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Llenó de rocío el césped roído

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Como si aquello se tratara de una espiral o de una mala broma, Kirioshi quedó nuevamente sola en la hoja de papel. Suspiró antes de volver a caminar.

Ya comenzaba a cansarse, además, creía que la simple curiosidad de querer mirar los sakuras la había conducido demasiado lejos.

Avanzaba por la página que parecía interminable hasta que, como ya era costumbre, un sonido le llamó la atención. Ya no reinaban únicamente sus pasos, sino que ahora un nuevo amigo parecía querer jugar con el ambiente de la chica.

Se guardó un momento en silencio para buscar de dónde provenía el sonido, pero no pudo encontrar el origen tan fácilmente como había pensado. Miró a todos lados y creyó que no tendría respuesta alguna, hasta que volteó hacia atrás y notó que las huellas de un gran criatura se mostraba tras de sí.

En todo ese tiempo sus propios pasos no habían dejado marca, pero las huellas del extraño intruso (si es que ahora ella se podría considerar una inquilina) se miraban firmes y presentes. Como si fuera obvio que existieran.

Kirioshi seguía avanzando y poco a poco las huellas empezaron a inundar sus alrededores, acompañadas por aquel sonido tan particular.

De un momento a otro, la niña volteó rápidamente para observar a su acompañante y encontró a un enorme y precioso tigre de bengala mirándola con profundidad.

Sus manos estaban a punto de comenzar a temblar, pero su corazón y su mente le indicaron que aquella no era una situación peligrosa. La calma le empujó la sonrisa hacia arriba y provocó que de su boca saliera:

—No tengas miedo.

Desde siempre había sido amante de los gatos, así que ver un rostro felino tan amable le revolvió el corazón con ilusión. Al observar su enorme cuerpo, no pudo evitar querer abrazarlo, ese precioso pelaje le generaba el divino sentimiento de estar en casa y ella necesitaba justamente eso, sentirse en casa.

Honestamente, comenzaba a extrañar un poco su hogar, aunque pronto su mente se distrajo de aquel pensamiento por el insistente ruido de rasguños sobre la hoja; eran muy suaves y se asimilaban demasiado al sonido de lápices dibujando, como si la punta de las garras del tigre fuera de grafito.

Kirioshi intentó ver si había algún trazo que su nuevo acompañante dejara por ahí a su paso, al poco tiempo encontró que así era. La hoja detrás del tigre estaba rayada y manchada con la tinta que dejaban sus enormes huellas. La niña acrecentó la sonrisa al darse cuenta de lo hermosos que se veían aquellos caóticos tachones.

—Ven, no tengas miedo —ella repitió agachándose mientras buscaba su mirada.

Por unos momentos todo fue silencio hasta que el tigre la miró intensamente antes de emitir un rugido suave.

No parecía intimidante, sino poderoso. Aquel rugido se había escuchado más como un saludo que como cualquier otra cosa.

—Hola —dijo finalmente Kirioshi.

Ella jamás podría caber en el adjetivo "cobarde". Aunque sintiera en algunos días que el mundo se aproximaba demasiado rápido, con una pica en la mano, como en las épocas medievales; no dudaba ni medio segundo en seguir avanzando por cualquier ruta que se le presentara, aquella no era la excepción. Así que, a pesar de sentir un cosquilleo envolvente al escuchar su rugido, se acercó con lentitud al tigre y bajó la cabeza intentando otro saludo.

El tigre dudó unos segundos para acto seguido dar un salto que le permitió terminar muy junto a Kirioshi.

Realmente parecía agradarle, así que movió su cuerpo enorme aún más cerca para permitirle acariciarlo. El chapoteo de sus patas con la tinta que derramaba era audible y relajante. Él lucía verdaderamente impactante con esos ojos de ónix.

Kirioshi había imaginado a la perfección la textura de su pelaje y se sintió profundamente honrada por estarlo tocando. Un suave ronroneo brotó del tigre.

—Es hermoso conocerte —dijo Kirioshi acercando su cabeza a la de su nuevo amigo.

El pelaje lucía rígido y trazado con precisión, pero se sentía como el terciopelo más fino, además de soltar un olor a canela; lo cual era extraño porque el aroma a tinta y papel predominaba en aquel lugar.

El tigre casi lucía sonriente y el corazón de Kirioshi dio un vuelco cuando sintió que ambos se conectaban en otra inaudible sinfonía.

—Estoy muy sola. ¿Quisieras acompañarme? —preguntó la niña cerrando los ojos.

El felino no respondió más que con un suave rugido y después se enderezó totalmente para continuar la caminata, ahora, a un lado de Kirioshi.


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¡Hola, hola! ¿Cómo está iniciando su semana? Yo ando de vacaciones (en mi casa jajaja), pero este día fue dedicado a terminar pendientes :p. Es por ello que ando todavía un poco estresada, pero muy feliz de estarles compartiendo este siguiente capítulo:3. ¡Les mando un abrazo gigante!

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