Tan azul cristalino cual joyas de realeza
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Ser parte de una red era curioso. Podía ver el lago de una manera diferente, muy particular, como si pudiera notar mucha mayor profundidad en este.
Se percibía totalmente verdadera. Tanto así que sus pensamientos parecían salirse de sí misma para poder escapar del pequeño espacio que ahora ocupaba su ser.
Kirioshi observó la lejanía sintiéndola infinitamente más compleja. La niña trató de fijar su mirada en el tigre, pero antes de lograrlo, notó que las líneas que formaban la malla, comenzaban a cobrar vida.
El remolino que los envolvía se disipaba con facilidad. Era como si jamás hubieran estado atrapados, sino que un enorme ser les hubiera abrazado y ahora estuviera decidiendo dejarlos libres.
Los movimientos eran tan pacíficos, que pronto Kirioshi percibió un movimiento similar al que su madre hacía cuando la arrullaba de pequeña. No notó que al tiempo que un nuevo paisaje se formaba, una lágrima iba cayendo al traer esos recuerdos.
Kirioshi dejó ver una enorme sonrisa contrastante con la lágrima. Las líneas de la malla se habían ido difuminando y volviendo unas largas y preciosas plantas de bambú. Ahora estaban lejos del lago, se encontraban en un bosque repleto de ellas.
La nueva magia que se había formado en el ambiente, fue interrumpida por un sonido en seco. El cuerpo del tigre se tensó de inmediato, sus garras salieron y los colmillos se le notaron un poco más.
La calma era relativa en el lugar, pues solamente esperaba un movimiento más de aquel intruso para que la batalla comenzara. Aquello no tardó en suscitarse, así que el rugido del tigre empezó a aflorar desde el pecho del majestuoso animal, listo para burbujear a la superficie.
Kirioshi sintió el terror recorrerla, cuando aquel misterioso intruso dejó notar su identidad. Una hermosa e imponente tigresa observaba a ambos después de haber hecho un perfecto salto desde atrás de los bambúes.
La niña estaba tan absorta en su miedo que no notó el instante en que su amigo bajó la guardia. La apariencia suave y tranquila que conocía de siempre había vuelto y, no solo eso, sino que la nueva integrante de aquella extraña escena portaba la misma actitud.
El silencio se hizo de nuevo, pero esta vez era un silencio diferente. Uno que implantaba paz.
—¿Ella es tu familia? —preguntó Kirioshi comprendiendo.
Sus cabezas se acercaron para armonizar el encuentro. Parecía el cuadro perfecto para un hermoso momento a recordar eternamente. El cariño, el amor y la calidez podían percibirse aunque se estuviera en otra aventura, en otro universo, demasiado lejos de ahí.
La tigresa empezó a acercarse de repente, parecía que el tigre le había comunicado algo, porque ahora buscaba acercarse a la niña de manera cariñosa. Colocó su cabeza cerca de la mano de Kirioshi y esperó a que ella confiara.
—Hola, pequeña —dijo Kirioshi cuando sintió el miedo abandonándola, como los había abandonado el lago y la malla hacía tanto.
Ese momento se prendió a ella como una catarina en primavera y pareció durar por milenios, hasta que su amigo el tigre se acercó para mirarla con profundidad.
—¿Te vas? —pregunto Kirioshi con un poco de tristeza.
El tigre no respondió pero su mirada bastó para que la niña se enderezara un poco antes de dar un fuerte abrazo.
—Gracias.
Habían pasado un tiempo corto juntos, o muy largo (probablemente), pero aquello no detendría a su corazón de extrañarlo como a nadie.
Así fue que Kirioshi se quedó un tanto sola y un tanto con su amigo en el corazón.
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