25: Tras la máscara
Ship: Atavaka x Asmita
Palabra: Fiesta de antifaces.
Universo Alternativo.// Universo de fantasía.// Donceles.// Vampiros.
Advertencias: Venganza, gore leve, mención de secuestro, asesinato, etc.
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Atravesar las entrañas del oscuro bosque, hasta llegar al inmenso castillo oculto entre la espesura de los árboles, vigilado por la blanca luz de la luna llena que iluminaba el cielo nocturno, así como sus ropas tan pulcras como la misma nieve.
Sin basilar ni por un segundo, ingresó por las gigantescas puertas de madera de abeto, abiertas de par en par, y caminó por el largo pasillo, iluminado por la luz de las velas encendidas.
Su caminar era tan elegante, que hipnotizaba a todo el que lo miraba. Robó la atención de todos los presentes sin necesidad de decir siquiera una palabra. Nadie podía quitarle los ojos de encima, hasta que llegó al gran salón de baile.
Sabía el efecto que provocaba en todos, cómo todos lo miraban, podía oler el deseo que todos sentían por poseerlo, pero también el temor que su belleza imponía. No se molestó en ocultar su sonrisa llena de soberbia, no tenía porqué hacerlo.
Con la gracia de un cisne, y la suavidad de una hoja al viento, tomó una de las copas llenas de líquido rojo disponibles en la mesa, y avanzó a una orilla de la pista, bebiendo con paciencia el contenido.
Sabía que estaría en ese lugar, pasó meses siguiendo sus pasos desde las sombras, preparando todo, esperando el momento de llevar a cabo su plan. Ahora solo quedaba ser paciente. Había esperado ese momento por años, ¿qué importaban unos minutos más?
- Vaya, vaya... Miren lo que trajo el viento de Octubre.
Al escuchar esa voz, sonrió emocionado, aún con el borde de la copa en los labios.
- El Conde de Laghari. Es sumamente inusual verlo en persona. ¿A qué debo el honor de su presencia esta noche?
- Escuché que habría una fiesta de antifaces organizada por el Duque de Muhōrin.- Respondió, limpiando la comisura de sus labios, tras beber la última gota de su copa.- Pensé que podría ser divertido. Espero no ser inoportuno.- Añadió, peinando un mechón de su largo cabello dorado tras su oreja.
- Por supuesto que no, Conde.- Sonrió el moreno, haciendo una leve reverencia para besar su mano.- Por algo le fue enviada una invitación. Debería agradecerle por deleitar mi velada con su elegancia y su belleza.
Sí, lo tenía donde lo quería. Ese tonto estaba cayendo directamente en su trampa, igual que un insecto en una telaraña.
- En ese caso, debe saber que un baile con el anfitrión es lo mínimo que espero como un agradecimiento.- Coqueteó, acercándose sujestivamente al más alto, rozando su brazo con su mano enguantada.- ¿Está de acuerdo con eso?
- Sus deseos son órdenes, Conde.
Perfecto, la primera fase de su plan estaba saliendo a la perfección. Ese tonto ni siquiera sospechaba que estaba yendo por su propio pie directo a su perdición.
Tomó su mano con caballerosidad, y con suma elegancia, avanzaron hasta la pista de baile. Todos se hicieron a un lado, permitiéndoles colocarse en el centro, deseando ver bailar al rubio.
La música comenzó a sonar. Las cuerdas de los violines y los chelos, acompañadas por las suaves notas del piano de cola, y el toque ligero de las flautas, daban como resultado una tonada oscura, pero hermosa.
El conde de cabellos rubios y ropas blancas terminó volviéndose el centro de atención. Verlo danzar de esa forma tan perfecta, cómo sus manos estaban perfectamente coordinadas con las de su compañero para moverse cuando el baile lo indicaba, y sus pies deslizándose con agilidad, provocando un suave movimiento de su largo saco blanco. Sus movimientos eran elegantes, suaves, gráciles y seguros. Era como ver un copo de nieve bailar en el aire antes de caer a la tierra.
Él lo sabía, por algo algunos le apodaban "El ángel de la muerte". Tan bello como letal.
Nadie tenía idea de dónde había salido exactamente. Algunos decían que se trataba del último descendiente vivo de un clan de sangre pura extinto. Otros lo consideraban un sangre sucia que se había liberado. Otros más afirmaban que se trataba de un híbrido... Muchas eran las teorías y rumores que lo rodeaban, pero la verdad nadie la sabía.
Lo poco de lo que todos tenían constancia, era de todos sus logros al haber enfrentado y derrotado a los jefes de los clanes más fuertes, haber escalado rápidamente en la monarquía y volverse uno de los inquisidores más letales, de su excepcional belleza, y el misterio que causaban sus ojos, siempre cubiertos por el antifaz de plata y con pequeños diamantes blancos incrustados que esa noche portaba.
El último golpe del arco del violín, y la pieza terminó, con sus labios peligrosamente cerca de los del anfitrión. Una pequeña sonrisa de su parte, y lo siguiente fue un inesperado beso por iniciativa del rubio, sorprendiendo a todos los invitados.
- Espero que mi atrevimiento no le sea una molestia.- Susurró en el oído del moreno.
- Al contrario. No puedo imaginar mayor honor que un beso del ángel de la muerte.- Sonrió, sin quitarle los ojos de encima. Cualquiera caería en la tentación que ese doncel representaba, y él no era la excepción.- ¿Sería demasiado atrevido sugerir ir a un lugar más privado?
- Guíeme usted.
Y al terminar de decir esas palabras, ambos abandonaron el salón de baile, subiendo las largas escaleras de mármol, rumbo a las habitaciones privadas del castillo. Todo estaba saliendo tal y como lo planeó.
Llegaron a la habitación más grande del castillo, la que obviamente pertenecía al dueño. La cama estilo imperio, con lujosas cortinas de seda en color rojo recogidas en las esquinas, dándole un aire sofisticado, pero sin rayar lo pretencioso. Las mesas de noche a ambos lados de la cabecera, de fina madera oscura de sauce, igual que todos los demás muebles... Y un ventanal gigantesco que daba a un balcón, permitiendo que la luz de la luna se colara.
- Vaya que tiene buenos gustos, señor.- Comentó el rubio, explorando la habitación como si suya fuera.- Pero no vine aquí para hablar de decoración. Estaremos de acuerdo en eso, ¿o no?- Añadió, retirándose el abrigo, y empezando a desabotonar su blanca camisa de seda, exponiendo su pálida piel.
- Veo que es bastante directo.- Comentó el dueño del castillo, acercándose sin temor.
- Soy un hombre muy directo.- Sonrió el rubio, deshaciéndose de su última prenda, para después pasar sus brazos por el cuello del más alto.- No me gusta perder el tiempo.
El moreno no opuso resistencia, relamiéndose los labios ante tal imagen. Un beso ansiado dió inicio a todo, siendo sucedido por una serie completa de estos, y varias caricias bruscas. Todo eso seguido del esbelto y pálido cuerpo atrapado contra las sábanas blancas, recibiendo en su interior al contrario.
Que ese antifaz fuera lo único de lo que no se había despojado, lejos de ser alguna molestia, era incluso exitante. No era posible apreciar sus ojos, pero observar los delgados hilos de saliva derramándose de su boca al ser embestido con fuerza, sus labios curvandose y torciendose en muecas por el placer, los gemidos brotando uno tras otro, y esos blancos y filosos colmillos asomándose traviesos entre cada movimiento... Era un verdadero espectáculo que cualquiera sería afortunado de apreciar.
Besar, tocar, morder... Su cuerpo entero era deseable, todo en él provocaba ganas de marcar y probar cada centímetro de su piel, perderse en su calor y volverse loco con el sonido de su voz al ser complacido.
Desde ver su espalda curvarse al tomarlo en cuatro, hasta ver su pecho agitarse con fuerza al hacerlo de frente. Parecía no existir ángulo en el que no fuera exitante verlo.
El rubio resultó ser un experto jinete, montando el miembro de su cómplice en esa aventura con una maestría increíble. Verlo subir y bajar, moverse de lado a lado, incluso tocando su propio cuerpo... Todo fue demasiado, dejándolo satisfecho tras un fuerte orgasmo.
- ¿Te encuentras bien?- Rió el rubio, recostandose en el pecho del contrario.
- Por supuesto, dulzura.- Respondió cansado, pero con una enorme sonrisa en el rostro.- Eres increíble.
- Me alegra oír eso.- Sonrió el más bajo, haciendo un rápido movimiento con su mano.- Porque será lo último que hagas, antes de irte al infierno, Atavaka.
Un fuerte dolor invadió al mencionado, pero no fue capaz de hacer nada. Al mirar las sábanas teñirse de un rojo ennegrecido, se dió cuenta de lo que había pasado. Una filosa daga de plata incrustada en su abdomen.
- Te dije que me las pagarías.
- ¿De qué mierda hablas?- Cuestionó, temblando por el dolor. Esa daga no era un arma ordinaria, era de plata pura y tenía un hechizo, de otra manera, no habría sido capaz de hacerle ni un rasguño.
- ¿No me recuerdas?
Con una aterradora sonrisa, finalmente se retiró el antifaz, dejando expuestos sus ojos. Unos ojos tan azules como un cielo despejado... Esos ojos, los reconocería dónde fuera.
- Tú...
- Sí, soy yo.- Asintió, aumentando la presión de sus manos sobre la empuñadura de la daga, manchándose con la sangre ajena.- Soy ese niño al que tú y todos esos malditos chupasangre secuestraron, junto a tantos otros niños y jóvenes más... Todo por su deleite personal. Soy Asmita, ¿me recuerdas, Atavaka?
Un lastimero quejido de dolor, y una maldición inaudible fue lo único que recibió de respuesta. Seguido de sangre brotando por la boca de su agonizante víctima.
- Solo mírate, engañado y asesinado por un sangre sucia al que decidiste dejar vivo por no considerarlo una amenaza.- Añadió con burla, sacando sin el más mínimo cuidado la cuchilla ensangrentada.- Eres patético.
- Te dejé vivir... Maldito ingrato.
- ¡¿A esto le llamas vivir?!- Respondió enfurecido, propinandole un puñetazo.- ¡Matar para no morir, vivir en las sombras, completamente sólo, aguantando los gritos de los que alguna vez amé, recordando sus muertes a diario!... ¡¿Eso te parece vivir, maldito monstruo?!
En ese momento, los ojos azules se tornaron de un tono lavanda. Asmita estaba furioso, no iba a contener su sed de sangre, de justicia, de venganza... Ya había esperado suficiente, ni un día más.
- ¿Recuerdas a ese joven doncel al que tú y esos desgraciados secuestraron, y me forzaron a ver cómo torturaron hasta la muerte. Drenándole la sangre poco a poco, alargando su agonía por días, hasta que su cuerpo simplemente no resistió más?- Cuestionó Asmita, acercándole la daga al cuello.- El portador de sangre tipo ambrosía... ¡¿Lo recuerdas?!
- Sí...- Tosió con dificultad.
Vaya que recordaba a ese joven. Un simple plebeyo, que trabajaba en la botica de un reino lejano.
En ese tiempo, la sociedad vampirica enfrentaba una de sus peores crisis. El número de sangres sucias iba en aumento, cada vez eran más los que se revelaban y acababan con sus amos, y también los sangre pura que buscaban armar ejércitos de sangre sucia para declararse la guerra entre clnaes.
Las cosas se estaban saliendo de control, los Balak no lograban contener a todos y poco a poco perdían poder, y los inquisidores no se daban a basto con tantas tareas. Y entonces apareció ese joven.
Alguien descubrió a un humano con un tipo de sangre sumamente extraño, la ambrosía. Recibía ese nombre por la capacidad que tenía de sanar, revitalizar y aumentar las habilidades de toda clase de vampiros. Era lo que necesitaban para frenar las guerras, quién obtuviera al humano, se alzaría con la victoria.
Pasaron días y noches enteras acechandolo desde las sombras, aprendiendo sus rutas, memorizando sus rutinas y planeando su rapto. Al final, lograron apoderarse del joven doncel, aunque con un par de daños colaterales.
El muchacho siempre estaba acompañado por tres niños, y ese día, antes de que los vampiros de los clanes enemigos lo alcanzaran, ellos lo hicieron. Llevándose también a los niños en el proceso, únicamente porque no había tiempo que perder.
Aún recordaba a esos niños, los dos más grandes no pasarían de los 12 años, y el más pequeño con suerte llegaría a los 6. Ellos no servían de mucho, quizás únicamente como alimento fácil, tal vez como sirvientes de sangre sucia cuando fueran un poco mayores.
Para él no eran importantes, el único importante era el portador de la ambrosía. Así que hicieron lo que debían hacer: Mantenerlos cautivos en un calabozo oculto de todo el mundo exterior, e ir extrayendo poco a poco la sangre conforme la fueran requiriendo.
El doncel resultó más fuerte de lo que esperaban, pero poco más de un mes después, finalmente sucumbió a la pérdida de sangre constante. Bueno, era un humano al fin y al cabo.
Los niños... Solo sabía que el más pequeño había sido asesinado por alguno de sus aliados. Del otro, no tenía la menor idea, y del que ahora lo había apuñalado, le dijeron que lo asesinara, no podían dejar testigos vivos, pero simplemente no pudo hacerlo, así que solo le clavó un colmillo y lo dejó ir. En esa minúscula cantidad, el veneno tardaría unos años en modificar por completo su cuerpo, así que crecería hasta los 18 o 20 años a lo mucho, y después su cuerpo entraría en el estado de congelación eterna, que se mantendría siempre y cuando consumiera sangre humana, igual que todos los vampiros sangre sucia.
- ¡Ese doncel era mi hermano, Hiero era su nombre!- Gruñó con rabia Asmita.- Y hoy, finalmente completo mi venganza.
Un certero golpe de la daga contra el cuello del vampiro fue suficiente para asegurarse de acabar con él, al decapitarlo.
Volvió a colocarse la blanca ropa, igual que los guantes en sus heridas manos, soportando el dolor, y finalmente, el antifaz de diamantes. Después, salió por el enorme ventanal y saltó del balcón, adentrándose veloz al bosque, perdiéndose entre los árboles.
- ¿En serio lo hiciste?
- Yo nunca juro en vano, Kagaho.- Respondió, mirando al mencionado.- ¿Pudiste hacerlo tú también?
- Sí...- Mencionó finalmente.- Ahora vámonos. Tenemos que desaparecer antes de que vayan por mi hijo y mi esposo.
Asmita asintió con una tranquila sonrisa, y fue con su compañero, su amigo de la infancia, que también había logrado sobrevivir al infierno que vivieron al ser raptados.
Su venganza estaba concretada. Y pensar que todo, gracias a ese baile de antifaces.
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