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Día 4: Una bella cicatriz

Advertencias: menciones del Hanahaki, de sus síntomas y consecuencias. Menciones de muerte, depresión, intento de suicidio, auto flagelación y PTSD (estrés postraumático).

Notas iniciales: Este OS es una segunda parte del Hanahaki KiriBaku que tengo escrito en un libro de OS de BNHA que tengo publicado en mi perfil. Será una continuación con uno de los dos finales alternativos: Bakugō muere.

...

— Ki-Kiri-- — se escuchó un débil murmullo que al pelirrojo sorprendió. Vio al rubio con el rostro hecho un desastre y Bakugō apenas y mantenía los ojos abiertos, respirando difícilmente contra una mascarilla.

— ¡Eres un tonto terco! — exclamó el chico, recargándose contra la camilla mientras lloraba. La mano débil de Bakugō acarició su hombro de la forma más delicada que Kirishima jamás hubiera podido imaginar.

— Ei... Y-yo...

— Lo sé, Bakugō. Lo sé — comentó Kirishima, tragándose el nudo en la garganta. Se enderezó y se acercó más al chico. Acarició su mano y respiró hondo. Dedicó la sonrisa más sincera que pudo en esos momentos mientras su rostro era manchado de lágrimas y, aunque por dentro estaba haciéndose pedazos, trató de verse bien, para Bakugō —. Tú también me gustas, Katsuki.

Pero, oh...

Había sido demasiado tarde.

...

Había pasado un mes desde aquel suceso.

La clase A ahora sufría de la falta de un miembro, y no de cualquier miembro. Katsuki Bakugō había muerto apresado en las garras del Hanahaki o más bien, apresado en sus espinas.

Los médicos no pudieron rescatar sus pulmones ni su corazón, pues los tallos espinosos del rosal que crecía en su cavidad torácica y abdominal ya habían perforado profundamente ambos órganos cuando Katsuki llegó al hospital. No había modo de salvarlo.

Lo habían perdido de la peor manera y es que, aunque hubieran pasado ya 30 días del acontecimiento, algunos seguían en shock de que el grandioso, poderoso, imponente y fuerte Bakugō Katsuki hubiera sido derrotado por el amor que sentía. Casi no podían concebirlo, pero esa era la realidad. La muy, muy amarga realidad.

Había pasado un mes desde la última vez que la clase había visto a Kirishima por la mañana al salón con una gran sonrisa de dientes puntiagudos, con su cabello rojo peinado hacia arriba y su enérgica actitud.

Claro, a todos en la clase A les había afectado la partida de Bakugō, pero nada se comparaba a la manera en que Kirishima parecía empeorar a cada día que pasaba.

Nunca salía de su cuarto más que para las clases. Había dejado de retocar su cabello, así que sus raíces negras comenzaban a notarse, ya nunca lo estilizaba y con suerte salía para asearse y arreglarse. Sus ojos habían perdido el brillo natural que parecían tener, pues siempre estaban rojos y adornados con oscuras y prominentes ojeras. Su cuerpo fuerte y tonificado se veía ahora delgado y demacrado, enfermo. Era como una persona completamente diferente.

Mina sentía culpa de todo. Ella sabía que Bakugō estaba mal y no hizo nada hasta que fue muy tarde y si hubiera hablado,tal vez el rubio estaría gritándole en ese momento por no entender las ecuaciones cuadráticas de la clase o tal vez estaría en su cuarto, con su novio... con Kirishima.

Pero no. Katsuki se había ido y ahora estaban perdiendo a Eijirō. Y era su culpa.

El día 31 comenzó y, para la fortuna de Eijirō, era sábado. No tenía que salir de su cuarto, no tenía que convivir, no tenía que aguantarse las lágrimas. No tardó nada en comenzar a llorar.

Y no era un llanto ruidoso, pero tampoco era silencioso. Respiraba hondo únicamente para sollozar fuerte y apretar su almohada fuerte contra su cara, ahogando sus lamentos. No podía ni siquiera articular una sola palabra. Su pesar se atoraba en su garganta y le impedía hablar de lo que sentía. Le impedía liberarse de todo aquello que le destruía la mente a cada hora de cada día de cada semana.

¿Pero es que cómo iba a explicarlo?

¿Cómo iba a explicar que noche tras noche despertaba empapado en sudor por sus pesadillas? ¿Cómo iba a explicar que sus pesadillas siempre consistían en el cuerpo helado de Bakugō cubierto de flores? ¿Cómo iba a explicar que al menos dos veces a la semana vomitaba en la madrugada lo poco que había comido en el día porque no podía sacarse de la cabeza el rostro sin vida de Bakugō, cubierto de pétalos sangrientos, con una enorme flor saliendo de su boca mientras que sus labios tenían un tono violáceo que contrastaba horriblemente con el tono pálido de su piel? ¿Cómo podía explicar que esos ojos carentes de energía y expresión lo observaban en cada sueño como si quisieran culparlo de lo que estaba pasando?

Cómo podría... Las palabras no salían. Solo se aglomeraban una tras otra en su garganta, en su pecho, en su mente, en todo él, atormentándolo siempre. No aguantaba más. No podía seguir, no veía cómo seguir sin Katsuki en su vida.

En algún punto del día tocaron a su puerta. No abrió. Ni siquiera se intentó callar o levantar de la cama. Seguramente era Mina. Cada día desde la muerte de Katsuki, ella le llevaba desayuno, comida y cena. A veces comía y a veces no. La bandeja con la comida era reemplazada cada tanto frente a la puerta de su habitación y muy pocas veces la aceptaba. Ese día no tenía hambre ni ganas de moverse. Solo quería seguir llorando, solo quería sacar todo aquello que le aquejaba, pero por más lágrimas que manchaban su almohada y por más sollozos ahogados que soltara, la cosa nunca parecía acabar.

El fin de semana se le fue llorando. Solo había comido una vez en todo ese tiempo y solo había salido dos veces para ir al baño. Se dio una ducha a las 4 de la mañana el lunes. Otra pesadilla lo había despertado y estaba lleno en sudor, se sentía asqueroso y necesitaba que el agua helada golpeara su rostro y su cuerpo para poder distraerse. Solo le sirvió por unos minutos, porque en cuanto tuvo que regresar a su habitación, la tristeza volvió a invadirlo, como siempre que caminaba por ese pasillo. Dolía saber que en la habitación continuaba él ya no dormía su rubio mejor amigo. Dolía ya no ver la placa con su nombre a un lado de la puerta. Dolía que ese lugar desprendiera una terrible y sofocante tristeza que abrazaba a Eijirō en un agarre letal.

No pudo dormir más. Solo esperó que su alarma sonara para vestirse con su uniforme y salir del cuarto sin dirigirle la palabra a nadie. No sabía cuánto más iba a seguir en Heights Alliance, tomando en cuenta que sus calificaciones y su desempeño en las prácticas bajaban en picada. Solo era cuestión de tiempo para que lo expulsaran. No quería apegarse a más personas que también perdería. Ya no podía soportarlo. Jamás podría ser un héroe, no cuando ni siquiera había podido salvar a Bakugō.

Se saltó el desayuno y caminó directo a la UA. Llegó a su salón después de 10 minutos cuando antes le tomaba 5. Se sentó en su lugar, agradeciendo el estar solo para intentar descansar en su pupitre al menos la media hora que faltaba para que las clases comenzaran. Cerró sus ojos.

Su mente pareció apiadarse de él y le regaló ese diminuto descanso, hasta que sus compañeros y profesor llegaron. Las clases eran tediosas y cansadas. Cabeceaba cada vez que Aizawa hablaba y sus apuntes ni siquiera eran entendibles. Pasadas dos horas no lo aguantó más.

— Aizawa-sensei — interrumpió, llamando la atención de todos. Hacía un mes que no escuchaban su voz, siendo completamente realistas —. ¿Me permite ir al baño?

Obtuvo la afirmativa del maestro y sin tardar más, salió del salón. Talló su rostro con fuerza antes de avanzar. El silencio en los pasillos le ponía nervioso, pues sus pensamientos parecían volverse más ruidosos.

Entró a los baños de chicos y sin tardar caminó hasta los lavabos. Vio su reflejo en el espejo con una extraña resignación, como si estuviera conociendo a alguien que no apreciaba, hasta que algo captó su atención en el espejo. En él podía ver cómo detrás de su cuerpo, en el segundo cubículo se asomaban por el suelo un par de pies calzando unas botas militares muy peculiares y un charco de sangre. Eijirō se tensó. No quería voltear. Sabía que no era real. Bakugō ya no estaba ahí. No podía estar ahí. Sus ojos comenzaron a arder y las lágrimas no tardaron en salir, al tiempo en que su respiración se hacía más pesada.

Sus manos temblorosas lograron abrir la llave del lavabo y el agua comenzó a correr. Dejó que sus dedos se mojaran y después sus manos enteras hasta sus muñecas. Con sus palmas hizo un pequeño cuenco en donde el agua se aglomeró rápidamente, casi con desesperación, echó agua a su rostro varías veces. No quería llorar. No quería sentir nada. Quería quitarse el cansancio y el dolor de golpe y el agua en esos momentos le brindaba una sensación única, reconfortante.

Cerró la llave y se enderezó con los ojos cerrados, dejando que el agua escurriera por su mentón. Usó sus manos para retirar el exceso de agua en su rostro y entonces abrió los ojos.

Su propio reflejo fue reemplazado por el protagonista de sus pesadillas. Los ojos apagados de Katsuki lo observaban desde el espejo, sus facciones inexpresivas eran capaces de quitarle el aliento a quien fuera, pero eso no era lo peor. Lo peor era la sangre espesa saliendo de la comisura de sus labios junto a una flor empapada en el mismo líquido.

El pavor inundó la mirada del pelirrojo al ver a Bakugō frente a él. Sus ojos examinaban con terror cada parte del rubio y su respiración volvió a cortarse como antes mientras que sus manos se afianzaban de la orilla del lavabo con la suficiente fuerza para romperlo si tan solo activara su quirk. Jadeos salían de sus labios en un intento por mantener la calma, pero cada vez era más difícil que el aire ingresara propiamente a sus pulmones.

Bakugō alzó lentamente su mano derecha y esta golpeó débilmente el espejo, haciendo que Eijirō retrocediera un par de pasos, comenzando a llorar con fuerza, dejando que su pecho fuera invadido por un terrible ardor. No era real. No podía ser real.

"Ei."

Y solo bastó eso para que su puño endurecido chocara contra el cristal frente a él, soltando un alarido aterrado. Definitivamente había escuchado la voz de su mejor amigo llamándole, pero no era real. Nada de eso era real y era lo que más le daba miedo. Su cuerpo cayó al suelo entre los pedazos de vidrio y se colocó en posición fetal, cubriendo sus oídos con una desesperación desgarradora, pues su mente no dejaba de reproducir una y otra vez su nombre en el tono de Bakugō, cada vez más alto, cada vez más fuerte. Y él solo podía suplicar entre lloriqueos y balbuceos que todo se detuviera al mismo tiempo que golpeaba su frente contra el suelo sin cesar, hasta que su cuerpo pareció darle tregua, dejando que cayera inconsciente e inerte en un último golpe. Todo se apagó.

Cuando despertó, eran las 9 de la noche. Supo reconocer el lugar como la enfermería de Recovery Girl. Estaba acostado en una camilla con algo parecido a una aguja insertada en su brazo izquierdo que conectaba a una bolsita con un líquido transparentoso. Su cabeza dolía.

— ¿Kirishima-kun?

Una voz le hizo voltear a la derecha aún algo confundido. La vieja heroína estaba parada a un lado de la camilla.

— ¿Qué-- Qué pasó? — preguntó queriendo levantarse, pero rápidamente a mujer le detuvo con un gesto de mano.

— Suponemos que tuviste un ataque de ansiedad derivado de eventos traumáticos recientes e inconscientemente te obligaste a... a desconectarte del mundo por un rato usando golpes repetitivos en la cabeza — explicó ella, guardando sus manos en los bolsillos de su bata —. Te sugiero que por hoy duermas aquí en la enfermería. Estás muy débil para caminar y debes seguir desorientado por el dolor de cabeza. Debes reposar aquí por esta noche. Tu camilla cuenta con un botón de emergencia que puedes presionar en cualquier momento que lo requieras.

Kirishima solo atinó a asentir a la gran cantidad de información que le fue soltada de pronto. Dejó que su cuerpo se relajara en la camilla y cerró los ojos, completamente rendido y drenado.

— Gracias — alcanzó a decir, antes de escuchar cómo la puerta se abría y cerraba después de unos pocos pasos.

La luz había sido apagada. Su brazo libre cubrió su rostro. Ya no quería seguir viviendo así. Ya no podía.

No durmió en toda la noche.

Cada vez que cerraba lo ojos, veía el rostro de Katsuki en el espejo y escuchaba su voz. Desde la última vez que habían "hablado" en el hospital, Kirishima no había vuelto a escuchar su voz, hasta ese momento. Sus sueños solo incluían un constante tormento visual, jamás había tenido que escucharlo de nuevo hasta que regresó a ese baño en donde todo se fue magistral y definitivamente a la mierda.

La mañana del martes llegó y Mina apareció en la enfermería con un bento.

— Hey, Kiri... — susurró ella, incapaz de ver a su amigo. La última vez que habían hablado fue cuando pelearon en el carro de los profesores de camino al hospital para ver a Bakugō.

Muchas cosas se habían deteriorado desde ese día y, la verdad, no parecía que fueran a arreglarse.

— Hey — balbuceó de vuelta el chico sin despegar su mirada del techo. El olor del tamagoyaki que le había hecho impregnaba sus fosas nasales y, más que abrirle el apetito, le daba náuseas.

— Te... Te traje el desayuno — anunció ella, dejando el bento en la orilla de la cama, cerca del alcance de Eijirō.

— Gracias — contestó él, seco, cansado, sin ganas de pelear ni decirle que no tenía hambre. Un simple gracias que parecía implorar que le dejara solo.

— Kiri, yo--

— Quiero estar solo — cortó el chico, moviéndose en la camilla para darle la espalda. Escuchó un suspiro y después la puerta abrirse y cerrarse.

Aunque Mina era la que más se preocupa por él, era a la que menos quería ver. Y no es que la odiara, pero la última vez que hablaron fue una pelea. Una pelea en la que él trataba de culparla a ella por lo que le pasaba a Katsuki, cuando la verdad no era su culpa.

La vergüenza de haberle hecho eso a su amiga más cercana le hacía querer alejarse, porque Mina merecía a un amigo mucho mejor que él. Él era una mierda para todo.

La jornada escolar se la pasó en la enfermería y Recovery Girl estuvo cuidándolo, incluso le hizo comer.

Lo dejaron salir a las 7 de la tarde de ese día y fue acompañado por Present Mic hasta Heights Alliance. Caminó a su cuarto sin prestar atención a las personas en la sala común.

No se sentía mejor, pero tampoco se sentía peor.

Se tiró a su cama después de cerrar con seguro la puerta de su habitación y abrazó su almohada. Como si fuera una reacción automática, sus ojos comenzaron a soltar lágrimas y se arrulló a sí mismo con los sollozos, hasta que quedó dormido.

Abrió los ojos cuando escuchó balbuceos paniqueados de Mina. Estaba de vuelta en el baño. En ese baño.

La pelirrosa hacía lo posible por que su ácido alcanzara a derretir el seguro de la puerta, fallando un par de veces en el proceso.

La puerta se abrió hacia afuera y la vista dejó nauseabunda a Mina, que tuvo que apartarse después de haber visto la sangre en el inodoro y en el suelo, escurriendo aún de la boca de Bakugō, que ahora estaba inconsciente. Aizawa estaba en shock, por decir lo menos. Uno de sus alumnos más fuertes, uno de los más decididos, uno que jamás pensaba en "tonterías" como lo era el amor. Había llegado a un punto de no retorno en ese momento. Bakugō...

— ¡Bakugō!

Kirishima se incorporó en la cama, sudoroso, confundido y asustado. Sus manos apretaban las sábanas desarregladas y su respiración pesada le hacía creer que iba a vomitar.

Eran la dos de la mañana, pero no se molestó ver el reloj de su mesita de noche, pues solo atinó a levantarse de la cama a trompicones para abrir su puerta torpemente y correr hasta los baños en el primer piso.

Apenas abrió la puerta de uno de los cubículo se arrodilló para sacar la poca comida que había logrado ingerir en el día junto con jugos gástricos que le generaban un fuerte ardor en la garganta al momento de expulsarlos.

Recargó su mentón en la taza de baño y extendió su brazo izquierdo para tirar de la cadena. Sus ojos cansados observaron su vómito desaparecer y suspiró cansado. Harto. ¿Por qué todo parecía empeorar?

Ya no quería. Ya no iba a dejar que todo eso siguiera.

Determinado, se levantó del suelo y tambaleó hasta los gabinetes del baño. Sin importarle el ruido o el desastre que comenzaba a hacer, fue sacando producto tras producto y dejando que cayeran al suelo hasta que encontró al fondo de una de las pequeñas repisas el preciado objeto que tenía en mente.

Un paquete nuevo de navajas para afeitar.

Sonrió aliviado, como si tuviera frente a él la respuesta a todos sus problemas.

Abrió desesperadamente el paquete y sacó una de ellas, dejándose caer sentado al suelo, apoyándose contra una pared.

Extendió su brazo izquierdo sobre sus piernas y, deseoso, observó el filo de esa pequeña navaja que sostenía entre sus dedos. Si nunca iba a poder vivir tranquilo con la ausencia de Bakugō, entonces no viviría y ya.

Arrastraría esa navaja a lo largo de todo su brazo izquierdo, buscando dejar una herida tan profunda como la de su corazón. Para ambas sería imposible sanar, jamás cicatrizarían. Pero Eijirō no necesitaba que lo hicieran si iba a estar muerto.

— Espérame, Katsuki... — susurró, acercando la navaja a su muñeca. Presionó esta suavemente, como si quisiera tantear el terreno y entonces respiró hondo, preparándose.

Sin pensárselo más, cerró los ojos y movió la navaja hacia abajo, cuando de pronto esta se atoró. Su ceño se frunció en confusión, pero cuando sus ojos se abrieron, toda la esperanza en su rostro fue cruelmente reemplazada por sufrimiento.

La piel bajo la navaja estaba endurecida, impidiendo que el filo avanzara o tan siquiera llegara a cortar. Su don había actuado a sus espaldas, inconscientemente activándose por el mero instinto de supervivencia.

— No, no, no, no, no, no, por favor, no — comenzó a balbucear, esta vez golpeando su antebrazo endurecido una y otra vez con la navaja, intentando enterrar esta, sin éxito alguno. Para más, su piel de roca magullaba cada vez más el filo —. ¡Mierda, no! ¡No, no, no!

La mano que sostenía el objeto se endureció igual y la navaja se dejó vencer por la fuerza, volviéndose inútil. Kirishima la arrojó al frente y golpeó el suelo con su puño, rompiendo las baldosas bajo él. Su cabeza azotó contra la pared mientras gritaba e incluso sintió cómo escombros de la pared caían por sus hombros. Ahora incluso su quirk estaba en su contra.

— ¡Maldita sea! — vociferó, sintiendo su garganta quemar mientras las lágrimas ocupaban su ya conocido lugar rodando por sus mejillas.

Y claro, sus gritos despertaron a algunos.

Cuando se dio cuenta, Mina estaba entrando al baño de chicos seguida por Kaminari y Sero. Los tres parecían asustados. Obviamente iban a estar asustados si se despertaban en plena madrugada después de escuchar el sonido de cosas cayendo, golpes y gritos.

— ¿Kirishima? — preguntó Mina, observando la escena. Sus ojos se abrieron aterrados cuando notó un paquete abierto de navajas y su vista recorrió con pánico el cuerpo del chico sentado en el suelo. Solo pudo calmarse cuando notó que no había sangre.

El chico no respondió, pero al menos dejó de golpear la pared y el suelo. Su llanto ahora era silencioso. Ese nudo en la garganta le quitaba la posibilidad de hablar.

— Kirishima, amigo — comenzó Kaminari, preocupado, mientras daba un par de pasos al frente —. Ya... Ya es demasiado, n-nos preocupas. Sabemos que te sientes mal por la muerte de Bakugō, todos nos sentimos mal, pero--

— ¡No! — interrumpió el pelirrojo, cosa que tomó por sorpresa a los otros tres. Incluso el propio Eijirō se sintió abrumado por poder hablar, pero... pero el nudo no estaba —. ¿Se sienten mal? ¿¡Ustedes se sienten mal!?

— Kiri-- — intentó intervenir Sero cuando vio que el otro se paraba del suelo torpe y bruscamente.

— ¡Yo perdí a mi mejor amigo! — gritó, para después jalar aire entre su llanto —. P-perdí a la persona que más amaba. Perdí a mi otra mitad, a mi alma gemela... ¡Perdí a la mejor parte de mí! ¡La luz de mi vida! — logró soltar, dando pasos débiles hacia los tres chicos cerca de la entrada del baño —. Y la peor parte es que yo lo maté.

— Kiri, eso no es-- — fue el intento de Mina para calmar las aguas.

— ¡Los sentimientos que tenía por mí lo mataron! — explicó Kirishima, señalándose a sí mismo. Sus brazos y manos estaban de vuelta a la normalidad —. Es mi culpa que ahora ya no esté aquí con nosotros. E-es... Es mi culpa que ya hayamos pasado un mes sin su presencia... Es mi culpa. Si yo-- si yo le hubiera dicho cómo me sentía antes... Si hubiera visto con más atención--

Con esa últimas dos frases, su voz se fue apagando y la fuerza de sus piernas se fue. Hubiera caído de cara al suelo si no hubiera sido por Mina, que atrapó su cuerpo y lentamente ambos se deslizaron hasta quedar sentados en el suelo, llorando. Ambos chicos se sentían culpables. Pero Mina no lloraba por eso.

Mina lloraba por Eijirō. Mina lloraba por la intensa sinceridad de las palabras de su mejor amigo. Llevaba un mes sin escucharlo decir gran cosa y ahora que por fin le oía, todo lo que él pensaba había salido cual torrente. Mina estaba destrozada. Le dolía saber que el chico estaba seguro de que era su culpa.

— No fue culpa tuya, Mina — murmuró él, apresurándose a abrazar con fuerza a la chica, que solo correspondió. Pronto ambos fueron abrazados por los otros dos chicos en el baño.

— Ei... — contestó ella, chillando un poco fuerte —. Tampoco tuya... tampoco tuya.

Ninguno de los cuatro supo cuándo llegó Aizawa, pero fueron mandados a dormir enseguida.

Esa noche, Eijirō entró a su cuarto con la sensación de que alguien le había quitado un gran peso de los hombros. No, no estaba bien aún, pero podía decir que tal vez algún día lejano, podría estarlo. Tal vez lo que había necesitado era ese fuerte abrazo de sus amigos o sacar todo aquello que sentía con algo más que lágrimas.

Un mes era muy poco tiempo para recomponerse y ese había sido su error, pensar que no había más tiempo, al igual que pensar que era mejor no involucrar a nadie.

Esa madrugada se acostó en la cama y, viendo el techo, llegó a la conclusión de que aún no podía perdonarse, pero se prometió que algún día lo haría. Se permitió sentir algo más que culpa y se permitió aceptar la partida de su amado, pero abrazó el sentimiento de amor que Bakugō le regaló y lloró un poco más, esta vez acompañando el llanto con una sonrisa.

"Lo siento, Katsuki. Tendrás que esperar un poco más" pensó él, acomodándose en la cama para dormir.

"Primero quiero sanar, pero siempre formarás parte de mí, como una bella cicatriz..."

— Aquí — susurró, llevando sus manos a su pecho, justo sobre su corazón.

Y así, esa noche, pudo dormir en paz.

Quiubo, ¿cómo andan? Alxhile a mí sí me gustó cómo quedó. Si no entienden algo, les recomiendo leer el hanahaki que mencioné en las notas iniciales.
¡Espero les haya gustado! Quería enseñarles esta parte de un corazón roto y la partida prematura de un ser amado con quien no se pudo aclarar ciertas cosas o cerrar ciclos y esto fue lo que salió.

¡Nos vemos mañana con fluff!

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