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ένα


Una sonrisa pícara se dibujó en los voluptuosos labios del joven, quien miraba a lo lejos desde cierta altura a las ninfas que se encontraban buscándolo con desesperación.

Se volteó y siguió con su camino, avanzando con pasos decididos y dejando que el instinto lo guiara. A medida que caminaba dentro de ese bosque, se fijaba en todos y cada uno de los detalles que lo rodeaban: el melodioso sonido del canto de distintas aves, la humedad del suelo que iba impregnándose en sus pies descalzos, y las diferentes texturas que poseían las distintas plantas y árboles que rozaba con sus dedos.

Se detuvo por un momento a inspirar profundamente y a dejar que los rayos del sol penetraran su nívea tez. Estiró los músculos de su cuerpo, y sintió la energía invadir toda su anatomía. Se sentía estupendamente. Casi podía saborear la libertad.

Luego de haber caminado por una considerable cantidad de tiempo, comenzó a preguntarse si en realidad existía algo más que sólo árboles a las afueras de su hogar. El bosque parecía ser interminable.

“¿Estaré caminando en círculos?” pensó por un momento.

Sus dudas se disiparon al encontrar un camino rural. Caminó por el borde observando no muy discretamente a las pocas personas que ocasionalmente pasaban por ese camino. Se preguntó si alguien lo reconocería.

No. Por supuesto que no.

Tal vez llamaría un poco la atención por su distintivo color de cabello, pero nadie sabía con certeza quién era.

Algo le decía que seguiría caminando bastante, pues todo lo que había a los costados del camino eran más árboles y maleza.

Transcurridas un par de horas, suspiró algo cansado y se sentó un rato, antes de seguir caminando. Debía pensar un poco en lo que haría a continuación. ¿Dónde se suponía que iría? Podría conseguir comida fácilmente con sus habilidades, pero también necesitaría un techo, y ropa.

Ni qué decir sobre unos zapatos; sus pies estaban cubiertos de barro seco y hojas.

Echó su cabeza hacia atrás y se frotó la cara. No pensó que en realidad su plan de escape funcionaría. Sólo lo hizo para no perder la costumbre. No planeó nada más, porque de verdad no se imaginó que tendría éxito.

Hizo una mueca. “Brillante, Jin, eres brillante” pensó con ironía levantándose perezosamente y saliendo de vuelta al camino. No obstante, se detuvo abruptamente cuando una ninfa apareció en su campo visual.

Contuvo la respiración cuando ésta lo reconoció, y comenzó a correr, metiéndose al bosque del lado contrario de donde había salido. Se apresuró aún más cuando oyó el grito de la ninfa, que avisaba a sus compañeras sobre lo que había visto.

Su respiración se agitaba más y más a medida que se adentraba al bosque, entrando a una zona cada vez más tupida. Él era más veloz y ágil que cualquier mortal pero las ninfas conocían el bosque como las palmas de sus manos. Si quería llevar más ventaja, no debía aflojar el paso ni por un segundo.

Llegó a una zona donde el suelo comenzaba a ser irregular, viéndose obligado a prácticamente escalar cuesta arriba. Se aferró de las piedras y de tallos de las plantas que estaban a su alcance, resuelto a no ser atrapado. No se dio cuenta de que las copas de los árboles eran tan frondosas en esa parte del bosque, que los rayos del sol no llegaban a iluminar el lugar, dándole un aspecto lúgubre.

Se detuvo por unos segundos, ocultándose detrás del grueso tronco de un árbol. Agudizó su audición y se relajó un poco, pues notó que las ninfas ya no lo seguían.

Ya más calmado, caminó hasta encontrarse con un gran arroyo cristalino, desconociendo que éste era un afluente del río Estigia. Bebió un poco de agua y se refrescó. A continuación rodó los ojos exasperado y se quejó como un niño haciendo una rabieta al mismo tiempo que atravesaba la fría corriente.

“Condenadas ninfas ¿acaso no se cansan?” maldijo en voz baja.

Sus piernas se movieron con más ganas que antes. Esta vez estaba más que decidido: no volvería a su casa, no con las ninfas.

Lo haría cuando él tuviera ganas. No volvería a dejar que otros le dijeran qué hacer.

Se encontró con otro camino: éste era moderno y estaba en excelente estado, pero por algún motivo le dio escalofríos. Miró hacia ambos lados, y decidió ir hacia la derecha. Ignoró por completo la sensación algo extraña que sentía a medida que iba avanzando.

Quiso arrancarse el cabello cuando vio a un grupo de aproximadamente cinco ninfas emergiendo del sombrío bosque y avanzando hacia él. Miró a su alrededor a la vez que volvía a correr, buscando con sus ojos una salida rápida. De pronto el ruido de unos neumáticos llamó su atención.

Pensó que tal vez, habría cerca una casa donde podría entrar y esconderse, pero cuando se acercó al lugar de donde juraba haber escuchado el sonido de los neumáticos, se encontró con lo que parecía ser la entrada de una cueva, justo al costado del camino.

El aspecto de la cueva le advertía a gritos que no entrara. Pero era eso, o volver con las ninfas.

Luego de titubear por un segundo, pensó “a la mierda todo” y se metió dentro de la cueva. Ingresó con cuidado, pues estaba muy oscuro. Se preguntó si alguna bestia saldría del fondo y lo devoraría. Se escondió tras unas enormes rocas cuando escuchó el eco de las voces de las ninfas.

—¿A dónde fue tan rápido?

—Debió haber entrado al bosque otra vez.

—Tienes razón. Apúrense, si Yoongi nos encuentra con las manos vacías... —susurró con miedo una de ellas.

El joven frunció el ceño. ¿Por qué le tenían tanto miedo a su padre? Y lo más importante, ¿por qué no consideraron ni por un segundo que tal vez se haya metido en la cueva?

Era lo más obvio que cualquiera haría. “¿Están ciegas o qué?” pensó. Era muy difícil —por no decir imposible— no ver la escalofriante y amplia entrada de esa cueva. De todos modos, le convenía. Ya no tenía que preocuparse por ellas.

Dio un respingo cuando escuchó unos pequeños ladridos provenientes del fondo de la oscura cueva.

Frunció el ceño.

¿Qué diablos haría un perro en un lugar como ese?

Se levantó de detrás de la roca, movido por la intriga. Le llamó la atención que cuanto más se adentraba, más espaciosa se hacía la cueva. Notó también que el suelo tenía una leve inclinación, por lo que iba caminando cuesta abajo.

Para cuando llegó a divisar una tenue luz azulada, el sitio donde se encontraba era tan amplio que no podía creer que estuviera dentro de una cueva. Miró con suspicacia hacia atrás y luego sacudió la cabeza en gesto de negacion: ya estaba dentro, no se había metido ahí por nada. No saldría de ahí hasta averiguar qué demonios había en el fondo.

Su recorrido terminó cuando se topó con dos colosales compuertas cerrándose lentamente. Su pulso se aceleró, pues podía ver a lo lejos lo que parecían ser comodidades de una casa. El interés hizo su aparición de forma inmediata en sus cándidos ojos.

Se mordió el labio y echó un último vistazo hacia atrás, para luego colarse dentro de las compuertas antes de que se cerraran por completo.



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Había sido un gran día en la superficie. Tomó un poco de sol, recorrió la ciudad en su lujoso coche, se reencontró con algunos conocidos y tuvieron una charla amistosa y para finalizar su agenda, atendió un par de asuntos más. Ahora estaba listo para regresar a casa.

Un poco antes de subir a su automóvil, se había sentido un poco extraño. Una cosquilleante y cálida sensación se había asentado en su pecho.

“Seguramente es la cafeína” pensó despreocupado.

Durante el trayecto, consideró la idea de ir a ver a Mente, una de sus antiguas amantes. Lo pensó un poco más y decidió regresar directamente al inframundo; ya vería a la ninfa otro día.

A veces, cuando el trabajo de gobernar las almas de los muertos y demás lo agobiaba un poco, salía a tomar un respiro en la superficie.

No es que tuviera envidia de los mortales, a veces, sólo necesitaba algo de compañía.

Hades era el más eficiente a la hora de cumplir con sus deberes. Mientras en el Olimpo los dioses planeaban conspiraciones contra su rey constantemente, y en la tierra las naciones de los mortales se levantaban en guerra por cualquier tontería aún teniendo héroes y dioses entre ellos; en el inframundo todo permanecía en su lugar.

Era irónico que hubiera más paz en el lugar donde se encontraban los monstruos más terribles y perversos, que en las sociedades donde supuestamente todos tenían conciencia y eran “civilizados”.

Menos mal, que él mantenía bajo control todo lo que estuviera dentro de su jurisdicción.

Luego de llegar y colocar sus cosas en su lugar, subió a su bote y se puso cómodo mientras navegaba por el río Aqueronte. Cuando llegó a cierto punto, adoptó su forma de dios y se transformó en una sombra. Así llegaría más rápido a su destino.

En su forma de sombra, se deslizó sigilosamente a través de las paredes del inframundo, atravesando toda su geografía y llegando a lo más profundo del centro de la tierra. Cuando escuchó una serie de unos escalofriantes gruñidos, supo que se estaba acercando al Tártaro.

Los titanes podían ser tan renconrosos a veces.

El Tártaro, así se denominaba a un gran foso oscuro situado en lo más profundo de la tierra, el cual estaba rodeado por un río de fuego ardiente. El lugar era inaccesible para cualquiera que no tuviese el permiso de Hades. Además; quienquiera que quisiera acceder, debía ser como mínimo un semidiós.

Como sea, nadie en su sano juicio querría entrar al Tártaro. Era la prisión de los titanes y de las almas malditas, donde sufrían un tormento eterno.

Y era responsabilidad de Hades decidir quién iría a parar ahí.

Tal vez era ese uno de los motivos por los que todos temblaban al oír su nombre. El dios suspiró, si tan sólo supieran que él sólo estaba cumpliendo con su trabajo.

De repente, el sonido ahogado de los ladridos de su compañero fiel y guardián llegó a sus oídos.

Rodó los ojos.

De vez en cuando solía meterse a la primera sección del inframundo, uno que otro mortal extremadamente ingenuo, buscando rescatar el alma de algún ser querido que había muerto. Por lo general éstos hacían tratos con algún dios o algún hechicero, quienes les ayudaban a entrar, para luego abandonarlos a su suerte.

De forma deliberada, éstos omitían advertir a aquellos mortales que nadie escapaba del inframundo.

En un par de segundos, gracias a su capacidad de transportarse hecho una sombra, se hallaba de nuevo en la parte más alta del inframundo, donde él residía. Una sonrisa ladina adornó su rostro al ver a su guardián acorralando a alguien contra las compuertas.

Su expresión cambió totalmente cuando vio el rostro aterrorizado del intruso. Sintió que su corazón se aceleraba y esa sensación cosquilleante volvía a invadir su pecho.

De inmediato se deshizo en una sombra y apareció justo frente a su “perro”: una criatura monstruosa y gigantesca de tres cabezas, que fácilmente podía despedazar a un mortal usando sólo uno de sus enormes hocicos.

El dios usó su ronca voz para susurrar un firme —Quieto, Yeontan.

Con eso fue suficiente para que la horrorosa bestia se sentara y en un parpadeo, se había convertido en un menudo y muy peludo perrito, que permaneció sentado en su lugar como un buen chico, esperando una recompensa por haber obedecido.

Hades adoptó su forma humana y rascó la cabeza del can, luego le dio una croqueta para perros mortales. Esas eran las favoritas de la diabólica y perturbadoramente adorable mascota del Señor del Inframundo.

Entonces finalmente se volteó hacia el hermoso ser que se encontraba apoyado contra las compuertas, con el cuerpo rígido y con una expresión desencajada.

“Qué. Demonios.” pensó estupefacto.

—Hola — le susurró el sonriente muchacho que diez segundos atrás había calmado al monstruo y además se había convertido en una sombra. Una jodida sombra. ¿Y ahora le sonreía con timidez? Jin quería reírse. Pensó que tal vez estaba alucinando por el miedo que había sentido segundos atrás. El atractivo y algo espeluznante joven insistió ante el silencio —¿Quién eres, y por qué estás aquí?




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He aquí el primer capítulo :3

Gracias por leer ❤️

Cuidense y tomen awita, sí? Lxs amo mucho. 🤗











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