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Prólogo

Con la espalda recargada en una pared de ladrillos viejos, en medio de la noche y como única fuente de luz el fuego de un cigarrillo a punto de extinguirse, en lo profundo de un callejón, pero en lo alto de una estructura lo suficientemente inestable como para caerse con un suspiro, se encontraba un chico de melena rubia, un pelo oxidado pero con un estilizado flojo y mechones resecos, una apariencia poco petulante.

Alzando su mano, el cigarro toco una última vez sus labios, sintiendo el sabor de la nicotina invadir su garganta hasta sus pulmones antes de arrojarlo flojamente la colilla por la baranda del lugar.

Los pasos mojados que sus oídos detectaron en cuestión de segundos, hicieron que una serie de numeraciones aparecieran en su cabeza hasta que calculó la distancia de aquella nueva presencia detrás de él.

Sin falta de palabras entre ambos, el rubio se puso de pie con el incómodo atuendo de encaje cubriendo su torso y brazos provocándole una comezón casi insoportable en cada movimiento.

Continúo su camino hasta llegar al final de una puerta roja a la que hacía tiempo atrás había denominado, el infierno.

Con la misma monotonía que lo caracterizaba a él y a cada uno de sus compañeros empujo vagamente con sus dedos el frio metal viejo, sin palabras una vez más, paso del hombre a su lado quien entro detrás de él en silencio.

Quieto, observando al asqueroso hombre de doblada edad sintió el vómito acumularse en la boca de su estómago, si hubiese comido algo en anteriores horas, lo cual no sucedió, ya habría arrojado todo al piso, incluyendo su vida.

Pero una vez más solo pudo quedarse quieto, ambos hombres mantenían una conversación, nos los escuchaba, el sonido parecía lejano, como alterado, sucio, parecía que desaparecía en el aire, meciendo sus propio cuerpo, incapaz de encontrar equilibrio se encontró observando el movimiento de los labios de su proxeneta.

No entendía lo que sucedía, pero si lo que pasaba, era algo tan cotidiano que su cuerpo accionaba automáticamente como una máquina de expreso, movimientos lentos, torpes y entumidos.

Su mano derecha se alzó a su brazo izquierdo, enterrando sus uñas en la carne sucia y enferma en el pliegue de su codo, rascando las varias y desiguales punciones con ira.

Escuchó el aluminio de la puerta azotarse antes de que pudiera ver la realidad una vez más, parpadeó un par de veces antes de que su visión lograra enfocar al hombre frente a él.

¿Cuándo se había movido?

La pregunta surcó su mente pero desaparecido tan rápido como comprendió que daba igual. Todo daba igual.

Cerró los ojos cuando algo húmedo comenzó a subir de su esternón hasta su barbilla.

El olor era algo que ya había dejado de percibir también, y lo agradecía los clientes no se tomaban muy bien las arcadas en medio del trabajo.

Su cuerpo se arqueó por costumbre cuando los pares de manos se fueron directamente ahuecar su trasero, los sonidos también era automáticos.

Su piel picaba, ardía, y sentía la necesidad de rascarse hasta arrancarse la piel, a mordidas si era necesario, pero lo necesitaba.

Ese pequeño hormigueo que comenzaba desde su vientre hasta su garganta con una aspiración tan tentadora que deseaba apagar con todas sus fuerzas comenzaba a surgir como si en cualquier momento pudiese atravesar su piel y tomar completo control.

Tanto tiempo intentó evitar mostrar aquel deseo pero muy a sus adentros, tan profundo, sabía que no iba a poder ocultarlo mucho tiempo más.

Y sobre todo.

Ya no encontraba ninguna razón para esconderlo más.


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