6: Compañeros
Ship: Hasgard x Asmita
Palabra: Encuentro casual.
Universo de The Lost Canvas.// Cambios en el canon.// What if...?
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Encontrar al hombre que había sido elegido como santo de virgo era su misión, por eso había viajado hasta ese extraño país.
Por lo que el Patriarca les había contado, hace años había sido elegido y reconocido por la armadura, pero se había negado a moverse al Santuario, con la excusa de que aún debía resolver algunos asuntos en su país natal. Por alguna razón, Athena lo permitió.
Y ahora, con la guerra santa a la vuelta de la esquina, él había recibido la misión de llevarle la armadura y guiarlo al Santuario para que se integrara a las filas cuánto antes. Así había terminado ahí, en un país desconocido, atravesando varios parajes, hasta llegar al monasterio que le indicó el anciano de Jamir.
- Lo lamento, señor. Pero el joven Asmita no se encuentra.- Le informó uno de los monjes su pésima suerte.- Puede quedarse a esperarlo si desea, o puede volver más tarde.
- Gracias. Creo que volveré más tarde entonces.
Después de agradecerle al amable hombre por sus atenciones, se retiró del ministerio, con el pequeño pueblo como nuevo destino.
Ese lugar era completamente diferente al santuario. Había muchos animales como serpientes enormes y de colores que jamás había visto, y bestias gigantescas que parecían sacados de algún mito griego.
Le pareció curioso, por decir lo menos, que los animales domésticos cómo vacas y toros anduvieran sueltos por las calles, y en vez de temerles, la gente los respetaba y amaba bastante, alimentándolos y jugando con ellos. Sin contar que los hábitos alimenticios eran polos opuestos a los de Grecia.
En Grecia era absolutamente normal comer carne, y era visto extraño no consumirla. Aquí era al revés, encontrar un trozo de carne era como tratar de encontrar una aguja en un pajar, la mayoría de los platillos eran a base de verduras, granos y algunas frutas. Además de que ahí parecían no conocer ni siquiera la cerveza.
Al final, solo suspiró cansado, resignandose a comer lo que había disponible. Qué no daría en ese momento por un buen corte de carne y una jarra de cerveza para ese calor infernal...
Debía admitir que el sabor del platillo no era malo, simplemente nuevo. Pero al final terminó disfrutando la experiencia. No todos los días se puede probar comida de otro país, ¿verdad?
Después de pagar la cuenta, salió del establecimiento, para caminar un rato sin rumbo fijo. Esperaría hasta el atardecer para ir a buscar al tal Asmita.
Caminó por las calles de ese pequeño pueblo, observando todo a su alrededor. Todo le parecía nuevo, extraño, desconocido... Pero a la vez, fascinante.
Sin embargo, su tranquila caminata se vió interrumpida cuando vió a un toro tratando de atacar a unos niños. De inmediato se apresuró a ir en la misma dirección que fueron los infantes para detener al animal, pero se llevó una sorpresa enorme al encontrar a los niños sanos y salvos, y el animal tranquilo.
- ¿Están bien?- Preguntó, aún incrédulo.
- No se preocupe, solo fue un pequeño malentendido.- Respondió el jóven de larga cabellera rubia, acariciando la cabeza del toro.- Estos niños hicieron enfadar a este grandulón, pero ya todo está en orden y no volverá a suceder. ¿Cierto, niños?
Los menores asintieron, aún estaban agitados por la carrera que habían emprendido.
- Bien, niños. Mejor vuelvan a casa, y nada de molestar a los animales, ¿de acuerdo?
- ¡Sí, señor!
Después de eso, los niños se fueron, dejándolos únicamente a ellos dos y ese animal.
- ¿Cómo fue que...?
- ¿Lo detuve?- Completó la frase el desconocido.- No fue nada realmente. A pesar de su apariencia intimidante, son animales bastante nobles y dóciles en realidad. Solo que de vez en cuando pierden la cabeza.- Añadió con una pequeña risa, cuando el toro buscó más de su atención, frotando su cabeza contra sus manos.- Solo es necesario ayudarlos a calmarse. Es todo.
Hasgard observó con admiración como el animal parecía reconocer al joven, al tiempo que éste era capaz de transmitirle la enorme paz que emanaba. Sí sabía que esos animales rara vez actuaban de forma agresiva sin una provocación previa, pero jamás había visto a alguien calmarlos así de fácil. Era algo que solo creería posible en un mito, cómo el de la princesa Ariadna.
- Ya, ya, grandote.- Rió el rubio, acariciando la cabeza del animal.- Ya todo está bien.
- Disculpa...
Cuando intentó acercarse, el toro se puso enfrente del rubio, mostrándose a la defensiva y listo para atacar.
- Ey, tranquilo. Está bien.- Habló el joven, calmando al animal.- Discúlpalo, es muy celoso y sobreprotector.
- Ya lo noté...- Murmuró.
- No seas tan duro con él. Lo conozco desde que era un becerro.- Rió el rubio, acariciando las orejas del toro.- En fin... ¿Puedo ayudarte en algo?
Hasgard hasta entonces notó el curioso detalle de que en todo ese tiempo, el joven había mantenido los ojos cerrados. Se preguntaba si acaso tenía una herida o algo así, pero a la vez, se le hacía una pregunta demasiado invasiva y algo grosera.
- ¿Te preguntas por qué tengo los ojos cerrados?- Cuestiono con una sonrisa de superioridad el rubio, cómo si fuera capaz de leer sus pensamientos.- Lo suponía.
- Yo no-
- Relájate, no me parece grosero.- Le restó importancia con una sonrisa divertida.- No tengo ninguna herida, y tengo ambos ojos. Pero da lo mismo si están abiertos o no, no son capaces de percibir nada.
Así que era por eso... Aún así, Hasgard no pudo evitar reprenderse mentalmente por ser tan obvio.
- Y bien, ¿te perdiste acaso?- Preguntó con esa misma sonrisa el blondo.
- No. Pero... Estoy buscando a alguien.
- Suerte con eso.- Rió el contrario, para después subir en el lomo del toro.- Encontrar a una persona aquí será como encontrar una estrella en el firmamento.
Vaya que lo había confirmado. Debía ser paciente, pero no podía evitar maldecir un par de veces al condenado Asmita por desaparecerse justo el día en que lo habían mandado a buscarlo, y de paso al Patriarca por enviarlo justamente a él entre todos los santos disponibles. Seguramente para Sísifo Degel o Cid habría sido más llevadera esa misión.
Ellos estaban más acostumbrados a ser emisarios del Santuario. Degel incluso a comer todo tipo de gastronomía, y conocía más sobre diferentes culturas del mundo al ser el principal representante del Santuario. Seguro que cualquiera de ellos tres se lo estaría pasando a lo grande. Pero no, tenían que enviarlo justamente a él sólo a ese lugar del que no sabía nada, a buscar a alguien que ya comenzaba a detestar sin siquiera conocer todavía.
- ¿Por qué no intentas encontrar algo qué hacer en el pueblo? Quizás esa persona te termine encontrando.
- Es un asunto un poco urgente. No tenemos tiempo que perder.
- Para mí suena a una excusa para irte de aquí cuánto antes.- Mencionó con esa risita fanfarrona que parecía caracterizarlo.- Ven conmigo. Te enseñaré algunas cosas, para matar el tiempo al menos.
Lo dudó por unos segundos, pero realmente no tenía nada qué perder, así que decidió aceptar, comenzando su andar al lado del rubio montado en aquel animal.
Mientras caminaban, el chico le hablaba sobre el lugar y la cultura local. Le explicó que en esa tierra existian y convivían en paz muchas religiones, aunque las más comunes eran el hinduísmo, el jainismo, y el budismo.
Si bien, al inicio todo le pareció raro, después de las explicaciones que su inesperado guía le dió, poco a poco comenzó a comprender todo, y a parecerle más familiar de lo que creyó en un comienzo.
La razón por la que la mayoría de la gente no consumía carne, era por voluntad propia, como un acto de fe, una renuncia voluntaria. Aunque había muchísimas religiones, varias de ellas tenían muchas cosas en común: como que el no consumir carne, no era obligatorio, pero si se decidía hacerlo, debía ser por convicción y voluntad propia.
Lo mismo ocurría con cosas como los votos de silencio, o los ayunos. Todos eran realizados como pruebas voluntarias para fortalecer su espíritu. Todo era hecho con el fin de desprenderse de sentimientos mundanos y acercarse cada vez más a la paz interior, la famosa iluminación.
Viendolo desde esa perspectiva, no era tan diferente a los largos entrenamientos bajo el sol que hacían, o las intensas batallas que enfrentaban por decisión propia, por amor a su diosa y a sus ideales. En los entrenamientos y batallas, también salían heridos, también sufrían, pero todo era por sus ideales, por proteger a su diosa.
Quizás no eran tan diferentes después de todo.
- Y estos no son ningún tipo de animal místico ni nada de eso.- Explicó con diversión el rubio, acercándose a uno de esos enorme animales.- Se llaman elefantes, y son muy mansos. Incluso son usados como medio de transporte, y como apoyo en la construcción de edificios.
Esos animales lograron asustarlo un poco al verlos por primera vez, y prefirió mantener la distancia, pero al ver a ese hombre acariciarlos cómo si de un perro se tratase, y no ser atacado de ninguna forma, se daba cuenta de que nuevamente, se equivocó al juzgarlos antes de tiempo.
- Aunque tampoco seas tan confiado. Las serpientes sí pueden llegar a ser algo peligrosas si no tienes experiencia con ellas.- Advirtió el rubio, mientras le tomaba de la mano, después de que finalmente se atreviera a acercarse a un elefante.- Así que, solo recuerda, elefantes, vacas y toros inofensivos. Serpientes, mejor evítalas, no estás entre sus comidas favoritas, pero si tienen un nido con crías cerca o se sienten amenazadas, no dudarán en atacarte.
- Bien. Lo tendré en cuenta.- Le devolvió la sonrisa al rubio, sintiéndose mucho más tranquilo y en confianza.- Ya es un poco tarde...
- Eso creo.- Mencionó el blondo, alzando un poco la cabeza, de modo que los últimos rayos del sol besaban sus párpados.- Si mis cálculos no fallan, ya está atardeciendo, ¿no es así?
- Sí. El sol está a punto de ocultarse.- Confirmó con genuino asombro.
Era increíble cómo ese hombre, a pesar de ser ciego, podía orientarse y desplazarse por todo el pueblo perfectamente bien. Incluso era capaz de saber el momento del día al sentir los rayos del sol sobre su piel... Simplemente, fascinante.
- ¿Tienes hambre?- Cuestionó el rubio.- Yo invito.
- No quiero ser una molestia, pero creo que aceptaré la oferta.
- Nada de eso.- Sonrió el jóven.- Es parte de nuestra cultura la hospitalidad, especialmente con los extranjeros. Así que, tómalo como parte de mi crecimiento espiritual.- Añadió con una pequeña risa.
Hasgard le devolvió la sonrisa, al inicio le había parecido un hombre bastante extraño y no digno de mucha confianza, pero en el transcurso de ese día, había descubierto que como prácticamente todo a su llegada, se equivocó. Cada vez le caía mejor.
Ese toro los siguió todo el día, hasta que llegaron a una pequeña casa a las afueras del pueblo, afortunadamente, cerca del monasterio, no tendría que caminar mucho para ir en busca del condenado Asmita.
Ahí, el animal pareció comprender que era hora de despedirse. El chico de cabello dorado le dió de comer una manzana, y el bovino se marchó.
Su nuevo amigo le mostró el lugar, era algo pequeño, pero bastante acogedor y cálido. Aunque aún después de todas las explicaciones, le seguía pareciendo curioso comer con las manos y en el suelo. Sin duda, jamás olvidaría ese viaje, quién sabe, quizás volvería algún día solo para descansar de sus responsabilidades. Tal vez llevaría a sus discípulos con él para que descansaran un poco y conocieran otros lugares y otras culturas.
En ese punto, ya le había tomado gusto a la comida. La forma de preparar el arroz era diferente a la de Grecia, usaban más condimentos y mucho picante, pero el sabor no era malo. Las verduras eran frescas, igual que algunas frutas que no conocía antes de llegar ahí, pero que eran deliciosas.
Se sorprendió un poco cuando su nuevo amigo solo comió un poco de arroz, pero lo entendió después, cuando éste le explicó que era parte de su voto de austeridad. Después de todas las explicaciones que le había dado respecto a esos temas durante el día, no cuestionó más, y simplemente asintió. Ahora comenzaba a plantearse intentar alguno de esos votos, tal vez podría tener efectos positivos abstenerse de algunas cosas de vez en cuando.
- Gracias por todo... Eh...
Hasta el momento de la despedida, cayó en cuenta que no sabía el nombre del chico. Había estado tan ocupado preguntando y escuchando información sobre lo que veía, que no se había detenido a preguntarlo.
El sentimiento de vergüenza por su enorme descuido fue inevitable, y solo pudo desviar la mirada apenado. El blondo solo rió bajo, parecía que él sí se había percatado de la situación, pero lejos de molestarle, le daba bastante gracia.
- No tiene demasiada relevancia en realidad.- Sonrió con tranquilidad el rubio.- Digamos que no será la única vez que nos veamos, Hasgard. Aunque admitiré que esperaba más de un santo de oro de Athena.
- ¿Cómo es que...?
- Posees un cosmos bastante fuerte, pero también muy noble, cálido y bondadoso.- Señaló con calma.- Aunque, eres algo torpe, no lo voy a negar.- Añadió con una pequeña risa, a la par que un cosmos bastante fuerte comenzaba a manifestarse.
- ¿Tú eres...?
- El desgraciado por el que te hicieron venir.- Completó con gracia, siendo rodeado por una luz dorada, la forma en que se manifestaba su inmenso cosmos.- Asmita de Virgo.
Le tomó unos segundos procesar toda esa información. ¿Cómo había podido estado todo el día cerca de alguien con un cosmos tan poderoso y no darse cuenta?, ¿cómo era capaz de ocultar su cosmos de esa forma?, ¿si desde un inicio lo reconoció, por qué no dijo nada hasta ahora?, ¿acaso todo había sido un plan de Asmita?, ¿para qué?
- Tranquilo, no voy a matarte ni nada.- Bromeó Asmita, devolviendo su cosmos a su estado normal.- Bien, escucho tus preguntas.
Vaya que las tenía... Y no dudó en decir todas, iniciando con el porqué no le dijo su identidad desde un comienzo. A lo que Asmita se rió un poco antes de contestar.
- No preguntaste.- Sonrió, encogiéndose de hombros.- Pero, además, digamos que fue una sorpresa incluso para mí encontrarte. Creo que olvidé que quiénes huyen de su destino, son los que más rápido terminan encontrándose con él.
- ¿Intentabas huir?
¿Acaso Asmita jamás había aceptado formar parte del ejército de Athena?, ¿lo estaban obligando a unirse a las filas?
- No pongas palabras en mi boca, Tauro.- Explicó con calma.- Nadie me ha obligado a absolutamente nada. Y no estaba huyendo de tí, ni del Santuario... Simplemente, tenía mis dudas y necesitaba un tiempo para terminar de aclararlas.
- ¿Qué quieres decir?
- No tiene caso mentir. No creo que Athena tenga la capacidad y fuerza suficiente para liderar un ejército, ni para ganar esta guerra.- Confesó sin rodeos.- También dudaba de sus santos. Si realmente son hombres de confianza, que de verdad saben por lo que están luchando, si realmente están dispuestos a cualquier sacrificio para cumplir su misión, si realmente serían capaces de cualquier cosa por conseguir la victoria... De eso dependería si aceptaba unirme a ustedes o no.- Explicó el invidente.- Y creo que después de este día, tengo una respuesta definitiva.
Hasgard solo pudo suspirar. Esta vez vaya que había metido la pata en grande. Seguramente de prejuiciosos, elitistas, groseros e irrespetuosos, Asmita no bajaba a los santos de Athena ahora.
- Ayudaré en la guerra.- Dijo Asmita, sorprendiendolo.- Creo que después de este día, varias de mis dudas tienen una respuesta. Aunque les advierto que no soy tan fácil de dominar, y no me gusta seguir órdenes.
- Eso es algo que ya noté.- Mencionó con una sonrisa el peli-blanco.- Bienvenido entonces, Asmita, santo de Virgo.
- Gracias, Hasgard, santo de Tauro.
Así fue como habían conocido, hace ya un par de años. Desde entonces habían ocurrido infinidad de cosas, su relación había evolucionado de conocidos, a buenos amigos, y después, amantes.
Eran polos opuestos en más de un sentido, eso era cierto. Pero, de algún modo, se complementaban muy bien.
Asmita podía ser bastante directo y a veces algo malicioso con sus palabras, pero jamás decía algo sin fundamento. Hasgard era mucho más jovial y amable, pero también tenía un carácter bastante imponente si la situación así lo requería.
Los dos habían contemplado y sentido el sufrimiento, crueldad y maldad del mundo, pero cada uno lo había asimilado de forma diferente. Uno lo creía algo inevitable, y cuestionaba entonces para qué luchar por ir en contra de una fuerza mayor. El otro creía firmemente en que si todos se unían, llegaría el día en que pudieran terminar con el dolor y sufrimiento, y heredar un mundo mejor a las siguientes generaciones.
Sin duda, una combinación que nadie creería posible, pero lo era.
- ¿Todo en orden?- Preguntó tranquilamente, al sentir la presencia del guardian del segundo templo.- Siento tu cosmos algo agitado.
- Eso quería preguntarte a tí.- Respondió el más alto, sentándose frente a él.- ¿Qué sucede?
- Así que era eso.- Sonrió tranquilamente, levantándose para acortar la distancia y acariciar la mejilla del contrario.- No te preocupes, todo está bien.
- Las cosas están cada vez peor.- Suspiró el guardián de Tauro, tomando la mano de Virgo en la suya.- El ejército de Hades está avanzando, perdemos cada vez a más aliados, y los espectros no dejan de resucitar... Y...
- Sé que es duro para tí.- Susurró el rubio, besando sus lágrimas.- No tienes que contener tus lágrimas conmigo.
Asmita sabía que la llegada de la guerra santa estaba siendo demasiado dura para Hasgard. Ya había perdido a uno de sus discípulos y a otro chico de nombre Tenma al que le tenía mucho aprecio, en uno de los primeros ataques de los espectros.
Los dos sabían que al aceptar el puesto como guerreros, estaban aceptando también todo lo que ser uno implica. El dolor de perder a seres amados, seguir adelante con la misma fuerza a pesar de perder todo, entregar su alma a su causa, olvidarse de todo en el campo de batalla y concentrarse únicamente en vencer, hacer lo necesario por conseguir un bien mayor... Pero no dejaban de ser humanos.
No dejaban de sentir dolor, no dejaban de amar, no dejaban de sentir frustración, y no dejaban de tener miedo.
- ¿Mejor?- Preguntó Asmita, después de permitirle llorar en su hombro, mientras acariaba sus cabellos.
- Eso creo.
Asmita le sonrió suavemente, para después besar sus labios con ternura, mientras limpiaba los pequeños rastros de lágrimas de sus mejillas, siendo correspondido fácilmente.
Más pronto que tarde, los pequeños besos comenzaron a tomar fuerza e intensidad, volviéndose poco a poco más demandantes y hambrientos. Rápidamente, la temperatura corporal de ambos comenzó a subir, buscando con deseo el calor del otro.
- ¿Te quedas a dormir hoy?
- Creo que aún si me negara, no me dejarías ir, ¿cierto?- Bromeó el albino, acariciando la pálida mejilla del sexto custodio.
- Qué bien me conoces.- Rió suavemente Virgo, volviendo a besar sus labios.
Una pequeña risa cómplice por parte de los dos fue suficiente para levantarse e ir a una cámara oculta del templo de Virgo.
El sexto templo tenía varios secretos, entre ellos, una cámara con aguas termales que conectaban con algún manantial.
El estanque natural era bastante amplio, espacio más que suficiente para los dos, dónde disfrutaban pasar un momento agradable, para relajarse un poco.
- Tienes demasiada tensión acumulada.- Susurró el rubio, mientras le daba un suave masaje en los hombros, sentado en su regazo.- Déjame hacerme cargo.
- Siempre que te dejo hacerte cargo, terminamos durmiendo con suerte un par de horas.
Los dos se rieron por aquella broma. Mentira no era, al fin y al cabo. Pero era algo que ambos disfrutaban.
- ¿Recuerdas aún la primera noche que "me dejaste hacerme cargo"?- Susurró Asmita en su oído, comenzando el suave masaje en los fuertes hombros frente a él.
- ¿Cómo podría olvidarlo?
El día que se conocieron, después de que Asmita se presentara cómo el Santo de Virgo que debía encontrar, siguieron conversando por unos minutos más, riendo por las pequeñas bromas absurdas y algo ácidas que se hacían entre ellos, tanto sobre lo que habían visto en su recorrido, como de sus vidas mismas.
Esa noche, igual que ahora, Asmita le dijo que tenía demasiada tensión acumulada, y se ofreció a darle un pequeño masaje... Las cosas subieron de intensidad demasiado rápido. Asmita fue el primero en tomar la delantera, y robarle un beso en los labios, igual que ahora.
- ¿Quieres repetir esa noche?
- La que sea contigo.
Volvieron a besarse de forma lenta y pausada, tomándose su tiempo para acariciar la piel contraria, y explorar el cuerpo del otro, tan diferentes entre sí... Igual que esa ocasión, ese primer encuentro casual, que sin saberlo, era solo la pequeña llama que incendiaría todo poco después.
Al cerrar los ojos, y dejarse envolver por los recuerdos y la imaginación, casi podía sentir el árido aire de la India.
Igual que esa noche, la boca de Asmita y sus manos fueron las primeras en deleitarse con cada centímetro de su cuerpo, desde su fuerte pecho, hasta su dura erección.
Pero tal como en esa ocasión, él tampoco quiso quedarse atrás, y no tardó en atraer al rubio hacia él, devorando con su boca el miembro del más bajo, que se aferró a sus hombros, gimiendo su nombre entre jadeos.
- Ten cuidado.
- ¿Sigues teniendo miedo por mí después de dos años?- Sonrió altanero Asmita, teniéndolo ya acostado sobre una suave cada, y con él encima, con las piernas a cada lado, como si buscara impedirle escapar.- Eres adorable.- Añadió, dejando un corto beso en sus labios, mientras acariciaba sus mejillas.- Es tan dulce de tu parte...
- Asmita...
- Pero me encanta montarte, hacerte jadear, llevarte al límite...- El rubio comenzó a autopenetrarse, y moverse sobre su regazo, a la par que decía esas palabras.- Hasta que pierdas el control, te olvides de absolutamente todo...
- Asmita...
- Me encanta tu voz, pero oírte gimiendo mi nombre, pidiéndome más... Es para mí la más bella de las melodías.
Asmita era la prueba viviente de que las apariencias engañan. El Santo más reservado, considerado casi una deidad, en la cama de reservado y recto no tenía nada.
Era un amante realmente apasionado, yacer con él era como tocar el fuego del infierno y dejarse consumir por él.
Asmita no tenía problema alguno en decir exactamente lo que quería y cómo lo quería. Era demasiado explícito cuando de la intimidad se trataba, y le gustaba motivarlos a él a serlo.
- Así que al fin te decidiste...- Sonrió con la respiración agitada, cuando Hasgard intercambió las posiciones.- Me gusta esa actitud. Ahora no seas tímido y muéstrame lo que tienes.
- No tienes remedio.- Le devolvió la sonrisa, besando el blanco cuello a su alcance.
- Puedo soportar muy bien tus proporciones...- Jadeó el rubio, siendo embestido.- No tengas piedad conmigo... Házme gritar y olvidar hasta mi nombre.
No fue necesario pedirlo dos veces. El calor de la pasión ya era insoportable, sus cuerpos se buscaban necesitados, deseosos de fundirse en uno sólo, encontrarse, acariciarse y danzar ese pecaminoso baile hasta caer rendidos por el cansancio.
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