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Nerviosa

Capítulo cinco

Gia

Iba caminando por el pasillo hacia mi salón de clases cuando me encontré con él. Me detuve en seco pero ya que él aun no se había fijado en mi presencia decidí seguir con mi paso normal, pero ahora que lo había ya visto no iba a poder adelantarme a él para poder entrar al salón a tiempo.

Solamente el saber que ambos estábamos de nuevo en la misma clase me ponía nerviosa. Caminé con paso decidido mientras en mi cabeza tarareaba alguna canción para olvidarme de su presencia, intenté por todos los medios hacerlo a un lado de mis pensamientos, pero en cuanto pasé frente a él me habló. Mi nombre jamás se había escuchado tan bonito.

—Gia —me detuve en seco y él se acercó a mí—, ¿verdad?

Volteé a verlo y asentí.

—Que bien —dijo con alivio y caminó junto a mí por el pasillo. Repentinamente el camino se sentía demasiado largo—. Todos te dicen Saavedra y creí olvidar tu nombre.

¡Dios! Estaba tan nerviosa. Le sonreí sin saber que otra cosa hacer. Estaba actuando como una tonta, finalmente el chico que me gustaba se acercaba a mí y lo único que podía hacer era estar más callada que cuando duermo… no es que hablara dormida, bueno nunca me había escuchado hablar dormida…

Su nombre era Esteban, habíamos tomado clase el año pasado juntos, y aun en este semestre nos había tocado de nuevo en el mismo salón. Él me gustaba. Mucho. Pero nunca había intentado hablar con él, mi mente se quedaba en blanco con tan sólo notarlo cerca de mí. A decir verdad ni siquiera sabía por qué estaba dirigiéndome la palabra en ese momento.

Esteban no era el chico popular ni nada, era tan sólo diferente y eso me gustaba de él. Siempre usaba el uniforme impecable, era el numero uno de la clase y por esa misma razón era el jefe el grupo, era amable y responsable, durante las clases usaba unos lentes de lectura y lo hacía lucir apuesto. Su piel era un par de tonos más clara que la mía pero no era completamente blanco, su cabello era negro y le caía en picos por los oídos y la nuca, también por su frente pero constantemente lo estaba apartando con su mano. Sus facciones eran marcadas haciéndolo parecer un poco mayor, pero estaba bien. Definitivamente bien.

—No hablas mucho ¿verdad? —me encogí de hombros sin decir ni una palabra.

¡Tonta! ¡Tonta! Quería darme de topes con la pared que estuviera más cercana.

—Bueno, lo genial es que nos ha tocado en el mismo salón de nuevo —volteé hacia él rápidamente, sorprendida porque me hubiera notado que había estado el año pasado en el grupo—. ¿Qué sucede?

—Na… nada —dije por fin.

—Puedes hablar ¿eh? —dijo sonriéndome.

No pude soportar ver su hermosa sonrisa así que dirigí mi vista de nuevo al piso. Después de eternos minutos llegamos al salón de clases, como lo esperaba de él, fue tan caballeroso de abrirme la puerta y dejarme pasar antes que él.

No le agradecí. Quería morir.

Corrí hacia mi lugar que era al fondo del salón y me senté de inmediato ocultando mi rostro detrás de la mochila. Me sentía muy caliente, probablemente su cercanía me había provocado una fuerte fiebre, chicos como él lo podían lograr fácilmente con cualquier chica.

—Compañeros, por favor dejen sus tareas en el escritorio por orden alfabético, antes de que entre el profesor —le pidió cortésmente a toda la clase y como su encantamiento nos hechizaba a todos le hicimos caso tal y como lo dijo. Yo era de las de en medio de la lista así que tardé un poco en poder dejar mi tarea, con cada compañero que pasaba deseaba que Esteban se alejara del escritorio, pero no lo hizo. De pronto el pasillo se me hizo demasiado extenso y temía tropezar con algún pupitre y caer en frente a todos.

El profesor llegó justo en ese momento.

Me apresuré a dejar mi tarea sin importarme que Esteban estuviera cerca. Lo logré sin hacer ninguna tontería.

Cuando todos entregaron sus tareas el profesor empezó a dar la clase como de costumbre y mi atención fue casi nula hasta que mencionó el proyecto que debíamos hacer para finales de semestre. En equipo. Detestaba esos proyectos ya que debía hablar con otros compañeros y, bueno, no era muy buena haciéndolo.

Suspiré mientras esperaba el momento en que el profesor empezara a formar los equipos. Su técnica para hacerlo era darnos un número a cada quien, del 1 al 7, y todos los números iguales debían juntarse en un equipo. Me tocó el 7.

—Todos los números iguales júntense, tienen permiso de mover los asientos de lugar en lo que queda de la clase, no griten ni arrastren las sillas y si van a hablar tiene que ser exclusivamente del proyecto, si los escucho hablando del partido de ayer los sancionaré —dijo todas las advertencias que siempre hacía—. Ah, por cierto —volvió a hablar sin despegar la vista de la lista de asistencia—. El equipo 7 sólo tendrá 4 integrantes, pero el tema está corto así que no importa la cantidad.

Perfecto, menos personas con quien hablar.

Me levanté de mi asiento y en seguida la mirada para empezar a buscar las manos que estuvieran señalando un 7 con sus dedos. A la primera que logré divisar fue a Karina, era una chica alta de lindo cabello castaño claro que parecía rubio, su piel era blanca y de apariencia suave, era de esas chicas que siempre atraían la mirada de los hombres por tener la apariencia de porrista con dinero. La conocía muy poco, así que yo no podía juzgarla.

Al segundo que vi fue a Nicolas, me recordaba a León por su forma de ser, era un playboy. Con el cabello rubio teñido, musculoso, un poco en exceso, sus facciones eran un poco femeninas, si usaba ropa de mujer fácilmente se podía confundir con una, su uniforme siempre estaba bien arreglado a excepción de su camiseta que siempre tenía los 3 botones superiores desabrochados, destilaba feromonas, era de esos chicos que son sólo verlos no me agradaban.

El siguiente fue Esteban…

Juro que mi corazón se detuvo por un par de minutos.

Él se acercó a mí sonriendo.

—7 ¿verdad? —asentí, era lo único que podía hacer frente a él—. Qué bien.

Karina y Nicolas se acercaron a nosotros.

—Tienen el 7 ¿verdad? —preguntó Karina con una sonrisa en el rostro. De nuevo asentí—. Qué bien, nos podremos conocer más si somos menos integrantes.

—Bueno, todos estamos juntos desde los dos semestres pasados —dijo Esteban.

Nicolas me observó detenidamente como si intentara hacer memoria para encontrarme en los semestres pasados en la misma clase que él. No lo culpaba, yo casi nunca hablaba así que obviamente no era muy fácil de recordar.

—Gia —habló Karina atrayendo mi atención—. Cierto, desde el año pasado estamos en las mismas clases. Aunque casi nunca hablas, ya veo que eres muy tímida. Pero no te culpo —de pronto vi como le lanzó una mirada de desprecio a Nicolas, fue una mirada veloz—. Hay veces que es mejor no hablar con las personas —dijo casi con desprecio.

Nicolas ni siquiera se inmutó de la mirada de Karina. Seguía viéndome.

—Bien —Esteban se aclaró la garganta y me sobresalté—. Cómo nos conocemos los cuatro nos podremos ahorrar la presentación y hablar sobre el tema de proyecto.

Unimos nuestras mesas formando una sola grande. Tomé mi silla y sin esperar a los otros me senté. Karina me sonrió así que creí que se sentaría a mi lado, pero Nicolas se adelantó, arrastró su silla hacía mi lado derecho y dejó caer su musculoso cuerpo con fuerza. Ella le frunció el ceño y no tuvo más remedio que sentarse junto a Esteban.

Empezamos a revisar el material fotocopiado que nos había proporcionado el profesor. Cada quien leyó un par de hojas, y luego comentamos lo que habíamos leído para saber de que trataba la lectura en general.

—Sé que el proyecto es para finales de semestre, pero sería genial si pudiéramos terminarlo mucho antes. ¿Les parece? —todos asentimos ante la idea de Esteban—. ¿Entonces, se pueden quedar después de clases? —estaba a punto de asentir hasta que recordé a León, por poco y lo olvidaba, o más bien olvidaba a su bebé.

—¡No! —grité sin pensarlo y en seguida me arrepentí—. Lo siento —bajé el volumen de mi voz—. Es sólo que estoy ocupada después de clases.

—-Oh, no hay problema —dijo Karina sonriendo amablemente—. ¿Qué días puedes?

¡Rayos! Todos los días entre semana estaba ocupada después de las clases, pero tampoco podía faltar con mis deberes en el equipo.

Negué con la cabeza.

—¿Trabajas después de clases? —me preguntó Esteban en tono sospechoso.

Asentí, porque sabía que esa era la única forma que tenía para explicar mi falta de tiempo por las tardes. Técnicamente no era una mentira completa ya que cuidar de un bebé era un gran y cansado trabajo, la diferencia era que no recibía paga.

—Entonces no tienes de que preocuparte —habló Nicolas creo que por primera vez en todo el rato que llevábamos juntos—. Yo hago tu parte —aunque no lo estaba viendo podía sentir su mirada sobre mí, no me gustaba que me mirara, no de esa forma. Apreté mis puños debajo de la mesa.

—No es necesario —hablé en voz baja—. Puedo hacerlo después del trabajo, puedo hacer lo que me corresponde.

Esteban negó con la cabeza.

—No. Es mejor que todos estemos trabajando juntos —levanté la mirada hacia él y me estaba sonriendo—. ¿Puedes los fines de semana?

Suspiré llena de alivio.

—Puedo —contesté.

—Perfecto —nuestras miradas se conectaron y creo que obtuve un record con él, mantuve su mirada por dos segundos completos.

* * *

Estaba entre feliz y nerviosa de saber que estaría junto a Esteban en el proyecto del semestre, cuando llegué al dormitorio de León tenía una sonrisa tatuada en el rostro, iba a ser muy difícil que se borrara.

Abrí la puerta sin tocar ya que siempre la dejaba sin seguro para que no hiciera ruido y fuese a despertar al bebé si estuviera dormido. El único dormido era León, el bebé estaba despierto y tenía sus manitas introducidas en su boca llenándolas de baba. Fruncí el ceño y negué al verlo holgazaneando.

Tomé mi botella de agua de mi mochila y la dejé a un lado de la entrada, cerré la puerta detrás de mí y caminé hasta su cama. Lo observé tan sólo unos segundos, parecía estar disfrutando de su sueño que casi me hacía sentir mal por querer despertarlo, después no me importó.

Abrí la tapadera de mi botella de agua y dejé caer el líquido sobre su rostro. Se sentó rápidamente en la cama y empezó a limpiársela con las manos, tosió un par de veces, probablemente exageré con el agua.

—¿Qué pasa? —preguntó adormilado.

Crucé mis brazos y me apoyé sobre una pierna.

—¿Qué haces aquí? Ya deberías estar en clases ¿Y dónde está Alissa? —le pregunté.

—Hoy no tengo un par de clases porque el profesor no asistirá, así que entro dos horas tarde y Alissa no vendrá ya que le dije que yo podía cuidar al niño —rodé los ojos mientras él se ponía de pie—. ¿Pasó algo bueno? —preguntó repentinamente.

—¿Por qué lo preguntas?

—Te ves feliz, se nota demasiado —desvié mi mirada de él y fruncí el ceño—. No importa que quieras lucir molesta, simplemente se ve que estás feliz.

—Estás loco, son imaginaciones tuyas —le di la espalda y caminé hacia su cocina para rellenar mi botella de agua.

—Hey, bolita con patas, no te lamas la mano, te puedes enfermar —dijo León.

Sonreí al escuchar la forma en lo que lo llamó. No conocía bien a León, la verdad es que no sabía nada de él, sólo que había vivido en un orfanato de ahí en más no tenía ni idea de quién era, pero a veces lo veía feliz al tener el bebé junto a él y no lo entendía. Si a mí me hubiera sucedido eso estaba segura de que hubiera llevado al bebé a la policía, pero León había sido muy responsable de cuidarlo, no tenía idea de cuánto iba a durar pero el tiempo que fuera intentaría ayudarlo. Su madurez me sorprendía… en escasas ocasiones.

—Me pregunto si está bien que coma tanto —murmuró acercándose a mí.

Volteé a verlo, ahora mi botella estaba llena de agua.

—Los bebés sólo comen y duermen —me encogí de hombros—. Bueno, también hacen popó y babean todo el tiempo —hice una cara de repulsión, creo que estaba claro que los bebés no me gustaban.

—Claro que no, los bebés son unas bolitas con patas que duermen todo el día —dijo sonriente—. Por eso él me agrada.

Me encogí de hombros mientras le sonreía y le di la espalda.

Cuando terminé mi tarea mi estomago me exigió alimento, ese día no había comido mucho en el almuerzo y las horas ya me decían que era hora de comer pero mientras estuviera con el bebé no podía dejarlo mucho tiempo solo, temía que si me iba a mi departamento por un poco de comida el bebé se despertara y le pasara algo. Además que salir con el bebé en el pasillo sería también un poco peligroso, no por la altura de nuestros dormitorios, si no porque alguien podría pasar cerca y ver al bebé, si alguien se enteraba estábamos muertos.

Nunca había revisado la despensa de León pero pensé que no se molestaría si tomaba un poco de su comida, después de todo podía reponerla cuando quisiera.

Hice mis cuadernos a un lado y me levanté de la cama para caminar hacia la pequeña cocina que tenían nuestros dormitorios, honestamente no sentía que fuera un dormitorio, más bien parecía un departamento, pero en fin.

Cuando abrí el refrigerador mis ojos se abrieron lo más que les fue posible, no había nada. A excepción de un galón de leche a la mitad un par de botellas con agua y un plato con casi nada de comida china, el pequeño refrigerador estaba vacío. Revisé en la pequeña alacena —en realidad todo en el departamento era pequeño—, pero seguí sin encontrar nada.

Me preocupé, mucho. León era un deportista y todos los días entrenaba después de clases, casi la mayoría de las noches las pasaba despierto porque el bebé lloraba y el hecho de pensar en que no se estaba alimentando bien me hizo sentir una preocupación extraña. Podría enfermarse, ¿Acaso no le importaba lo que le sucediera a él? Estaba bien que se preocupara por el bebé pero no debería ir al otro extremo.

Cuando llegara lo iba a regañar, eso era seguro.

León llegó con aspecto cansado y bañado en sudor, me saludó sonriente mientras corría al baño, después de 15 minutos salió completamente limpio y al ver mi mirada severa sabía que algo estaba mal.

—Esta tarde estabas muy feliz —me dijo al mismo tiempo se secaba el cabello con una toalla—. ¿Qué pasó en las últimas horas?

—¿Cuántas veces comes al día? —pregunté directamente cruzándome de brazos.

Su rostro se tornó serio y evitó mi mirada. Se alejó de la puerta del baño y se acercó a su hijo que estaba despierto recostado en el portabebés que reposaba sobre la cama.

—¿Por qué esa pregunta? —colocó su mano sobre la cabeza del bebé y la acarició tiernamente.

—No me has contestado…

—Contéstame tú primero.

—No —dije firmemente a su espalda—. Yo pregunté primero, no huyas a mi pregunta.

Suspiró y me enfrentó.

—El bebé necesita muchas cosas, así que estoy intentando gastar lo menos que pueda…

—¡Pero alimentarte mal! —grité—. Está bien que quieras ayudar al niño y darle todo lo que necesite, pero no te olvides de ti mismo, León, dime, si te sucede algo por no alimentarte bien ¿qué pasaría con él bebé? —de nuevo huyó de mi mirada. Inhalé y exhalé intentando controlarme, tuve que cerrar mis ojos y repetir el proceso una vez más para poder seguir hablando con él, cuando me sentí lista abrí mis ojos y busqué su mirada—. Escucha —continué—, sé que tienes miedo de que el bebé pase por cosas malas —yo estaba segura de que León no quería que su hijo viviera como él lo hizo en su infancia—, pero tampoco ganarás nada matándote de hambre, él te necesita sano y fuerte, necesita que sigas con tus estudios, te necesita feliz y junto a él —sonreí y él me devolvió la sonrisa—. Si necesitas ayuda dime, ¿puedes?

Asintió. Me sentía extraña, sentía como si fuera su mamá y lo estuviera regañando por no comer sus vegetales… negué rápidamente para borrar esa tonta idea de mi cabeza.

—Eres la niña más linda del universo —dijo repentinamente y de nuevo sacudí mi cabeza—. Gracias.

La sonrisa en su rostro era de esas tipo angelicales que hacen temblar a cualquier mujer, a mí no, pero me gustó que me sonriera de esa manera, le asentí en respuesta.

Me fui a mi dormitorio para prepararme la cena y desde luego le di a león una gran porción de lo que había preparado, no sin antes amenazarlo de que no criticara mi cocina al menos que quisiera morir.

Mi plan no era hacerle la comida todo el tiempo pero a la mañana siguiente antes de irme a clases entré a su dormitorio lo más silenciosa que pude, ya que él y el bebé seguían dormidos, y le dejé un poco de mi desayuno, eso me hizo sentir mejor durante todo el día.

Saber que alguien me necesitaba de una manera u otra siempre creaba una felicidad inmensa.

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