firmeza ante aquella sensación escalofriante que no parecía ceder con el tiempo, hasta que, por inercia, su pierna dio un pequeño saltito.
— oh, ¡mira!
La voz de su nuevo amigo lo impulsó a parpadear lento hasta acostumbrarse de nuevo a la luz. Así, atendió el sitio al que Beomgyu señalaba: su propia rodilla.
Se había curado.
De un momento a otro, no había rastro alguno de enrojecimiento sobre su piel. Ninguna marca que evidencie el daño que se había hecho minutos atrás permanecía. Tan sólo quedaba un deshilachado hueco en su pantalón de colegio, que parecía una edición cool a su atuendo más que otra cosa.
La rodilla que no había sido tocada por Beomgyu permanecía intacta, sin embargo. Marcas irregulares y rojizas decoraban la superficie de su piel del mismo modo que antes.
Definitivamente se había topado con un niño raro.
— ¡mi mami tenía razón! —canturreó, contento— me dijo que mis besitos sanan, y sí, ¡te sané!
Tierno y agradable, también.
A Soobin le fue inevitable sonreír, bastante agradecido. Nuevamente, no encontraba las palabras correctas para expresar ese alivio, pero a Beomgyu parecía no importarle mucho su silencio.
— ¿vives por aquí, Soobin? —preguntó, sus ojitos brillando de entusiasmo— podrías jugar conmigo aquí, siempre vengo al parque después del colegio.
— me gustaría eso.
De hecho, vivía un par de cuadras más lejos, pero una pequeña mentira no le dolería a nadie, mucho menos si eso significaba que volvería a toparse con el rarito mágico.
— Beomgyu...
— ¿hm?
— ¿podrías sanar mi otra rodilla también, por favor?
Contrario a lo que esperaba, se negó, risueño, disponiéndose en cambio a ponerse de pie.
— si sano ambas, ¿qué le dirás a tu mami? —argumentó, convincente— ¿por qué te apareciste con pantalones con huecos?
— ah, cierto...
— pero si nos vemos mañana y te sigue doliendo, te doy otro besito, te sanas y somos felices.
La forma en la que lo planteó avergonzó a Soobin, quien ya sentía sus mejillas coloradas. Beomgyu le caía bien, quizás mejor que cualquiera de los amigos que tenía en la escuela.
Ya era momento de despedirse, y la aparición en escena de una atractiva señora cargando bolsas de compras lo marcó explícitamente.
— ya me voy, allí viene mi mami. —indicó Beomgyu, despidiéndose al despeinar el cabello de Soobin a modo de juego— ¿te veo mañana?
Momentos atrás, Soobin esperaba llegar a casa con lágrimas en los ojos y dolor por todo el cuerpo, ansioso por hablar con su hermano para tratar que, de algún modo, se le cure la gripe para el día siguiente.
Ahora, esperaba que su hermano siga mal, sólo para tener una excusa para tomar el camino del parque y encontrarse de nuevo con Beomgyu.
— sí, nos vemos mañana.
Se despidió también, tambaleándose al ponerse de pie para sacudir el polvo de sus pantalones, mientras observaba cómo su nuevo amigo corría al alcance de su madre.
Si al pequeño Soobin le hubiesen dicho en ese momento que Beomgyu era su destino, quizás se lo hubiese creído.
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